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Un libro imprescindible para los amantes de los árboles y de la poesía. Más de setenta poemas de escritores como Federico García Lorca, Pablo Neruda, Wisława Szymborska, Rafael Alberti, Camilo José Cela, Gioconda Belli, Fernando Pessoa, Walt Whitman y muchos más. Leticia Ruifernández nos lleva de viaje alrededor del mundo para mostrarnos los árboles de cada uno de los países a través de la mirada de las y los poetas.
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Seitenzahl: 101
Veröffentlichungsjahr: 2022
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VV. AA.
LA POESÍA DE LOS ÁRBOLES
Ilustraciones de
INTRODUCCIÓN
Ven conmigo, apresúrate.
Voy a revelarte un secreto:
la palabra del árbol
y el susurro de la piedra…
Da a conocer a los humanos el mensaje.
(Ciclo de Baal, ca. 1370 a. C., Biblioteca de Ugarit)
Sin duda Poesía y Árbol mantienen un encendido romance desde el principio de los tiempos. Mucho antes de que los primeros versos se escribieran en arcilla o corteza, ya se rimaba y cantaba a la luz y al calor de las leñas de todos los árboles nutricios, que nos han inspirado y alentado de mil modos distintos.
En el siglo XIII, Snorri Sturluson escribió en sus Eddas los mitos primordiales de la cultura nórdica. En estos versos se narra el nacimiento del primer hombre y la primera mujer, creados por los dioses a partir de un fresno y un olmo; el origen del hidromiel de la poesía, y la suprema revelación de las runas que el dios poeta Odín obtuvo al pie del gran Árbol del Mundo. El magnífico Yggdrasil, que hunde sus raíces en la fuente de la memoria: «Empecé a germinar y a ser sabio —dice el mismo dios—, una palabra dio otra, la palabra me llevaba, un acto condujo a otro, el acto me llevaba…». En el mundo helénico, el don de la inspiración proviene de las nueve musas habitantes del bosque sagrado de Helicón; y la poeta Safo de Lesbos, considerada por Platón la décima musa, escribió: «Eros estremece mi corazón como un viento que agita el follaje de las encinas en la montaña».
Cada tradición perpetúa sus recuerdos y continúa cantando acerca de esa perfecta sincronía, de la simbiosis primigenia y esencial entre la vida y el amor, entre los árboles y la poesía. A lo largo de su obra magna, La Diosa Blanca, el poeta y escritor Robert Graves expuso su tesis de una poesía «auténtica», inspirada en la naturaleza y el conocimiento de la mitología; frente a la poesía sintética y racional. No pensamos de ningún modo que exista una poesía verdadera, ni superior; pero Graves nos guía y seduce como un sabio druida a través de alfabetos de árboles e intrincados bosques que son el hogar de las musas y reino de la Diosa Blanca. «La Diosa no es ciudadana; es la Señora de las Cosas Silvestres, merodeadora de las cimas boscosas», dice el autor haciendo una oda a la libertad y la independencia del poeta, e invitándolo a buscar la sabiduría al pie de los árboles. De acuerdo con esta idea, muchos antiguos mitos y etimologías relacionan la génesis de los alfabetos (y el propio conocimiento) con los árboles, que avivan la fecundidad poética, e incluso la «iluminación». Que forman en el paisaje ideas, frases y relatos no menos inspirados que los humanos.
Apenas somos conscientes de ello, pero el Gran Árbol pervive hoy arraigado en el imaginario colectivo de la humanidad, como parte de ese ADN cultural que nos recuerda que seguimos siendo primates, recién bajados de las ramas de un tronco común, pero unidos aún a la floresta por un indeleble cordón umbilical. Por eso, la literatura, el mito y la leyenda concuerdan por todo el planeta contando distintas versiones de la misma historia: el paraíso atemporal en el que los árboles aborígenes dieron a luz a la conciencia humana y fueron el germen de nuestro mundo. Quizás por eso, dice la poeta paraguaya María Luisa Artecona, «la leyenda del árbol no es el árbol nada más, es el tiempo inmemorial».
En la selva remota, en medio del poblado o en el patio de la casa familiar; en el parque, en la alameda junto al río, en el cementerio o en la ladera de la montaña justo después de la tala devastadora… El poeta, la poeta, contempla y comprende a la ceiba, a la acacia, al abeto y al ahuehuete, al olmo, al ciprés y al pino, y al ruiseñor que los habita. Habla con ellos de tú a tú y se duele de cada ausencia. La sola palabra árbol libera una miríada de acepciones reales, vitales, alegóricas o poéticas… El simple nombre del bosque agita la palpitante selva de dendritas, adentro y afuera; evoca la belleza original, conformando algunos de los sueños más vívidos y sublimes que ha producido la vida sobre la Tierra… De acuerdo con esta idea, María Zambrano escribió que el poeta es una persona devorada por los espacios del bosque.
Encontrarás así, en esta verde antología, un solo lugar común: una Matria compartida, en la que habitan diferentes lenguajes. Desde la poesía filosófica, comprometida o reivindicativa de los disidentes; hasta la sensualidad, la valentía y la radical vitalidad de poetas como Joumana Haddad o Juana de Ibarbourou. Desde la libertad de las poetas arraigadas de Latinoamérica, a la percepción escueta y desnuda de los haikus orientales. El árbol y la poesía tienen también en común esa facultad de hundir sus raíces en la totalidad de las formas de percepción y entendimiento del ser humano, colocando en términos de igualdad a nuestras inteligencias múltiples: lúdica, racional, emocional, simbólica, mítica…
Hemos intentado devolver la voz y la mirada a la raíz, al árbol y al bosque, que nos alumbran en un tiempo sombrío de futuro cada vez más incierto. Sentimos la vertiginosa ausencia de bosques y selvas vírgenes, tanto en el paisaje real y palpable, como en la geografía inconmensurable de nuestra imaginación. Albergamos aún la esperanza de que la poesía, la empatía y la sensibilidad hacia el mundo que nos rodea puedan transformarnos hasta el punto de hacernos tomar conciencia del daño y empezar a reparar las heridas de la Tierra con el bálsamo de los árboles. La visión poética parece hoy más necesaria que nunca como contrapunto al materialismo y productivismo imperantes. En esta búsqueda comprometida de la belleza y la defensa incondicional de la vida, la presente antología quiere ser una semilla necesaria, como tantas otras, para repoblar este planeta enfermo y desarbolado, que clama por que volvamos a echar raíces de afecto e identidad en el paisaje que habitamos.
Ya hace más de dos milenios exclamaba el inmortal Virgilio en sus Geórgicas: «¡Que habite Palas las ciudades que ella misma fundó! Pero a nosotros lo que por encima de todo nos place son sin duda los bosques». Siguiendo sus huellas, podemos recorrer este libro como un estrecho sendero que se pierde y difumina en la espesura. Volveremos a recordar que los dioses habitaban las selvas y hasta es posible que termines emulando a Títiro, repasando estas páginas a la sombra de una frondosa y centenaria haya o en una arboleda feliz.
Respecto a la pequeña historia de La poesía de los árboles, hemos de aclarar que este libro nació en una primera edición bajo el sello Cantabria Tradicional (2011), y hubo una segunda con la editorial Huts (2016). Esta tercera versión, que tienes en tus manos, ha sido actualizada y revisada, y ha evolucionado tanto que podemos considerarla una obra distinta. Tanto para el antologista como para la ilustradora resulta un honor que una editorial de trayectoria tan impecable como Nórdica haya decidido incluir este libro en su sello. Es preciso aclarar que muchos de los anteriores poetas ya no están por unas u otras razones y han venido a sustituirlos otros y otras escogidos con diferentes criterios que a nuestro parecer otorgan al libro una mayor universalidad y madurez, quizá un punto más salvaje y radical. Nos satisface de manera especial haber abierto la selección a un mayor número de poemas escritos por mujeres y haber incluido, asimismo, voces de diferentes etnias y procedencias culturales que aportan distintas perspectivas. Mantenemos, sin embargo, el denominador común del compromiso social o ecológico de muchos de los autores que no solo se han dedicado a la poesía, sino que han defendido su entorno (natural, social, ideológico, etc.), en ocasiones hasta el exilio, la cárcel o la muerte. Las notas al final servirán para aclarar alguno de estos puntos.
Debemos agradecer a todos los autores y traductores que han consentido en participar y en muchos casos han cedido de forma desinteresada sus aportaciones para esta obra. También debemos un expreso agradecimiento a quienes nos han precedido en este proyecto de publicar una selección de poemas dedicados a los árboles, en especial a Enrique Loriente y Jordi Bigues.
Por otro lado, no debe extrañarnos que algunos de los autores (Hamid Tibouchi, Joan Miró, Wang Wei) sean pintores incluso antes que poetas. La línea entre ambas artes es muy tenue cuando se trata de árboles y bosques. La mirada del poeta y la del pintor no dejan de confundirse y complementarse. Dice John Berger: «El dibujo de un árbol no muestra un árbol sin más, sino un árbol que está siendo contemplado». Quizá sea esta la esencia del arte, la capacidad de traspasar y trasgredir dimensiones entre los mundos figurados y reales, la facultad de alcanzar de algún modo nuestro espíritu o nuestro entendimiento y estremecernos… Aquí las acuarelas de Leticia Ruifernández discurren como un río que da de beber a esta floresta de palabras, de la que surgen los manantiales que alimentan el caudal en un círculo continuo.
Nos gustaría que este libro llegara de manera especial a los espacios públicos, escuelas y bibliotecas, para alentar patios y jardines poblados por árboles grandes y frondosos. Para alimentar aulas verdes en las que la poesía sea una asignatura troncal que no se estudia ni se aprende; se cultiva, se compone y se cuenta, se canta, se escribe, y se llora o se ríe. Todo ello, mejor aún, paseando bajo las arboledas.
En todo caso hemos encontrado un género de poesía singular entre aquellos y aquellas poetas que establecieron una simbiosis emocional con sus árboles tutelares. Covadonga Vejo y su tejo de Lebeña al que dedicó todo un poemario, o Vicente Aleixandre y su «álamo» de la plaza de Miraflores, por poner un par de ejemplos de esa relación sublime entre dos seres vivos tan distantes y tan cercanos. Como tantos otros que en el mundo han sido, el poeta portugués Miguel Torga mantuvo conversaciones con el negrilho, el olmo centenario de la plaza de São Martinho de Anta:
En mi tierra natal hay un solo poeta.
Y mis versos son hojas de sus ramas.
Cuando de lejos llego y conversamos,
es él quien me revela el mundo visitado.
[…] Ese poeta eres tú, ¡maestro de la inquietud serena!
[…] ¡Tú, gigante que sueña, bosque suspendido
donde anidan las aves y el tiempo!
Moriría el poeta humano en 1995, no sin antes despedirse con otros versos de su hermano de savia: «Me despido de la casa paterna, del jardín, del negrillo y de los bosques. De las únicas riquezas que de verdad gocé poseer en este mundo. Que no tuve que gastar, sino que merecer».
Aún hoy, muchos se asombran de que el mítico Orfeo, hijo de la musa de la poesía y la elocuencia, pudiera hechizar a los robles salvajes que lo siguieron como un manso rebaño, al compás de los acordes de su lira, hasta la colina tracia de Zonë. Pero a nosotros lo que por encima de todo nos asombra y conmueve es que día a día, caminando simplemente por los bosques, el sortilegio de los árboles sea capaz de devolvernos el tiempo perdido; de sosegar la vorágine de los pensamientos humanos; de aquietar nuestra crónica hiperactividad, haciéndonos más atentos y perceptivos, más sabios. De convertirnos incluso en poetas, si nos detenemos a escuchar el tiempo suficiente, bajo la fronda.
Colunga, verano de 2022
IGNACIO ABELLA
LA POESÍA
DE LOS ÁRBOLES
1. CUANDO LA PUERTA RECUERDA
Hamid Tibouchi
Argelia, 1951
Cuando la puerta recuerda
cuando la mesa recuerda
cuando la silla el armario el aparador la ventana
recuerdan
cuando recuerdan intensamente sus raíces
sus savias
sus hojas
sus ramas
todo lo que en ellos habitaba
los nidos y las canciones
las ardillas y los monos
la nieve y el viento
— un escalofrío recorre la casa
