Corazón Hechizado - Lena Valenti - E-Book

Corazón Hechizado E-Book

Lena Valenti

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Beschreibung

Jadis siempre ha tenido mucha responsabilidad sobre sus hombros. Es la bruja Original más definitiva y especial y por ello ha tenido que sacrificar mucho durante su vida. Ahora, ha llegado el momento de abrir el foso de las brujas junto a su hermana Tamsin y realizar así el último encargo. el más importante. Lo que no se imagina es que nada saldrá como ella esperaba ni que las decisiones que tomó en el pasado, están a punto de volverse en su contra en forma de vampiro vengativo con ganas de represalias.   Khalevi siempre se ha sentido un conejillo de Indias. Una vez tuvo que pedir un favor a una eks, una bruja del norte, pero lo que ella le pidió a cambio lo marcó para toda la vida, y le privo de vivir con plenitud. Ahora. después de muchos siglos, tiene a esa bruja a tiro, y no va a tener clemencia Las brujas Originales nunca lo han tratado bien y ha llegado el momento de jugar según sus reglas.   Ni esta bruja ni este vampiro están preparados para lo que viene.

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Primera edición: octubre 2023

Título: Corazón hechizado

Saga: La Orden de Caín VI

Diseño de la colección: Editorial Vanir

Corrección morfosintáctica y estilística: Editorial Vanir

De la imagen de la cubierta y la contracubierta:

Shutterstock

Del diseño de la cubierta: ©Lena Valenti, 2023

Del texto: ©Lena Valenti, 2023

De esta edición: © Editorial Vanir, 2023

ISBN: 978-84-17932-78-7

Depósito legal: DL B 16501-2023

Bajo las sanciones establecidas por las leyes quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorización por escrito de los titulares del copyright, la reproducción total o parcial de esta obra por medio o procedimiento mecánico o electrónico, actual o futuro —incluyendo las fotocopias y la difusión a través de internet— y la distribución de ejemplares de esta edición y futuras mediante alquiler o préstamo público.

Índice

Introducción

Prólogo

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Capítulo 17

Capítulo 18

Capítulo 20

Capítulo 21

Capítulo 22

Epílogo

Y Lillith dijo:

«Que el amor original nos haga libres, no débiles y tontas».

Introducción

En los albores del tiempo, cuando se originó todo, el Creador inventó al hombre mediante el barro y la arcilla de ese mundo hermoso y sin igual que había ideado. Un mundo increíble, con mares, con vergeles naturales, desiertos, todo tipo de fauna y naturaleza, estrellas, galaxias y universos insondables. Era, sin atisbo de duda, el cónclave perfecto en el que iniciar un proyecto de vida. A ese mundo le dio vida y creó el Tiempo para que todo tuviera un ritmo evolutivo.

A su protagonista, a ese primer hombre que seguiría ese ritmo, lo llamó Adán. Pero Adán por sí solo no podía evolucionar, y decidió crear también, de la misma arcilla, a un ser femenino, llamado Lillith, para que entretuviera a Adán y siguiera sus premisas. Porque Adán era el hombre y era a él a quien se debía obedecer.

Pero la esencia de Lillith era distinta a la del primer hombre. El mundo que el Creador ofrecía a Lillith era una realidad de obediencia en la que Adán debía ser su amo. Lillith se negó a yacer bajo el yugo y el sexo de Adán, porque ella odiaba someterse pero, lo que más detestaba era ser consciente de que era libre y no serlo. Así que, aburrida del hombre y del mundo que el Creador le ofrecía, se opuso y se rebeló a ello, rechazando su vil juego y luchando por su propia liberación.

Pero al Creador todo aquello que lo desprestigiara y que osara a enfrentarse a él, le parecía una ofensa. Como castigo, la desterró a otra dimensión. Sin embargo, Lillith era inteligente y, sobre todo, estaba despierta y era la única que conocía el verdadero nombre del dios. Conocer su nombre la hacía inalcanzable para el Creador, porque si uno conocía el nombre de aquel dios, podía encontrar la manera de quitarle todo el poder. Ella podía viajar entre mundos y dimensiones, y decidió que, aunque podía encontrar la llave y escapar de esa cárcel en la que el Creador la había atrapado, se quedaría en ella para liberar y persuadir a otros y otras a que despertaran.

Lillith fue perseguida por el Creador, pero este nunca podía dar con ella, dado que la esencia de esa primera mujer conocía un lenguaje mucho más antiguo y de un lugar más lejano que aquel que el Creador había construido, y siempre se escapaba de su acecho. Gracias a su conocimiento de los entresijos de aquella dimensión, Lillith urdió un plan para ayudar a la segunda mujer del Creador a que despertara como ella. Porque, obviamente, llegó una segunda mujer para Adán. Eva. Eva era una mujer sumisa y hecha a medida de Adán y de los designios del Creador. A Lillith le iba a costar acceder a Eva si ella no tenía un poco de curiosidad antes sobre ese mundo en el que se encontraba encerrada. Por eso tomó la determinación de transformarse en serpiente y aparecer en las ramas del árbol del conocimiento cuyos frutos, manzanas rojas y suculentas, serían prohibidos y considerados pecados, dado que ofrecían respuestas y secretos sobre quiénes eran ellos y quién era el dios de aquel universo. La serpiente tentó a Eva, y esta mordió la manzana y se la ofreció también a Adán, temeroso al saber que Eva había violado las leyes de su Amo. Cuando el Creador descubrió la afrenta hacia él y su proyecto, decidió castigar impunemente a sus dos creaciones. Los expulsó del supuesto Paraíso y los abocó a una vida de tiempo, trabajo, sufrimiento y muerte hasta que fueran dignos de nuevo de su aprecio.

Y en aquel mundo con un espléndido sol y una mágica luna, pero lleno de trabajo, mortalidad y sacrificios, Eva y Adán procrearon como esperaba el Creador. Dos nuevos humanos ocupados por nuevas almas y esencias de otras dimensiones nacieron de su unión. Se llamaron Caín y Abel.

De todos es conocido que Abel era el bueno y Caín el malo. Abel era el bueno porque obedecía al Creador y hacía todo lo que tenía que hacer para complacerle. Mataba a animales para ofrecérselos, dado que al Creador le encantaban los sacrificios. En contrapartida, Caín no quería matar animales, él los amaba, así que le ofrecía al Creador flores y frutos de la tierra.

Abel no era malo, solo era obediente y hacía lo que se le decía porque amaba al Creador.

Caín, en cambio, respetaba y amaba aquel mundo pero no entendía por qué se debía sacrificar a seres vivos para complacer al dios. Pensar sobre ello le hizo despertar y darse cuenta de que vivía en un engaño. Un dios que exigía muerte para satisfacerle no podía ser un buen dios. Eva, Adán y Abel no eran sino peones de aquel maquiavélico matrix en el que se hallaba. Y él no era Caín, era otra cosa que no recordaba, pero aquella vida no era la real ni era la suya. Por ese motivo, para poner a prueba al Creador, Caín mató a Abel a sabiendas de que nada de aquello era verdadero y de que todo era un juego que sucedía impulsado por el tiempo del Creador, ajeno al verdadero Reino del que él y todas las almas atrapadas en su juego llegarían. Su acto, marcó a Caín para el resto de la historia de la humanidad como el primer homicida. El Dios Creador castigó a Caín y lo marcó para siempre con la oscuridad. Lo obligó a desear la sangre de por vida, para toda su inmortalidad. Le dio colmillos y le dijo que ya que él no había cazado ni matado en su nombre, ahora tendría que derramar la sangre de otros para existir. Y lo convirtió en el primer depredador, el más salvaje y frío de todos. Así nació el primer vampiro: Caín.

El Creador desterró a Caín al Nod, un submundo entre dimensiones plagado de misterio, y seres que él, en su creación, había despechado por no ser aptos para su mundo. Pero lejos de ser un castigo para Caín, el condenado comprendió que él se haría el Rey de ese mundo, igual que Lillith era Reina de la oscuridad y de los que eran como él.

Él podía. El Creador no era capaz de aniquilarlo porque Caín, despierto, ya era inalcanzable para él y no podía hacerle daño, aunque estuviera oculto y encerrado.

Lillith, que entonces podía abrir las puertas de todas las dimensiones del Creador, decidió ir en busca de aquel que, como ella, había descubierto el engaño. Lillith y Caín juntos, crearon varias razas de seres para dejarlos en la Tierra, mezclados con la humanidad, para ayudar a destruir esa cárcel del Creador y estimular a los humanos al despertar y liberarse de esa opresión de sus almas. Pero el Creador no se iba a quedar de brazos cruzados mientras otros querían sabotear a su mundo y a los suyos, así que usó sus propias armas y se valió de su magia para crear en la Tierra a otro grupo de humanos poderosos e iniciados que persiguieran todo tipo de herejías contra él, y cazaran a los culpables, encerrándolos o aniquilándolos para siempre. Los hijos de Caín y de Lillith, los Lilim, fueron perseguidos hasta su desaparición final, borrados de la faz de la tierra.

Sin embargo, lejos de dejarse hundir por la derrota y la pérdida, Lillith y Caín, cuyos objetivos eran claros e incansables y que no podían ser eliminados por el Creador, ya que ellos eran completamente libres, decidieron urdir otro plan. Entendiendo que tal vez los Lilim no podían triunfar solos en un mundo así, creyeron que el despertar total de la humanidad para salir de ese juego lleno de artimañas dependía de los mismos humanos. Solo una conciencia humana podía destruir esa invención divina, dado que el humano era el mayor invento del Creador. Por eso dedicaron su existencia a captar todas esas mentes humanas que se cuestionaran su propia realidad y su ser, y se presentarían ante todos aquellos que rechazaran las leyes de ese mundo y a su Creador.

A cada uno de esos humanos que Lillith captaba, le ofrecía un cáliz con sangre de Caín. Beberla tras renegar de ese universo falaz les ofrecería la inmortalidad, les otorgaría cambios y dones que debían aprender a controlar. Ellos serían los protectores de la verdad e intentarían ayudar a todos aquellos humanos que en su curiosidad intentasen abrir los ojos a la verdadera vida.

Todos a los que Lillith captaba, entraban directamente a formar parte de un grupo muy hermético llamado la Orden de Caín, conformado por vampiros originales hijos de la sangre de Caín y del mordisco de Lillith.

Desde entonces, los miembros de La Orden de Caín caminan en nuestra realidad, entre nosotros, y nos vigilan, expectantes, esperando a todos aquellos que intuyan la verdad y que quieran ir un paso más allá: vivirla.

Y vivirla implica cambios, mordiscos, sangre, guerra, decepciones, muertes, resurrecciones, despertares y conocer de primera mano la batalla más antigua y original de todos los tiempos. Una batalla que han negado y han tergiversado tanto que han hecho creer que se trataba solo de una burda ficción religiosa.

Pero la realidad siempre supera la ficción.

El pecado empezó con un mordisco.

Pero el mayor pecado de todos es no pecar.

Quien esté libre de culpa, que tire la primera manzana.

Prólogo

Roma

En Roma, en un ático opulento y rico, repleto de arte incalculable y lienzos renacentistas, tenía lugar una cena que ningún ser humano podría llegar a imaginar. Allí, en la enorme capilla en lo alto de la terraza, adecuada como un comedor con vistas, con mayordomos corriendo de un lado al otro para no cometer errores, se reunían las cabezas pensantes de la Legión.

El líder, la mano derecha del Inventor, el verdadero Dextera Domini del Vaticano, había aceptado la rebelión de los Lilim. Una rebelión que había despertado con demasiada fuerza desde que el círculo de éter se rompiera en Croacia, meses atrás.

Bebían vino tinto, adorándolo como la verdadera sangre de su dios, y hablaban en voz baja, y pausada, sobre todos los acontecimientos venideros. Lo que les preocupaba, lo que les estimulaba… debían poner las cartas sobre la mesa.

Todo iba según lo previsto, aunque les inquietaba sobremanera el resurgir de los rebeldes. Porque no era cualquier levantamiento, era una rebelión en mayúsculas que, sistemáticamente, estaba menguando las principales familias poderosas y acreedoras de su clan. Y no solo eso, también estaban eliminando a piezas que, hasta la fecha, el Dextera creyó invencibles.

Él y sus principales avales y ejecutores de las órdenes del Inventor, aceptaban las bajas que su Legión iba sumando. Bajas importantes, de peso, de seres supuestamente inmortales gracias al favor todopoderoso de su Señor. Un Señor al que se debía creer por encima de todas las cosas, una entidad a la que no se le debía negar ni replicar. Solo se le podía obedecer y adorar. Por eso él estaba donde estaba, por reafirmarlo constantemente y hacer todo lo que le pedía.

Él también era un inmortal, como los individuos con los que ahora compartía una deliciosa cena con vistas en la mansión del Monte Aventino de uno de ellos, y desde la que se veía el Vaticano.

El Dextera no solía salir de allí, del sótano secreto adaptado solo para él y para sus necesidades, excepto si la situación lo reclamaba. Y sí, esta vez urgía.

No solo porque se acababan de activar todos los protocolos para acabar con los llamados «despertares». Sino porque, a pesar de seguir con sus planes, las bajas se sucedían entre los suyos, y eso era inquietante.

El Dextera las asumía, aunque lo contrariaban.

Muchos, entre ellos Santos, inmortales y Lycos, habían perecido bajo el yugo de los hijos de la más puta de todas. Y aunque sabía contra qué estaba luchando, seguían sin comprender quiénes eran realmente, ni cómo localizarlos, dado que tenían algún tipo de lenguaje único que solo ellos comprendían y que parecía ser indetectable e incomprensible para el lenguaje del Señor y de sus hijos.

Él siempre había sabido quiénes eran los enemigos. Los suyos, primero en forma de Inquisición y ahora en forma de Legión, sabían que el mal tenía forma de mujer, cuerpo de mujer, porque en el fondo, era una serpiente. Ella lo empezó todo. Ella y el primer homicida, el hijo traidor, estaban detrás de todas las anomalías que se presentaban en la tierra.

Una tierra que siempre había pertenecido a unos pocos, unos pocos que nadie conocía y que estaban por encima de cualquier poder. Unos pocos que tenían el beneplácito del dios que reinaba allí. Y siempre pertenecería a ellos, a los mismos, aunque tuvieran diferentes rostros. Eso nunca cambiaría.

La guerra en ese planeta tenía que ver con el Orden del Señor, el más grande, y el desorden del Caos y del poder femenino. Y lo segundo jamás vencería a lo primero, porque esos eran los mandamientos. Los mandamientos se dieron a los hombres, iban dirigidos a los hombres, porque eran los hombres quienes creaban las sociedades. Porque una sociedad de Lilliths, era una sociedad de provocación constante, libertinaje y rebeldía que no podían permitir.

En pocos meses se habían dado muertes sonadas: Juliette, única conocedora de un solo símbolo de la llamada Orden de Caín, Frederick y Malcolm Rasmussen, Heubert, Harald, Lycos, Billy Verych, Ender Verych… Y habían perdido muchos fondos y tesoros de las brujas. Era evidente que esa Orden los tenía en su poder, pero ¿para qué? Él era un sacerdote spencari. Estaba en posesión del espejo más famoso de todos, robado en Tesalia a las brujas. Un espejo de yeso selenítico que sufrió un gran percance, pero que logró restituir. Con él practicaba la catoptromancia y estaba en contacto directo con el Señor del Tiempo. El único y más grande. Y, aunque el Señor le guiaba en su camino y le orientaba con sus designios, había detalles que al Dextera se le escapaban, información que le gustaría tener, pero que, debido al hermetismo de dicha Orden y a su extraña magia pagana, no se podía revelar. ¿Qué era aquello tan satánico que ni siquiera el Señor podía leer?

Fuera lo que fuese, estaban juntos en ese momento para unificar ideas y para seguir la hoja de ruta del plan. Porque no podían infravalorar a sus enemigos, ese era un defecto que ellos nunca habían tenido. Por eso llevaban siglos y siglos a la cabeza de los cambios en la historia y la sociedad humana.

A su lado, a mano derecha, se encontraba el director de Deus Home, Arséne. Su perfecto pelo negro repeinado hacia atrás y su pálida piel, lo hacían ver como un vampiro que no era. Lo que nadie sabía era que se trataba del mayor abogado del Diablo, que trabajaba, sin duda, para su Señor.

A mano izquierda, Brad Verych, de pelo corto y entrecano, hermano del fallecido Ender, asesinado la noche anterior en una contienda en el McManus, sujetaba su habano negro y el humo le irritaba uno de sus ojos azul claro. Él se haría cargo de los negocios familiares a partir de ahora.

Y sentado frente a él, con su intimidable aspecto de pelo largo y blanco y con sus inequívocos ojos absolutamente negros, sin esclerótida, se encontraba sentado y sin probar un solo bocado, Khaned, el Nigromante, y una de las primeras espadas del Dextera. De él se decía que no comía nunca y que hablaba poco. Pero cuando hablaba, siempre era para sentenciar.

—Los lupis se excedieron ayer noche —advirtió con voz grave Brad Verych a Arséne—. Es imprescindible que haya discreción. No pueden actuar como salvajes.

Arséne sonrió con incredulidad.

—Son salvajes. Son animales —le recordó—. No debería esperar demasiado raciocinio de ellos. Con todo y con eso no fue uno de ellos quien mató a su hermano.

—Eso espero. Solo faltaría tener un ejército de lobos para que maten a los nuestros —opinó el Dextera con sarcasmo. Brad se echó a reír tristemente—. Lamentamos la desaparición de Ender Verych. Espero que se haya unido a Billy y el Señor lo haya acogido para traerlo de vuelta pronto —Aquel era el modo que tenía el Dextera de dar el pésame—. Ha hecho un gran servicio a la causa noble.

—Han caído Ender y Billy —comentó Brad—. Pero no se sabe nada de Justice. Está desaparecida, y es la mejor maestra para las artes mágicas. Lo aprendió todo de Billy.

—Mis experimentos necesitan sus dibujos y sus diseños para enfrentar a nuestros enemigos —concretó Arséne mientras introducía la nariz en la copa de vino como si fuera un experto enólogo—. Los vacíos, las protecciones, los amarres… Ella es la única que posee el don. Tenemos que encontrarla. Lycos también está desaparecido. Nos enfrentamos a una coalición de enemigos a los que no podemos detectar ni ver venir, a un resurgimiento de brujas y hombres lobo de los que no teníamos constancia. Juegan con unas leyes y un lenguaje que ni vemos ni entendemos, aunque cada vez tenemos más medios para poder defendernos de ellos. Y aun así las familias de acreedores estamos siendo atacadas, y nuestros tesoros se están vaciando de nuestros museos.

—Creo que estamos ante una rebelión sin precedentes —dijo Khaned el Nigromante, haciéndolos callar a todos—. Hace siglos que nos enfrentamos a ellos, y nunca han estado en condiciones de vencernos. En la antigüedad los perseguimos hasta exterminarlos, o incluso hasta encerrarlos para siempre. Combatimos a los nomuertos, y aprendimos a arrancarles el corazón y a esconderlos en huevos urna porque descubrimos que eran invencibles, y ese era el único modo de evitar que volvieran a la vida: encerrando su órgano vital. Intentamos replicarlos, pero los resultados son abominaciones anárquicas y con poca conciencia individual. Creíamos que ya no habría más vampiros. Pero hubo más. Y muchos de ellos, hoy en día, usan una magia que no sabemos descifrar, porque no es una magia de aquí. Y evoluciona con el paso del tiempo. Todo cambió hace poco en Croacia, cuando el laurel resurgió de nuevo. Y, desde entonces, a los vampiros se les han unido otros Lilims. Los lobos han renacido, y creo que tienen a brujas muy poderosas con ellos. Están yendo a por nosotros, y tienen más información que nunca. No deberíamos menospreciarles. Las familias tienen nuestra seguridad, pero la están sabiendo burlar.

El Dextera estaba de acuerdo. Harald y Heubert, como piezas más fuertes, habían caído a manos de ellos. Y no podían seguirles el rastro.

Pero eran la Legión. Nada iba a detenerlos. La humanidad ya había perdido su oportunidad. Y si ellos habían perdido, ¿por qué esa Orden de la mujer serpiente seguía incordiándoles? ¿Qué querían? ¿Luchaban porque todavía creían que podían cambiar el destino de su mundo? Al Dextera le encantaría saber por qué creían algo así. ¿Qué sabían ellos que él desconocía?

—Debemos tener los ojos bien abiertos y redoblar esfuerzos y seguridad —sentenció el Dextera—. Esto aún no ha acabado. Es posible que aún quieran recuperar a las manzanas podridas que queden conscientes en nuestra realidad, a todos esos paganos despreciables adoradores del Mal y lo perverso —sus palabras destilaban odio—. O es posible que no reconozcan la derrota y quieren morir matando. Lo que es evidente es que ya no pueden rescatar espiritualmente ni mentalmente a nadie más. No a partir de ahora. La reunión con Las Secretarias de Estado ha funcionado, así como los pasos a seguir con la conferencia —les explicó el Dextera—. Todas las familias inversoras están al corriente y aunando fuerzas para que el plan siga adelante. El Orden será el siguiente: después de la Pandemia global que les obligó a todos a quedarse encerrados en sus casas, monopolizados solo por los medios de comunicación afines, la sociedad desarrollada se ha acostumbrado a estar encerrada creyendo que es por su bien, y se han adaptado a la privacidad de libertad. Las vacunas nos ayudan a monitorizar todos sus pensamientos, así como los chips de alta tecnología que leen sus sueños, sus miedos y sus pensamientos gracias a la telefonía móvil. Los Pupilli han ayudado mucho para conseguir que, genéticamente, el humano no rechace los lectores biológicos que se introdujeron sistemáticamente en sus vacunas.

Arséne asintió con seguridad a las palabras del Dextera y añadió:

—Los lectores biométricos funcionan así, como las localizaciones. Tenemos un control pormenorizado de los movimientos de cada individuo. Si alguien se cuestiona o se despierta, las agencias actuarán desde sus propios países para redirigir su despertar, mediante los repetidores. Estos emitirán señales personalizadas. Salvaremos el mundo de nuestro Señor y a sus fieles también.

El Dextera asintió y cruzó los dedos de sus manos sobre su vientre, cubierto por su sotana negra.

—La humanidad está perdida. El Señor nos pide que guiemos de nuevo las almas de sus hijos a la creencia de pertenencia, pero también de una falsa libertad y seguridad. Las ciudades están en marcha, la obligación de cambiar y sanear por la emergencia climática cada vez tiene más conciencia en la población. El mensaje en los humanos debe ser siempre el mismo: hacerlo por los demás, por el bien de los demás. El mensaje siempre ha sido así, y es el que más cala en ellos, porque en el fondo, quieren ser bondadosos y acercarse más a Dios.

—Quieren el billete al cielo —añadió Brad Verych mientras miraba desafiante a la ciudad bajo sus pies—. Vender una sociedad mejor y con más comodidades les parece atractivo. Por eso no ven nada malo en una globalización más positiva. Menos pobreza, comida sostenible, igualdad de género —se burló de esto último—, paga de por vida y manutención, inclusión social, todos mezclados con todos. Levantaremos las prohibiciones y seguirán comiendo de nuestra mano. Con el tiempo, todo les parecerá natural y adecuado. No tendrán de nada, pero creerán ser más felices. Lo que no saben es el gran sacrificio que han hecho por obtener esa vida más cómoda y globalizada. Y es que —alzó la copa de vino—, perderán su identidad individual, para crear una conjunta.

—Acaba de hacer una definición exacta de «venado», Maestre —A los cabecillas de las familias de acreedores, el Dextera les otorgaba el título de Maestre. Y los llamaba por su denominación—. Nuestros enemigos se hacen llamar Orden, pero el Nuevo Orden está al caer. Pronto se creará un gobierno único. Y el único modo de crear un gobierno único es inventando una amenaza externa, y aún debemos definir el tipo de amenaza que queremos para la humanidad —sonrió como si estuviera en disposición del mejor juego de todos—. Una amenaza que nos convierta en una única nación, sin arbitrariedades. Una nueva Guerra Mundial, una nueva pandemia mucho peor que la anterior…

—Las guerras siempre son buenas —sugirió Arséne con una sonrisa—. Los proyectos para una nueva humanidad solo avanzan con la guerra.

—Es una probabilidad —vaticinó el Dextera—. Hemos ayudado a cambiar la sociedad de tal manera que ahora podemos hacerles mirar a todos hacia una misma dirección y hacerles creer lo que nos convenga. El juego hace mucho que ha acabado para la mayoría, pero el único modo de suprimir esos esporádicos fallos y esos despertares incómodos que hacen que se planteen si la vida y la realidad que les rodea es verdadera, es alejándolos por completo de su interior, prohibiéndoles que miren hacia adentro, entreteniéndolos con mil cosas, automatizándolos, dominándolos con el miedo constante, para que se concentren solo y únicamente en todo lo externo que reclama su atención.

—La humanidad no nos debe preocupar. A ella ya la hemos vencido —El Nigromante se cruzó de brazos y miró de frente al Dextera—. Debemos ir a por nuestros enemigos y estar preparados. Deberíamos adivinar sus movimientos, pensar como ellos. Al fin y al cabo, es la única amenaza real que nosotros tenemos. Reforcemos nuestro propósito, pero también nuestra seguridad. Quiero saber dónde desapareció Lycos —ordenó el Nigromante—. ¿Tenía su localizador insertado?

—Todos los Lupis lo tienen, así podemos rastrearlos mejor —convino Arséne—. Te daré la localización de su último movimiento.

—Bien. Mientras tanto, los Verych, deberíais encontrar a Justice. Ella es importante —aseguró el nigromante con voz mordaz—. No me gustaría nada que cayese en manos de ellos.

—A mí tampoco —dijo Brad—. Y seguro que a Arséne menos. De sus tatuajes y su arte depende la protección de los lupis y los vacíos contra los vampiros.

—Su arte podría darnos mucho más —susurró crípticamente el mago negro de la Legión. El Nigromante se quedó pensativo, largos segundos, y después se descruzó de brazos y apoyó los codos en la mesa—. Dextera, solo tú puedes saberlo. ¿Cuál podría ser su siguiente movimiento? ¿A quién deberíamos recurrir?

El Dextera sonrió bajo su holgada capa negra. Sus delgados labios se estiraron, y su rostro cerúleo y sombrío se iluminó, aunque pareciese imposible en alguien tan oscuro como él.

—Lo consultaré con el Señor. Hablaré con el espejo y os lo comunicaré. Pero ya sabes cómo funciona… Cuánto más le pido, más me exige —sus ojos destilaron el deseo de verter sangre en nombre de su dios.

Khenda se levantó de la silla e hizo una reverencia a los presentes y besó el anillo de la mano derecha del Dextera.

—Eso no será problema. Sus deseos son órdenes.

Todos veneraban el espejo.

Él sabía que cualquiera de ellos mataría por alimentar al Señor, y lo respetaban mucho por ser el único con quien él había accedido a mantener una línea constante de comunicación.

Por eso no solo harían cualquier cosa por su Señor, también lo harían por su Dextera, dado que era una elongación del más poderoso.

Mientras, el Nigromante iría a por nuevas víctimas para ofrecérselas en sacrificio al espejo, la cena entre el máximo representante del poder religioso, el de la ciencia y el del arte continuaría en un apacible ambiente en el que, el control de la humanidad sería siempre el tema más hablado, y la reducción definitiva de la Orden, el más deseado.

Por ahora, tenían uno asegurado, el otro, les gustaría entenderlo mejor para poder dominarlo.

Pero la Orden estaba lejos de ser dominada dado que no eran simples humanos.

Capítulo 1

Noruega

Tundra del Norte

Siglo X

Géstense Piletre. Sorgepil. Eso era lo que le había pedido su hermana Ceres al entrar en contacto con ella mediante el aglónice que les pendía a todas las hijas de Lillith del cuello. Eran nombres noruegos que se le daba al sauce.

«Ve al Sur del Ártico, en las montañas de Noruega y tráeme una buena rama de Sauce llorón. Lo necesito inmediatamente». Esas fueron las premisas.

Y Jadis la obedeció sin más, porque era de vital importancia y relevancia que encontrase la mejor rama de ese árbol si la orden provenía de Ceres. Y porque Jadis sabía lo que su querida hermana se traía entre manos. Por eso recorrió el bosque de sauces llorones y dio no solo con una, sino con unas cuantas ramas adecuadas que Ceres podría utilizar para su propósito.

Lillith la había enseñado muy bien, a viajar a través del espacio y del tiempo y a ser rápida y efímera en sus misiones. Su trabajo no era para nada sencillo. Era como una estrella fugaz en la tierra, que nunca podía quedarse estática, nunca podía encontrar su lugar fijo. Y lo asumía. Eran brujas, brujas Originales, hijas de la Primera. Creadas y educadas desde el amor, pero también desde la disciplina, para convertirse en armas arrojadizas e indetectables para el Inventor y su complejo sistema lleno de fallos.

La misión de ellas, su labor, estaba por encima de cualquier necesidad personal, por muy emocional que fuese.

Eran cuatro originalmente: Circe, Ceres, Tamsin y ella.

Pero, en ese momento de aquella realidad, solo quedaban dos en el exterior: Ceres y ella.

Circe había desaparecido a través del espejo mucho tiempo atrás, cuando intentaron salir del videojuego del Inventor y encontrar el llamado «Origen».

Tamsin se había encerrado en el foso de los vaélicos para que Lycos y Heubert, miembros de la Inquisición de la Legión, creyesen que habían muerto.

Y Ceres, la inventora de armas mágicas de las hijas de Lillith, debía cumplir con su última misión antes de que Jadis, de nuevo, tuviera que encerrarla a ella y al resto de brujas avanzadas que la Legión quería eliminar.

Después de aquello, Jadis se llevaría a Ceres a un lugar seguro, un escondite mágico que sería el foso de las brujas y que ni el Inventor sería capaz de rastrear.

Pero debía darse prisa. En la cueva donde su hermana se había labrado una reputación de la eks mágica del norte de Noruega, había grabado un lasabrjotur, el símbolo mágico que Lillith había enseñado a hacer a sus hijas y a las Antiguas para que pudieran comunicarse entre ellas y en el caso de Jadis, viajar a través del espacio atravesando esos símbolos. Entre todas habían labrado un increíble circuito de lasabrjotur por todo el orbe. Y gracias a eso, Jadis podía desplazarse como se desplazaba.

No debía demorarse más, así que escogió las mejores ramas largas y flexibles de la familia de las salicáceas y las cargó con ella. Incluso rasgó parte del tronco del árbol para llevarse trozos de su corteza fisurada.

Seguro que Ceres haría buen uso de todo aquello. Debía hacerlo, porque sería el único modo de detener al vampiro desquiciado que estaba sembrando el terror y a quien debían parar los pies con urgencia o destrozaría todo el plan de su madre.

Lillith la advirtió una vez y se lo explicó:

«Habrá un miembro de la Orden que necesitará descanso y silencio, porque se lo llevarán todos los demonios, y tendrá un grandísimo poder, pero estará en manos poco responsables y cuerdas. Tendrás que obedecer a tu hermana de inmediato, Jadis, y traerle lo que ella te pida. Después de eso, tu labor será recoger a todas las brujas avanzadas de la realidad del inventor, a cuantas más antiguas puedas aglomerar, y encerrar a tu hermana en un foso con ellas».

Le hubiese gustado que su madre no tuviera razón. Pero la tenía. De hecho, Jadis vivió una parte de ese futuro con ese vampiro aniquilador campando a sus anchas, y nada de todo aquello acababa bien para los Lilim.

Por eso estaba actuando ella. Para minimizar los daños, para corregirlos y para, en un futuro, volver a abrir la caja de Pandora, con más posibilidades para ellos y para encontrar su Origen. El plan estaba muy estudiado, pero dependía de su exactitud en los viajes y, después de lo que pasó con Tamsin o con Circe, Jadis luchaba por ser lo más justa y exacta posible.

Sujetó con fuerza el aglaónice, caminó hasta el lasabrjotur que una Antigua había marcado en una roca y pensó en su hermana Circe para viajar de nuevo en el tiempo.

Se había acostumbrado a los mareos, a la desintegración de su propio cuerpo y materia, a la separación de las células de su propio organismo… Ya no le suponía ningún esfuerzo porque aquella era su habilidad, su don.

Todas tenían uno que sobresalía más que el de las demás.

Ellas eran inmortales. No envejecían y tenían increíbles habilidades al servicio de los Lilim, y siempre de ellas mismas.

Posiblemente, visto desde fuera, su habilidad era la de más responsabilidad y sacrificio. La más dura de todas. De hecho, se le estaba llevando parte de su paz mental y de su capacidad para relacionarse con los demás, porque solo podía estar sola y, en muchos casos, si se rodeaba de gente era en momentos esporádicos en lugares evanescentes.

No estaba loca. Solo un poco desequilibrada, sin anclas ni vínculos más allá del que había desarrollado con sus hermanas. Pero no estaba ida, aunque ¿a quién no le volvería loca ver tantas vidas y realidades en una, sin poder vivir nunca la suya propia? ¿Los locos saben que lo están?

Esa era la pregunta que rondaba a Jadis cuando acabó de hacer su viaje espacio temporal y llegó a la cueva en la que su preciosa Ceres esperaba sentada frente a sus inseparables libros, ojeándolos por enésima vez. A ella le gustaba leer tanto como inventar, y leía de todo. Siempre adecuaba los lugares a los que debía ir a trabajar como si fueran pequeñas bibliotecas. Y, a su manera, eran rinconcitos muy acogedores. Incluso en aquella gruta de piedra lisa y espacios altos, se colaba la luz del exterior y la iluminaba de un modo cálido y mágico. Además, era un lugar oculto y protegido, que la Legión no podría encontrar fácilmente. Además, había trazado un círculo protector alrededor, para que ningún ser mágico, bueno o no, pudiera entrar si ella no le daba el permiso. En el futuro, sería un hechizo muy usado para proteger las casas de la intrusión de los larvas y los no muertos. Pero eso era algo que Ceres no sabía. Su hermana desconocía que su invención sería un chisme del folclore humano y popular contra sus monstruos.

—Hola, tú —saludó a su hermana Ceres.

Esta se dio la vuelta asustada, y la miró extrañada, como si no la esperase.

—Diantres, Jadis. Qué susto me has dado.

Su hermana tenía el pelo castaño claro, largo y liso, con flequillo y los ojos de un color miel amarillento. Y pequitas en la nariz, muy claritas. Pero todas las tenían. Ceres era una chica esbelta y elegante, cuando caminaba no hacía ruido, como si levitase, y siempre tenía una sonrisa en sus ojos curvos y de largas pestañas. Llevaba su capa negra con capucha por encima de los hombros, y se calentaba al lado del fuego que ella había encendido, mientras leía un libro de un tal Da Vinci que Jadis le había traído de sus viajes en el tiempo.

Jadis se acercó a ella con las ramas de sauce que ella le había pedido. Le hacía mucha gracia el modo de hablar de Ceres. Era remilgada y nunca usaba malas palabras ni pronunciaba tacos. Hasta que se enfadaba. Porque cuando se enfadaba, era como si la poseyese el demonio.

Sus hermanas eran unas malhabladas, pero disfrutaban con cómo se les llenaba la boca con los dicterios aprendidos mediante los viajes con su madre.

—¡Aquí tienes!

—Ah… —Ceres miró las ramas con curiosidad—. ¿Qué me has traído?

—Lo que me has pedido —dijo ella contestando obviamente.

Ceres miró a los ojos a Jadis, medio sonriendo y disculpándola.

—Cariño, no. Yo no te he pedido nada. Al menos, todavía no —dijo mirándola divertida.

Jadis alzó la cabeza de repente y miró a su hermana. Entonces, al advertir lo que ella decía, pateó el suelo como una niña pequeña histérica y empezó a soltar sapos y culebras por la boca.

—¡Por todos nuestros muertos y el Demonio más perverso de todos! ¡¿Me estás diciendo que me he equivocado de día otra vez?! ¡Otra vez! —clamó mirando al techo de piedra de la cueva—. ¡Malditos embudos temporales! ¡No les cojo el truquillo! ¡¿Por qué?! —alzó los puños como si pidiese explicaciones a su propio dios.

Ceres se cubrió la boca y se murió de risa al verla así.

—Cuánto más tiempo pasa más dramática eres, Jadis —dijo entre risas—. Ay, qué divertida eres —la atrajo y la abrazó para tranquilizarla—. Cálmate, seguro que lo solucionamos.

—Esto es importante —musitó contra su hombro, cansada de sus errores—. ¿Qué día es hoy?

—¿Según el calendario romano? –preguntó Ceres apartándole el pelo rojo de la cara.

Su madre les había enseñado desde muy pequeñas a controlar el tiempo de la realidad del inventor con el calendario romano. Ellos habían creado el origen de los días, según la tradición helénica de acuerdo a astros y planetas principales.

—Sí, claro.

—Es miércoles, atardecer de la segunda semana de noviembre del año mil.

Eso reavivó la esperanza de Jadis.

—¡Ah! Entonces, ¡vamos bien! —sus ojos de ese color verde vivo e inverosímil titilaron con alegría—. ¡Es hoy! ¡Es hoy!

—¿Es hoy? —repitió ella sin comprender. A ella siempre la entretenía las reacciones de su hermana.

Jadis sonrió y resopló aliviada. Señaló las ramas de sauce en el suelo.

—Sí, es hoy cuando usas esto.

—¿Ramas de sauce? Solo usaría las ramas de sauce para detener a un miembro de la Orden. Y si eso sucede hoy quiere decir que…

—Sí —asintió Jadis acariciando comprensivamente la mejilla de su hermana—. Ya sabes lo que va a venir.

Ambas se miraron con tristeza, pero también con determinación. Sabían lo que habían venido a hacer a esa realidad y no estaban para sentimentalismos. La estaca era el punto de inflexión para Ceres. Después de eso, le tocaba recogerse, como sucedería con Tamsin, si no había sucedido ya.

De repente ambas se quedaron calladas cuando oyeron un ruido en el exterior de la cueva.

—Yo no debería estar aquí.

—Entonces, cúbrete —le ordenó moviendo su mano para meterle prisa—. Corre.

Jadis se cubrió la cabeza con la capa de invisibilidad, y se quedó oculta en la cueva, solo para ver quién entraba en la caverna. Debería haberse ido, pero lo que sucedió a continuación la dejó anclada en el lugar.

Cuando oyó el retumbar de esa voz masculina, se quedó paralizada y sintió algo muy poderoso y foráneo en el centro del pecho. Algo que recordó haber sentido una vez, no sabía cuándo, en uno de esos agotadores y desquiciantes viajes en el tiempo. Pero la sensación era la misma. Y era extraño porque, recordaba, pero no recordaba, como si fuese un sentimiento vetado o una añoranza prohibida pata ella. ¿Por qué recordaba haber oído esa voz antes, cuando, en realidad, no sabía ubicarla? ¿Por qué la afectaba así? ¿Sería cierto que los bucles espacio temporales estaban acabando con su cordura? Oh, pero esa voz se sentía tan bien… que cada célula de su cuerpo, cada hormona, reaccionaba como si hubiese sido acariciada.

Sin parpadear, con la vista fija en la entrada de la cueva, y arrugando su capa de invisibilidad a la altura del pecho, Jadis esperó pacientemente a ver entrar al propietario de esa voz, con un suspense sobrecogedor.

—¿Du der, heks? —¿Estás ahí, bruja?

«Oh, joder» … Eso fue lo que pensó Jadis cuando vio a ese vikingo por primera vez. Aunque, por los brincos que daba su corazón daba la impresión de que no era la primera vez. ¿Por qué? ¿Por qué estaba experimentando esas sensaciones?

Aquel hombre, de pelo rubio y largo, muy trenzado, y ojos de color rosado, era lo más perfecto que había visto ella en aquel mundo equivocado del Inventor. Ese hombre era todo lo que alguna vez había estado bien.

Era muy alto, estaba muy musculado, su tez había sido bronceada alguna vez por el sol y en su inmortalidad, ese color perseveraba. Era el vikingo más subyugador que había visto en su vida. Estaba lleno de vida, aunque ya había muerto una vez. Debía reconocer que su madre sabía cómo dar la inmortalidad a los humanos que se lo merecían. A este vikingo, la genética le jugaba en su favor. No todos los vikingos eran iguales, obvio. Había de todo, porque el juego del inventor era amplio en gamas y matices. Pero aquel vikingo, que no había visto en el futuro que lamentablemente Jadis vislumbró, la dejaba sin adjetivos y sin habilidades para describirlo.

Llevaba una blusa negra y holgada que no escondía del todo el impecable tono muscular que había debajo, unos pantalones oscuros de telas de entonces junto con un calzado de piel y cordeles, y una espada sujeta con una cinta de cuero en la espalda. Pero lo que más le llamaba la atención a Jadis era, sin duda, esos ojos. Los ojos de un vampiro Lilim, creado por su madre. Jadis tomó aire por la nariz y todo su cuerpo tembló de emoción.

Él solo tenía ojos para su hermana Ceres. La había venido a buscar a ella. Jadis lo sabía porque aquel era el paso a seguir, porque todo cambiaba a partir de aquel momento. Ellas daban la posibilidad a la Orden de proseguir con su cometido, pero primero debían detener a la bestia que había nacido entre ellos. Porque las brujas lo cambiaban todo.

—Estoy aquí —dijo Ceres saliendo como una sibila entre las sombras—. ¿Con quién estoy hablando? —preguntó mirando fijamente al vikingo.

—Khalevi. Solo Khalevi —contestó con voz firme y actitud fría, como la de una serpiente.

—Khalevi —susurró Jadis solo para sentir su nombre deslizarse entre su lengua y sus dientes.

Él giró su apuesto rostro hacia donde ella estaba y frunció el ceño. Parecía haberla oído.

—¿Qué haces aquí, Khalevi? —Ceres sabía fingir muy bien y controlar cualquier situación. En su semblante nada hacía adivinar que allí había alguien más con ella.

Pero ninguna estaba preparada para los dones de un vampiro.

—Hay alguien más contigo —señaló él.

Jadis se envaró y apresó la capa todavía más contra su pecho. ¿De qué tenía miedo? Ella no temía a nadie. ¿Era miedo eso que sentía?

—No —contestó Ceres sin inflexión.

—No soy humano, bruja.

—¿Y crees que yo sí? —dijo alzando una ceja castaña—. Te digo que no hay nadie. ¿Qué es lo que quieres? —alzó la cabeza con altanería.

—Me hablaron de ti. Sobre una bruja increíble en el norte que consigue cosas imposibles y crea objetos mágicos. Una bruja Original.

—Esa es demasiada información. ¿Quién te la dio?

—La bestemoren de mi pueblo. Nos reunía a mí, a mi hermana y a mis amigos para hablarnos de una mujer poderosa, una eks, que podía lograr lo que muchos no conseguían.

—¿Cómo se llamaba tu bestemoren? —preguntó con curiosidad.

—Ludmila.

Jadis sonrió complacida al oír el nombre de la adorable anciana, y también lo hizo Ceres, porque ese nombre era importante entre las Antiguas.

—Pero ya no está —aclaró Khalevi—. Ni ella ni mi pueblo. Sigurd y Harald lo destruyeron y torturaron y mataron a todos cuando…

—Lo sé —lo cortó Ceres—. Sé lo que pasó. Es lo que está pasando en toda la tierra. La cristianización.

Khalevi asintió, y volvió a mirar inconforme hacia donde se encontraba Jadis.

—Sí. Huele a… parece albahaca. Huelo dulce.

Ceres se tensó porque sabía que su hermana exudaba ese tipo de fragancia.

—¿Sabes de plantas? —dijo Ceres con curiosidad.

—Mi madre sí. Sabía mucho.

Ceres hizo chasquear sus dedos ante él, para devolverlo a su realidad y que dejara de obsesionarse con Jadis.

Khalevi la miró aturdido.

—¿Qué acabas de hacer con los dedos?

El chasquido de dedos no era algo habitual en esa época. De hecho, era un gesto más moderno. Pero ¿por qué parecía que Khalevi reconocía ese acto como algo familiar?

—Nada —mintió.

Khalevi inclinó la cabeza hacia un lado, y estudió a la bruja como si fuera una presa fácil para él. Pero a Ceres no le intimidó.

—¿Sabes qué soy?

—Sí. Un vampiro —contestó sin más, cruzándose de brazos—. ¿Y sabes qué soy yo?

—Una bruja.

—Una original —puntualizó—. Te recomendaría que dejes de mirarme como si quisieras atacarme. ¿Qué es lo que quieres de mí, Khalevi?

—Necesito que me des una solución. Que nos ayudes. Somos hijos de Lillith también.

—No —Ceres se rio con soberbia—. Sois creaciones. Solo nosotras somos sus hijas, recuérdalo.

—Como sea. Lillith transformó a algunos de los nuestros y nos estamos vengando de los cruzados traidores que acabaron con nosotros. Pero uno de los nuestros está totalmente descontrolado —dijo preocupado—, y está llamando demasiado la atención.

Jadis ya sabía de quién se trataba. Axe el Terrible. Lo sabía porque, por él ella estaba allí.

—Quiero detenerlo. Es un gran amigo mío, como mi hermano, pero, por algún motivo es mucho más poderoso que el resto y ya no lo reconocemos.

—Es porque ha cruzado la línea, vampiro. Eso destruye la esencia.

—Se ha convertido en un asesino y es muy difícil hacerle entrar en razón. Ha abandonado la Orden, trabaja solo, ya no está con nosotros, pero no sabemos cómo pararle los pies. No somos capaces.

—Solo tenéis que arrancarle el corazón —dijo muy pragmática.

La respuesta sorprendió a Khalevi, pero a Jadis la hizo reír. Su hermana era una bruta.

—No queremos tener que llegar a ese punto. Él es nuestro líder. Al menos, lo era antes de volverse loco… Nos gustaría que nos dieras un remedio para poder aplacarlo… dormirlo. Si eres una hija de Lillith original, solo tú puedes saber cómo detenerlo. Por favor.

Jadis sintió una punzada de pena al oírle hablar así. Porque se le veía muy triste y desesperado. Ese hombre estaba lleno de amor y respeto hacia los suyos, y estaba sufriendo al ver lo que sucedía y al contemplar la perdición de alguien querido. Lo que no sabía Khalevi era que su decisión cambiaba el futuro, para bien. Aunque también iba a acarrear carambolas desagradables con el paso del tiempo, porque todo erosionaba.

Ella tenía el impulso de mostrarse ante él, de que la viera. No sabía por qué, pero más allá de la pérdida de su cordura con sus viajes atemporales, con el encuentro con Khalevi, sentía que se le iba algo más.

Era un sentimiento incomprensible, que la atemorizaba. Se le iba el corazón, porque sabía que no podía tenerle.

¿Se había enamorado? ¿Sentía que era de ella?

El amor original era así. No necesitaba leyes ni tiempos. Sobrepasaba todo lo tangente, todo lo racional. Existía y nacía sin más.

Como le pasó a su madre Lillith con Caín.

Los ojos se le llenaron de lágrimas al sentir ese tipo de amor tamborilear en su pecho, de un modo tan innegable, porque, nadie iba a poder vivir a su ritmo, nadie querría la vida que ella tenía en ese momento.

No conocía a ese hombre, pero la había cautivado, y no le había hecho falta conocerle o conversar mil veces bajo la luz de la luna con él. Él solo había tenido que preguntar «¿Estás ahí, bruja?», para que su corazón atemporal sintiese que preguntaba por ella. Y sí, estaba ahí, pero Jadis no podía quedarse con él. Aunque lo desease, tenía mucho que hacer todavía.

—¿Me puedes ayudar? —preguntó Khalevi exigente.

Jadis se movió hasta colocarse detrás de su hermana y le dijo al oído:

—Ceres, espera. Antes de hacer nada, habla conmigo. Dile que le vas a pedir algo a cambio de la estaca de sauce que vas a hacer. Te espero adentro —susurró echando un último vistazo a Khalevi.

Ceres parpadeó como si nadie le hubiese hablado en voz baja. Haría caso a la directriz de su hermana, porque solo ella sabía por qué decía las cosas o por qué las hacía. Y, aunque tuviera problemas de cálculo temporal, no les estaba yendo tan mal.

—Sí, vampiro —contestó Ceres muy pensativa—. Te ayudaré. Pero un instrumento de ese calibre no se da altruistamente.

—¿Cómo que no, bruja? ¿Qué me vas a pedir a cambio? —dijo a la defensiva—. Estamos en el mismo bando, no pensaba que me harías ningún chantaje.

—Para las brujas solo hay un bando. El nuestro —aseveró—, y depende de los demás que os aliéis con nosotras. Además, no trabajamos gratis. Voy a pedirte algo a cambio, solo quiero asegurarme de que vas a pagarme adecuadamente. ¿Estás dispuesto a darme lo que sea con tal de ayudar a vuestro líder? —alzó una ceja inquisitiva.

Khalevi parecía incómodo. Reflexionaba sobre las palabras de la bruja, pero tampoco tenía más opciones. Ella era su única esperanza, y se había jurado que encontraría el modo de dar paz a Axe. No le podían quitar nada. Era un ser inmortal y podría conseguir cualquier cosa que exigiera esa bruja. Por eso, la miró de frente y contestó:

—Sí. Te daré lo que sea.

—Bien. Entonces, espera. Ah, y no intentes seguirme o internarte en la cueva —advirtió dándole la espalda—. O arderás como si estuvieras en el mismísimo Infierno.

Khalevi no parecía sorprendido por su amenaza. Sabía que las brujas Originales eran poderosas y peligrosas, pero nunca se imaginó que fuera tan jovencita y tan menuda. Aun así, la obedeció. Ludmila siempre le dijo que no jugase nunca con la paciencia de una bruja y que no la desafiase jamás. Si era un mensaje para tener en cuenta en un futuro, era en ese momento y en ese lugar.

¿Cuándo sino iba a necesitar él la ayuda de una bruja?

En el interior de la gruta, una sorprendida Ceres estudiaba el comportamiento errático y nervioso de Jadis, que caminaba de un lado al otro de la concavidad de la caverna, mientras las pequeñas antorchas ancladas a la pared iluminaban la estancia. Por la noche debía apagarlas para que no llamase la atención el fulgor de sus llamas y atrajese a cazadores o a otras bestias.

—¿Qué te pasa, Jadis? Nunca te había visto tan nerviosa. —Se acercó a ella y la detuvo poniéndole las manos sobre los hombros—. Tienes las mejillas enrojecidas y el corazón acelerado. ¿Qué pasa, hermana?

—Es… —Se retorció las manos, muy intranquila y se mordió el labio inferior—. Es difícil de explicar… Pero no puedes dejar que se vaya sin más. Tiene que darme algo a cambio.

—¿Quién? ¿Él?

—Sí.

—¿A ti? —No comprendía nada hasta que su mirada almendrada con tonos naranjas se tornó suspicaz—. ¿A ti por qué?

—¿Sabes lo que nos dijo mamá sobre el amor original? ¿Lo recuerdas?

—Sí —contestó con seriedad—. ¿Qué pasa con eso?

Jadis no sabía cómo decirle a Ceres que la ayudase, porque ni siquiera ella entendía el loco sentimiento de querer apropiarse de alguien, de elegirlo, de impregnarse de alguien tan rápido hasta vender su corazón. Era como si su corazón ya no le perteneciese.

—Ese vampiro, ese Lilim, es para mí, Ceres. Es mío —sentenció con una pasmosa seguridad.

Ceres abrió las cuencas hasta que los ojos casi se le salieron de órbita. ¿Su hermana Jadis estaba «marcada» por un Lilim?

—¿Tuyo?

—Sí.

—¿Es tu amor original?

Jadis se retorció de nuevo los dedos de las manos y asintió en silencio, medio avergonzada por reconocerlo y medio arrepentida por lo que iba a hacer.

—Está bien. ¿Qué quieres que haga? —dijo su resolutiva hermana.

Jadis la miró fijamente, sin oscilar las pestañas.

—Quiero que selles su corazón para mí.

—Él no sabe que existes. ¿Quieres que lo cape cuando tú no vas a poderlo tener?

—Sí. Él no puede saber que existo —reconoció—. No ahora. No nos podemos conocer en este momento. El bucle del tiempo no se puede alterar así.

—Entiendo —dijo su hermana mirándola con tristeza—. ¿Estás segura de lo que quieres que haga?

—Mi decisión es firme, Ceres. Sé por qué lo hago. Él no se va a dar cuenta.

Pero Ceres lo dudaba. Un hombre inmortal y con las emociones tan volcánicas e intensas de un hijo de Lillith y Caín, sabe cuándo algo va muy mal en él y su corazón deja de sentir.

—Se dará cuenta. Para que mi hechizo funcione debe darme lo que le pido por propia voluntad.

—Ya lo ha hecho, ¿no? —Jadis alzó su ceja perfecta y rojiza—. Ha dicho que te daría lo que pidieras. ¿Por qué no tomas eso como su permiso?

Ceres sonrió y asintió. Solo era un mero tecnicismo que él no hubiese dicho las palabras correctas o que no supiera qué debía sacrificar.

—Está bien. Me pondré con la estaca.

—Bien —Jadis se cruzó de brazos y miró hacia el exterior, donde esperaba Khalevi impacientemente—. Haz más de una, hermana. No sabemos cuándo las podremos necesitar.

—De acuerdo.

Ceres procedió a trabajar con las ramas de sauce. Su magia las hizo levitar con un movimiento de sus dedos y las partía y les daba forma como ella quería.

A Jadis le gustaba verla trabajar. Todo era un ritual, cada movimiento tenía un sentido, un ritmo, una intención… Ceres era una inventora de objetos sin igual.

Creó tres estacas, que flotaban en círculos perfectos ante ellas. Jadis las estudió con curiosidad y esperó a que su hermana hiciese algo más.

—¿Ya están?

—No —contestó Ceres—. Elige una, hermanita.

Jadis optó por la que consideraba más afilada de todas. La tomó con decisión y en ese momento, una astilla se le clavó en el dedo.

—Ouch —espetó.

Ceres le sujetó la muñeca rápidamente para observar el diminuto espigón que se le había clavado en la yema del dedo corazón.

—Esto nos bastará.

Extrajo el pequeño fragmento de la estaca de su dedo y lo sujetó entre el índice y el pulgar.

—Acompáñame. Vamos a mantener a salvo a ese vampiro durante toda la eternidad. A salvo, pero vacío y solo —le recalcó—. ¿Es eso lo que quieres?

A Jadis le hubiese encantado que las cosas fuesen de otra manera. Pero su labor estaba muy definida, y en la realidad del inventor nada era un cuento de hadas perfecto. Quienes lo creyesen, eran unos ignorantes y unos ingenuos. Ella sabía los sacrificios que debía hacer para continuar en ese juego. Todos creían que debían hacer sacrificios por amor, pero ella sabía que, sin existencia, sin conciencia, sin conocimiento y libertad, el amor no servía para nada. Y menos el amor humano, tan lleno de defectos, dependencias, chantajes y debilidades. Por eso se agarraba al hecho de que el amor original era distinto, y tan poderoso que podía superar cualquier contratiempo y cualquier ley. Lo que iba a hacer con Khalevi no era justo para él, pero tampoco para ella. Se iba a privar de él durante un tiempo largo y limitado, porque no era el momento de estar juntos. Pero era una hija de Lillith, una bruja, y una mujer, y no iba a tolerar ni a soportar que ese hombre tuviese la oportunidad de enamorarse o de creer que se había enamorado de otra.

No, porque eso la perturbaría y la descentraría de su misión.

Suficiente hacía con no reclamarlo en ese instante. Pero si ella no podía disfrutarlo, otras tampoco. ¿Era egoísta? Sí, con toda probabilidad.

Pero prefería eso a dejarse llevar por la afrenta y el dolor, y ser poseída por la Ira de Lillith.

Tamsin había conocido a Duncan en un muy mal momento, y ahora estaba pagando las consecuencias de haber sido marcada por él, de haberse enamorado, y de pasar auténticas dificultades en la gruta en la que estaba encerrada.

No quería eso para ella. Ni tampoco para Khalevi.

Duncan sufría lleno de rabia y de rencor por lo sucedido, pero lo haría libre, en forma de lobo.

Ella y Khalevi, iban a estar libres, a su manera, pero él iba al tener el corazón sellado, porque le pertenecía a la bruja.

Y si eras de una bruja, ya no podías ser de nadie más.

Esperaba que Khalevi, cuando fuese el momento, comprendiese el ardid. Y ella esperaba tener el valor para reconocerlo ante él. Pero se estaba decantando a posibles acontecimientos futuros.

Lo importante era ese instante que ayudaba a cambiarlo todo y a seguir el hilo de Lillith.

Ceres le entregaría la estaca de sauce a Khalevi para detener a Axe y dormirlo para la eternidad.

Y, como ningún favor era gratuito, Khalevi debía sacrificar su emoción, su corazón, su deseo, sin saberlo. Porque todo eso era de ella, de Jadis.

Ceres acabaría encerrada en un foso con las brujas y, posiblemente, sería perseguida por Khalevi, que le pediría explicaciones al descubrir lo que su hermana le había obligado a hacer.

Y ella, Jadis, la loca viajera del tiempo, se limitaría a seguir con sus movimientos y su estrategia, yendo de un lado al otro, apareciendo en momentos determinados del espacio y de la historia, para adecuarlo todo al instante en el que el laurel se reverdeciera, a cuando pudiera hacer su entrada triunfal.

Sin embargo, quedaba mucho tiempo para eso. O puede que, en realidad, fuese menos de lo que esperaba, porque el tiempo, como tal, no existía para ella. Aunque sí para Khalevi. Eso la trastornaba y la hacía sentir mal, porque no contaba con ver al vampiro. No con que la afectase así.

Pero no había mal que por bien no viniera.

Jadis sonrió con pena a su hermana y contestó a la pregunta que le había hecho:

—Es lo que quiero, Ceres. Haz lo que te he pedido.

Y Ceres lo hizo.

Capítulo 2

En la actualidad

Un día atrás

Sant Michaels

Al otro lado del río Tay

Los vampiros no dormían, solo se reseteaban. Esa era una de las características principales de los miembros de la Orden de Caín. Cerraban los ojos, se abandonaban a la relajación, ralentizaban las pocas respiraciones que realizaban al día, y dejaban la mente en blanco todo lo que podían para dejarse arrastrar por la sanación propia de sus cuerpos mágicos.

Era algo que podía verificar Jadis, parapetada frente a la cama en la que reposaba Khalevi, su vampiro, el hombre al que había obligado a esperarla sin él saberlo. Era impulsivo y no calculaba demasiado las consecuencias de sus actos. Por esa razón, en el Museo McManus había mordido a la hija del fallecido Ender Verych y se había llenado el sistema sanguíneo de verbena. Un hombre como él, debía saber que la Legión sabría cómo defenderse de ellos. Por lo visto, no pensó demasiado en sus actos, porque eso lo había llevado a estar convaleciente y sudoroso en la cama, esperando a que su cuerpo expulsase la verbena por sí solo.

—Khalevi… —susurró enternecida con una medio sonrisa. Le encantaba pronunciar su nombre en voz baja. Lo hacía a menudo, porque le servía como muleta, como amuleto a lo que amarrarse cuando sus viajes en el tiempo la volvían loca. Saber que él era suyo la hacía volver a la realidad, fuera cual fuese, como si su cordura se sostuviera por un hilo formado por las letras del nombre de ese vikingo con colmillos. Él, saber que estaban unidos, saber que él le pertenecía, se había convertido en su salvación.

Un ser inmortal, creado por su madre Lillith, con su sangre y la de Caín, con el mordisco de la mamba negra… Un ser único, acaparador en belleza que no quiso dejar nada para nadie en su transformación. Pero su actual fisonomía inmortal solo indicaba que había sido muy hermoso en su humanidad.

Jadis exhaló muy enamorada al contemplarlo. Lo había hecho alguna vez, a lo largo del tiempo, solo por verle y hacerse ilusiones con el día en que pudieran, por fin, compartir tiempo y espacio.

Y quedaba poco para ello. Solo un esfuerzo más. Solo un viaje más. Un par de lasabrjotur más cruzados y la carambola se haría exactamente como ella y su madre habían previsto.