Promesas a medianoche - Sherryl Woods - E-Book
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Promesas a medianoche E-Book

SHERRYL WOODS

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Beschreibung

El cortejo de Elliott Cruz a Karen Ames, madre divorciada pasando por ciertas dificultades, fue digno de una fantasía romántica hecha realidad. El sexy entrenador personal se propuso recomponer la fortaleza física y emocional de Karen y encandilar a sus hijos. Ahora, pocos años después de la boda, cada uno tenía sueños tan distintos que amenazaban con destruir su matrimonio. Que Elliott quisiera emprender un nuevo negocio cuando ambos estaban pensando en tener un bebé, despertaron las muy arraigadas inseguridades económicas de Karen. Además, los problemas matrimoniales de la hermana de Elliott generaron entre ellos diferencias irreconciliables. ¿Podría su amor ser tan fuerte como para permitirles triunfar contra todo pronóstico? Este libro es maravilloso, la historia es muy bonita de principio a fin. La ambientación es increíble, dramática y romántica al mismo tiempo, va muy acorde con los diálogos de los personajes. El final me encanto, derrame alguna lágrima que otra, porque fue muy bonito, te deja muy buen sabor de boca. Impresionante libro. LeerLibrosOnline Una nueva serie televisiva, basada en las novelas de la saga Sweet Magnolias de Sherryl Woods, se emitirá en Netflix.

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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2012 Sherryl Woods

© 2014 Harlequin Ibérica, S.A.

Promesas a medianoche, n.º 51 - febrero 2014

Título original: Midnight Promises

Publicada originalmente por Mira Books, Ontario, Canadá

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, HQN y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-687-4027-0

Editor responsable: Luis Pugni

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño

 

Queridas amigas,

 

Desde la primera vez que escribí sobre Karen Ames, una madre soltera en apuros, en Lágrimas de felicidad, libro de la trilogía original de las Dulces Magnolias, las lectoras querían saber más, mucho más, sobre ella y su romance con el sexy y cariñoso entrenador personal, Elliott Cruz. Ya que al final de aquella novela se encontraban de camino al altar, di la historia por terminada.

Sin embargo, no hace mucho pensé que el conflicto y el romance no siempre terminan cuando uno pronuncia los votos matrimoniales. Y cuando los sueños de Elliott por su familia colisionan con las dificultades por las que ha pasado Karen... pues entonces... tenemos una nueva historia que contar. Y encontrarás esa historia justo aquí, en Promesas a medianoche, mientras esta pareja se enfrenta a las mismas preguntas a las que se enfrentan tantas otras parejas casadas. Tal vez las respuestas y las concesiones a las que llegan puedan ser soluciones para algunas de vosotras también.

Además podréis pasar un rato con las «Senior Magnolias», como a mí me gusta llamarlas; tres mujeres mayores animadas y llenas de vida que generan una buena ración de risas y momentos conmovedores durante este libro y los otros dos que están por llegar.

Espero que disfrutéis volviendo al mundo de las Dulces Magnolias. Como siempre, me encantaría saber qué os parece. Podéis escribirme a [email protected] o haceros fan en Facebook y uniros a la charla allí.

 

Os deseo lo mejor,

Sherryl

Prólogo

 

La novia lucía un vestido por la rodilla y hombros al aire de satén en un resplandeciente blanco roto y una mantilla de encaje antigua, reliquia familiar, que su futura suegra le había prestado a regañadientes.

En el interior de la pequeña iglesia católica de Serenity se encontraba el hombre que había hecho cambiar la opinión que Karen Ames tenía del amor, convenciéndola de que el pasado, pasado estaba. Le había prometido un amor inquebrantable, una relación de verdad, y se lo había demostrado una y otra vez durante el largo tiempo que la había cortejado.

Karen se agachó cuando Daisy, su hija de seis años, le tiró de la falda con gesto de emoción.

—¿Cuándo nos casamos? —le preguntó la niña prácticamente dando saltos de ilusión.

Karen sonrió ante su entusiasmo. Después de demasiados años sin una figura paterna, Daisy y Mack se habían enamorado de Elliott Cruz tanto como Karen. Y, en muchos sentidos, había sido su bondadosa y generosa relación con sus hijos lo que la había convencido de que Elliott no se parecía en nada a su primer marido, un hombre que los había abandonado dejándolos sumidos en una montaña de deudas.

—Quiero casarme con Elliott —dijo Daisy tirando de ella de nuevo en dirección al altar—. Vamos a darnos prisa.

Karen miró a su hijo de cuatro años para asegurarse de que Mack no se había quitado la corbata que le había puesto ni se había empapado de refresco el traje nuevo. También comprobó que las alianzas seguían firmemente sujetas al cojín que el pequeño llevaría hasta el altar.

Dana Sue Sullivan, su jefa, amiga y dama de honor, le puso la mano en el hombro.

—Todo va bien, Karen. ¿Qué tal esos nervios?

—De punta —respondió sinceramente—. Pero entonces me asomo ahí dentro, veo a Elliott esperando y todo se calma.

Miró a Daisy y a Mack, que ya estaban entrando en la iglesia.

Tras una indicación de la que Karen ni siquiera se percató, el organista empezó a tocar para que entraran. Daisy recorrió el pasillo casi corriendo y lanzando pétalos de rosa con entusiasmo y entonces, cuando alguien comentó algo entre susurros, se giró hacia su madre y empezó a caminar más despacio. Mack iba justo detrás de la niña con gesto solemne y fue avanzando muy concentrado hasta que estuvo al lado de Elliott.

Dana Sue fue a continuación y le guiñó un ojo a su marido, que estaba sentado en primera fila; después le dirigió una amplia sonrisa a Elliott que, nervioso, se pasaba un dedo bajo el cuello de la camisa.

Karen dio un último y profundo suspiro y se recordó que esta vez su matrimonio sería para siempre, que por fin lo había logrado.

Alzó la mirada y, una vez Elliott la miró, dio el primer paso por el pasillo, un paso cargado de confianza y esperanza hacia el futuro que prometía ser todo lo que su primer matrimonio no había sido.

Capítulo 1

 

Ahora que el otoño estaba a la vuelta de la esquina, Karen Cruz se encontraba experimentando con una nueva receta de potaje de judías para el almuerzo del día siguiente en Sullivan’s cuando su amigo y ayudante de chef, Erik Whitney, se asomó sobre su hombro, asintió con gesto de aprobación y preguntó:

—Bueno, ¿te hace ilusión lo del gimnasio que Elliott va a abrir con nosotros?

Sorprendida por la inesperada pregunta, a Karen se le vertió en el guiso toda la caja de sal que tenía en la mano.

—¿Que mi marido va a abrir un gimnasio? ¿Aquí, en Serenity?

Claramente desconcertado por lo perpleja que se había quedado, Erik esbozó una mueca de vergüenza y dijo:

—Veo que no te lo ha dicho.

—No, no me ha dicho ni una palabra —respondió. Por desgracia, cada vez era más típico que cuando se trataba de cosas importantes de su matrimonio, cosas que deberían decidir juntos, Elliott y ella no hablaran mucho del tema. Él tomaba las decisiones y después se las comunicaba. O, como en esta ocasión, ni se molestaba en informarla.

Después de tirar el potaje, ahora incomible, empezó de nuevo y pasó la siguiente hora dándole vueltas a lo poco que Elliott tenía en cuenta sus sentimientos. Cada vez que hacía algo así, le hacía daño y minaba su fe en un matrimonio que consideraba sólido y en un hombre que creía que jamás la traicionaría como había hecho su primer marido.

Elliott era el hombre que la había cortejado con encanto, ingenio y determinación y su empatía hacia sus sentimientos era con lo que la había ganado y convencido de que darle otra oportunidad al amor no sería el segundo mayor error de su vida.

Respiró hondo e intentó calmarse a la vez que buscaba una explicación razonable para el silencio de su marido sobre una decisión que podía cambiarles la vida. Lo cierto era que tenía la costumbre de intentar protegerla, de no querer preocuparla, y menos con cuestiones de dinero. Tal vez por eso no le había dado la noticia. Sin embargo, tenía que saber que a ella no le habría hecho gracia, y mucho menos ahora.

Y es que estaban planeando añadir un bebé a la familia. Ahora que Mack y Daisy, fruto de aquel desastroso matrimonio, estaban asentados en el colegio y equilibrados después de tantos trastornos que habían sacudido sus pequeñas vidas, parecía que por fin había llegado el momento.

Pero entre los fluctuantes ingresos de Elliott como entrenador personal en The Corner Spa y el salario mínimo que le daban a ella en el restaurante, se habían pensado mucho el tema de ampliar la familia. Karen no quería volver a encontrarse nunca en el desastre económico en el que se había visto cuando Elliott y ella se conocieron. Y él lo sabía, así que, ¿de dónde iba a salir el dinero para invertir en esa nueva aventura? No tenían ahorros para un nuevo negocio. A menos que él tuviera pensado sacarlo del fondo destinado para el futuro bebé. Solo pensarlo hizo que la recorriera un escalofrío.

Y después estaba el tema de la lealtad. Maddie Maddox, que dirigía el spa, la jefa de Karen, Dana Sue Sullivan, y la esposa de Erik, Helen Decatur-Whitney, eran las dueñas de The Corner Spa y habían convertido a Elliott en parte integral del equipo. También la habían ayudado mucho a ella cuando era madre divorciada e incluso Helen había alojado a sus hijos durante un tiempo. ¿Cómo iba a dejarlas plantadas Elliott? ¿Qué clase de hombre haría eso? No el hombre con el que creía haberse casado, eso seguro.

Aunque había empezado a intentar encontrarle sentido a su decisión de no contarle nada, parecía que esa estrategia no le había funcionado. Estaba removiendo la nueva olla de potaje con tanta energía que Dana Sue se acercó con gesto de preocupación.

—Si no tienes cuidado, vas a convertirlo en puré —le dijo con delicadeza—. Y no es que no fuera a estar delicioso así, pero imagino que no es lo que tenías planeado.

—¿Planeado? —contestó Karen con voz cargada de furia a pesar de sus buenas intenciones de dejar que Elliott le explicara por qué había actuado a sus espaldas—. ¿Quién planea nada ya o se ciñe al plan después de haberlo hecho? Nadie que yo sepa y, si alguien lo hace, no se molesta en discutir sus planes con su pareja.

Dana miró a Erik como si no entendiera nada.

—¿Me estoy perdiendo algo?

—Le he dicho lo del gimnasio —explicó él con gesto de culpabilidad—. Al parecer, Elliott no le ha contado nada.

Cuando Dana Sue asintió, Karen la miró consternada.

—¿Tú también lo sabías? ¿Sabías lo del gimnasio y te parece bien?

—Sí, claro —respondió Dana como si no fuera para tanto que Erik, Elliott y quien fuera más quisieran abrir un negocio que compitiera con The Corner Spa—. Maddie, Helen y yo aprobamos la idea en cuanto los chicos nos lo plantearon. Hace tiempo que la ciudad necesita un gimnasio para hombres. Ya sabes lo asqueroso que es el de Dexter. Por eso abrimos el The Corner Spa exclusivamente para mujeres en un primer momento. Esto será toda una expansión. De hecho, vamos a asociarnos con ellos. Su plan de negocio es fantástico y lo más importante de todo es que tienen a Elliott que, con su reputación y su experiencia, atraerá a muchos clientes.

Karen prácticamente se arrancó el delantal.

—Bueno, lo que me faltaba —murmuró. No solo su marido, su compañero y su jefa estaban metidos en esto, sino que también lo estaban sus amigas. Sí, de acuerdo, tal vez eso significaba que Elliott no estaba siendo desleal, como se había temido, aunque... con ella sí que lo estaba siendo—. Si no os importa, me voy a tomar mi descanso con antelación. Volveré a tiempo para preparar la cena y después Tina se ocupará del resto del turno.

Unos años atrás, Tina Martínez, una mujer que intentaba llegar a fin de mes mientras luchaba por la deportación de su marido, había compartido turno con ella en Sullivan’s y gracias a eso ambas habían tenido la flexibilidad que tanto necesitaban para ocuparse de sus responsabilidades familiares. Karen seguía dando gracias por ello, incluso aunque ahora, que sus vidas se habían asentado y que Sullivan’s se había convertido en un negocio muy frecuentado y de gran éxito, las dos estuvieran trabajando más horas.

Aunque había pensado que comentárselo a Tina haría que Dana Sue se diera cuenta de que no iban a dejarla en la estacada, la expresión de Dana indicaba más bien lo contrario.

—Espera un segundo.

Y entonces, para sorpresa de Karen, dijo:

—Espero que vayas a tomar un poco el fresco y a pensar en esto. No pasa nada, Karen. De verdad.

Una hora antes, Karen tal vez lo habría aceptado, pero ahora ya no tanto.

—No estoy de humor para calmarme. La verdad es que estoy pensando en divorciarme de mi marido —contestó con desesperación.

Al salir por la puerta trasera, oyó a Dana Sue decir:

—No lo dirá en serio, ¿verdad?

No esperó a oír la respuesta de Erik, pero lo cierto era que su respuesta no hubiera sido muy reconfortante.

 

 

Elliott había estado muy distraído mientras impartía su clase de gimnasia para mayores. Normalmente le encantaba trabajar con esas alegres señoras que compensaban con entusiasmo lo que les faltaba de estamina y fuerza. Y aunque le avergonzaba, incluso disfrutaba viendo cómo se lo comían con los ojos tan descaradamente e intentaban buscar excusas cada semana para hacer que se quitara la camiseta y poder admirar sus abdominales. En más de una ocasión las había acusado de ser espantosamente lascivas... y ni una sola se lo habían negado.

—Cielo, yo ya era una asaltacunas de esas que tan de moda están ahora antes de que inventaran el término —le había dicho en una ocasión Flo Decatur, que acababa de cumplir los setenta—. Y no me disculpo por ello. Puede que te salgas de mi rango habitual, pero hace poco he descubierto que incluso los hombres de sesenta me resultan algo insulsos. Puede que tenga que buscarme un hombre mucho más joven.

Elliott no había sabido qué responder y se preguntaba si la hija de Flo, la abogada Helen Decatur-Whitney, estaba al tanto de lo que pretendía su irreprimible madre.

Ahora miraba el reloj de la pared aliviado de ver que la hora había llegado a su fin.

—De acuerdo, señoras, ya vale por hoy. No olvidéis dar unos cuantos paseos esta semana. Una clase de una hora los miércoles no es suficiente para mantenerse en forma.

—Oh, cielo, cuando quiero que me bombee bien la sangre el resto de la semana, solo tengo que pensar en ti sin camiseta —comentó Garnet Rogers guiñándole un ojo—. Eso es mucho mejor que caminar.

Elliott sintió cómo le ardían las mejillas mientras las demás mujeres del grupo se reían a carcajadas.

—De acuerdo, ya vale, Garnet. Estás haciendo que me sonroje.

—Pues te sienta bien —le contestó sin importarle nada estar avergonzándolo.

Lentamente, las mujeres empezaron a marcharse mientras charlaban animadas sobre el baile que se celebraría en el centro de mayores y especulaban preguntándose a quién le pediría salir Jake Cudlow. Al parecer, Jake era el mejor partido del pueblo aunque, después de haber visto al señor calvo, con gafas y barrigudo en un par de ocasiones, Elliott no podía dejar de preguntarse cuáles eran los criterios de esas mujeres.

Estaba a punto de entrar en su despacho cuando Frances Wingate lo detuvo. Había sido la vecina de su mujer cuando Karen y él habían empezado a salir y ambos la consideraban prácticamente de la familia. Lo estaba mirando con gesto de preocupación.

—Te pasa algo, ¿verdad? Durante la clase has estado totalmente distraído. Y no es que te supongamos un gran desafío, porque probablemente podrías darnos clase sin sudar ni una gota, pero normalmente muestras un poco más de entusiasmo, sobre todo durante esa parte de baile que Flo te pidió que añadieras —le lanzó una pícara mirada—. ¿Sabes que eso lo hizo solamente para verte mover las caderas con la salsa, verdad?

—Me lo imaginaba. Ya no hay mucho más que pueda sorprenderme o avergonzarme de lo que hace Flo.

Frances no dejaba de mirarlo a los ojos.

—Aún no has respondido a mi pregunta.

—Perdona, ¿qué?

—No te disculpes y dime qué pasa. ¿Están bien los niños?

Elliott sonrió. Frances adoraba a Daisy y a Mack a pesar de que eran unos terremotos.

—Están muy bien —le aseguró.

—¿Y Karen?

—Está genial —respondió aun preguntándose cuánto de eso era verdad.

Tenía la sensación de que dejaría de estar genial cuando se enterara de lo que había estado tramando. Y la verdad es que no tenía ni idea de por qué no le había contado que quería abrir un gimnasio. ¿Es que había temido que no lo aprobara y que acabaran discutiendo? Tal vez sí. Era muy susceptible con los asuntos de dinero después de haberlo pasado tan mal con un exmarido que la había abandonado y dejado con una montaña de deudas.

Frances lo miró como si fuera a echarle una reprimenda.

—Elliott Cruz, no intentes soltarme un cuento. Puedo ver lo que piensas como hacía con todos los niños que han pasado por mi clase a lo largo de los años. ¿Qué pasa con Karen?

Él suspiró.

—Eres más astuta todavía que mi madre y eso que a ella tampoco pude ocultarle nada nunca —dijo lamentándose.

—Espero que no.

—No te ofendas, Frances, pero creo que la persona con la que debo hablar de esto es mi esposa.

—Pues entonces, hazlo —le advirtió—. Los secretos, incluso los más inocentes, pueden acabar destruyendo un matrimonio.

—Es que nunca tenemos tiempo para hablar de cosas —se quejó—, y esta no es la clase de conversación que puedo soltarle en un momento y marcharme corriendo después.

—¿Es algo que causaría problemas si ella se entera por otras personas?

Él asintió.

—Más bien sí.

—En ese caso habla con ella, jovencito, antes de que un pequeño problema se convierta en uno grande. Saca tiempo —lo miró con dureza—, y que sea más pronto que tarde.

Él sonrió ante su expresión de enfado. No le extrañaba que tuviera esa reputación como maestra; una reputación que seguía ahí incluso después de que se hubiera jubilado.

—Sí, señora.

Ella le dio un golpecito en el brazo.

—Eres un buen hombre, Elliott Cruz, y sé que la quieres. No le des ni la más mínima razón para que lo dude.

—Haré lo que pueda —le aseguró.

—¿Pronto?

—Pronto —prometió.

Por mucho que hacerlo fuera a ser como remover un avispero.

 

 

Cuando llegó al The Corner Spa en la esquina de Main con Palmetto, Karen se detuvo. Estaba empezando a arrepentirse de no haber seguido el consejo de Dana Sue y haberse ido a dar un paseo por el parque para calmarse antes de ir allí a enfrentarse a su marido. Incluso aunque sabía que, probablemente, era una idea terrible hacerlo no solo cuando él estaba trabajando, sino cuando ella estaba completamente furiosa. No resolvería nada si empezaba a gritar, que era lo más probable.

—¿Karen? ¿Va todo bien?

Se giró ante la pregunta suavemente formulada de su antigua vecina, Frances Wingate, una señora que se acercaba a los noventa y que tenía todavía mucha energía. Aunque estaba de un humor terrible, a Karen se le iluminó la cara solo con ver a la mujer que, en muchos sentidos, era como una madre para ella.

—Frances, ¿cómo estás? ¿Y qué estás haciendo aquí?

Frances se la quedó mirando perpleja.

—Estoy asistiendo a las clases de Elliott para mayores. ¿No te lo ha dicho?

Karen suspiró frustrada.

—Al parecer, hay muchas cosas que mi marido no ha compartido conmigo últimamente.

—Oh, querida, eso no me suena nada bien. ¿Por qué no vamos a Wharton’s y charlamos un poco? Hace siglos que no tenemos la oportunidad de ponernos al día con nuestras cosas. Algo me dice que será mucho mejor que hables conmigo a que entres a ver a Elliott estando tan enfadada.

Sabiendo que Frances tenía toda la razón, Karen la miró con gesto de agradecimiento.

—¿Tienes tiempo?

—Para ti siempre puedo sacarlo —le respondió Frances agarrándola del brazo—. Bueno, dime, ¿has venido en coche o vamos andando?

—No he traído el coche.

—Pues entonces vamos a caminar —contestó la anciana sin dudarlo ni un momento—. Qué suerte que me haya puesto mis deportivas favoritas, ¿verdad?

Karen bajó la mirada hacia sus zapatillas turquesa y sonrió.

—Se nota por tu comentario que sigues la moda —le dijo bromeando.

—Esa soy yo. La mayor «fashionista» de la tercera edad.

Cuando llegaron a Wharton’s y pidieron té dulce para Frances y un refresco para Karen, la mujer la miró a los ojos.

—Bueno, ahora cuéntame qué te tiene tan enfadada esta tarde y qué tiene eso que ver con Elliott.

Para consternación de la mujer, a Karen se le llenaron los ojos de lágrimas.

—Creo que mi matrimonio tiene graves problemas, Frances.

En el rostro de su amiga se reflejó un gesto de verdadero impacto.

—¡Tonterías! Ese hombre te adora. Hablamos después de clase todos las semanas, y los niños y tú sois lo único de lo que habla. Está tan prendado de ti ahora como lo estaba el día que te conoció. Estoy segurísima de ello.

—¿Pero entonces por qué no me cuenta nada? —se lamentó Karen—. No sabía que te veía todas las semanas y acabo de enterarme de que tiene pensado abrir un gimnasio para hombres. No tenemos dinero para que corra esa clase de riesgo, por mucho que tenga socios. ¿Por qué se ha metido en algo así sin ni siquiera consultármelo?

Miró a Frances con resignación.

—La gente ya me advirtió sobre estos machos hispanos. Sé que es un estereotipo, pero ya sabes a qué me refiero, a esos que hacen lo que quieren y esperan que sus mujeres los sigan sin rechistar. El padre de Elliott era así, pero jamás pensé que él fuera a serlo. Cuando estábamos saliendo era tan considerado y tan encantador...

—¿Estás segura de que te está ocultando cosas deliberadamente? —le preguntó Frances actuando con sensatez—. Podría haber un montón de explicaciones para el hecho de que no te haya mencionado esas cosas. Con dos hijos y dos trabajos, los dos estáis tremendamente ocupados. Vuestras agendas no siempre encajan a la perfección, así que el tiempo que pasáis juntos debe de ser muy escaso y cotizado.

—Eso es verdad —admitió Karen. Ella solía trabajar por la noche mientras que él se marchaba al spa a primera hora de la mañana. A veces eran como barcos que se cruzaban en la noche y sus agendas no les permitían mantener una comunicación real.

—Y cuando tenéis tiempo libre, ¿qué hacéis? —continuó Frances.

—Ayudamos a los niños con los deberes o los llevamos a la infinidad de clases extraescolares en las que están metidos. Después, caemos exhaustos en la cama.

Frances asintió.

—Pues no me digas más. No tenéis apenas tiempo para la clase de charlas profundas e íntimas que necesitáis mantener las parejas jóvenes, sobre todo cuando aún os estáis adaptando al matrimonio.

Karen torció el gesto.

—Frances, ya llevamos juntos un tiempo.

—Pero solo lleváis casados y viviendo juntos un par de años. Pasó mucho tiempo hasta que pudiste anular tu primer matrimonio. Ser novios es muy distinto de estar casado y establecer una rutina. Lleva tiempo encontrar un ritmo que funcione, uno que os permita todo el tiempo a solas que necesitáis para comunicaros de verdad. Imagino que Elliott tiene tantas ganas de eso como tú.

Hubo algo en su voz que hizo que Karen se detuviera un momento.

—¿Te ha dicho algo? Por favor, dime que tú no estás metida también en todo esto del gimnasio. ¿Es que soy la única persona de todo el pueblo a la que no se lo había dicho?

—Deja de ponerte frenética —le dijo Frances, aunque se sonrojó al hacerlo—. Elliott y yo hemos charlado hace un momento, pero no me ha dicho nada sobre el gimnasio. Es lo primero que oigo sobre el tema. Me ha dicho que no ha podido contarte algo importante porque los dos habéis estado muy ocupados, pero no me ha especificado nada.

—Ya veo —contestó Karen con cierta frialdad, y no demasiado aliviada ni por la explicación ni por el hecho de que más personas hubieran hablado a sus espaldas.

—Ni se te ocurra sacar de aquí más de lo que hay en realidad —la reprendió Frances—. Le he preguntado por qué ha estado tan distraído en la clase de hoy. Ha tartamudeado un poco y ha intentado disimular, pero al final ha admitido que te había estado ocultando algo. Le he dicho que no tiene ninguna buena razón para no comunicarse con su esposa —miró fijamente a Karen—. Verás que he dicho «comunicarse», no «gritar». La verdadera comunicación implica escuchar además de hablar.

Karen esbozó una débil sonrisa; la había reprendido y con razón.

—Te escucho, pero ¿cómo vamos a encontrar tiempo para sentarnos a mantener esas charlas sinceras e íntimas que solíamos tener cuando estábamos saliendo? Ahora mismo necesitamos trabajar todo lo que podamos. Y aunque pudiéramos sacar algo de tiempo, tener una canguro es demasiado caro para nuestro presupuesto.

—Pues en ese caso, dejad que os ayude —respondió inmediatamente Frances con entusiasmo—. Desde que os casasteis y os mudasteis a la casa nueva, ya no veo a Daisy y a Mack tanto como me gustaría. Están creciendo mucho. Dentro de poco ni los reconoceré.

Al instante, Karen la miró sintiéndose culpable. Aunque le había llevado a los niños a menudo justo después de que se hubieran casado, las visitas a Frances se habían ido reduciendo a medida que sus agendas se habían ido complicando. ¿Cómo podía haber sido tan egoísta cuando sabía lo mucho que esa mujer disfrutaba pasando un rato con los niños?

—Oh, Frances, ¡cuánto lo siento! Debería habértelos llevado más a menudo.

—Tranquila —le dijo agarrándole la mano—. No pretendía hacerte sentir mal. Iba a decirte que podemos programar un día a la semana para ir y quedarme con los niños mientras Elliott y tú salís por ahí. Me imagino que aún soy capaz de supervisar los deberes del cole y leer uno o dos cuentos. Es más, me encantaría hacerlo —sonrió y un pícaro brillo iluminó su mirada—. O podéis llevarlos a mi casa, si preferís pasar una noche romántica en casa. Seguro que sabría cuidarlos si se quedan a dormir ahora que son más mayores.

Karen se resistía a pesar de la franqueza con que la mujer le hizo la propuesta.

—Eres un encanto al ofrecerte, pero no podría imponerte una cosa así. Ya has hecho por mí mucho más de lo que me merezco. Siempre que vienen malos momentos, estás a mi lado.

Frances le lanzó una mirada de reprimenda.

—Para mí sois como de la familia y, si puedo hacer esto por ti, sería un placer, así que no quiero oír esa tontería de que es demasiado. Si me pareciera demasiado, no te lo habría ofrecido. Y si rechazas mi ofrecimiento, lo único que harás será herir mis sentimientos. Harás que me sienta vieja e inútil.

Karen sonrió; sabía que Frances no era ninguna de esas dos cosas. A pesar de haber ido sumando años, su espíritu se mantenía joven, tenía montones de amigos y seguía siendo un miembro activo de la comunidad. Pasaba unas cuantas horas al día llamando a personas mayores que no podían salir de casa para charlar con ellos y asegurarse de si necesitaban algo.

Finalmente añadió.

—De acuerdo, si estás segura, lo hablaré con Elliott y fijaremos una noche contigo. Haremos una prueba para ver qué tal marcha. No quiero que Mack y Daisy te dejen agotada.

La expresión de Frances se iluminó.

—¡Muy bien! Ahora debería irme. Tengo una partida de cartas esta noche en el centro de mayores con Flo Decatur y Liz Johnson, y tendré que echarme una siesta si quiero estar lo suficientemente espabilada para que no me hagan trampas. Por muy honradas que sean como mujeres, son muy tramposas cuando se trata de jugar a las cartas.

Karen se rio mientras se bajaba del asiento y abrazaba a su amiga.

—Gracias. Me hacía mucha falta esta charla; lo necesitaba más que enfrentarme a mi marido.

—Enfrentarse y hablar está bien, pero no es lo mejor hacerlo estando enfadada —le agarró la mano de nuevo—. Espero que me llames en los próximos días.

—Te llamaré. Lo prometo.

—Y cuando llegues a casa esta noche, siéntate con tu marido y habla con él, sea la hora que sea.

Karen le sonrió y respondió obedientemente:

—Sí, señora.

Frances frunció el ceño.

—No digas eso solo para aplacarme, jovencita. Espero oír que los dos habéis solucionado esto.

Y claramente satisfecha por haber tenido la última palabra, se marchó.

Karen la vio alejarse y se fijó en que no hubo ni una sola persona en Wharton’s a quien no le hablara u ofreciera una sonrisa al salir.

—Es excepcional —murmuró Karen antes de suspirar—. Y sensata.

Esa noche sería el momento de hablar lo que tenía que hablar con Elliott. Aprovecharía hasta entonces para pensar en toda la situación, descubrir por qué exactamente estaba tan furiosa y encontrar el modo de discutirlo calmada y racionalmente durante la cena. Frances había tenido toda la razón. Gritar no era una actitud madura para resolver nada.

Y a diferencia de aquella mujer pasiva que había sido una vez, Karen también sabía que la mujer fuerte y segura de sí misma en que se había convertido no permitiría que el resentimiento estallara ni que ese incidente acabara con la paz de su casa. Trataría la situación con cabeza antes de destruir su matrimonio. Al menos había aprendido algo de su matrimonio con Ray: qué no hacer.

Complacida con el plan, pagó las bebidas y volvió a Sullivan’s, donde Dana Sue y Erik la recibieron con cierto recelo.

—Eh, no me miréis así —les dijo—. No hemos firmado ningún papel de divorcio. Es más, ni siquiera he visto a Elliott.

Erik suspiró visiblemente aliviado.

—¿Entonces dónde has estado? —le preguntó Dana Sue.

—En Wharton’s con Frances, la voz de la razón.

Dana Sue sonrió.

—¿Te ha soltado una de esas sabias charlas que te dejan sumida en la vergüenza? Cuando era mi profesora, podía mirarme con una de esas expresiones de decepción y, prácticamente, hacía que me echara a llorar. Era la única profesora que lograba efectuar esas miradas y hasta funcionaban con Helen.

—De eso nada —dijo Erik impresionado—. No me puedo creer que alguien intimidara a mi mujer.

—Pues Frances Wingate podía —contestó Dana Sue—. Tenía a los alumnos que mejor se portaban de todo el colegio. No nos convertimos en las gamberras Dulces Magnolias hasta más adelante —de pronto, su gesto se ensombreció mientras volvía a dirigirse a Karen—. Entonces, ¿ya no estás enfadada ni con Erik ni conmigo?

—No me había enfadado con vosotros en ningún momento. Sabía que solo erais los mensajeros.

—¿Y con Elliott? —le preguntó Dana Sue.

—Aún tengo mucho que discutir con mi marido, pero al menos ahora creo que puedo hacerlo sin tirarle ni tarros ni sartenes, ni esas pesas pequeñas del gimnasio.

—Pues se dice por ahí que hubo un tiempo en que a Dana Sue se le daba muy bien convertir en armas tarros y sartenes —comentó Erik mirando a Dana con gesto burlón.

—Pero era solo porque Ronnie se lo merecía —respondió ella sin un ápice de arrepentimiento en la voz—. Ese hombre me engañaba. Por suerte aprendió la lección y, desde entonces, no he necesitado ninguna sartén de hierro fundido para nada más que cocinar.

Después de una tarde muy tensa, Karen se rio y, de manera impulsiva, fue a abrazar a su jefa.

—Gracias por devolverme la perspectiva.

—Un placer haber ayudado. Ahora, si a nadie le importa, vamos a ponernos con la cena antes de que nuestro especial de esta noche sea sándwich de queso.

—Ahora mismo —dijo Erik de inmediato—. ¡En marcha una tarta con exceso de chocolate!

—Y yo me pondré a freír el pollo —dijo Karen agradecida de que pronto fuera a tener ayuda—. En cuanto llegue Tina, puede seguir ella y yo me ocuparé de las ensaladas antes de irme a casa.

Al menos ahí la paz y la armonía volvían a reinar, pensó mientras se incorporaba de nuevo a la rutina. Sin embargo, algo le decía que solo se trataba de la calma que precede a la tormenta.

Capítulo 2

 

Elliott había visto a su mujer fuera de The Corner Spa hablando con Frances. Le había sorprendido que no hubiera entrado, pero estaba tan ocupado con su agenda de clases particulares que no había tenido tiempo de pararse a pensar en por qué habría ido Karen hasta allí para luego marcharse sin hablar con él.

Estaban a punto de cerrar cuando Cal Maddox pasó a recoger a Maddie, que se había quedado hasta tarde para ocuparse de los temidos papeleos de fin de mes. De camino al despacho de su mujer, Cal se paró a ver a Elliott.

—¿Qué tal te ha ido antes con Karen?

Impactado por la compasiva expresión de Cal y su solemne tono de voz, Elliott lo miró extrañado.

—No tengo ni idea de lo que estás hablando.

Inmediatamente a Cal le cambió la cara.

—Vaya, tío, primero Erik mete la pata y ahora voy yo y hago lo mismo. Lo siento. Olvida lo que he dicho.

—No te pares ahora. Algo me dice que será mejor que oiga esto.

Cal no parecía nada contento con ser el portador de malas noticias.

—Al parecer, Erik le ha mencionado hoy a Karen lo del gimnasio y no se lo ha tomado bien. Él me ha llamado para preguntarme si debía avisarte, pero hemos quedado en que tal vez lo mejor era que se mantuviera al margen. Al fin y al cabo, el daño ya estaba hecho.

Miró a Elliott con preocupación.

—Imagino que no se lo has dicho.

—Ni una palabra —admitió Elliott cada vez lamentándolo más—. ¿Cómo de enfadada estaba?

—Bastante, pero luego la cosa se ha puesto peor. Cuando se ha enterado de que Dana Sue también lo sabía, ha salido de Sullivan’s como una flecha en dirección aquí. Está claro que no le ha hecho mucha gracia que se la haya dejado al margen.

Elliott suspiró.

—Pues eso lo explica todo. La he visto fuera hablando con Frances y me he preguntado qué estaría haciendo aquí porque luego se ha ido y no ha vuelto.

Cal sonrió.

—Si yo fuera tú, le mandaría flores a Frances. Está claro que ha logrado lo que Erik y Dana Sue no han podido. Ha calmado a Karen.

—Creo que no voy a darlo por hecho —sabía demasiado bien que la dulce naturaleza de Karen era engañosa. Cuando le salía el genio acababa estallando cuando menos te lo esperabas—. Sospecho que Frances no ha hecho más que retrasar lo inevitable.

Cal lo miró con gesto de curiosidad.

—Aún no me puedo creer que no le hayas mencionado lo del gimnasio. ¿Hay alguna razón?

—No he tenido tiempo de hablarlo con ella —respondió Elliott con frustración—. Además del hecho de que Karen y yo apenas nos vemos últimamente, todos nosotros teníamos muchas cosas en las que pensar y quería estar seguro de que íbamos a hacerlo antes de sacarle el tema. Ya la conoces, Cal. Le tiene mucho respeto al dinero y le da pánico correr riesgos. No quería que se asustara sin motivos.

—¿Entonces te lo has callado para protegerla?

Elliott asintió con pesar.

—En su momento me parecía que tenía sentido hacerlo.

Cal le lanzó una mirada comprensiva.

—Lo entiendo, pero ¿quieres un consejo? En este pueblo nunca vale la pena tener secretos porque en cuanto una sola persona lo sepa, tarde o temprano todos lo sabrán. ¿Recuerdas cómo se puso Dana Sue cuando se enteró de los planes de Ronnie para abrir la ferretería? ¿O cómo se lo tomó Sarah cuando se enteró de que Travis tenía grandes planes para montar una emisora de radio y quería que ella participara? A las Dulces Magnolias les gusta estar metidas en todo desde el principio. No les gusta que se las dé de lado.

—Pero Karen nunca ha salido realmente con las Dulces Magnolias —dijo Elliott, aunque entendía perfectamente lo que Cal había querido decir.

—Se pasa todo el día con Dana Sue y con el marido de Helen —le recordó Cal—. Trabaja aquí y ve a mi mujer todo el tiempo. Tal vez no vaya a las noches de margaritas, pero hazme caso, es una Dulce Magnolia. Están muy unidas y no hay quien las separe.

Elliott asintió.

—Te entiendo. Supongo que será mejor que me vaya a casa y me enfrente a la situación. Algo me dice que esto va a provocar una de esas incómodas conversaciones en las que sale a relucir que soy tan machista como mi padre. Me temo que mis hermanas han hablado demasiado del enfoque de mi padre sobre el matrimonio y cómo se tenía que hacer lo que él dijera. Pero, irónicamente, todas se han casado con hombres como él. Me enorgullezco de no parecerme en nada a mi padre, pero después de este pequeño episodio, algo me dice que me va a costar mucho que Karen se lo crea.

Cal se rio.

—Buena suerte.

—Gracias —respondió Elliott—. Supongo que no estaría mal hacer un pedido doble de flores.

 

 

Cuando Elliott entró con un enorme ramo de fragrantes lirios de colores, Karen supo que alguien lo había puesto al tanto de lo sucedido en Sullivan’s. ¡Para que luego dijeran que las mujeres eran unas cotillas!, pensó sacudiendo la cabeza. Los hombres de ese pueblo, o al menos los que estaban casados con Dulces Magnolias, eran uña y carne y, además, unos bocazas. Y por mucho que Elliott y ella estuvieran en la periferia de ese grupo, su efecto los alcanzaba.

—¿Quién te lo ha contado? —le preguntó aunque se paró a oler las flores y sacó un viejo jarrón para meterlas; tenía bastantes gracias a los frecuentes regalos de Elliott. Estaba segura de que su marido tenía el número de la floristería guardado en marcación rápida. Sin embargo, en la mayoría de los casos no había utilizado las flores para salir de un aprieto, sino que era un hombre atento que destacaba por sus gestos impulsivos y románticos.

Le lanzó una mirada cargada de inocencia.

—¿Contarme qué?

—Que antes he perdido los nervios. ¿Te ha llamado Erik para avisarte antes de que yo llegara al spa?

—Erik no ha llamado, al menos, no para hablar conmigo —dijo riéndose—. Ha llamado a Cal para preguntarle si debería advertirme y han decidido que era mejor que se mantuviera al margen.

—Pero luego Cal ha ido a recoger a Maddie y a informarte de paso. ¡Cómo no!

—La maquinaria de cotilleos en Serenity es un milagro; funciona bien, incluso, sin tener que recurrir a la tecnología moderna. Puede que sea el único pueblo del país que no tiene adicción a los mensajes de texto —cruzó la cocina para acercarse a ella; posó las manos sobre su cadera y acercó la boca a su mejilla—. Así que, ¿me he metido en un problema? —le preguntó susurrándole al oído.

Pero a Karen no le hizo ninguna gracia el tono divertido de su voz ya que debería haberse tomado más en serio la pregunta que le había hecho.

—Bastante.

Sin embargo, por desgracia, no era completamente inmune a sus tácticas. Elliott podía seducirla en menos tiempo del que se tardaba en pedir una pizza, cosa que, por cierto, había hecho justo antes de que él llegara. Ahora parecía querer acurrucarse contra su cuello, algo que, normalmente, era el preludio de unos jueguecitos más excitantes.

—No vas a distraerme, así que para ahora mismo.

—¿Que pare qué? —le preguntó de nuevo intentando que sus ojos color chocolate adoptaran una expresión de inocencia que ella no se estaba creyendo—. Solo le estoy diciendo «hola» a mi preciosa esposa después de un día muy largo.

—No, lo que haces es pretender persuadirme para que deje de estar enfadada contigo porque sabes perfectamente bien que si logras llevarme a la cama, me olvidaré de todo por lo que estoy enfadada —lo miró fijamente—. Pero esta vez no, Elliott. Y lo digo en serio.

Él suspiró y dio un paso atrás, claramente decepcionado, pero aceptando su decisión de que, por el momento, el juego de seducción quedaba descartado.

—¿Dónde están los niños?

—Tampoco están aquí para salvarte. Tu madre se los ha llevado a su casa a cenar enchiladas.

A él se le iluminó la cara de inmediato.

—¿Mamá ha hecho enchiladas? Pues entonces deberíamos ir.

—De eso nada. Te guardará las sobras. Nosotros vamos a tomar pizza y ensalada y a mantener una charla bien larga. Dependiendo de cómo vaya, ya decidiremos si recogemos a los niños esta noche o si se quedan a dormir allí.

Por primera vez, él empezó a darse cuenta de lo enfadada que estaba y una expresión de alarma cruzó su rostro.

—¿Todo esto es porque he olvidado mencionarte lo del gimnasio?

—No se te ha «olvidado» mencionarlo, Elliott —le contestó en voz baja y furiosa por las lágrimas que al instante cubrieron sus ojos. Se dio la vuelta esperando que él no viera lo sensible que estaba. Quería mantener la calma y mostrarse fría para poder hablar del tema racionalmente sin volcar en la discusión todo su bagaje emocional.

Fingiendo centrarse en aliñar la ensalada, dijo:

—Decidiste deliberadamente no hablar del tema conmigo porque no te parecía que mi opinión fuera a importar o porque tenías miedo de que intentara vetarte la idea.

—No fue así.

—Es exactamente como fue —se giró y lo miró renunciando a seguir conteniendo las lágrimas y dejándolas fluir libremente—. Elliott, ¿cómo vamos a hacer que funcione nuestro matrimonio si no hablamos sobre algo que va a cambiar nuestras vidas? Por lo poco que sé, incluso yo puedo ver que lo de este gimnasio va a ser algo de gran envergadura y tú estás metido en ello. ¿Sabes lo mucho que duele que tanta gente lo sepa ya y que yo no sepa nada?

—Lo siento. De verdad que sí. Es una oportunidad increíble, Karen. Yo jamás podría hacer algo así solo. Estaba intentando asimilarlo para saber si podríamos hacerlo realidad.

—¿Y no has pensado que esta tonta que está aquí podría tener algo que decir al respecto?

Él se mostró verdaderamente impactado por sus amargas palabras.

—No digas locuras, cariño. Ya sabes cuánto me importa tu opinión. Para mí lo eres todo.

Esas palabras tan cariñosas le tocaron el corazón, como siempre.

—Eso creía —dijo en voz baja secándose las lágrimas que no podía contener.

—Oh, no llores —le suplicó rodeándola con sus brazos—. Por favor, no llores. Sabes que me destroza verte llorar, sobre todo cuando es culpa mía.

Después de mantenerse tensa un momento, Karen respiró hondo y se relajó. Ese lado tan cariñoso y adorable de Elliott era lo que la había hecho enamorarse de él. Por eso le resultaba tan devastador que hiciera cosas sin pensar, como haberla dejado al margen de esa decisión.

—¿Puedo contártelo ahora? ¿Me escucharás y adoptarás una postura abierta?

Ella asintió lentamente sin apartarse de él.

—Eso puedo hacerlo —alzó la cabeza y lo miró—. Pero estas cosas no pueden volver a pasar, Elliott. Cuando se trate de algo importante, o incluso de algo mínimo pero que afecte a nuestra familia, debemos decidirlo juntos. En eso quedamos. De lo contrario, estamos condenados al fracaso.

—Sé que tienes razón. Te prometo que seré más considerado —le aseguró—. Creía que te estaba ahorrando preocupaciones innecesarias por algo que, tal vez, no fuera factible. Creía que tenía más tiempo para pensar en los detalles.

—¿En Serenity? —le preguntó lanzándole una mirada irónica.

Él se rio.

—Sí, eso es lo que ha dicho Cal. Aunque la verdad es que solo llevamos unas semanas hablando de esto. Al principio no era más que una idea que surgió mientras nos tomábamos unas cervezas una noche después de jugar al baloncesto. Yo ni siquiera estaba seguro de que fuera a llegar a ninguna parte, y por eso no vi motivos para mencionártelo.

—Pero ya ha ido más allá, no se ha quedado en una simple charla, ¿no? Y, aun así, no me has dicho nada —dijo viendo cómo los ojos de Elliott perdían toda ilusión y odiando haber reprimido su entusiasmo. Pero, ¿qué otra cosa podía hacer? Había preguntas muy importantes que necesitaban respuestas.

—Es verdad. Tom McDonald ha echado algunas cuentas y Ronnie Sullivan ha mirado algunos locales.

—Espero que no lo haya hecho con Mary Vaughn —dijo pensando en Dana Sue y en lo poco que se fiaba de que su marido estuviera cerca de la agente inmobiliaria, incluso a pesar de que ahora Mary Vaughn hubiera vuelto con su exmarido y hubieran tenido otro hijo juntos. Pero Mary Vaughn tenía la mala costumbre de ir detrás de Ronnie cada vez que lo veía vulnerable. En teoría, se había dado por vencida, pero en la práctica... A saber...

Elliott sonrió al ver su reacción.

—Creo que en todo momento han tenido carabina. Entre el nuevo bebé e intentar enseñar a Rory Sue para que se convierta en agente inmobiliario, Mary ya tiene bastante sin tener que ir a por Ronnie otra vez —sacudió la cabeza—. Las mujeres tenéis muy buena memoria, ¿eh?

—Cuando se trata de recordar cómo lo ha perseguido durante años, sí —le confirmó Karen—. Y no te vendría mal recordarlo por si tienes alguna antigua novia rondando por ahí.

—Ninguna —se apresuró a decir.

Ella le dio una palmadita en la mejilla.

—Está bien saberlo.

Antes de poder seguir informándola sobre los planes para el gimnasio, llegó su pizza de Rosalina’s. Karen puso la ensalada sobre la mesa de la cocina, sirvió dos copas de vino y se sentaron. Después de haberle dado el primer mordisco a su pizza, se fijó en que Elliott no dejaba de mirarla.

—¿Qué?

—Sé que el motivo de esta pequeña cena íntima no era exactamente romántico, pero he de admitir que resulta muy agradable tener a mi mujer para mí solo un par de horas sin la más mínima interrupción potencial.

Ella sonrió ante el calor de su voz y ese inconfundible brillo de deseo en sus ojos. Siempre había logrado hacerla sentir increíblemente especial y deseada, y ahora incluso estaba dispuesta a dejar que esa mirada aplacara su furia.

—Entonces es una suerte que Frances se haya ofrecido a darnos una noche así todas las semanas. Y si podemos convencer a tu madre para que se quede otra noche, puede que tengamos el tiempo que necesitamos para volver a ponernos al día.

—¿De verdad crees que nos hemos quedado tan estancados en nuestra relación? —le preguntó Elliott, claramente preocupado por sus palabras.

—Bastante. Ya sabes qué destruyó mi primer matrimonio. Ray nos metió en una deuda terrible de la que yo no sabía nada y después me dejó en la estacada. Ni siquiera se quedó lo suficiente para ayudarnos a salir de la ruina en la que nos dejó. Tuve que afrontarlo todo yo sola. Por eso cuando me enteré de lo del gimnasio lo único en lo que podía pensar era en que estaba volviendo a pasar lo mismo. Sé que fue un pensamiento irracional, pero tuve una terrible imagen retrospectiva y no pude evitar que me entrara el pánico, Elliott.

Aunque él tenía muchas razones para sentirse ofendido por la injusta comparación, se limitó a mirarla a los ojos y a decir:

—En primer lugar, jamás seré irresponsable con el dinero. Y, en segundo lugar, por muy difíciles que se pongan las cosas o muchos desacuerdos que tengamos, yo jamás te abandonaré. Cuando me casé contigo, fue para siempre, cariño.

Karen oyó sinceridad en esas promesas, sabía que le estaba hablando con el corazón, pero la experiencia le había demostrado que incluso las mejores intenciones no siempre eran suficiente. La prueba la tendría en lo que pasara en su relación de ahora en adelante.

 

 

Aunque había visto la furia en los ojos de Karen disiparse y sentía que lo peor ya había pasado, Elliott también conocía a su mujer lo suficiente como para saber que necesitaba más tiempo para enmendar la situación. Por eso, mientras ella estaba en la cocina recogiendo, llamó rápidamente a su madre.

—Mamacita, ¿puedes quedarte esta noche con Daisy y Mack? —le preguntó bajando la voz.

—Claro. ¿Y por qué estás susurrando?

—No sé qué opinará Karen de que te cargue con la responsabilidad de ocuparte de ellos.

La mujer se alertó de inmediato.

—¿Es que estáis discutiendo por algo? Cuando Karen me ha llamado antes y me ha pedido si podía quedármelos un par de horas, me ha dado la sensación de que no lo hacía porque fuera a tener una velada romántica con su marido.

Elliott sabía muy bien que no debía meter a su madre en sus problemas. Las dos mujeres habían pactado una tregua y por muy poco podría echarse a perder.

—¿Puedes quedarte con Daisy y con Mack, por favor, mamá?

Su madre debió de captar que no le daría ninguna explicación porque inmediatamente respondió:

—Por supuesto. ¿Quieres que se vayan al colegio directamente por la mañana? Tienen ropa aquí y tu hermana puede recogerlos y llevarlos en el coche cuando Adelia vaya a llevar a sus hijos.

—Si no te importa, sería genial. Gracias, mamá —le dijo en español.

—De nada —respondió su madre antes de añadir—: Y, Elliott, si algo va mal, soluciónalo.

—Eso pretendo.

Colgó, entró en la cocina y le quitó a su mujer el trapo que tenía entre las manos.

—Siéntate. Ya termino yo de recoger.

Ella lo miró con gesto de diversión.

—A ver... Ya he sacado la basura y he fregado los platos. Exactamente, ¿qué pretendes hacer?

—Terminar de secarlos —respondió de inmediato y acercándose hasta dejarla acorralada entre su cuerpo y la encimera—. Y después voy a tomarme el postre.

—¿Postre? —preguntó con los ojos abiertos de par en par y la respiración entrecortada—. ¿Qué tienes en mente exactamente? En el congelador no hay helado. Ya lo he mirado. Los niños y tú os habéis comido lo que quedaba.

—Pero tú estás aquí y no se me ocurre nada más sabroso, cariño.

Esas palabras pronunciadas con tanta suavidad hicieron que se le iluminaran los ojos.

—¿No deberías ir a recoger a Daisy y a Mack? No deberían estar fuera tan tarde teniendo colegio mañana.

—Ahora mismo mi madre está metiéndolos en la cama. Y ya que parece que no vas a desterrarme y a obligarme a pasar la noche con ellos fuera de casa, esperaba que pudiéramos aprovechar y tener la noche para nosotros solos —la miró fijamente a los ojos—. Me has perdonado, ¿verdad?

—Casi.

—¿Pero no del todo?

—Vas a tener que demostrarme que has aprendido la lección.

—Dudo que esta noche pueda traerte la prueba —lamentó él.

—Es verdad. Eso solo el tiempo lo dirá.

Él deslizó un dedo sobre la línea de su mandíbula y a ella se le aceleró el pulso.

—¿Y mientras tanto?

Lentamente, Karen lo rodeó por el cuello y se acurrucó contra su cuerpo. El modo en que encajaron fue suficiente para que a él le hirviera la sangre.

—Mientras tanto —dijo Karen muy despacio tocando sus labios con los suyos—, podemos probar esto del postre a ver qué tal.

Él sonrió contra su boca.

—Ya sé qué tal irá. Voy a hacerle el amor a mi mujer hasta que grite y me suplique más.

Ella se echó atrás y lo miró divertida.

—Yo nunca te suplico.

—Pero seguro que eso puedo cambiarlo —le dijo colando una mano bajo sus braguitas y viendo cómo cerraba los ojos y su cuerpo respondía a sus caricias.

Y Karen ni siquiera suplicó cuando su respiración se entrecortó y su piel empezó a cubrirse con el brillo de un suave sudor. Lo que sí hizo fue aferrarse a sus hombros, rodearlo por la cintura con las piernas y besarlo hasta que fue él el que acabó suplicando.

De camino al dormitorio con ella en brazos, Elliott pensó por milésima vez en lo afortunado que era de haberla encontrado. Ella era el azúcar para su pimienta, la dulzura para su pasión.

Y entonces, justo cuando menos se lo esperaba, Karen le dio la vuelta a la tortilla al mostrarle un inesperado deseo que le arrebató el aliento. Ese tira y afloja entre ambos, al menos en ese campo de su vida de pareja, era algo con lo que todo hombre soñaría.

Y en cuanto a la comunicación que mantenía sólido cualquier matrimonio, él aún tenía que trabajar en ello, como había quedado demostrado ese día en concreto. Pero con tal de que su mujer se sintiera feliz y satisfecha en sus brazos para siempre, haría lo que hiciera falta.

 

 

Karen aún tenía preguntas, muchas en realidad, pero como había comprobado, Elliott tenía el don de hacerle olvidar todo excepto lo que era sentirse el centro del mundo.

Cuando se conocieron la había aterrorizado la pasión que era capaz de despertar en ella, no había estado preparada para enamorarse completamente, no después del desastroso matrimonio que había tenido. Había mantenido a Elliott alejado, tanto que casi lo había perdido por ello, pero al final había sido Frances la que le había hecho ver que ese hombre era su segunda oportunidad.

Por aquel entonces había tenido muchas segundas oportunidades. Cuando Dana Sue había estado a punto de despedirla, Helen había negociado para mantenerle el puesto e, incluso, había acudido al rescate cuando el estrés la había llevado al borde de una depresión por la que podría haber perdido a sus hijos. Se había llevado a su casa a Daisy y a Mack, se había ocupado de que Karen recibiera el apoyo que necesitaba y, llegado el momento adecuado, los había vuelto a reunir a los tres.

Y entonces, durante aquella terrible época en la que había estado más hundida que nunca, había conocido a Elliott, un hombre no solo fuerte, sino muy seguro de sí mismo, persistente y con un corazón abierto y generoso. A la vez que la había ayudado a fortalecerse físicamente durante sus entrenamientos en el gimnasio, regalo de Helen, Dana Sue y Maddie, también había reconstruido su maltratado ego siempre que ella se lo había permitido.

En aquel momento le había costado mucho confiar en que lo que él sentía por ella pudiera ser real y tampoco había confiado en sus propios sentimientos. Y después, cuando la madre y las hermanas de Elliott se habían opuesto rotundamente a que tuviera una relación con una mujer divorciada, ella había visto la excusa perfecta para salir corriendo.

Pero gracias a Dios, él no se lo había permitido y, sorprendentemente, el amor que surgió entre los dos le dio suficiente confianza en sí misma como para enfrentarse a su madre, ganársela y hacer que se convirtiera, si bien no en una amiga, en una aliada.

Tendida ahora en la cama con él, aún sintiendo su calor después de haber hecho el amor, podía notar su mirada puesta en ella.

—¿En qué estás pensando, cariño? —le preguntó con la mano apoyada en su cadera y mirándola fijamente; era una caricia cálida y posesiva a la vez.

—En cómo hemos llegado hasta aquí. ¿Cómo sabías que debíamos estar juntos?

Él sonrió ante la pregunta.

—La primera vez que te vi, me robaste el corazón y me calaste muy hondo.

—¿Y por qué yo no lo vi en ese momento? —siempre la había inquietado que él hubiera estado tan seguro mientras que a ella la había asustado tanto tener una relación.

—Sí que lo viste.

—Claro que no.

La sonrisa de Elliott aumentó.

—La gente solo sale huyendo cuando tiene miedo, cariño, y solo tiene miedo de los sentimientos que son tan fuertes que no puede controlarlos.

Ella lo miró fijamente y riéndose.

—Estás siendo un engreído.

—No, solo estoy siendo listo y diciendo la verdad —bromeó—. Admítelo. Como poco, me deseabas desde aquel primer día en el gimnasio. No querías, pero así fue.

Aún riéndose, Karen asintió.

—De acuerdo, a lo mejor sí que te deseaba un poco, como todas. Pero para ti fue algo más y sigo sin saber por qué. ¿Qué viste en mí? Por esa época estaba hecha una pena.

—Pero no te parecías a ninguna mujer que hubiera conocido antes. Eras preciosa y vulnerable y quería ayudarte a que volvieras a ser fuerte.

Ella alzó un brazo, flexionó el bíceps y suspiró.

—Sigo sin estar muy fuerte.

Él le dio una palmadita en el pecho.

—Es tu corazón el que ha vuelto a ser fuerte.

—¿Y eso lo dices después de cómo me he puesto hoy?

Elliott sonrió.