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Elena ha cumplido diecinueve años y acaba de ingresar como becaria en el programa conocido como «El show de Luca», conducido por un presentador de treinta años con fama de rompecorazones. Elena, sabedora de esto, se muestra al principio distante y reservada con su jefe, pero pasado un tiempo se enamora de él y descubre que tiene un pasado terrible que le hace sufrir. Ambos vivirán una historia de amor en la que se enfrentarán a toda clase de obstáculos.
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Seitenzahl: 491
Veröffentlichungsjahr: 2022
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David Escamilla Imparato
Saga
Que el amor nos salve de la vida
Copyright © 2013, 2022 David Escamilla and SAGA Egmont
All rights reserved
ISBN: 9788726987904
1st ebook edition
Format: EPUB 3.0
No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.
This work is republished as a historical document. It contains contemporary use of language.
www.sagaegmont.com
Saga Egmont - a part of Egmont, www.egmont.com
La primera va fuera
Querido diario:
¿Existirá el síndrome del patito feo? En cuanto llegue a casa lo busco en Wikipedia. Si no aparece, yo misma escribiré la entrada. Llevo media hora en este casting y están empezando a salirme las primeras plumas. No paran de entrar y salir chicas de los despachos. Aquí, la que no es modelo lo parece. Y, si no, lo disimula bajo un Louis Buitrón de esos tan únicos que ni los chinos son capaces de copiarlo. Mis tejanos, por mucho que los estrene hoy para ver si me traen suerte, no tienen nada que hacer para destacar. ¡Mucho menos las manoletinas que me regaló la abuela por Navidad! Ojalá me hubiera maquillado un poco.
Cualquiera que me vea en esta sala de espera, quejándome, se podría preguntar «¿Quién le mandaría contestar el anuncio del tablón de la universidad hace dos semanas? ¡Seguro que nadie le puso una pistola en la sien!». No se preocupe, señor o señora que lo piensa. Las culpables son tres y sé dónde viven: Lara, Belén y Jose. Se hacen pasar por mis mejores amigas. Quizás sea eso lo que las ciegue. En cuanto se enteraron de la oferta de prácticas como assistant en la productora ShareTV, no pararon hasta que envié mi currículum. ¿Por qué haría caso a una futura matasanos, una maestra de música y una casi picapleitos? ¿Qué sabrán ellas de cómo funciona este mundillo? Es cierto que estudio Comunicación, que tengo un expediente que no está mal, que necesitaba hacer mis créditos de prácticas y que esta parecía una buena oportunidad. Pero ahora se me ocurren todas las pegas que fui incapaz de decirles. Quien tiene unas amigas tan leales como las mías desde el colegio sabe que setenta y dos horas bajo su presión constante por tierra, mar y aire es más de lo que una humana normalita como yo puede soportar. Pero ahora lo veo claro: nunca he soñado con estar en un plató de televisión. Los focos no me deslumbran como a otros compañeros. A mí lo que me encanta es el sonido que hacen las teclas veloces en una redacción de periódico. Una vez leí una entrevista a un veterano que decía que le recordaban al tam-tam africano, porque esos golpes también los provocaba la pasión primitiva por contar. Aspiro a que mi trabajo tenga un sentido, deje huella, y no a que sea consumido entre las cucharadas de sopa de la cena. Creo en el periodismo serio.
Y además, como me dijo mi madre cuando le comenté que había enviado el currículum, ¡solo estoy en segundo! ¿A qué tanta prisa? Mi padre fue aún más sarcástico o, visto quienes están sentadas conmigo en este momento, más realista: «Estos trabajos o ya están dados para alguna enchufada o son para chicas que más que cumplir con unos requisitos cumplen con unas medidas». Me indigné cuando lo dijo, pero cuando vuelva a casa tendré que darle la razón una vez más.
Sí que tardan. Desde que he llegado, en la sala estamos las mismas tres chicas. ¡Menos mal que me he traído el netbook! Si voy escribiendo mi diario, el rato se me pasa más deprisa y, además, tengo la extraña sensación de estar acompañada.
Bien pensado, la espera, ¿será algún tipo de prueba? ¿Nos estarán grabando? Igual que en la película El Método que vi en DVD, tal vez cuente desde que hemos entrado por la puerta. Quizás por eso la rubia despampanante no ha parado de sonreír sin venir a cuento. Tiene unos dientes perfectos que ya me conozco de memoria. Hace un momento he pensado que se iba a dislocar el cuello, de tanto moverlo para agitar su cabellera. La verdad es que sus rizos son impactantes. Yo me tengo que recoger el pelo en una coleta porque si no se me pega a la cara y parezco una fregona. Lo reconoceré pero en bajito: me parece guapísima. ¡Tiene un tipazo! No es de esas esqueléticas que uno se cruza a veces. ¡Qué va! Tiene curvas, y todas muy bien puestas. Seguro que más de uno se marea solo con mirarla. Ya está, ya lo he dicho. ¡Qué envidia! Voy a dejar de estudiarla o se dará cuenta. Y a las Marilyn Monroe como ella solo les falta que, además, las pobres mujeres mortales las admiremos. ¡Como si no fuera suficiente que lo hagan todos los hombres con los que se cruza! En cuanto a la otra chica, parece más como yo, normal. Pero con unas gafas de pasta que le dan un aire muy interesante. Me pregunto si las necesitará de verdad. Ni medidas 90-60-90 ni bolsos de Buitrón. Seguro que guarda un as en la manga. ¿Será la hija de alguien famoso?
Espero que no tarden mucho más. Marilyn está empeñada en charlar conmigo. Si levanto la vista del teclado, me sonríe. Varias veces ha tosido como tratando de llamar nuestra atención. ¡No sé de qué hablar con ellas! Se notaría que estoy demasiado nerviosa. Mejor disimular. La prueba de hace dos días fue mucho más fácil. Solo tuvimos que responder un cuestionario de cultura general, redactar un pequeño ensayo sobre cuál era la televisión con la que nos identificábamos y proponer un personaje histórico al que entrevistaríamos y las preguntas que le haríamos. Yo escogí a la actriz Lauren Bacall porque justo la noche anterior había visto la peli Cómo casarse con un millonario. ¡Cómo me reí! Así que como no sabía muy bien a quién elegir, pues la escogí a ella. Estaba superorgullosa de mi entrevista imaginaria hasta que pregunté a los compañeros de examen a quién habían elegido. Martin Luther King, Gandhi, Madame Curie, el primer hombre que pisó la Luna, ¡hasta Mahoma habían puesto! ¡Qué vergüenza! Así que, cuando ayer por la tarde me citaron para hoy, no sabía si pensar que el mensaje era una broma de las chicas. Las llamé y, entre chillidos de alegría, me juraron que no. Una tras otra. Así que aquí estoy. Lo que me parece curioso es que, de los doscientos chicos y chicas que estábamos haciendo la prueba escrita, solo nosotras tres estemos aquí. Nosotras con a.
—¡Qué rollo!, ¿no?
Ataque verbal directo de Marilyn. Voy a disimular. Sigo escribiendo.
—La verdad es que sí. Llevamos casi una hora aquí. Se me hace tarde para la clase de ruso y hoy tenemos examen.
Estoy perdida. La otra también ha entrado en el juego. Diario, me temo que estás a punto de hibernar por un rato.
*****
—A ti seguro que se te ha hecho menos pesado. Te has traído el netbook y no paras de escribir. ¡Ojalá me hubiera traído el Vogue o el Harper’s Bazaar de este mes! —suspiró la chica rubia, mientras repiqueteaba con los tacones en el suelo.
—Sí, la verdad es que sí. Escribiendo se me pasa el rato volando. Tengo esa suerte —dijo tímidamente la chica de los tejanos.
Se hizo un silencio incómodo. La aspirante con más desparpajo no estaba dispuesta a rendirse. Estaba claro que el silencio la ponía nerviosa. Contraatacó de nuevo:
—¿Y qué escribes? Aquí no hay wi-fi porque he intentado enviar un tweet desde el iPhone diciendo que era finalista en el casting del Show de Luca y me ha sido imposible... Si no envías emails ni chateas en Facebook...
La chica de las gafas de pasta parecía divertirse con la escena. La de los tejanos se había puesto colorada y dudaba si responder o no. Seguramente le pareció demasiado maleducado no hacerlo y se armó de paciencia.
—Nada, un artículo que tengo que entregar mañana en clase —mintió para salir del paso.
—¿Un artículo? ¡Qué interesante! ¿Estudias Comunicación?
—¿Tú no? —la que intervino ahora fue la estudiante de ruso.
—Pues no. ¿Por qué? —contestó la otra mientras volvía a ahuecarse la melena.
—¿Estudias Publicidad o Audiovisuales o...?
—No, no y ¿no? —rio feliz— ¿Por qué? ¿Vosotras dos estudiáis Comunicación? ¡Qué casualidad!
Las dos aludidas se miraron incrédulas: ¿les estaba tomando el pelo? Algo no cuadraba. ¿Dónde estaría la cámara oculta?
*****
—Sí, las dos estudiamos Comunicación —dijo la de las gafas mientras la otra asentía—. Y esto es una productora de televisión que ofrece prácticas. Publicaron un anuncio en el tablón de la universidad. Yo curso el último año y, además, ayudo en un departamento de Cultura Audiovisual. El próximo año empezaré los cursos de doctorado y quiero hacer una tesis sobre los programas de masas como configuradores de la identidad del ciudadano del siglo xxi . Supongo que ella —dijo señalando con su cabeza a la más tímida— debe de hacer primero, por su aspecto.
«¡Vaya! Sí que ha tardado poco en ofenderme», pensó la chica de los tejanos. Se sumió en un silencio algo nervioso. Había quedado impactada por la veteranía de la otra, que aún no había acabado de lucirse.
—Si tú no has visto el anuncio en la universidad, ¿cómo te has enterado de la prueba?
—¡De la manera más graciosa! El sábado pasado estaba en un bar de copas. Mis amigos bailaban en la pista y yo estaba en la barra tratando de conseguir mi ron con cola. Cuando le vi justo a mi lado. No podía creérmelo. ¡Qué suerte la mía! Siempre había querido conocerlo y ahí estaba.
—¿Quién? —volvió a intervenir la que estaba callada. Su curiosidad había sido superior a la timidez.
—Luca —respondió la otra sorprendida de que hubiera alguien que no supiera de quién hablaba—. Bromeamos un rato. Me presentó al amigo con el que iba, que casualmente era el productor de su programa, Y como el camarero tardaba tanto en servirnos, charlamos un poco de todo y de nada. Al final, mis amigos me hicieron una señal desde la puerta del local. Sin darnos cuenta, se había pasado la hora y se había llenado de vejestorios, ¡Y que conste que no lo digo por Luca! Es guapísimo.
—Y desde la barra de un bar de copas a la sala de espera de una productora hemos llegado... ¿cómo? —dijo impaciente la veterana, sabiendo que la respuesta no le iba a gustar lo más mínimo.
—Antes de marcharme me dijeron que estaban haciendo un casting, que si quería presentarme. La verdad es que a mí me encantaría salir en la televisión, Estudio para modelo, así que sería un trampolín increíble —se disculpó la rubia.
—Vaya, vaya... Pero ¿ya sabes que en esta beca las cámaras solo las verás por detrás? Es un trabajo de assistant —añadió con saña la otra.
—Lo sé, pero, como me ha dicho Luca en las dos entrevistas, una vez estás dentro, es más fácil el salto.
Las dos estudiantes de Comunicación volvieron a mirarse. Estaban muy indignadas, pero no lo suficiente como para haber pasado por alto las últimas palabras de la otra.
—¿Entrevistas? ¿Qué entrevistas? —preguntó la que escribía el diario— ¿Y el artículo y el test?
—¡Uy! Yo ya le dije a Luca que a mí todo eso me ponía muy nerviosa. Que si no me lo podía ahorrar, no me presentaba. Las entrevistas han sido divertidísimas: en la primera, fuimos a comer con el productor que había conocido en el bar de copas. Y luego Luca me enseñó la productora, despacho a despacho. Estuvieran vacíos o llenos —dijo guiñando un ojo a las perplejas compañeras de espera.
—Tanto idioma, tanta carrera para esto... —murmuró la veterana.
—¿Cuántos idiomas hablas? —preguntó la joven, tratando de cambiar de tema.
Se veía a mil años luz que la chica de los tejanos se sentía incómoda ante el cariz que estaba tomando la conversación. Pero la otra estaba tan enfadada que casi no tenía tiempo para compadecerse. Sin dejar de mirar a la rubia, le contestó con desgana:
—Mi padre es inglés, así que soy bilingüe. Por motivos de trabajo de mi madre, que es ejecutiva de una multinacional, viví en Francia cinco años. También he estudiado alemán e italiano, y ahora empiezo con el ruso.
¡Estaba perdida! Ahora sí que no había nada que hacer. Las otras dos candidatas estaban superdotadas: una, físicamente; y la otra, intelectualmente. Volvió a preguntarse qué hacía ahí en medio ella. «Sirvo de tapadera, sin duda —pensó la más joven—, en este duelo de titanes.»
—Vaya, vaya, así que ya tenemos dado el puesto —dijo revolviéndose nerviosa.
La aprendiza de modelo la miró. Sonrió y, en un ataque de sinceridad compasiva, le dijo:
—No estoy segura. En la segunda entrevista, me citaron a última hora de la tarde. Casi no quedaba nadie en la oficina. Fue extrañísimo, la verdad. Luca me invitó a su despacho a solas. ¿Sabéis?, tiene un sofá enorme, de cuero blanco. De repente, con el mando, hizo que un trozo de la pared se girara. Apareció un televisor. Me propuso que juntos viéramos algunos de sus mejores programas. Quería saber mi opinión para ver qué tal criterio tenía. —Calló por unos segundos.
—¿Y? —preguntaron las otras dos.
—Que tengo novio, que es muy celoso y que me esperaba en la puerta, sentado en su moto. Me trajo a las siete para la entrevista. Al ver que eran las nueve y no había bajado aún, empezó a bombardearme con whatsapps. Yo sufría pensando en que subiera.
—Por si hacía una tontería, claro —afirmó la veterana.
—Sí, la hubiera hecho. Luca es terrible. —Rio de buena gana—. Las manos le van aún más rápidas que las ideas. Me pasé la tarde escurriéndome por el sofá, Al final, gané yo. — Les guiñó un ojo.
—¡Lógico! Eres guapa pero no fácil —intervino satisfecha la de los tejanos, que no se perdía ni una frase.
—¡Ja ja ja! ¡No! No me hubiera importado nada hacerle un favor a Luca. ¡Dicen que es increíble! De ensueño. Guapo, caballero, famoso, divertido, Pero, si le doy lo que quiere a la primera, perderá el interés y no me contratará.
La estudiante de segundo se puso a jugar con una pequeña estrella que llevaba colgada al cuello. Nerviosa, creyó que la iba a romper.
—Pienso que no lo tienen tan claro. Luca es el jefe, pero en el equipo son más. Por eso estamos todas aquí, ¿no? —dijo la veterana, y añadió—: Estamos en igualdad de condiciones. Espero que gane la mejor.
Al decir estas dos últimas frases, no pudo evitar mirar a la más joven. Por un momento, sintió lástima de ella. A pesar de lo que había dicho, sabía que no tenía ninguna oportunidad. La miró disimuladamente. No era fea, pero si tenía alguna belleza se encargaba de esconderla muy bien. Era una de esas chicas que se esfuerzan en pasar desapercibidas. Utilizaba su timidez para protegerse. Estaba segura de que no era tonta ni aburrida, pero ¡parecía estar tan asustada que era imposible comprobarlo! «Vamos —se dijo la veterana—, simplemente es un problema de madurez».
—Yo tengo una teoría: pensad que he pasado muchos castings como modelo y que tengo muchos amigos en este mundillo...
La veterana la miró desdeñosa. La más joven la escuchó atentamente.
—Somos tres, ¿no?
—Eso parece —respondió la de las gafas de pasta mientras se las tocaba como si tratara de enfocar bien con ellas.
—Bueno, pues, en realidad, solo dos cuentan. La primera a la que llamen es la que descartan. Era la tapadera.
Un chico joven asomó su cabeza por el marco de la puerta.
—¿Elena?
Las tres se miraron en silencio. Ninguna se movió. Como si fuera un duelo, parecían medir sus fuerzas.
—Tiene que venirse conmigo para la entrevista.
«No me habéis traído suerte, chicas», se dijo la más joven mirándose las manoletinas. Se puso en pie. Recogió su netbook y se cruzó el bolso.
Algo de Bogart
Elena no sabía muy bien dónde meterse.
Hacía dos minutos, el chico del casting la había sacado de la sala de espera, un universo ya conocido y casi confortable, para trasplantarla en mitad de un gigantesco despacho. La había animado a entrar, dándole un par de palmaditas. Sin traspasar el umbral y antes de cerrar la puerta, le había lanzado una sonrisa compasiva. O eso le había parecido a ella.
Y allí la habían olvidado, en mitad de aquella pista de baile con vistas al bulevar. Ante ella se abría un espacio luminoso. Dio tres pasos, deslizándose por un parquet recién encerado, y se quedó sin paredes. Solo la rodeaban grandes ventanales y, sin saber muy bien por qué, se sintió atrapada en una pecera de lujo.
A su alrededor todo parecía nuevo y brillante. Y los muebles ¡sin rastro de Ikea en su ADN!
Decidió permanecer quieta hasta que la invitaran a pasar. No sabía muy bien cómo colocarse. Trató de recordar alguna pose interesante pero fue incapaz. Así que simplemente se agarró fuerte a su netbook y miró las puntas de sus pies, para confirmar que ninguna de las dos se había metido hacia dentro.
Al fondo, había una gran mesa de madera, que a ella le recordó las de los banquetes medievales. ¿Cuántas personas debían de trabajar en ella? Tras la mesa, se alzaba el respaldo de algo que parecía más un trono que una silla de despacho. Era de cuero negro. Alguien que no veía, sentado al otro lado de ese respaldo, hablaba de forma melosa por teléfono. Lo hacía mirando a la calle. ¿Sería Luca?
Durante unos minutos, se dedicó a observar. Descubrió otra mesa y otra silla, tamaño estándar, al lado de la anterior. Sin duda, la mesa de la secretaria. En el centro del despacho, un coqueto juego de sillones y una mesita baja parecían invitarla a sentarse. Sobre la mesa, había un jarrón con unas preciosas astromelias granates y un montón de revistas con títulos en mil idiomas. Por un momento, estuvo tentada de acercarse: le había parecido ver la cabecera de Le Monde Diplomatique, una de sus publicaciones preferidas. Pero se contuvo.
No quería escuchar la conversación, pero aquella voz, potente y acogedora, rebotaba por todos los rincones del despacho, acercándole las palabras. Sin saber muy bien por qué, a Elena le pareció que era de madera de olivo. ¡Qué tontería! se dijo, las voces no son sólidas. Serían los nervios.
—Cara mía, sé que esta noche es muy importante para ti.
—…
—Y créeme si te digo que nada me haría más ilusión que acompañarte. Compartir contigo estos momentos...
—...
—Sí, sí, por supuesto, y con tus padres. No me olvido. ¡No sabes qué ganas tengo de conocerlos!
—…
A la aspirante a estudiante en prácticas le pareció que la silla negra se movía. ¿Se habrían dado cuenta por fin de que ella estaba allí? Falsa alarma, se dijo al cabo de dos segundos.
—Te prometí que estaría en la primera fila de tu desfile, aplaudiendo a rabiar. Dove tu passi fiorisce il deserto. ¿Cómo me lo iba a querer perder?
—...
—Además, ¡sabes que la moda me gusta muchísimo!
—…
—No seas mala, no he dicho las modelos. He dicho la moda. Para mí, modelo solo hay una y eres tú.
—...
—Te juro que me muero de ganas de ir. Pero los jefes están muy nerviosos. Temas de share y todo eso. No quiero aburrirte a unas horas de tu gran noche. Así que han convocado brainstorming y de aquí no se mueve nadie hasta que hayamos definido el guión de los próximos veinte programas, porque... ¿Qué dices?
—...
—¿Qué no sabes que es brainstorming? ¿Qué tú no hablas italiano? Es verdad, disculpa, cara. Una lluvia de ideas. Pero no es literal, ¿eh? Sobre la cabeza no nos cae nada. Es como una discusión.
—...
Elena estaba a punto de echarse a reír. ¡Hasta ella sabía lo que era brainstorming, y no había trabajado nunca en una gran productora! ¿En qué mundo vivía aquella modelo que no había oído nunca esa palabra?
—¿Qué no me crees? ¿Quieres que te lo diga el jefe de la productora? Si quieres voy a su despacho y le pido que se ponga al teléfono y... Si así te vas a quedar tranquila, lo hago. Pero ¿cómo te voy a mentir, gatita?
—...
—Claro, tonta, claro que me interesa tu carrera. ¡Más que la mía! ¿Quieres que escriba una carta de dimisión? La entrego ahora y esta noche me tienes en el backstage del desfile, ayudándote a ponerte la ropa. Hummm. Sí, sí. ¿Tú qué crees? ¿Qué prefiero ver al calvo del jefe, a la sopas de mi secretaria y a los guionistas cafres? ¿O ayudarte a ti a subirte las medias? Lo dicho: si tú me lo pides, lo hago. Voy y entrego mi dimisión. ¿Qué dices?
—...
Elena tosió, tratando de llamar la atención. Estaba claro que esa conversación podía durar horas si no le ponía ella remedio.
—De verdad, amore, ¡qué noche más horrible voy a pasar! Aquí, rodeado de papeles y con el calvorota, mientras sé que tú, bellísima, estarás desfilando ante miles de ojos que se te comerán viva. Sí, sí, ¿lo has pensado? Y luego beberás champán en copa de cristal mientras yo me dopo con cafés baratos en vasito de plástico.
—...
—¡Con lo que sé que te has preparado para este desfile! Las horas de ensayo que llevas, ¡y me lo voy a perder!
—...
—¿Harías una cosa por mí? Dime que sí, dime que sí. Cuando salga de aquí, voy para tu casa. Y entonces, desfilas para mí, en un pase privado. ¿No dices que la lencería te la regalan al acabar el desfile? La traes para casa y...
—...
—Bueno, pues si no te la regalan, a mí me basta con que te pongas los tacones que te regalé yo. Para eso no tenemos que pedir permiso a nadie, ¿no?
—...
—Sigues sin creerme, Pues llama a Paco. Tienes su móvil. Llámalo ahora mismo a ver si soy un mentiroso o no.
Elena volvió a toser, esta vez más fuerte. No quería seguir escuchando ni un segundo más aquella conversación. ¿Cómo podía ser que aquel hombre no se hubiera dado cuenta de que ella estaba allí? ¿Era tonto o qué? De repente, pensó en el «o qué». Se puso colorada. ¿Sería posible que quisiera que ella lo oyera?
—Ponte cómoda, ahora estoy contigo.
La silla de cuero se giró por fin.
Unos enormes ojos verdes la miraban divertidos. «¡Chispean!», se dijo Elena. Y se quedó inmóvil, atrapada entre una voz de madera y esa mirada.
—Hola, ¡Tierra llamando a la chica de la coleta! Siéntate y en un minuto charlamos.
Como si la movieran unos hilos, Elena se acercó hasta uno de los silloncitos. Se sentó y quedó de espaldas al hombre. ¿La estaría mirando? Por si acaso, se enderezó cuanto pudo. De repente, oyó un clic y un grupo de voces diferentes inundaron la pecera.
Se fijó y descubrió que todas ellas venían de un muro que quedaba frente a ella. Lo que le había parecido un cuadro era en realidad un televisor de pantalla plana, perfectamente encuadrado. Trató de concentrarse en las imágenes en blanco y negro. Reconoció al actor que, desde su despacho y sentado en una silla de cuero, miraba la calle a través de los ventanales. Se parecía a la escena que ella estaba viendo, si no fuera porque aquella calle estaba en Estados Unidos y todos vestían como en la década de los cuarenta.
—Paco, hecho. Soy todo tuyo. ¿A qué hora hemos quedado con las gimnastas rusas?
Elena ni siquiera se volvió. Luca se acababa de sentar a su lado. Ahora hablaba por el móvil. Y estaba claro que a la tal gatita, que andaría entre encajes y sedas, se la habían dado con queso.
—Por cierto, igual te llama Lana para ver si tenemos una reunión de todo el equipo para preparar guiones. Ya sé que es un marrón, chico, pero como le pareces un hombre respetable... Digo yo que será tu alianza de casado y la foto con los tres niños rubitos que llevas en la cartera, ¡ja ja ja! Tú sí que te has buscado una buena coartada, chaval. Quiero ser como tú de mayor, aunque para eso tenga que pasar por un día de boda. Ciao.
La voz de los actores ocupó el despacho por unos segundos. Sintió que se había convertido en el centro de atención de Luca. Trató de concentrarse en los dos hombres y la mujer con gabardina que discutían en la pantalla. Pero no resistió y se volvió.
Nada más lo hizo, Luca le dijo:
—No sé por qué en el cine se empeñan en poner a los tíos como detectives. ¡Las mujeres sois mucho mejores!
«No lo dirás por tu novia», pensó Elena. Estaba claro que, entre una cosa y otra, la chica acabaría creyéndole y olvidando el incidente. Estaba segura que esta no era la primera vez que se lo hacía ni sería la última. Debía reconocer que era persuasivo y rápido, casi la había convencido hasta a ella.
Estuvo tentada de decirle lo que estaba pasando por su cabeza. ¡Total, ya sabía que no tenía nada que hacer!, ella solo era la tapadera. El juego estaba entre la modelo y la superdotada. Cuando iba a abrir la boca, su sonrisa la desarmó.
Elena se oyó a sí misma riendo. No había acabado de hacerlo cuando ya se había arrepentido.
—¿Sabes qué película es?
Ella se quedó pensativa. ¿La que él representaba o la del televisor?, se dijo divertida. Señaló a la pantalla y dijo:
—Él es el actor de Casablanca, Bogart.
—¡Vaya! Esa película más que un éxito parece una condena para el pobre Humphrey. ¿Sabías que la que estamos viendo la rodó un año antes? Y en su época tuvo un gran éxito. Venga, piensa un poco.
—No hace falta que piense —dijo ella seria—. Nunca había visto esta película, así que sería un milagro que se me ocurriera el título. Lo siento.
—Vaya. Bueno, bueno. Nunca es tarde si la dicha es buena. Elena, porque te llamas Elena, ¿verdad?
—Sí.
—Elena, te presento al detective Sam Spade, el protagonista de El halcón maltés.
Elena se encogió de hombros.
—Segundo round, no conoces El halcón maltés. No pasa nada. ¿Puedes decirme algún otro título de la filmografía de Bogart que no sea Casablanca? —insistió Luca.
Elena suspiró, mientras veía cómo se escapaban las escasas oportunidades que había tenido de conseguir aquella beca. Negó con la cabeza.
—Pero ¿cómo es posible...? ¿No te gusta el cine?
—Sí.
—¿Sí? ¿Entonces?
—Es que esto es...
—¿Qué?
—¿Antiguo?
Perplejo, Luca la miró.
—Yo lo llamaría clásico, si no te importa.
Ella se envalentonó. Puesto que no tenía nada que perder, no quería permitir que ese personaje la tratara como una tonta porque no había reconocido una película de hacía mil años.
—Como quieras. Las que ve mi padre.
—Touché —dijo Luca recostándose sobre el respaldo con la mano en el corazón.
—A mí me gusta más otro tipo de cine. Más actual. Menos oscuro.
—¿Lo dices por lo de blanco y negro lo de oscuro? —sonrió él.
—No, lo digo por los temas. Míralo, todo el rato fumando, encerrado en ese despacho, con cara de agobiado, con esa mueca de...
—Alto ahí, señorita. Eso sí que no. Con un héroe de guerra no te metas. ¿O acaso no sabías que Bogart participó en la Primera Guerra Mundial? Fue destinado en un barco y, en el año 1918, un submarino lo alcanzó con un torpedo. No logró hundirlo pero hizo destrozos. A Humphrey, una astilla de madera le rasgó la boca. Por eso habla de esa manera y tiene ese gesto.
—¡Vaya! —dijo ella abriendo los ojos como platos.
A Luca le hizo gracia su inocencia sincera. Juntos, en silencio y unidos por el respeto que les inspiraba la historia, se quedaron mirando la pantalla.
—El hombre que has juzgado tan a la ligera era un incomprendido. Ahí donde lo ves, Bogart quería ser médico, como su padre. Y no debía de ser tan tonto cuando lo aceptaron en Yale, una de las mejores universidades americanas, pero lo echaron por rebelde. Así que se hizo actor.
—Si llego a saber que venía a un examen de cine, me lo hubiera preparado. Que yo sepa, el Show de Luca no es para cinéfilos.
«Vaya —se dijo Luca—, la chica tiene habilidad para estropearlo».
—El Show de Luca, o sea, mi show, es para quien yo invite. ¿No crees?
—Tienes razón. Perdona. No debería juzgar tan a la ligera, Es que estoy un poco nerviosa. Es la primera prueba a la que me presento y, claro...
Luca volvió a mirarla con atención y pensó que también tenía habilidad para arreglarlo. Algo en aquella chica le gustaba y, desde luego, no era su horrible coleta ni sus insulsas manoletinas.
—¿Tu primera prueba? Y la pases o no la pases —dijo él socarrón—, ¿dónde te ves dentro de cinco años? En un programa de cine clásico, perdón, antiguo, ya me ha quedado claro que no.
Elena no se dio por aludida. Por fin le hacían hoy una pregunta que sí sabía contestar. Debía aprovechar la oportunidad. Muchas tardes, en la cafetería de la facultad, había discutido lo mismo con los compañeros. Ella lo tenía claro.
—En la redacción de un periódico, aprendiendo de los mejores. Si fuera posible, me gustaría entrar en el Times o en Le Monde Diplomatique. Pero bueno, para empezar, ¡me conformaría con entrar en uno de los grandes de Madrid! Entiendo y acepto que se tiene que ir paso a paso.
—Así que te conformarías con empezar en uno de los grandes de la capital, Me gusta la gente modosa. Entiendo que hablas a la perfección francés e inglés, ¿no?
Elena se sonrojó. Inclinó la cabeza y, como si se contestara a sí misma, dijo:
—Estudié francés en la primaria. En cuanto a inglés, ¡espero irme este verano a un curso a Londres para empezar a aprenderlo!
—Entonces va a ser que nos quedaremos en Madrid, ¡para empezar! Y una vez estemos en uno de esos grandes, con los mejores periodistas, ¿qué haremos? ¿Llevarles los cafés?, ¿cortar los teletipos? —dijo Luca, agradecido a aquella chica que estaba haciendo que se lo pasara tan bien aquella tonta tarde.
—¡No! —dijo Elena sin darse por aludida—. Espero trabajar en la sección de Internacional.
Enseguida se dio cuenta de que iba a ser pillada en falta. Antes de que Luca pudiera volver a hacer una broma sobre su dominio del idioma, se corrigió:
—La verdad es que la sección de Sociedad me encantaría. Quisiera hacer reportajes de denuncia. Entrevistar a víctimas de maltrato, visitar a inmigrantes que viven en condiciones indecentes, acompañar a las familias que sufren desahucios.
Por un momento, a Luca le enterneció imaginarse a la chica de las manoletinas con lacito paseando por calles sin asfaltar y entre escombros.
—Te gustaría cambiar el mundo.
—¡Sí!
—¿Has pensado empezar por cambiar tu peinado? No inspira confianza. Si quieres que la gente te abra la puerta de sus casas y sus corazones, deberías inspirar confianza. No sé, ¿has probado a cortártelo a lo garçon? Te haría más interesante.
Elena, estupefacta, no daba crédito a lo que había oído. De perdidos al río. Entró al trapo.
—No todas las chicas hemos de ser modelos de lencería ni pasar las noches en las barras de bar. Tenemos otros méritos. Trabajo duro. Me formo.—Tomó aire—. Y procuro tratar a todo el mundo con respeto. Valorándolos, sin importar sus circunstancias. Cuando los miro, no veo a un inmigrante o a un desahuciado. Veo a una persona que ha venido desde muy lejos buscando un futuro mejor o a alguien que, derrotado, ha perdido su hogar por culpa de un sistema injusto. Quiero darles voz para que cuenten su historia, que podría ser la nuestra aunque tú no lo creas.
En su sofá, Luca tenía sentada a la especie más peligrosa de comunicador: una idealista.
—¿Es contagioso?
—¿El qué?—preguntó ella desconcertada.
—Esto tuyo.
—¿El qué mío?
—Esta enfermedad que te hace creer que tienes superpoderes periodísticos y que debes usarlos en pro del más débil.
Elena estaba muy indignada. Intentaba pensar qué podía contestarle a semejante personaje. Pero él no le dio tiempo a encontrar las palabras. Se levantó del sillón. Le tendió una mano y le sonrió. Ella entendió la indirecta y se levantó también. A fin de cuentas, mucho rato le había dedicado el presentador para ser la candidata descartada. Sin duda, se lo había pasado bien a su costa, pero ahora debía ponerse a hacer la selección de verdad. Por eso la despedía. Debía entrevistar a las dos candidatas reales y elegir a la que trabajaría con él.
La acompañó hacia la puerta sin decir nada. La abrió y se apartó para dejarla pasar. Cuando ella se iba, notó su mano sobre su hombro.
—Elena, te voy a regalar una frase para que te acuerdes de mí: «Las cosas no son nunca tan malas que no puedan ser peores». —Le clavó los ojos verdes y añadió—: No es mía. Es del gran Bogart.
Va de whatsapp
—Ni Lara, ni Belén ni Jose podían creérselo: Elena, ¡su Elena!, iba a trabajar con Luca.
Cuando las llamó por teléfono para darles la noticia, la primera reacción de las tres fue de duda: ¿les estaba gastando una broma? Hacía más de una semana que había hecho el maldito casting y casi lo habían olvidado. Ella misma les había jurado y perjurado que era imposible que la escogieran: ¡la entrevista había sido un auténtico desastre! Y ahora, como quien no quería la cosa, las llamaba con el bombazo de que sí, de que era la nueva assistant de Luca.
Sin embargo, debían creerla. Como le dijo Jose, la casi picapleitos, esta hubiera sido la primera vez que ella, su Elena, le hiciera una broma. ¡Y se conocían desde que se sentaban juntas en párvulos!
Pasado el susto inicial, las tres amigas coincidieron en la respuesta: esa misma tarde debían quedar para celebrarlo en su punto de encuentro habitual, Sweetland Cake, debajo de la casa de Elena.
A las cinco en punto, las cuatro estaban reunidas en su mesa favorita, la redonda del rincón. Más alborotadas que de costumbre, pensó Pedro, cuando se acercaba a preguntarles si querían lo de siempre.
Sweetland Cake era una pastelería cafetería especializada en cupcakes y muffins al estilo americano. La habían inaugurado hacía solo un año una pareja, Pedro y Mauro, que tras vivir unos cuantos años en Estados Unidos habían sentido morriña y habían vuelto a casa. Pedro era chef especializado en postres y Mauro, un brillante economista, así que en ese negocio habían encontrado un espacio para los dos. Adoraban la pastelería como si fuera su hermana pequeña: cada detalle estaba cuidado y nada quedaba al azar. Desde la decoración de las paredes hasta las tazas de porcelana antigua para el té, desde el grafismo de las cartas de pasteles hasta las figuritas de azúcar que los decoraban.
Los muebles eran de madera y las paredes de color claro. Todo resultaba elegante y amable. Como los propios dueños, que acogían y mimaban a aquellos clientes que como ellos amaban Sweetland. Por eso, desde el día de la inauguración, aquellas cuatro universitarias se habían convertido en sus dientas favoritas. Habían entrado en Sweetland extasiadas y, aunque no habían comprado nada, recorrieron toda la pastelería fijándose en cada detalle. Como si se tratara de un museo, fueron parándose ante cada mostrador y silla. Leyeron todos los nombres de los cakes y estudiaron los tipos de té de su carta. ¡Incluso una no pudo evitar entrar a ver los baños! Salió emocionada hablando sobre el marco de hierro forjado de los espejos que ellos habían elegido personalmente.
—Buenas tardes, guapas.
—¡Hola, Pedro! —contestaron al unísono.
Jose, la más directa de todas, habló la primera:
—Hoy no es un día cualquiera. Así que tienes que recomendarnos algo muy, muy, muy especial —dijo muy seria.
—¡Algo muy dulce! —añadió Belén, la más alegre.
—Bueno, pero ya sabes, una ración generosa y cuatro cucharitas —le advirtió Lara, la más guapa y presumida.
—Algo muy especial, algo muy dulce, pero muy light. ¿Y la cuarta señorita qué desea? —dijo Pedro mirando a Elena.
La chica se puso roja como un tomate en cuanto sus amigas rompieron a reír.
—¡Uy!, a ella que ni se le ocurra pedir nada. ¡Ya ha tenido suficiente suerte por varios meses! —comentó Jose.
—Ya veo, ¿qué celebramos? —preguntó Pedro—. ¿Trabajo? ¿Dinero? ¿Amor?
—¡Los dos primeros, y quién sabe si el tercero! —bromeó Belén.
—¡Niña! Anda que... —trató de defenderse Elena, y le dio un codazo a su amiga.
Pedro miró a las cuatro. Sonrió.
—Bueno, bueno, esto merece una explicación. Voy por el algo muy especial y me explicáis. ¿El té de siempre?
—¡Sí! Brindaremos las cuatro con té verde. Es antioxidante y estimula la claridad mental —dijo Lara, quien además de vivir pendiente de su figura estaba acabando Medicina.
Una vez a solas, las tres amigas le pidieron a Elena que les explicara cómo se había enterado de la buena noticia. ¿La había llamado el mismo Luca? ¿Tal vez el productor? ¿O todo había sido más formal y el jefe de recursos humanos de la productora era quien se lo había comunicado?
—Un whatsapp —contestó escueta.
—¿Cómo que un whatsapp? —preguntó Jose sin dar crédito.
—Me han enviado un whatsapp diciéndome que mañana me presente en la oficina para firmar el contrato de prácticas. Un whatsapp algo extraño, por cierto.
—¿De Luca? Eso significaría que tendrías su móvil, ¡qué increíble! Mañana mismo lo explico en clase y no me creen: tengo una amiga que tiene el número de Luca. ¡Lo que daríamos muchas por tenerlo! —dijo Lara emocionada.
—Lara, cariño, por lo que dicen, el número de Luca lo tienen muchas. Dicen que todas las actrices, modelos, cantantes, it girls... y algunas chicas normales con buenos apellidos —contestó sarcástica Jose, tratando de bajar a su enamoradiza amiga de las nubes.
—Envidia, envidia —dijo Lara sin querer ceder.
Las dos amigas se sacaron la lengua, bromeando. Lara hizo una bola con un trozo de una servilleta de papel y amenazó con lanzársela.
—Lo siento chitas, es de su secretaria —comentó Elena riéndose.
—¿De su secretaria? Un poco cutre, ¿no? —suspiró Jose.
—¡Anda! ¡Saca el móvil y enséñanoslo! ¿Por qué dices que es raro? —preguntó Belén.
Elena metió la mano en su inseparable bolso marrón de bandolera. Extrajo el móvil y buscó el mensaje dichoso.
—Aquí está: «Elena, soy Mercedes, la secretaria de Luca. Preséntate mañana en la productora para firmar el contrato de prácticas. Bienvenida a bordo, chica. No sé si felicitarte o compadecerte».
—¿Compadecerte? ¿Por qué? ¡Vas a trabajar con uno de los hombres más simpáticos, educados y guapos de este país! —apuntó Lara, casi enfadada—. La tal Mercedes debe de ser una vieja bruja. Seguro que le ha tirado los trastos, y como él no le ha hecho ni caso...
—¿Quién ha tirado los trastos a quién? —intervino Pedro, que llegaba cargado con una bandeja.
—La secretaria de Luca — dijo como si tal cosa Belén.
Pedro puso sobre la mesa una preciosa tetera que imitaba la porcelana inglesa antigua, cuatro cuencos a juego y un plato en el que destacaban cuatro cupcakes.
—Algo especial, algo muy dulce y, lo siento guapa, nada light. Pero es que un día único no casa con algo light.
Todos se pusieron a reír, incluida Lara, quien tuvo que darle la razón.
—Os traigo cupcakes extra chocolat, uno por cabeza y nada de compartir. Base de Nutella, sorpresa de chocolate blanco y regado con chocolate negro fundido —añadió Pedro.
—¡La muerte!—exclamó Lara riendo.
—Pero dulce... —suspiró Belén, quien ya se había lanzado a por el suyo.
Pedro echó un vistazo al local. Las mesas estaban todas ocupadas. Los clientes, ya servidos, charlaban y reían. En caja no aguardaba nadie para que le cobraran. Con la misión cumplida, podía sentarse con las chicas un rato.
—Ahora, soy todo oídos. Rebobinemos, ¿hablabais de Luca? ¿Del presentador y cantante? —dijo mientras se acodaba en la mesa, entre Lara y Jose.
Las cuatro amigas asintieron, mientras se servían el té y empezaban a degustar las minibombas de chocolate.
—¿Qué comentáis? ¿La última noticia publicada en Cuore? —insistió Pedro.
—¿Hablan de él en el Cuore de esta semana? —preguntó Lara entusiasmada.
—Ni que eso fuera extraño. Si hablan cada semana de él, en esta y en mil revistas más —la cortó Jose.
—¿En serio? —se sorprendió Elena—. Sabía que mi jefe era famoso, pero no que salía en las revistas del corazón.
—¿Tu jefe? —le dijo Pedro mirándola.
—Sí, me han aceptado para empezar prácticas en el Show de Luca. Seré su assistant. Ya sabes, algo así como una secretaria pero más cualificada. —Ante la mirada intrigada de todos, Elena continuó hablando sobre su nuevo trabajo—: Le acompañaré en el rodaje, ya sea en el plató o en los desplazamientos, y debo estar atenta a todo lo que necesite. También ayudaré en la producción de cada programa y atenderé a los invitados y...
—Guapa, debes leerte el artículo de Cuore, ¡ya! —comentó Pedro, mientras se levantaba de la silla y se marchaba riendo a atender a otros clientes.
—¿Tú crees que está en peligro? —gritó Jose al pastelero.
Sin volverse, este se encogió de hombros.
—Me estáis poniendo nerviosa. Es verdad que Luca me pareció un poco fantasma y algo irónico, pero inofensivo.
—¿Es guapo? ¿Es verdad que tiene un tipazo? Dicen que está cuadrado y que además tiene un culo... —la apremió Lara.
Elena recordó sus chispeantes ojos verdes. Por unos segundos, se quedó extasiada mirando el cupcake.
—Claro, lo dicen todas las que lo vieron en cueros el pasado verano en las playas de Cerdeña. ¡Lo publicaron las revistas de media Italia! Como es hijo de italiana, allí es tan famoso como aquí. Unos paparazzi lo fotografiaron en un barco con un par de modelos de Valentino, pasándoselo en grande —comentó Jose.
—¡Vaya! Por lo que parece, tú también eres una de esas que lo vio —dijo algo molesta Lara. Empezaba a mosquearse porque Jose tuviera tanto interés en cargarse a su ídolo.
—Tiene unos ojos increíbles. Y una voz con un algo ¡que recuerda a madera!—susurró Elena.
—¿A madera? —Preguntó intrigada Belén, que estaba sentada a su lado—¡Vaya! Y mi voz, ¿a qué recuerda?
—¿A un cascabel? —la miró Elena, como si fuera la primera vez que viera a su amiga.
Belén era maestra de música de niños pequeños. Muchas veces sus amigas se habían preguntado si había acabado trabajando de eso por cómo era o era como era por trabajar todo el día cantando con menudos. A Elena le gustaban su alegría despistada y su inocencia ligera. A veces, incluso la envidiaba porque, aunque la gente creía que ella también era así, ella sabía que no era cierto. Por fuera parecía así, pero por dentro daba vueltas a las cosas y se preocupaba en extremo.
—A ver, chicas, que nos estamos perdiendo. ¿Voces que recuerdan a cosas? Mañana vas a enfrentarte a uno de los mayores depredadores mediáticos de este país y andáis hablando de cascabeles —interrumpió Jose.
—¡Exagerada! Yo creo que la mitad de las que dicen que han tenido una relación con él... —empezó a excusarlo Lara.
—Que se lo han tirado. Habla correctamente... —cortó Jose.
—Lo que quieras, pero más de la mitad ¡es mentira! Queda bien decirlo, les da puntos. Así pueden vender exclusivas, ir a programas del sábado por la noche a descuartizarlo... —defendió la futura médica.
Lara era muy enamoradiza. Desde niña, tenía la habitación llena de pósters y fotos de artistas. Aunque eso era típico de adolescente, hacía un tiempo les había confesado que aún seguía llevando algunos recortes en su agenda. Incluso les confesó que había decidido hacerse médica tras ver a George Clooney en Urgencias.
Elena, para la que su vocación de periodista era algo casi sagrado, no podía entender esta actitud. ¡Ser médico era algo muy serio! ¿Cómo podía decidir que tenía vocación por ver una teleserie? Adoraba a Lara, pero algunas veces la habría estrangulado. Aunque era un par de años mayor que ellas, se habían hecho amigas hacía muchos años al coincidir en unos campamentos de verano. Desde entonces las cuatro eran inseparables.
Para Jose, igual que para Elena, su apuesta por el Derecho era algo muy serio. Soñaba con ser abogada, al igual que su padre, su abuelo y su bisabuelo. Quería demostrarles que, a pesar de que ellos confiaban en que su hermano fuera quien continuara con el despacho, ella lo podía hacer mucho mejor. Se pasaba los días estudiando, haciendo pasantías en todos los despachos que le dejaban y asistiendo a conferencias del Colegio de Abogados. A pesar de sus brillantes resultados y de su esfuerzo, en su familia se lo tomaban como una gracia más que acabaría cuando ella se casara y tuviera niños. ¡No podía soportarlo! Y estaba en guerra contra cualquiera que pudiera oler un poquito a macho.
—Puede ser, pero, aunque solo la mitad sean ciertas, ¿no te parecen un montón? Yo creo que va a una por mes y, en temporada alta, a dos por mes —espetó la estudiante de Derecho.
—¿Cuáles son los meses de temporada alta? —inquirió Belén.
Sus tres amigas la miraron. A veces creían que su amiga estaba mutando en uno de sus alumnos.
—Da igual, Belén. Es una manera de hablar —la regañó Jose.
—No te enfades, no te enfades, Para que veas que estoy al caso, me sé al detalle la historia con Miss Verano 2010 —se defendió la aludida.
—¿Qué historia? —preguntó interesada Elena. Si Belén la conocía, realmente debía de ser famosa. ¿Cómo es que ella no tenía ni idea?
—Luca fue jurado en esa edición. Es un concurso que se celebra en Marbella, el primer fin de semana de verano. De viernes a domingo, un grupo de candidatas se enfrentan a todo tipo de pruebas.
—Pasear en bañador, posar en traje de noche y responder a la mítica frase de «¿Qué harías para que la paz reinase en el mundo?»... —dijo sarcástica Jose.
—Sí, pero más cosas. También tienen que organizar una cena de lujo: desde cocinarla entre todas a decorar las mesas y atenderlas luego.
—¡Cada vez me lo pones mejor!
Esta vez fue Elena quien regañó con la mirada a Jose.
—Déjala continuar, anda —terció. Empezaba a estar interesada en saber qué había hecho su jefe.
—También tienen que hacer de peluqueras y masajistas. ¡Y los miembros del jurado se tienen que dejar hacer todo! Son pruebas para todos.
Jose iba a añadir algo, pero una nueva mirada de Elena la hizo callarse.
—Luca tonteó con una de las candidatas, que resultó la ganadora, aunque luego perdió la corona porque se descubrió que era hija de uno de los organizadores, ¡En fin! Dicen que se montaban fiestecitas particulares para dos en la habitación del hotel cinco estrellas en que residía el jurado. De hecho, parece ser que corren unas grabaciones por internet que cortan el hipo, El día de la coronación venga a hacerse fotos oficiales juntos. ¡Parecía que a él lo habían elegido Míster Verano también!
—«Dicen que», «parece ser»... —se metió Lara, que había permanecido callada hasta ese momento— ¡Envidia, repito!
—Puede ser. Pero lo que os iba a contar es lo que hizo él después. Cuando a la semana siguiente se supo que ella perdía la corona por ser una enchufada, tu jefe —dijo Belén mirando a Elena— mandó un fax a la susodicha para cortar con ella. Ni siquiera la llamó por teléfono. Por cierto, el fax también lo hizo llegar a todas las redacciones de periódico.
—¡Venga ya! —saltaron a la vez las otras tres.
—¿Cómo sabes tú eso? —preguntó intrigada Lara.
—Oí cómo mi peluquera se lo contaba a otra clienta mientras le hacía las mechas, —respondió como si la pillaran en falta.
—Esta historia no la conocía. Había leído sobre alguna fiestaza en su apartamento que había acabado con policía incluida ante las quejas de los vecinos. Incluso me contaron que a la cantante Sad, ¿os acordáis de aquella chica afro que no paraban de poner en la radio hace un tiempo?, la dejó en globo.
—¿Subidos en un globo? —cotilleó Elena, quien empezaba a pensar que era mejor no saber tanto sobre Luca.
—No, no. ¡Si por lo menos la chica se hubiera llevado un viaje gratis,! Alquiló un globo gigante e hizo que le pusieran una inscripción con letras enormes: «Sad, te dejo en tierra». Pagó al piloto para que se paseara por toda la ciudad durante una mañana, pasando varias veces por el barrio de Sad. ¿Te imaginas como debe de ser levantarse un día, correr las cortinas para ver qué día hace y, descubrir que toda la ciudad sabe que tu novio te deja?
—Dicen que es irresistible. Cuando se enamora de alguien, va a por ella. Pero puede ser que le pase como a muchos buenos cazadores, cuando ya tienen la pieza necesitan ir a por otra más grande —concedió Lara.
—O más joven, o más guapa, o más rica, o más... —se rio Jose.
«Esto cada vez me gusta menos», se dijo Elena. Debería haber hecho caso a su instinto durante el casting: aquel trabajo no era para ella. Si ya le interesaba poco un programa de televisión de entretenimiento, menos le iba a interesar sabiendo que su presentador era un cazador de mujeres. Era evidente que resultaba atractivo. ¿A quién le amarga un dulce? Era guapo, educado y famoso. Además, ¡cantaba a las mil maravillas! A pesar de que no había explotado esa faceta, muchos expertos decían que el día que lo hiciera llegaría al número uno.
Pero ella no estaba dispuesta a correr riesgos de ningún tipo. Tendría que dejar las cosas claras desde el primer día. Estaba segura de que si conseguía marcar su territorio y demostrar que ella no era de ese tipo de chicas, la cosa no iría a mayores.
Si les hubiera dicho eso a sus amigas, lo primero que le habría respondido Belén sería «¿de qué tipo de chica era la que no era?». De las que le gustaban a Luca.
Mientras sus amigas seguían dibujando la vida amatoria de su jefe, su móvil vibró sobre la mesa. Acababa de entrarle un whatsapp de un número desconocido: «Las cosas no son nunca tan malas que no puedan ser peores».
Ahora sí, ahora ya tenía el número de teléfono de Luca.
Un buen gancho
—¡Mamááááááá!
—Elena, hija, me gustaría vivir en el palacio de Versalles, pero, al menos por el momento, vivo en un piso de ochenta metros cuadrados —dijo su madre asomando la cabeza a través del marco de la puerta de su habitación.
Lo que vio le hizo torcer el gesto: montañas de ropa por el suelo, incluidos algunos de sus pañuelos favoritos. Sin embargo, sabía que esa mañana su hija estaba demasiado nerviosa. Si la regañaba, podían pasar dos cosas y ninguna buena: la primera, que se pusiera a llorar como una magdalena; la segunda, que empezaran una de esas eternas discusiones que no llevaban a ningún lado.
El resultado de cualquiera de las dos opciones sería que llegaría tarde en su primer día de trabajo en él Show de Luca. Así que decidió reservarse para más tarde sus comentarios sobre el orden y lo que costaba planchar la ropa.
—¿Qué quieres decir con lo de que te gustaría vivir en el palacio de...? —le preguntó Elena, con una falda a medio abrochar y cada brazo cubierto por una manga de blusas diferentes.
—Que no grites. Te oigo perfectamente en un tono normal porque nuestra casa no es tan grande —le respondió mientras le abrochaba la falda y se la recolocaba frente al espejo de su armario.
—No me riñas, por favor. ¡Estoy atacada! No sé qué ponerme, ¡ayúdame! —dijo suplicante.
—Como vas siempre, es perfecto. Natural.
Su madre la miró con ternura, completamente convencida de que lo que había dicho era una verdad como un templo. Estaba al cien por cien orgullosa de su hija.
—¡No! Mamá, imposible, ¿sabes cómo van todas las chicas que trabajan allí? —comentó mientras revolvía de nuevo entre los estantes por si detectaba algo que se le hubiera pasado en su primera expedición.
—¿Cómo van? Cuéntame. —Su madre le sonrió.
—Bueno, más que cómo van„ ¡cómo son! Yo creo que son todas modelos o actrices. Por lo menos, miden metro ochenta y tienen medidas perfectas.
—¡Serás exagerada...! ¿Todas? Pues han roto la media de este país, hija, que te recuerdo que está en metro sesenta y pico para las mujeres, ¿O son todas suecas en la productora? —bromeó su madre, mientras iba doblando todo lo que encontraba tirado en el suelo.
—Genial, no me regañas pero me tomas el pelo. Así no me ayudas. Nada. Me pones más nerviosa. Voy a llamar a Lara, seguro que me ayuda. Ella viste súper.
—Pero recuerda que llegar puntual es mucho más importante que hacerlo perfectamente maquillada y... —añadió su madre mientras salía de la habitación.
—Mamáááááá...
—Sí, sí, te pongo nerviosa, lo sé. Lo mejor será que vaya a prepararte el desayuno —dijo su madre mientras se alejaba por el pasillo.
—¿Tú crees que yo estoy para pensar en cereales o tostadas? —exclamó Elena mientras cogía su móvil y empezaba a marcar el número de su amiga.
Eran las siete y media de la mañana del que creía el día más importante de su vida y Elena no podía decidir cómo salir vestida para plantarle cara. No solía darle demasiada importancia a la moda y ahora se arrepentía. Era cierto que nadie podría decir que iba descuidada o desaliñada. No tenía mal gusto y sabía qué le sentaba bien y qué no. O eso creía ella. Pero sabía que eso no bastaría para no desentonar en Share TV.
«Me niego a volver a sentirme un patito feo», se dijo la noche anterior. Así que había puesto el despertador a las cinco para tomarse con calma el acicalado completo. Además de ducharse, se había lavado el pelo y se había puesto acondicionador; puesto que sabía que darle volumen era misión imposible, había apostado por pasarle la plancha de su madre. El resultado no era nada satisfactorio, así que, finalmente, lo llevaría recogido en un pequeño moño. Aunque no era un orden lógico, decidió maquillarse antes de vestirse. No sabía qué ponerse, así que, quizás, al verse con la suave sombra, descubriría por qué colores apostar. Se había tenido que maquillar y desmaquillar un par de veces hasta que consideró que el resultado no era perfecto pero sí aceptable.
Por más que había retrasado el momento, ya no podía esperar más. Debía decidir de una vez cómo vestirse. Su madre no había sido de gran ayuda, pero estaba segura de que Lara estaría encantada de darle algún consejo. Conocía a la perfección su fondo de armario, que esa mañana le parecía más clásico y escaso que nunca.
—Lara, Lara, ¡Por Dios! Coge el teléfono. Llámame en cuanto oigas este mensaje. ¡Es urgente! —Calló y añadió—: ¡No!, urgente, no. ¡Urgentísimo! En media hora tengo que salir de casa para irme a la productora y aún no he decidido qué ponerme.
Mientras colgaba, oyó la voz de su padre por el pasillo que le decía a su madre:
—Si es solo un trabajo, ¡por favor!
Estaba claro que no entendían nada ni ellos ni Lara, que no devolvía la llamada. ¿Sería este el primer día en la vida que su amiga había olvidado encender el móvil al levantarse? «¡Ya podías haber escogido otro, mujer!», murmuró mientras se quitaba las dos blusas.
«Volvamos a empezar —pensó—. Esto no va bien». ¿Elena histérica por no saber qué se pone? No era su estilo. Se acercó a la radio y la encendió. Lo hacía cada mañana, y ese día, con las prisas, lo había olvidado. Adoraba empezar el día con música, así que tenía sintonizada una cadena de éxitos —de ahora y de siempre—, como decía la sintonía. Con gracia, una locutora iba mezclando estilos y saltando de década en década. Igual ponía una canción romántica italiana de los sesenta que una de Abba o El rock de la cárcel de Elvis. En ese momento, sonaba Hoy puede ser un gran día, de Serrat. Se alegró: eso solo podía ser una buena señal.
Respiró y, tratando de recuperar la calma, se miró en el espejo. La falda que su madre le había ayudado a abrocharse le pareció un buen inicio. Ni demasiado corta ni demasiado larga. Era recta pero no ajustada. No quería que Luca interpretara lo que no era. Después de aquella entrevista tan surrealista, no estaba segura de por qué la habían seleccionado. Así que, por si acaso, debía marcar terreno desde el primer momento. Ni de lejos estaba dispuesta a convertirse en una «gatita» como aquella con la que se excusaba Luca por teléfono.
Por un momento, sintió curiosidad. ¿Se habría visto al final con las gimnastas rusas? ¿Le habría pescado su novia en las mentiras? Antes se coge a un mentiroso que a un cojo, le repetía siempre su padre, y, aunque ella no lo sabía, en los próximos meses iba a tener oportunidad de comprobarlo en más de una ocasión.
Se acercó a la cama y repasó todo lo que su madre había colocado allí. Optaría por un jersey. Era friolera y, aunque solo estaban en otoño, no quería arriesgarse a pasar toda la mañana temblando. La falda era jaspeada en marrones y verdes oscuros. Por tanto, en las normas más básicas del buen gusto, quedaban descartados colores que no fueran por esa gama. ¡O el negro! El negro siempre saca de un aprieto, se dijo. A Elena le gustaba porque era elegante y discreto. No se lo pensó dos veces y buscó su jersey de ese color, con escote barca.
Lo que faltaba era facilísimo. Abrió el zapatero y fue directa a un par de manoletinas negras. Elena adoraba este modelo: las tenía de infinitud de colores, la mayoría con un pequeño lazo. Eran cómodas, femeninas y fáciles de combinar, solía decirles a sus amigas, quienes no compartían su opinión. Jose era de botas, Belén de Converse de colores y Lara de tacones. Su madre siempre se reía y decía que se vestían los pies tal como eran: una todoterreno, una joven despreocupada y una señorita. Medias y zapatos puestos. Se miró en el espejo. Le gustó el resultado. Lo completó con unos bonitos pendientes de aro que le cogió a su madre.
*****
—¿Mercedes? —preguntó Elena.