Otra vez el amor - Seduciendo al enemigo - Sherryl Woods - E-Book
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Otra vez el amor - Seduciendo al enemigo E-Book

SHERRYL WOODS

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Beschreibung

Tiffany 162 Otra vez el amor Sherryl Woods Cassie Collins había regresado a su ciudad y quería retomar la relación con sus antiguas amigas para así poder olvidarse de todos sus problemas. Pero los problemas aparecieron con el nombre del sexy Cole Davis, el padre de su hijo. Tras descubrir su secreto, Cole insistía en casarse con ella... si no, Cassie se arriesgaba a perder a su hijo y tener que entregárselo al poderoso clan de los Davis. El tiempo no había hecho desaparecer el odio que sentía por el hombre que la había traicionado diez años antes... pero tampoco había enfriado la pasión que había entre ellos. ¿Podría revivir el amor que una vez habían sentido el uno por el otro y así formar una verdadera familia? Tuvo que marcharse de la ciudad embarazada y soltera... Seduciendo al enemigo Las amigas de Karen Hanson intentaban convencerla de que vendiera el rancho que tantos problemas le daba y cumpliera su viejo sueño de viajar por el mundo. El problema era que el único posible comprador del rancho era el enigmático Grady Blackhawk, el peor enemigo del difunto esposo de Karen. ¿Cómo iba a venderle sus tierras a un hombre así? Pero entonces Grady decidió demostrarle que no era la persona despiadada que ella creía. Karen sabía que pasar tanto tiempo con un hombre tan increíblemente atractivo podría costarle muy caro, de hecho, a Grady cada vez le importaba menos conseguir el rancho... y más hacerse con el amor de su bella propietaria. ¿Enemigo... o pretendiente?

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

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www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Avenida de Burgos, 8B - Planta 18

28036 Madrid

© 2023 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

N.º 162 - septiembre 2023

© 2001 Sherryl Woods

Otra vez el amor

Título original: Do you Take this Rebel?

© 2001 Sherryl Woods

Seduciendo al enemigo

Título original: Courting the Enemy

Publicados originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

Estos títulos fueron publicados originalmente en español en 2003

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Tiffany y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imágenes de cubierta utilizadas con permiso de Dreamstime.com.

I.S.B.N.: 978-84-1180-118-8

Prólogo

El grueso sobre blanco tenía toda la formalidad de una invitación de boda. Cassie lo sopesó entre las manos y miró el matasellos. Winding River, Wyoming, su ciudad natal, el lugar en el que, en ocasiones, anhelaba estar en la oscuridad de la noche, cuando, en vez de su sentido común, escuchaba a su corazón, cuando la esperanza dejaba atrás los sentimientos de pesar.

Se decía que tenía que afrontar los hechos. Aquél ya no era su hogar. El mayor regalo que le había dado nunca a su madre había sido dejar la ciudad. Sus amigas del instituto, las integrantes del club de la Amistad, o el club de las Calamidades, como solían llamarse a sí mismas en honor a la facilidad que tenían para encontrarse con problemas y acabar con el corazón destrozado, estaban desperdigadas por todo el país. El hombre al que había amado... quién sabría dónde se encontraría... Lo más probable era que hubiera regresado a Winding River a ocuparse del rancho que era el legado de su poderoso y dominante padre. No había preguntado, porque hacerlo hubiera sido lo mismo que admitir que todavía sentía algo, incluso después de haberla dejado sola y embarazada.

A pesar de todo, no pudo evitar experimentar un sentimiento de anticipación al acariciar el sobre. Se preguntó qué sería lo que contendría. ¿Se iría a casar una de sus amigas? ¿Anunciaría acaso el nacimiento de un bebé? Fuera lo que fuera, seguramente le provocaría muchos recuerdos.

Al final, con cierto recelo, abrió el sobre y sacó las páginas que contenía. Con la misma intrincada caligrafía que adornaba el sobre se explicaba el motivo de la carta: dos meses después, a principios del mes de julio, se celebraría una fiesta para conmemorar los diez años de su graduación en el instituto. Las páginas adicionales contenían información sobre todas las actividades planeadas: un baile, un picnic, un recorrido por las nuevas instalaciones del colegio... Después, las celebraciones se culminarían con el desfile anual y los fuegos artificiales del Cuatro de Julio.

Su primer pensamiento fue para sus amigas del club de la amistad. ¿Asistirían todas? ¿Regresaría Gina de Nueva York, donde dirigía un elegante restaurante italiano? ¿Dejaría Emma unos días Denver y su fulgurante carrera en un prestigioso bufete? Aunque sólo estaba a poco más de cien kilómetros de allí, ¿podría Karen ausentarse de su rancho y dejar por unos días sus interminables y agotadoras tareas? Además, por supuesto, estaba Lauren, la estudiosa, que las había asombrado a todas convirtiéndose en una de las estrellas más taquilleras de Hollywood. ¿Regresaría a una pequeña ciudad de Wyoming para algo tan corriente como una reunión de antiguos alumnos?

Sólo la posibilidad de verlas a todas era suficiente como para que a Cassie se le hiciera un nudo en la garganta y le entraran ganas de llorar. Las había echado tanto de menos... Todas eran tan diferentes como el día y la noche. Sus vidas habían tomado caminos completamente opuestos, pero, de alguna manera, siempre se las habían arreglado para mantenerse en contacto, para seguir siendo como hermanas a pesar de la poca frecuencia con que hablaban. Todas se habían alegrado de los cuatro matrimonios que había habido, de los nacimientos de sus hijos, sobre los triunfos de sus carreras y habían llorado por los dos divorcios de Lauren y el de Emma.

Cassie daría cualquier cosa por verlas, pero no iba a poder ser. El mal momento en que se producía aquella reunión, el coste del viaje... No iba a poder ser.

–Mamá, ¿estás llorando?

Cassie se sobresaltó y miró a su hijo, que tenía el ceño fruncido.

–Claro que no –dijo, mientras se secaba la delatora humedad que tenía sobre la mejilla–. Se me debe de haber metido algo en el ojo.

–¿Qué son esos papeles? –preguntó el niño, tras mirarla con escepticismo.

–Cosas de Winding River.

–¿De la abuela? –quiso saber el niño, muy contento. La mirada se le había iluminado.

A pesar de su estado de ánimo, Cassie sonrió. Su madre, con la que siempre había tenido roces por una cosa u otra, era la persona a la que más adoraba su hijo, principalmente porque lo mimaba escandalosamente en sus infrecuentes visitas. También tenía el hábito de meter dinero para Jake en las cartas que, por obligación, le escribía a ella cada semana. Para su noveno cumpleaños, que había sido unos pocos meses atrás, le había enviado un cheque. El niño se había sentido muy mayor cuando lo llevó al banco para hacerlo efectivo.

–No, no es de la abuela. Es de mi instituto.

–¿Por qué?

–Tienen una reunión este verano y me han invitado.

–¿Y vamos a ir? –preguntó el niño, encantado–. Eso sería estupendo. Casi nunca vamos a ver a la abuela. La última vez, yo era un bebé.

En realidad, Jake tenía entonces cinco años. Cassie nunca había tenido valor de decirle que las visitas eran tan poco frecuentes porque su adorada abuela lo quería así. En realidad, nunca había desanimado a Cassie para que no fuera a Winding River, pero tampoco la había animado. Siempre había parecido más a gusto cuando era ella la que iba a visitarlos, lejos de las miradas de amigos y vecinos. Por mucho que Edna Collins amara a Jake, el hecho de que el niño fuera ilegítimo chocaba con sus valores morales y le echaba la culpa de todo ello a quien la tenía en realidad: Cassie. Nunca había dejado que aquello afectara a su relación con el niño.

–Lo dudo, cielo. No creo que me den permiso en el trabajo.

–Me apuesto algo a que Earlene te lo daría si se lo pidieras.

–No se lo puedo pedir. Estamos en medio de la temporada turística. El restaurante siempre está lleno en el verano, ya lo sabes. Es entonces cuando consigo las mejores propinas. Necesitamos todo el dinero que podamos conseguir, de todos los fines de semana, para poder pasar los meses de invierno, que son mucho más tranquilos.

Nunca le decía demasiado sobre su precaria situación económica al niño. No quería que un niño de nueve años tuviera que vivir con aquel peso sobre los hombros, pero también deseaba que Jake fuera realista sobre lo que se podían permitir y lo que no. Un viaje a Winding River, por mucho que los dos lo desearan, estaba completamente descartado. Era el dinero que perdía, y no el coste del viaje, lo que le impedía aceptar.

–Yo podría ayudar –dijo Jake–. Earlene me pagará por echar una mano cuando haya mucha gente.

–Lo siento hijo, pero no.

–Mamá...

–He dicho que no, Jake, y hemos terminado de hablar del asunto.

Para rubricar sus palabras, rompió en pedazos la invitación y la tiró a la basura.

Aquella noche, más tarde, se lamentó de aquel gesto tan impulsivo y fue a recoger los trozos, pero ya no estaban. Jake los había sacado de la basura, sin duda, aunque no podía imaginarse por qué. Por supuesto, Winding River no significaba lo mismo para ella que para el niño: equivocaciones, arrepentimientos y, si era completamente sincera consigo misma, unos cuantos recuerdos muy valiosos, aunque también muy dolorosos.

Su hijo no comprendía nada de todo aquello. Sólo sabía que su abuela estaba allí, la única familia que tenía aparte de su madre. Si Cassie hubiera sabido lo mucho que el niño echaba de menos a Edna o de lo que sería capaz para volver a verla, habría quemado la invitación sin ni siquiera abrirla.

Para cuando lo descubrió, Jake se había metido en más líos que los que nunca se habría podido imaginar y su vida estaba a punto de sufrir una de esas calamidades por la que sus amigas y ella eran famosas.

I

A sus diez años, Jake Collins no parecía exactamente un delincuente. De hecho, a Cassie le pareció que su hijo tenía todo el aspecto de un niño asustado cuando se sentó al otro lado del escritorio del sheriff. Los pies le colgaban de la silla a más de diez centímetros del suelo y tenía las gafas casi en la punta de la nariz. Cuando se las subió un poco, su madre pudo ver que tenía sus enormes ojos azules llenos de lágrimas. No obstante, resultaba algo difícil apiadarse de él.

–Lo que has hecho es muy grave –le dijo el sheriff Joshua Cartwright, con gesto muy grave–. Lo sabes, ¿verdad?

–Sí, señor –susurró el niño, asintiendo al mismo tiempo con la cabeza.

–Has robado.

–No les robé nada a esas personas –replicó el niño, levantando la cabeza con indignación.

–Te quedaste con su dinero y no les enviaste los juguetes que les habías prometido –le espetó Joshua–. Hiciste un trato con ellos, pero no mantuviste tu parte. Eso es lo mismo que robar.

Cassie sabía que la única razón por la que el sheriff no era más duro con Jake era por Earlene. Ella dirigía el restaurante en el que Cassie trabajaba y Joshua la había estado cortejando durante los últimos seis meses, desde que Earlene había conseguido reunir el valor para echar a la calle a su borracho marido. El sheriff se pasaba mucho tiempo en el restaurante y, por lo tanto, sabía que Earlene protegía a Cassie y a Jake como si estos fueran hijos suyos. De hecho, en aquellos momentos, Earlene estaba a la puerta del despacho para enterarse de por qué Joshua tenía allí a su niño preferido.

–¿De cuánto dinero se trata? –preguntó Cassie, temiendo la respuesta.

–De dos mil doscientos cincuenta dólares y algunos centavos –dijo el sheriff, leyendo el total del informe que tenía encima de la mesa.

Cassie contuvo el aliento al oír aquella cantidad.

–Tiene que haber un error. ¿Quién enviaría tanto dinero a un niño que ni siquiera conocen? –preguntó.

–No se trata sólo de una persona, sino de docenas. Todos ellos pujaron en las subastas que Jake realizó en Internet. Cuando llegó el momento de enviarles los artículos, no lo hizo.

Cassie estaba asombrada. No sabía nada de Internet. ¿Cómo podía su hijo conocer lo suficiente para timar a la gente?

–La semana pasada, empecé a recibir llamadas de personas que afirmaban que alguien de esta ciudad les había timado –prosiguió el sheriff–. Tengo que confesar que, cuando la primera persona me dio el nombre, estuve a punto de caerme de la silla. Igual que tú, pensé que tenía que haber algún error. Al ver que las llamadas no cesaban de llegar, me imaginé que tenía que haber algo de verdad. Realicé indagaciones en la oficina de correos y Louella me confirmó que Jake había estado cobrando un buen montón de giros postales. No se le ocurrió preguntarse por qué un niño de su edad recibía tanto correo y mucho menos de aquellas características.

Tratando de no prestar atención al profundo dolor que sentía en el pecho, Cassie se enfrentó a su hijo.

–Entonces, ¿es cierto? ¿Has hecho tú todo eso?

–Sí, mamá –susurró el niño, bajando la cabeza.

Cassie miró a Jake. Sabía que su hijo era un niño muy inteligente y que el mal comportamiento de su hijo era conocido por todo el mundo, lo mismo que le había ocurrido a ella años atrás. Sin embargo, aquel suceso dejaba atrás las ocasionales peleas en el colegio o el hurto de un paquete de chicles. Sabía que su comportamiento había empeorado desde que le había dicho que no irían a Winding River durante el verano.

–¿Cómo has conseguido acceso a Internet? –le preguntó Cassie–. Nosotros no tenemos ordenador.

–En el colegio sí que lo hay. Me alabaron mucho por utilizarlo.

–Pues me parece que no lo harían ahora, cuando sepan que has estado timando a la gente en un sitio de subastas –dijo el sheriff secamente. Entonces, miró a Cassie–. Desgraciadamente, no hay nada que impida a un niño poner algo en la subasta. La mayoría de los sitios web esperan a recibir los comentarios de sus clientes para ver si los vendedores son honrados o no. Según tengo entendido, la mayoría de las subastas que realizó se produjeron con un día o dos de por medio, así que, cuando llegaban los comentarios negativos, ya era demasiado tarde porque él tenía el dinero. El gerente del sitio web me llamó esta mañana por la gran cantidad de quejas que había recibido.

–¿Qué clase de juguetes les prometías a esas personas, Jake? –preguntó Cassie, incrédula. La cantidad de dinero que su hijo había estafado era mucho más de lo que ella ganaba de propinas en varios meses.

–Cromos de béisbol, tazos de Pokémon, juguetes poco frecuentes... Parece que había estado estudiando antes el sitio web y conocía perfectamente los objetos que estaban a la venta y los que más dinero podrían reportarle.

–¿Y dónde está ese dinero? –quiso saber Cassie.

–Lo he estado ahorrando –explicó Jake, con una mirada intensa en el rostro–. Para algo verdaderamente importante.

–¿Ahorrándolo?¿Dónde lo tienes?

–En mi caja de metal.

–¡Oh, Jake! –exclamó la madre, sabiendo que todos los amigos de su hijo tenían acceso a aquella caja.

–Está a salvo –afirmó el niño–. La escondí donde nadie pudiera encontrarla.

–¿Por qué has tenido que hacer algo como esto? –dijo Cassie, sin comprender–. Seguro que sabías que estaba mal. No lo entiendo. ¿Por qué necesitabas tanto dinero? ¿Es que querías comprarte un ordenador con él?

–No. Lo hice por ti, mamá.

–¿Por mí? –repitió Cassie, escandalizada–. ¿Por qué?

–Para que pudiéramos ir a Winding River para tu reunión y tal vez quedarnos allí durante mucho tiempo. Sé que te gustaría mucho, aunque digas que no. Además, echo de menos a la abuela...

–Oh, hijo, ya lo sé –suspiró Cassie–. Y yo también, pero esto... esto no está bien. El sheriff tiene razón. Es robar.

–No es que le haya quitado mucho dinero a alguien –insistió el niño, testarudamente–. Sólo me pagaron dinero por unos cromos y unos juguetes. Además, probablemente los habrían perdido de todos modos.

–No se trata de eso –dijo Cassie, muy impaciente–. Te dieron dinero para que se los entregaras. Tienes que devolverles el dinero, a menos que tengas los juguetes que les prometiste –añadió, sabiendo que aquello era muy poco probable–. Sheriff, ¿hay un listado de las personas implicadas?

–Por supuesto. Y, por lo que yo sé, está completo.

–Si Jake envía el dinero y escribe una nota de disculpa a cada uno de ellos, ¿se podría solucionar todo?

–Me imagino que la mayoría de la gente estará dispuesta a retirar los cargos cuando reciban el dinero y se enteren de lo que ha pasado. Creo que la mayoría de ellos se sentirán bastante estúpidos cuando se den cuenta de que han estado tratando con un niño.

–Eso espero.

Cassie no quería imaginarse dónde podría acabar su hijo si seguía así. Aquélla no era la primera vez que se creía estar fallando en la educación de su hijo, igual que le ocurría a la mayoría de las madres solteras. Cassie había aceptado que no sería fácil criar a su hijo cuando tomó la decisión de tenerlo ella sola, sin ningún familiar que la ayudara.

Tal vez no tuvieran mucho dinero, pero Jake era un niño muy querido. Ella tenía un trabajo fijo que cubría sus necesidades básicas. En realidad, había muchas influencias positivas en su vida. Sin embargo, había heredado la brillantez de su padre y la capacidad de su madre para meterse en líos. Evidentemente, era una combinación peligrosa.

–Si me das esa lista de nombres, Jake escribirá las notas esta misma noche. Mañana por la mañana, te las traeremos con el dinero.

–Pero, mamá... –dijo el niño, en tono de protesta. Al ver la mirada que le dedicaba su madre, las palabras se le helaron en los labios.

–Jake, ¿podrías esperar fuera con Earlene durante un momento? Me gustaría hablar con tu madre.

El niño se bajó de la silla y, con una última mirada, salió de la sala. Cuando se hubo marchado, Joshua volvió a mirar a Cassie.

–Ese niño tuyo es muy travieso –dijo.

–Ya lo sé.

–¿Has pensando alguna vez en volver con su padre? A mí me parece que le vendría muy bien tener la influencia de un hombre.

–Ni hablar –replicó Cassie, fieramente.

Tal vez Cole Davis fuera el hombre más inteligente y sexy que había conocido en toda su vida. Tal vez fuera el hijo del ranchero más importante de Winding River. Sin embargo, no se casaría con él aunque fuera la última oportunidad que tuviera para escapar de los fuegos del infierno. La había convencido para que se metiera en la cama con él cuando Cassie tenía dieciocho años y él veinte, pero una vez que había conseguido lo que deseaba, había desaparecido. Había regresado a la universidad sin ni siquiera despedirse de Cassie.

Cuando ella descubrió que estaba embarazada, el orgullo le impidió localizar a Cole y suplicarle que la ayudara. Decidió marcharse de Winding River. Su reputación estaba hecha pedazos, pero había decidido construir una vida decente para su hijo y para ella en algún lugar en el que las personas no estuvieran esperando siempre lo peor de ella.

En realidad, les había dado causas más que suficientes para que así fuera. Había sido rebelde desde el momento en que descubrió que romper las reglas era mucho más divertido que obedecerlas. Le había dado disgustos a su madre desde que tenía dos años y había descubierto que su palabra favorita era «no» hasta la adolescencia, cuando no había sabido decir «no» cuando era necesario.

Si había problemas en la ciudad, Cassie era la primera persona a la que todos miraban. Su embarazo no había sorprendido a nadie. En vez de disponerse a soportar las miradas de todos, había decidido huir.

En los años que habían transcurrido desde entonces, había ido pocas veces a ver a su madre y nunca había preguntado por Cole o su familia. Si su madre sospechaba quién era el padre de Jake, ella nunca lo había admitido. Cassie sentía que su hijo era sólo de ella y se enorgullecía de haberlo criado sola. Por eso, le había dolido especialmente la implicación de Joshua de que no podía hacerlo por sí misma.

–¿Me estás diciendo que Jake no habría hecho esto si su padre hubiera estado con él? –le gritó–. ¿Y qué habría hecho él que no haya hecho yo? Le he enseñado a Jake que robar está mal y créeme cuando te digo que le castigaré por esto.

–No te estaba criticando. Los niños se meten en líos incluso cuando cuentan con los mejores padres, pero los niños necesitan una figura masculina como referente.

–Te tiene a ti, Joshua –replicó Cassie–. Desde que vienes a cenar al restaurante ha estado pasando mucho tiempo contigo. Te admira. Si hay alguien que represente la autoridad, la ley y el orden para él, ése eres tú, ése eres tú. ¿Le ha servido eso de algo?

–Tienes razón. ¿Vas a hacer ese viaje del que Jake estaba hablando? Evidentemente, es algo que el niño desea mucho.

–No veo cómo vamos a poder hacerlo.

–Por lo que dijo él, me pareció que era cuestión de dinero, por lo que es algo que se puede solucionar. Earlene y yo...

–No pienso aceptar dinero de vosotros –replicó ella, con fiereza–. Earlene ya ha hecho bastante por mí.

–Creo que deberías reconsiderarlo. Mira, Earlene me mataría si supiera que te estoy sugiriendo esto, pero creo que deberías pensarte lo de quedarte en Winding River cuando regreses allí.

–¿Nos estás echando de la ciudad?

–No, no, nada tan dramático –respondió Joshua, sonriendo–. Sólo estaba pensando que sería una buena idea que Jake tuviera más familia a su alrededor, más personas que se ocuparan de él y que pudieran darle más estabilidad a su vida. Sería una gran ayuda para ti y tal vez serviría para evitar que se metiera en más líos. Esta última travesura no puede olvidarse tan fácilmente como algunas de las otras. A veces hasta los niños necesitan volver a empezar. He oído cómo le decías a Earlene los disgustos que les da a sus profesores en el colegio. Tal vez un ambiente completamente nuevo, en el que nadie espere lo peor de él, lo ayudaría a tranquilizarse. Es mejor tratar de hacerlo ahora que cuando sea un adolescente y los problemas puedan hacerse más serios.

–Lo sé –dijo Cassie, derrotada. Ella sabía muy bien el valor del volver a empezar. Sin embargo, no todo era tan fácil como Joshua quería pintárselo–. Lo pensaré. Te lo prometo.

Volver a Winding River para una reunión escolar era una cosa. Regresar a la ciudad en la que Cole Davis y su padre regían era otra muy diferente. Desgraciadamente, parecía que las circunstancias, y el bienintencionado sheriff, no le iban a dar mucha elección.

–¡Maldita sea, muchacho! Cada día me estoy haciendo más viejo –gruñó Frank Davis, sobre un plato de huevos y jamón–. ¿Quién va a dirigir este rancho cuando yo muera?

Cole dejó el tenedor encima de la mesa y suspiró. Su padre y él llevaban al menos ocho años teniendo la misma discusión.

–Yo creía que para eso estaba yo aquí –dijo Cole–. Para que pudieras descansar eternamente sabiendo que el rancho seguía en manos de los Davis.

–Tu corazón no pertenece a este lugar –se lamentó el padre–. Todo esto se podría desmoronar ante nuestros ojos sin que tú le prestaras ninguna atención. Te pasas la noche encerrado en ese despacho tuyo, con ese ordenador tan moderno. No me puedo imaginar qué puede haber de fascinante en una pantalla en la que aparecen un montón de tonterías.

–El año pasado, esas tonterías consiguieron tres veces más dinero que este rancho –señaló Cole, aunque sabía que no impresionaría a su padre.

Si algo no era ganado o tierras, Frank Davis no confiaba en ello. Cole se había cansado de esperar que su padre se sintiera orgulloso de sus logros en el mundo de la tecnología. Conseguía más alabanzas cuando negociaba el precio del ganado en el mercado.

–Lo único que tengo que decir es que, si hubiera sabido lo que sé ahora, no me habría apresurado tanto a hacer que rompieras con esa chica, Collins. Tal vez ahora ya habrías sentado la cabeza. Tal vez tendrías un poco de respeto por el rancho que comenzó tu bisabuelo.

Cole no quería seguir hablando sobre aquello. Recordaba demasiado claramente lo que había ocurrido en el momento en que su padre supo que Cassie y él estaban saliendo. Había recogido las cosas de Cole y lo había mandado a la universidad semanas antes de que comenzara el curso.

De lo que siempre se arrepentiría era de que no había habido nada que él pudiera hacer al respecto. En aquellos momentos, había deseado demasiado ir a la universidad. Un diploma era lo que podría alejarlo del mundo del rancho. Le había enviado una nota a Cassie explicándoselo todo y suplicándole que lo comprendiera. La respuesta de ella había sido muy concisa. Le dijo que no importaba, que podría hacer lo que más le conviniera. Ella tenía la intención de seguir con su vida.

La ironía del destino había hecho que, justo cuando terminaba de obtener su diploma, su padre había sufrido un ataque al corazón y le había suplicado que regresara a casa. Y allí estaba, pasándose los días en el rancho que odiaba y las noches en los programas informáticos que tanto amaba. Sin embargo, no era tan horrible como podría haber sido. La realidad era que podía diseñar sus programas en cualquier lugar, aunque fuera una pequeña ciudad que le evocaba recuerdos a cada instante.

Para cuando regresó a Winding River, Cassie Collins se había marchado y nadie le decía adónde. Hasta entonces, la madre de la joven había sido muy amable con él, casi sustituyendo a la que él había perdido a una temprana edad. Sin embargo, cuando había ido a verla tras regresar a la ciudad, Edna Collins le había dado con la puerta en las narices. Cole no había comprendido por qué, pero había decidido no preguntar.

A lo largo de los años, había oído el nombre de Cassie asociado con hechos salvajes y arriesgados que habían sido exagerados por el tiempo. Había hablado con las mejores amigas de ella cada vez que éstas pasaban por la ciudad, pero había llegado a la conclusión de que si él hubiera significado algo en su vida, Cassie habría respondido a la carta de un modo diferente. Tal vez sólo había considerado lo suyo como un amor de verano. Tal vez sólo había sido él quien lo había considerado algo más. Fuera como fuera, lo mejor era dejar las cosas como estaban. Seguramente ella estaría felizmente casada.

Tenía que reconocer que su romance con Cassie había estado condenado desde el principio. Los dos eran como la noche y el día. Hasta que se conocieron, Cole había sido un chico muy estudioso y tímido. Sólo una innata habilidad para los deportes y el apellido David lo habían hecho popular.

Cassie, con su calidez, exuberancia y mentalidad arriesgada, había despertado algo salvaje en él. Cole hubiera hecho cualquier cosa con tal de ganarse una de sus hermosas sonrisas. El verano que pasaron juntos había sido lo mejor de su vida. Sólo recordar los momentos que pasaron juntos era suficiente para despertar en él más deseo que cualquier mujer de carne y hueso.

Decidió que debía dejar todo aquello atrás. Aquellos días habían terminado hacía mucho tiempo. Era mucho mejor no remover el pasado.

–¿Y bien? –le preguntó su padre–. ¿Es que no tienes nada que decir al respecto?

–Déjalo estar, papá. El modo más rápido de librarte de mí es empezar a hablar del pasado.

–He oído que ella va a regresar a la ciudad para esa reunión que el instituto ha organizado. ¿Te parece que esto es hablar del presente?

A Cole no le gustó el modo en que su pulso reaccionó al oír aquellas noticias. Lo había animado casi tanto como que le hubieran dicho que su compañía había tenido más ingresos que Microsoft.

–Eso no tiene nada que ver conmigo –insistió.

–No está casada –replicó su padre. Aquella vez, Cole tuvo que admitir que el corazón había empezado a latirle a toda velocidad–. Y tiene un hijo que está criando ella sola.

–¿Sabes una cosa? Creo que te has equivocado de profesión. Deberías haber fundado un periódico. Pareces conocer todos los chismes de la ciudad.

–¿Me estás diciendo que no te interesa?

–Exactamente –mintió Cole, sin titubear.

–En ese caso, de acuerdo. ¿Qué te parece si echamos una partida de póquer esta noche? Podría llamar a algunos hombres. Hacer que vinieran dentro de una hora.

–¿Y por qué se te ha ocurrido eso? –le preguntó Cole, mirándolo con sospecha ante el rápido cambio de conversación de su padre.

Frank Davis sonrió.

–Porque un hombre que puede mentir con la soltura con la que tú lo haces debería utilizar ese talento apostando dinero en los juegos de cartas.

II

Mientras Jake y ella conducían en dirección a Winding River dos meses después, Cassie no podía olvidar las palabras de Joshua Cartwright. Volver a su casa, aunque fuera temporalmente, no era tan sencillo como él lo había hecho parecer. Precisamente, se había negado a llevarse todas sus cosas. Ya tendría tiempo de hacerlo si decidía quedarse.

A medida que se iban acercando, el pulso se le aceleraba más y más. Sin embargo, a Jake le ocurría todo lo contrario. Estaba, literalmente, saltando del entusiasmo y hablando sin parar. Cassie deseaba decirle que se callara, pero no lo hizo. Se dijo que eran sólo nervios. Además, Jake no estaba haciendo nada malo. De hecho, era bueno que se encontrara tan alegre. Después de todo, habían pasado cuatro años desde su última visita. Todo aquello debía de parecerle a él tan nuevo y excitante como era horripilante para ella.

–¿Cuánto falta? –preguntó, por centésima vez.

–Unos quince kilómetros menos que la última vez que preguntaste –respondió Cassie, con una sonrisa–. Estaremos allí para la hora de comer.

–¿Conoces tú a la gente que posee todos estos ranchos tan grandes?

–A la mayoría.

Cassie temía el momento en que pasaran por delante de la verja de hierro del rancho de la Doble D. Frank Davis le había puesto ese nombre el día en que nació su hijo, anticipando el momento en que los dos lo dirigirían juntos. Nunca se había imaginado que su hijo le llevara a casa a la hija de una costurera. Siempre había querido que Cole se casara con una hija de sus vecinos, para así poder expandir con sus tierras el Doble D. Desgraciadamente para él, Cole nunca se había fijado en las hijas de sus vecinos. Cassie se preguntó si aquello habría cambiado desde entonces y si Frank se habría salido con la suya.

A medida que fueron avanzando, el paisaje se fue haciendo cada vez más familiar. Por fin, llegaron a la torre del agua que Cassie pintó una vez de un escandaloso rosa y que, en aquellos momentos, era completamente blanca. Unas letras azules escritas sobre sus paredes daban al viajero la bienvenida a Winding River.

–Mamá, mira –dijo Jake, asombrado.

–¿Qué?

–Allí –dijo el niño, señalando algo que Cassie nunca había visto antes.

Se trataba de una pista de aterrizaje, no demasiado grande, pero contaba con una media docena de avionetas aparcadas en el exterior de un hangar. Evidentemente, en los últimos años se habían instalado en Winding River personas con dinero. Hacía unos años, algunos de los rancheros, entre los que se contaba el padre de Cole, tenían pequeñas avionetas para inspeccionar sus tierras, pero nada parecido a aquéllas.

–Vaya... –susurró Jake, con los ojos tan grandes como platos.

La madre de Cassie no había mencionado nada que sugiriera que se estaban produciendo cambios en la ciudad, aunque ella no solía prestar atención a ese tipo de cosas. Todo su mundo se centraba en su trabajo remendando la ropa de los demás y en la ayuda que prestaba en la iglesia.

–¿Podemos atravesar la ciudad antes de ir a casa de la abuela? Se me ha olvidado cómo es. Además, tengo mucha hambre y la abuela no tendrá nada más que mantequilla de cacahuete y mermelada.

–Comerás lo que te dé. Iremos a la ciudad después de comer. Te podrás tomar un helado de postre.

La promesa fue suficiente para pacificar a Jake. Además, a ella le daba tiempo... tiempo para hacer preguntas y para prepararse ante la posibilidad de encontrarse con el padre de su hijo. Tiempo para irse acostumbrando a la posibilidad de que aquello pudiera volver a convertirse en su casa.

Cole estaba reparando las vallas cerca de la carretera cuando vio que pasaba un coche azul. Normalmente no prestaba atención a los coches que circulaban cuando estaba realizando una tarea, pero, desde que su padre le había dicho que Cassie iba a regresar, sus intereses habían cambiado.

Reconoció inmediatamente la espesa melena castaña, recogida en una coleta que, a su vez, salía por la abertura de una gorra de béisbol. Cassie había llevado el cabello así en muchas ocasiones, haciéndole sentir la necesidad de soltárselo y observar cómo le caía sobre los hombros. Ese recuerdo le provocó una ligera tensión en el vientre.

Se obligó a centrarse de nuevo en la valla. Sin embargo, su concentración era tan escasa que terminó golpeándose el pulgar con el martillo. El gritó de dolor llegó hasta su padre, que estaba al otro lado del campo. Él lo miró con la expresión pagada de sí misma que últimamente se había hecho tan familiar.

–¿Es que has visto algo interesante?

–No –respondió Cole, aunque no podía olvidarse de la imagen de Cassie.

Si verla de pasada podría provocarle aquella reacción, ¿qué sería si se encontraba cara a cara con ella? Decidió que lo que tenía que hacer era no dejarse ver durante unos días. Muy pronto ella volvería a marcharse, llevándose a su hijo con ella. Entonces, su vida volvería a la normalidad.

–¿Vas a ir a la ciudad esta tarde? –le preguntó su padre, con expresión neutral.

–No había planeado hacerlo.

–Nos vendría bien hacer un pedido de pienso.

–Entonces, no tienes más que agarrar el teléfono y hacerlo –replicó Cole, negándose a morder el anzuelo.

–Es que habría creído que tendrías también otras cosas que hacer.

–Así es –afirmó, mientras tiraba las herramientas en la parte trasera de la furgoneta–. Si me necesitas, estaré en la casa.

–Trabajando en ese maldito ordenador, supongo.

–Exactamente –concluyó, antes de montarse en su vehículo y marcharse.

Desde el momento en el que aparcó el coche delante de la casa de su madre, Cassie sintió que había regresado en el tiempo. Nada había cambiado. La casa, las macetas de geranios, el columpio... Todo seguía igual. En el interior, todo seguía también como lo recordaba.

Tras dejar a Jake pegado al televisor, madre e hija fueron a la habitación de Cassie con el equipaje. Ella descubrió que en su habitación todavía colgaban los pósters de sus cantantes favoritos.

–No he cambiado nada –dijo su madre, señalando las paredes y las dos camas–. Pensé que te gustaría saber que tu casa siempre iba a ser tal y como tú la recordabas.

Cassie no tuvo valor para decirle a su madre que algunas veces era mejor olvidar. A pesar de todo, su progenitora siempre se había esforzado para darle una buena vida, incluso tras perder a su marido en un accidente cuando Cassie sólo era un bebé. Aunque desaprobaba su comportamiento de adolescente, nunca le había dado la espalda.

–Gracias, mamá –susurró Cassie, dando a su madre un abrazo.

La mujer pareció algo asombrada, pero rápidamente volvió a colocarse la máscara de la neutralidad.

–¿Crees que Jake y tú estaréis bien aquí? ¿No os importa compartir la habitación?

–Claro que no. Esto está perfectamente. Estamos encantados de estar aquí.

–¿De verdad? Hace mucho tiempo...

–Demasiado –dijo Cassie, notando por primera vez lo mucho que su madre había envejecido–. Jake y yo te hemos echado de menos.

De nuevo, el gesto alegre de la madre al oír aquellas palabras apareció y desapareció en un suspiro.

–¿Van a venir tus amigas a la reunión? –preguntó Edna, tratando de hablar de algo que no tuviera que ver con los sentimientos.

–No he hablado con ninguna de ellas recientemente. Espero que sí. Sería maravilloso volver a verlas.

–No me imagino a Lauren. ¿Crees que tanta fama se le habrá subido a la cabeza? Te puedo asegurar que no ha gastado nada del dinero que ha ganado en sus padres. La casa en la que viven se está desmoronando a su alrededor.

–No culpes a Lauren. Sus padres no quieren nada de ella. Dijeron que una carrera en el mundo de la interpretación era algo demasiado inestable y que tenía que ahorrar hasta el último centavo en caso de que no le durara. Lauren contrató un carpintero y se lo envió a sus padres, pero ellos lo rechazaron.

–Su padre siempre ha sido un testarudo y un orgulloso. Sin embargo, toda la atención que recibe de la televisión y de la prensa debe de haberla cambiado en algo.

–A Lauren nunca le ha importado la fama o el dinero. Estoy segura de que está tan sorprendida como el resto de nosotros por el giro que ha dado su vida.

–Yo creo que Hollywood siempre consigue cambiar a las personas. Eso es lo único que voy a decir por el momento –replicó su madre, con desaprobación.

–A Lauren no –le aseguró Cassie.

–Bueno, supongo que tú la conoces mejor –dijo Edna, aunque sus dudas seguían siendo evidentes–. ¿Tienes hambre? He preparado unos bocadillos y hay galletas. Mildred me las trajo esta mañana. Creo que sus galletas son tus favoritas.

–Las galletas de Mildred siempre han sido las mejores –comentó Cassie, recordando con cariño a su vecina–. Iré a verla después para darle las gracias.

–Te lo agradecerá. Hoy en día no sale mucho. La artritis se lo pone muy difícil. Mientras vas a verla, Jake se puede quedar conmigo.

–¿No crees que a Mildred le gustará conocer a tu nieto? –preguntó Cassie, entornando la mirada.

–No hay nada que un niño pueda hacer en su casa. Se aburriría.

–Mira, mamá, no puedo esconder a Jake durante todo el tiempo que estemos aquí.

Durante un instante, Edna pareció avergonzada.

–No, claro que no. Nunca quise implicar que debieras hacerlo.

–Estoy segura de que la gente se ha olvidado ya de lo que ocurrió.

–Sí, estoy segura de que tienes razón. Es sólo que...

–¿Qué?

–Se parece tanto a su padre...

Aquello era lo último que Cassie hubiera esperado escuchar de labios de su madre, pero era cierto. Jake se parecía mucho a Cole, con el cabello rubio, los ojos azules, las pecas sobre la nariz y la forma de la boca. Incluso las gafas recordaban a las que Cole había llevado hasta el instituto, cuando había decidido cambiarlas por lentes de contacto.

Hasta que empezó a ir a la universidad, Cole había sido muy delgaducho. Entonces, había empezado a ensancharse. Después de un verano trabajando en el rancho, su cuerpo se había cubierto de músculos firmes como el acero. Entonces, había sido cuando ellos habían comenzado a salir.

El hecho de que su madre pudiera ver todo aquello la dejó atónita.

–Lo sabes...

–¿Acaso habías creído que no sería así?

–Nunca me dijiste nada, mamá...

–No había nada que decir. Lo que estaba hecho no se podía cambiar. No había motivo para hablar al respecto.

Cassie se sentó en la cama, sin poder creer que su madre hubiera sabido la verdad durante todo aquel tiempo.

–¿Está Cole...?

–Está aquí. Regresó al terminar sus estudios, cuando Frank tuvo un ataque al corazón. Si quieres saber mi opinión, te diré que ese hombre se puso enfermo sólo para manipular al muchacho, pero no parece que se lleven mal.

–¿Está casado? –preguntó, a pesar de que no estaba segura de querer saber la respuesta.

–No.

El alivio se mezcló con la sorpresa. Cole debía de ser el soltero más deseado del condado. ¿Cómo se las había arreglado para eludir a todas las solteras de Winding River y a sus ambiciosos padres cuando, sin duda alguna, Frank Davis estaría deseando que le diera un heredero?

Cassie se dijo que nada de aquello importaba, aunque complicaba su situación que Cole siguiera viviendo allí. ¿Cómo podría ocultarle que era su hijo? ¿Cómo reaccionaría si se enteraba? ¿Fingiría ignorancia o reclamaría a su hijo? Cassie no estaba segura de qué la aterrorizaba más. Explicar a Jake que su padre estaba allí, cuando nunca había querido darle pistas sobre su paradero, no sería nada fácil.

–Mamá, ¿podemos comer algo? Estoy muerto de hambre.

La voz de Jake interrumpió sus pensamientos. Al mirar a su hijo, sintió el inesperado sabor del miedo en la boca.

–Yo iré a darle algo de comer –ofreció su madre–. Tú ponte a deshacer las maletas y a acomodarte aquí –añadió, mientras hacía que el niño saliera de la habitación. Entonces, se volvió a mirar de nuevo a su hija–. Piensa en lo que te he dicho. Los Davis son personas muy poderosas y Cole se parece mucho a su madre... aunque a ti no te lo pareciera entonces. Siempre toman lo que es suyo.

Cassie comprendió la advertencia y todas sus implicaciones. Si Emma, que era abogada, acudía a la reunión, Cassie hablaría enseguida con ella. Seguramente Emma podría darle consejo sobre cómo proteger sus derechos en lo que se refería a Jake.

Si lo que su amiga le decía no la tranquilizaba, Cassie tomaría a su hijo y se marcharía enseguida. Tal vez no podría volver a trabajar para Earlene, pero podrían marcharse a un lugar completamente nuevo. No sería fácil volver a empezar en una ciudad completamente nueva, pero si era lo necesario para mantener alejado a Cole de su hijo, Cassie lo haría sin mirar atrás.

Justo en aquel momento, el teléfono empezó a sonar. Un segundo después, su madre volvió a asomar la cabeza por la puerta.

–Es Karen. Se ha enterado de que has vuelto. Alguien en la ciudad debe de haberte visto pasar.

Cassie sonrió y se dirigió al recibidor, donde estaba el teléfono. La primera de «las Calamidades» hacía acto de presencia.

–¡Hola! ¿Cómo estás? –le preguntó a Karen–. ¿Y cómo está ese marido tan guapo que tienes?

–Trabajando demasiado. Los dos.

–¿Vas a venir a la reunión?

–No me la perdería por nada del mundo.

–¿Y las otras? ¿Has tenido noticias de ellas?

–Van a venir todas. De hecho, por eso te llamo. Vamos a comer todas mañana en el restaurante de Stella. Le he dicho que nos reserve nuestra mesa favorita, en la parte de atrás. ¿Puedes venir?

–No puedo esperar. No te puedes imaginar lo mucho que os he echado de menos.

–Lo mismo me pasa a mí. Contamos contigo para que pienses en algo escandaloso que podamos hacer para que esta reunión sea tan memorable como todos nuestros años en el instituto.

–Conmigo no. Ya he dejado esa etapa atrás.

–Claro, porque tienes un hijo. ¿Cómo está Jake?

–Es lo mejor que tengo.

–¿Y Cole? ¿Sabes que está aquí?

–Lo sé.

–¿Qué harás si te encuentras con él?

–Ojalá lo supiera.

–Tal vez haya llegado la hora de decirle la verdad. Siempre me pareció que estabas cometiendo un tremendo error al no haberle dicho nada desde el principio. Te quería mucho.

–Me utilizó.

–No, Cassie. Cualquiera que os viera a los dos juntos sabría que eso no es cierto. Lo que no entiendo es cómo tú no te diste cuenta.

–Se marchó sin una palabra...

–Un error, pero lo provocaste tú.

–¿Cómo?

–Dejándole que lo hiciera sin preguntarle qué era lo que había ocurrido, huyendo. Para ser una chica que tenía más agallas que cualquier persona que yo conocía, te acobardaste cuando menos había que hacerlo.

–No me quedó elección...

–Mira, querida, todo el mundo tiene elección... –susurró Karen. De repente, parecía muy cansada.

Aquello asustó a Cassie. Si ella había sido la cabecilla del grupo, Karen siempre había sido la más enérgica, como buena líder de las animadoras que era.

–Karen, ¿te encuentras bien? ¿Va todo bien en el rancho?

–Demasiado trabajo y demasiado poco tiempo.

–Pero Caleb y tú sois felices, ¿verdad?

–Mucho, al menos cuando podemos permanecer despiertos lo suficiente como para recordar por qué nos casamos –suspiró Karen–. Mira, no me hagas ni caso. Amo mi vida. No la cambiaría por nada del mundo. Te lo contaré todo cuando nos veamos mañana.

–Te quiero mucho, compañera.

–Yo también. No puedo esperar a verte. Tráete a tu hijo. Quiero ver si es tan guapo como su padre.

–Mañana no. El pobre se aburriría mucho oyéndonos hablar sobre los viejos tiempos. Además, lo que escuchara podría darle ideas.

–¿Qué quieres decir con eso?

–Ya es demasiado travieso sin que nosotros le demos ideas. Ya te lo contaré todo yo también cuando te vea.

Cuando colgó el teléfono, Cassie sintió de repente como si todos sus miedos y preocupaciones hubieran desaparecido. Las Calamidades volverían a reunirse al día siguiente. ¿Qué importaba que Cole supiera lo de Jake y planeara alguna maniobra? Tenía el apoyo de sus amigas. Juntas, Las Calamidades eran indomables.

III

La puerta del despacho de Cole se abrió de repente y su padre entró como si tuviera algo muy importante entre manos. Normalmente, Cole habría protestado ante aquella intrusión, pero estaba demasiado cansado. Llevaba toda la noche levantado, dándole los últimos toques a un programa que revolucionaría el modo en que los negocios se interconectaban a través de Internet. Su instinto le decía que aquél iba a ser el programa más lucrativo de los que había creado nunca.

–¿Qué pasa? –le preguntó a su padre, al ver que éste miraba la pantalla con el ceño fruncido.

–¿Y tú crees que eso tiene algún sentido? –replicó Frank, frunciendo aún más el ceño.

–Para ti no, pero para otro ordenador es magia.

–Supongo que tendré que creerte.

–Bueno, papá, estoy seguro de que no has irrumpido en mi despacho para hablar de ordenadores –dijo Cole, secamente–. ¿Qué es lo que pasa? A estas horas sueles estar en el restaurante de Stella, intercambiando fanfarronadas con tus amigotes.

–Ya he estado allí. Acabo de regresar.

–Ya veo. Entonces, ¿has venido para ilustrarme con los últimos chismes de Winding River?

–No te burles de mí, hijo. Sin embargo, creo que me he enterado de algo que podría interesarte.

–A menos que sea el modo de concentrar ocho horas de sueño en las dos que me quedan antes de reunirme con Don Rollins para hablar con él sobre ese toro que quieres, lo dudo.

–Cassie y sus amigas estarán en el restaurante hoy a mediodía –anunció Frank–. Stella estaba encantada al pensar lo que la presencia de esa estrella de cine tan famosa va a suponer para su establecimiento. ¿Y quién es esa estrella? La pequeña Lauren Winters. Todos la conocemos desde que iba con pañales. Yo no entiendo a qué viene tanto revuelo... Bueno, eso no importa. Lo mejor es que Cassie estará allí también.

–¿Y qué? –replicó Cole, a pesar de que el pulso se le aceleró un poco.

–Sólo creí que te gustaría saberlo.

–Ahora ya lo sé –dijo, mirando fijamente a su padre–. ¿Estás esperando algún tipo de reacción?

–De hecho, sí. Si mi hijo tuviera la sangre caliente, se daría una ducha, se afeitaría, se echaría un poco de esa colonia que les gusta tanto a las mujeres y se iría a dar un paseo por la ciudad. Es tu oportunidad, hijo. No la desperdicies.

–Me encuentro algo confuso, papá. ¿Desde cuándo admiras tanto a Cassie?

–Lo que importa es que a ti te gustó una vez –replicó su padre, encogiéndose de hombros.

–De eso hace mucho tiempo. Tú te encargaste de que no saliera nada de ello.

–Bueno, tal vez ahora me arrepiento de que fuera así.

–¿De verdad? Bueno, pues olvídalo de todos modos. Además, tengo una reunión esta tarde.

–Yo puedo ir a comprar ese maldito toro –replicó Frank–. A mí me parece que tienes mejor pieza que cazar

Cole se alisó el cabello y, tras mirar por última vez la pantalla del ordenador, apagó la máquina y se puso de pie.

–He de admitir que lo de la ducha suena bien. En cuanto al resto, si fuera tú, yo tendría mucho cuidado a la hora de decirme lo capaz que eres de arreglártelas sin mí. Podría darme la idea de que me puedo marchar de este rancho y de Winding River sin que me echaras de menos.

Su padre empezó a protestar, pero Cole decidió no prestar atención a sus palabras y subió al cuarto de baño para darse una larga ducha de agua caliente que lo ayudara a deshacerse del dolor de espalda. Sin embargo, por el estado que le provocó saber de la presencia de Cassie Collins, la ducha debería haber sido de agua fría.

Una hora más tarde, sintiéndose algo más vivo, se marchó de la casa y se dirigió a la ciudad. Se aseguró que no lo hacía para satisfacer a su padre. Ni siquiera para ver de lejos a Cassie, sino sólo para comer algo decente sin tener que cocinar y comprar unas cosas que necesitaban en el rancho. Si se encontraba con Cassie, todo sería pura coincidencia, claro, algo que podría ocurrir fácilmente en una ciudad tan pequeña. No significaría nada.

Sin embargo, el olor de la loción le recordó sus verdaderas intenciones. Se frotó la cara con un pañuelo para intentar borrar el aroma, pero éste permaneció con él, como burlándose de sus verdaderas intenciones.

Tras mirar por el retrovisor para asegurarse de que no había nadie detrás de él, pisó el freno. Podría dar la vuelta, regresar al rancho y echar la cabezada que había estado deseando antes de que su padre se presentara. Si hubiera querido salvar su orgullo, aquello sería precisamente lo que habría hecho.

–Hazlo. Sé sensato por una vez en tu vida.

Sin embargo, el pensar que podía ver a Cassie era una tentación demasiado fuerte. Con un suspiro, levantó el pie del freno y lo colocó sobre el acelerador. Entonces, se dirigió hacia delante, encaminándose directamente a la ciudad.

–Os juro que nunca creí que volvería a veros a todas juntas –dijo Stella Partlow, mientras las contemplaba a todas–. Estas reuniones escolares siempre me ponen algo nostálgica, pero os aseguro que ninguna de las cinco habéis cambiado en lo más mínimo.

–¿Ni siquiera Lauren? –le preguntó Cassie a la mujer que le había dado su primer empleo a pesar de su fama de meterse en líos.

–No. Siempre fue una belleza, aunque por aquel entonces no sacaba partido de lo que Dios le había dado. Yo siempre he dicho que un buen corte de pelo y unos cuantos productos de belleza pueden convertir a la mujer menos agraciada en una hembra a la que ningún hombre se pueda resistir.

–¿Sigues vendiendo productos de Avon? –bromeó Emma.

–Pues claro –replicó Stella–, pero en este momento me interesa más vender hamburguesas. ¿Qué os parece si os traigo cinco con todo, igual que os gustaban entonces?

–Con patatas fritas –le recordó Karen, con los ojos brillando de anticipación.

–Y para beber, batidos de chocolate –añadió Cassie, recordando que nadie hacía los batidos como Stella. Ni siquiera Earlene.

–Para mí no –anunció Lauren.

–Supongo que tú te tomarás un refresco de cola, como siempre –dijo Stella, guiñándole un ojo–. Os lo traigo enseguida. Y no metáis mucho ruido. Tengo unos turistas en una de las mesas y les gusta la tranquilidad mientras comen.

–Te apuesto algo a que, si les dices que están comiendo con una estrella de cine, no les importará en absoluto que metamos mucha bulla –comentó Gina.

–Basta ya, chicas –protestó Lauren, frunciendo el ceño–. Lo de actuar es un trabajo como otro. Yo no he cambiado. Vosotras más que nadie deberíais saber que es así.

Cassie creyó detectar cierto nerviosismo en la voz de su amiga, pero Lauren se echó a reír con los comentarios de sus amigas.

Cuando le hicieron innumerables preguntas sobre los actores con los que había trabajado, sus respuestas se parecieron mucho a cuando hablaban sobre los chicos durante sus años en el instituto.

Cuando llegaron las bebidas, Cassie levantó su vaso.

–Un brindis. Por las Calamidades. Ojalá que todos nuestros problemas se hayan quedado atrás.

Justo cuando las otras levantaron sus vasos, Cassie miró hacia la calle. Entonces, vio que Cole Davis estaba en la acera, mirándola fijamente, con las manos metidas en los bolsillos de los vaqueros y una expresión inescrutable en los ojos.

–Oh, oh –murmuró Karen–. Parece que el brindis ha llegado demasiado tarde. Los problemas nos llaman a la puerta.

Las cinco mujeres siguieron a Cole con la mirada mientras que él entraba por la puerta del restaurante. Cassie tragó saliva y rezó para no comportarse como una estúpida. Sólo iba a encontrarse con un amor del pasado. Nada más. Nada que pudiera causarle aquella angustia en el estómago. No había razón alguna para que el corazón se le hubiera desbocado de aquella manera. Jake estaba en casa, con su madre, así que no había ninguna razón para que el miedo se hubiera apoderado de ella.

Al mirarlo, vio que sus ojos azules eran tan atractivos como los recordaba. El estómago le dio un vuelco y el pulso se le aceleró. La tensión se hizo más fuerte aún al sentir que cuatro pares de ojos se fijaban sobre ella, esperando a ver lo que hacía. Respiró profundamente y se recordó que era una mujer adulta. Podría saludarlo, aunque Cole fuera el padre de su hijo... aunque se hubiera pasado años alimentando el odio que sentía hacia él.

–Cole –dijo, con un ligero movimiento de cabeza.

–Cassie...

Su voz era profunda y sensual, tal y como la recordaba. Su rostro era más maduro, aunque no había cambiado prácticamente en nada. Tenía los ojos azules tan fríos como el cielo de invierno, aunque no entendía por qué. Si alguien tenía derecho a estar enfadada, era ella. Cole debía caer de rodillas para disculparse, aunque Cassie sabía que no había ninguna posibilidad de eso.

Cuando pareció que la conversación se había estancado antes de empezar, Karen, la pacificadora, les echó una mano.

–¿Cómo está Frank?

–Igual de gruñón que siempre –respondió Cole, dedicándole a Karen la sonrisa que le había negado a Cassie.

–¿Sigue intentando casarte? –bromeó Karen. Cassie le dio disimuladamente un codazo.

–El tema sale de vez en cuando –dijo él, sonriendo de nuevo.

–Pues tu padre siempre se sale con la suya –comentó Gina–. No veo por qué no te pones manos a la obra. Por lo que me han contado mis padres, todas las mujeres de diez condados a la redonda andan detrás de ti.

–¿Te incluye eso a ti? –bromeó Cole–. ¿Qué te parece, Gina? ¿Estás disponible?

–Bueno, si me lo hubieras pedido hace una semana, te habría rechazado sin pensármelo. Ahora, ¿quién sabe? –dijo Gina.

Aquella respuesta hizo que sus amigas la miraran fijamente. Algo no iba bien con Gina. Cassie lo había presentido desde el momento en que se sentaron, pero no había habido tiempo de preguntar. Fuera lo que fuera, tenía que ser serio para haber dicho que estaba dispuesta a dejar Nueva York para regresar a Winding River.

En aquel momento, Cassie vio que su madre y Jake avanzaban por la acera. Después de su charla del día anterior, ella nunca habría creído que su madre llevaría al niño a la ciudad, pero, evidentemente, había subestimado los poderes de persuasión de Jake.

Al verlos, el temor se apoderó de ella. No quería que Cole conociera a su hijo, aunque eso iba a ser algo difícil si decidía quedarse, lo que cada vez le estaba pareciendo más factible.

–Bueno, chicas, me tengo que marchar –anunció de repente, tras dejar un poco de dinero en la mesa–. Tengo que irme a casa.

–Pero nuestra comida... –comenzó Lauren. Entonces, miró afuera y guardó silencio.

Cassie rodeó a Cole y esperó que sus amigas lo mantuvieran ocupado el tiempo suficiente para que ella pudiera alcanzar a su madre y a Jake y evitar que se acercaran al restaurante.

–Ya te llamaré –dijo Karen.

–Nos veremos mañana por la noche –anunció Lauren.

–Claro, no puedo esperar –dijo, antes de salir corriendo.

Al ver que Cole la había seguido, sintió que el alma se le caía a los pies. Cuando salieron del restaurante, él la detuvo y la miró a los ojos, con expresión algo turbada.

–¿Por qué tanta prisa, Cassie? No habré hecho que quieras marcharte, ¿verdad?

–Claro que no. Es que tengo que marcharme a casa. Le prometí a mi madre que no tardaría mucho.

–¿Y qué tal está tu madre?

Cassie recordó el vínculo tan especial que Cole y Edna habían compartido y que había muerto cuando él la abandonó. Entonces, miró y vio que su madre se había desviado. Seguramente había visto a Cole y había decidido entrar en un café nuevo que había en la misma calle. Cassie respiró aliviada y miró de nuevo a Cole.

–Mi madre está bien. Muy bien.

–¿De verdad? –preguntó él, perplejo.

–¿Por qué dices eso?

–¿Decir qué?

–Basta ya, Cole. No juegues conmigo. ¿Es que le pasa algo a mi madre que yo no sé? ¿Insinúas que me está ocultando algo?

–Tendrás que preguntárselo a ella.

–Maldito seas, Cole. Te exijo que me lo digas.

–Sólo te he preguntado por tu madre, Cassie. Estaba siendo cortés. No te compliques.

–Nada contigo es fácil, Cole.

–Mira quién habla...

–¿Y eso qué significa ahora? –le espetó ella, furiosa.

–Nada. No importa. No hay razón alguna para hablar del pasado. Sabía que venir hoy a la ciudad sería una equivocación...

–¿Has estado tratando de cambiar la historia, Cole? Tú me dejaste a mí. No fue al revés.

–¿No? –preguntó él, lleno de resentimiento.

–¿Cómo puedes preguntar eso? Una noche estabas haciéndome el amor, diciéndome lo increíble que yo era y, al día siguiente, te vas.

–Ya te lo expliqué.