Poesías completas - Antonio Machado - E-Book

Poesías completas E-Book

Antonio Machado

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Beschreibung

Poesía completa es una colección que abarca toda la obra poética de Antonio Machado. Con su habitual estilo simbólico, reflexivo y libre de retórica, el poeta trata temas como el amor, la soledad y el dolor por el paso del tiempo.

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Seitenzahl: 183

Veröffentlichungsjahr: 2020

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Antonio Machado

Poesías completas

 

Saga

Poesías completesCover image: Shutterstock Copyright © 1917, 2020 Antonio Machado and SAGA Egmont All rights reserved ISBN: 9788726485424

 

1. e-book edition, 2020

Format: EPUB 2.0

 

All rights reserved. No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.

 

SAGA Egmont www.saga-books.com – a part of Egmont, www.egmont.com

SOLEDADES (1899-1907)

I

(EL VIAJERO)

Está en la sala familiar, sombría,

y entre nosotros, el querido hermano

que en el sueño infantil de un claro día

vimos partir hacia un país lejano.

Hoy tiene ya las sienes plateadas,

un gris mechón sobre la angosta frente;

y la fría inquietud de sus miradas

revela un alma casi toda ausente.

Deshójanse las copas otoñales del parque mustio y viejo.

La tarde, tras los húmedos cristales, se pinta,

y en el fondo del espejo.

El rostro del hermano se ilumina suavemente.

¿Floridos desengaños dorados por la tarde que

declina? ¿Ansias de vida nueva en nuevos años?

¿Lamentará la juventud perdida?

Lejos quedó —la pobre loba— muerta.

¿La blanca juventud nunca vivida teme, que ha de cantar

ante su puerta?

¿Sonríe al sol de oro, de la tierra de un sueño no encontrada;

y ve su nave hender el mar sonoro, de viento y luz la blanca

vela henchida?

El ha visto las hojas otoñales, amarillas, rodar, las

olorosas ramas del eucalipto, los rosales que enseñan otra

vez sus blancas rosas.

Y este dolor que añora o desconfía

el temblor de una lágrima reprime, y un resto de viril

hipocresía en el semblante pálido se imprime.

Serio retrato en la pared clarea todavía.

Nosotros divagamos.

En la tristeza del hogar golpea el tictac del reloj.

Todos callamos.

II

He andado muchos caminos, he abierto muchas veredas;

he navegado en cien mares, y atracado en cien riberas.

En todas partes he visto caravanas de tristeza,

soberbios y melancólicos borrachos de sombra negra,

y pedantones al paño que miran, callan,

y piensan que saben, porque no beben el vino de las

tabernas.

Mala gente que camina y va apestando la tierra.

Y en todas partes he visto gentes que danzan o

juegan, cuando pueden, y laboran sus cuatro palmos de

tierra.

Nunca, si llegan a un sitio, preguntan adonde llegan.

Cuando caminan, cabalgan a lomos de mula vieja,

y no conocen la prisa ni aun en los días de fiesta.

Donde hay vino, beben vino;

donde no hay vino, agua fresca.

Son buenas gentes que viven, laboran, pasan y sueñan, y en

un día como tantos, descansan bajo la tierra.

III

La plaza y los naranjos encendidos con sus frutas redondas y

risueñas.

Tumulto de pequeños colegiales que, al salir en desorden de

la escuela, llenan el aire de la plaza en sombra con la

algazara de sus voces nuevas.

¡Alegría infantil en los rincones de las ciudades muertas!.

¡Y algo nuestro de ayer, que todavía vemos vagar por estas

calles viejas!

IV

(EN EL ENTIERRO DE UN AMIGO)

Tierra le dieron una tarde horrible del mes de julio, bajo el

sol de fuego.

A un paso de la abierta sepultura, había rosas de podridos

pétalos, entre geranios de áspera fragancia y roja flor.

El cielo puro y azul.

Corría un aire fuerte y seco.

De los gruesos cordeles suspendido, pesadamente, descender

hicieron el ataúd al fondo de la fosa los dos sepultureros.

Y al resonar sonó con recio golpe, solemne, en el silencio.

Un golpe de ataúd en tierra es algo perfectamente serio.

Sobre la negra caja se rompían los pesados terrones

polvorientos.

El aire se llevaba de la honda fosa el blanquecino aliento.

—Y tú, sin sombra ya, duerme y reposa, larga paz a tus

huesos.

Definitivamente, duerme un sueño tranquilo y verdadero.

V

(RECUERDO INFANTIL)

Una tarde parda y fría de invierno.

Los colegiales estudian.

Monotonía de lluvia tras los cristales.

Es la clase.

En un cartel se representa a Caín fugitivo, y muerto

Abel, junto a una mancha carmín.

Con timbre sonoro y hueco truena el maestro,

un anciano mal vestido, enjuto y seco,

que lleva un libro en la mano.

Y todo un coro infantil

va cantando la lección;

mil veces ciento, cien mil,

mil veces mil, un millón.

Una tarde parda y fría de invierno.

Los colegiales estudian.

Monotonía de la lluvia en los cristales.

VI

Fue una clara tarde, triste y soñolienta.

.

.

tarde de verano.

La hiedra asomaba al muro del parque,

negra y polvorienta.

La fuente sonaba.

Rechinó en la vieja cancela mi llave;

con agrio ruido abrióse la puerta

de hierro mohoso y, al cerrarse, grave golpeó el silencio de

la tarde muerta.

En el solitario parque, la sonora copla borbollante del agua

cantora me guía a la fuente.

La fuente vertía sobre el blanco mármol su monotonía.

La fuente cantaba:

¿Te recuerda, hermano, un sueño lejano mi canto

presente? Fue una tarde lenta del lento verano.

Respondí a la fuente:

No recuerdo, hermana, mas sé que tu copla presente es

lejana.

Fue esta misma tarde:

mi cristal vertía como hoy sobre el mármol su monotonía.

¿Recuerdas, hermano?

Los mirtos talares, que ves, sombreaban los claros

cantares que escuchas.

Del rubio color de la llama, el fruto maduro pendía en la

rama, lo mismo que ahora.

¿Recuerdas, hermano?

Fue esta misma lenta tarde de verano.

—No sé qué me dice tu copla riente de ensueños lejanos,

hermana la fuente.

Yo sé que tu claro cristal de alegría ya supo del árbol la fruta

bermeja;

yo sé que es lejana la amargura mía que sueña en la tarde de

verano vieja.

Yo sé que tus bellos espejos cantores copiaron antiguos

delirios de amores:

mas cuéntame, fuente de lengua encantada, cuéntame mi

alegre leyenda olvidada.

—Yo no sé leyendas de antigua alegría, sino historias viejas

de melancolía.

Fue una clara tarde del lento verano.

Tú venías solo con tu pena, hermano;

tus labios besaron mi linfa serena,

y en la clara tarde, dijeron tu pena.

Dijeron tu pena tus labios que ardían;

la sed que ahora tienen, entonces tenían.

—Adiós para siempre la fuente sonora, del parque dormido

eterna cantora.

Adiós para siempre;

tu monotonía, fuente, es más amarga que la pena mía.

Rechinó en la vieja cancela mi llave;

con agrio ruido abrióse la puerta de hierro mohoso y,

al cerrarse, grave sonó en el silencio de la tarde muerta.

VII

El limonero lánguido suspende una pálida rama

polvorienta, sobre el encanto de la fuente limpia, y allá en el

fondo sueñan los frutos de oro.

Es una tarde clara, casi de primavera,

tibia tarde de marzo

que el hálito de abril cercano lleva;

y estoy solo, en el patio silencioso,

buscando una ilusión cándida y vieja:

alguna sombra sobre el blanco muro,

algún recuerdo,

en el pretil de piedra de la fuente, dormido, o,

en el aire, algún vagar de túnica ligera.

En el ambiente de la tarde flota ese aroma de ausencia.

que dice al alma luminosa:

nunca, y al corazón:espera.

Ese aroma que evoca los fantasmas de las fragancias

vírgenes y muertas.

Sí, te recuerdo, tarde alegre y clara,

casi de primavera, tarde sin flores,

cuando me traías

el buen perfume de la hierbabuena,

y de la buena albahaca,

que tenía mi madre en sus macetas.

Que tú me viste hundir mis manos

puras en el agua serena,

para alcanzar los frutos encantados

que hoy en el fondo de la fuente sueñan.

Sí, te conozco,

tarde alegre y clara,

casi de primavera.

VIII

Yo escucho los cantos de viejas cadencias,

que los niños cantan cuando en coro juegan,

y vierten en coro sus almas que sueñan, cual vierten sus

aguas las fuentes de piedra:

con monotonías de risas eternas,

que no son alegres, con lágrimas viejas,

que no son amargas y dicen tristezas,

tristezas de amores de antiguas leyendas.

En los labios niños,

las canciones llevan confusa la historia

y clara la pena;

como clara el agua lleva su conseja

de viejos amores, que nunca se cuentan.

Jugando a la sombra de una plaza vieja, los niños cantaban.

La fuente de piedra

vertía su eterno

cristal de leyenda.

Cantaban los niños canciones ingenuas, de un algo que

pasa y que nunca llega:

la historia confusa y clara la pena.

Seguía su cuento la fuente serena;

borrada la historia, contaba la pena.

IX

(ORILLAS DEL DUERO).

Se ha asomado una cigüeña a lo alto del campanario.

Girando en torno a la torre y al caserón solitario,

y las golondrinas chillan.

Pasaron del blanco invierno, de nevascas y ventiscas los

crudos soplos de infierno.

Es una tibia mañana.

El sol calienta un poquito la pobre tierra soriana.

Pasados los verdes pinos, casi azules,

primavera se ve brotar en los finos chopos

de la carretera y del río.

El Duero corre, terso y mudo, mansamente.

El campo parece, más que joven, adolescente.

Entre las hierbas alguna humilde flor ha nacido, azul o

blanca.

¡Belleza del campo apenas florido,

y mística primavera!

¡Chopos del camino blanco,

álamos de la ribera,

espuma de la montaña

ante la azul lejanía sol del día,

claro día!

¡Hermosa tierra de España!

X

A la desierta plaza conduce

un laberinto de callejas.

A un lado, el viejo paredón sombrío

de una ruinosa iglesia;

a otro lado, la tapia blanquecina

de un huerto de cipreses y palmeras, y,

frente a mí, la casa,

y en la casa la reja ante el cristal

que levemente empaña su figurilla plácida y risueña.

Me apartaré.

No quiero llamar a tu ventana .

Primavera viene —su veste blanca

flota en el aire de la plaza muerta—;

viene a encender las rosas rojas de tus rosales.

Quiero verla .

XI

Yo voy soñando caminos de la tarde.

¡Las colinas doradas,

los verdes pinos,

las polvorientas encinas!.

.

.

¿Adonde el camino irá?

Yo voy cantando,

viajero a lo largo del sendero.

.

.

—La tarde cayendo está—,

"En el corazón tenía la espina de una pasión;

logré arrancármela un día:

ya no siento el corazón. "

Y todo el campo un momento se queda,

mudo y sombrío, meditando.

Suena el viento en los álamos del río.

La tarde más se obscurece;

y el camino que serpea y débilmente blanquea,

se enturbia y desaparece.

Mi cantar vuelve a plañir:

"Aguda espina dorada,

quién te pudiera sentir en el corazón clavada. "

XII

Amada, el aura dice

tu pura veste blanca .

No te verán mis ojos

¡mi corazón te aguarda!

El viento me ha traído tu nombre en la mañana;

el eco de tus pasos repite la montaña .

No te verán, mis ojos;

¡mi corazón te aguarda!

En las sombrías torres repican las campanas.

No te verán mis ojos;

¡mi corazón te aguarda!

Los golpes del martillo dicen la negra caja;

y el sitio de la fosa, los golpes de la azada.

No te verán mis ojos;

¡mi corazón te aguarda!

XIII

Hacia un ocaso radiante caminaba el sol de estío,

y era, entre nubes de fuego,

una trompeta gigante,

tras de los álamos verdes

de las márgenes del río.

Dentro de un olmo sonaba

la sempiterna tijera de la cigarra cantora,

el monorritmo jovial,

entre metal y madera,

que es la canción estival.

En una huerta sombría

giraban los cangilones

de la noria soñolienta.

Bajo las ramas obscuras el son del agua se oía.

Era una tarde de julio, luminosa y polvorienta.

Yo iba haciendo mi camino, absorto en el solitario

crepúsculo campesino.

Y pensaba:

"¡Hermosa tarde, nota de la lira inmensa toda desdén y

armonía;

hermosa tarde,

tú curas la pobre melancolía

de este rincón vanidoso, obscuro rincón que piensa!"

Pasaba el agua rizada bajo los ojos del puente.

Lejos la ciudad dormía, como cubierta de un mago fanal de

oro transparente.

Bajo los arcos de piedra el agua clara corría.

Los últimos arreboles coronaban

las colinas manchadas de olivos grises

y de negruzcas encinas.

Yo caminaba cansado, sintiendo la vieja angustia que hace

el corazón pesado.

El agua en sombra pasaba tan melancólicamente, bajo los

arcos del puente, como si al pasar dijera:

"Apenas desamarrada la pobre barca, viajero, del árbol de la

ribera, se canta:

no somos nada.

Donde acaba el pobre río la inmensa mar nos espera."

Bajo los ojos del puente pasaba el agua sombría.

(Yo pensaba:

¡el alma mía!)

Y me detuve un momento, en la tarde, a meditar.

¿Qué es esta gota en el viento que grita al mar:

soy el mar?

Vibraba el aire asordado

por los élitros cantores

que hacen el campo sonoro,

cual si estuviera sembrado

de campanitas de oro.

En el azul fulguraba un lucero diamantino.

Cálido viento soplaba, alborotando el camino.

Yo, en la tarde polvorienta, hacia la ciudad volvía.

Sonaban los cangilones de la noria soñolienta.

Bajo las ramas obscuras caer el agua se oía.

XIV

(CANTE HONDO)

Yo meditaba absorto,

devanando los hilos del hastío y la tristeza,

cuando llegó a mi oído, por la ventana de mi estancia,

Abierta a una caliente noche de verano,

el plañir de una copla soñolienta,

quebrada por los trémolos sombríos de las músicas magas de

mi tierra.

Y era el Amor, como una roja llama.

—Nerviosa mano en la vibrante cuerda ponía un largo

suspirar de oro, que se trocaba en surtidor de estrellas—.

Y era la Muerte, al hombro la cuchilla, el paso largo, torva y

esquelética, —tal cuando yo era niño la soñaba—.

Y en la guitarra, resonante y trémula, la brusca mano, al

golpear, fingía el reposar de un ataúd en tierra.

Y era un plañido solitario el soplo que el polvo barre y la

ceniza avienta.

XV

La calle en sombra.

Ocultan los altos caserones el sol que muere;

hay ecos de luz en los balcones.

¿No ves, en el encanto del mirador florido, óvalo rosado de

un rostro conocido?

La imagen, tras el vidrio de equívoco reflejo, surge o se

apaga como daguerrotipo viejo.

Suena en la calle sólo el ruido de tu paso;

se extinguen lentamente los ecos del ocaso.

¡Oh, angustia!

Pesa y duele el corazón .

¿Es ella? No puede ser.

Camina.

En el azul, la estrella.

XVI

Siempre fugitiva y siempre cerca de mí,

en negro manto mal cubierto

el desdeñoso gesto de tu rostro pálido.

No sé adonde vas, ni dónde tu virgen belleza tálamo busca

en la noche.

No sé qué sueños cierran tus párpados,

ni de quién haya entreabierto tu lecho inhospitalario.

Detén el paso, belleza esquiva, detén el paso.

Besar quisiera la amarga, amarga flor de tus labios.

XVII

(HORIZONTE)

En una tarde clara y amplia como el hastío, cuando su lanza

blande el tórrido verano, copiaban el fantasma de un grave

sueño mío mil sombras en teoría, enhiestas, sobre el llano.

La gloria del ocaso era un purpúreo espejo, era un cristal de

llamas, que al infinito viejo iba, arrojando el grave soñar en

la llanura.

Y yo sentí la espuela sonora de mi paso repercutir lejana en

el sangriento ocaso, y más allá, la alegre canción de un alba

pura.

XVIII

(EL POETA)

Para el libro La casa de la

primavera de Gregorio Martínez

Sierra

Maldiciendo su destino como Glauco, el dios marino, mira,

turbia la pupila de llanto, el mar, que le debe su blanca

virgen Scyla.

El sabe que un Dios más fuerte con la sustancia inmortal está

jugando a la muerta, cual niño bárbaro.

Él piensa que ha de caer como rama que sobre las aguas

flota, antes de perderse, gota de mar en la mar inmensa.

En sueños oyó el acento de una palabra divina;

en sueños se le ha mostrado la cruda ley diamantina, sin

odio ni amor, y el frío soplo del olvido sabe, sobre un arenal

de hastío.

Bajo las palmeras del oasis el agua buena miró brotar de la

arena;

y se abrevó entre las dulces gacelas,

y entre los fieros animales carniceros.

Y supo cuánto es la vida hecha de sed y de dolor.

Y fue compasivo para el ciervo y el cazador,

para el ladrón y el robado,

para el pájaro azorado, para el sanguinario azor.

Con el sabio amargo dijo:

Vanidad de vanidades, todo es negra vanidad;

y oyó otra voz que clamaba, alma de sus soledades:

sólo eres tú, luz que fulges en el corazón, verdad.

Y viendo cómo lucían miles de blancas

estrellas, pensaba que todas ellas en su corazón ardían.

¡Noche de amor!

Y otra noche sintió la mala tristeza

que enturbia la pura llama,

y el corazón que bosteza,

y el histrión que declama.

Y dijo:

Las galerías del alma que espera están desiertas,

mudas, vacías:

las blancas sombras se van.

Y el demonio de los sueños abrió el jardín encantado del

ayer.

¡Cuan bello era!

¡Qué hermosamente el pasado fingía la primavera,

cuando del árbol de otoño estaba el fruto colgado,

mísero fruto podrido,

que en el hueco acibarado guarda el gusano escondido!

¡Alma, que en vano quisiste ser más joven cada día, arranca

tu flor, la humilde flor de la melancolía!

XIX

¡Verdes jardinillos, claras plazoletas,

fuente verdinosa donde el agua sueña,

donde el agua muda resbala en la piedra!.

Las hojas de un verde mustio, casi negras de la acacia,

el viento de septiembre besa,

y se lleva algunas amarillas,

secas, jugando, entre el polvo blanco de la tierra.

Linda doncellita, que el cántaro llenas de agua

transparente, tú, al verme, no llevas a los negros bucles de tu

cabellera, distraídamente, la mano morena, ni, luego, en el

limpio cristal te contemplas.

Tú miras al aire de la tarde bella,

mientras de agua clara el cántaro llenas.

DEL CAMINO

XX

(PRELUDIO)

Mientras la sombra pasa de un santo amor,

hoy quiero poner un dulce salmo sobre mi viejo atril.

Acordaré las notas del órgano severo

al suspirar fragante del pífano de abril.

Madurarán su aroma las pomas otoñales, la mirra y el

incienso salmodiarán su olor;

exhalarán su fresco perfume los rosales, bajo la paz en

sombra del tibio huerto en flor.

Al grave acorde lento de música y aroma,

la sola y vieja y noble razón de mi rezar levantará su vuelo

suave de paloma,

y la palabra blanca se elevará al altar.

XXI

Daba el reloj las doce.

y eran doce golpes de azada en tierra.

¡Mi hora!

—grité—.

El silencio me respondió:

—No temas;

tú no verás caer la última gota que en la clepsidra tiembla.

Dormirás muchas horas todavía sobre la orilla vieja, y

encontrarás una mañana pura amarrada tu barca a otra ribera.

XXII

Sobre la tierra amarga, caminos tiene el sueño laberínticos,

sendas tortuosas, parques en flor y en sombra y en silencio

criptas hondas, escalas sobre estrellas;

retablos de esperanzas y recuerdos.

Figurillas que pasan y sonríen —juguetes melancólicos de

viejo—;

imágenes amigas, a la vuelta florida del sendero, y quimeras

rosadas que hacen camino …

lejos.

XXIII

En la desnuda tierra del camino la hora florida brota, espino

solitario, del valle humilde en la revuelta umbrosa.

El salmo verdadero de tenue voz hoy torna al corazón,

y al labio, la palabra quebrada y temblorosa.

Mis viejos mares duermen;

se apagaron sus espumas sonoras sobre la playa estéril.

La tormenta camina lejos en la nube torva.

Vuelve la paz al cielo;

la brisa tutelar esparce aromas otra vez sobre el campo, y

aparece, en la bendita soledad, tu sombra.

XXIV

El sol es un globo de fuego, la luna es un disco morado.

Una blanca paloma se posa en el alto ciprés centenario.

Los cuadros de mirtos parecen de marchito velludo

empolvado.

¡El jardín y la tarde tranquila!.

Suena el agua en la fuente de mármol.

XXV

¡Tenue rumor de túnicas que pasan sobre la infértil tierra!.

¡Y lágrimas sonoras de las campanas viejas!

Las ascuas mortecinas del horizonte humean .

Blancos fantasmas lares van encendiendo estrellas.

—Abre el balcón.

La hora de una ilusión se acerca.

La tarde se ha dormido, y las campanas sueñan.

XXVI

¡Oh, figuras del atrio, más humildes cada día y lejanas:

mendigos harapientos sobre marmóreas gradas;

miserables ungidos de eternidades santas, manos que surgen

de los mantos viejos y de las rotas capas!

¿Pasó por vuestro lado una ilusión velada,

de la mañana luminosa y fría en las horas más plácidas?

Sobre la negra túnica, su mano era una rosa blanca.

XXVII

La tarde todavía dará incienso de oro a tu plegaria, y quizás

el cenit de un nuevo día amenguará tu sombra solitaria.

Mas no es tu fiesta el ultramar lejano,

sino la ermita junto al manso río;

no tu sandalia el soñoliento llano pisará,

ni la arena del hastío.

Muy cerca está, romero,

la tierra verde y santa y florecida de tus sueños;

muy cerca, peregrino que desdeñas la sombra del sendero

y el agua del mesón en tu camino.

XXVIII

Crear fiestas de amores

en nuestro amor pensamos,

quemar nuevos aromas

en montes no pisados,

y guardar el secreto

de nuestros rostros pálidos,

porque en las bacanales de la vida vacías nuestras copas

conservamos,

mientras con eco de cristal y espuma

ríen los zumos de la vida dorados.

Un pájaro escondido entre las ramas del parque

solitario, silba burlón.

Nosotros exprimimos la penumbra de un sueño en nuestro

vaso .

Y algo, que es tierra en nuestra carne, siente la humedad del

jardín como un halago.

XXIX

Arde en tus ojos un misterio, virgen esquiva y compañera.

No sé si es odio o es amor la lumbre inagotable de tu aljaba

negra.

Conmigo irás mientras proyecte sombra mi cuerpo y quede a

mi sandalia arena.

—¿Eres la sed o el agua en mi camino? Dime, virgen

esquiva y compañera.

XXX

Algunos lienzos del recuerdo tienen luz de jardín y soledad

de campo la placidez del sueño en el paisaje familiar soñado.

Otros guardan las fiestas de días aun lejanos;