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Esta es la historia de un eterno inquilino de las tablas. Pepe Rubianes nos cuenta su vida, sus opiniones, sus miedos, sus gustos. Digamos que lo cuenta todo y, cómo no, con ese humor tan característico que le convirtió en uno de los cómicos más irreverentes de España.
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Seitenzahl: 143
Veröffentlichungsjahr: 2022
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David Escamilla Imparato
La historia de un hombre libre
Saga
Rubianes 100x100
Copyright © 2009, 2022 David Escamilla and SAGA Egmont
All rights reserved
ISBN: 9788726988031
1st ebook edition
Format: EPUB 3.0
No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.
www.sagaegmont.com
Saga Egmont - a part of Egmont, www.egmont.com
No estoy seguro de cómo me convertí en comediante o actor cómico. Tal vez no lo sea. En cualquier caso me he ganado la vida muy bien durante una serie de años haciéndome pasar por uno de ellos.
Groucho Marx
Rubianes somos todos
Las primeras palabras de un prólogo son tan complicadas como la primera escena de una obra de teatro. Debe tener fuerza, chispa y garra para que el espectador (en este caso el lector) quede atrapado en su butaca. No es una tarea fácil. Los publicistas dicen que una buena manera de iniciar un espot televisivo es con un incendio. Es algo que llama la atención.
Al bueno de Pepe también le tenía obsesionado el tema de la presentación de su espectáculo. Y de ello hizo un gag. Todos nos reíamos cuando mostraba sus múltiples opciones. Por ejemplo: «Querido público, gracias por su asistencia, debo decirles que han estado muy acertados al tomar la sabia decisión de venir a verme.» Ésta le parecía prepotente. «Eso de sabia decisión puede quedar chulesco», decía. Segunda opción: «Amigos, gracias por venir, por dedicarme un tiempo de su valiosísima vida...» Ésta la consideraba muy pelota. Descartada también. Tercera idea: «Señoras y señores, respetable público, quisiera darles la bienvenida a este teatro...» Ésta le parecía cursi.
Estaba tan desesperado que decidía iniciar su show en inglés, porque «eso da nivel». Y también lo probaba en alemán, chino y árabe. La gente se partía de risa, pero él tampoco quedaba convencido. Finalmente acababa saludando en una mezcla de idiomas, un «esperanto arrubianado», con palabras en inglés, alemán, catalán, castellano, portugués, ruso e italiano.
Yo he decidido que empezaré este prólogo por el final. Un final que el lector ya conoce: Pepe Rubianes no está entre nosotros. Nos dejó el 1 de marzo de 2009. Esta vez es un viaje sin retorno. No se ha ido a Kenia, a Cuba o a Egipto, algunos de sus destinos preferidos. No lo encontraremos en la sabana, en la isla de Pascua o en Bora-Bora. Ni tampoco en Argentina o en Bolivia, dos países que le encantaban. Ni tan siquiera se ha escondido por algún rinconcito de la Barceloneta, el barrio que llevaba en el corazón. Se ha ido para siempre. Y lo único que espero, porque ése era su deseo mil veces repetido, es que se encuentre cómodamente instalado en el infierno, al lado de sus personajes preferidos. El cielo le provocaba un gran pavor. El simple hecho de pensar que podía pasarse toda la eternidad al lado de aquellos santos tan aburridos le creaba una gran ansiedad.
Los buenos cómicos no deberían morirse nunca. Son un bien común, un servicio público, una especie de medicamento colectivo sin efectos secundarios para superar estados de tristeza y depresión. Pero la muerte no entiende de profesiones. De hecho, no entiende de nada.
La muerte de Pepe conmocionó a la opinión pública. Pocas veces un artista ha recibido tantos elogios y tantas muestras de cariño. Y no sólo de los compañeros de profesión o de los políticos. Los que más han llorado su desaparición han sido los ciudadanos anónimos. Esa gente fiel que siempre llenaba el Club Capitol, el popular teatro de las Ramblas, para presenciar y aplaudir Rubianes, solamente, el monólogo de los monólogos.
Y con una particularidad. Muchos espectadores repetían cada temporada. Un fenómeno poco frecuente en el mundo del teatro. Todavía hoy muchos profesionales del sector se preguntan cómo conseguía Pepe llenar cada noche la platea del Club Capitol. ¿Un fenómeno sobrenatural? ¿Un milagro? ¡No! Un gran artista.
A Pepe Rubianes me lo presentó mi padre cuando yo todavía era un chaval. Paradójicamente los dos fallecieron con un año justo de diferencia. Mi padre murió en marzo de 2008 y Pepe en marzo de 2009. Desde el primer día que lo conocí quedé fascinado con su simpatía y don de gentes. Era un hombre fresco, directo, original, creativo. Por aquel entonces yo era un niño que nadaba y jugaba en las instalaciones del Club Natació Barcelona, centro deportivo y de relax del cual fuimos socios los dos.
A partir de aquel momento seguí con pasión y devoción su carrera artística y personal. Asistí a todos sus montajes teatrales (fui un espectador agradecido y entregado), coincidimos en actos públicos, estrenos y tertulias radiofónicas y compartimos más de un café por los bares de las Ramblas, la Barceloneta y el Raval. Era un maravilloso seductor, un comunicador ágil y travieso, un devorador de sensaciones. Y yo caí rendido a sus pies, como tanta y tanta gente. El perfil de su seguidor no tiene perfil. Hay de todo: hombres, mujeres, veinteañeros, jubilados, solteros, casados, blancos, negros... De todo, no, perdón. Los fachas no pueden con él.
Mi relación con Pepe vivió un momento mágico en 1999: la publicación de un libro sobre su vida y su obra. Fueron unos meses increíbles. Acudía por las tardes al Club Capitol y, después de los saludos y bromas de rigor, conectaba mi grabadora (uno de aquellos trastos que ahora parecen antediluvianos). Rubianes es uno de los pocos artistas que he conocido que se excitaba positivamente con un micrófono abierto. ¡No había quien lo parase! Vaya verborrea. Te contaba lo posible y lo imposible.
La mayoría de sus historias y anécdotas eran verídicas, pero también es verdad que algunas de ellas se acercaban peligrosamente al mundo de la ficción. Estaban en los límites de la realidad. O al menos eso es lo que yo creía. De todas maneras, resultaban tan divertidas, tan entretenidas, tan verosímiles que yo pensaba: «Si es una trola, bienvenida sea. ¡Que vivan las trolas!»
Esas conversaciones infinitas acabaron con todas mis provisiones de pilas y cintas de casete. La grabación no sólo se realizaba en el camerino del teatro, poco antes de la función. También nos «psicoanalizábamos» paseando tranquilamente por las Ramblas y calles adyacentes y picoteando en uno de los restaurantes históricos de la ciudad, el Amaya.
Pepe hablaba y hablaba. Y yo, grababa y grababa. Vaya dos. Y claro, resulta que al final de aquella historia, de aquella conversación eterna sin guión, nació un libro maravilloso que era más suyo que mío. Con el material publicado y con material inédito que no utilicé en su momento he redactado, con el máximo rigor, cariño y complicidad, el ejemplar que ahora tienen en sus manos. Se trata de una reflexión sincera e íntima de la importancia que ha tenido la figura de Pepe Rubianes en el mundo del teatro y en la sociedad catalana y española. Algunas de sus opiniones son un chorro de libertad y frescura en estos tiempos de anquilosamiento.
En los últimos años he seguido la trayectoria de Pepe con la misma atención y complicidad de siempre. La profesional y la personal. Y puedo decir, sin miedo a equivocarme, que siempre se mantuvo fiel a sus principios. Lo que pensaba en 1999 lo seguía pensando en el 2009. Esa coherencia es la que me ha permitido recuperar, a veces sin cambiar una coma, sus opiniones sobre los grandes temas filosóficos: el amor, el sexo, el teatro, la política, la religión, la familia, la amistad, los viajes, la vida y la muerte.
Rubianes siempre dijo en voz alta lo que otros pensaban pero no se atrevían a exponer en público por miedo o prudencia. Era el rey de lo «políticamente incorrecto». Pocos artistas han sido tan sinceros, aunque en alguna ocasión su atrevimiento desató la ira de los sectores más carcas. El problema de Pepe (si es que esto es un problema) no era lo que decía, sino cómo lo decía. En sus intervenciones, las palabras «puta» o «cojones» eran un clásico innegociable. Y por mucho que el Vaticano se enfadara no estaba dispuesto a sustituirlas por «córcholis» o «pardiez».
Se crió entre edificios mugrientos y adoquines húmedos de la Barceloneta y el Casc Antic de Barcelona. La calle fue su escuela. Ya desde pequeño le encantaba contar historias (lo que más tarde serían sus monólogos). Sus compañeros de la escuela alucinaban con sus relatos, casi siempre inventados.
Aquel niño despierto, travieso, y muchas veces malo, se convirtió en uno de los grandes monologuistas de todos los tiempos. En un trovador moderno. En el escenario, Pepe no necesitaba prácticamente nada. Consiguió el éxito con un planteamiento minimalista: una camisa negra o roja, un pantalón oscuro, una amplia sonrisa, unos gags, unos improperios y ya está. Pepe tenía más que suficiente con esa modesta estructura porque era un actor de largo recorrido. No toda la gente de su generación puede presumir de haber trabajado con Fernando Fernán Gómez, Dagoll Dagom o Albert Boadella. Pepe hacía fácil lo difícil. Y eso sólo lo consiguen los actores que durante muchos años han ejercido su profesión en escenarios de todos los colores: grandes, pequeños, famosos, alternativos, extranjeros y canallas.
Su currículum es un festival de fuegos artificiales. Hay luz y ruido por todas partes. Su primer gran éxito fue No hablaré en clase, un montaje que triunfó en L’Aliança del Poblenou y que retrataba la severa y represiva escuela franquista (él la había vivido y sufrido en sus propias carnes). Más adelante formó parte de dos obras tan legendarias en la historia del teatro catalán como Antaviana, basada en la obra de su amigo Pere Calders, y Operació Ubú, de Albert Boadella.
Cansado de trabajar en equipo, decidió independizarse (una de sus filosofías vitales). Y ya en solitario estrenó monólogos memorables como Pay-Pay, Ño y Sin palabras. La prensa y el público se pusieron por una vez de acuerdo: «Este chico vale mucho.»
Y llegó Rubianes, solamente. Cada vez que paso por delante del Club Capitol pienso en el espectáculo. Aquélla fue su casa durante muchos años. Ese monólogo fue un fijo de la sala 1. Como tantos y tantos ciudadanos de este país, yo siempre esperaba con ilusión el inicio de una nueva temporada para ver de nuevo su show. El título no variaba (Rubianes, solamente, por supuesto), pero el contenido siempre ofrecía apetitosas novedades y alguna que otra sorpresa.
Ya nunca más volveremos a reírnos con esos chistes rellenos de sinceridad. O de aquella sinceridad disfrazada de broma. Rubianes empezaba su show con algunos recuerdos familiares, básicamente las batallitas de su tatarabuelo, el que no se hizo millonario. Después reflexionaba sobre el trabajo. «A la mierda con el trabajo», soltaba con rabia, mientras el público reía y aplaudía al unísono. Otro momento delirante era el que hacía referencia al «plan de pensiones para la vejez». «A los 80 años, cuando estás en la flor de tu vida, te dan el dinero para que lo gastes en fiestas y juergas», proclamaba con sarcasmo desde el escenario. Y luego llegaban los números completamente surrealistas de «la gorra en los huevos» o de «la bacteria boba».
Y entre risas y carcajadas, Rubianes se despachaba a gusto contra las hipotecas que oprimen y esclavizan: «Es un invento estupendo. Te tiras 30 años, que pasan sin darte cuenta, volando, y el piso es tuyo.» Tampoco salían muy airosos los obispos, Bush, Fraga, Aznar... y el político de turno que estuviera en el poder y fuera de derechas. Su discurso sobre el mundo de los solteros y casados también provocaba el aplauso cómplice del público. Rubianes, en el escenario, reivindicaba su condición de soltero, pero con su fina ironía. Era desternillante cuando se disculpaba por salir con veinteañeras delgadas y con pechos firmes que eran modelos. «Lo siento, pero las de mi edad están todas ocupadas», se excusaba. Y cuando se refería a los casados lo hacía con una burla tan divertida como cruel: «Supongo que los casados estarán deseando que se acabe la función para llegar a casa y dejarse llevar por el desenfreno sexual. En todo caso, que ellos se vayan, y los solteros nos quedamos un rato más.»
Y entre su «cágate lorito» y su «me cago en la puta», Rubianes desgranaba el número de «la abuela y Satanás», el de «la masturbación», el de «los fachas» («notarán su presencia por el olor a mierda») y el de «Paco Rubiales». Nada ni nadie salía con vida de aquel matadero cómico. Ni la Iglesia, ni los militares, ni el mundo del fútbol (tremenda era su imitación del ex presidente del Barça Joan Gaspart), ni los Reyes. Y no nos referimos a los de Oriente, precisamente.
Algunas voces han reclamado que la sala 1 del Club Capitol pase a llamarse Pepe Rubianes. Son las mismas voces que reclaman una calle en Barcelona con su nombre. Tendremos que esperar un poco, pero estoy convencido de que las dos propuestas serán aceptadas. La normativa municipal vigente en Barcelona indica que no se puede dedicar una calle a ningún personaje si no han pasado cinco años desde su muerte. Eso será posible, pues, en el año 2014. El alcalde de Barcelona, Jordi Hereu, manifestó que era «seguro» que el ayuntamiento dedicaría una calle al cómico.
Antes de su muerte, Pepe estrenó dos obras de fuerte contenido sentimental. Lorca eran todos era su particular homenaje al poeta granadino y una reivindicación de la memoria histórica. Se basó en textos de Ian Gibson, Agustín Perón y José Luis Vila-San-Juan. Fue su debut como director teatral, algo accidentado por cierto porque los medios de comunicación más conservadores lanzaron una gran campaña contra su persona por las declaraciones en TV3, donde había cargado contra la «España cavernícola, casposa y fascista». Uno de esos medios escribió el día de su muerte: «Pepe Rubianes, el actor y director catalán que insultó a todos los españoles en TV3, ha muerto este domingo en su casa de Barcelona.» Penoso.
En Madrid, la obra sólo pudo estrenarse en el local de Comisiones Obreras, que se ofreció para acoger la función en su sede cultural. En un principio tenía que representarse en el Teatro Español, pero Pepe suspendió la obra ante las numerosas amenazas recibidas. A pesar de la polémica, Lorca eran todos recibió excelentes críticas. El público, puesto en pie, dedicó una larga ovación a los actores del montaje. Algunas personas, la mayoría con banderas preconstitucionales, se manifestaron con el lema: «Rubianes, eres un actor nefasto, pero España no tiene la culpa.»
Setecientos profesionales firmaron un documento para apoyar a Pepe Rubianes. En él se decía: «Manifestamos nuestro rechazo a cualquier interferencia política y mediática en el terreno abierto y libre de la cultura.» Entre los firmantes estaban Marisa Paredes, Josep Maria Pou, Gutiérrez Aragón, José Luis Gómez, Tristán Ulloa, José Coronado, Aitana Sánchez Gijón y otros nombres muy conocidos del cine y del teatro.
Aunque Pepe era un hombre que aguantaba con entereza los golpes de la vida, aquella polémica le dejó algo tocado. Le parecía increíble que un cómico como él estuviera en boca de todos. La campaña orquestada acabó desgraciadamente en los tribunales.
Su último montaje fue La sonrisa etíope, un hermoso recopilatorio de anécdotas y vivencias, algunas muy surrealistas, de sus viajes por África (Kenia, Sudáfrica, Etiopía). El espectáculo contaba con la presencia de bailarinas etíopes. Curiosamente, unos problemas con los visados de las chicas retrasaron el estreno de la obra. Pepe solía subrayar que era difícil de entender cómo ese pueblo, con lo que había llegado a sufrir, siempre tuviera su mejor sonrisa a punto. Y advertía a las bailarinas que el público catalán era un poco más serio que el africano. «Allí son muy folloneros, se ponen todos a bailar y a gritar, y no queremos que piensen que aquí no gustan sus danzas», explicaba el actor.
En abril de 2008, Pepe canceló las actuaciones de la obra y la gira veraniega al serle diagnosticado un cáncer de pulmón. Decidió paralizar sus actividades por un período de seis meses para poder recuperarse plenamente y reemprender las funciones. Hasta aquel momento, La sonrisa etíope llevaba más de 41.000 espectadores y una ocupación del 100 % de aforo. Desgraciadamente, aquello fue el principio del fin.
El 1 de marzo de 2009 Pepe nos dejaba para siempre. No pudo superar el cáncer y fallecía en su casa de Barcelona a los 61 años. Su familia deseaba una despedida tranquila e íntima. Pero el tanatorio, inevitablemente, se llenó de amigos, compañeros, gente del teatro, del cine, de la televisión, de la literatura, de la música, de la política... Y, por supuesto, de ciudadanos anónimos. Su hermana intervino: «Pepe no tenía fuerzas para hablar, se quedó sin palabras. Pido disculpas de su parte a todos los amigos que se interesaron por él y a los que no pudo atender.» Vaya emoción.
Pepe Rubianes tenía un ejército de amigos (lo de «ejército» creo que no le gustaría. Le sonaría a militares). Por su carácter dicharachero, espontáneo y progresista, una gran parte del mundo de la cultura y del espectáculo estaba siempre con él. Y ese amor era recíproco. Pepe sentía admiración por muchísima gente, buena parte de la cual aparece en este libro. Faltan algunos nombres, por supuesto. Quizá algún día tendremos que publicar Los amigos de Pepe. Pero eso, más que un libro, será una enciclopedia. Y, por supuesto, también tenía enemigos, especialmente entre los sectores más inmovilistas. Algunos de ellos también aparecen en estas páginas.