Sindicalismos en Chile - VV. AA. - E-Book

Sindicalismos en Chile E-Book

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Rodrigo Medel y Sebastián Osorio exploran una de las transformaciones más significativas del Chile contemporáneo. El libro analiza el impacto de las políticas neoliberales impuestas durante la dictadura de Pinochet en el ámbito laboral y cómo estas incidieron en el sindicalismo de diversos sectores productivos. Desde las fábricas hasta los campos, desde las minas hasta los puertos, este volumen revela la variedad de estrategias de resistencia y de reconstrucción que surgieron como respuesta a las condiciones de trabajo impuestas por el Plan Laboral.

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Seitenzahl: 509

Veröffentlichungsjahr: 2025

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Primera edición, FCE Chile, 2024

Medel, Rodrigo y Sebastián Osorio (edits.)

Sindicalismos en Chile. Desde la reestructuración neoliberal a la posdictadura / ed. de Rodrigo Medel, Sebastián Osorio ; pról. de Ángela Vergara. – Santiago de Chile : FCE, 2024

258 p. ; 23 × 17 cm – (Colec. Sociología)

ISBN 978-956-289-368-8

1. Movimientos obreros – Chile – Historia – Siglo XX 2. Movimientos obreros – Chile – Historia – Siglo XXI 3. Sindicatos – Chile – Historia – Siglo XX 4. Sindicatos – Chile – Historia – Siglo XXI 5. Política laboral – Chile – Siglo XX 6. Política laboral – Chile – Siglo XXI 7. Neoliberalismo – Chile – Siglo XX I. Osorio, Sebastián, ed. II. Vergara, Ángela, pról. III. Ser. IV. t.

LC HD6617 Dewey 331.88083 M365s

Distribución mundial para lengua española

© Rodrigo Medel y Sebastián Osorio

D.R. © 2024, Fondo de Cultura Económica Chile S.A.

Av. Paseo Bulnes 152, Santiago, Chile

www.fondodeculturaeconomica.cl

Fondo de Cultura Económica

Carretera Picacho-Ajusco, 227; 14110 Ciudad de México

www.fondodeculturaeconomica.com

Coordinación editorial: Fondo de Cultura Económica Chile S.A.

Diagramación: Macarena Rojas Líbano

Se prohíbe la reproducción total o parcial de esta obra –incluido el diseño tipográfico y de portada–, sea cual fuere el medio, electrónico o mecánico, sin el consentimiento por escrito de los editores.

ISBN978-956-289-368-8

ISBN digital978-956-289-400-5

Diagramación digital: ebooks [email protected]

ÍNDICE

Agradecimientos

Prólogo, por Ángela Vergara

VARIEDADES DE SINDICALISMO. UNA INTRODUCCIÓNSebastián Osorio y Rodrigo Medel

1. El movimiento sindical durante el periodo de industrialización guiada por el Estado

2. Las transformaciones del movimiento sindical desde la dictadura

3. El surgimiento de Variedades de Sindicalismo

4. Sobre el contenido de este libro

CAPÍTULO PRIMEROEL DESARROLLO DEL SINDICALISMO MANUFACTURERO EN UN PROCESO DE DESINDUSTRIALIZACIÓN CAPITALISTA.CHILE, 1980-2019Sebastián Osorio y José Ledesma

1. Introducción

2. El ascenso del sindicalismo industrial durante el Estado de Compromiso

3. Represión y reestructuración: el sindicalismo industrial en dictadura

4. Lluvia después de la tormenta: paz democrática sin crecimiento industrial

5. Conclusiones

6. Anexos

CAPÍTULO SEGUNDOLAS TRANSFORMACIONES NEOLIBERALES EN EL TRABAJO Y LA ORGANIZACIÓN COLECTIVA DEL CAMPO: EL IMPACTO DEL PLAN LABORAL EN EL SECTOR AGRÍCOLAJorge Olea, Fernando Baeza y Claudia Cerda

1. Trayectoria de la organización sindical en el sector agrícola: producción y trabajo en perspectiva sociohistórica

2. Lo que dejó el latifundio: elementos para una historia del sector durante el siglo XX bajo el dominio hacendal

3. El quiebre fundamental: la Reforma Agraria

4. La arremetida conservadora y la consolidación neoliberal: Contrarreforma y Plan Laboral

5. La agricultura en el periodo actual: desregulación, temporalidad y escasa organización en el trabajo

6. Conclusiones

CAPÍTULO TERCEROSUBCONTRATACIÓN VERTICAL Y NARRATIVAS SIN SUJETO: LA DIFÍCIL ARTICULACIÓN DEL SINDICALISMO FORESTAL EN CHILESebastián Pérez Sepúlveda

1. Introducción

2. (Des)articulación sindical en contextos de dispersión

3. Capitalismo neoliberal forestal: política, capital y trabajo

4. La difícil construcción de un sujeto colectivo en el mundo forestal

5. Subcontratación y sujetos colectivos: el sector forestal en perspectiva comparada

6. Conclusiones

CAPÍTULO CUARTOTERRITORIALIZACIÓN DE LA AGENCIA SINDICAL DESDE LOS IMPACTOS DEL PLAN LABORAL:EL CASO HISTÓRICO RECIENTE DE LAS INDUSTRIAS PESQUERA Y SALMONERA EN LA REGIÓN DE AYSÉNJorge Ayala Córdova, Diego Velásquez y Natalia Briceño Lagos

1. Introducción

2. Antecedentes históricos: trayectorias y clivajes del movimiento de trabajadores pesqueros Aysén

3. Territorio y territorialización en el mar

4. Resultados

5. Conclusiones

CAPÍTULO QUINTOETAPAS Y TRANSFORMACIONES DEL MOVIMIENTO SINDICAL DE LOS TRABAJADORES DE LA GRAN MINERÍA DEL COBRE (GMC)Omar Manky y Mauricio Muñoz

1. Introducción

2. La fase heroica

3. La fase excluida

4. Fase del sindicalismo limitado

5. Resistencia combativa

6. Concertación política

7. Reactivación

8. Conclusiones

CAPÍTULO SEXTOCARTOGRAFÍA HISTÓRICA DEL SINDICALISMO DOCENTE CHILENO. CAMBIOS Y ADECUACIONES TRAS EL PLAN LABORAL (1973-2022)Christián Matamoros Fernández, Rodrigo Reyes Aliaga y Jorge Sanhueza Ochoa

1. Introducción

2. La estructuración por rama de enseñanza (1935-1970)

3. Las modificaciones de la dictadura

4. La situación en la posdictadura

5. Conclusiones

CAPÍTULO SÉPTIMOEL PLAN LABORAL EN LOS PUERTOS CHILENOS: HISTORIA Y VIGENCIACamilo Santibáñez Rebolledo, Jessica Legua Valenzuela y Camila Álvarez Torres

1. Introducción

2. La “Ley Maldita”, o la instauración del Plan Laboral en los puertos chilenos

3. Condiciones tecnológicas y consecuencias laborales

4. Primera resistencia: el paro de 1985

5. La reconfiguración sindical en la posdictadura

6. Las continuidades estructurales del trabajo y el conflicto: la huelga de 2018 en Valparaíso

7. Conclusiones

CAPÍTULO OCTAVOORGANIZACIÓN Y ACCIÓN SINDICAL EN LOS SERVICIOS DE ALIMENTACIÓN EN EL CHILE DEL SIGLO XXIRodrigo A. Henríquez M.

1. Introducción

2. Antecedentes

3. Una mirada actual al sector de servicios de alimentación en Chile.

4. Una caracterización de las organizaciones sindicales.

5. Sindicatos en empresas suministros industriales, de comidas por encargo y concesiones de servicios de alimentación.

6. Sindicatos en restaurantes y de servicio móvil de comidas.

7. Conclusiones

8. Anexo

CAPÍTULO NOVENOENTRE INSTITUCIONES INFORMALES Y ALIANZAS ESTRATÉGICAS: TRAYECTORIA POLÍTICA DEL SINDICALISMO ESTATALRodrigo Medel y Óscar Villagra R.

1. Introducción

2. El sindicalismo de Estado antes del neoliberalismo. El rol de ANEF como actor corporativo en la burocracia del gobierno central

3. La ANEF y el Plan Laboral

4. Los empleados públicos en democracia. Cuando las expectativas no se cumplen.

5. Instituciones informales y fortalecimiento del sindicalismo estatal

6. Conclusiones

AGRADECIMIENTOS

La idea de elaborar este libro surgió por primera vez en el año 2021, en el contexto de las discusiones sobre cómo continuar con el proyecto del Centro de Investigación Político Social del Trabajo (cipstra), en el que por aquel entonces participaban los editores y también buena parte de los autores de este volumen. cipstra había sido durante casi 10 años un espacio de convergencia política y académica de numerosos estudiantes y profesionales interesados en debatir y contribuir a la construcción programática del movimiento sindical, para lo cual se elaboraron diversos estudios sobre su realidad en Chile, a la vez que se impulsaron numerosos procesos de asesoría y formación de dirigentes sindicales.

Por diferentes motivos relacionados con la situación laboral y los proyectos personales de sus miembros, lo que originalmente se pensó como una instancia de revitalización de la organización acabó convirtiéndose en su última iniciativa, como una especie de epílogo. En este sentido, los agradecimientos principales recaen sobre todas las personas que en algún momento formaron parte de cipstra y colaboraron al desarrollo de sus objetivos. Fueron años de aprendizajes y discusiones que sin duda aportaron a la formación de numerosos profesionales que, por sus propios caminos, seguirán contribuyendo a la generación y difusión de conocimientos útiles al movimiento sindical o a los sujetos de sus respectivos ámbitos.

Aunque desde un principio se propuso que cada capítulo de este libro profundizara en la realidad sindical heterogénea del sindicalismo en Chile según la especialidad de cada uno de sus autores, el contenido general con la hipótesis de trabajo que se plasma en la introducción fue el resultado de varias conversaciones sobre los primeros borradores entregados, que permitieron a los editores formarse una visión de conjunto y afinar sus reflexiones. Es preciso entonces agradecer a todos/as los/as autores por el esfuerzo a la hora de condensar su conocimiento experto en los respectivos capítulos.

Los editores agradecen también a la Universidad Andrés Bello, que tuvo la gentileza de poner a disposición su convenio con el Fondo de Cultura Económica, sin el cual todo el proceso de publicación hubiera sido mucho más difícil, si no imposible.

Finalmente, aunque no menos importante, los editores queremos agradecer a quienes han cumplido el rol de maestros, de colaboradores, de colegas y de compañeros/as en nuestra formación académica, así como a nuestras respectivas familias que han sido el sostén permanente del trabajo aquí vertido.

Santiago, julio de 2024

PRÓLOGO

Lota y sus calles aún cubiertas de carbón reflejan los avatares de la larga historia del movimiento sindical en Chile, así como los esfuerzos por recuperar esa memoria y construir una sociedad que garantice los derechos y la dignidad de las y los trabajadores. Su historia, que cruza el siglo XX y culmina en un proceso de cierre que ha fracasado en garantizar puestos de trabajo estables y decentes, es una suerte de microcosmo que nos permite adentrarnos en la importancia de rescatar ese pasado para pensar los grandes desafíos que enfrenta el mundo sindical en el Chile actual.

Por casi 150 años, los ritmos de la extracción del carbón definieron la vida cotidiana, así como las esperanzas y los temores de las familias lotinas. En el Golfo de Arauco surgió un sindicalismo militante y comprometido, que se enfrentó a una empresa autoritaria y excluyente, que, si bien prometía un sistema de bienestar, estos beneficios nunca lograron satisfacer las necesidades más básicas de los trabajadores.1 El sistema de relaciones y derechos laborales y sociales que se instaló a partir de la década de 1920 y que permaneció vigente hasta 1979 (aunque en la práctica los derechos sindicales estaban suspendidos desde el golpe de Estado de 1973) entregó nuevas herramientas de lucha a los trabajadores. En Lota, el sindicato industrial que representaba a cerca de 6000 obreros obtuvo su personalidad jurídica en 1926. Años más tarde, en 1934, se formó el sindicato profesional de empleados particulares. A ellos, se unieron las organizaciones que representaban a otros centros del carbón, Sindicato Industrial Compañía Carbonífera de Lirquén (1933) y el Sindicato Industrial Carboníferos y Fundición Schwager (1929), e industrias de la zona.2 Al igual que otros sindicatos que se formaron al alero de la nueva legislación laboral, el movimiento sindical del carbón se abocó a negociar los pliegos de peticiones y garantizar el cumplimiento de la legislación social.

Los sindicatos se convirtieron en un importante espacio de participación política pero también de recreación y convivencia social en una época de fuerte discriminación. Arraigados en la tradición mutualista que nunca desapareció del todo, el sindicato era un espacio de reunión y servicios sociales y comunitarios que ayudaba a suplir las carencias diarias de sus afiliados. El Sindicato Industrial de Lota, por ejemplo, atendía “a los fines de mutualidad y cooperación que contribuyan al mayor progreso de los sindicatos, mediante el fomento de la instrucción, la cultura física, la adquisición de propiedades, el seguro de vida, las cooperativas y demás que las leyes permiten dentro de las actividades de los sindicatos”.3 Esta historia se puede observar también en ocupación y transformación de espacios físicos autónomos como fue el teatro o la biblioteca o las actividades recreativas que iban desde las competencias deportivas a las colonias de vacaciones.

La primera legislación social otorgó derechos fundamentales, pero también limitó quienes podían ejercerlos. En el caso del trabajo agrícola, los latifundistas utilizaron distintas estrategias para limitar el impacto del Código del Trabajo en sus predios y, en la práctica, explica Brian Loveman, en el campo “la regulación siguió siendo en gran medida simbólica”.4 Pero la legislación social también cercenó el derecho a huelga y negociación, y otorgó amplias facultades al Estado para limitar el alcance los conflictos legales e incluso ordenar la reanudación de faenas y poner fin a la huelga. En este contexto, los sindicatos desafiaron no solo la autoridad de la empresa, sino un sistema político que siempre buscó subordinar las demandas sociales a otros intereses. Parte de esta historia son las luchas heroicas del carbón como la represión del conflicto laboral de 1947 o la huelga larga de 1960. Hacia la década del sesenta, las condiciones extremas de trabajo y de vida, los límites de los derechos sociales, los problemas materiales, y la acción represiva del Estado radicalizaron al movimiento sindical.5

En víspera del fin del año de 1970, el recién electo presidente Salvador Allende llegó al Golfo de Arauco y anunció que la que la empresa carbonífera Lota-Schwager pasaba a ser parte de Área Social de la Economía. La Empresa Nacional del Carbón (enacar) era “¡Una empresa del pueblo de Chile!”. La nacionalización del carbón, si bien no tenía el peso económico de otras nacionalizaciones como la Gran Minería de Cobre, era simbólica y respondía a las demandas históricas de los trabajadores. Así lo reconocía el propio Allende en su discurso de ese 31 de diciembre:

(…) ya que ello les abre las posibilidades de una vida distinta, las seguridades de empleo y un avance en sus propias vidas en el sentido de elevar las condiciones materiales, la expectativa de abrir caminos en el ancho horizonte espiritual de ustedes, que durante tantos años han vivido no solo en la oscuridad de los piques, sino en la oscuridad del drama cotidiano lindante con la miseria, por los salarios bajos, por la cesantía, por falta adecuada de condiciones de vida.6

Al igual que para muchos otros sectores obreros y campesinos, los años de la Unidad Popular abrieron importantes espacios de participación que iban desde las asambleas de trabajadores a los eventos políticos y culturales. Fue también una época de expansión de los derechos sociales y laborales, y de un nuevo protagonismo de las organizaciones sindicales tanto locales como a nivel nacional.7

El golpe de estado de 1973 golpeó con especial dureza al mundo del carbón y otras industrias del Golfo de Arauco y el Gran Concepción. Como en otros centros de trabajo, los mineros del carbón y sus familias vivieron no solo la represión militar sino también el temor constante a perder el empleo en una sociedad cada vez más desprotegida. Las comunidades se empobrecieron aún más, mientras que la crisis de la industria carbonífera y los procesos de privatización que fueron afectando por partes a enacar deterioraron las condiciones de trabajo. Se volvió inestable, desparecieron los espacios de participación, y los accidentes aumentaron. El Plan Laboral fue un duro golpe a la unidad y poder sindical, resultando en un proceso de fragmentación y pérdida de derechos. Sin embargo, como señala Cristina Moyano, “al inicio de la crisis terminal del mundo carbonífero nos encontramos con un sindicalismo debilitado y fragmentado, pero con mucha presencia como símbolo de identidad colectiva en la zona”.8

A fines del siglo XX, el proceso de cierre del carbón dejó en evidencia la profundidad de los cambios económicos y los legados autoritarios de la dictadura militar. Los planes de reconversión laboral reflejan las características de la precarizaron laboral en Chile, donde las alternativas eran la industria forestal o el sector servicio. Pero la pérdida no solo era laboral, sino de una forma de vida, trabajar, relacionarse y organizarse, elementos que parecían no tener relevancia en el Chile posdictadura. A pesar de un esfuerzo por reconvertir y borrar su historia, en los últimos años las comunidades han buscado recobrar su patrimonio, no solo como sitio turístico sino como espacio de memoria sindical. En una investigación sobre el cierre de Coronel y la fábrica de paños Bellavista Tomé, Alejandra Brito Peña concluye que “estos dos territorios constituyen ejemplos emblemáticos de resistencia al olvido, Desde sus comunidades organizadas han logrado mantener viva su memoria, transformando el despojo de su cultura industrial, en un patrimonio vivo”.9

¿Por qué volver a Lota y sus piques clausurados para pensar el presente y el futuro del mundo sindical? Gabriel Salazar en un ensayo titulado “Memoria, hermenéutica y movimiento de la ‘baja sociedad civil’” señala la necesidad de reconstruir una “cartografía memorística amplia” de los movimientos sociales y sus luchas, una suerte de mapa histórico que les permita construir un futuro más justo.10 Así la historia del carbón y de su cierre se convierten en uno de los puntos geográficos de este “mapa histórico” del movimiento sindical, una referencia que, si bien ya no es un centro activo de trabajo continúa siendo parte de la memoria colectiva y del repertorio del mundo sindical, una memoria a veces borrada, desplazada, y fracturada por la historia oficial pero que se niega a desaparecer.

Las historias sindicales que se relatan en este libro editado por Rodrigo Medel y Sebastián Osorio contribuyen a construir una cartografía del movimiento sindical. Como en el caso del carbón, las historias que aquí se relatan no son lineales, sino que están marcadas por quiebres y ciclos de avances y retrocesos. Sus trayectorias son diversas. En algunos casos la imposición de un modelo neoliberal es el punto de inicio de una nueva industria y forma de explotación, como lo es el auge de la industria pesquera en la región de Aysén o los locales de comida rápida, en otros es un punto de quiebre marcado por la disolución de los antiguos sindicatos y su reorganización de acuerdo con las nuevas normas. A pesar de las diferencias, la matriz común es un marco institucional y jurídico que ha creado enormes obstáculos a las organizaciones sindicales y, sobre todo en aquellos sectores con una larga historia de organización como los sindicatos docentes y portuarios, se observa un sentimiento de pérdida de derechos. Esta pérdida de derechos también se percibe, señalan Jorge Olea, Fernando Baeza y Claudia Cerda en su capítulo sobre el sector agrícola, como un deterioro de las condiciones de vida y un aumento de la pobreza.

El carbón también nos recuerda la importancia de entender los ciclos productivos y económicos y prestar atención a los procesos de reconversión y cierre. Si bien los casos que en este volumen se analizan no son de cierres, sí muestran elementos de reconversión y transformación productiva que han ido erosionando las formas tradicionales de trabajar, la seguridad del empleo, y el poder e influencia de las organizaciones sindicales. Las políticas neoliberales y de apertura comercial han afectado al sector manufacturero y, señalan Sebastián Osorio y José Ledesma, debilitado a un sector sindical de larga data. En el caso de la Gran Minería del Cobre, pero también en la agricultura, la industria forestal y el sector portuario y de alimentación, los procesos de flexibilización, externalización y subcontratación han precarizado las condiciones de trabajo y como señala Sebastián Pérez Sepúlveda en su capítulo sobre el sindicalismo forestal, dificultando la construcción de un “sujeto colectivo”.

En todo mapa los aspectos geográficos y las características del territorio son importantes. El aislamiento de los trabajadores pesqueros en Aysén, las condiciones únicas del trabajo minero o los ciclos y temporadas agrícolas han influido en las características de las organizaciones y sus vínculos políticos y trayectorias. Las relaciones de producción y de dominación se dan en un determinado espacio, el cual es manipulado y controlado por los empleadores para incrementar la producción y, en muchos casos, debilitar y dividir las organizaciones sindicales. Por ejemplo, quienes trabajan en los servicios de alimentación se enfrentan a una industria dispersa y, en el caso de los locales de comida rápida, un espacio fuertemente reglamentado.

A pesar de los muchos obstáculos legales, económicos y políticos, las y los autores de este libro demuestran la vigencia del movimiento sindical. Si bien las trayectorias y los resultados son variados, el poder de las movilizaciones de la Asociación Nacional de Empleados Públicos contrasta con las enormes dificultades que enfrentan las organizaciones de los trabajadores forestales, es un movimiento que busca dar respuesta a los nuevos desafíos del mundo del trabajo y que incorpora las demandas y sensibilidades de una mano de obra cada vez más diversa. Si bien es una historia de avances y retrocesos, huelgas que fracasan o procesos de unidad que no siempre se materializan, queda claro que el sindicato, como organización de las y los trabajadores, en su gran diversidad y variedad de experiencias y trayectorias, continúa siendo el instrumento más importante y eficaz para proteger los derechos laborales y empoderar a las y los trabajadores para construir una sociedad más democrática.

La dictadura implicó un quiebre profundo en las formas de organización, participación y lucha de las y los trabajadores. Fue el comienzo del fin de una forma de trabajar y organizarse, pérdida que se sintió con mayor profundidad por la desprotección que trajo consigo la imposición de un modelo neoliberal y los cambios económicos y tecnológicos. En lo simbólico y cultural, la represión militar también buscó enterrar la memoria e historia sindical, extirpar los recuerdos, borrar sus líderes, y minimizar sus aportes a la democracia del país. Sin embargo, la memoria es “obstinada” y reaparece como punto de referencia y reflexión para pensar e informar las luchas sindicales del presente.

Ángela Vergara, julio de 2024

1Hernán Venegas Valdebenito, “Políticas de bienestar y control social en la minería del carbón: Las experiencias de Lota y Coronel en el siglo XX”, Atenea (Concepción), Nº 511 (July 2015), 221-45, https://doi.org/10.4067/S0718-04622015000100012

2Editorial Ginebra, Legislación Social y Sindicatos Legales en Chile (Santiago, Chile: Editorial Ginebra, n.d.).

3Editorial Ginebra.

4Brian Loveman, Struggle in the Countryside; Politics and Rural Labor in Chile, 1919-1973 (Bloomington: Indiana University Press, 1976), 106.

5Luis Thielemann-H., “La rudeza pagana: sobre la radicalización del movimiento obrero en los largos sesenta. Chile, 1957-1970”, Izquierdas, Nº 44 (June 2018), 114-33, https://doi.org/10.4067/S0718-50492018000700114

6Salvador Allende, “Discurso en el mineral de Carbón de Lota, 31 de diciembre de 1970”. En: Biblioteca Clodomiro Almeyda, Historia del gobierno popular. Textos de Salvador Allende (1970) (Biblioteca Clodomiro Almeyda, 2023), pp. 166-169. https://www.socialismo-chileno.org/PS/APSA/Historia_del_Gobierno_Popular_Tomo_i.pdf

7Paola Orellana, “La CUT en el gobierno de Salvador Allende: El sindicalismo paraestatal y la agencia histórica por la vía chilena al socialismo”, Cuadernos de Historia, Nº 60 (May 22, 2024), 239-81, https://doi.org/10.5354/0719-1243.2024.74746

8Cristina Moyano Barahona, “El cierre de las minas de carbón en Lota y Coronel. Representaciones sociales desde el sindicalismo en los 90”, Revista de Humanidades, Nº 29 (2014), 191-217.

9Alejandra Brito-Peña, “Memoria colectiva y construcción de territorio: auge y despojo de una cultura industrial. Los casos de la fábrica textil Bellavista-Tomé y la carbonífera Schwager en Coronel (1970-2007)”, Izquierdas, Nº 42 (October 2018), 1-29, https://doi.org/10.4067/S0718-50492018000500001

10Gabriel Salazar Vergara, La historia desde abajo y desde adentro: artículos, conferencias, ensayos (1985-2016) (Santiago de Chile: Penguin Random House Grupo Editorial, S.A., 2021), 213.

VARIEDADES DE SINDICALISMO. UNA INTRODUCCIÓN

Sebastián Osorio*Rodrigo Medel**

En el contexto latinoamericano, Chile suele ser referido como un paradigma de profundización democrática y prosperidad económica. No obstante, el país ha experimentado recientemente una proliferación de protestas y movimientos sociales, que expresan reclamos por las promesas incumplidas del “milagro neoliberal” en la posdictadura.11 Los conflictos que brotan del modelo económico heredado son múltiples y los erráticos intentos por reformular la constitución, al menos desde el año 2015, son una muestra de ello.

Un actor social especialmente golpeado por la dictadura de Pinochet fue el sindicalismo. Además de la descarnada represión que afectó a trabajadores y trabajadoras, las políticas económicas del régimen militar generaron modificaciones sustanciales en las actividades económicas, especialmente en los sectores industrial, estatal y de servicios. Asimismo, se promulgó un nuevo Código del Trabajo que buscó debilitar y controlar el poder de los sindicatos, adecuando los mecanismos de negociación colectiva a los imperativos de productividad de las empresas en el marco del proceso de desregulación de los mercados.12 Particularmente efectivas en este sentido fueron las disposiciones que promovieron el paralelismo sindical, debilitaron las huelgas y dificultaron la participación de los dirigentes en la política nacional.13

Varias décadas después de la imposición de esta nueva arquitectura institucional, el movimiento sindical es muy diferente del que se desarrolló hasta antes del golpe de Estado. Mientras algunos sectores de trabajadores lograron adaptarse a la dinámica del nuevo modelo de relaciones laborales, otros se vieron forzados a buscar mecanismos por fuera de la ley para hacer valer sus derechos.14 En algunos casos, incluso, enfrentándose a otros trabajadores que gozan de mayor protección legal.15

Cerca todavía de la conmemoración de los 50 años del golpe de Estado de septiembre de 1973, este libro profundiza en el análisis de los múltiples efectos que la dictadura tuvo en la estructura, las formas de movilización y las identidades de un sindicalismo heterogéneo. La hipótesis subyacente es que el legado de la dictadura militar en el ámbito laboral derivó en la emergencia de una variedad de sindicalismos, cuyos atributos reflejaron las dificultades y capacidades adaptativas de los trabajadores ante las transformaciones ocurridas en sus respectivas ramas de actividad económica. Como corolario, se vio debilitada la propensión a la unidad y cohesión que habían caracterizado al movimiento sindical chileno hasta entonces.

En función de lo anterior, los capítulos del volumen se enfocan en el análisis del sindicalismo de distintos sectores económicos en los que, asumiendo como punto de partida la coyuntura crítica de las transformaciones estructurales de la dictadura, se busca dar cuenta de sus particularidades sindicales en términos de trayectoria, clivajes, identidades y el despliegue de sus recursos de poder en democracia.

Para fundamentar la hipótesis del libro, este capítulo introductorio propone una revisión general de la historia del movimiento sindical en Chile, poniendo especial atención en sus diferencias internas y sus procesos de unidad a través de dos periodos históricos. El primero, aborda los rasgos fundamentales que tuvo el sindicalismo durante la industrialización dirigida por el Estado,16 situando lo que podría denominarse como su periodo histórico clásico. El segundo, presenta una síntesis de los cambios ocurridos a partir del año 1973, cuyo legado se extendió y profundizó en la posdictadura.

A partir de esta síntesis, se sostiene que un enfoque centrado en el sindicalismo a nivel sectorial puede arrojar mejores resultados para comprender las especificidades de los cambios identificados. Como se argumenta más adelante, no se trata de fragmentar el objeto de estudio para presentarlo de manera más ordenada, sino de poner a prueba por partes una perspectiva que encuentra profundas raíces en la historia reciente de Chile.

EL MOVIMIENTO SINDICAL DURANTE EL PERIODO DE INDUSTRIALIZACIÓN GUIADA POR EL ESTADO

Aunque la historia del movimiento obrero en Chile se puede rastrear al menos desde la segunda mitad del siglo XIX,17 la conformación del sindicalismo como actor político nacional se hizo patente desde los primeros años del siglo XX.18 Sin embargo, fue solo a partir de la convulsa década de 1920 que la élite política se propuso resolver la creciente conflictividad sindical mediante la regulación de las relaciones laborales, cuando quedó claro que la respuesta represiva del Estado ante las protestas obreras19 no era suficiente para contener su organización.

De manera similar al resto de América Latina, en el proceso de institucionalización de los sindicatos chilenos jugó un rol significativo el miedo de las clases dirigentes a la Revolución Mexicana y a la Revolución Rusa,20 pero su puesta en práctica definitiva con el Código del Trabajo de 1931 debe entenderse en el contexto más amplio de la crisis del salitre y la Gran Depresión,21 que condujeron definitivamente al fin del Estado oligárquico y al comienzo de una nueva estrategia económica caracterizada por un mayor proteccionismo y un estímulo de la producción interna, conocida como “desarrollo hacia adentro”22 o “industrialización dirigida por el Estado”.23

Con el afán de modernizar las relaciones entre capital y trabajo, la legislación promulgada integró las propuestas de algunos proyectos previos24 estableciendo como piedra angular la existencia de dos categorías de trabajadores: obreros y empleados, definidos inicialmente según la presunta primacía manual o intelectual de sus respectivos oficios o funciones. Desde un comienzo, los empleados tuvieron derecho a una seguridad social y a una jubilación de mejor calidad que los obreros.25 Al poco andar, también se les otorgó la figura de Sueldo Vital a través del Decreto 300 del año 1937, que estableció un salario mínimo al que los obreros solo pudieron acceder en el año 1957 con la Ley 12.006.26 Así, mientras los empleados fueron acumulando mejores condiciones de vida respecto a los obreros con el paso de los años, estas categorías laborales se convirtieron en una de las principales fuentes de desigualdad material y cultural entre trabajadores.27

Sobre esta base, el Código del Trabajo estableció dos regímenes sindicales diferentes. Por un lado, los Sindicatos Industriales fueron organizaciones únicas a nivel de empresa compuestas exclusivamente por obreros. Se podían formar siempre que obtuvieran la aprobación de al menos un 55% del personal y una vez constituidos su afiliación era obligatoria. Tenían derecho a negociar colectivamente y podían realizar huelgas, además de gozar de una fuente de ingresos permanente con el descuento de la cuota sindical por planilla, y recibir por ley un porcentaje de las utilidades de su empresa.28

Por otro lado, los Sindicatos Profesionales fueron concebidos para agrupar a gremios de profesiones u oficios, es decir, estaban orientados principalmente a empleados con características laborales similares que podían pertenecer a distintas empresas, aunque también admitían a obreros. El requisito para su formación era reunir a más de 25 trabajadores y tenían derecho a celebrar contratos colectivos, pero a diferencia de los Sindicatos Industriales enfrentaban muchas dificultades para realizar huelgas. Otro problema era que no tenían derecho a recibir parte de las ganancias de las empresas y su membresía no era obligatoria.29

Fuera de los anteriores, un tercer tipo de organizaciones fueron los Sindicatos Agrícolas, habilitados desde el año 1947 pero cuya existencia fue marginal hasta mediados de la década de 1960 debido a una serie de requisitos para su constitución que eran muy difíciles de cumplir para los trabajadores del campo.30 Finalmente, tolerados por los sucesivos gobiernos pero sin reconocimiento en el Código del Trabajo, fue tomando forma una categoría de sindicatos en el sector público bajo la figura de Asociaciones, que agrupaban a los empleados de la administración centralizada y descentralizada del Estado. Con el tiempo estos grupos constituyeron federaciones de alcance nacional,31 dando lugar a un movimiento de funcionarios públicos que siempre operó al margen de la legalidad.

Desde el punto de vista de los derechos sindicales, desde su temprana institucionalización los sindicatos fueron sometidos a una serie de reglamentaciones transversales que constreñían su libertad. Entre los aspectos más controversiales, el artículo 371 establecía una estricta prohibición de actividades sindicales ajenas a los fines previstos por el Código del Trabajo, así como otras “tendientes a menoscabar la libertad individual, la libertad de trabajo y la de las industrias”; el artículo 385 y los artículos 392, 393, 396 y 397 impusieron un rígido control sobre sus recursos y su patrimonio, cuyos gastos eran supervisados por el empleador y un funcionario de la Inspección del Trabajo, mientras que debían solicitar autorización a este último para realizar inversiones que no podían tener fines no contemplados en la ley. Las negociaciones colectivas, por lo demás, estaban sometidas a engorrosos procedimientos de conciliación obligatoria que convirtieron a las huelgas en el último recurso de acción.32

Pese a las razonables resistencias que despertó esta hiper-reglamentación que buscaba contener y encausar el poder sindical,33 la necesidad de unir fuerzas para enfrentar los conflictos laborales y una ponderación de los costos y beneficios asociados a la ley llevó a casi la totalidad de los trabajadores organizados a integrarse en la institucionalidad,34 de modo que hacia el año 1940 ya existían más de 1.800 sindicatos legales que agrupaban a 162.297 trabajadores.35

Estas organizaciones fueron evolucionando junto con las transformaciones productivas y del escenario político. Si cabe destacar una tendencia basal, esta fue la proliferación masiva de sindicatos. De hecho, la dispersión sindical se convirtió en una de las características fundamentales de su estructura a nivel nacional, gatillado tanto por la elevada fragmentación productiva36 como por la obligatoriedad de constituir organizaciones a nivel de empresas para negociar colectivamente.

No obstante, la naturaleza única y la afiliación obligatoria que tenían los Sindicatos Industriales dieron lugar a que, con el avance del proceso de industrialización durante las décadas siguientes, las firmas de mayor tamaño engendraran organizaciones mucho más grandes y fuertes, generando una estructura sindical piramidal que reflejaba las diferencias entre las pequeñas, medianas y grandes empresas. A su vez, los Sindicatos Profesionales se convirtieron prontamente en un medio utilizado por los obreros de numerosos oficios para solicitar al Congreso, con mayor o menor éxito, su recalificación como empleados por medio de leyes que les permitieran acceder a los beneficios de dicha categoría.37 Con ello fue perdiendo relevancia el criterio en el que se basaba la distinción entre ambos tipos de trabajadores, pero se profundizó su diferenciación material.

En términos generales, los sindicatos crecieron rápidamente en número de organizaciones y trabajadores afiliados hacia la década de 1940, para luego estancarse hasta el año 1965. Durante ese periodo, como se aprecia en las Figuras 1, 2 y 3, la mayor cantidad de organizaciones eran Sindicatos Profesionales, aunque los Sindicatos Industriales los superaban en cantidad de afiliados totales y tamaño promedio. En conjunto, alcanzaron una cobertura máxima de un 15% de la fuerza de trabajo ocupada en el año 1956, aunque con oscilaciones que posiblemente respondieron más a las políticas de registro de la Inspección del Trabajo que a su propia dinámica. Un aspecto especialmente notable es la resiliencia demostrada por las organizaciones sindicales de base ante momentos políticos particularmente hostiles contra los trabajadores, como lo fueron los años de vigencia de la Ley Maldita entre 1948 y 1958,38 en los que no se aprecian cambios relevantes a nivel agregado.

FIGURA 1. Evolución de afiliación de sindicatos Industriales, Profesionales y Agrícolas, 1932-1977

Fuente: Elaboración propia. Entre los años 1932 y 1959 los datos provienen de Morris y Oyaneder;39 entre los años 1960 y 1977 los datos provienen de Díaz et al.40

FIGURA 2. Evolución de cantidad de sindicatos Industriales,Profesionales y Agrícolas, 1932-1977

FUENTE:Elaboración propia. Entre los años 1932 y 1959 los datos provienen de Morris y Oyaneder;41 entre los años 1960 y 1977 los datos provienen de Díaz et. al.42

Durante este mismo periodo, la constatación de los evidentes problemas que traía consigo la dispersión de los sindicatos, impulsó a los trabajadores a generar instancias de unidad y luchas políticas comunes, recogiendo la experiencia previa de coordinación y organización multisindical que habían dejado las Mancomunales,43 la Federación Obrera de Chile (FOCH),44 la Industrial Workers of the World (IWW)45 y el Congreso Social Obrero,46 que habían agrupado durante las primeras décadas del siglo a múltiples organizaciones construyendo objetivos y programas regionales o nacionales. Con la institucionalización de las federaciones y confederaciones sindicales, estos esfuerzos adquirieron una nueva dimensión y, al calor de la formación del Frente Popular que llegó a ser gobierno en 1938, la apuesta por incidir en el Estado desde el mundo del trabajo desembocó en la creación de la Central de Trabajadores de Chile (CTCh) en el año 1936.47

FIGURA 3. Porcentaje de cobertura de Sindicatos Industriales, Profesionales y Agrícolas sobre la fuerza de trabajo ocupada, 1932-1977

FUENTE:Elaboración propia. Entre los años 1932 y 1959 los datos provienen de Morris y Oyaneder;48 entre los años 1960 y 1977 los datos provienen de Díaz et al.49

Durante el primer gobierno del Frente Popular, el influjo de los partidos políticos en el movimiento sindical era indiscutible. Hasta entonces, la relación más directa había sido el vínculo entre la FOCH y el Partido Obrero Socialista (POS), que se fue estrechando hasta consolidarse a principios de la década de 1920, poco antes de convertirse en el Partido Comunista de Chile (PC).50 A su vez, desde comienzos de la década de 1930 surgió el Partido Socialista (PS) que se fortaleció aprovechando la institucionalización de los sindicatos, llegando a participar codo a codo con el Partido Comunista en la formación de la CTCh. Este maridaje partidario comunista y socialista se convirtió desde entonces en el pilar ideológico y político fundamental del sindicalismo en Chile, al que luego se sumó la Democracia Cristiana en condición de minoría.51

El vínculo entre el sindicalismo y los partidos políticos de izquierda se reforzó con el paso de los años. La razón principal de esto fue que, en un contexto de abundantes organizaciones pequeñas y débiles, el vínculo partidista se convirtió en el medio más eficaz que tuvieron los trabajadores para canalizar sus demandas ante la institucionalidad. Ya fuera para solicitar un cambio de categoría desde obreros a empleados de algún grupo específico, o bien para presionar por algún proyecto de ley que mejorara las condiciones laborales en general,52 era fundamental cultivar estas redes. Esto no significa que las relaciones hayan sido siempre armoniosas, como lo demostró la crisis entre el PC y el PS en el año 1946, que culminó con la ruptura de la CTCh y la promulgación de la llamada Ley Maldita.53

Hasta fines de la década de 1940, numerosos factores como la aguda dispersión sindical, las diferencias entre obreros y empleados, su correlato a nivel de sindicatos Profesionales e Industriales, e incluso los conflictos partidarios que atravesaron al sindicalismo, configuraban un panorama que amenazaba con una irrefrenable diáspora en la organización de los trabajadores. Sin embargo, la irrupción del fenómeno de la inflación a comienzos de la década de 1950 mostró que la situación era diferente.54 Por un lado, este problema no podía enfrentarse a nivel puramente sindical de base ya que requería la implementación de políticas de Estado;55 por otro lado, las respuestas de los gobiernos se enfocaron en contener los reajustes salariales, con un efecto de progresiva pérdida del poder adquisitivo que afectó a todos los trabajadores.56 De tal modo, el capitalismo nacional contribuyó a reducir notablemente las brechas salariales y culturales que dividían a los trabajadores. En ese contexto, la cuestión de la unidad del movimiento sindical recuperó su sentido y su fuerza, tomando forma con la fundación de la Central Única de Trabajadores (CUT) en el año 1953, que agrupó bajo su alero las demandas de la clase trabajadora en su conjunto.57

A partir de ese momento el sindicalismo fue construyendo una notable trayectoria de unidad programática que logró imponerse a sus naturales tensiones y conflictos. Con ello, los trabajadores consiguieron avanzar en diversas leyes y propuestas que buscaban adaptar la realidad económica a sus necesidades. A su vez, el panorama político se fue polarizando en la medida que la institucionalidad pretendía contener las crecientes demandas de los sectores populares. En este escenario, el punto de inflexión fue el vertiginoso crecimiento de la afiliación sindical a partir del año 1966.

Las Figuras 1, 2 y 3 muestran que esta expansión fue tributaria de la Ley de Sindicalización Campesina del año 1967, que facilitó e impulsó decididamente la creación de Sindicatos Agrícolas de afiliación voluntaria, que agrupaban a trabajadores de grandes territorios con base en las subdivisiones administrativas del país.58 De cualquier manera, esto no hubiera sido posible sin el proceso de politización general que experimentó la sociedad chilena y que se vio coadyuvado por la incorporación masiva a la institucionalidad de sectores hasta entonces marginados.

En este extraordinario periodo de la historia política de Chile, los sindicatos alcanzaron su momento estelar en términos de poder e influencia sin necesidad de reformas legales al modelo de relaciones laborales, que en varios de sus límites fue superado por los hechos. Sus formas de conciencia, sus orientaciones políticas y sus formas de acción fueron evolucionando59 y, como resultado de la sólida presencia del PC y el PS entre las bases y dirigencias sindicales, se inclinaron mayoritariamente por respaldar el proyecto de Vía Chilena al Socialismo de la Unidad Popular.60

Es innegable que al interior de la clase trabajadora existían diferencias políticas importantes sobre las que hay poca indagación.61 Un ejemplo de esto fueron facciones del sindicalismo estatal liderado por la ANEF, con características identitarias autónomas y una relativa distancia con el gobierno de la Unidad Popular.62 Sin embargo, la literatura consultada sobre este periodo permite afirmar que incluso en su momento de mayor tensión política existió un solo movimiento sindical, con una central que agrupaba a los trabajadores sindicalizados sin ningún contrapeso, con un programa consensuado que incorporaba a los principales partidos políticos con presencia en el mundo del trabajo. Sin duda, en este fenómeno influyó la capacidad de construir acuerdos por parte de los partidos políticos en el seno de la CUT, así como el surgimiento de liderazgos de grandes organizaciones sindicales en los sectores del cobre, manufacturas, construcción y el Estado. La norma de Sindicatos Industriales únicos de afiliación obligatoria cumplió un rol importante en todo esto, pero el aglutinante principal fue la deriva económica y política que provocó la crisis del régimen de acumulación basado en la industrialización guiada por el Estado.63

LAS TRANSFORMACIONES DEL MOVIMIENTO SINDICAL DESDE LA DICTADURA

La situación del movimiento sindical cambió dramáticamente con el golpe de Estado de 1973. Dado que éste se declaró desde un comienzo enemigo del proyecto que encarnaba la Unidad Popular, las organizaciones que lo respaldaron desde la sociedad civil y especialmente sus dirigentes se convirtieron en enemigos y potenciales víctimas del terrorismo de Estado.

Al mismo tiempo que cientos de líderes sindicales eran perseguidos, secuestrados, torturados y asesinados,64 se promulgaron diversos Decretos Ley (DL) que restringieron la actividad sindical y flexibilizaron el mercado de trabajo,65 como medidas de emergencia que buscaban resolver la grave crisis económica y social que atravesaba el país. El ajuste tuvo duros efectos sobre los trabajadores, cuyos salarios descendieron por varios años más antes de que la economía se reactivara.66

Entre los cambios introducidos durante el primer mes del régimen, destacan las disposiciones de los DL 6, 12, 32, 4367 que, junto con cancelar la personalidad jurídica de la Central Única de Trabajadores, facilitaron los despidos en el sector público y privado para “reestablecer el principio y la práctica de la disciplina laboral”, incorporando causales propias de actividades y protestas sindicales. Junto con ello, se eliminaron todos los mecanismos institucionales vigentes para reajustar salarios, incluyendo las negociaciones colectivas y las huelgas.

Durante los meses siguientes, los DL 66, 82, 97, 98 y 133 profundizaron y afinaron estas medidas, disolviendo y liquidando los bienes de la CUT, al tiempo que establecieron un piso mínimo de remuneraciones y bonificaciones para evitar la pauperización absoluta de los trabajadores ante una inflación que no daba muestras de ceder. Sin embargo, la medida más importante fue el DL 198 promulgado en diciembre del año 1973, que reanudó parcialmente la vida sindical bajo un control draconiano sobre sus actividades y reemplazó a los dirigentes que habían sido removidos por los trabajadores de mayor antigüedad en cada empresa. Estas medidas motivaron diversos reclamos de dirigentes que fueron recogidos por la Organización Internacional del Trabajo (OIT) en el año 1975, constatando que eran absolutamente atentatorias a la libertad sindical y dando cuenta de decenas de dirigentes asesinados o desaparecidos.68

Con las organizaciones de trabajadores en repliegue y debilitadas en el mejor de los casos, por lo menos hasta el año 1977 la dictadura intentó acercamientos con determinados sectores del sindicalismo con la esperanza de construir una fuerza leal al régimen. Como esta estrategia dio escasos frutos, hacia el año 1978 la Junta Militar definió un cambio de rumbo abandonando las ideas corporativistas que sugerían una apertura de cierta continuidad con el Código del Trabajo de 1931.69 En su lugar, a través de los DL 2.200, 2.346, 2.347, 2.376 y 2.756 se optó por reorganizar, sistematizar y convertir en permanentes los primeros DL que en un principio fueron concebidos como medidas de emergencia, en lo que se denominó Plan Laboral.70

Es importante destacar que este giro se alimentó de objetivos tanto políticos como económicos. En cuanto a lo primero, se apuntaba a debilitar y despolitizar el sindicalismo sustrayéndolo de la política nacional. Era una respuesta lógica ante el miedo que generó, entre los sectores conservadores y la derecha política, la experiencia de lidiar con un movimiento muy poderoso en la sociedad civil, capaz de desestabilizar el sistema político con su alta capacidad disruptiva y que, por lo demás, se identificaba con partidos políticos de izquierda. En el ámbito económico, se procuraba ampliar el margen de maniobra empresarial para reducir los costos laborales y mejorar la competitividad de las empresas. Según la doctrina de libre mercado que guiaba la toma de decisiones en el régimen, se esperaba que esto alineara los salarios con la productividad de las empresas.71

Concretamente, entre los aspectos de la restructuración del sistema de relaciones laborales de la dictadura, los más relevantes fueron: la eliminación de las diferencias legales basadas en las categorías de obreros, empleados y trabajadores agrícolas; el fin de las organizaciones únicas y de la afiliación obligatoria abriendo la posibilidad del paralelismo sindical; la prohibición de negociar colectivamente aspectos que involucrasen la capacidad de organización y administración del trabajo por parte de los empresarios; la existencia de Grupos Negociadores distintos a los sindicatos, usualmente organizados por los mismos empleadores y con derecho a negociar instrumentos colectivos; la prohibición de negociar a nivel interempresas; y la facultad del empleador para reemplazar a trabajadores en huelga.72

No obstante, una ponderación seria del nuevo Código del Trabajo permite identificar no solo cambios importantes, sino también significativas continuidades e incluso profundizaciones de la normativa previa. En este sentido, los aspectos más relevantes fueron la reafirmación de la descentralización y el excesivo control procedimental del Estado sobre las negociaciones colectivas y huelgas, así como las numerosas restricciones impuestas a la actividad sindical y a las organizaciones suprasindicales como federaciones y confederaciones. También se mantuvo la diferenciación de derechos laborales y sindicales entre trabajadores del sector privado y público.73

Ahora bien, la eficacia que tuvo este conjunto de normas para transformar la estructura histórica del sindicalismo del país debe ser entendida considerando el contexto de transformaciones estructurales del capitalismo chileno en el que se llevaron a cabo,74 los cuales se enmarcan en una tendencia a nivel mundial, identificable desde fines de la década de 1970 con la reestructuración de la división internacional del trabajo.75 Estos procesos implicaron la desindustrialización progresiva de las economías avanzadas y el ocaso de los esfuerzos industrializadores de Latinoamérica. También desencadenaron las tendencias de flexibilización laboral y fragmentación productiva,76 que tuvieron como correlato un debilitamiento sindical en todo el mundo.77

Lo anterior es de suma relevancia para comprender que el cambio en la legislación por sí solo está lejos de explicar por completo la evolución ulterior del movimiento sindical en Chile. En efecto, la expansión de la dispersión y del paralelismo sindical, así como sus consecuencias sobre la creciente heterogeneidad sindical,78 están íntimamente relacionadas con la reducción del peso de la industria y el Estado en la estructura productiva, y con el crecimiento de nuevos sectores carentes de una trayectoria sindical robusta, como el comercio y los servicios financieros, entre otros. No obstante, poner el foco en el llamado Plan Laboral es una perspectiva metodológica que permite observar mejor el impacto de las transformaciones institucionales de la dictadura sobre el sindicalismo.

Como el periodo que se abrió con el fin de la dictadura mantuvo en lo medular el modelo de relaciones laborales heredado, el movimiento sindical tuvo que desarrollar nuevas estrategias para fortalecerse y desplegar su acción política en un escenario mucho más complejo. Diversos estudios sobre su trayectoria en la posdictadura79 tienen en común el problema de considerar al sindicalismo como un todo homogéneo y no dar cuenta de las diferencias internas que fueron surgiendo y consolidándose.

De hecho, una mirada superficial podría dejar la falsa impresión de que el movimiento sindical unificado en la CUT antes de la dictadura no tuvo grandes diferencias con la nueva Central Unitaria de Trabajadores (en adelante, CUTCh) reconstituida desde el año 1988. Pero como se ha explicado, el sindicalismo de la etapa de industrialización impulsada por el Estado había consolidado su unidad en circunstancias bien específicas, determinadas por la situación a la que tenían que hacer frente los trabajadores a nivel nacional, convergiendo las luchas económicas y políticas en un programa que tuvo a la CUT como vehículo de representatividad casi exclusiva.

La situación posterior era muy distinta. El cambio en el modelo económico y normativo obligó a una adaptación de las organizaciones de trabajadores que fue dividiendo aún más a los sindicatos, socavando su poder asociativo y su capacidad de articularse en torno a demandas generales. Con esto se abrió el camino para el distanciamiento con los partidos políticos que tradicionalmente habían constituido un soporte indispensable de su acción política. Por mucho que la nueva CUTCh hubiera logrado agrupar también a la mayoría de los sindicatos más grandes desde el retorno a la democracia, muy pronto fue evidente que ello no vino acompañado de un poder movilizador similar al de antaño.80 A grandes rasgos, esta situación se puede comprender a la luz de dos tendencias que trastocaron la estructura sindical en Chile simultáneamente.

La primera tendencia se puede identificar como una heterogeneidad horizontal que afectó a las organizaciones sindicales de base. Con el fin de la afiliación obligatoria y de los Sindicatos Industriales únicos, muy pronto la estratificación de las organizaciones de trabajadores dejó de reflejar la estructura productiva de cada rama de actividad, tanto por la existencia de múltiples sindicatos en las grandes empresas que dificultaron en extremo la emergencia de referentes absolutos en su respectivo rubro, como por el aumento en la cantidad de trabajadores sin afiliación que, por omisión, debilitaron a las mismas organizaciones.

Junto con lo anterior surgió una heterogeneidad de tipo vertical, con la creación y expansión de múltiples organizaciones sindicales superiores a nivel sectorial y transectorial. Aunque estas estructuras naturalmente buscaban construir y/o consolidar más poder, las nulas restricciones al paralelismo en este nivel derivaron en una caótica dispersión de Federaciones y Confederaciones sin una representación consistente a nivel ramal, que en muchas ocasiones buscaron suplir su debilidad extendiendo su influencia en sectores económicos ajenos a su núcleo original. En los muy pocos casos que esto se tradujo en sinergias organizativas y de poder sindical, en la práctica se crearon versiones más pequeñas y débiles de una central sindical, llevando incluso a ese nivel el paralelismo.

En un contexto de constantes cambios en la dinámica de acumulación de capital, esta heterogeneidad dio lugar a diferenciaciones entre trabajadores al interior de las ramas de actividad e incluso de las empresas, con clivajes vinculados a los trabajadores subcontratados frente a los empleados de planta. Los mejores ejemplos son los sectores de la minería y la industria forestal.

En medio de esta complejidad, la CUTCh fue incapaz de recuperar su antigua influencia y capacidad de coordinación en el sindicalismo del sector privado,81 forzada a apoyarse en los trabajadores del sector público además de algunos enclaves sindicales tradicionales que lograron sostenerse desde 1973, evidenciando una notable brecha entre el sector público y privado en términos de movilización y unidad sindical.82

EL SURGIMIENTO DE VARIEDADES DE SINDICALISMO

Desde el retorno a la democracia, los nuevos obstáculos y dificultades no impidieron que el movimiento sindical se mantuviera como un referente importante de la sociedad civil. Incluso, si bien las cifras de sindicalización registraron un repliegue significativo a partir del año 1993 seguido de un prolongado estancamiento, la segunda mitad de la década de los 2000 dio lugar a una suerte de revitalización sindical en varios ámbitos. Por un lado, creció la capacidad de organización y acción de franjas de trabajadores subcontratados, especialmente en el sector primario,83 junto con una recuperación importante del nivel de huelgas.84 Por otro lado, una mayor y mejor utilización de recursos legales por parte de los sindicatos,85 aprovechando los cambios que implicaron las reformas a la judicatura laboral en la protección de los derechos fundamentales.86 Finalmente, cabe destacar la importante reactivación de la negociación colectiva de sindicatos sobre todo en las grandes empresas,87 junto con la casi completa desaparición de los Grupos Negociadores después de la reforma laboral del año 2016.

La evidencia más robusta sobre la capacidad de resiliencia del sindicalismo chileno en este nuevo ciclo ha sido el constante aumento en el número de afiliados, aunque en general ha estado acompañado de una mayor dispersión sindical. La Figura 4 muestra la evolución de estas dos tendencias principales entre los años 1990 y 2019, donde se aprecia un crecimiento sostenido del número de afiliados especialmente desde el año 2010, cerrando el ciclo con más de 1.200.000 trabajadores sindicalizados; simultáneamente, el número de sindicatos ascendió ininterrumpidamente hasta superar los 12.000 en el año 2019, cuando la tendencia muestra un quiebre. Este movimiento indica que el incremento en la afiliación ha ido acompañado de una proliferación de organizaciones sindicales como respuesta a la diversificación de la fuerza laboral y la herencia institucional de la dictadura.

Para distinguir estas cifras del crecimiento natural en la cantidad de ocupados, la Figura 5 muestra la tasa de afiliación sindical diferenciada por género y la afiliación total entre los años 2010 y 2020. De la figura se desprende un aumento significativo a lo largo de la década, especialmente a partir del año 2016. En 2020, la afiliación total alcanzó el 22.2%, una cifra considerablemente alta en comparación con años anteriores, lo que algunos investigadores atribuyen a un renovado interés y confianza en los sindicatos.88 También es relevante destacar que la tasa de afiliación de mujeres aumentó más rápido, llegando a superar las cifras de los hombres en línea con la tendencia global,89 siendo uno de los principales factores que contribuyeron con el alza general.

Bajo esta trayectoria general, la Figura 6 ilustra el carácter heterogéneo que tuvo esta recuperación sindical a nivel ramal. Mientras la proliferación de sindicatos en sectores como Comercio y Construcción refleja una expansión con nuevas organizaciones con poca tradición organizativa previa, sectores como Agricultura e Industria muestran una estabilidad en el número de afiliados y sindicatos que sugiere una resistencia a las fluctuaciones del mercado, a las políticas económicas de desindustrialización y a la tercerización. Por último, la recuperación y el crecimiento del número de afiliados en sectores clave como Minería y Transporte destacan su capacidad de adaptación a los cambios del modelo económico atrayendo nuevos miembros.

FIGURA 4. Evolución del número de sindicatos y de afiliados en Chile (1990-2019)

FUENTE:elaboración propia con base en datos de la Dirección del Trabajo.90

FIGURA 5. Evolución de la tasa de sindicalización en Chile (1990-2019)

FUENTE:elaboración propia con base en datos de la Dirección del Trabajo.91

NOTA:para el cálculo de la tasa se considera únicamente a los trabajadores ocupados dependientes.

FIGURA 6. Evolución del número de sindicatos y afiliados según distintos sectores de la economía (1990-2019)

FUENTE:elaboración propia con base en datos de la Dirección del Trabajo.92

De conjunto, las tendencias observadas sostienen la hipótesis de un desarrollo sindical diferenciado a nivel sectorial, que se explicaría tanto por la institucionalidad como por el contenido de las transformaciones productivas que han impactado de manera diferenciada según las condiciones materiales, las capacidades organizativas y las identidades propias de cada rama. Así, aunque el proceso político de transición a la democracia estuvo lejos de facilitar la recuperación del poder que tuvo el movimiento antes del golpe de Estado,93 el sindicalismo buscaba encajar en los movimientos, ajustes y fluctuaciones de sus respectivos rubros en el marco del nuevo Código del Trabajo.

Por estas razones se puede afirmar que en la posdictadura han proliferado Variedades de Sindicalismo. Si bien este planteamiento se asemeja a la idea de Varieties of Unionism propuesta hace casi dos décadas por Carola Frege y John Kelly,94 baste señalar que este libro no pretende retomar esa noción ni polemizar con ella. De hecho, solo se espera dar cuenta de que la fisonomía del sindicalismo en Chile debe ser estudiada en cada rama de actividad económica para comprender de mejor manera sus avances y retrocesos, sin asumir a priori que la diferenciación de sindicalismos sea positiva ni mucho menos que constituya la base de un proceso nacional de reconstrucción del movimiento sindical en línea con una recuperación mundial que, por lo demás, sigue siendo objeto de debates.95

SOBRE EL CONTENIDO DE ESTE LIBRO

Este libro busca indagar en el despliegue del fenómeno de Variedades de Sindicalismo desde la imposición del Plan Laboral, indagando en su desarrollo a nivel de ramas de actividad o de rubros. Argumentamos que a partir de la materialidad propia de la actividad productiva se fueron generando nuevas formas e identidades sindicales, muchas de las cuales se fueron oponiendo o yuxtaponiendo a las que existían antes. En paralelo, los sindicatos abordaron la institucionalidad laboral con diversas estrategias de acuerdo con la naturaleza de su rubro. Junto con profundizar en el argumento general, cada capítulo plantea sus propias hipótesis, describiendo implicancias y consecuencias específicas de la transformación neoliberal en el sindicalismo del sector.

El primer capítulo, escrito por Sebastián Osorio y José Ledesma, aborda la trayectoria del sindicalismo del sector manufacturero, examinando su desarrollo desde el periodo de industrialización guiada por el Estado hasta lo que denominan como un “proceso de desindustrialización capitalista”, implementado al menos desde fines de la década de 1970 hasta la actualidad, lo cual ha dejado hondas repercusiones en las dinámicas de organización y los repertorios de acción del movimiento sindical hasta la actualidad. Así, los autores relevan cómo las transformaciones de la economía con la apertura comercial, el paralelismo de la nueva legislación laboral de la dictadura y la orientación legalista propia de los trabajadores de este sector, han dificultado en extremo la expansión de sus organizaciones, aunque estas han logrado estabilizarse y hasta fortalecerse en los últimos años.

Centrado en el ámbito agrícola, en el segundo capítulo los autores Jorge Olea, Fernando Baeza y Claudia Cerda, analizan exhaustivamente las transformaciones del capitalismo del sector y su impacto sobre el ámbito laboral y la organización colectiva. A partir de este análisis, destacan cómo se ha institucionalizado y tolerado la precariedad por medio del Plan Laboral, convirtiendo el campo en un paradigma para la implementación de la reestructuración neoliberal. Asimismo, proponen agudas reflexiones sobre las dificultades que ha enfrentado la organización sindical agraria, debido a las restricciones legales y políticas, además de la huella dejada por la represión que llevó a cabo la dictadura.

El tercer capítulo se refiere al sector forestal. Escrito por Sebastián Pérez, en éste se propone que la acción colectiva desde el trabajo se ve desafiada tanto por la dispersión estructural de condiciones laborales como por la construcción sociocultural del sector. El autor destaca la importancia de una convergencia entre significados individuales del trabajo y narrativas colectivas asociadas a la actividad productiva para cimentar una acción sindical estable, concluyendo que esta convergencia es frágil debido a una narrativa colectiva inestable y significados individuales que muestran una adhesión circunstancial a la actividad, influida por las condiciones materiales específicas del sector que han repercutido en dificultades para la organización y acción colectiva.

En el capítulo cuarto se aborda el sindicalismo pesquero. Los autores Jorge Ayala Córdova, Diego Velásquez y Natalia Briceño Lagos, se enfocan en la territorialización de la agencia sindical en la industria pesquera y salmonera en la región de Aysén. Su argumento es que el Plan Laboral no fue el único factor determinante en los procesos de articulación sindical del sector, destacando la influencia de las condiciones territoriales y la reconfiguración económica tardía en la estructuración de este sindicalismo, que permiten entender que el sindicalismo no solo surge en un momento y lugar específico, sino que se reterritorializa según los patrones de desarrollo regional. Junto con esto, destacan la importancia que tiene para el sector pesquero considerar elementos como las reconfiguraciones económicas, el contexto político, las particularidades culturales y el entorno natural en el que se desarrolla su actividad. A partir de lo anterior, dan cuenta de la debilidad del sindicalismo en la industria pesquera y describen las dificultades que ha tenido para generar procesos de acción colectiva.

Bajo la autoría de Omar Manky y Mauricio Muñoz, el quinto capítulo estudia el movimiento sindical de los trabajadores de la Gran Minería del Cobre (GMC). Los autores destacan que en este sector el Plan Laboral no rompió las tradiciones sindicales, pero sí contribuyó a una mayor fragmentación, dando lugar a organizaciones de trabajadores subcontratados y una coexistencia compleja entre organizaciones sindicales. Los autores identifican tres divisiones significativas: entre trabajadores de planta y subcontratados; entre dirigentes sindicales y bases obreras; y entre trabajadores de la minería privada y estatal de CODELCO, marcada por la llegada de empresas extranjeras con políticas laborales específicas. Estos procesos habrían consolidado tensiones preexistentes en el movimiento minero, manteniendo tradiciones sindicales críticas y militantes, las que conviven con otras de enfoque más corporativista centrado en demandas económicas. Así, subrayan la creciente complejidad del sindicalismo en el sector minero en términos históricos y sus implicaciones actuales.

El Sindicalismo docente es estudiado por Christián Matamoros Fernández, Rodrigo Reyes Aliaga y Jorge Sanhueza Ochoa en el capítulo seis. Aquí los autores llevan a cabo una cartografía histórica de los cambios en el sector tras el Plan Laboral, defendiendo la hipótesis de que el nuevo sindicalismo docente se ha articulado a partir de un clivaje dependiente de la autoridad administrativa de los establecimientos educacionales tras la dictadura, con agrupaciones mayormente divididas entre el Colegio de Profesores y los sindicatos de empresa, que han mantenido tenues vínculos políticos y repertorios de acción. A pesar de que el Plan Laboral y otras reformas educativas no alteraron la orientación política predominantemente de izquierda en el sindicalismo docente, se argumenta que sí condujeron a una reconfiguración de las culturas sindicales que, después de más de cuarenta años, aún no logran consolidar la unificación de sus diversas estructuras gremiales en un programa y formas de acción conjuntas.

El capítulo siete analiza la trayectoria reciente del sindicalismo portuario. Los autores, Camilo Santibáñez Rebolledo, Jessica Leguá y Camila Álvarez, examinan las transformaciones que fueron impuestas en las relaciones laborales de los puertos chilenos como una dimensión específica del Plan Laboral. Esto implicó un ataque directo contra las formas de organización del trabajo y de los sindicatos que, junto con precarizar la labor y la estabilidad de los obreros del sector, sirvió como preludio de los procesos de privatización que se desplegaron durante la década de 1990. A partir de ello, argumentan que los cambios legales iniciados en el año 1981 han tenido una influencia duradera en la estructura y dinámica del sindicalismo portuario, que queda en evidencia especialmente por las continuidades y similitudes entre las grandes huelgas de los años 1985 y 2018.