Rudo y listo - Vanessa Vale - E-Book

Rudo y listo E-Book

Vale Vanessa

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Beschreibung

Cuando un chico malo y tosco se encuentra con una recatada y obediente profesora universitaria, ¿serán capaces ambos de ganar la pelea de sus vidas?

Reed Johnson se crio en medio de la rudeza de las calles, siempre listo para sobrevivir únicamente con sus puños. Hoy en día, todas sus peleas son en el ring. Con El Forajido a su lado como entrenador personal, se convirtió en algo más que un simple vaquero. Eso era suficiente para Reed, hasta que conoce a su nueva vecina.

Harper Lane huye de un peligroso pasado, pero, sin importar cuánto lo intente, la persigue. Esta vez, no está sola. Cae directo en los brazos de Reed. Ahora ella le pertenece. Le pertenece para protegerla, para salvarla. Para ello, él tendrá que regresar a la vida que dejó atrás. Pero para Reed, la inteligente profesora universitaria es algo por lo que vale la pena luchar, y junto a ella siempre estará listo para cualquier cosa. Incluso para algo que nunca pensó que merecería, su amor.

 

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Rudo y listo

Mucho Más Que Solo Un Vaquero - 1

Vanessa Vale

Derechos de Autor © 2021 por Vanessa Vale

Este trabajo es pura ficción. Los nombres, personajes, lugares e incidentes son producto de la imaginación de la autora y usados con fines ficticios. Cualquier semejanza con personas vivas o muertas, empresas y compañías, eventos o lugares es total coincidencia.

Todos los derechos reservados.

Ninguna parte de este libro deberá ser reproducido de ninguna forma o por ningún medio electrónico o mecánico, incluyendo sistemas de almacenamiento y retiro de información sin el consentimiento de la autora, a excepción del uso de citas breves en una revisión del libro.

Diseño de la Portada: Bridger Media

Imagen de la Portada: Wander Aguiar Photography

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http://vanessavaleauthor.com/v/ed

Índice

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Capítulo 17

Capítulo 18

Capítulo 19

Capítulo 20

Capítulo 21

Capítulo 22

Capítulo 23

Capítulo 24

Capítulo 25

Capítulo 26

Capítulo 27

Capítulo 28

Contenido extra

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Acerca de la autora

1

HARPER

—Estás en deuda conmigo —me espetó Cam.

Escuchar la voz de mi hermano me producía escalofríos. La bilis se me subía a la garganta. Había comenzado a llamarme hacía dos semanas para recordarme la fecha en la que saldría en libertad. Yo no necesitaba ningún recordatorio. La fecha de su liberación se había grabado en mi cerebro y la veía acercarse cada vez que miraba el calendario.

¿Deuda? ¿Le debía dinero por lo que hizo? Mi mano temblaba mientras sostenía el móvil contra el oído. No me sorprendía que me hubiera encontrado una vez más, incluso después de haber cambiado de número de teléfono. Fui una estúpida al pensar que funcionaría para mantenerlo alejado.

—¿Por qué? —le pregunté con voz chillona. Traté de sonar calmada, porque le encantaba hacerme enfadar. Lo usaría en mi contra, lo aprovecharía, al igual que sacaba ventaja de mí, aun detrás de rejas.

—Todo ese dinero que tienes es gracias a mí.

Caminé hacia las ventanas que daban a la concurrida calle. Me acababa de mudar al piso, por lo que solo había unas persianas blancas básicas para la privacidad, que mantenía abiertas para dejar que entrara la luz tenue del sol de diciembre. Con la noche cayendo rápidamente y sabiendo que Cam estaba ahí, aunque fuera en prisión, tiré de la correa y bajé una de ellas. Luego, la siguiente, y así continué a lo largo de la pared hasta que no pude ver hacia el exterior, hasta que estuve dentro de mi pequeño capullo donde nada podría alcanzarme. ¡Sí, claro! Me envolví un brazo alrededor de la cintura, sintiendo frío repentinamente. Sintiendo la soledad.

—Tú me entregaste a dos matones a cambio de borrar tus deudas de apuestas —le respondí, pasándome una mano por el rostro y a través del cabello, el cual había recogido esta mañana en un lazo razonablemente ingenioso para ir al trabajo, pero con tan solo una pasada de la palma de mi mano lo había arruinado.

No quería repetirle lo que me había hecho porque él era muy consciente de ello, y tampoco creía que le importara. Ansiosa, me giré sobre los talones y fui hacia una caja abierta de mudanza que seguía en mi escritorio. Una planta había quedado fortuitamente allí sobre un montón de suministros de oficina, así que la deposité sobre la superficie desnuda del suelo con un fuerte golpe. Necesitaba agua luego de haber quedado abandonada durante más de una semana.

—Sí, y no te pasó nada; excepto que terminaste con un montón de dinero de mamá y papá.

¿No me pasó nada? Aparté el teléfono de mi oído y lo miré. Mis palmas sudaban, un dolor leve se instaló en la parte posterior de mi cabeza.

—¡Me atacaron en un ascensor!

—No te violaron ni nada parecido.

La violación era su línea de base para determinar si algo sucedió o no, lo cual me enfermaba. Todo en Cameron me enfermaba. Como hermano mayor, se suponía que fuera mi protector, que cuidaría de mí ante cualquier novio atrevido. Pero había sido un pequeño diablo desde, quizás, los terribles dos años, y nunca había madurado. Nunca habíamos jugado juntos cuando éramos niños, ni siquiera habíamos ido a la misma escuela preparatoria. Nunca habíamos establecido un vínculo jugando videojuegos o sentados durante horas en el asiento trasero de un viaje por carretera.

En su lugar, Cam me consideraba más como un objeto. Un objeto que él había ofrecido a dos hombres. Escapé de ellos físicamente ilesa, pero los tipos nunca fueron capturados. El caso seguía abierto pues todavía andaban sueltos. Mi hermano no revelaría sus nombres, sabiendo que estaría muerto si los delataba. Yo también debí haber hecho que arrestaran a Cam por estar involucrado, pero no.

Mis padres solo pensaban en Cam por la propia reputación de ellos; lo cual solo le dio luz verde a para continuar con sus hábitos agravados por las drogas. Me obligaron a guardar silencio sobre todo el asunto de «oferta de hermana» con una gran cantidad de dinero sucio en mi cuenta bancaria como incentivo adicional para demostrarlo.

Quedé demasiado traumatizada en ese momento como para enfrentarme a ellos. Habría entregado a Cam a la policía una vez que dejara de tener pesadillas constantes y no tuviera tanto miedo de salir a la calle, pero fue lo suficientemente tonto como para dejarse atrapar unas semanas después cuando comerciaba drogas, y de todos modos terminó en prisión. Todo por su propia culpa. No hubo nada que mis queridos padres pudieran hacer al respecto.

—Déjame en paz —le dije con voz desanimada.

Su inminente liberación era la razón por la que me había mudado. Una vez más. Sabía dónde vivía y, con él en libertad, no me habría sentido segura. Podría aparecerse en compañía de alguien rápidamente y en cualquier momento.

No, este lugar era más seguro que mi antigua casa cercana al campus. Miré a mi alrededor. Era un lujoso y moderno edificio de tres pisos, con solo tres departamentos y estrictas medidas de seguridad. El propietario, Grayson Green, era uno de los más conocidos y exitosos luchadores de artes marciales mixtas del momento. No solo vivía en el piso de arriba, sino que otro hombre, a quien él entrenaba, vivía en el apartamento frente al mío, en el segundo piso. En la planta baja había un gimnasio completo lleno de chicos que no dudarían en igualar el marcador a mi favor. Al menos, eso era lo que mi amiga Emory me había dicho. Yo había vivido en la misma cuadra que ella antes de que se mudara con Gray, su prometido.

—¿Que te deje en paz? Transfiéreme el dinero y lo haré —espetó Cam—. Y, Harper...

—Vete a la mierda —finalicé la llamada y tiré el teléfono en el sofá. No quería escuchar nada más de él. Cam había pasado casi dos años preparándose para destruirme de nuevo. Ahora que sabía que el día de su liberación estaba cada vez más cerca, entendía que las llamadas telefónicas eran solo el comienzo. Incluso después de cambiar de número, todavía me encontraba.

Caminé de un lado a otro por la habitación, zigzagueando entre las cajas y los muebles colocados aleatoriamente en el lugar donde los de la mudanza los habían dejado. El piso tenía una distribución abierta, una sala enorme, exceptuando el tocador; un dormitorio y un baño principal. Los techos eran altos y los amplios ventanales iban de pared a pared. Era un piso moderno, con muchos electrodomésticos de acero inoxidable en la cocina, y era acogedor. Seguro.

Me había mudado hacía una semana y no había desempacado nada. Solo había armado mi cama, había arrojado mi ropa en el dormitorio y sacado la cafetera de su caja. Joder, basándome en la maldita llamada, tuve que preguntarme cuánto tiempo podría quedarme en este lugar. Yo había evitado a mis padres con relativa facilidad desde el incidente, pero nosotros no compartíamos el mismo círculo social. Yo no pasaba tiempo en el club de campo. Según ellos, era demasiado académica y pedante en mi disciplina. En lugar de estudiar derecho, me opuse a toda la tradición familiar de los Lane y me convertí en profesora universitaria. Para ellos, aun con mi doctorado, eso era un avance muy pequeño en relación a mi trabajo anterior como empleada de comercio.

Cuando Cam saliera en libertad, ¿llamaría a mi puerta para acosarme? O peor aún, ¿lo haría en la calle? ¿En el patio de la universidad? ¿Podría quedarme en Brant Valley? En lugar de desempacar e instalarme en este increíble piso, me preguntaba cuánto tiempo podría vivir en la ciudad. Joder, incluso cuánto tiempo podría permanecer en el mismo estado.

La llamada era parte del plan de Cam para molestarme. Un pequeño precalentamiento. Yo lo sabía, pero no podía evitar sentirme aterrada.

La planta seguía en mi mano, ahogándose debajo del grifo del fregadero, antes de que me diera cuenta de lo que estaba haciendo. Ni siquiera recordaba haberla cogido de vuelta o haber entrado en la cocina. Cerré los ojos y respiré.

Yo no quería el dinero de mami y papi. No quería a mis padres en mi vida más de lo que quería a mi hermano, así que guardé el dinero en el banco donde nadie pudiera tocarlo. Mis padres no podrían tomarlo de vuelta y Cam no podría tener acceso a él.

Preferían a su hijo, con todo sus actos crueles y peligrosos, por encima de su propia hija. ¿Y su dinero? Yo lo daría todo solo para sacar a Cam de mi vida de forma permanente, pero no me rendiría. No le devolvería el dinero sucio. ¡Y sí que era dinero sucio!

Nadie podía saber que el tercer Cameron Lane tenía un problema de adicción y que había ofrecido a su propia hermana a unos traficantes de drogas a cambio de saldar sus deudas. Ese tipo de cosas no sucedían en el club de campo, y ciertamente no les sucedía a mis padres.

Pero me había pasado a mí.

Dándome cuenta de que anegaba la planta, cerré el grifo y me aparté del fregadero. Apreté los ojos y gruñí en voz alta. La frustración brotaba de mí en oleadas. Yo tenía mucho más que unas simples ganas de meterme a la cama y arrojarme las mantas sobre la cabeza. No me quedaban lágrimas. Simplemente no tenía más. Había dejado de llorar hacía dos años.

Al entrar en el dormitorio, me quité los tacones, la falda y la blusa; y saqué mi ropa de gimnasio de la pila de la esquina. Por lo general, esperaba hasta que fuera más tarde por la noche para hacer ejercicio. Siempre volvía a casa del trabajo y comía primero, pero hoy sentía una inquietante energía que tenía que quemar. Necesitaba acabar con esta angustia. Había empezado a correr después del incidente, pues mi terapeuta me había mencionado que el ejercicio era como la válvula de escape de una olla a presión.

No me apeteció el hecho de que me hubiese comparado con un utensilio de cocina, pero me sentí identificada. Estaba a punto de estallar, y correr me ayudaba. No había llegado muy lejos al principio; caminaba más que hacer cualquier otra cosa, pero ahora; ahora podía correr durante horas, especialmente cuando estaba molesta. Después de ponerme una cinta para el cabello alrededor de la muñeca, encontré mis zapatillas para correr junto a la puerta, me senté en el piso de madera, me las puse y até los cordones con fuerza.

Estaba a salvo. Lo sabía. Cameron todavía se encontraba en la cárcel. Los hombres que me habían atacado habrían venido a por mí mucho antes si hubieran querido hacerlo. La forma en la que yo veía todo, y en la que la policía también lo asumía, era que estaban tras Cam. Si eso era cierto, podrían atraparlo. Solo podía imaginar lo mucho que a él le agradaría que ellos lo capturasen.

Mi piso era seguro. Gray en persona me había tranquilizado. Se requería de tarjetas de acceso para activar el ascensor y acceder a las escaleras de emergencia, y solo cuatro residentes tenían dichas llaves. A Gray le gustaba la seguridad. Si bien él sabía defenderse y pelear, solo usaba sus puños en el ring. Esas fueron sus palabras cuando me entregó mi tarjeta de acceso, las cuales habían sido reconfortantes. Además, él no pondría en riesgo la seguridad de Emory por nada en el mundo. Yo había vivido en la misma calle que ella. Habíamos sido vecinas durante los tres años que di clases mientras terminaba la tesis para mi doctorado. Después del incidente, nunca volví a sentirme realmente segura. Emory había pensado en mí para ocupar el departamento vacante y me aseveró que era a prueba de intrusos.

Estaba a salvo.

Eso no significaba que no estuviera enfadada, que no tuviera pesadillas sobre lo que sucedió en aquel ascensor. De nuevo, las pocas llamadas de Cameron siempre lo traían de vuelta a mi mente. La ansiedad siempre regresaba. Como ahora, que deseaba correr hasta que las piernas cedieran; hasta que, con suerte, estuviera demasiado exhausta para siquiera soñar.

Terminé de atarme los cordones, me paré, agarré las llaves del coche, la tarjeta de acceso del edificio y me dirigí a una de las pilas de cajas. Algunas tenían que ir a mi oficina para mi siguiente clase de arte medieval del semestre, así que aprovecharía la ansiedad para llevarlas a mi vehículo para el próximo día. Apilé tres cajas idénticas repletas de libros en el carrito Dolly. Tirando del carrito detrás de mí, salí al pasillo y cerré mi piso. Miré con nostalgia la puerta de la escalera. Odiaba los ascensores. Después de lo sucedido, había necesitado seis meses para volver a montarme en uno. Ahora lo usaba, pero solo cuando había otras personas, personas en quienes confiaba. O en lugares seguros. Como uno que compartía con solo otros tres residentes.

No había forma de que bajara las escaleras con las cajas a cuestas, y tampoco pensaba hacer tres viajes. Tirando del carrillo detrás de mí, respiré hondo y presioné el botón para bajar.

Todavía sentía miedo de entrar al ascensor una vez que la puerta se abrió. Pensé en los dos hombres que habían estado a cada lado de mí, uno girándose para presionarme contra la pared, tanteándome con sus manos, y el otro observándome mientras se reía.

Hice a un lado los malos recuerdos, entré al ascensor y presioné el botón de la planta baja. La sensación de malestar disminuyó. Necesitaba calmarme. Relajarme. Tenía que olvidarme de Cam, de lo que él me había hecho, de lo que él quería ahora. Quemaría la ira en la caminadora del gimnasio de Gray dado que había anochecido temprano. Yo no corría sola en la calle durante la noche. No en esta época del año.

El ejercicio siempre funcionaba. Podía hacer esto, podía superar la llamada de Cam, los recuerdos repulsivos de esos hombres y la forma en la que uno de ellos me había abrazado mientras el otro me rasgaba la camisa. La forma en la que lo pateé y me resistí, su nariz rota y la sangre. El pánico. La debilitante necesidad de tener las puertas abiertas para escapar. El tropezón contra el suelo de mármol frente al tablero del ascensor. Mis gritos pidiendo ayuda.

Recordaba la sensación de sus manos ásperas. Escuchaba sus voces diciéndome lo que me iban a hacer. Olía su empalagosa colonia y el hedor a cigarrillos baratos.

Las puertas del ascensor se abrieron. Di un paso y me quedé sin aliento cuando lo vi.

A él.

Grande. Ancho. Tatuado. Densamente musculoso. De mandíbula cincelada. Mirada enfadada. Una energía palpable irradiaba de él. Lucía malvado. Malo. Implacable. Con las manos apretadas en puños, dio un paso y se detuvo a mi lado; se quedó paralizado cuando me vio. Entonces su mirada cambió y la furia en ella se desvaneció.

Aun así, me asustó muchísimo. Por una fracción de segundo, pensé que me iba a hacer daño.

No. Este tipo no planeaba arrastrarme a una habitación de hotel y violarme. Él estaba... intentando subir. Lo sabía. Mi cerebro procesó que vivía en el edificio o al menos tenía una tarjeta de acceso para llamar al ascensor. Pero no. Eso no importaba. ¡Corre! ¡Corre! Eran mis únicos pensamientos.

No. No podía parecer una completa lunática, no podía dejar que el miedo me dominara. Dejé escapar un profundo suspiro y murmuré:

—Disculpa.

Dio un paso atrás, con las manos levantadas frente a su pecho, y yo tiré del la plataforma rodante con las cajas hacia el área del vestíbulo.

Escuché el ascensor cerrarse y sentí que la aguda sensación de pánico comenzaba a desvanecerse. Me detuve justo delante de las puertas exteriores y miré hacia afuera a través del cristal. A la nada. Respirando. Tratando de calmar mi corazón acelerado. Cam me había hecho esto. Me hacía temblar, temerosa de todo. Incluso de mi vecino.

Por supuesto, aquel hombre intenso era mi vecino. Yo conocía a Gray y a Emory. Me habían contado que el luchador de Gray, Reed, vivía en el otro apartamento de mi piso, pero yo aún no lo había conocido. Yo había ido al gimnasio dos veces hasta ahora —Gray me ofreció membresía junto con el alquiler— y vi a varios luchadores ejercitándose en el ring mientras yo corría en la caminadora, pero no sabía cuál era él. La cantidad de chicos que estaban en forma, golpeando, pateando y rodando por el suelo, tratando de estrangularse entre sí era suficiente para que los ovarios de cualquier mujer se animaran y los notaran. No tenía idea de que los hombres sudorosos pudieran ser tan excitantes.

Pero ninguno de ellos tenía un parecido con Reed. Incluso a pesar de mi pánico, me sentí atraída. Quizás por eso estaba tan asustada. En esa fracción de segundo, no debí haber deseado al hombre que podría hacerme daño. Si quitara las capas de pánico, recordaría su estatura, al menos quince centímetros más alto que yo. Lo bien que su cabello negro azabache había sido cortado, como si él mismo usara una maquinilla de afeitar en lugar de ir a un barbero. Tenía la piel de un tono oliva y una barba incipiente que le cubría la mandíbula cuadrada.

Luego estaban los tatuajes. Remolinos de colores y formas que se deslizaban por sus brazos, y yo no tenía ninguna duda de que había más escondidos debajo de su camiseta. El aspecto en general gritaba que era un chico malo.

Sus ojos oscuros se abrieron con sorpresa al verme, luego un poco más, probablemente porque lo había mirado con horror. Con su nariz, que tenía una protuberancia, y las marcas rojas que le teñían el pómulo izquierdo, parecía como si hubiera estado en viejas peleas y otras nuevas. Una camiseta blanca ceñida al cuerpo se le adhería a la piel con sudor, y la parte del cuello se veía ligeramente estirada como si hubieran tirado de allí varias veces; un par de pantalones negros y cortos de entrenamiento le llegaban a la altura de las caderas. Era un luchador, no un violador.

Abrí la puerta exterior con más agresividad de la necesaria y tiré del carrito, llevándolo a la parte trasera de mi coche. Sin duda, Reed pensó que estaba loca. Al menos, que le tenía un miedo mortal. Mi corazón todavía martilleaba. Mi garganta ardía por la necesidad de llorar, pero no había lágrimas. Cam me había hecho esto. Incluso después de dos años, aun desde una celda de la cárcel, tenía mucho poder sobre mí. Todavía me seguía jodiendo. Mi trabajo, mi vida, mis relaciones. Cuando él saliera...

Mientras metía las cajas en el maletero del vehículo, tuve que preguntarme si alguna vez sería libre. ¿Y para un tipo como Reed? Yo no era una damisela en apuros que valiera la pena salvar.

2

REED

No tenía idea de qué diablos sucedía con mi nueva vecina. Yo lograba que las mujeres se detuvieran en seco y me miraran con un súbito entusiasmo que decía que se arrodillarían por mí en el baño más cercano. Nunca había experimentado la sensación de que una mujer me mirase con tanto horror. Sí, yo era peligroso, pero no para las mujeres. No para ella.

Acababa de terminar algunas rondas con un muchacho que quería ser un luchador de artes marciales mixtas, así que estaba un poco sudado, y algo alterado. Él había jurado que era la próxima gran novedad y quería que Gray, también conocido como El Forajido —el mejor entrenador, y quizás uno de los mejores luchadores aun después de su retiro—, le echara un vistazo. Gray lo había puesto a prueba en el ring conmigo. No lo había hecho por el muchacho. Gray sabía que no lllegaría a nada dada su pésima actitud. Él lo había hecho por Emory, su prometida, que trabajaba en el hospital con el padre del chico.

Gray no lo habría hecho por nadie más. Joder, se había sometido completamente a ella el día que se conocieron el verano pasado, pero parecía estar bien al respecto. Emory era fantástica, y yo no podía decirlo de muchas mujeres, especialmente de las que solo querían acostarse con un luchador de artes marciales mixtas. Eran buenas para una liberación rápida, pero eso era todo.

El muchacho era todo voluntad, no tenía juego de pies, y sabía que Gray quería que lo derribara un par de veces. Lo puse en el suelo en varias ocasiones, lo que solo hizo que se molestara. Ni siquiera alcanzó a acertar un puñetazo, no hasta después de la campana, cuando vino a por mí. Yo estaba acostumbrado a los egos de los chicos, pero ¿este pequeño cabrón? Sí, Gray no iba a trabajar con él, y tendría que lidiar con las consecuencias que surgiesen entre Emory y el médico. No serían graves, pensé, porque no mucha gente se animaba con El Forajido. ¿Y conmigo a su lado? Sí, el doctor estaría muy molesto.

Yo estaba enfadado por el puñetazo, así que, en lugar de devolverle el golpe, que era lo que habría hecho hace unos años atrás cuando era un vándalo de las calles, dejé que Gray se ocupara de él. Me fui, me dirigí a mi apartamento para ducharme, para relajarme con una bebida proteica y un poco de televisión. No estaba acostumbrado a que alguien estuviera en el ascensor —solo Gray y Emory vivían encima del gimnasio hasta la semana pasada— y casi me tropecé con ella. Con ella.

La expresión de su rostro me paralizó más de lo que podía hacerlo un puñetazo en la cara de cualquier luchador.

Ella no solo se había asustado o sorprendido. No, se quedó jodidamente petrificada. Juraría que vi desaparecer todo el color de su rostro cuando me vio. Sus ojos se abrieron de par en par, luego pasaron por encima de mi hombro hacia su única vía de escape. Un escalofrío la había atravesado como si la hubieran exorcizado de un fantasma. Entonces, de repente, se recompuso y pasó a mi lado, deprisa, arrastrando una plataforma rodante cargada de cajas. Levanté las manos y di un paso atrás, dejándole saber sin palabras que no quería hacerle daño. No le importó. De alguna manera el daño ya estaba hecho.

Sabía que yo tenía un aspecto bastante aterrador. Con mis casi dos metros de estatura, me cernía sobre la gente. Tenía la espalda de un nadador y tatuajes que me cubrían los brazos. La nariz dañada y la mandíbula un poco adolorida por el puñetazo sorpresa que había recibido del muchacho.

Ya me habían dicho que me veía jodidamente malvado. La mayor parte del tiempo me sentía malvado. Había oscuridad en mi interior. Enfado, peligro. No era el idiota que solía ser. Ya no era el chico retorcido. El ejército y el entrenamiento con Gray me habían endurecido. Aun así, los adultos me cedían mucho espacio cuando caminaba por la acera. ¿Pero esto? Con Harper —Emory me había dicho su nombre— esto era diferente. No me gustó en absoluto. No quería que alguien como ella me temiera.

No tomé el ascensor. No podía simplemente ignorar el hecho de que la había asustado. Me quedé allí, viéndola caminar deprisa hacia las puertas exteriores. Me detuve. Ella no sabía que la seguía mirando, tal vez pensó que había subido por las escaleras. Miraba hacia el suelo, su cuerpo temblaba. Mierda. Yo le había hecho eso. Quería ir hacia ella, tomarla en mis brazos y hacerle saber que estaba más segura conmigo que en cualquier otro lugar, pero no iba a funcionar. Ahora no.

Después de unos segundos, levantó la barbilla y echó los hombros hacia atrás. Pude ver que respiraba profundamente y sus dedos se relajaron alrededor del mango de la plataforma rodante.

Era alta y vestía una camiseta y pantalones cortos para correr. No pude pasar por alto su esbelta figura. Sus piernas largas y musculosas. Entre las pantorrillas bien formadas y las zapatillas para correr, adiviné cuál era su elección de entrenamiento. ¿Iba a correr ahora o una vez que se deshiciera de esas cajas? Aunque ni siquiera eran las seis, ya era de noche. También hacía frío. Si bien esta no era una parte peligrosa de la ciudad, no era seguro para ella correr sola por la noche en ningún lugar. Así que me quedaría cerca y me aseguraría de que no hiciera algo estúpido.

Sí, esa fue la razón por la que me apoyé contra la pared y evalué la situación de mi nueva vecina.

Su cabello oscuro, terso y lacio le rozaba los hombros. Al tacto, tenía que ser suave como la seda. Cuando se asustó, no perdí de vista sus ojos morenos, los pómulos altos y sus carnosos labios. Mientras estaba allí y se recompuso, me tomé el tiempo para notar su perfecto trasero y sus muslos tonificados.

Yo era un hombre de sangre caliente, y ella era excitante. No pude evitar notarlo, no pude evitar tener que ajustar mi miembro en mis pantalones cortos de entrenamiento. Si bien me gustaba una mujer completamente femenina, con vestidos y tacones, también me apetecía una que no requiriera mucho mantenimiento. Que se cuidaba a sí misma. Que consideraba que el fitness era algo saludable.

Empujando la puerta exterior para abrirla, salió al aparcamiento que estaba bien iluminado —Gray era más un fanático de la seguridad que cualquiera que yo conociera—. Usando un llavero, abrió el maletero de un sedán de color oscuro. Si no hubiera tenido miedo de mí, habría salido y la habría ayudado, porque no dejaría que una mujer cargara un montón de cajas, pero si enloqueció al verme en el ascensor, no sabía qué haría si me acercaba en un aparcamiento por la noche. ¿Tenía gas pimienta en ese llavero?

La vi guardar las tres cajas y cerrar el maletero. Entró al gimnasio por la entrada principal, no por la puerta lateral del vestíbulo. Fui allí y eché un vistazo, la vi colocar el carrito en la esquina junto al perchero, saludó temblorosamente a Jack de la recepción y luego se dirigió a la fila de caminadoras que daban a la calle. Buena chica.

Mi vecina era asustadiza pero inteligente. No correría en el exterior.

Después de presionar algunos botones, comenzó a caminar, tirando de una banda elástica de su muñeca y atándose el cabello hacia atrás en una cola descuidada. Sí, ella no requería mucho mantenimiento ni trataba de llamar la atención de los chavales. Si bien esos pantalones cortos mostraban un kilómetro de sus piernas, se vestía con bastante modestia. Nada de pantalones de yoga ni blusas ajustadas.

Después de presionar algunos botones más en la caminadora, aceleró el ritmo. Para cuando empujé la puerta y me apoyé en la recepción, corría a un ritmo intenso. Sin precalentamiento.

El gimnasio de Gray tenía pesas libres y máquinas de ejercicio, cintas de correr y elípticas, pero se especializaba en las peleas de artes marciales mixtas. Esto significaba una gran cantidad de la propiedad dedicada a todos los aspectos de las artes marciales; una alfombra amplia, salas de entrenamiento separadas y un octágono con una valla alrededor, como las de la televisión. Sus asistentes eran aquellos como Harper, que necesitaban un lugar para hacer ejercicio y que no tenían interés en pelear. Las clases de yoga y spinning estaban programadas para ellos. Luego había competidores serios como yo. Artes marciales mixtas, muay thai, jiu-jitsu brasileño y otras clases de lucha se llenaban con aquellos que querían competir o al menos defenderse. Gray evitaba intencionalmente que fuera un mercado de carne en un gimnasio de competencia directa. El equilibrio funcionaba y era considerado uno de los mejores de la ciudad.

—Pensé que te ibas a duchar —me dijo Jack, frunciendo el ceño. Él iba a la universidad, y trabajaba en el escritorio a cambio de una membresía gratuita. Si bien no tenía aspiraciones de ser el próximo gran luchador, tomaba todas las clases que Gray ofrecía. Su enfoque era el jiu-jitsu brasileño, y acababa de obtener su cinturón azul. Tenía físico para el deporte, y el tiempo en la lona con gente más experimentada mantenía su ego bajo control.

Como encargado del escritorio, no pudo haber pasado por alto lo que sucedió hacía un rato en el ring con el hijo del doctor. Gray estaba en su oficina acristalada hablando con el imbécil, que se estaba limpiando la cabeza sudorosa con una de las toallas blancas del gimnasio. Mientras Gray, relajado, se había recostado en la silla de su escritorio, el otro se veía enfadado y agitaba los brazos. Probablemente soltando algún rollo sobre ser un gran luchador. Como sea.

Regresé la mirada a mi nueva vecina. Su cola de caballo se balanceaba de un lado a otro mientras corría. Las caminadoras estaban frente a las ventanas delanteras. Durante el día, la calle era visible y observar el tráfico ayudaba a superar la monotonía de correr hacia ninguna parte. Odiaba correr en interiores, pero el mal tiempo en esta época del año me obligaba a usarlas a veces como parte de mi entrenamiento. De ninguna manera me arriesgaría a lesionarme a causa del hielo en la calle.

—Tu nueva vecina, ¿no es así? —preguntó Jack—. Es bastante seria.

—¿Seria? ¿Te refieres a la personalidad? —pregunté. Tomé un bolígrafo, jugueteé con él, traté de no mostrar la profundidad de mi interés por ella. Lo último que necesitaba era que Jack pensara que yo era una chica de séptimo grado interesada en el cotilleo.

—No, es genial. Se presentó el otro día. Ella corre.

—Sí, puedo verlo —contrarresté, observando su ritmo suave, la forma en que los músculos de sus piernas se movían con cada paso.

—No, me refiero a que ella corre.

Me volví para mirarlo.

—¿Qué diablos significa eso?

Él puso los ojos en blanco.

—Significa que vino ayer antes de la clase de JJB. Hablamos de estupideces durante unos minutos antes de que fuera a las caminadoras. Me preguntó sobre las clases que estaba tomando. ¿Sabías que es profesora en la universidad? Enseña algún tema de arte raro —él pensó por un segundo—. No recuerdo cuál —se inclinó—. Tengo que admitir que es muy guapa, y yo no le estaba prestando mucha atención.

Sonreí cuando vi que un rubor subía por sus mejillas. Sí, era guapa. Y algo más. ¿Qué chico podría procesar palabras cuando una chica como ella le ofrecía una sonrisa delicada? Yo conocía ese horror, pero todavía estaba intrigado.

—Entonces, ¿corre? —le pregunté, haciendo que volviera al tema. No pensé que hablar sobre lo sexi que era una de las miembros del gimnasio fuera algo con lo que él se sintiera cómodo, especialmente porque estaba trabajando. Estaba bien para mí pensarlo, pero él no diría lo mismo.

—Ella corría, como lo hace ahora, cuando Paul se hizo cargo del escritorio, para que yo pudiera ir a clases.