Nuevas canciones - Antonio Machado - E-Book

Nuevas canciones E-Book

Antonio Machado

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Beschreibung

Nuevas canciones es un poemario de Antonio Machado que recoge varias de sus obras poéticas: Soledades, galerías y otros poemas y las ampliaciones de Poesías Completas publicadas por la editorial Mundo Latino.-

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Antonio Machado

Nuevas canciones

 

Saga

Nuevas cancionesCover image: Shutterstock Copyright © 1924, 2020 Antonio Machado and SAGA Egmont All rights reserved ISBN: 9788726485363

 

1. e-book edition, 2020

Format: EPUB 2.0

 

All rights reserved. No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.

 

SAGA Egmont www.saga-books.com – a part of Egmont, www.egmont.com

Poesías completas

Antonio Machado (1875–1939)

CLIII (OLIVO DEL CAMINO)

A la memoria de D. Cristóbal Torro

I

Parejo de la encina castellana

crecida sobre el páramo, señero

en los campos de Córdoba la llana

que dieron su caballo al Romancero,

lejos de tus hermanos

que vela el ceño campesino —enjutos

pobladores de lomas y altozanos,

horros de sombra, grávidos de frutos—,

sin caricia de mano labradora

que limpie tu ramaje, y por olvido,

viejo olivo, del hacha leñadora,

¡cuan bello estás junto a la fuente erguido,

bajo este azul cobalto

como un árbol silvestre, espeso y alto!

II

Hoy, a tu sombra, quiero

ver estos campos de mi Andalucía,

como a la vera ayer del Alto Duero

la hermosa tierra de encinar veía.

Olivo solitario,

lejos del olivar, junto a la fuente,

olivo hospitalario

que das tu sombra a un hombre pensativo

y a un agua transparente,

al borde del camino que blanquea,

guarde tus verdes ramas, viejo olivo,

la diosa de ojos glaucos, Atenea.

III

Busque tu rama verde el suplicante

para el templo de un dios, árbol sombrío;

Demeter jadeante

pose a tu sombra, bajo el sol de estío.

 

Que florezca el día

en que la diosa huyó del ancho Urano,

cruzó la espalda de la mar bravía,

llegó a la tierra en que madura el grano,

y en su querida Eleusis, fatigada,

sentóse a reposar junto al camino,

ceñido el peplo, yerta la mirada,

lleno de angustia el corazón divino...

Bajo tus ramas, viejo olivo, quiero

un día recordar del sol de Homero.

IV

Al palacio de un rey llegó la dea,

sólo divina en el mirar sereno,

ocultando su forma gigantea

de joven talle y de redondo seno,

trocado el manto azul por burda lana,

como sierva propicia a la tarea

de humilde oficio con que el pan se gana.

De Keleos la esposa venerable,

que daba al hijo en su vejez nacido,

a Demofón, un pecho miserable,

la reina de los bucles de ceniza,

del niño bien amado

a Demeter tomó para nodriza.

 

Y el niño floreció como criado

en brazos de una diosa,

o en las selvas feraces

—así el bastardo de Afrodita hermosa—

al seno de las ninfas montaraces.

V

Mas siempre el ceño maternal espía,

y una noche, celando a la extranjera,

vio la reina una llama. En roja hoguera

a Demofón, el príncipe lozano.

Demeter impasible resolvía,

y al cuello, al torso, al vientre, con su mano

una sierpe de fuego le ceñía.

Del regio lecho, en la aromada alcoba,

saltó la madre; al corredor sombrío

salió gritando, aullando, como loba

herida en las entrañas: ¡hijo mío!

VI

Demeter la miró con faz severa.

—Tal es, raza mortal, tu cobardía.

Mi llama el fuego de los dioses era.

Y al niño, que en sus brazos sonreía:

Yo soy Demeter que los frutos grana,

¡oh príncipe nutrido por mi aliento,

y en mis brazos más rojo que manzana

maduraba el otoño al sol y al viento!...

Vuelve al halda materna, y tu nodriza

no olvides, Demofón, que fue una diosa;

ella trocó en maciza

tu floja carne y la tiñó de rosa,

y te dio el ancho torso, el brazo fuerte,

y más te quiso dar y más te diera:

con la llama que libra de la muerte,

la eterna juventud por compañera.

VII

La madre de la bella Proserpina

trocó en moreno grano,

para el sabroso pan de blanca harina,

aguas de abril y soles del verano.

 

Trigales y trigales ha corrido

la rubia diosa de la hoz dorada,

y del campo a las eras del ejido,

con sus montes de mies agavillada,

llegaron los huesudos bueyes rojos,

la testa dolorida al yugo atada,

y con la tarde ubérrima en los ojos.

 

De segados trigales y alcaceles

hizo el fuego sequizos rastrojales;

en el huerto rezuma el higo mieles,

cuelga la oronda pera en los perales,

hay en las vides rubios moscateles,

y racimos de rosa en los parrales

que festonan la blanca almacería

de los huertos. Ya irá de glauca a bruna,

por llano, loma, alcor y serranía,

de los verdes olivos la aceituna...

 

Tu fruto, ¡oh polvoriento del camino

árbol ahíto de la estiva llama!,

no estrujarán las piedras del molino,

aguardará la fiesta, en la alta rama,

del alegre zorzal, o el estornino

lo llevará en su pico, alborozado.

 

Que en tu ramaje luzca, árbol sagrado,

bajo la luna llena,

el ojo encandilado

del búho insomne de la sabia Atena.

 

Y que la diosa de la hoz bruñida

y de la adusta frente

materna sed y angustia de uranida

traiga a tu sombra, olivo de la fuente.