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Ser padre es todo un desafío. Cuando se tiene un primer hijo, el desconocimiento hace que nuestra miedo crezca y las visitas al pediatra se convierten en habituales. No dejamos de visitarlo con nuestro segundo hijo, aunque quizá la frecuencia disminuye un poco. Al fin y al cabo, cada hijo es único y distinto y las experiencias también, lo cual convierte al pediatra en la persona más importante para los padres después del propio vástago. En este libro se recopilan anécdotas divertidas sobre pediatras y se incluyen consejos prácticos de médicos renombrados de España.
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Seitenzahl: 237
Veröffentlichungsjahr: 2021
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David Escamilla
Doctor, qué le pasa a mi hijo?
Saga
Anécdotas de pediatras
Copyright © 2009, 2021 David Escamilla and SAGA Egmont
All rights reserved
ISBN: 9788726987898
1st ebook edition
Format: EPUB 3.0
No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.
www.sagaegmont.com
Saga Egmont - a part of Egmont, www.egmont.com
Ser padres siempre es un auténtico reto. Cuando llega el primer hijo, la novedad y, sobre todo, la inexperiencia, hacen que los temores y las consultas al pediatra se multipliquen.
Pero no se engañen, esto también sucede con los hijos restantes aunque, quizá, en menor medida. Tal y como cada hijo es único y distinto, las experiencias también lo son y ello convierte al pediatra en la persona más importante para los padres después del propio niño o niña.
Nosotros somos, efectivamente, los encargados que velar por la salud y atender las enfermedades de los niños, aunque, a veces, establecer el límite que alcanza esta tarea es imposible de determinar.
Comadronas, puericultoras y enfermeras nos ayudan en esta tarea interminable de asesorar y aconsejar a los padres en temas que más bien conciernen a estas áreas, escapando al concepto estricto de salud/enfermedad. Sin embargo, son muchos los padres que piensan que si el consejo procede de un médico, mucho mejor. No en vano estamos hablando de preservar la salud del ser más importante de sus vidas: su hijo.
Es lógico, comprensible y humano. De hecho son muchos los pediatras que al ser padres requieren los servicios de otro facultativo porque son conscientes de que la parte emocional, que inevitablemente aflora ante un hijo propio, puede jugarles una mala pasada y negarles esta objetividad que debe presidir todo diagnóstico.
Y habiendo razonado este punto trascendental, se comprende mucho mejor por qué las anécdotas de los pediatras abarcan no sólo el estricto campo de la pediatría sino que entran en otros terrenos de la sociedad, tal y como irán descubriendo a lo largo de este libro. Y también descubrirán que muchas veces los padres y familiares se convierten en protagonistas de las anécdotas.
Las cuestiones que provocan situaciones anecdóticas son de lo más variado, pero fundamentalmente proceden de la inexperiencia y la ignorancia. No le damos a esta última palabra una connotación negativa, al contrario, se ignora porque no se ha sabido dar la formación precisa, porque ser padres es una función importantísima para la que nadie nos ha preparado. Se va aprendiendo poco a poco, sobre la marcha, leyendo algunos libros sobre niños, donde probablemente no aparezca el caso concreto con el que nos vamos a encontrar.
Por eso, en este volumen dedicado precisamente a esos casos curiosos, a esas consultas que se apartan un poco de lo normal, a la reacción de los padres ante determinadas situaciones y también a la mala información que a veces se recibe en la calle, aunque sea bienintencionada (las creencias populares, los rumores, los consejos...). De muchas de ellas podremos sacar también conclusiones muy precisas, rubricadas por prestigiosos pediatras de toda España. Podemos aprender de una forma amena, porque éste es también un libro didáctico, un manual que no debería faltar en ninguna casa donde haya un niño pequeño y donde, probablemente, podrían añadir alguna anécdota más a las que vamos a referir a continuación.
David Escamilla
Madrid, otoño de 2009
LOS «VETERANOS» DE LA PEDIATRÍA
Todos los testimonios que encontramos en este capítulo pertenecen a pediatras de reconocido renombre, con una larga —incluso a veces larguísima— trayectoria profesional, que no han dudado en colaborar en esta larga recopilación de anécdotas, pese a su interminable trabajo y al poco tiempo del que disponen, al igual que lo han hecho el resto de médicos que han aportado también su granito de arena a este divertido y didáctico libro.
Es Jefe de Servicios de Pediatría y de Urgencias. Profesor titular de Pediatría de la Universidad de Barcelona. Lleva muchos años ejerciendo su profesión en el Hospital de Sant Joan de Déu, donde se ha encontrado con cientos de situaciones anecdóticas de todo tipo. Les refiero algunas de ellas para que puedan hacerse una idea de que el trabajo del médico muchas veces va más allá de ejercer simplemente la Medicina. Hay momentos en que tienen que ejercer también de intérprete, de profesor o, incluso, de conciliador familiar.
Vasos comunicantes
Cierto día me trajeron a un niño para que realizara un lavado del CAE (cavidad auricular izquierda, en el lenguaje médico), para evacuar un cuerpo extraño. Se trataba de introducir agua a una cierta presión mediante una jeringa y solicité la colaboración de una señorita voluntaria, para que aguantara una pequeña palangana (batea), con el fin de no mojar al niño cuando el agua resbalara hacia fuera. Acudió la auxiliar y bien decidida colocó la bandeja bajo el oído contrario.
—Señorita, disculpe, le he dicho la izquierda.
—¡Ah, doctor! ¿Hay que ponerla en el lado izquierdo?
—Claro, es el oído afectado.
—Es que yo creía que si le metía agua por la izquierda, saldría por la derecha. Siempre he creído que los oídos se comunicaban.
Al pie de la letra
En otra ocasión llegó a urgencias una señora con una niña de meses que tenía una infección respiratoria. Como observé que no comprendía muy bien las indicaciones que yo le daba y me preguntaba por medicamentos que no le estaba recentando, le dije muy claramente:
—Señora, no le dé más que Clamoxyl, cada 8 horas. Recuerde, sólo Clamoxyl.
—Sí, sí, ya lo he entendido.
Un par de días más tarde, la teníamos de nuevo en urgencias y la chiquitina berreando sin parar. Entonces la madre va y me dice:
—Doctor, yo creo que no le sienta bien el Clamoxyl, porque desde que se lo doy no para de llorar de esta manera. Creo que además le duele la barriga.
—¿Qué tipo de alimentación le ha dado?
—¿Tipo de alimentación? ¿Qué quiere decir?
—Que si le ha dado papilla de frutas, o biberones...
—¿Biberones? ¿Papilla? Oiga, usted mismo me dijo que le diera sólo Clamoxyl, nada más. Y lo he cumplido al pie de la letra.
La pobre criatura llevaba dos días sin tomar alimento y a ello, naturalmente, se debía su llanto.
Lenguaje tranquilizador
En una época en que había mucho sarampión, que hoy gracias a las vacunas se ve muy poco, una madre llegó con su hijo al hospital. El sarampión es una enfermedad que cursa con enrojecimiento de ojos, estornudos, mucha tos y, por supuesto, una erupción considerable. No obstante, es una enfermedad benigna y que cuando aparece la erupción prácticamente ya ha pasado.
La madre trajo al niño con todo este cuadro clínico y el médico de guardia, queriendo tranquilizarla, le dijo:
—No se preocupe, que esto no es nada.
—¿Cómo que el niño no tiene nada? ¿Cómo no va a tener nada si está con fiebre y mire qué aspecto tiene?
El médico, sin inmutarse, le dijo:
—Mire, su hijo tiene una enfermedad exantemática, que cursa con conjuntivitis, con rinitis, con un cuadro de catarro y que tiene un origen vírico por el virus del sarampión.
Más tranquila y conforme, la madre se volvió hacia su hijo y le dijo:
—¡Ay, hijo, si es que lo coges todo!
Pequeños tiranos
En Urgencias, y también en las consultas, vienen a veces niños súper mimados y consentidos. Cuando me encuentro con estos casos, además de la medicación que puedan precisar, siempre hago dos recetas muy clásicas para los padres y además se las explico. Una de ellas dice: «Empezar a comprar madera, toda la que pueda». Los padres, extrañados, suelen preguntar:
—¿Qué quiere decir con esto, doctor?
—Pues que al paso que van, un día el niño les pedirá la luna y tendrán que ir a buscarla, así que tendrán que construir una escalera de considerables dimensiones.
La otra receta es: «Vale por una noche en el Hotel Princesa Sofía». Ésta la suelen comprender mejor.
Hay muchos niños que tiranizan a los padres a la hora de ir a dormir. No quieren dormirse si no está el padre o la madre a su lado. A veces la madre está con el crío un par de horas y luego la sustituye el padre. Esas parejas, a lo mejor, pasan seis meses que ni se han encontrado ni nada ni nada, así que la receta tiene un gran sentido.
Fiebre del sábado noche
En las Urgencias de los hospitales, solemos tener una gran afluencia de gente... aunque no siempre a la misma hora. A partir de las 5 de la tarde la sala de espera comienza a llenarse y está a tope hasta las 12 de la noche. Coincide con la salida de los colegios y los horarios en que los padres suelen llegar a casa. A veces, sin embargo, han tenido al niño todo el día con fiebre, pero esperan hasta esas horas para traerlo.
—Sí, doctor, con esa fiebre, cualquiera se encierra en casa por la noche —suele ser el comentario.
Como paradoja les diré que ni el fútbol afecta a las salas de espera de pediatría en esas horas punta. Sólo en dos ocasiones a lo largo de mi carrera profesional, he visto la sala completamente vacía. La primera fue en con el golpe de Estado del 23-F. En cuanto comenzaron a emitir por TV lo sucedido, no vino nadie. Eso, en parte, tenía su lógica.
Sin embargo, la segunda vez que se produjo una ausencia total de pacientes, es más curiosa. Fue el día que murió Lady Di. Ese día tampoco tuvimos prácticamente trabajo.
Médico oftalmólogo, especialista en Motilidad Ocular y Estrabismo del Centro de Oftalmología Barraquer, de Barcelona. Treinta y cinco años de dedicación a la oftalmología pediátrica han sido muy enriquecedores en cuanto a vivencias, resultados satisfactorios y también, ¡cómo no!, salpicados de anécdotas, algunas francamente divertidas.
Solidaridad familiar
Recuerdo el caso de un niño, hijo único que tuvo que someterse a rehabilitación visual (parche ocular) en el transcurso de un año. Puso por condición a padres y abuelos, con los que convivía, que el parche lo tenía que llevar toda la familia las mismas horas y en el mismo ojo. De este chantaje tuve conocimiento en una de las visitas de control, que acompañaban los abuelos que me mostraron una foto familiar del cumpleaños del niño en la que todos figuraban con el parche además del perro de compañía.
Me confirmaron que todos hicieron cumplimiento espartano del protocolo terapéutico para que el niño no claudicara. Suerte de que por aquel entonces no estaban a la venta móviles, ordenadores, juegos electrónicos... que hubieran dejado vacías las estanterías de El Corte Inglés.
Cría fama...
Otro niño que presentaba estrabismo convergente y según comentaban padres y educadores era el terror de su clase. Seguramente su bizquera fuera responsable de que se burlarán de él y como mecanismo de defensa adoptara ese comportamiento, que tuvo incluso asesoramiento psiquiátrico.
Le realicé cirugía de estrabismo con resultado satisfactorio que cambió el carácter del niño de la noche a la mañana.
A los días recibí la felicitación de tutor y padres atribuyéndome poderes mágicos que no me correspondían. Esto trajo consigo una avalancha de solicitud de visitas de alumnos de su colegio que presentaban patologías que afectaban a la personalidad (déficit de atención, hiperactividad,...) de las que yo no era especialista, pero en vista de aquel resultado era yo el elegido.
Después de varios encuentros, les hice comprender que eran otros médicos especialistas los que tenían que tomar partido.
La gota que colma el vaso
Cuando era residente, en una de mis guardias atendí a una niña con infección ocular que necesitó tratamiento con colirios instilados en los ojos. Cuando al día siguiente acudió a la cita acordada para ver la evolución de horas y preguntar qué tal había hecho el tratamiento mi sorpresa fue que las gotas no se administraron en los ojos por oposición de la niña, sino que se instilaron en el vaso de leche del desayuno. Suerte de que eran gotas antibióticas y fue sólo en una ocasión.
Esto nos enseña que hemos de explicar en cada caso los pasos a seguir por sencillos y congruentes que sean.
Santiago García-Tornel (Barcelona)
El doctor Santiago García-Tornel Florensa es profesor asociado de la Universidad de Barcelona y Jefe Clínico del Servicio de Pediatría del hospital infantil Sant Joan de Déu, de Barcelona. A lo largo de su larga e intensa vida profesional ha vivido situaciones anecdóticas que refleja en su blog «Reflexiones de un pediatra curtido» de forma habitual, junto con una variada e interesante información que resulta de gran utilidad para muchos padres.
Contra el sobrepeso: alimentación correcta y deporte
A la vuelta de las vacaciones suelo ver a algunos padres muy preocupados porque el peso de sus hijos ha descendido ligeramente desde que terminaron el curso. La escena suele transcurrir de la siguiente manera:
Pesamos y medimos a Joel, que cumplirá en octubre siete años y la báscula indica que pesa 250 gramos menos que en junio. No obstante, el peso es adecuado a la estatura y hay que decir que a final de curso estaba un poco por encima de la gráfica.
—Muy bien, todo correcto.
—Pero, doctor, si pesa menos que a principios de verano...
—Sí pero esto sólo indica que ha comido sano y también que se ha movido lo suyo.
—Pues sí, se pasaba el día en el agua, montando en bici o jugando con la pelota... pero no tenía mucho apetito. Nos costaba mucho hacerle comer, sólo quería frutas o ensalada en la que también teníamos que poner alguna fruta. Pescado y carne, ni verlo. Nos las hemos tenido que ingeniar para que los tomara de vez en cuando. De todas formas, ¿ese descenso de peso no puede indicar que algo vaya mal, que tenga alguna enfermedad?
—No, en este caso, como en otros muchos, no es negativo en absoluto. El ligero sobrepeso que tenía al terminar el curso indica que Joel se movía poco y que la alimentación era demasiado rica en grasas y azúcares.
También les aclaré a los asombrados padres que posiblemente muchos niños de ahora morirán a edades más tempranas de las que lo harán sus propios padres y eso, precisamente, a consecuencia de la obesidad y de las enfermedades que ésta lleva asociadas. El control del peso de los niños es fundamental para su salud y no sólo porque estén demasiado delgados, sino también en sentido contrario. Entre los 2 y los 19 años, es importante realizar periódicamente, cada trimestre, por ejemplo, un test de control de masa corporal (IMC), que indica si la relación peso/estatura es la correcta.
La estatura se mide poniendo al niño bien recto contra una pared y con los talones prácticamente pegados a ella, marcando una señal a nivel de la parte superior de la cabeza. Si cada vez el IMC es más alto, algo no funciona bien. En este caso hay que revisar lo que come el niño o la niña. Aunque a los padres y abuelos les cueste aceptarlo, es muy probable que tome demasiadas «chuches» o alimentos y bebidas azucaradas, bollería y grasas en general, lo cual le perjudica.
No obstante, es cierto que hay niños inapetentes y algunos de estos casos, la angustia de la madre por conseguir que tomen el mínimo alimento necesario para su supervivencia, parece aumentar la inapetencia del crío, como si se contagiara de la angustia. Por eso siempre les digo a las madres que intenten relajarse y que no insistan demasiado cuando el niño rechaza la papilla o la comida. Pueden volver a intentarlo más tarde.
Genialidades para que el niño coma
Pero todos sabemos cuántas cosas hacen los papás para conseguir que los peques «se lo coman todo»: cantar, bailar, contar cuentos, «el avión», el coche, el tren y toda la gama de medios de transporte, o apelar a las emociones «una cucharadita para papá, otra para mamá...» y un variado abanico de posibilidades a cual más insólita.
También suelen probar con las presentaciones de los alimentos: plato de verduras formando la cara de un payaso con la zanahoria, las judías tiernas, la patata y un par de aceitunas negras por ojos. Unos colines de pan a modo de barco sobre el puré o la sopa y mil cosas más, que sólo las primeras veces dan resultado. Con ello tal vez no se consiga que el niño coma más, pero la creatividad de los padres se estimula de un modo extraordinario.
Recuerdo que hace algunos años, una preocupada madre de un chaval de dos años que me contaba en cada visita todo lo que tenía que hacer para que su hijo comiera (y a la que yo recomendaba relajarse un poco porque el niño estaba en su peso correcto y con muy buena salud), llegó un día a la consulta exultante.
—Doctor, ya tengo el truco perfecto. Ha comido carne, pescado o pollo cada día desde hace dos semanas.
—¿Y cuál es el truco?
—Se lo doy muy picadito y mezclado con helado de vainilla. Se lo traga todo sin rechistar.
Otros padres preocupados por la inapetencia de su hijo de 8 años, vinieron a la consulta y plantearon así la situación.
—Doctor, ese niño no come nada desde que nació.
—¡Milagro!
Aspirantes a multimillonarios
Las anécdotas, en la consulta del pediatra, creo que se clasifican por épocas. Algunas, como hemos visto, ocurren después del verano y otras, en Navidades. Por esas fechas, suelo preguntarles a los niños si ya han escrito la carta a los Reyes o qué le piden a Papá Noel. Las respuestas las encuentro muy ingeniosas, pues son el fiel reflejo del turboconsumo imperante. Ahí van algunas:
—Todavía no la he escrito porque no he repasado todos los catálogos.
—La estoy escribiendo: voy por la página siete.
—Yo sólo pido dos cosas porque son pocas y así me las traerán: un ordenador y una videoconsola (total unos 2.000€).
—¡Mamá, ¿qué he pedido a los Reyes?!
—Las estoy señalando en los catálogos y seguro que lo sabrán aunque no escriba.
—Hago una carta cada día (supongo que el peque en cuestión enviaría un libro encuadernado).
Ni tanto ni tan poco
En las consultas es normal que tras visitar al niño o la niña, los padres hagan algunas preguntas. Lo que ya no es tan normal es el caso de una señora que cuando venía a las revisiones del niño, traía apuntadas las preguntas en uno o dos folios. Naturalmente, para responder a todo aquello, que muchas veces no guardaba relación con la visita, hubiésemos necesitado toda la tarde y otros niños me esperaban.
Otros padres, en cambio, pecan por el lado contrario, de no atreverse a preguntar y aclarar sus dudas dentro de lo razonable.
Tuve hace ya un tiempo un pequeño paciente que vino en un estado gravísimo. Tenía una sepsis múltiple y las expectativas eran poco esperanzadoras. Sin embargo, contra todo pronóstico, respondió muy bien al tratamiento y fue mejorando poco a poco. Aún así, su estancia en el hospital, entre los días que pasó en la UCI y los que estuvo en planta, duró un mes y medio. Justo el día que ya le dieron el alta al niño, la madre cogió por el brazo al médico, que había ido a hacerle la última revisión antes de firmar la salida del hospital, y en tono confidencial le preguntó: «Bueno, doctor, ¿y qué ha sido».
Durante todo ese tiempo, no había entendido en absoluto las explicaciones de los médicos que atendieron al niño y tampoco se había atrevido a hacer preguntas. No tenía ni la menor idea de por qué su hijo había pasado todo aquel tiempo en el hospital.
Mamá sabionda
Cierto día visité a una niña cuya madre cuestionaba todo cuanto lo decía y lo rebatía utilizando un lenguaje pseudomédico, argumentando que ella sabía esto y aquello. Mi paciencia también tiene un límite y aquel día se colmó, así que tras dejarle claro mi diagnóstico respecto al crío y extenderle la receta, no me pude contener y le dije: «Señora, parece usted una enciclopedia», porque era realmente pesada, aunque reconozco que me lo podía haber ahorrado, pero también los médicos somos humanos y exploté. Se marchó de la consulta muy enfadada. Al cabo de un rato me avisa la enfermera de que el marido de la señora quería verme.
—A una señora no se la llama enciclopedia —me dijo—. Que usted lo sepa.
Y se marchó con la cabeza alta, dejando claro que su dignidad y la de su esposa habían quedado a salvo.
Revuelo en la consulta
Cierto día, en la consulta del hospital, tocaba atender a un niño que se llamaba Aitor Illa, si ustedes prueban a leer este nombre seguido, seguro que les sonará igual que «hay tortilla». Pues bien, lo que se oyó al llamar la enfermera fue. «Hay tortilla, despacho 26». Ya pueden imaginar el revuelo que se montó en la sala para no quedarse sin su ración.
Azules como el mar
Una de las preguntas del millón en la consulta es qué color de ojos tendrá el bebé cuando sea mayor. Sabemos que el españolito medio los tiene marrón vulgar y algunos negros bonitos. Pero de vez en cuando sale con como una seta un bebé con los ojos azules, para alegría de padres y familiares. Tener niños rubios y con ojos azules se manifiesta como si fuera la repera. Muchos, muchos papás y mamás, unos con soltura y otros con timidez o muy cortados, cuando traen sus bebés a las primeras visitas, sueltan:
—¿Verdad que parece que tendrá los ojos azules?
—Todavía es muy pronto para decirlo, en general todos los bebés tienen los ojos de un color indefinido que más bien parece azul marino, pero con el paso de los días muchas veces se va tornando marrón.
—Pero es que parece que los tiene más claros que cuando nació...
Mientras, observo que tanto el padre como la madre tienen los ojos marrones.
A mi consulta viene una mamá que, además de guapa, lo digo con todo mi respeto, es simpatiquísima y desenvuelta. Alta, altísima y parezco un «pitufo» a su lado. Pues bien, cuando nació su última hija ya me dijo: «Esta niña tendrá los ojos azules más bonitos que usted haya visto». Bueno, pensé, el tiempo le dirá que no serán tan azules porque muchos han cambiado el color de los ojos hacia los 6 meses y así se lo dije. A cada visita me decía: «A que tiene los ojos cada vez más bonitos y más azules». La verdad es que al principio pensaba que tenía suerte y que su «predicción» era temporal. Con el tiempo me convencí de que era la niña bonita de los ojos azules. La niña tiene unos ojazos azules de aúpa.
La premasticación
Los «papis» de España tienen un miedo atroz a que el niño se atragante cuando se le empiezan a dar alimentos más compactos. Por ello, usan a troche y moche artilugios para triturar hasta el infinito la comida del bebé para evitarlo. No me canso de repetir que esos maléficos artilugios deberían desaparecer o, por lo menos, usarlos con moderación. Ahora me he enterado de una «guarrada» que hacen algunos para no usar esos instrumentos o porque su economía no les permite comprarlos y es la llamada «premasticación». Uno de los padres mastica primero la comida en su boca y luego se la dan a su hijo para que la trague sin dificultad. En resumen, una trituradora humana sencilla y económica. Pero eso es un peligro ya que la boca es un orificio contaminado y se han descrito, recientemente, tres casos de SIDA en niños transmitidos por la persona que «premastica» la comida. En España nadie exige a los cuidadores un certificado de salud para cuidar a un niño.
La otra guarrada amorosa para «limpiar» el chupete e intentar dejarlo impoluto si se ha caído al suelo es chuparlo antes de dárselo al niño. Esa cochinada es muy frecuente y los padres lo hacen con la mejor voluntad sin saber que su boca es como una cloaca de aguas negras.
Tenedor y pasapurés, con eso basta. Y las manos del bebé que a partir de los 9 meses puede ser más autónomo comiendo.
Visión de futuro
También tengo una anécdota que no protagonizan padres ni niños, sino un servidor que en un momento dado me convertí de algún modo en «vidente».
A mí siempre me han gustado los temas relacionados con trastornos del comportamiento (en Estados Unidos hay una especialidad llamada Developmental and Behavioral Pediatrics, inexistente en España). Hace más de 10 años me presentaron a un joven psiquiatra madrileño que acababa de aterrizar en Barcelona procedente de la prestigiosa Clínica Mayo de Rochester. Como es comprensible, empezaba a abrirse paso en una selva de psiquiatras asentados y afamados. Esa era una tarea titánica y larga. Yo ya había percibido, por los artículos publicados, por los congresos, por mis escritos y por seguir intentando estar al día en mi especialidad, que el TDAH (Trastorno de Déficit de Atención e Hiperactividad) era un trastorno importante o, mejor dicho, de primera magnitud. En aquella época nadie lo conocía: ni maestros, ni padres, ni los estamentos sociales, pero era evidente que tarde o temprano saldría a la luz. Le aconsejé al joven psiquiatra, y creo que me está agradecido por ello, que por su gran formación profesional y por haber vivido en Estados Unidos donde este problema era ya muy conocido, se especializara en TDAH como actividad preferente. Fue el primer psiquiatra infantil que consiguió un reconocimiento social y médico por haberse especializado en ello. Su fama se extendió como la pólvora. Ahora, si le pides hora de visita, parece como si compraras entradas para un concierto de los Rolling Stones, con meses de antelación. Eso, no obstante, es también fruto de su sabiduría en la materia y de su buen hacer profesional.
Los sinónimos más utilizados para referirse a los órganos sexuales
Hace años acudió una recatada mujer a las consultas de ginecología en los inicios de mi hospital. El médico le preguntó que le ocurría y la paciente se sonrojó, calló y al cabo de unos segundos dijo con voz queda: «Me pica donde mi marido me administra el sacramento del matrimonio». Otra, tras la misma pregunta respondió muy decidida dirigiendo su dedo índice hacia la entrepierna: «Me pica».
Una madre se ha sorprendido de la cantidad de acepciones que tiene el pene en términos populares y no cree que haya tantos para el complejo anatómico vulva, clítoris y vagina. Como suena a taco y «chocho» parece muy vulgar algunas mamás y papás se quedan en el «le pica ahí» o en el «pepito», y que recuerda más a un bocadillo de lomo que a una zona anatómica.
Resulta curioso que muchos niños y sus propios padres, en lugar de llamar a los órganos sexuales o el aparato genital por sus nombres, utilizan los más variados epítetos. Hemos seleccionado los más frecuentes para los niños y para las niñas.
Pene
Vagina
› Pito
› Almeja
› Cuca
› Almejita
› Pijo
› Bollito
› Pilinga
› Chichi
› Pajarito
› Chinguirindongui
› Rabito
› Chirri
› Canario
› Chochito
› Picha
› Chocho
› Pirula
› Chumino
› Nabo
› Chumino
› Concha
› Conejito
› Conejo
› Cosita
› Cuevita
› Felpudo
› Panocha
› Patatona (catalán)
› Potorro
› Princesa
Como pueden ver tanto en el aparato genital masculino como en el femenino tenemos una amplia variedad de términos que los pediatras debemos dominar. Esto nos ocurre en situaciones tan vulgares como no hace «popó» (caca), por ejemplo.
Mis diversiones favoritas
A mí me gusta mucho estar informado. Todos los temas me parecen interesantes y mucho más los que se refieren a los niños. Y no siempre son cosas científicas las que me llaman la atención. Las curiosidades también me gustan. Por ejemplo, los «rankings» de los nombres preferidos por los papás para sus vástagos, me parecen muy divertidos. Aquí les reproduzco la lista de nombres en Estados Unidos de 2007.
En la columna de la izquierda figuran los nombres de los chicos y en la de la derecha la de las chicas— Entre paréntesis figura el puesto del año anterior.
›
1 Jacob (1)
Emily (1)
›
2 Michael (2)
Emma (2)
›
3 Joshua (3)
Madison (3)
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4 Ethan (5)
Isabella (6)
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5 Matthew (4)
Ava (9)
›
6 Daniel (7)
Abigail (4)
›
7 Christopher (9)
Olivia (5)
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8 Andrew (6)
Ana (7)
›
9 Anthony (8)
Sophia (11)
›
10 William (11)
Samantha (8)
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1 Alejandro
Lucía
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2 David
María
›
3 Daniel
Paula
›
4 Pablo
Laura
›
5 Adrián
Marta
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6 Álvaro
Alba
›
7 Javier
Andrea
›
8 Sergio
Claudia
›
9 Carlos
Sara
›
10 Marcos
Nerea
›
11 Iván
Carla
›
12 Hugo
Ana
En España disponemos de los datos de 2005-2006, no he logrado aclararlo muy bien y hay alguna pequeña diferencia según «fuentes oficiales»
Los datos del Instituto Nacional de Estadística reflejan que una quinta parte de los niños nacidos en 2005 llevan uno de los diez nombres más frecuentes. En el caso de las chicas, los diez más habituales suman casi la cuarta parte del total.
Y también se recogen los datos de los nombres más puestos en cada comunidad autónoma: