Porciones de Carne de Primera Clase Colección - Vanessa Vale - E-Book

Porciones de Carne de Primera Clase Colección E-Book

Vale Vanessa

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Beschreibung

Con un libro de Vanessa Vale un solo vaquero nunca es suficiente. En esta serie tan ardiente, cada heroína obtiene una porción extra (o dos) de Porciones de Carne de Primera Clase.

Señor Trozo De Carne -

Puede que me llamen Señor Trozo de Carne, pero cuando veo a Kaitlyn clavarme un tenedor por primera vez, estoy acabado.


Porción Grande -

Tucker Duke trabaja en un rancho, pero no lo llaman Porción Grande por su ganado.


Partida Triple -

Parker Drew y Gus Duke no se han visto desde diez años atrás, pero es como si no hubiera pasado el tiempo.


Entre Dos -

Permitidme presentaros a Porter Duke. Porter cuenta con una porción grande de carne él solo, pero eso no significa que desee reclamar a Jillian Murphy por su cuenta.


Carne bajo la falda -

Julia Duke fue testigo de cómo sus hermanos se enamoraron, y ahora es su turno.

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Veröffentlichungsjahr: 2021

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PORCIONES DE CARNE DE PRIMERA CLASE COLECCIÓN

VANESSA VALE

Derechos de Autor © 2021 por Vanessa Vale

Vanessa Vale® es una Marca Registrada de Bridger Media.

Este trabajo es pura ficción. Los nombres, personajes, lugares e incidentes son producto de la imaginación de la autora y usados con fines ficticios. Cualquier semejanza con personas vivas o muertas, empresas y compañías, eventos o lugares es total coincidencia.

Todos los derechos reservados.

Ninguna parte de este libro deberá ser reproducido de ninguna forma o por ningún medio electrónico o mecánico, incluyendo sistemas de almacenamiento y retiro de información sin el consentimiento de la autora, a excepción del uso de citas breves en una revisión del libro.

Diseño de la Portada: Bridger Media

Imagen de la Portada: Deposit Photos: DIDDLE

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http://vanessavaleauthor.com/v/ed

ÍNDICE

Señor Trozo De Carne

Prólogo

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Contenido extra

Porción Grande

Prólogo

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Contenido extra

Partida Triple

Prólogo

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Contenido extra

Entre Dos

Prólogo

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Capítulo 17

Capítulo 18

Contenido extra

Carne bajo la falda

Prólogo

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Contenido extra

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Acerca de la autora

SEÑOR TROZO DE CARNE

PORCIONES DE CARNE DE PRIMERA CLASE - 1

Derechos de Autor © 2018 por Vanessa Vale

Este trabajo es pura ficción. Los nombres, personajes, lugares e incidentes son producto de la imaginación de la autora y usados con fines ficticios. Cualquier semejanza con personas vivas o muertas, empresas y compañías, eventos o lugares es total coincidencia.

Todos los derechos reservados.

Ninguna parte de este libro deberá ser reproducido de ninguna forma o por ningún medio electrónico o mecánico, incluyendo sistemas de almacenamiento y retiro de información sin el consentimiento de la autora, a excepción del uso de citas breves en una revisión del libro.

Diseño de la Portada: Bridger Media

Imagen de la Portada: Period Images

PRÓLOGO

DUKE

Mi padre siempre me dijo que en el minuto en que viera a la mujer para mí, lo sabría. Justo así. De un segundo a otro sería suyo. De soltero a irrevocablemente tomado. Como Jed era mi mejor amigo desde el jardín de infancia, también le dijo esto a él. Y desde entonces, siempre pensamos que encontraríamos a la misma mujer. La indicada para los dos.

Probablemente eso no era a lo que mi padre se refería, pero quedó grabado.

De niños, sonreímos y asentimos, complaciéndolo a él y a sus palabras. De adolescentes, pusimos los ojos en blanco cuando seguía recordándonos a los dos. Conocimos a muchas chicas—hicimos una búsqueda extensa—y todavía no habíamos querido quedarnos con ninguna de ellas. Follarlas, definitivamente, pero nada más.

Mientras envejecía, más prevalecían sus palabras, que no había estado diciéndome que me mantuviera virgen hasta mi noche de bodas—eso no funcionó conmigo, con Jed, ni con mis hermanos. La forma en que mis padres se amaban el uno al otro y lo demostraban en el día a día era prueba de su afirmación. No había duda de que ella regía su mundo, que todo lo que él hacía giraba en torno a su felicidad.

Y ahora, a los treinta y dos años, quería eso para mí. Le creía a mi padre. Ya no le ponía los ojos en blanco. En lugar de eso, esperé.

Y esperé.

Jed también.

Hasta la noche que cambió mi vida. Puede que me llamen Señor Trozo de Carne, pero cuando la vi clavarme un tenedor por primera vez, estuve acabado.

1

DUKE

Lo último que quería ver después de un largo día en una obra de construcción era a un tipo usando nada más que una maldita hoja de plátano balanceando sus caderas, haciendo que su basura se moviera en círculos.

“¿Qué demonios está pasando aquí?”, pregunté, agarrando el hombro de Jed y dándole vuelta. Entré por la puerta trasera de Cassidy’s y lo encontré detrás de la barra. Obviamente, no leí el cartel que decía desnudistas masculinos. Como él era el dueño del lugar, esto fue una gran sorpresa. A mi mejor amigo no le gustaba… esto más que a mí. No me había dicho nada al respecto.

Jed sonrió cuando me vio, dándole una margarita con sal a una mujer. “Noche de chicas”, gritó por encima de las mujeres ruidosas y gritos de ‘¡quítatelo!’ Sacó las tapas de dos botellas de cerveza, las puso en la barra de madera brillante delante de una señora y las intercambió por un billete de diez dólares.

Había dos bármanes trabajando duro para reponer las bebidas y me saludaron brevemente. Jed estaba ocupado ayudando. Había estado aquí en una noche de chicas anteriormente, pero nunca había sido así.

“¿Qué hay con los tipos?”, grité de vuelta, cerrando los ojos y sacudiendo la cabeza mientras el bailarín se giraba, se doblaba en la cintura y mostraba su trasero desnudo. Excepto por el pequeño trozo de tela amarilla que subía por su abertura, pude verlo todo… y también pudieron verlo todas las mujeres del público, para su deleite. Yo, por otro lado, ahora tenía que desinfectarme los ojos. “Dios”, murmuré, apartando la mirada. El bajo de la música estaba alto y podía sentir las vibraciones a través del suelo.

No tenía ningún problema con los desnudistas, pero me gustaba ver tetas grandes y una vagina regordeta después de un pequeño espectáculo. No esto.

“Julia pensó que sería bueno para el negocio. Ella y sus habilidades de marketing en el trabajo”.

Basado en el número de mujeres que estaban abarrotadas en el área del bar y del restaurante, mi hermana tenía razón. Probablemente todas las mujeres mayores de veintiún años en un radio de treinta kilómetros de Raines estaban aquí. Basado en la forma en que agitaban los billetes de dólar, dudaba que el departamento de bomberos pudiera sacarlas de aquí.

Hablando de bomberos, la música cambió y un nuevo bailarín entró en el pequeño escenario. Con un traje de bombero. Me preguntaba con qué se iba a quedar puesto además del sombrero rojo de plástico en su cabeza. Afortunadamente, el tipo no era nadie que conociera. Otra vez necesitaría desinfectarme.

Chris agarró una toalla de la barra, se limpió las manos y la arrojó.

“¿Por qué Julia me pidió que viniera?”, pregunté. “No necesito ver esto”. Señalé en dirección al bailarín. Con una mano sosteniendo la parte superior de mi sombrero de vaquero contra mi muslo, me froté los ojos con la otra. Después de lidiar con un cliente capaz de cambiar la mentalidad y un albañil, sólo quería una cerveza fría y una ducha. Dirigir mi propio negocio de construcción y remodelación se suponía que iba a ser menos estresante que montar el lomo de un toro. Eso era una completa mentira.

“No estás aquí por los hombres, sino por las mujeres”, dijo Julia desde detrás de mí.

Me di vuelta con el tacón de la bota al escuchar su voz. Ella inclinó su cabeza hacia un lado para que pudiera besar su mejilla como lo hacía usualmente, pero en vez de eso, puse la palma de mi mano en su frente y le di un suave empujón. Al ser más baja que yo y cincuenta kilos más ligera, era fácil molestarla. La tonta.

“¿Mujeres? ¿Desde cuándo necesito ayuda con las mujeres?”, pregunté, apoyándome en la barra para estar frente a ella, no frente al tipo con sólo un sombrero de bombero cubriendo su… sombrero de bombero. Mierda.

Julia puso los ojos en blanco. Aunque era la más joven de nosotros cuatro, se había propuesto la misión de ver a todos sus hermanos casados. Los tres. Incluso cuando ella misma seguía soltera. Pero una exhibición masculina era un giro interesante.

Tomó mi mano izquierda y la levantó. “Ya que no hay ningún anillo aquí”. Miró a Jed por encima de su hombro. “Y tampoco en el dedo de él. Pensé en traerles chicas”.

“¿Por qué yo estoy aquí y no Tucker o Gus? Están tan solteros como yo”, refunfuñé, apartándome del camino para que uno de los bármanes tomara algo de la pequeña nevera detrás de mí.

“Porque tus hermanos fueron lo suficientemente inteligentes para enterarse de la noche de chicas antes de llegar aquí. Tucker dijo, y cito... ‘de ninguna jodida manera’”.

Sonaba como Tucker, aunque a él siempre le gustaban las salvajes y le gustaba domarlas con su amigo. Pensaba que esto era como disparar a un pez en un barril para encontrar una mujer, al menos para una retozada en el heno—o una follada rápida en el baño. Y estas mujeres estaban listas para un pene, especialmente la que acaba de tirar sus bragas a los pies del último bailarín. Estaban más ansiosas que las conejitas que seguían el circuito de rodeo y yo conocía bien a esas mujeres. Y sus bragas también.

“¿Y Gus?”

“Dijo que tenía una cita”.

“¿Tú le crees?” Yo no le creía. Gus no tenía citas. Follaba. Y no solo. Decir que a los chicos Duke les gustaba compartir era quedarse corto. Cada uno de nosotros planeaba reclamar una mujer con otros. Yo iba a encontrar una mujer con Jed. La arruinaríamos para todos los demás hombres, la marcaríamos con nuestro semen y la haríamos nuestra. Sí, mía y de Jed. Compartimos todo desde que teníamos cinco años. Reclamar una mujer juntos tenía mucho sentido.

Julia sólo se encogió de hombros. “Que venga uno de tres es una probabilidad bastante decente”.

Suspiré. “¿Entonces exactamente qué quieres que haga?” Hice una pausa, levanté la mano. “Espera, no esperarás que yo, que ninguno de los dos—” Señalé hacia el escenario con el pulgar.

Me miró de arriba a abajo, apreció mi camiseta negra, mis vaqueros descoloridos y botas. Ropa típica para un día de trabajo. “Ahora que lo mencionas… ¿tienes un sombrero en tu camioneta? ¿Uno de esos chalecos de seguridad de neón?”

“De ninguna manera”. Di un paso hacia la salida y me puso una mano en el pecho. Jed tan solo nos miró mientras ponía hielo en un vaso y se rio.

“Estaba bromeando”, gritó sobre el ritmo de una nueva canción que salía de los altavoces, luego sonrió. “No tengo ni idea de cómo puedes andar por ahí con un ego tan grande. El peso debe ser opresivo”.

¿Ego? Demonios, no. Era del tamaño de mis pelotas. Esas eran impresionantes. Y justo en este momento, estaban llenas de mucho semen. Hacía mucho tiempo que no follaba y moría por llenar a la mujer adecuada hasta quedar vacío. Marcarla, dejar mi olor en todas partes para que todos sepan que es mía. Entonces dejaría que Jed tuviera su turno.

Julia siguió hablando. “Sólo porque seas razonablemente guapo además de ser famoso y todo eso no significa que las mujeres quieran ver tu basura. Y no tienes nada de ritmo. No puedes bailar para salvar tu vida… incluso casi desnudo”.

Decidí saltarme la descripción sobre mis habilidades de baile, porque era verdad. No sólo era malo en ello, lo odiaba. Jed podía bailar un poco en la pista, pero no vi a Julia tratando de convencerlo para que saliera y se desnudara. Y él era como un cuarto hermano para ella.

“No soy tan modesto, pero soy un hombre de una sola mujer”, le dije. Y estaba buscando una mujer que quisiera dos hombres. “No—” Miré hacia la multitud y me estremecí por dentro. “Doscientas”.

Amaba a las mujeres. De todas las formas y tamaños. Veneraba todo, desde los senos pequeños hasta los grandes y exuberantes. Desde figuras delgadas y esbeltas hasta gruesas y abundantes de las que agarrarse. No discriminaba, no cuando se trataba de vaginas. Me encantaban las vaginas. La sensación, el olor, el sabor. Se me hacía agua la boca deseando un poco.

Pero no necesitaba que mi hermana escogiera vaginas para mí y para Jed.

Podíamos escoger la nuestra. Julia pensaba que teníamos mujeres que nos lanzaban sus bragas a diestra y siniestra, y así fue cuando estábamos en el circuito de rodeo profesional. Ahora no. Lesionarme, renunciar y regresar a casa para establecerme hicieron que viera lo que me faltaba. Y Jed me siguió poco después. Y no era una vagina accesible lo que queríamos. No, era la vagina. La que habíamos estado buscando y que aún no habíamos encontrado. Estaba buscando compromiso. A largo plazo. Una casa con cercas y todo eso. Establecerme con la mujer perfecta, la vagina perfecta y nunca mirar atrás. Pero no era como si fuera a decirle eso a mi hermana, de lo contrario, me organizaría citas a ciegas a diestra y siniestra. A Jed también. Esta visita al bar no sería nada comparado con lo que nos haría pasar.

Y en cuanto a Tucker y a Gus, si pensaban que teníamos una mujer diferente en la cama cada noche, no iba a corregirlos. Me molestarían mucho si supieran la verdad. Me dirían que se me caería el pene si no lo sumergía de vez en cuando. Lo mismo con Jed.

“Entonces tienen que elegir a una”.

Arqueé una ceja ante la declaración de Julia. Ella sabía que compartiríamos una mujer desde… siempre. Lo mismo con sus otros hermanos. Y, ella también, aunque no me gustaba pensar en ella con un hombre, mucho menos con dos.

“No voy a ir para allá. Puede que no vuelva con vida. O con la ropa puesta”.

Era como ser enviado a defenderme de un grupo de lobas.

“Lo dices como si fuera algo malo. Apuesto a que te meterían mucho dinero en los calzoncillos”.

Jed se rio mientras pasaba, tomando unos cuantos limones.

Me acerqué, coloqué mi sombrero de vaquero en la cabeza de Julia. Levantó el frente con sus dedos para poder mirarme. Sólo la miré fijamente a cambio, ni un poco divertido.

“Está bien. Quédate aquí y ayuda a Jed con las bebidas entonces. La barra debería ser un escudo suficiente para mantenerte a salvo hasta que encuentres una que te apetezca”.

Me dio una palmada en el pecho y se marchó, llevándose mi sombrero con ella.

¿Que me apetezca? Sonó como Nana Jean.

“¿Cuándo se volvió tan mandona?”, le pregunté a Jed.

Sonrió de nuevo mientras cortaba un limón en una pequeña tabla de cortar. “Desde que nació, creo. No puedo quejarme demasiado. Sus ideas de marketing me están haciendo una fortuna”.

Definitivamente cierto basado en el tamaño de la multitud, especialmente para ser un jueves por la noche.

Podría irme, ir a casa y tener esa ducha y tomarme esa cerveza, pero Jed y los otros bármanes estaban muy ocupados. Realmente necesitaban ayuda para cumplir con los pedidos de bebidas, al menos hasta que las cosas se calmaran un poco. Cassidy’s era el sustento de Jed ahora que estaba fuera del circuito y le iba bien. Los lugareños venían a buscar comida o bebidas, los turistas se detenían de camino al Parque Nacional de los Glaciares—y las mujeres venían a buscar a los bailarines masculinos. Tan solo me preguntaba cómo Julia había conseguido a los desnudistas en primer lugar. Y no quería pensar en eso, así que tomé una toalla del bar, la arrojé sobre mi hombro y me puse a trabajar.

Unas cuantas mujeres me reconocieron, hablaron conmigo. Una me deslizó sus bragas… lo cual, hace unos años, habría sido muy caliente, pero ahora sólo pensaba en lo antihigiénico que era en un bar. Otra pidió un autógrafo en una servilleta—para lo cual estuve más que dispuesto a complacer—y otra quería una fotografía con el famoso campeón del rodeo. Afortunadamente, los bailarines eran una distracción y, por suerte, más atractivos que yo. Ninguna permanecía en la barra cuando había hombres vestidos con tanga al otro lado del salón. Un lado del salón al que evitaba mirar mezclando algunas margaritas con más vigor del necesario.

“¿Qué puedo ofrecerte?”, dijo Jed, trabajando a mi lado. Con los cuatro detrás de la barra, nos colocamos en posiciones de defensa para evitar chocar entre nosotros y yo estaba en el último extremo.

“¿Me puede dar uno de cada ronda y un número de teléfono?”, respondió una mujer.

“Me siento halagado, cariño”.

“No el tuyo, el de él”.

No les estaba prestando mucha atención hasta que Jed me dio un codazo. Levanté la vista de los tragos que estaba sirviendo y seguí su mentón inclinado—y sonrisa—hacia la mujer que estaba delante de él. Puede que estuviéramos en la Montana rural, pero estaba muy bien vestida como para una noche en la gran ciudad. Ojos azules grandes, labios rojos brillantes. Cabello rubio rizado salvaje y largo sobre sus hombros. Hombros desnudos porque tenía puesto una especie de top sin mangas y atado en la nuca. Y tenía lentejuelas. De hecho, era todo de lentejuelas. Me recordó a un cartel de casino de Las Vegas. No podía ver su mitad inferior escondida detrás de la barra, pero había visto suficiente. Era hermosa de una manera llamativa y obvia, pero no era para mí. Tal vez el yo de veintidós años ya la habría arrastrado al pasillo de atrás para un rapidito, pero ya no.

No, ella no hacía que mi pene se levantara. Pero su acompañante sí.

Sí, ella. Santos cielos. ELLA.

2

DUKE

Detrás de la barra, pateé a Jed en la pierna para llamar su atención, pero cuando aparté la mirada lo suficiente para mirarlo, vi que su concentración coincidía con la mía.

Ella.

Estaba parada un poco detrás de la mujer llamativa, pero era obvio con ese tipo de cercanía femenina que estaban aquí juntas. Ella era… tímida. ¿Callada, tal vez? Definitivamente no tan atrevida como su amiga. No era del tipo atrevido. Y por la forma en que puso los ojos en blanco, supe que no era el primer hombre al que su amiga le había lanzado las garras. Y una vez que rechazara a su amiga, probablemente no sería el último.

La música cambió de nuevo, lo que hizo que mirara por encima de su hombro al último desnudista—Dios, un vaquero con chaparreras, una tanga roja y nada más—luego miró hacia atrás. No estaba frunciendo el ceño, pero tampoco estaba emocionada por el festival de desnudistas. Parecía... divertida en vez de excitada.

Y caliente de esa manera tan pura de bibliotecaria. Porque mientras otras salieron para tener una noche salvaje de chicas con apenas algo de ropa—desde faldas cortas y camisetas de tirantes diminutas hasta vestidos de mujerzuelas y tacones de aguja, incluyendo las lentejuelas de su amiga—ella tenía puesta una blusa blanca y una falda. Unas botas de vaquera jodidamente hermosas.

No conocía a ninguna mujer, además de una abuela o una camarera, que llevara una camisa blanca abotonada. Y ella no era una abuela. No, tenía que tener unos veintitantos años y el único botón que quería verle era uno de los míos después de una noche de sexo salvaje, y nada más. Tal vez unos cuantos mordiscos míos marcando su piel, una mezcla del semen de Jed y del mío cubriendo su vagina y la parte interna de sus muslos. Veríamos eso, sabríamos que nos pertenece. Ella lo sentiría derramándose, un recordatorio constante de que su vagina nos pertenece.

Demonios, estaba duro como un poste y eso era con solo pensar en su camisa.

Su cabello oscuro estaba separado en la mitad y recogido en un moño. Un moño. Pero era preciosa y su cabello peinado de una manera tan sencilla lo demostraba. Ojos grandes y oscuros, nariz respingada y labios grandes que no estaban manchados de rojo sino con algún tipo de brillo claro. Tan jodidamente besables y anhelaba verlos bien abiertos mientras la observaba tomar el pene de Jed bien profundo.

No lo estaba intentando como su amiga. Demonios, no necesitaba hacerlo, no conmigo. No con la forma en que Jed estaba listo para saltar sobre la barra para llegar a ella. Cualquier hombre que no estuviera ciego podía ver lo hermosa que era.

Si estos bailarines masculinos no hacían que su vagina se mojara, yo quería tener la oportunidad de hacerlo. No, más que una oportunidad. Lo quería todo con ella y ella no había dicho ni una palabra.

Quería soltar ese moño, desabrochar esa blusa modesta y ver qué tipo de confección sexy cubría esos senos grandes.

Sí, no podían esconderse detrás de una simple camisa, no importaba lo pura que fuera. Sería más que un puñado. ¿Y esos pezones? Regordetes, rosados y perfectos.

¿Y algo en ella que hacía que mi pene se pudiera todavía más duro? Los anteojos.

Maldición, sí. ¿Quién diría que me gustaría una mujer con anteojos? Tal vez no había tenido una antes porque nunca había sido ella. Hasta ahora.

Le sonreí a la Srta. Sequins, seguro para llenarla de encanto. “¿Cómo te llamas?”

Llevó los hombros hacia atrás, lo que hizo que sus tetas grandes sobresalieran. Su sonrisa mostró unos dientes blancos perfectos. “Ava”.

Incliné mi cabeza hacia un lado. “¿Y el nombre de tu amiga?”

Ava puso su brazo alrededor del hombro de ella y la atrajo a su lado. “¿Mi mejor amiga? Kaitlyn”.

Kaitlyn. Un nombre bonito para una mujer bonita. Kaitlyn me miró a mí, luego a Jed. Sus mejillas se sonrojaron—un hermoso rosado que estaba seguro era del mismo tono que su vagina—y dijo: “¿Qué tal?”

Suave y melódico. Perfecta. Sí, me había vuelto loco, pero la quería. Quería saber todo sobre ella. ¿Realmente era una bibliotecaria o sólo daba esa impresión? ¿Qué tipo de gelatina le gustaba? ¿Le gustaban las mañanas? Dios, si era así, entonces tendríamos un rapidito caliente antes del trabajo cada mañana. Tal vez incluso nos bañaríamos juntos y entre Jed y yo, la ensuciaríamos antes de volver a limpiarla.

Ava extendió la mano y giró mi cabeza hacia atrás con un dedo en mi mejilla para que mis ojos estuvieran en ella otra vez, no en la pequeña y caliente Kaitlyn.

“Entonces, con respecto a ese número de teléfono, Señor”, maulló. “Sólo tengo que preguntarme si su carne es tan grande como dicen”.

Por supuesto, ella sabía quién era yo. Sabía el apodo que me había puesto la prensa sensacionalista. Dejé el circuito hace dos años, pero el nombre todavía era conocido.

¿En cuanto a Ava? Ella quería al famoso campeón de rodeo profesional, no a mi verdadero yo. Sí, quería al Señor Trozo de Carne, no a Landon Duke.

Y no estaba interesado. Estaba interesado en Kaitlyn, quien nos miraba tímidamente a mí y a Jed, pero no hizo nada más. Tal vez era porque no quería interponerse en el camino de Ava conmigo. Pero ese rubor cuando Ava mencionó mi carne—oh, ella sería la que lo vería… la única— y la forma en que me estudió y apartó la mirada, daba un poco de esperanza. Porque estaba interesada, pero mantenía el campo abierto para su amiga. Por la forma en que su mirada se dirigió a la de Jed, también estaba interesada en él. Tan solo nunca pensó en que los dos la reclamáramos. Sólo tenía que sacar a Ava del camino primero.

“De acuerdo, ustedes dos”, dijo Kaitlyn, inclinando la cabeza hacia su amiga por un segundo. “No se diviertan demasiado”. Nos miró a Ava y a mí. “Pídeme otra agua, ¿de acuerdo? Iré al baño mientras ustedes… como sea”.

Ava no me quitó los ojos de encima mientras asentía. Y cuando Kaitlyn se fue, pude ver bien su trasero, grande y redondo dentro de su falda. Llegaba justo por encima de sus rodillas, pero toda su figura no podía ser disfrazada. Oh sí. Quería darle unos azotes. Agarrarlo mientras la follaba desde atrás. Todo tipo de cosas sucias. Y cuando me mirara por encima de su hombro sin nada más que esos anteojos, me vendría en segundos. Demonios, estaba a medio camino con solo pensarlo.

Y con esa falda y un par de botas de vaquera… mierda. Qué bien que la maldita barra escondía la forma en que mi pene sobresalía en mis vaqueros, de lo contrario, Ava sabría de primera mano lo grande que era mi carne. Me metí la lengua de vuelta a la boca y le dije a Ava: “Lo siento, cariño. Estoy con alguien”.

Le ofrecí una sonrisa—lo cual espero que suavizara el rechazo ya que no era un imbécil, y también porque Ava era la mejor amiga de Kaitlyn y no iba a permitir que la mejor amiga de mi mujer pensara que soy un imbécil—luego me limpié las manos en una toalla. Ava era preciosa, coqueta y parecía divertida. Perfecta tal vez para Tucker, pero yo tenía la vista puesta en otro lugar.

Ava, afortunadamente, fue muy comprensiva. Me ofreció un puchero juguetón y dijo: “Una chica con suerte”.

Jed colocó la jarra de cerveza que había pedido originalmente en frente de ella. Yo llené un vaso con hielo y agua para Kaitlyn y lo coloqué en la barra, guiñándole un ojo a Ava.

Cuando se volvió y se unió a la multitud, Jed me miró.

“¿La viste? A Kaitlyn”, murmuró, acercándose para que no nos escucharan. No es que fuera realmente posible con el nivel de la música y mujeres gritándole al último bailarín. “Santos cielos”.

“Estás bromeando”, respondí, lamiéndome los labios con deseo de ir a buscarla. Tocarla. Saborearla. “Ella es la indicada. Quién diría que vendría con un par de anteojos, un puñado perfecto de tetas y un trasero con forma de corazón”.

“Su atuendo dejaba bastante a la imaginación, y estoy imaginando”, dijo él.

“Era jodidamente sexy”, respondí.

Alguien me golpeó en el brazo. Me giré, encontré a Julia.

Su barbilla estaba inclinada hacia arriba ya que los dos éramos mucho más altos. “Ustedes se ven como si hubiesen sido pateados por un potro salvaje. ¿Qué les pasa?”

Sonreí, pero también me moví para que no viera que mi pene sobresalía de mis pantalones.

“Encontramos a la mujer perfecta en todo esto”, dijo Jed, señalando a la multitud con el pulgar. Su sonrisa rápida había desaparecido, fue reemplazada por un sentido de seriedad inusual.

Los dos dejamos de ayudar a los bármanes y nos apartamos del camino para que ellos lidiaran con la multitud por ellos mismos.

Los ojos de Julia se abrieron de par en par, porque, aunque sabía que no éramos monjes, nunca habíamos dicho que habíamos encontrado a La Indicada—y no había pasado mucho tiempo desde que llegué y ella se burló de mí. Sabía de la historia de amor a primera vista de mi padre y estaba esperando a un hombre, no hombres, por sí misma—sentía pena de cualquiera que intentara superar a sus hermanos, y a Jed—y una sonrisa se extendió por su rostro.

“¿De verdad? ¿Dónde está?” Se puso de puntillas y observó, como si pudiese ver a Kaitlyn entre la multitud.

Con su cabello rojo largo y rizado recogido en una cola de caballo, los ojos verdes y las pecas de Julia no podían pasar desapercibidos, incluso con la iluminación tenue del bar. Su coloración siempre había sido un misterio, ya que nadie más en la familia, al menos en los miembros recientes, tenía genes como los suyos. Mis hermanos y yo siempre bromeábamos con que ella había sido adoptada. Ahora, era lindo que estuviera tan ansiosa de que encontráramos a La Indicada.

“No tiene un cartel puesto, idiota”, le dije.

Se puso de nuevo de pie, frunció el ceño.

“Yo fui la que te trajo aquí, ¿recuerdas?”, refunfuñó. Cuando solamente la miramos, continuó. “De acuerdo, ¿cómo luce?”

“Cabello oscuro recogido en un moño”, comenzó Jed. “Como de tu estatura. Lleva puesta una camisa blanca abotonada y una faldita”.

Julia escaneó a la multitud.

Y al mismo tiempo, nos miramos el uno al otro y añadimos: “Anteojos”.

“¿Como de mi estatura con unas curvas por las que mataría?”, preguntó, mirándonos por encima de su hombro. “¿Con botas de vaquera?”

Pensé en esas curvas y en cómo quería tener mis manos puestas en ellas.

“Definitivamente”.

“¿Es ella la que está en el escenario a punto de recibir un baile en el regazo del Sr. Vaquero Sexy?”

Volteamos nuestras cabezas hacia donde estaba señalando Julia. Por supuesto, allí estaba Kaitlyn siendo llevada de la mano a una silla vacía ubicada en el centro del escenario. El desnudista, vestido de vaquero—apenas, con tan solo un par de chaparreras de cuero y una tanga roja, un sombrero de vaquero en su cabeza—esperó hasta que se sentara antes de colocarse a horcajadas sobre las piernas de ella. Y no era un baile lo que estaba haciendo justo delante de su rostro.

“¿Qué demonios?”, gruñó Jed, levantando a Julia y apartándola de su camino.

“Maldición, no”, añadí. “Si va a tener un pene en su rostro, va a ser el mío”

“O el mío”, añadió Jed.

Sin una mirada atrás a mi hermana, irrumpimos en el escenario.

3

KAITLYN

¿En qué me había metido? Estaba demasiado aturdida para estar en pánico totalmente. No todos los días un desnudista te agarraba la mano y te sacaba del público. ¡A mí! Había más de cien mujeres en el público mucho más ansiosas por ver al chico con chaparreras pavonear sus cosas, incluso metiendo algunos billetes de dólar en la pequeña tanga que llevaba. Ese pequeño trozo de licra no hacía nada… nada… por esconder su basura. La cual estaba balanceándose alrededor mientras tiraba de mí. Como una maldita trompa de elefante colgando.

¡Ugh!

Miré a Ava y estaba sonriendo y aplaudiendo, emocionada por mí. Fui demasiado rápida en el baño y el agua que estaba bebiendo no ayudó a que me soltara y perdiera mis inhibiciones como el licor que las demás a mi alrededor estaban tomando.

Había trabajado tanto que Ava casi me amenazó con venir a mi casa y sacarme a rastras esta noche, así que decidí no ir a casa después del trabajo. De lo contrario, ella tendría razón; estaría con mi pijama y vegetando en el sofá. Ella quería que yo “volviera a salir” después del fracaso que había sido Roger. Hace seis semanas. No era como si el tipo me hubiera roto el corazón; había resultado ser un pervertido. Un pervertido al que no parecía gustarle aceptar un no por respuesta... todavía. En cuanto a Ava y mi situación actual en el escenario, no me había dado cuenta de que subir allí significaba un baile erótico.

No era como si me hubieran elegido del público para un programa de televisión o algo así. No.

Definitivamente no, porque el desnudista me había colocado en una silla que miraba de lado al público. Se acercó. Muy cerca, a horcajadas sobre mí. Por la forma en que estábamos posicionados, todo el público tenía una visión clara de ambos de perfil. Y yo tenía una amplia visión de su⁠—

Claro, estaba bien musculoso. No podía dejar de ver sus ocho abdominales marcados cubiertos de aceite de bebé. No tenía ni una onza de grasa. Pero tampoco había un poco de vello, excepto en su cabeza. Estaba caliente y su sonrisa podía bajar las bragas de la mayoría de las mujeres, pero no era rudo. Varonil. El tipo de hombre que se hace cargo y domina. Si yo hubiera dicho que no a ser arrastrada al escenario, no me habría perseguido, fácilmente habría encontrado otra mujer dispuesta del público. No tenía ni idea de por qué no lo había hecho.

Todo esto era un espectáculo y él era cien por ciento un caramelo de hombre. Desafortunadamente, no me emocionaba de ninguna manera. Me acercaría públicamente a este tipo y me sacaría a Ava de encima al menos por unos días, pero no estaría pensando en él esta noche cuando me hiciera venir—sola en mi cama.

Deseaba que hubiera sido Ava la que subían hasta aquí porque esto le encantaría. No, ella estaría encima de él, sus manos deslizándose sobre su piel resbaladiza, metiendo billetes en el borde de su tanga o en las chaparreras de cuero. Levanté la mirada, lo vi guiñarme un ojo mientras empezaba a moverse con destreza al ritmo de la música, sus caderas giraban y su pene apenas cubierto y controlado, empezó a girar a su alrededor.

¡Ugh!

No podía apartarlo y levantarme. No era una mojigata, me gustaban los hombres y ciertamente le daba un buen uso a mi vibrador con algunas fantasías ardientes, pero este no era el chico—o los chicos—que quería ver de cerca y de forma demasiado personal. No era el tipo cuya basura quería ver, o follar.

Sorprendentemente, mi mente se dirigió a los dos hombres detrás de la barra. Los grandes, grandes hombres. No me importaría verlos así de cerca, así de personal. O incluso más personal. Supuse que ellos no se afeitaban y que cada uno de sus penes sería más grande que el del desnudista y sabrían qué hacer con ellos.

Y no los hacían girar en círculos. Sí, si estuvieran aquí arriba, me acomodaría y me concentraría de lleno en ello. Apreté mis muslos al pensar en ellos dos. Sí, no era una mojigata.

De repente, las luces brillantes del escenario se apagaron y el Sr. Desnudo y yo quedamos en la oscuridad. No podía ver quién había subido al escenario porque solo podía ver siluetas, pero eran grandes. El Sr. Desnudo dio un paso atrás, los demás se apartaron a un lado y de repente pude ver quiénes eran.

Mi corazón saltó a mi garganta y era posible que tuviera baba en la barbilla. Las chicas prácticamente gritaban con excitación por la aparición espontánea de los hombres de atrás de la barra. Dos grandes y verdaderos vaqueros se unieron al espectáculo de desnudo.

Los dos que había estado deseando que estuvieran aquí arriba. ¿Qué demonios?

Estos dos eran calientes. Tan jodidamente calientes que mis bragas estaban totalmente arruinadas con sólo mirarlos. Las luces mostraban su altura, sus hombros anchos, los músculos contraídos y bien definidos—y llevaban ropa puesta. Sus antebrazos estaban definidos con músculos, y gracias al Señor, llenos de pelo oscuro. ¿Y los bultos en sus vaqueros? Grandes, gruesos y descarados debajo de la tela ajustada. El chico más grande, el que le había gustado a Ava, su bulto apuntaba hacia su cinturón, el del otro estaba metido en la parte interna de su muslo. ¿Cómo existían con esas cosas dentro de sus pantalones? Y afuera, uau. Sólo podía imaginarme—y no estaban en una tanga ni daban vueltas por ahí.

Los miré y tenían sus ojos puestos en mí. Me habían estado observando mientras miraba fijamente sus penes.

Oh, Dios mío. No tenía dudas de que todos en el establecimiento podían verme sonrojándome de mortificación. Pasé mis manos sudorosas por mi falda.

El Sr. Desnudo le dio una palmada al hombre grande—Sr. Grande—en el hombro, le ofreció una sonrisa como si lo conociera. Hablaron brevemente, pero no pude oír ni una palabra por los gritos de las mujeres y la música. El Sr. Desnudo sonrió y levantó las manos como si lo estuvieran arrestando, luego retrocedió un poco más, manteniendo un brazo extendido, haciendo señas para que el Sr. Grande tomara su lugar frente a mí.

¿Él iba a hacer un baile erótico? ¿Ahora? ¿Aquí? ¿Conmigo? Me lamí los labios al pensarlo, esperando que sus manos fueran a la hebilla de su gran cinturón y lo abriera, que deslizara la cremallera y sacara a ese monstruo.

Quería verlo. Y definitivamente de cerca y personalmente. Literalmente brotaba masculinidad y no tenía ninguna duda de que me estaba emborrachando con las feromonas que salían de él.

¿Y su amigo? El otro hombre que había estado detrás de la barra sirviendo bebidas la mayor parte de la noche, bueno, no se quedaba atrás. Era más delgado, pero con músculos gruesos, tenía una actitud relajada, un pavoneo sexy. El barman tenía el cabello rubio, los ojos pálidos y una mandíbula cuadrada que parecía grabada en mármol. Sólo asintió con la cabeza al desnudista, luego mantuvo sus ojos fijos en mí, sus manos en sus caderas delgadas. Era como si estuviera apreciando cada detalle—con visión de rayos X—desde mis botas de vaquera hasta mi cabello recogido. Y cada centímetro en medio.

Los dos eran machos alfa robustos. De verdad. No se parecían en nada a los demás hombres, hacían que el bailarín pareciera normal.

Debí haberme levantado y salir corriendo, pero mi cerebro estaba paralizado con que los chicos de la barra estuvieran aquí. Delante de mí. Tan solo me senté y… comí con los ojos. Y ellos me estaban mirando también. Como si fueran depredadores y yo fuera su presa. Empecé a ponerme de pie, pero Barman me puso una mano en el hombro para mantenerme en el sitio, caminó hasta el respaldo de mi silla y se inclinó.

“Tranquila, nena”, murmuró, su aliento soplando mi cuello.

¿Las luces del escenario estaban calentando el lugar? No. Fue el simple tacto, el timbre áspero de su voz profunda. ¿Y nena? Eso debería haber levantado todas las banderas rojas de mi arsenal femenino. En vez de eso, me hizo temblar.

“No querías a ese chico encima de ti, ¿verdad?”, preguntó Barman, sus dedos deslizándose hacia adelante y atrás de mi hombro.

Negué con la cabeza, miré hacia arriba—muy arriba—al Sr. Grande, quien estaba justo delante de mí. Tragué saliva ante la forma en que me miraba. Ojos oscuros, acalorados, mandíbula apretada y cada línea de su cuerpo tensa. Absorta.

Se arrodilló ante mí para que estuviéramos a la altura de los ojos. El público aplaudió y gritó, claramente complacido con la forma en que estaban sucediendo las cosas, pero apenas los escuché. Apenas escuché la música, la vibración del bajo. Sólo sentí la mano de Barman en mi hombro, contuve la respiración en anticipación de lo que haría el otro.

Cuando el Sr. Grande me agarró los tobillos y empezó a separarlos lentamente, no me resistí. Ni siquiera cuando el movimiento separó mis piernas, haciendo que mi falda se deslizara cada vez más arriba de mis muslos. Y cuando sus dedos se estiraron para enroscarse alrededor de las patas delanteras de la silla, sujetando mis piernas inferiores a ellas, mi mirada se dirigió a la suya.

Sus ojos se encontraron con los míos, fijamente. Era como si estuviese esperando que dijera que no, que le dijera que se detuviera. Estaba pidiendo permiso en silencio.

No podía negárselo, porque… por varias razones. Una, no quería hacerlo. Quiero decir, sus manos eran grandes y notablemente suaves y aun así sabía que podía golpear a alguien hasta dejarlo inconsciente si realmente lo quería.

Pero esa no sería yo. No, podía sentir que tenía planes para mí y que me involucraban bien despierta.

“¿Quieres que dos hombres de verdad se hagan cargo de ti? ¿Que te den lo que necesitas?”, preguntó Barman.

Incliné la cabeza, lo miré por encima del hombro. No tuve que mirar muy lejos, porque estaba justo ahí. Vi los bigotes de color arenoso en su mandíbula fuerte, sus labios grandes. Podía olerlo. Jabón y menta y cuero y macho de primera clase. Porción de carne de primera clase.

Mi mente estaba un poco confusa. Abrumada. Miré al público en búsqueda de Ava, para ver si ella pensaba que esto era una locura, pero no podía verla por las luces del escenario. Entrecerré los ojos, sólo pude ver una mancha de mujeres. Podía escucharlas, sabía que estaban allí aullando y gritando “¡Vamos, chica!” Y “¡Comete esa vagina!” Todo el bar estaba mirando y podían ver todo. Los dedos de Sr. Grande me apretaron suavemente y me hizo volver al momento. A ellos. ¿Quería que dos hombres de verdad se hicieran cargo de mí y me dieran lo que necesitaba?

Um, sí.

Oh.

Asentí.

Y eso era lo que habían estado esperando porque Barman puso sus manos en el respaldo de la silla y la inclinó hacia atrás, luego un poco más hacia atrás hasta que estuve en un ángulo de cuarenta y cinco grados.

Jadeé con la sensación de caer hacia atrás, pero sólo me había inclinado lo suficiente para que… Oh. Dios. Mío.

Inclinada de tal manera hacia arriba que el Sr. Grande podía ver más arriba de mi falda. Con las piernas abiertas, podía ver mis bragas fácilmente.

Sus ojos cayeron allí. ¡Allí! Mi vagina se apretó y estaba agradecida instantáneamente por tener puesta ropa interior bonita.

La multitud enloqueció, observando. Dos hombres que habían estado sirviendo bebidas estaban haciendo cosas muy traviesas con una mujer del público. ¡A mí! Como estaba a cada lado de ellos, el público no podía ver nada, pero sabían exactamente lo que estaba pasando. Podían observar cada expresión en el rostro del Sr. Grande mientras miraba mi vagina cubierta por mis bragas.

“Dime algo, ángel”, dijo él. Su voz áspera y profunda. “¿Ese lugar húmedo en tus braguitas es por nosotros?”

Me sonrojé, dándome cuenta de que tenía razón. Estaba mojada, lo suficientemente mojada para que la tela de mis braguitas de encaje estuviera pegada a mí. Sólo podía imaginar que la escasa tela apenas cubría mis labios inflamados, que la seda y el encaje delgado probablemente estaba transparente ahora.

Me mordí el labio, asentí. Esto era muy caliente. Lo más caliente que me había pasado y él sólo estaba mirando fijamente mi vagina cubierta por mi braguita. Sólo podía imaginar lo que haría si realmente la tocara. O lamiera. O pusiera ese gran pene suyo dentro de ella. Bien profundo. Me apreté, pensando en si quiera cómo encajaría.

“Buena chica”, dijo Barman a mi oído. “Mojándote toda para nosotros. Mojándote toda para nuestros penes duros. Y estamos duros, nena, sólo para ti”.

Me sonrojé ardientemente de pies a cabeza, estaba cerca de venirme por tan solo este juego previo tan erótico. No me habían besado, no me habían tocado de ninguna otra manera que no fuera sus manos en mis hombros y tobillos.

El Sr. Grande se inclinó, su rostro ahora entre mis muslos separados, a centímetros de mi vagina. Inhaló, con las fosas nasales abiertas y ojos bien abiertos porque sabía que podía captar mi aroma. Estaba lo suficientemente mojada para ello. Sonrió. “Oh sí, esa vagina es dulce”.

Sus manos se deslizaron por la parte inferior de mis piernas hasta mis rodillas—afortunadamente, me había afeitado en la ducha esta mañana—y las separó un poco más. Era tan grande a diferencia de mí, incluyendo sus manos, que las puntas de sus dedos prácticamente rozaron el borde de encaje de mis bragas. Mi falda no le ocultó nada. Podía ver casi toda mi vagina necesitada, claramente delineada por mis braguitas pegajosas. Incluso yo podía ver eso cuando bajé la mirada.

Sabía que debía estar pasmada. Asustada, tal vez, por su descarado atrevimiento. Pero no estaba asustada. Nerviosa, sí, porque nunca antes me había pasado algo como esto. Jamás. Pero, extrañamente, me sentía a salvo. Como si ellos supieran lo que quería, como si supieran qué tan lejos llevarme. De alguna manera sabían que necesitaba ser sujetada, rendirme a ellos. Sabían exactamente lo que quería. No, lo que necesitaba.

Sabían que estaba excitada y ansiosa por ello.

La canción terminó, probablemente cuando el acto del desnudista vaquero debía terminar. Otro desnudista salió al escenario, pero se quedó a un lado, observando. Me guiñó un ojo, justo como lo había hecho el otro desnudista. Parecía que yo era el último acto.

“Yo no comparto”, dijo el Sr. Grande, devolviendo mi mirada a la suya mientras la punta de sus dedos rozaban mis bragas. El calor, la sensación de que él estaba ahí, pero sin tocar mi clítoris o deslizarse dentro me hizo jadear, levantar mis caderas. Estaba cerca de venirme y quería más.

“Excepto conmigo”, añadió Barman.

“Lo que quiero hacerte no implica una audiencia”. Un dedo me tocó el clítoris una vez y me perdí. Haría lo que me dijeran, lo que quisieran, aunque fuera aquí en el escenario, siempre y cuando hicieran que me viniera.

“De acuerdo”, dije al instante.

De un segundo a otro, el Sr. Grande me levantó de la silla y me arrojó sobre su hombro. Agarré mis anteojos antes de que se estrellaran en el suelo.

Las mujeres gritaban emocionadas, claramente felices con el giro del espectáculo y emocionadas porque alguien del público estaba siendo transportado no por uno, sino por dos hombres ardientes.

Todo lo que veía era un trasero apretado debajo de un par de vaqueros ajustados, sentí una mano en la parte superior de mi muslo... debajo de mi falda, dedos muy cerca de mi vagina una vez más. Todo lo que podía pensar era… MÁS.

Ava había querido que volviera a salir. Diría que lo hice.

4

JED

“¿Sabes lo que pensé cuando te vi en el bar?”, pregunté cuando Duke puso a Kaitlyn de pie cuidadosamente. Su falda se había subido cuando la cargó fuera del escenario, por el pasillo trasero hasta mi oficina. Cerré—con seguro—la puerta detrás de nosotros. La música era sólo una vibración sorda aquí, el aire estaba más frío. Lo que importaba era que estábamos solos.

Apoyado contra la puerta, disfruté viendo cómo se bajaba la falda sobre su trasero exuberante y muslos bien formados en un gesto un poco tímido, teniendo en cuenta que Duke la había tenido bien abierta en un maldito escenario. Desde mi visión sobre su hombro, había visto cómo los labios de su vagina estaban delineados por la seda húmeda y pegajosa de sus bragas, lo que significaba que le gustábamos.

Sólo ese pequeño trozo de tela nos había impedido ver lo ansiosa e hinchada que estaba. Y ahora se estaba cubriendo. Como si alguna vez olvidaríamos lo que había debajo de la falda. A la cosita pura le gustaba la ropa interior sexy y a la zorra interior que mantenía abotonada con su camisa. Quería dejarla salir. Por completo.

Demonios, era perfecta.

Aunque hubiera sido increíble ser los dos hombres que le quitaran su dulce cereza, no era virgen. No, no daba esa impresión. Todavía tenía algo de inocencia, pero ya había tenido a un hombre husmeando a su alrededor. No había manera de que la hubiera dejado satisfecha como lo haríamos Duke y yo. La arruinaríamos. Le daríamos tanto placer que lo anhelaría. Estiraríamos esa pequeña vagina apretada, la abriríamos y le daríamos forma con nuestros penes grandes. La marcaríamos con nuestro semen una y otra vez hasta que nuestro aroma se aferrara a ella. Para que cada hombre al que se acercara pudiera saber que pertenecía a dos hombres de verdad.

Y estaba ansiosa por eso. La forma en que sus pezones estaban duros, claramente visibles a través de su blusa, eran una buena señal. Además, la forma en que se veía cuando dijo “de acuerdo” justo antes de que Duke la sacara del escenario. Estaba contento de dejar a las otras mujeres con los desnudistas. Tenía la que quería.

“¿Qué pensaste?”, preguntó ella, lamiéndose los labios y mirándonos.

“Que nos perteneces”.

“Pensé que eras desnudista”, respondió, mirando a Duke.

Se señaló a sí mismo. “¿Yo?”

Se encogió de hombros, se sonrojó ardientemente. “Ava conoce tu nombre y te subiste al escenario”.

Duke sonrió. “Ángel, no soy desnudista, pero felizmente me quitaré la ropa para ti”.

Yo también.

Vi cómo se subía los anteojos hasta la nariz y se sonrojaba un poco más. Mierda, ese movimiento hizo que casi me viniera en los pantalones. Pura y correcta y la estábamos ensuciando lentamente. Un largo mechón de cabello oscuro se había soltado de su moño y me acerqué a ella y lo puse detrás de su oreja. No terminaríamos de ensuciarla hasta que se viniera gritando nuestros nombres. No una sola vez. Ni dos veces, pero sí las suficientes para que supiera que su cuerpo estaba ahora gobernado por dos vaqueros grandes y duros.

Y nuestros penes. Tenía que mantener el mío en mis vaqueros hasta que llegara el momento de que ella me montara como la vaquera más caliente del mundo, de lo contrario no me vendría dentro de ella. Estaría por toda esa piel cremosa. Oh, estaría marcándola, pero no como quería.

Duke puede ser el famoso montando potros salvajes, pero eso no significa que sea el único que podía tomar algo salvaje. Yo también podía usar una cuerda y cabalgar por más de ocho segundos y esta pequeña potra iba a aprender eso muy pronto.

Demonios, con la manera en que me sentía ahora mismo, podía durar toda la noche. Dudaba que mi pene fuera a bajarse pronto. Y por la manera en que se sentían mis pelotas, tenía suficiente semen para llenarla.

Me incliné hacia abajo, la besé. No había forma de que pudiera esperar más tiempo.

Escuché su pequeño gemido, la sentí ponerse rígida, luego relajarse. Me besó de vuelta, se abrió para mí. Oh sí, era tan dulce como lo había imaginado. Y en el poco tiempo desde la primera vez que le puse los ojos encima, había imaginado mucho.

Ella entre Duke y yo. Dándole la vuelta para poder doblarla sobre mi escritorio y follarla. Sentarla en mi silla, poner sus piernas sobre cada brazo, arrodillarme y comerme esa dulce vagina hasta que se viniera. Gritara. Metería mis dedos dentro de ese pequeño agujero apretado y necesitado, encontraría su botón caliente y la haría retorcerse, luego correrse.

Lo lamería todo.

Finalmente, levanté mi cabeza.

“¿Nosotros?”, preguntó, parpadeando hacia mí.

La única palabra me separó de mis pensamientos.

Sonreí, lamí el sabor de ella en mis labios, y Duke se acercó. “Compartimos”.

“Todo”, añadí, mientras Duke la giraba para poder tener su turno de besarla.

Habíamos sido mejores amigos desde que golpeé a Neil Kirkland en el patio del jardín de infancia por haber molestado a Duke por su lonchera de GI Joe. Claro, Duke tenía dos hermanos enormes que lo apoyaban ahora, pero en ese entonces, uno de ellos estaba en pañales, el otro en preescolar. Así que me tocó a mí enfrentarme a ese pequeño cabrón sin dientes incisivos. Desde que nos enviaron a la oficina del director, fuimos inseparables. Sus padres se habían acostumbrado a mí en el rancho, me cargaban en la camioneta grande con los cuatro niños Duke cada vez que salían. No era como si a mis padres realmente les importara mucho. Diablos, el Sr. y la Sra. Duke eran más mi mamá y mi papá que mis verdaderos padres.

Así que cuando Duke—nadie nunca lo llamaba por su primer nombre, Landon—y yo decidimos que compartiríamos una chica en séptimo grado, eso no salió bien. El Sr. Duke fue inteligente y reconoció cómo iba a ser con nosotros, nos dijo que esperáramos hasta por lo menos la universidad antes de hacer eso. Y lo hicimos. Practicamos con toda una serie de mujeres, especialmente una vez que obtuvimos nuestros títulos y luego llegamos al circuito de rodeo profesional.

Y todas esas mujeres, todas esas vaginas fáciles habían sido la práctica para este momento. Para Kaitlyn.

Duke y yo la compartiríamos. Nadie más. Pensar en que cualquier tipo viera su hermoso cuerpo, incluso sus malditas bragas, me daba ganas de sacarle los ojos. Éramos unos malditos posesivos y Kaitlyn lo sabría rápidamente.

Posesivos con nuestros besos, nuestras manos, nuestras bocas. Nuestros penes. Ahora le pertenecían a ella.

Dejamos el circuito de rodeo profesional hace dos años. Yo me alejé, pero a Duke se lo llevaron en una camilla con una pierna rota. Aunque no éramos unos malditos viejos, tampoco éramos jóvenes. El viaje, el desgaste de colgarnos del lomo de un potro o saltar de un caballo al galope para pelear con un becerro, ya no era algo fácil de lo que recuperarse. Las conejitas fueron agradables en algún momento para calmar todos los dolores y molestias, pero incluso eso había envejecido.

Regresamos a Montana y a Raines, el pueblo en el que crecimos, para que Duke se curara y para sentar cabeza. Le compré el bar a un hombre que quería mudarse a California para estar más cerca de sus nietos. Duke empezó un negocio de construcción. Teníamos trabajos para evitar que nos volviéramos locos de aburrimiento, mucho dinero por los años en el circuito, una gran familia—bueno, la familia de Duke—pero no teníamos a nuestra mujer. Hijos propios. La maldita casa con vallas.

Hasta ahora. Ahora, este fue nuestro último maldito primer beso. Nuestra última primera vez. Y también sería la de Kaitlyn. Sólo que ella no lo sabía todavía.

Le diríamos cómo era estar con nosotros. Que compartíamos. De frente. Si no le gustaba, entonces iríamos más lento hasta que pudiera conocernos, hasta que viera cómo sería ser parte de un trío.

Pero se derritió en el beso de Duke después de tener su boca en la mía, su mano enrollándose en la camisa de él y aferrándose fuerte, lo que significaba que estaba con nosotros. Que nos quería.

Demonios, sí.

Aproveché la oportunidad para pasar mis manos por su cuerpo, para conocer sus curvas, lo suave que era su piel, especialmente en sus muslos mientras volvía a poner esa falda sobre su trasero.

* * *

KAITLYN

Esto era una locura.

Una completa y total locura.

El Sr. Grande levantó su boca de la mía lo suficiente para decir: “Quiero saber qué es lo que te calienta”.

“¿Lo que me calienta? No es un chico con una tanga de color neón”, murmuré.

Se acercó más. Realmente cerca. Retrocedí hacia Barman y sentí no solo su mano tomando mi trasero, sino un bulto realmente grande contra mi cadera.

La mirada acalorada del Sr. Grande recorrió cada centímetro de mí y todo lo que pude hacer fue tragar saliva y esperar no hacer autocombustión. Nunca antes había hecho algo parecido con un chico, mucho menos con dos.

“¿Tangas?”

“Si la ropa interior le queda”, respondí, sin seguir realmente la conversación porque su mano subió lentamente, asumí que para que no saliera corriendo, y me acarició el cabello, luego sus dedos se deslizaron por mi hombro hasta el cuello de mi blusa, haciendo que se me erizara la piel tras su paso.

“Quiero saber qué pasaría si desabrochara uno de estos botones”.

Contuve la respiración y permanecí inmóvil. Claramente toda la conversación sobre la tanga se había terminado. Tomó mi falta de respuesta como un sí—lo cual lo era—y sacó un botón del agujero. Sí, lo iba a dejar. Un simple botón de mi blusa no era nada cuando había tenido su mano puesta en el interior de mis muslos… y su boca casi en mi vagina.

No se habían subido al escenario por ninguna mujer, lo hicieron por mí. Dios, ¿qué tan caliente era eso?

Aunque me arrojó rápidamente sobre su hombro y me cargó, ahora iban despacio, comenzando en primera base con besos. No me sentí amenazada ni asustada. Al contrario, en realidad. El hecho de que se estuvieran tomando su tiempo me hizo desearlos más, como si lo estuvieran construyendo. Los juegos preliminares por sí solos iban a hacer que me viniera.

Si quería decir que no, no dudaba que él se apartaría y Barman abriría la puerta de la oficina. Me dejarían ir.

Pero yo no quería eso. Quería sentir. Sentirme hermosa. Sentirme atractiva. Especial. Deseada. La forma en que las puntas de los dedos del Sr. Grande apenas habían tocado el borde de mis bragas, pero ahora se deslizaban casi inocentemente sobre mi clavícula era ridículamente erótico.

No me gustaba ser llamativa y no me gustaba que la gente me mirara. Yo era… normal. Medía uno sesenta. Cabello castaño. Ojos marrones. Pensaba que mi boca era demasiado grande para mi rostro. Aunque tenía mucho en el departamento de escote, también tenía un gran trasero. Un trasero que, sin importar cuántas dietas o programas de ejercicio siguiera, no disminuiría de tamaño, para gran consternación del tipo con el que salí la última vez—Roger. Tampoco podía cambiar el hecho de que debía usar anteojos. Sin embargo, les hubiera permitido a los dos hacer lo que quisieran en el escenario. Era como si me hubieran hecho algo. Encendieron el interruptor de zorra o algo así.

“Quiero saber de qué color son tus pezones”, murmuró el Sr. Grande. “Si son sensibles. Si puedo hacerte venir tan sólo jugando con ellos nada más. Chupándolos”.

Gimoteé mientras desabrochaba otro botón. Se inclinó y me habló suavemente al oído. Su aliento me ventiló el cuello. Inhalé su olor masculino. Oscuro, masculino. De verdad.

“Quiero saber cómo luce tu cabello abajo, extendido sobre mi almohada”.

Una mano se deslizó por mi espalda, tomó mi trasero. Jadeé porque no era la mano del Sr. Grande, sino la de Barman.

“Y este trasero”, dijo Barman. “Demonios, es perfecto”.

Me reí un poco porque pensé que estaba mintiendo. Pero cuando se apretó contra mí, sentí lo duro que estaba a mi lado. No me había dado cuenta de que mis ojos se habían cerrado, pero los abrí, lo miré… a los dos. Me estaba observando con una pequeña sonrisa en sus labios y deseo escrito por todo su rostro. “Quiero saber cómo suenas cuando te vienes. Hacer que esos anteojos se empañen”.

“Sí”. ¿Qué más podría decir? No iba a ser un no.

5

KAITLYN

Demonios, no. Quería que me besaran y me tocaran e hicieran que mis anteojos se empañaran.

Y el Sr. Grande lo hizo, la parte de besarme. Mis ojos se cerraron. El beso fue suave al principio, luego introdujo su lengua—no lo iba a dejar afuera—y encontró la mía. Sabía a menta.

Cuando finalmente levantó la cabeza, comenzó a besarme a lo largo de la mandíbula, sentí sus bigotes. La ligera abrasión era un recordatorio táctil de su… masculinidad. También lo era su inmensa longitud presionándome. Gimoteé de nuevo y apreté la vagina, me sentía vacía. Me derretí.

La mano del Sr. Grande se deslizó dentro de mi blusa abierta y tomó mi pecho. Levantó la cabeza lo suficiente para mirarme a los ojos, ofrecerme una sonrisa oscura. “Encaje y satén, como tus braguitas. ¿Qué más estás escondiendo debajo de tu exterior puro?”

Me puse rígida con eso.

“Ángel, eso no es un insulto”, continuó mientras su pulgar acariciaba distraídamente mi pezón endurecido. “Me gusta abrir regalos… y tú eres el regalo más dulce, estoy seguro. Además, me gusta saber que estás cubierta para otros hombres y aun así permites que nosotros dos te veamos. Un. Botón. A. La. Vez”.

Barman sólo gruñó mientras sus dedos se deslizaban debajo de la parte posterior de mis braguitas.

“Me gusta… dios, yo, um, me gusta la lencería”.

Estaban complacidos… incluso sorprendidos por mi ropa interior sexy. Puede que luciera seria por fuera, pero debajo de ello me encantaba usar bragas y sujetadores bonitos. No había mucho dinero para gastar en mi presupuesto, pero siempre estaba buscando buenas ofertas. Hacía tiempo que un hombre no los veía, y aunque Roger sólo me había besado, pensó que necesitaba perder peso, claramente estaba demasiado gorda para usar cosas sexys según él. Estos chicos parecían pensar lo contrario. Parecía que les gustaba todo lo que veían… besaban y o tocaban. Barman incluso dijo que yo les pertenecía.