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«Sus padres habían venido del Chaco. Tenían las manos rotas de piscar algodón y decidieron probar suerte en otros lares. Se instalaron en Cabín 9, que apenas estaba surgiendo. Allí nacieron sus tres hijos y allí se quedaron. El papá de Pocha fue empleado metalúrgico por muchos años, pero la fábrica en la que trabajaba quebró y él quedó desempleado, con la familia que mantener y una angustia que le apretó el corazón». "Once relatos de mujeres que se entrelazan. Sus voces diversas provienen del barrio Cabín Nueve, de frontera imprecisa entre las ciudades de Rosario y Pérez. Al escucharlas sentimos su fuerte pertenencia a un espacio en el que han tejido vínculos sólidos y encontrado un camino para mejorar la calidad de vida de sus familias: el Banquito Solidario. Desde el año 2012, y a partir del capital semilla aportado por la Fundación Camino-Conin, el Banquito Solidario Cabín Nueve permite que muchas mujeres reciban pequeños créditos para concretar microemprendimientos, siendo garantes recíprocas unas de otras. Sentadas en ronda de amigas, cada semana desde entonces, devuelven los préstamos en pequeñas cuotas. Comparten sus logros y dificultades, debaten, toman decisiones y, contra todo, siguen adelante con sus proyectos. La cercanía y calidez de Margarita Girardi hicieron posible que estas mujeres se animaran a contar sus historias. Girardi ha desplegado una prosa que, una vez más, logra emocionar y despierta admiración" (Marcela García Solá).
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Veröffentlichungsjahr: 2025
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Margarita Girardi
Sus voces
Historias de mujeres del barrio Cabín 9
Girardi, Margarita
Sus voces : historias de mujeres del barrio Cabín 9 / Margarita Girardi. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Metrópolis Libros, 2025.
Libro digital, EPUB
Archivo Digital: descarga y online
ISBN 978-631-6635-85-3
1. Memorias. 2. Crónicas. 3. Entrevistas. I. Título.
CDD A860
© 2025, Margarita Girardi
Primera edición, junio 2025
Dirección comercial Sol Echegoyen
Dirección editorial Julieta Mortati
Asistencia editorialEleonora Centelles
Coordinadora de ediciones Jacqueline Golbert
Revisión Sebastián García Uldry
Jefa de corrección María Nochteff Avendaño
Corrección Virginia Avendaño y Patricia Jitric
Diseño y diagramaciónLara Melamet
Imagen de tapa María Cecilia Casiello
Conversión a formato digital Estudio eBook
Hecho el depósito que establece la ley 11.723. Queda prohibida la reproducción total o parcial de esta obra sin la autorización por escrito de los titulares del copyright.
Editorial PAM! Publicaciones SRL, Ciudad de Buenos Aires, Argentina
pampublicaciones.com.ar | [email protected]
A todas las emprendedoras y promotoras que han participado del Banquito Solidario de Cabín 9, ampliando sus horizontes, descubriendo sus talentos,cambiando sus realidades y las de su entorno.
Mañana de sábado. Las convocadas van llegando con llamativa puntualidad y ojos curiosos. Saludan ávidas a las que han visto mucho y mucho llevan sin ver. Se abrazan con alegría. Una a una. Demoran, comentan, quieren saber, tienen ganas de volver a compartir. Me siento en silencio tratando de pasar desapercibida para no interferir en su regocijo, pero en el mismo momento en que palpo sus cariños sé que la reunión va a fluir como un manantial transparente. Han asistido quienes trabajan en el Banquito Solidario de Cabín 9 y quienes lo hicieron alguna vez a lo largo de los años.
Sentarse en ronda y revivir sus experiencias con el Banquito es natural y necesario, como si se lo estuvieran debiendo. Saco mi cuaderno y empiezo a escribir.
Arrancan diciendo que el Banquito les enseñó a no prejuzgar, a no guiarse por primeras impresiones nunca más. “Ahora sabemos que no tenemos la verdad, que la horizontalidad es fantástica para construir. Nunca la imposición”.
La historia comenzó en el 2012 cuando una de estas mujeres decididas, trabajadoras y sumamente ocupadas sintió que necesitaba hacer algo más. Algo por el otro. Entonces supo de CONIN y su forma de trabajar. Ella y una amiga que quiso sumarse viajaron a Mendoza para ver a la Fundación CONIN en acción y se enamoraron de la idea de ayudar en un clima de libertad, pero también de compromiso. CONIN nació para combatir la desnutrición infantil a partir de la formación integral de las madres. También atiende regularmente a los niños menores de cuatro años, a los que controla con un examen médico muy preciso. Brinda alfabetización, clases de cocina, enseñanzas relativas al valor nutricional de los alimentos, principios de la maternidad responsable, educación para la salud y otros muchos saberes que se fueron agregando a medida que la institución creció para cubrir las necesidades de quienes acuden a los distintos centros que la Fundación tiene en el país.
Cuando las dos exploradoras volvieron a Rosario, y como la gente que busca a la gente con similares intenciones suele encontrarse, se pusieron en contacto con Marty Vitta. La Fundación Camino/ CONIN ya había hablado con Marty para trabajar con microcréditos a la manera de Muhammad Yunus. Juntas tuvieron la idea de invitar a las mujeres que participaban del programa CONIN a que se sumaran a otro programa que les permitiera hacer algo para contribuir con el presupuesto familiar. Así surgió el Banquito Solidario que desde entonces funciona en Cuatro Vientos, en el barrio Cabín 9.
El barrio está en un lugar geográfico que siempre le ha sido desfavorable: en el límite entre Rosario y Pérez. Durante mucho tiempo ninguno de los dos municipios quería hacerse cargo y el barrio crecía sin que estuviera claro a quién pertenecía. ¿Quién tenía que limpiar el basural que inevitablemente se iba formando? Cabín 9 pertenece a Pérez, aunque Cuatro Vientos, el lugar donde se ha llevado a cabo la “vida de centro” —así es como llaman a sus reuniones— del Banquito todos estos años, pertenece a Rosario. Así de finita es la cosa.
A estas mujeres con voluntad de hacer muy pronto se les unieron otras. Muchas de ellas cuentan la historia. Otras no están físicamente presentes, pero las nombran a cada rato. Especialmente quieren destacar a Marty Vitta como su guía y formadora, así como a Silene, que se incorporó poco después aportando una mirada diferente. “Silene iba casa por casa para buscar a las señoras que no venían”.
De a poquito se fueron conectando con las madres de Cabín que concurrían al Centro CONIN. Varias recuerdan con picardía y algo de nostalgia el recelo con que las miraban. Mujeres que luchaban para que sus hijos pudieran alimentarse se encontraban con otras mujeres que no eran del barrio y que las invitaban a participar en reuniones. ¿Qué querrían de ellas? Era lógico que desconfiaran. ¿Es que alguien podía acercárseles sin buscar nada a cambio? Resultaba difícil de creer.
Pero lentamente, las “mamis” de CONIN empezaron a sentir curiosidad y a escuchar lo que tenían para proponerles estas otras mujeres que parecían tan distintas de ellas. Lo primero que sucedió fue que les pusieron un nombre que no conocían. Esas voluntarias —o promotoras, como se decían ellas— las llamaban emprendedoras. ¿Qué quería decir eso de ser emprendedoras? Allí se inició un camino de transformación. Aunque lo más conmovedor es que fue un camino de transformación mutua.
Las promotoras creyeron que iban a dar y se encontraron con que recibían el ciento por uno. Hubo que sortear muchos obstáculos. Se ríen divertidas cuando recuerdan a los maridos de las primeras emprendedoras que se apersonaban en los encuentros con los brazos cruzados en el pecho y caras de pocos amigos. ¿Qué ideas les estaban metiendo a sus mujeres en la cabeza? ¿Qué era eso de reunirse una vez por semana con unas doñas que quién sabe qué les iban a sacar? ¿Y si hablaban de ellos a sus espaldas? Había que andar con cuidado y vigilarlas de cerca.Con las mujeres nunca se sabe.
Con espías y todo, las reuniones continuaron, hasta que ellos se cansaron de esas guardias y dejaron de hacerlas. Al principio el objetivo era conocerse. Saber quién era quién. Unas y otras aprendieron que no eran tan distintas, que les pasaban las mismas cosas. Hubo algo que las unió de entrada: la maternidad. Madres unas, madres las otras, madrazas todas, sabían que sus hijos eran lo más importante que tenían. No había ninguna diferencia. Las emprendedoras les decían “profe”, pero las promotoras les explicaron que ellas no lo eran. Hablaban de igual a igual de sus preocupaciones y temores. Fue cuando se supieron pares que pudo empezar a cimentarse la relación.
De a poco las promotoras incorporaron prácticas de relajación y de yoga, conversaciones a corazón abierto y el concepto de emprendimiento. Estas mujeres que siempre habían estado en su casa, cuidando a sus hijos, jamás habían pensado que podían aportar a sus hogares y mejorar la vida de todos. La mayoría no tenían amigas. No salían demasiado y se movían mayormente en su núcleo familiar. En las reuniones del Banquito fueron pensando en sus habilidades. Esas que tenían y a las que quizá nunca les habían dado importancia. Una recordó que era buena repostera, otra sabía coser, otra diseñar bolsos y carteras, otras sabían tejer a crochet o lo aprendieron, como también aprendieron a hacer velas perfumadas o cobijas para mascotas.
En ese descubrimiento de sus propias capacidades, estas mujeres que asistían a los encuentros semanales con la cabeza gacha literalmente levantaron la cabeza. Se dieron cuenta de que podían ser y hacer más de lo que hasta entonces habían hecho. En algunas surgió la inquietud de seguir estudiando o de aprender un oficio. Incluso se dictaron charlas de protocolo para que aprendieran a preparar sus currículums, así como a presentarse en entrevistas laborales.
Desde el inicio del Banquito las promotoras necesitaron un capital semilla, esto es dinero para los microemprendimientos que se estaban gestando lentamente, pero que ya querían salir a la luz. Ese primer capital surgió de la venta de pulseras que les acercó la Fundación Camino. Las promotoras se lanzaron al mercado, se multiplicaron en las escuelas y hasta involucraron a sus hijos en la venta. Llegaron a juntar ocho mil pesos y con eso estuvieron listas para arrancar.
¿Cómo se organizaron para otorgar los microcréditos?: ellas mismas se iban buscando entre las mujeres que concurrían los sábados a la vida de centro para conformar los “grupos de cuatro”. La idea de grupo es muy importante. Cuando ya lo tenían se anotaban y empezaban las reuniones con dos promotoras en casa de cada una de ellas, una vez por semana. Durante dos meses se capacitaba a las nuevas emprendedoras. Las cuatro sabían que recibirían dinero que tendrían que devolver con sus ganancias en un plazo máximo de veinticuatro semanas, y que se convertían en solidariamente responsables. Aunque fueran emprendimientos individuales, todas tenían claro que había otras tres mujeres que las respaldaban y ante las que también debían responder.
Es reconfortante escuchar que la mayoría de las beneficiarias devolvieron el capital que se les prestó, y lo más maravilloso fue que cuando alguna no podía reintegrar el dinero las demás organizaban una pollada o una rifa para ayudarla y cumplir. Una de las promotoras agrega con énfasis: “El Banquito no es un otro. El Banquito somos todas. El dinero es de todas. Circula y se devuelve para que otras lo tengan a disposición. Esta idea se profundiza continuamente y es muy importante para sentir que es un lugar siempre abierto, para zanjar diferencias o limar desacuerdos”.
Nació una comunidad que crecía. Llegaron a ser aproximadamente cincuenta mujeres las que participaban de la vida de centro. Unas invitaban a otras dentro del barrio y se fue corriendo la voz. “Aquí vas a encontrar un lugar donde te escuchan”. Lo que había nacido solo para las madres de CONIN se extendió a todo el barrio. Esa terminó siendo la única condición para participar: vivir en Cabín 9.
La relación entre promotoras y emprendedoras se hizo muy estrecha, sobre todo porque todas participaron de una actividad que consistía en contar sus líneas de vida. En esta actividad, así como en tantas charlas que surgían, se conocieron muchas penurias de las que no es fácil hablar. A partir de estas revelaciones y otras necesidades concretas se creó un consultorio jurídico gratuito al que las emprendedoras podían acudir para solicitar asesoramiento. La Argentina es un país donde la violencia de género es un gran flagelo, y las mujeres de Cabín no son la excepción. Pero también en este aspecto el saberse capaces de mantenerse y aportar a sus hogares las ayudó a fortalecerse y a plantarse de otra manera cuando fue necesario.
La reunión siguió en tono amable, con aroma a memorias felices de trabajo fecundo y momentos gratos. Las promotoras recordaban situaciones que las hacían sonreír. “En la última vida de centro una de las mujeres contó que está en pareja con un señor que ya tiene hijos. Ella también tiene sus propios hijos. Él quiere tener un hijo juntos, pero ella no, no más niños. Las demás asistentes a la reunión le daban fuerza para mantenerse firme y consejos sobre lo que tenía que hacer. Esto era impensable apenas doce años atrás”.
Me cuentan que con el correr del tiempo surgieron nuevos proyectos que funcionan paralelamente y bajo los mismos conceptos de “economía solidaria”, por ejemplo las ferias que se organizan con la ropa y otras donaciones que recibe el Banquito. Muchas señoras de Cabín ayudan en la venta y organización y obtienen un porcentaje de las ganancias. Todo el barrio se beneficia pudiendo comprar a precios accesibles, y un porcentaje se destina al Banquito. Estas ferias se hacen en el centro del barrio, en un predio que tiene mucha importancia para el Banquito.
El grupo revive momentos invaluables, como las veces en que fueron todas a La Florida, un balneario muy conocido en la ciudad de Rosario; a la Granja de la Infancia: al predio del sindicato de los camioneros; a un curso del Arte de Vivir y al centro de la ciudad de Rosario a conocer el Monumento a la Bandera. Muchas mujeres de Cabín 9 nunca habían salido del barrio donde han nacido. Ahora hay varias que trabajan en Rosario. Enfermeras, acompañantes terapéuticas, pintoras capacitadas, empleadas domésticas o administrativas. Mujeres que se han integrado a la sociedad como fuerza productiva, trabajan como sus maridos y, por primera vez, se sienten a la par de sus hombres.
Aunque no hay solo buenas noticias, todo hay que decirlo. Me cuentan que por la intervención de los punteros políticos que dan dinero a cambio de que la gente asista a marchas o los voten, los microcréditos dejaron de ser atractivos. Por otra parte, la inflación también los convierte en inviables. El dinero que reciben un día al otro día ya no les alcanza ni para proveerse de los insumos necesarios. Esto hizo que el Banquito hiciera un viraje. Las reuniones continúan y siguen siendo provechosas. El dinero que se junta a través de donaciones o en las ventas de ferias se destina al arreglo de las viviendas, otro déficit importante. Lo primero que se reparó fueron los techos: se cambiaron las chapas. “En mi casa ya no llueve”: me dijeron que la frase la musitó una mujer del barrio, que no podía parar de llorar. También se mejoraron baños y desagües. Muchas casas cambiaron de cara convirtiéndose en viviendas dignas, y eso se logró con el trabajo de las propias mujeres y sus familias bajo la dirección de las promotoras arquitectas que son parte del proyecto.
Frente a la realidad económico-social del país, las promotoras y las emprendedoras comprendieron que era vital tener un nuevo sueño. Un objetivo con nombre propio que volviera a movilizar a las mujeres a la acción, a luchar por algo que redundara en beneficio de todas y de la comunidad.
Pensaron, propusieron, votaron, lograron un acuerdo y se movieron. Tanto que el intendente de Pérez les dio un terreno en comodato por veinte años, que es donde hacen las ferias, por eso he mencionado su importancia. Además, está ubicado en un centro neurálgico del barrio porque allí está la toma de agua. Cabín no tiene agua potable, hay que juntarla en bidones. En ese terreno, el Banquito Solidario se propone construir un lugar de reunión propio donde las emprendedoras puedan mostrar su trabajo, tomar un café, juntarse y escucharse. Será un centro de día que ya tiene nombre: se llamará Banki-bar, aunque no será un bar propiamente dicho porque no se venderán bebidas alcohólicas. El Banki-bar, o bar “seco”, estará abierto al público. Se podrá tomar café con medialunas o torta, y se servirán las comidas que las emprendedoras van a llevar desde sus casas. Está pensado para todo el barrio. Será también lugar de reunión para el Banquito, espacio para yoga o gym, para exposición de artesanías y para charlas. Un ámbito desde donde seguir creciendo y adonde acudir cada vez que lo necesiten. Es una apuesta al futuro. Un espacio para compartir porque ha sido el compartir lo que ha generado un cambio en este grupo de mujeres. Promotoras y emprendedoras por igual ya no son las mismas. Se identifican unas con otras y hacen carne aquello que tanto se dice y no siempre se lleva a la práctica: conocer es amar.
Cuando se va terminando la reunión, me vienen a la mente los cuatro acuerdos toltecas: sé impecable con tus palabras, no prejuzgues, no te tomes nada de manera personal, haz las cosas lo mejor posible. Sé que ellas no son conscientes, pero lo que siento es que cumplen con los cuatro acuerdos de manera admirable.
En esas está mi mente cuando una de ellas pronuncia las palabras que cierran el encuentro y esta introducción.
—Este Banquito siempre se sustentó con voluntarias. Pasaron doce años y seguimos aquí. Sentimos el orgullo de pensar que se puede, que se puede transformar el mundo y que nuestras ilusiones ya no son tales: son realidades.