El despertar del Fénix (Hasta los huesos V) - Lena Valenti - E-Book

El despertar del Fénix (Hasta los huesos V) E-Book

Lena Valenti

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Beschreibung

Saga galardonada con el prestigioso Premio Jaén de Literatura juvenil. "A veces, tienes que caer para poder volar. Otras, deberás morir un poco para renacer. Y cuando te levantes, será como un despertar a una nueva vida, a una nueva tú. Una más fuerte, más sabia. Más Fénix". Y yo iba a abrir los ojos y alzar el vuelo para descubrir la verdad. Lo arriesgaría todo. Mi alma y mi corazón.

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Veröffentlichungsjahr: 2025

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EL DESPERTAR DEL

FÉNIX

HASTA LOS HUESOS V

Tabla de contenidos

Uno

Dos

Tres

Cuatro

Cinco

Seis

Siete

Ocho

Nueve

Diez

Once

Doce

Trece

Catorce

Quince

Dieciséis

Diecisiete

Dieciocho

Diecinueve

Créditos

«A veces, tienes que caer para poder volar. Otras, deberás morir un poco para renacer. Y cuando te levantes, será como un despertar a una nueva vida, a una nueva tú. Una más fuerte, más sabia. Más Fénix».

Palabras de la primera O´Shea

Uno

Anteriormente Ancient Burying Ground

Aparcados en los derredores, los dos saboreamos un frapuccino del Starbucks, con los nervios a flor de piel por lo que estábamos haciendo.

Kilian permanecía como un témpano de hielo, manteniendo la calma y la seguridad que me faltaba. Era el clavo al que me agarraba en aquella locura.

Lo miraba de reojo absorbiendo la deliciosa bebida mientras escuchábamos la música del Bluetooth de mi coche.

Entonces, sonaba Helium de Shia.

—¿Seguro que te ha dicho aquí? —me preguntó él. Miré mi reloj y asentí.

—Sí. Todavía quedan veinte minutos para la hora. No te angusties.

Había llamado al segundo teléfono. Por fin había gastado la segunda llamada, y la voz que me contestó fue la de una mujer que en cuanto oyó la palabra «recipiente» musitó un «Oh, Dios mío. Está pasando». Dicho esto, me dijo de vernos a las siete de la tarde, hora del Crepúsculo en el cementerio antiguo de Hartford.

Aquel lugar sereno y lleno de respeto estaba cubierto por enormes árboles que le ofrecían sombra y refugio.

Había aprendido a ver el romanticismo de los campo santos y la verdad era que la muerte también tenía música y poesía.

No sabía a quién debía esperar ni qué, pero al menos me gustaba el modo en que esperaba, al lado de Kilian.

—¿No has reconocido la voz de esa mujer? —me preguntó.

—Por teléfono no.

—¿Estás nerviosa? —sorbió su frapuccino de café.

—Sí —asentí.

Él me tomó de la mano y la dejó sobre su muslo.

—Tranquila. Yo voy a estar contigo en todo momento. Si la muerte nos lleva, que nos lleve a los dos.

—No digas eso, por favor —le pedí.

Él puso aquella cara de estar gastándome una broma, y me relajé. Tenía ese efecto en mí. En cada una de mis células.

—Tu padre te ha dicho que te quiere —le recordé—. Ha sido bonito.

Él se intentó hacer el duro, aunque sabía lo mucho que le habían emocionado esas palabras.

—Tu padre no es tan duro como crees.

—Puede que no lo sea —no le quiso dar importancia.

—Se veía preocupado por ti.

—Sí.

—Bueno —al ver que no quería hablar de aquello, porque le desorientaba, decidí hablar de su madre—. Me encantó tu familia, Kilian. Tú madre es increíble. Betty tiene un carácter descomunal.

—Sí. Sí lo es —sonrió como un hijo que sentía adoración—. Nunca la vi así. Siempre guardó las formas, aunque yo sabía que no se le escapaba ni un solo detalle. Creo que le va a poner las pilas a mi padre muy rapidito.

—Seguro que sí. Y Thomas, cuando se sienta fuerte y empiece a recuperarse, debe hablar con Sherry, ¿no crees?

Kilian apoyó la cabeza en el respaldo del asiento y suspiró.

—Lo de Thomas me dejó totalmente perdido. No lo imaginé. Pensé que era todo por un asunto de competitividad. No creí que... —meditó con incredulidad.

—Las cosas nunca son lo que parecen, ¿verdad? Inclinó la cabeza a un lado y me miró.

—No. Nunca lo son —parecía que intentaba memorizar cada uno de mis rasgos. Como si más tarde quisiera pintarme—. ¿Te das cuenta, Lara?

—¿De qué?

—¿Te das cuentas de cómo has cambiado mi vida? —me preguntó de golpe, con una intensidad en los ojos fuera de lo común.

Fue algo tan precipitado que dejé de sorber de golpe.

—¿Para bien o para mal?

—Para bien —me dijo—. Yo... tengo algo para ti —se llevó la mano al interior de la cazadora negra Philipp Plein con la calavera en relieve en la espalda y sacó un paquetito envuelto en papel de regalo rojo, con un lazo dorado—. Debí dártelo en tu cumpleaños. Pero entonces no estaba de humor.

—¿No me digas? No lo había notado —repuse con sarcasmo.

Kilian osciló los ojos hacia arriba y me entregó el regalo.

—¿Lo has llevado todo este tiempo ahí?

—Sí. Quería encontrar un buen momento para dártelo. Los muertos no se levantarán de sus tumbas para molestarnos.

—Bueno. Hay de todo —murmuré—. Pero Kilian... — susurré sin palabras—. No hacía falta que...

—Hago lo que quiero, Lara —sentenció—. Ahora ábrelo. Retiré el papel y abrí la cajita que tenía una corona preciosa y dorada con el nombre de Nina Queen. En su interior

había una preciosa pulsera con varios abalorios ya puestos. Una mano de fátima, una lupa, una calavera y un corazón. Los charms tenían todo tipo de detalles. Desde piedras preciosas y brillantes a colores de todo tipo, en los que preponderaban los dorados y negros.

—La mano para que te proteja —me explicó—. La lupa porque vas a ser una criminóloga impresionante. Y la calavera y el corazón, porque tienes en tu poder el corazón de un Huesos.

Sus palabras me llegaron al alma. No sabía ni qué decir, nunca había recibido un regalo así. ¿Tenía su corazón? ¿De verdad?

—Tú lo tienes, Lara —me repitió como si me hubiera leído la mente—. No lo dudes.

—Cuidaré de él —le prometí con nuestros ojos perdidos el uno en el interior del otro.

—Y yo de ti —me contestó.

Tocada y hundida. Le entregué la pulsera y estiré mi muñeca hacia él.

—Pónmela —le pedí.

Me la colocó en la muñeca derecha. Y cuando la cerró y se oyó el clic, me dio un beso en el dorso de la mano, como si fuera una princesa.

—Felicidades, mi cachorrita.

Me mordí el labio inferior, lo tomé del rostro y le di un beso de tornillo que nos dejó a los dos jadeantes y sin aire. Porque era así como me apetecía besarle. Con todo mi cuerpo y toda mi alma.

—¿Qué crees que va a pasar ahora? ¿A quién me voy a encontrar ahí adentro? —susurré acariciándome la mejilla.

—Sea quien sea, Lara, vamos a ir juntos. Le abracé fuerte y él a mí.

Se acercaba el momento de salir del coche y asistir al lugar exacto en el que había quedado con la desconocida.

Al acabar el día, ya nada volvería a ser igual.

A todos nos llega la muerte en algún momento. Y aquel lugar, repleto de piedras talladas en el suelo, con recordatorios, esquelas y fechas, hablaba abiertamente de ello.

Paseaba entre las tumbas con Kilian a mi lado, que me cogía la mano como el puerto seguro al que me agarraba en aquella marea de emociones que sentía en mi interior.

La desconocida me dijo que me esperaba en la tumba más antigua de todas. La de Timothy Stanly, que databa en el 1648.

Kilian se quedó rezagado pero mantuvo una distancia prudencial conmigo.

Al fondo del caminito de césped, entre lápidas, vi la silueta de una mujer, que tenía la cabeza cubierta por un pañuelo negro que no dejaba ver nada de su pelo.

Vestía con una parca larga marrón, y parecía esbelta. Llevaba pantalones negros y unas botas de tacón tipo amazona de piel oscura.

Cogí aire a cada paso. Había visto muchas películas en las que una mujer de ese tipo, se giraba con un arma con silenciador, y mataba al protagonista.

Esperaba que ese no fuera mi caso.

El olor a humedad y a atardecer me embriagó. Cuando llegué, me detuve a medio metro de su espalda. Ella leía la lápida con las manos ocultas en los bolsillos de su parca.

Parecía concentrada. Eran las siete en punto.

—¿Señora?

La mujer se envaró pero no se dio la vuelta.

—Hábleme del Recipiente —repetí las palabras que me dijo Christopher.

Entonces, la mujer se dio la vuelta lentamente, y cuando me vio, a ambas se nos cayó el mundo al suelo y nos quedamos paralizadas.

Ella abrió sus ojos azules con consternación.

—Dios mío, Lara. No es posible... —murmuró—. No puedes ser tú —me miró de arriba abajo.

Yo fruncí el ceño y sentí que el corazón se me paralizaba.

—¿Trinity? ¿De qué va todo esto?

Esperaba con mucha paciencia una respuesta. Pero en vez de eso, ella sacó la mano de uno de sus bolsillos y vi que sostenía una carta totalmente sellada. Esta vez, a diferencia de lo que vi en la biblioteca, la mano le temblaba notablemente. Ese sobre parecía no haber sido abierto jamás.

—No puedo decirte mucho por ahora. Antes tienes que leer esto —me entregó la carta.

—¿Qué? ¿Qué significa...? ¿De quién es?

—No estoy segura... —dijo confundida, intentando cuadrar su tetris en la cabeza—. He guardado esta carta desde hace veinte años —me aseguró igual de impresionada que yo—. La persona que me la entregó, me dijo que la guardara, porque llegaría un día en que alguien me llamaría para hablarme del Recipiente. Cuando eso sucediera, yo tenía que entregarle a esa persona esta carta.

—¿Quién te la entregó, Trinity? —exigí saber presa de sacudidas nerviosas.

Trinity se humedeció los labios y dio un paso hacia mí.

—Mi compañera. Mi amiga. Mary O'Shea.

Me sentí fría. Fría y desubicada. ¿Podía ser que...? —¿Qué tiene que ver ella contigo? —continuó.

Cerré los ojos y, de repente, caí de rodillas delante de ella, porque no me sostenían. Me quedé débil. Como si me hubieran arrancado la vida de repente.

—Mary Eugene O'Shea O'Malley-Miller —repetí lentamente. Se me cortó la respiración. Cubrí mi boca con mis manos, y sentí a Kilian acercándose a mí a toda prisa. Era el nombre completo de mi madre—. Mary Eugene O'Shea O'Malley-Miller. Mi madre —certifiqué acongojada.

Trinity se llevó la mano al pecho.

—No puede ser... Yo solo la recuerdo como Mary O´Shea.

¿Se quedó solo con dos apellidos cuando continuó con sus estudios en Barcelona? ¿Los cambió? ¿Qué hizo? Mi padre la conoció como Eugene Miller. ¿Por qué en Yale poseía otro nombre? ¿Por qué decidió cambiárselo? Esa era la pregunta que me rondaba por la cabeza. Pero estaba segura que era mi madre, porque el apellido O´Shea era irlandés y nada común. Y porque la nuca me hormigueaba como nunca, como si su espíritu me rondara para decirme que sí, que era ella.

—Mi padre conoció a mi madre como Eugene Miller — dije. Mis lágrimas humedecían el sobre—. Pero su nombre completo era Mary Eugene O´Shea O´Malley-Miller. Nos reíamos de ello por lo largo que era. Su família tenía la manía de conservar los apellidos, a diferencia de otras de Irlanda e Inglaterra. Es... es ella. Hay muy pocas O´Shea en el mundo —dije pasando los dedos por el papel envejecido de la carta. La había guardado durante veinte años esperando por una persona que buscara información sobre un «recipiente».

—No sé qué decirte, Lara —me dijo—. Ella era mi mejor amiga. Y me dejó esta carta para... para ti, parece ser —estaba tan sorprendida como yo—. ¿La vas a abrir? —me urgió nerviosa.

Miré hacia atrás. Kilian tampoco comprendía nada, pues lo había oído todo, pero él también tenía algo que decirme, por increíble que pareciese.

—¿Kilian Alden? —se preguntó Trinity extrañada. Entrecerró los ojos. No entendía nada—. ¿Qué haces aquí?

Todo se precipitaba a una velocidad de vértigo. Como en las mejores películas.

Como en los mejores thrillers.

—Lara —él posó su mano en mi hombro y, sin más, me enseñó la pantalla de su móvil.

En ella había escrito:

De: Padres de Luce

Querido Kilian, nos alegra decirte que Luce, por fin, ha despertado. Ya ha abierto los ojos.

En la Tumba A la misma hora

Ellos siempre creyeron ser hombres de palabra. Creyeron hacer lo correcto.

Dentro de su mundo, eran seres con privilegios, pero para ello debían prestar sus servicios a la sociedad Bones.

Ahora, la sociedad Bones les había traicionado.

Habían jugado con sus inversiones, les habían dado la espalda y les mantuvieron engañados y desinformados sobre la Luz. Como siempre sucedía, solo unos pocos movían los hilos. Y ellos no eran hombres a los que les gustara que nadie les pasara por encima.

Los veinte maeses que residían en Connecticut y que estaban al corriente de todo lo que sucedía gracias a la información de Richard Alden, se habían unido para cerrar la Tumba.

Para enterrarla para siempre.

Todos formaron un círculo en la sala central. Poseían una antorcha en las manos.

En el centro del círculo, cada uno había depositado su anillo Bones. Veinte alianzas con calaveras que para ellos, ya no tenían ningún sentido.

Uno de los maeses roció toda la sala y los subterráneos con líquido inflamable.

Iban a acabar con todo, y a demostrar a las arcas superiores, que la fraternidad de Huesos y Cenizas se disolvía si no había coalición y no se actuaba en base a unas normas morales que la presente Cúpula, con Josh Klue a la cabeza, había violado.

Richard fue el primero en lanzar su antorcha contra la librería de la Tumba. El fuego prendió a gran velocidad.

Uno a uno, los maeses rebeldes que habían decidido acabar con la fraternidad, fueron haciendo lo mismo y siguiendo los pasos de Richard.

Ser Bones no debía significar ser corrupto y malintencionado. Ser Bones no tenía por qué ser irresponsable con el poder que se otorgaba ni abusivo con él.

Aquella, fue su manera de decir basta. De cortar con todo.

Los veinte maeses salieron ilesos de la Tumba, a través de sus pasadizos secretos, con una idea en mente: que los cuatro maeses de la Cúpula se hicieran cargo de lo que acababa de pasar. Si ellos querían representar aquella rama casi fascista de los Huesos, que lo hicieran. Si querían guiarse por dioses, entonces que dejaran de contar con los demás maeses que se consideraban todavía humanos.

Ahora era momento de dejar la Tumba en Llamas.

Dos

La vaga sensación de irrealidad que tantas veces había sentido desde mi llegada a Yale, volvió a golpearme de nuevo para después, lanzarme por los aires y dejarme caer contra el suelo con la fuerza suficiente como para romperme todos los huesos.

Inesperadamente, aquella noche tuve tres revelaciones. Tres bofetadas que me giraron la cara a un ritmo perforador, sin apenas dejarme reaccionar.

La primera: que Trinity guardaba relación con la información del Recipiente.

La segunda: que poseía una carta escrita a mano por mi madre, muchísimo antes de ser yo concebida, y que iba dirigida a mí.

Y la tercera: que Luce había salido del coma.

Menos mal que la pericia de Trinity fue mucho más ágil que mi velocidad mental en ese momento de ilogismo y decidió que fuéramos a otro lugar a hablar, en el que, con más calma, pudiera leer esa misiva y poner orden el caos de mi cabeza.

Accedimos. En el cementerio hacía frío y por el gesto de Trinity, que no dejaba de mirar a un lado y al otro, estaba claro que temía que los muertos tuvieran oídos.

La subimos a mi coche, pues ella había ido hasta allí en un taxi, guardando en todo momento el ser vista de cualquier forma reconocible, y ella nos guió hasta su piso.

—Es aquí —dijo.

—Pensaba que vivía en la universidad —murmujeé yo con la mirada fija en el sobre. Estábamos las dos sentadas en el asiento de atrás. Kilian conducía, pues sabía que me encontraba un poco estupefacta por todo.

Trinity miró la hermosa fachada del edificio vanguardista en el que vivía y sonrió incrédulamente.

—Soy incapaz de vivir en la universidad. Me gusta separar mi trabajo de mi vida —contestó—. La residencia es más para profesores extranjeros que vengan con sus familias. Yo estoy sola —contestó sin más.

—Trinity —le dije alzando la vista al edificio. No tenía más de cuatro pisos—. Debo cerciorarme de que vamos a estar seguros en tu casa.

—¿Cómo dices? —sus ojos azules se entrecerraron.

—Si sabes que esto tiene que ver con los Huesos y eres consciente de que posees información que...

—Lara —me cortó abruptamente—. Llevo mucho tiempo cubriendo mis espaldas. Tengo una ligera obsesión con la seguridad. Y te aseguro que en mi casa si hay cámaras, solo son las mías.

—¿Qué tipo de cámaras? —quise saber.

—De las de wifi. Es una línea privada. Exclusiva para mí. Negué con la cabeza y saqué mi móvil del bolsillo de la chaqueta.

—Deja que haga una llamada.

Trinity miró a Kilian disconforme y este le contestó advirtiéndole por el retrovisor.

—Es lo mejor, decana —la tranquilizó—. Es por la seguridad de todos. Creo que es consciente de que estamos en medio de algo turbio.

—Todavía no sé si hablamos de las mismas aguas turbulentas —musitó precavida, sin pretender hablar más de la cuenta. Y yo lo entendía.

Hice una llamada urgente y cuando oí la voz de Taka al otro lado de la línea exhalé más sosegada.

—Menos mal que me lo coges.

—Para ti siempre. Ya sabes —me dijo el japo—. ¿Qué pasa?

—¿Taka, puedes rastrear si hay cámaras espías conectadas a la red wifi de una casa?

—Claro. Necesito la IP de la red. Y la clave de acceso a la red.

Miré a Trinity:

—Necesito la IP de tu red y tu clave —le pedí.

—Lara...

—No —esta vez fui yo quien la cortó—. No voy a arriesgarme. Si vamos a hablar en tu casa y voy a leer esto —sacudí la carta frente a su rostro— antes vamos a asegurarnos de que nadie más nos oye y nos ve.

Ella arqueó las cejas rubias y perfectas, se sacó el pañuelo que todavía le cubría la cabeza y asintió rendida a mi perseverancia.

—Está bien.

—¿Con quién estás? —quiso saber Taka.

—Ya te contaré —murmuré—. Es una larga historia. Trinity trasteó las aplicaciones de su móvil hasta que accedió a sus cámaras.

—Aquí tengo la IP —informó—. ¿Con quién se supone que estamos hablando?

Negué con la cabeza.

—Con el único que puede mantenernos a salvo de la red y de las cámaras —sentencié.

Ella no dijo ni una palabra más. Se limitó a darnos lo que le pedíamos y dejó que Taka hiciera sus gestiones.

Solo cuando él nos dio luz verde, los tres salimos del coche y nos dirigimos a su portal. En el que un portero privado nos abrió la puerta, saludando a Trinity respetuosamente como si fuera una eminencia, y tras ello, nos metimos en el amplio y lujoso ascensor.

Iba a ver la casa de Trinity, iba a hablar con ella de su compañera Mary O'Shea, de una carta que dejó para un recipiente, y cuya receptora era yo.

Iba a leer a mi madre, y no podía comprender, ni siquiera me imaginaba, qué pintaba ella en todo aquello. Kilian me sujetaba la mano con fuerza, y me insuflaba valor y también seguridad. Temblaba ansiosa por saber más, por meterme entre esas paredes y abandonarme a lo que ella había escrito.

Pero fuera lo que fuese, me había negado a leer esa carta en el cementerio. Porque aunque ya sabía que mi madre estaba muerta, no hacía falta recibir sus palabras entre tumbas.

Cuando Trinity abrió la puerta de su hogar, me dio toda la impresión de llegar al palacio de una reina. Y no me extrañó nada. Porque esa mujer era todo elegancia y autoridad, que intentaba mantener controlada bajo una fachada de normalidad bañada de acero. Pero para mí era inconfundible. Trinity no podía fingir ser una mujer cualquiera. Tenía el derecho y la obligación de ser ella misma, y además poseía una gran virtud: que, a pesar de contar con tanto poder físico e intelectual, no abusaba de él. Por eso podía hablar con cualquiera y a todos caía bien. Porque hablaba con los demás como ellos necesitaban que les hablara. Pero al final, acababas asintiendo y haciendo lo que ella quería que hicieras. Siempre te llevaba a su terreno. Menos a mí.

Posiblemente, por lo que me dijo aquel día en la biblioteca. Sabíamos leer a la gente. Nos habíamos leído la una a la otra. Y mi reticencia en confiar en nadie en aquel campus me obligó a ser extremadamente reservada con ella. Ahora, ella era la clave para comprender más de lo que me esperaba.

—Desconéctalas —ordené.

Trinity me miró por encima del hombro.

—No haces concesiones, ¿eh?

—No. Desconecta las cámaras —repetí sin titubear.

—Ya te ha dicho tu amigo, el delincuente, que mi red está limpia.

—Lo sé. Pero prefiero que las apagues. No quiero que haya una mínima posibilidad de que algo de lo que se diga aquí se pueda grabar. Y Taka no es un delincuente —añadí con la boca pequeña.

Trinity resopló levemente.

—De acuerdo, Lara. Se hará como tú quieras —Me mostró su aplicación para enseñarme cómo apagaba las tres cámaras que cuidaban de su hogar—. ¿Ves? Ya está. Y para que te quedes más tranquila, apagaré el móvil.

—Gracias.

Ella lo hizo, y lo guardó en su bolso.

—Es bueno que seas tan precavida. Incluso conmigo.

—Debo serlo —contesté muy seria.

—Estáis en vuestra casa —encendió las luces de su recepción y dejó las llaves en la cómoda de la entrada que sostenía un enorme espejo renacentista. Era hermoso.

Vivía en un duplex. Los balcones de la parte de arriba daban al salón central, tan grande como un aula. La escalera sujeta a la pared se conformaba sobre tablones de acero revestido de madera blanca. Todo el suelo tenía aquella peculiar textura y aquel tono claro que hacía los ambientes más grandes y luminosos. Las cristaleras iban desde el suelo hasta el techo de la planta superior y daba la sensación de que estábamos volando sobre el centro de Connecticut. Las luces de la ciudad flotaban en el horizonte y reconocí que aquella casa era preciosa, y costosa. Pero Trinity era decana, mucho más que eso por lo que podía intuir, y la verdad era que se ganaba muy bien la vida.

—Sentaos, por favor —nos pidió señalando el sofá enorme de color morado en forma de L que ocupaba una parte del salón. Se quitó los zapatos delante de nosotros de manera informal y se dejó el pelo suelto. Era la primera vez que la veía así. Parecía más joven sin los recogidos estirados que solía llevar—. Necesito una copa —dijo frotándose la nuca, sin dejar de mirarnos—. No sé si me gusta que alguien me haya hackeado la red para ver si había invasores en ella —frunció el ceño y resopló—. ¿Queréis beber algo? —nos ofreció educadamente—. Toda esta situación me crispa los nervios —reconoció un tanto molesta.

Yo negué con la cabeza, pero Kilian asintió.

—Yo sí quiero una copa.

—¿Qué te gustaría tomar, Alden? —le preguntó sin poder obviar el apellido con retintín—. Me parece tan inverosímil que tú, siendo un Bones, estés aquí...

—No más que a mí —contestó él dibujando una sonrisa provocadora en su rostro—. Pero a veces suceden cosas inesperadas, como se habrá dado cuenta —contestó soberbio—, y de repente, lo que cree conocer es una farsa, los que cree que están en el ajo no lo están, y en cambio, los que no se imaginaba que estaban, hace tiempo que nadan en esas aguas —sonrió sabiendo que le había devuelto la misma insinuación juiciosa—. Creo que también me va a sorprender lo que nos cuente, señorita Foster.

Ella aceptó las palabras con elegancia.

—¿Bourbon?

—Tomaré lo mismo que usted.

Ambos se sostuvieron la mirada, y al final, Trinity cedió y se dirigió a la barra de bar que estaba ubicada en el otro lado del salón.

Mientras ella preparaba las copas, yo, sentada al lado de Kilian, abrí la carta de nuevo y me dispuse a leerla por completo.

Sentía los dedos entumecidos y el corazón en la garganta y en las sienes.

—Eh, Lara —Kilian posó su mano en mi espalda y me meció el alma—. Tranquila. Todo va a estar bien. Lee con calma.

Le dirigí una mirada llena de temores y esperanza.

—Es mi madre, Kilian —susurré con voz temblorosa.

—Lo sé —asintió él con un brillo de consternación en sus ojos amarillos—. Tómate tu tiempo. Yo estoy aquí, contigo —me acarició la nuca—. No estás sola.

Me mordí el labio inferior y asentí. No porque estuviera de acuerdo con él, pues me sentía extrañamente sola y desvalida ante aquellos folios que desdoblaba cuidadosamente frente a mis ojos. Asentí porque él era lo más real que tenía en aquel instante.

Entonces, empecé a leer. La realidad se convirtió en una ilusión, todo desapareció y solo las palabras escritas de puño y letra de mi madre fueron mi presente.

Mi pasado.

Y también mi futuro.

Para mi hija Lara:

No sé muy bien cómo empezar esta carta sin que parezca que estoy completamente loca por escribirle a una hija que aún no he concebido. Pero confío que para entonces tú puedas comprenderlo mejor que yo. Estoy segura de que podrás.

Soy tu madre, cariño. Y el motivo de esta carta es el de advertirte y explicarte por qué estás en la situación en la que, si no me ha fallado el don, estás envuelta. Hay algo seguro y es que, si la estás leyendo, es que yo ya no estoy contigo.

Aquí me conocen por Mary O' Shea, y he estado estudiando en Yale Biología Neuronal, o mejor dicho, Neurobiología. El motivo por el que decidí estudiar esta carrera la sabrás de sobras. Seguro que lo comprendes. Porque tú vas a poseer un don, distinto al mío, pero vas a ser igual de especial. Las O' Shea tenemos peculiaridades. Y aunque no todas las heredan, pues los genes que conllevan estas capacidades no son dominantes, cuando estas anomalías genéticas aparecen, las consecuencias suelen ser excepcionales. Como ha pasado conmigo. Como sé que sucederá contigo. De ahí mi interés por el funcionamiento del cerebro y de su potencial. Por ese motivo estoy relacionada con este ramo de la ciencia.

Verás, siempre me ha llamado el misterio, la magia y la sinestesia cerebral. Creo que todo es compatible si se ve con los ojos adecuados. Todo tiene un hilo conductor. Te hablaré de ello cuando te conozca. De hecho, seguro que esto que te estoy diciendo ya lo has oído en mis labios.

La cuestión es que pensar así y ser tan expeditiva fue lo que, precisamente, llamó la atención de la logia de Calavera y Huesos en esta universidad. ¿Te suenan? Sí, claro que te suenan. Por eso estás metida en el lío en el que te encuentras. Ellos me abrieron la puerta de profundos y oscuros conocimientos, me hicieron partícipe de sus secretos y me propusieron para ser "tapped". Sí. Como tú. Ya sé que estás sorprendida preguntándote cómo sé todo esto.

Deja que te siga contando.

Leer aquella carta era como sentirla a mi lado, hablando conmigo de tú a tú. Pero, aunque las lágrimas me impedían leer con nitidez, era incapaz de detenerme. Mi madre me hablaba y yo era todo ojos y oídos. Todo alma y corazón encogido.

En Calavera y Huesos era muy difícil que entraran mujeres, pues es una fraternidad patriarcal. En tu tiempo seguirá siéndolo. Sin embargo, si esas mujeres se tenían en cuenta, si al final entraban, era porque tenían algo especial, poseían aptitudes excepcionales y una clarividencia fuera de lo común. Trinity y yo cumplíamos con las premisas para ser chicas Bones y formar parte activa en la Logia. Trinity cursaba abogacía y era la mejor en su promoción. El don de palabra es algo muy preciado para la logia de los Calaveras, y Foster era increíblemente elocuente. Yo, por mi parte, poseía un don especial y único, más creativo y más tocando lo divino que lo terrenal. Y también les interesaba.

Como fuera, nos trataban como a diosas, Lara. Cuidaban de nosotras, nos lo daban todo. Pero nadie da nada sin pedir nada a cambio.

Ellos nos veían como "recipientes". Querían que nos formáramos en la logia para moldearnos, darnos unas bases adecuadas y que nuestro cuerpo y nuestra mente fueran correctamente adaptados para que la diosa Eulogia acudiera a nosotras. Para que se reencarnara. Era de locos. Ellos confiaban vehementemente en nuestra conversión a lo divino.

Trinity y yo no creíamos en ello. De hecho, para nosotras, pertenecer a la Logia era más bien un motivo para pavonearnos y disfrutar de los privilegios de estar rodeadas de chicos poderosos y guapos. Éramos adolescentes, ¿quién nos podía culpar?

No obstante, todo se descontroló cuando el líder de la Logia se obsesionó conmigo y empezó a mostrar una clara preferencia hacia mí. Se llamaba Joss Klue, era increíblemente guapo, y la verdad es que tanto Trinity como yo estábamos un poco hechizadas por él y su encanto.

Él y yo estudiábamos lo mismo. Estaba realmente interesado en mi don. Aunque siempre fui muy cauta, alguna vez le hablé sobre mi capacidad para tener sueños lúcidos y proféticos. Y lo tomó como la señal divina y definitiva de que yo debía ser la elegida y de que debía ayudarles a encontrar en los laboratorios lo que no eran capaces de desarrollar por sí mismos. La Neurobiología trabaja, entre otras cosas, comprender el desarrollo del cerebro y dar las claves para albergar una mente más evolucionada. Joss estaba convencido de que entre los dos conseguiríamos esa sustancia que haría que los humanos lográramos acceder al cien por cien de nuestro potencial cerebral. Seríamos dioses, según él.

La idea no me pareció mala, sobre todo porque se suponía que estaba destinada a ayudar y a hacernos mejores. Para mí, todo lo que supusiera evolución era positivo, si se llevaba con conciencia. Hicimos varias pruebas, él por su cuenta y yo por la mía, y después uníamos criterios. Hasta que un día, encontré la piedra filosofal, y me callé, porque no quería decir nada sin asegurarme de que funcionaba y de que no era un peligro biológico y neuronal. Así que hice la primera «cata» de dicha sustancia sin que Joss se enterara. Fui la paciente cero. Y el resultado... y el resultado fue maravilloso y terrorífico a la vez, porque vi más de lo que me estaba permitido, más de lo que cualquier persona cuerda debería tener acceso a ver, Lara. De hecho, lo que vi me permite escribir esta carta ahora y confiar en que, en un futuro, llegue a ti.

Como supondrás, vi más allá. Vi cosas que aún no habían pasado. Vi a mi Kelpie, a tu padre. Sí, le vi. Y te vi a ti... Descubrí la vida que aún no me había sido dada, y lo que el destino me tenía deparado. La droga me abrió un plano totalmente extraño e imposible, y me conectó incluso con tu línea de tiempo, una línea de tiempo que yo ya no compartiría contigo, en un futuro en el que yo ya no sentía que estaba. Vi a una chica que se parecía a mí, y la vi en Yale, siguiendo mis pasos. Y esa chica eras tú. La ventana del futuro se abrió de par en par y me hizo cómplice de lo que aún no había sucedido y, sin embargo, sucedería. Pero no lo vi todo. Solo el tiempo que la droga me permitió contemplar. Un intervalo de espacio temporal en el que yo vivía, y otro intervalo en el que ya no existía. Como el día en el que tú estás leyendo esta carta, tu ahora, que ya no es el mío. Un ahora en el que ya no vivo.

Me sequé las lágrimas y me relamí los labios. Saboreé la sal de mi dolor y mi pena y continué con la apasionante y helada lectura. Mi sangre había cristalizado, fría y congelada por las noticias.

La droga me mostró el futuro que quería, el que tendría, el que no podía evitar y el que tú podrías llegar a vivir aunque ya no estuviera contigo. Vi muchos caminos, unos buenos y otros no tanto; muchas alternativas, pero ninguna, lamentablemente, permitía que estuviéramos juntas demasiado tiempo. Nunca vi cómo iba a ser mi muerte ni cómo iba a suceder, pero sí sabía que te dejaría cuando aún fueras una niña, porque el futuro que vi ya no lo sentía mío. Vi la naturaleza de los Calavera y lo que ellos pretendían hacer con la sustancia y conmigo, y no me pareció bien darles la fórmula ni tampoco me pareció adecuado seguir en Yale, con ellos. Porque eso no solo me pondría en peligro a mí, también expondría a la niña que tendría en un futuro. Así que tomé la mejor decisión entre todas las probabilidades que mi mente había abierto.

Nunca le dije a Joss ni a Trinity ni a los demás que había conseguido la fórmula perfecta para la "abertura" del tercer ojo y de otro sentido más. A Trinity saberlo la pondría en peligro. Y Joss lo anhelaba, pero no para buenos propósitos. Tanto poder en manos inadecuadas era altamente peligroso para todos. Nunca revelé lo que descubrí, porque no era bueno ni para la ciencia ni para la salud mental de la especie. Si éramos tan destructivos solo con el diez por ciento del potencial de nuestro cerebro desarrollado, ¿qué pasaría si nos daban las herramientas para poner toda la maquinaria en marcha? Por eso me llevé mi secreto a la tumba. A la mía.

Tampoco les dije cuál iba a ser mi siguiente movimiento. Debía irme de ahí sin hacer ruido.

Escribí una carta, esta que estás leyendo, y se la di a mi amiga Trinity. Ella había acabado muy desencantada con la fraternidad por no ser la elegida, pero se calmó cuando le dije que yo tampoco iba a seguir con ellos. Ninguna de las dos íbamos a formar parte de los Huesos. Una por decisión propia y la otra porque había sido rechazada por la orden, a pesar de ser una mujer igualmente excepcional.

Solo a ella le dije que me iba para no volver, aunque nunca desvelé adónde me mudaba.

Me fui a Barcelona a vivir. Me cambié en el registro el nombre y los apellidos. Dejé de ser Mary O' Shea para convertirme en Eugene Miller. Cambié todas mis cuentas, me creé una nueva vida. Hice desaparecer el apellido O'Shea, porque sabía que ellos podrían encontrarme cuando quisieran, y yo lo que quería era alejarme lo máximo posible de su influencia. Borrarme.

En mi ahora, en mi hoy, te digo que en Barcelona acabaré mis estudios, y allí conoceré a tu padre. El hombre de mi vida. Tal y como lo vi en mi visión. Él y yo nos casaremos y yo continuaré con la vida que ese futuro que he elegido me depara. Seré bióloga y tendré una familia. Dos años después de mi llegada a España tendré a una niña preciosa a la que llamaré Lara. Lara Clement Miller.

Nunca he podido hablarte de esto, porque no quería que el futuro que yo había visto se saliera del camino. Porque las cosas deben transcurrir como están escritas, y porque nada debe alterar tus decisiones. Debías seguir los pasos que ibas a emprender. Y yo no debía interferir ni en tu manera de pensar ni en la toma de decisiones.

Lara, sé que ya no estoy en tu vida, y lo cierto es que no sé cómo me fui. Porque no pude ver mi muerte. Pero sí pude sentir cuándo dejé de existir en tu futuro.

Lo que sí sé es que, si tienes esta carta entre manos, es que todo está saliendo bien, aunque no lo entiendas o todavía no lo sepas ver. Y que debes continuar con lo que tramas, porque al final de esta aventura podrás conseguir todas las respuestas que buscas. Aunque te asusten.

Quiero que hables con Trinity, que ella te explique qué es un Recipiente y qué métodos tienen los Huesos para hacer cumplir sus credos. A partir de ahora, bajo ningún concepto, permitas que los Huesos den contigo ni con tu protector. Ese chico, Kilian, es un ángel protector para ti. Tu Kelpie. Sí. También lo vi en mi visión. No dejéis que os cojan, Lara. Haz lo que tengas que hacer, pero aléjate del radio de los Huesos.

Confía en Trinity como yo lo hice. Fue la única persona de la que me podía fiar.

Y nunca me traicionó. Ni me traicionará. Pídele ayuda. Cuéntale todo lo que sabes.

Sigue adelante, Lara. No te rindas ahora. Ve siempre en busca de la verdad.

Y nunca, nunca, olvides que te quiero, esté donde esté.

No quiero decirte nada más que pueda influenciar en tus decisiones próximas y que hagan que vayas por el sendero incorrecto, porque, ante todo, debes seguir en el que yo vi, y el que yo decidí elegir por tu bien.

Haz caso de tu intuición. Nunca falla, preciosa.

Tu madre, que siempre te querrá

Tres

Aire. Necesitaba aire para respirar. Dejé la carta encima de la mesa. En realidad, perdí la conciencia de lo que hacía. Sentí una presión insoportable en el pecho, me levanté como si tuviera un muelle en el trasero y miré hacia todos lados completamente desorientada.

Escuché la voz preocupada de Kilian tras de mí, y me di cuenta de que mis pies se dirigían a las puertas de la terraza. Ni siquiera fui consciente de que las abría y que salía entre ahogos hasta la preciosa balconeda de Trinity. No aprecié las vistas.

Me agarré con fuerza a la barandilla de piedra maciza y tomé una bocanada de aire por la boca. Dejé caer la cabeza hacia atrás y cerré los ojos, luchando por concentrarme en mi respiración.

—¿Lara? ¿Qué pasa?

No oía nada. Me pitaban los oídos, como si estuviera a punto de desmayarme.

Todo a mi alrededor me parecía de otro mundo, no lo reconocía. Me entraron ganas de huir, de correr, de escapar de la verdad que me decía que mi madre, cuyo don era el de profetizar el futuro en sueños, había sido miembro de Calavera y Huesos y pretendida por el mismísimo Joss Klue, al que tarde o temprano iban a poner esta semana entre rejas.

Ella descubrió la fórmula mágica pero nunca la reveló, y en la primera prueba que realizó consigo misma, pudo ver el futuro como nunca lo había visto, hasta el punto de verme a mí, y de dejarme esa carta para advertirme del peligro que corría.

Todo era tan extraño, sorprendente y tenía tan poco sentido para mí que tenía la sensación de acabar de salir de un huevo enorme y de nacer a una nueva realidad, como un polluelo.

Me cubrí el rostro con las manos y arranqué a llorar. Ella nunca me habló sobre lo que vivió en Yale. Nunca me dijo nada sobre ello, solo que era una universidad increíble a la que debía luchar por ir. Pero yo sabía que, al final, había acabado la carrera en Barcelona. Y nunca le pregunté por qué. Ella murió cuando yo tenía sólo ocho años. ¿Se supone que debía interesarme por eso entonces? No. Porque de haberlo hecho, ella tampoco me habría hablado sobre nada más, ya que no podía hablar de ese futuro que vio. Las cosas debían cumplirse y nada debía alterar mis decisiones. Eso me había dejado escrito.

—¿Lara? —sentí las manos calientes y queridas de Kilian sobre mis hombros, y su presencia sedante pegada a mi espalda—. ¿Qué pasa, bonita?

Me di la vuelta y me refugié entre sus brazos, hundiendo mi rostro en su pecho y abrazándole con fuerza.

Kilian me acarició el pelo preocupado y besó mi cabeza.

—¿Qué te decía tu madre en esa carta? —preguntó en un susurro, meciéndome de manera apaciguadora.

—Mi madre lo sabía —dije temblorosa—. Sabía que iba a ser una tapped y que iban a querer mi don...

—¿Cómo? ¿Tu madre? Pero ¿por qué? ¿Cómo puede ser? Lara... —notaba en su voz lo contrariado que estaba.

En ese momento, apareció Trinity en el balcón, sacudiendo la carta frente a nosotros.

—Debe de ser una jodida broma —musitó con los ojos brillantes, acongojados y decididos.

Levanté la cabeza del cobijo del cuerpo de Kilian y le devolví una mirada igual de intensa.

—¿Te parece una broma? —le contesté—. ¿Crees que tengo ganas de bromear? Es la misma carta que has estado guardándole durante años.

—¿Cómo es posible? ¿Eres la hija de Mary? —espetó algo pálida—. ¿Eres de verdad la hija de Mary?

—Sí. Y tú eras su mejor amiga en Yale —advertí sorbiendo por la nariz—. Tú y ella fuisteis las dos únicas mujeres tapped en la fraternidad.

Ella exhaló consternada.

—Estoy a un paso de tirarme por el balcón —advirtió nerviosa.

—Pues me tiro contigo —dije yo todavía mareada.

—Pero por todos los clavos de... —posó su mano en la frente—. Me temo que después de esto tendré que ir al psicoterapeuta.

—Pídeme hora a mí también —repliqué.

—Joder —murmuró Kilian cubriéndome con su brazo protector—. ¿Tú fuiste una Calavera y Huesos, señorita Foster? —inquirió con sus ojos amarillos a punto de salírsele de las cuencas.

Trinity bebió de la copa que sostenía en la otra mano y se dio la vuelta entrando de nuevo en el salón.

—Venid adentro —nos ordenó—. Os contaré todo lo que sé. A cambio de que vosotros me contéis todo lo que os está pasando. Desde el principio —movió los hombros como si tuviera tensión en la nuca—. Tengo que comprender lo que sucede.

Kilian y yo nos miramos el uno al otro y accedimos a la petición.

—¿Crees que es de fiar? —me preguntó él en un susurro.

—Sí. Mi madre confió en ella. Y yo también lo haré. Sin más, todavía con el shock y con lágrimas en los ojos, entramos de nuevo al salón y cerramos las puertas de la terraza. Hacía frío, y suficientemente helada estaba ya como para que me diera un golpe de aire.

Empezamos nosotros. Le conté a Trinity todo, absolutamente todo. Desde Lucca, lo de Luce, lo de Yale, lo de la Luz hasta el hecho de que me nombraran tapped, y la invitación que había recibido de la Cúpula. Le dije que habíamos dado la información al padre de Prince sobre el negocio que tenía la Cúpula con el ejército y con el mundo farmacéutico. Que él iba a hundir a los Huesos porque los Huesos habían hundido al tarado de su hijo.

Cuando acabé, Trinity se estaba llenando la segunda copa de Bourbon y llevaba puestas las gafas de leer de cerca, sin apartar la mirada de la carta escrita por mi madre. Estábamos sentados en el sofá en forma de L, cerca los unos de los otros.

Veía en los ojos azules de la decana que luchaba por cuadrar el rompecabezas que azotaba su mente con revelaciones demasiado relevantes y peligrosas para su vida calma. Después de eso, todo iba a cambiar. Era como una bomba de relojería a punto de estallar.

—He tenido esta carta conmigo durante veinte años. Ahora tengo cuarenta y dos —sacudió la cabeza haciendo negaciones—. Mary siempre me sorprendía.

La admiré. Para tener cuarenta y dos parecía una mujer que recién acababa de cumplir los treinta. Mi madre, de estar viva, tendría la misma apariencia sexy y elegante que ella. Me las podía imaginar a las dos juntas siendo la comidilla de la universidad y las presas de los hombres de las fraternidades, pero ellas eran demasiado listas para dejarse engatusar por nadie.

—Tantos años —repitió sin apartar la mirada del folio arrugado—, y me hizo prometerle que nunca la abriría.

—Y nunca lo hizo —asentí.

—No. Nunca lo hice —se quitó las gafas y las dejó sobre la mesita de cristal del centro—. Mary hacía todo por una razón. Y yo creía firmemente en su don tan especial... Además, nunca rompo mis promesas.

—¿Conocía el don de mi madre?

—Ya lo creo que sí —sonrió—. Ella y yo éramos muy buenas amigas. De hecho, como ella bien te dice en esta carta, fue precisamente su don el que anhelaban los fanáticos de la Vieja Guardia de la logia. Por eso se decantaron por ella. Aunque me alegró que les rechazara —sonrió sin más.

—¿Joss Klue era miembro entonces de la logia?

—Sí —asintió resoplando—. Klue era entonces un Caballero a punto de ser Reich. Pero era el gallito de la fraternidad. El líder. Le faltaba la tercera llama para ser Reich. Y quería conseguirla a nuestra costa —dejó la carta sobre la mesa y entrecerró los ojos tan perdida como yo me sentía—. A ver, no lo entiendo. Mary dice que cuando leyeras esta carta ella ya no estaría...¿Acaso ella murió? ¿Por eso no he sabido nada de ella en todo este tiempo?

Yo tragué saliva con todo mi pesar y dejé caer la barbilla de manera afirmativa.

—Sí. Murió diez años atrás —ahí estaba el engarrotamiento y el terror en mi voz.

Trinity frunció el ceño y después me miró con pesar.

—Lo siento mucho, Lara. Siento que la perdieras tan joven. ¿Cuántos años tenías? —Ocho.

Ella torció el gesto.

—Ella tendría treinta y dos o treinta y tres, ¿no? Era unos meses mayor que yo.

—Sí. Tenía treinta y tres.

Se frotó la barbilla. Parecía mucho más confusa que yo.

—Cuando te recibí en la universidad no relacioné el nombre de tu madre con el de Mary.

—¿Por qué ibas a hacerlo? Ella se cambió el nombre al llegar a España.

—Sí, pero el viejo Holloway, el Presidente de Yale — anunció Kilian— tenía que saber que tu madre estudió en el campus —meditó—. Se le dan más puntos a aquellos cuyos padres ya han estudiado en la universidad, ¿no es así, Trinity? Tuvo que certificar dicha información y ver que los nombres que dabas no cuadraban con ninguna estudiante pasada.