Lo más valioso - Sherryl Woods - E-Book

Lo más valioso E-Book

SHERRYL WOODS

0,0
4,49 €

-100%
Sammeln Sie Punkte in unserem Gutscheinprogramm und kaufen Sie E-Books und Hörbücher mit bis zu 100% Rabatt.
Mehr erfahren.
Beschreibung

A pesar del dinero y del poder de los que disfrutaba su familia, Ben Carlton había preferido vivir alejado de todo, acompañado sólo por su talento artístico y sus atormentados recuerdos. Pero cuando, a instancias de su tía Destiny, conoció a la bella Kathleen Dugan, propietaria de una galería de arte, no pudo evitar abrirle su corazón herido... aunque tampoco pudo olvidar del todo las tragedias del pasado. La vivaz e impulsiva Kathleen sentía curiosidad por los cuadros de Ben, pero también por el guapo y misterioso autor...

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern

Seitenzahl: 257

Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2004 Sherryl Woods. Todos los derechos reservados.

LO MÁS VALIOSO, Nº 38 - julio 2013

Título original: Treasured

Publicada originalmente por Silhouette® Books.

Publicados en español en 2005.

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.

Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

® Harlequin y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Books S.A.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

I.S.B.N.: 978-84-687-3470-5

Editor responsable: Luis Pugni

Conversión ebook: MT Color & Diseño

www.mtcolor.es

I

Fue una de esas exposiciones de los viernes por la noche lo que hizo preguntarse a Kathleen Dugan si no se habría equivocado al renunciar al puesto de profesora de arte en el colegio. Tal vez enseñar a pintar a niños de cinco años fuera más gratificante que presentar la obra viva y descarada de un joven y talentoso artista a personas que preferían la pintura sosa e insípida.

Tampoco la había ayudado que Boris Ostronovich apenas hablase inglés y fuera el típico pintor temperamental. Llevaba dos horas de mal humor, con un vaso de vodka en una mano y un cigarro en la otra. El cigarro permanecía apagado sólo porque Kathleen había amenazado con cerrar la exposición si Boris se atrevía a desafiar las normas antiincendios, la prohibición de fumar y las protestas personales.

En conjunto, la noche había sido un desastre y Kathleen estaba dispuesta a aceptar su responsabilidad. No había calibrado correctamente lo importante que era para el artista mezclarse y charlar con la gente. Había pensado que la obra de Boris se vendería por sí sola. Pero en vez de eso, había descubierto que los potenciales compradores no mostraban mucho interés por un cuadro si no intercambiaban unas palabras con el autor. Cuando los pocos invitados que quedaban abandonaron la galería, Kathleen sintió el deseo de acompañar a Boris en su estado de ánimo y tomarse un par de vasos de vodka, suponiendo que aún quedara algo.

–¿Una mala noche, querida?

Se giró y vio a Destiny Carlton, que la observaba compasivamente. Destiny no sólo era pintora, sino que acudía regularmente a la galería de Kathleen en Alexandria, en Virginia. Kathleen había intentando que Destiny le permitiera vender algunos de sus cuadros más recientes, pero la mujer se había negado a todas sus propuestas.

Destiny se consideraba a sí misma un mecenas de los artistas, no una pintora. Decía que únicamente pintaba de vez en cuando para entretenerse, y que no había realizado ningún trabajo digno de exponerse desde que cerró su estudio en el sur de Francia, dos décadas atrás.

A pesar de su decepción, Kathleen consideraba a Destiny una buena amiga. Siempre podía contar con su asistencia a una exposición, y a menudo con sus compras. Y su conocimiento del mundo del arte y sus contactos habían demostrado ser muy útiles mientras Kathleen trabajaba para montar su galería.

–La peor –dijo Kathleen, algo que nunca le admitiría a nadie más.

–No te desanimes. Ocurre a veces. No todo el mundo aprecia la genialidad al verla por primera vez.

Kathleen se animó de inmediato.

–Entonces, ¿no sólo soy yo? ¿La obra de Boris te parece increíble?

–Por supuesto –respondió Destiny con convicción y entusiasmo–. Pero no es del gusto de todos. Seguro que Boris acabará encontrando a su público. Estuve hablando con el crítico de arte del periódico antes de que se marchara. Creo que piensa escribir algo bastante positivo. Dentro de una semana te lloverán las ofertas de compra. Al primer atisbo de un nuevo descubrimiento, los coleccionistas se suben todos al carro, incluidos algunos de los que se fueron de aquí sin comprar nada.

Kathleen soltó un suspiro.

–Muchas gracias por decírmelo. Por un momento pensé que había perdido mi tacto. Esta noche ha sido la pesadilla del dueño de cualquier galería.

–Sólo ha sido un pequeño bache –le aseguró Destiny, y miró hacia Boris–. ¿Cómo se lo ha tomado?

–Puesto que apenas ha dicho dos palabras en toda la noche, incluso antes de que la exposición haya sido oficialmente declarada como un desastre, es difícil saberlo –dijo Kathleen–. O bien echa de menos su tierra o bien ya se sentía mal antes de la exposición. Yo me inclino más por lo segundo. Hasta esta noche no me imaginaba lo importante que puede ser el encanto de un artista.

–Al final no importa tanto –respondió Destiny–. En cuanto el crítico presente a Boris como un genio del arte moderno, todas esas personas a la que ha ofendido hoy se jactarán ante sus amigos de la noche en que conocieron al excéntrico y desagradable artista.

Kathleen le dio un fuerte abrazo.

–Muchas gracias por haberte quedado para animarme.

–La verdad es que me he quedado porque quería pasar unos momentos a solas contigo.

–¿Ah, sí?

–¿Qué planes tienes para el Día de Acción de Gracias, Kathleen? ¿Vas a ir a Providence a visitar a tu familia?

Kathleen frunció el ceño. Aquel mismo día había mantenido una tensa conversación con su madre, en la que había anunciado su intención de quedarse en Alexandria. Su madre, una mujer acaudalada y amante de las fiestas, le había recordado que tres generaciones de Dugan se reunían religiosamente para celebrar las grandes ocasiones, que su ausencia sería una afrenta a la familia y que supondría el fin de la tradición. Y muchas cosas más. Su discurso había sido tan tedioso como predecible, razón por la que Kathleen había demorado la llamada hasta esa mañana. A Prudence Dugan no se la desanimaba tan fácilmente, pero por una vez Kathleen se había mantenido firme.

–Voy a quedarme en el pueblo –le dijo a Destiny–. Tengo mucho trabajo y no quiero cerrar la galería durante el fin de semana festivo. Creo que el negocio podría mejorar el viernes y el sábado.

Destiny le sonrió.

–En ese caso, me encantaría que pasaras la celebración con mi familia. Estaremos todos en la granja de Ben. Middleburg está preciosa en esta época del año.

Kathleen la miró con recelo. Aunque habían llegado a ser muy amigas, era la primera vez que Destiny la invitaba a una reunión familiar.

–¿No seré una molestia? –preguntó.

–De ningún modo. Será una cena íntima para la familia y unos cuantos amigos. Y tendrás ocasión de ver los cuadros de mi sobrino y darme una opinión profesional.

Las dudas de Kathleen aumentaron. Sabía que Destiny tenía tan buen ojo como ella para la pintura. Y también sabía que para Ben Carlton su pintura era algo más que un pasatiempo, era algo que le encantaba hacer. Hasta donde ella sabía, no había vendido ni un solo cuadro, y sospechaba que había una buena razón para ello y que el mismo Ben sabía: la calidad de su obra no era suficiente para suponer una revelación en el panorama artístico.

Todos los artículos que había leído de los Carlton decían muy poco sobre el menor de los tres hermanos. Ben se mantenía apartado de los medios de comunicación, que se centraban en el político y ejecutivo Richard Carlton y en la ex estrella de fútbol americano Mack. Se oían rumores de que había sido un trágico romance lo que había hecho recluirse a Ben, pero ninguno había sido confirmado. Sin embargo, «huraño» era el adjetivo que más veces acompañaba a su nombre.

–¿Estás pensando en vender su obra? –preguntó Kathleen con cautela, intentando imaginarse las intenciones de su amiga. Presentar el trabajo del más esquivo de los Carlton sería todo un éxito, sin importar que sus cuadros fueran buenos o no.

–Cielos, no… –negó Destiny, horrorizada–. En ese aspecto es muy cabezota, pero me gustaría convencerlo de que un talento como el suyo no debería esconderse en una granja aislada.

–¿Y crees que yo podría hacerle cambiar de opinión cuando ni tú misma lo has conseguido? –le preguntó Kathleen totalmente escéptica. Destiny era muy hábil consiguiendo donaciones millonarias para sus obras de caridad. Seguro que podía convencer a su propio sobrino de que tenía talento.

–Tal vez. Al menos, podrás darle otro punto de vista. Él cree que soy completamente parcial.

Incapaz de resistirse a la posibilidad de descubrir a un nuevo talento, Kathleen asintió finalmente… pero diciéndose a sí misma que lo hacía por ver su trabajo, no por el misterio que rodeaba al pintor.

–Me encantará pasar con vosotros el Día de Acción de Gracias. ¿Dónde y cuándo?

Destiny esbozó una radiante sonrisa.

–Mañana te mandaré la dirección y los detalles –dijo, y se dirigió hacia la puerta. Parecía extrañamente satisfecha–. Oh, y ponte ese vestido rojo de seda que luciste en la exposición de Carlucci. Estuviste impresionante esa noche.

Se marchó antes de que Kathleen pudiera pensar en una respuesta, pero aquel comentario hizo sonar las alarmas en su cabeza. En los círculos sociales del área metropolitana de Washington eran bien conocidos los ardides casamenteros de Destiny Carlton. Richard y Mack ya habían caído en sus artimañas, y todo el mundo esperaba a ver lo que hacía para llevar a Ben hasta el altar…

–Oh, no, no te atreverás –susurró, viendo cómo Destiny se alejaba–. No estoy buscando marido, y menos un artista con el corazón destrozado.

Conocía demasiado bien a ese tipo de persona. Así era el hombre con quien se había casado, con quien había luchado y de quien se había divorciado. Y aunque esa experiencia la había cualificado para dirigir una galería de arte y tratar con el difícil temperamento de los pintores, también había fortalecido su resolución de que nunca jamás volvería a perder la cabeza por otro artista.

Tim Radnor había sido amable y sensible cuando se conocieron. Había adorado a Kathleen como a su musa. Pero cuando su trabajo empezó a vacilar, su vena de crueldad salió a la luz. Se sucedieron los arrebatos de ira y los torrentes de insultos y vejaciones. Nunca le puso la mano encima, pero el abuso verbal fue insoportable. En cuestión de meses el matrimonio se había acabado, pero sanar las heridas llevó mucho más tiempo.

Como consecuencia de aquel trauma, Kathleen podía tratar con personas temperamentales siempre que fuera por negocios, pero nunca si afectaba al corazón.

Y si el propósito de Destiny tenía algo que ver con el corazón, iba a llevarse una gran decepción. Ben Carlton podía ser el artista más sexy, encantador y con más talento del planeta, pero ella permanecería inmune a su atractivo, porque conocía demasiado bien el lado oscuro de una personalidad artística.

Firmeza y resolución. Ella tenía ambas cosas. Pero, por si acaso, elevó la vista al cielo.

–Ayúdame en esto, ¿quieres?

–¿Algún problema? –preguntó una profunda voz masculina.

Kathleen dio un respingo. Se había olvidado de Boris. Se dio la vuelta para encararlo y forzó una sonrisa.

–No, ninguno, Boris. No hay ningún problema.

Ojalá fuera cierto.

Apenas un débil rayo de sol iluminaba el lienzo, pero Ben Carlton no era consciente de que estaba anocheciendo. Nunca era consciente de nada más que el cuadro que estaba terminando. Lo único que podía ver eran las capas de color que tenía ante sus ojos, la imagen que lentamente se revelaba y cobraba forma, la impresión que quedaba atrapada en un instante y que a Ben le aterrorizaba perder antes de dar la última pincelada. Cuando la luz natural se fue apagando, ajustó automáticamente la luz artificial sin pensar en ello.

–Debería haberlo sabido –dijo una voz femenina y exasperada.

Ben parpadeó ante la interrupción de su tía. Nadie iba a su estudio cuando estaba trabajando, no sin arriesgarse a recibir un ataque de cólera. Era la única regla en la familia Carlton, una familia con cierta inclinación a desafiar las reglas, por otro lado.

–Largo –murmuró con irritación.

–No pienso marcharme –declaró Destiny–. ¿Has olvidado qué día es hoy? ¿Y qué hora es?

Ben luchó por mantener la imagen en su cabeza, pero se desvaneció como las nubes por el viento. Suspiró y se giró lentamente hacia su tía.

–Es jueves –dijo, para demostrar que no era tan inconsciente como ella suponía.

Destiny lo miró con regocijo.

–¿Algún jueves en especial?

Ben se pasó una mano por el pelo e intentó recordar qué tenía de particular aquel jueves. No era un hombre que prestara atención a los detalles, a menos que fueran detalles incluidos en sus cuadros. En ese caso podía recordar todos los matices de luz y textura.

–Un jueves festivo –insinuó ella–. Un jueves en el que la familia se reúne al completo para dar las gracias; una familia que ahora mismo está esperando a su anfitrión mientras el pavo se enfría y los panecillos se queman.

–Oh, demonios –masculló él–. Me olvidé de Acción de Gracias. ¿Ya han llegado todos?

–Todos llevamos aquí un buen rato. Tus hermanos han amenazado con comérselo todo y no dejarte ni las sobras, pero los he convencido para que me dejen intentar sacarte del estudio –se acercó más y observó el lienzo–. Es asombroso, Ben. Nadie es capaz de capturar la belleza de esta parte del mundo mejor que tú.

–¿Ni siquiera tú? –preguntó él con una sonrisa–. Fuiste tú quien me enseñó todo lo que sé.

–Cuando tenías ocho años, te puse un pincel en la mano y te enseñé la técnica. Pero tú tienes el talento. Tu obra es extraordinaria. Yo sólo pintaba para pasar el tiempo. Tú eres un genio.

–Oh, vamos… –dijo él, rechazando el halago.

La pintura siempre le había proporcionado paz mental y una sensación de control sobre el caótico mundo que lo rodeaba. Cuando sus padres murieron en un accidente aéreo, se vio en la necesidad de descubrir algo que tuviera sentido, algo que no lo abandonara jamás. Destiny le había comprado su primer juego de pinturas y lo había llevado con ella a una bonita calle de Alexandria a que pintara lo que viera.

El primer intento aún colgaba de una pared en la vieja casa familiar, donde Destiny había seguido viviendo sola después de que Ben y sus hermanos se independizaran. Destiny insistía en que aquel cuadro era su posesión más preciada, porque en él se adivinaba lo que Ben llegaría a ser. Por la misma razón había guardado los primeros proyectos de negocios de Richard y los trofeos de fútbol de Mack. Destiny podía ser muy fría y calculadora cuando era necesario, pero en casi todo se dejaba llevar por los sentimientos.

Richard había prosperado en los negocios. Mack en el fútbol. Por su parte, a Ben nunca le habían interesado la empresa familiar ni los deportes. Incluso cuando sus padres aún vivían, se había sentido desesperadamente solo, como un inadaptado en una familia de triunfadores. El día en que Destiny le regaló las pinturas, le dio también una razón para sentirse orgulloso, y le dijo que, al igual que ella, había traído otra dimensión al respetado apellido de los Carlton y que nunca debía subestimar lo que él podía hacer y los otros no. A partir de entonces, a Ben le resultó mucho más fácil aceptar las burlas de sus hermanos e incluso burlarse él mismo de ellos. Y ahora suponía que iba a llevarse un buen rapapolvo por haber faltado a su propia fiesta.

Organizar la cena de Acción de Gracias en su casa de campo había sido idea de Destiny. Ben sólo entraba en la cocina para no morirse de hambre, y bajo ningún concepto endosaría algo que hubiera cocinado a alguien más. Pero Destiny rechazó toda objeción y tres días antes de la fiesta se presentó en la granja con su ama de llaves para hacerse cargo de todo.

Si hubiera sido otra persona la que intentara controlar su vida, Ben se habría rebelado, pero le debía demasiado a su tía. Además, Destiny entendía mejor que nadie su necesidad de estar solo. Desde la muerte de Graciela, se había refugiado en el arte. Los lienzos y las pinturas no emitían juicios, no lo culpaban de nada, podían controlarse totalmente, no como los pensamientos o la sensación de culpa por el accidente que Graciela había sufrido tres años atrás.

Pero si Destiny lo entendía, también parecía saber instintivamente cuándo se refugiaba él en el trabajo durante demasiado tiempo. Entonces se inventaba cualquier excusa para sacarlo de su estudio y arrastrarlo al mundo real. La cena de esa noche era una de esas ocasiones. El único fallo de Destiny había sido no recordárselo aquella mañana.

–Dame diez minutos –le dijo–. Voy a lavarme.

–Demasiado tarde para eso. Melanie está embarazada y se muere de hambre. Además, los invitados empiezan a preguntarse si no habremos invadido la casa de algún extraño. Tienen que conocerte sin más demora. Así que deberás compensar con tu encanto los fallos de tu vestuario.

–Tengo la ropa manchada de pintura –protestó él, y entonces se dio cuenta de lo que su tía había dicho–. ¿Invitados? ¿Te refieres a Richard, Mack y sus esposas? ¿Dijiste algo de invitados cuando me obligaste a celebrar Acción de Gracias aquí?

–Por supuesto que lo dije –declaró ella alegremente.

No lo había hecho, pero ambos lo sabían, lo que significaba que Destiny tramaba algo. Y cuando llegaron a la casa, Ben lo comprendió de repente.

–Cariño, te presento a Kathleen Dugan –dijo Destiny, después de presentar a otros desconocidos a los que había invitado porque sabía que no tenían otro sitio donde celebrar la fiesta. Pero por su tono de voz no había ninguna duda de que aquella Kathleen era el plato principal.

Fulminó a su tía con la mirada. Kathleen era una mujer joven, hermosa y estaba sola, lo que sugería que estaba disponible. Desde le reciente boda de Mack, Ben había sabido que Destiny lo había colocado en el punto de mira de sus artimañas casamenteras, y allí delante tenía la prueba: una mujer con una corta melena negra que enfatizaba sus pómulos y sus increíbles ojos violetas. Cualquier pintor del mundo querría plasmar aquel rostro en un lienzo. Ben nunca pintaba retratos, pero incluso él se sintió tentado de romper su estricta regla. La mujer vestía una túnica roja de seda que rozaba su esbelta figura, unos pantalones negros y un collar con gruesas cuentas doradas y rojas. El conjunto era elegante y un poco vanguardista.

–Es un placer conocerlo –dijo Kathleen con una suave sonrisa, sin rastro de la incomodidad que Ben estaba sintiendo. Era obvio que ella aún no se había dado cuenta de las intenciones de Destiny.

Ben asintió. Al estrecharle cortésmente la mano, sintió un extraño hormigueo y la miró otra vez a los ojos para ver si ella había sentido lo mismo. Gracias a Dios, no mostró signo alguno.

–Pido disculpas por mi atuendo inapropiado –dijo, volviéndose rápidamente hacia los demás–. Supongo que la cena está lista para servirse.

–Tenemos tiempo para otra copa –dijo Destiny, que ya no parecía estar preocupada por el retraso de la cena–. Richard, tráele algo a tu hermano. Puede emplear unos minutos en hacer vida social antes de que nos sentemos a comer.

–Creía que teníamos prisa en cenar –murmuró él.

–Sólo te lo dijo para sacarte del estudio –le aclaró su cuñada Melanie, entrelazando un brazo con el suyo y apartándolo unos pasos–. ¿No sabes que eres el principal atractivo de la cena? –le susurró confidencialmente.

Ben la miró con el ceño fruncido. Los dos habían conectado muy bien cuando Richard aún se resistía a su atracción por ella. Ben confiaba en el instinto de Melanie y quería oír su opinión.

–¿Ah, sí?

–Nunca puedes estar seguro con esta familia tuya –dijo Melanie–. Cuando Destiny nos invitó, pensamos que estaba tramando algo.

–¿Ah, sí? –volvió a preguntar él–. ¿Como qué?

Melanie lo miró atentamente.

–¿De verdad no lo sabes? ¿Estás tan confuso como los demás?

Ben miró hacia Kathleen.

–No tanto como te imaginas –le aseguró.

Melanie miró también a la invitada.

–Ah, así que es ella… Cuando Kathleen llegó, me pregunté si sería ella la elegida, pues es obvio que te ha llegado el turno. Destiny no quedará satisfecha hasta que todos sus sobrinos estén emparejados.

–Espero que te equivoques –dijo Ben–. Odiaría decepcionarla, pero yo estoy muy bien como estoy.

Richard lo oyó y se echó a reír.

–Pobre hermano, si es eso lo que crees, te engañas a ti mismo –le dijo, y miró también hacia Kathleen, que en ese momento escuchaba atentamente algo que estaba diciendo Destiny–. Te doy hasta mayo.

–Junio –intervino Mack–. A Destiny le gustaría celebrar una boda tradicional en junio. Tú eres el único que le queda, hermanito. No va a permitir que la defraudes. Antes la vi caminando pensativa por el jardín. Seguro que estaba imaginando cómo acomodar a los invitados y buscando el lugar perfecto para el banquete.

Ben se estremeció. Tiempo atrás, Richard y Mack se habían mostrado tan inflexibles como él ante la idea de casarse. Y ahora los dos estaban felizmente casados. Richard incluso esperaba un hijo, y Mack y Beth estaban hablando de adoptar uno de los chicos enfermos con los que Beth trabajaba en el hospital. Tal vez más de uno. A ese paso, dentro de un año habría un montón de críos llorones en cada reunión de la familia Carlton. No había ninguna necesidad de que él contribuyera a ese caos, aunque dudaba que Destiny lo viera así.

Había muy pocas cosas que Ben no estuviera dispuesto a hacer por su tía. Casarse era una de ellas. Le gustaba su soledad. Después de su traumática infancia, había encontrado la paz en el campo. Graciela lo había sacado temporalmente de ese modo de vida, pero también ella había muerto, lo que había fortalecido su compromiso de proteger su corazón contra cualquier injerencia externa. Aquéllos que escribían que era un ser huraño y excéntrico habían dado en el clavo. No habría más grietas en su armadura, no habría más dolor.

Resuelto y confiado, se atrevió a mirar otra vez a Kathleen Dugan. Y entonces vio la expresión de satisfacción en el rostro de su tía al sorprenderlo.

Ben suspiró, se irguió en toda su estatura y le lanzó una mirada amenazante. Su tía ni siquiera pestañeó. Aquél era el problema de Destiny. Rara vez aceptaba un no por respuesta. Era contundente y persuasiva. Si no se mostraba firme ante ella, estaba condenado.

Por desgracia, no se le ocurría cómo dejar clara su postura mientras estuvieran cenando. Podría decir: «Me alegro de que hayas venido, Kathleen, pero no te hagas ilusiones». O: «Ha sido un placer conocerla, señorita Dugan, pero no se crea ni una palabra de lo que diga mi tía. Es una mujer malévola y astuta y no se puede confiar en ella».

O quizá lo mejor fuera no decir nada, ignorar a Kathleen y evitar a su tía. Si podía soportar las dos horas siguientes, todo acabaría en cuanto se hubieran marchado. Entonces podría atrancar las puertas y volver a su aislamiento.

Perfecto, decidió. Ésa era la solución. Nada de mostrarse grosero ni desafiante. Sólo tenía que aceptar pasivamente la presencia de Kathleen y punto.

Satisfecho con la decisión tomada, aceptó la copa que Richard le tendía. Le bastó olerla para recordarse que no estaba acostumbrado al alcohol. No había tomado nada más fuerte que una cerveza de vez en cuando desde la noche del accidente de Graciela.

–Cariño –lo llamó Destiny, acercándose a él acompañada de Kathleen–, ¿te he contado que Kathleen es dueña de una galería de arte?

A su lado, Melanie reprimió una carcajada, y Richard y Mack sonrieron desdeñosamente. Ben sintió el deseo de atizar a sus hermanos por deleitarse con el complot de su tía. Kathleen era el as que Destiny guardaba en la manga para él, de acuerdo. Ya no le quedaba la menor duda al respecto.

–¿En serio? –preguntó secamente.

–Ahora mismo tiene expuesta una obra impresionante –continuó Destiny alegremente–. Deberías pasarte por allí a echar un vistazo.

Ben miró de reojo a Kathleen. En esos momentos parecía sentirse tan incómoda como él.

–Quizá lo haga un día de éstos –murmuró cortésmente, pensando que antes nevaría en el infierno.

–Me encantaría contar con su opinión –dijo Kathleen.

–Mi opinión no vale mucho –respondió Ben–. Destiny es la experta de la familia.

Kathleen le sostuvo la mirada.

–Pero casi todos los artistas tienen ojo para reconocer el talento –arguyó.

Ben apenas pudo contener un suspiro. Seguro que Kathleen era lo suficientemente lista para no caer en la trampa de Destiny. Quiso prevenirla para que echara a correr, para que se olvidara del pavo y el pastel de calabaza y volviera a Alexandria tan rápido como pudiese y prohibiera la entrada a su galería a cualquiera que se apellidara Carlton. También estuvo tentado de poner a Melanie y a Beth como ejemplos de lo que su tía había conseguido, pero dudaba que a sus cuñadas les hiciera gracia. Ambas parecían haberse olvidado de los enredos que condujeron a sus respectivos matrimonios.

–Yo no soy un artista –fue lo único que dijo.

–Pues claro que lo eres –declaró Destiny, no sin cierta indignación–. Y con un talento excepcional. ¿Por qué dices eso, Ben?

Ben estuvo a punto de gritar para que su tía no lo arrastrara más a su red.

–¿Lo eres tú? –le preguntó, mirándola fijamente.

–Ya no –respondió ella de inmediato.

–¿Quizá porque ya no pintas? –insistió él.

Destiny frunció el ceño.

–Aún pinto de vez en cuando.

–Entonces debe de ser porque no expones ni vendes tus cuadros. ¿Por eso no te consideras ya una artista?

–Sí –admitió ella–. Por eso exactamente.

Ben le lanzó a su tía una mirada triunfal.

–Por la misma razón que yo, entonces. Ni expongo ni vendo. Sólo pinto –se sorprendió a sí mismo haciéndole un guiño a Kathleen–. Supongo que ya podemos olvidarnos de mi opinión artística sobre tu exposición actual.

Una sonrisa curvó los labios de Kathleen.

–Un tipo listo –lo elogió.

–Demasiado listo para su propio beneficio –murmuró Destiny.

–Oh, oh –dijo Mack con una amplia sonrisa–. Destiny te ha declarado la guerra, Ben. Estás perdido.

Qué curioso, pensó Ben mirando las caras divertidas que lo rodeaban; ésa era la misma conclusión a la que había llegado una hora antes. Debería haberse quitado de en medio y evitarse así la molestia.

II

Todas las sospechas que Kathleen había tenido sobre el verdadero motivo de que la hubieran invitado a la cena de los Carlton estaban siendo confirmadas con cada pulla y mirada que intercambian Ben y su tía. Incluso los hermanos y cuñadas de Ben parecían estar al corriente del juego y disfrutaban a conciencia. Sólo ella parecía no entender las reglas. Si hubiera podido salir de allí sin parecer grosera, lo habría hecho.

–¿Te apetece asearte un poco antes de cenar? –le preguntó Beth Carlton, mirándola compasivamente.

Si con ello podía escapar de aquella sala, Kathleen estaba dispuesta a recorrer a pie los interminables campos que rodeaban la granja.

–Sí, por favor –aceptó agradecida.

–Te enseñaré dónde está el tocador –dijo Beth. Se apartaron de los demás y entonces le dedicó una cálida sonrisa–. ¿Te sientes como si de pronto estuvieras en una red que ni siquiera te habías percatado que se tejía en torno a ti?

Kathleen asintió.

–Peor aún. No me explico cómo me he metido en ésta. ¿Qué soy? ¿Una especie de cordero para el sacrificio?

–Más o menos –afirmó Beth–. Créeme, Melanie y yo sabemos exactamente cómo te sientes. Las dos pasamos por lo mismo. Antes de que nos diéramos cuenta estábamos atrapadas en la red de los Carlton.

–Y supongo que no habrá ninguna salida, ¿verdad? –dijo Kathleen.

–Si la hay, nosotras no la encontramos –respondió animadamente Beth–. Quizá seas tú la excepción. Hasta ahora ha conseguido dos de dos, pero Destiny tendrá que fracasar tarde o temprano.

Kathleen observó a la oncóloga pediátrica que se había casado con Mack Carlton. Beth le pareció una mujer tranquila, inteligente y encantadora, todo lo opuesto a ella, extravagante y excéntrica. Costaba imaginar que la misma persona las hubiera elegido como candidatas matrimoniales para sus amados sobrinos. Aunque, por otro lado, Ben no se parecía en nada a su hermano Mack, tan extravertido y atlético. Obviamente, Destiny los conocía a todos muy bien. Y, como Beth había señalado, hasta ahora no se había equivocado emparejándolos.

–Entonces no son imaginaciones mías –dijo Kathleen–. ¿Destiny está planeando casarme con Ben? ¿No me ha traído aquí sólo para contemplar su arte?

Beth sonrió aún más.

–¿Has visto un solo lienzo desde que has llegado?

–No.

–¿Te pidió Destiny que la acompañaras cuando fue a buscar a Ben a su estudio?

–No.

–Ahí lo tienes –confirmó Beth con expresión divertida.

–Pero ¿por qué yo? –preguntó Kathleen sin poder evitar el tono lastimero de su voz.

–Yo también me pregunté lo mismo cuando descubrí las intenciones de Destiny conmigo y con Mack. Él era un ex jugador de fútbol profesional, por amor de Dios, y yo ni siquiera había visto nunca un partido. Al menos Ben y tú tenéis el arte en común. A simple vista, parecéis mucho más afines de lo que éramos Mack y yo.

–Pero Destiny acertó con vosotros, ¿no?

–Totalmente –corroboró Beth–. Y también acertó de pleno con Melanie y Richard, aunque ellos dos se resistieron tanto como Mack y yo. Mi consejo es que le sigas la corriente y veas qué sucede. Suponiendo que alguna vez quieras casarte, no es tan mala idea tener de tu lado a una mujer con la intuición de Destiny.

–Pero yo no estoy buscando marido –protestó Kathleen–. Y menos un artista. Ya estuve casada con uno. Y no salió precisamente bien.

La expresión de Beth se tornó pensativa.

–¿Sabe Destiny algo de eso?

Kathleen negó con la cabeza.

–Lo dudo. Nunca hablo del tema, y recuperé mi apellido de soltera tras el divorcio.

–Déjame pensar en ello un minuto –dijo Beth, y le indicó una puerta–. Ahí está el tocador. Te esperaré aquí para llevarte al comedor.

Cuando Kathleen salió del tocador unos minutos después, encontró a Beth hablando con Melanie. Las dos la miraron y le sonrieron.

–Así es como lo vemos –dijo Beth–; o bien Destiny sabe lo de tu pasado y cree que supondrá un desafío para Ben…

–O esta vez ha calculado mal –añadió Melanie, sonriendo–. La verdad es que, por una vez, me gustaría ver a Destiny equivocada. No te ofendas.

–No me ofendo –le aseguró Kathleen. Le gustaban aquellas dos mujeres, y tenía el presentimiento de que sus consejos le iban a resultar muy útiles para evitar la trampa de Destiny. Con suerte, también Ben se opondría a sus taimados planes. Antes no había parecido especialmente alegre.

–Será mejor que vayamos al comedor antes de que Destiny venga en nuestra búsqueda –propuso Beth–. Por mucho que a ella le guste conspirar, no soporta que las demás lo hagamos.

–¿Por qué? –preguntó Kathleen.