Tarradellas - Joan Esculies - E-Book

Tarradellas E-Book

Joan Esculies

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Beschreibung

Tarradellas. Una cierta idea de Cataluña es un recorrido por la trayectoria vital y política de quien fue uno de los presidentes más célebres de la Generalitat de Catalunya. Se trata de la biografía más exhaustiva sobre el político que se ha escrito hasta ahora y que está llamada a convertirse en la obra de referencia sobre su figura en los próximos años. Este minucioso trabajo analiza la evolución profesional y política de Josep Tarradellas (1899-1988) y, a su vez, se convierte en un relato de la historia del catalanismo y de la relación Cataluña-España a lo largo del siglo XX. Por primera vez, se plasma con claridad cuál era la filosofía del tarradellismo. Es, además, un completo manual de política y gestión gubernamental, imprescindible para todas aquellas personas que quieran conocer con una mayor profundidad a una de las principales figuras políticas de la historia de Cataluña.

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© del texto: Joan Esculies, 2022.

© de las fotografías: Arxiu Montserrat Tarradellas i Macià. Monestir de Poblet.

© de esta edición: RBA Libros y Publicaciones, S.L.U., 2022.

Avda. Diagonal, 189 - 08018 Barcelona.

https://www.rbalibros.com

Primera edición: marzo de 2022.

REF.: ODBO018

ISBN: 978-84-1132-011-5

ELTALLERDELLLIBRE·REALIZACIÓN DE LA VERSIÓN DIGITAL

Queda rigurosamente prohibida sin autorización por escrito

del editor cualquier forma de reproducción, distribución,

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a las sanciones establecidas por la ley. Pueden dirigirse a Cedro

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(www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47).

Todos los derechos reservados.

A ellos solo les importa de dónde viene la gente

y lo importante es a dónde va.

JOHNDILLINGER [JOHNNYDEPP], Enemigospúblicos, 2009

Soy un pragmático. A mí solo me interesa una cosa:

el presente y el futuro de Cataluña.

JOSEPTARRADELLAS, diciembre de 1976[1]

Todos querían mi retorno, a condición de que no regresara.

JOSEPTARRADELLAS[2]

Hay que hacer las cosas de una cierta manera.

JOSEPTARRADELLAS[3]

Tarradellas no será un personaje fácil para los historiadores

y se cometerán muchos errores al intentar interpretarlo.

HERIBERTBARRERA, dirigente de ERC, 1988[4]

AMONTSERRATCATALAN,

QUEHADEDICADOLAVIDAALPRESIDENT.

ATI, LOLA, YATUGENERACIÓN,

PARAQUEESTELIBROOSAYUDEAAFRONTARELFUTURO

DESDELACOMPLEJIDADDELPASADO.

AESTER,

PORTODASLASMAÑANASDELMUNDO.

TODOSLECONOCÍAN

—Tarradellas, Tarradellas. ¡Qué hombre! Quienes le hemos tratado nos lo sabemos de memoria, pero no lo sabremos nunca del todo.

—Sí, era un personaje de Dostoievski, que te quería y te apuñalaba. ¡Quizá si no fuesen así no serían unos grandes políticos!

Conversación entre JAUMEROSSERRA y MANUELVIUSÀ[1]

Todos le conocían. ¿Josep Tarradellas? Sin duda, una figura de la «derecha civilizada», «un conservador» que se lo «ha pasado pipa» en el exilio, un «virrey».[2] Un hombre con una «egolatría insoportable».[3] «Un oportunista con más ambición visceral que mental». Un «rencoroso».[4] Sí, «un gran manipulador de personas [a las que] intentaba, sistemáticamente, enfrentar». Alguien a quien «le interesaba todo aquello que le servía para su interés personal».[5]

¿Tarradellas? «Un gran patriota». Sí, «un gran presidente de la Generalitat». Claro, «un hombre que ha representado Cataluña como nadie». Mejor, «un gran español». Un hombre con «sentido político y realismo». Exacto, «su retorno fue la medida de su grandeza». Por supuesto, «el mejor president que ha tenido Cataluña».[6]

¿Tarradellas? Pero si cuando le eligieron presidente de la Generalitat de Catalunya en el exilio tan solo le votaron «nueve diputados».[7] Será «aquel al que tú llamas presidente», porque su proceso de elección en 1954 fue «poco transparente».[8] Cuando accedió a la presidencia «nadie le conocía y, además, era un analfabeto. No había pasado por la universidad. Tenía una simple mercería y no podía estar a la altura en el extranjero para representar a Cataluña». De ninguna manera, «no nos podíamos permitir hacer el ridículo presentando a Tarradellas, que ni tan siquiera había escrito un libro».[9]

¿Tarradellas? «No le conocí nunca personalmente, pero era bueno, se veía por la tele». Yo tenía catorce años cuando él perdió la guerra, «yo también la perdí con él». «Por caballero le recordaremos con cariño». El presidente nos hizo «fuertes en la esperanza». Mi padre era funcionario de la Generalitat durante la Guerra Civil, «era un gran político, al que no tuve ocasión de tratar cuando regresó como president pero seguí valorando como un gran amigo y una gran persona».[10]

¿Tarradellas? Se había enriquecido «de millones» en el exilio con la ayuda a los refugiados.[11] ¡Qué tipo! Cuando salió de París en 1940 escapando de los nazis, conducía un coche junto a su esposa e hija, y las maletas y el resto de su familia le seguía a pie.[12] Claro, guardaba «un tesoro de la Generalitat» que había trasladado a Francia. Una vez convocó a los diputados que residían en Montpellier y les dijo «a partir de ahora tendréis una jubilación; he luchado mucho para que os fuese concedida. Un modesto subsidio... y a callar, ¿eh?».[13]

¿Tarradellas? «Representa la síntesis de lo mejor de Cataluña». Está claro que «ha contribuido como nadie a la construcción del Estado de las autonomías». Diría más, «supo transmitir la realidad y la imagen de una Cataluña gobernable». Era «pragmático y tenía sentido común». Su tenacidad «hizo posible la recuperación de la Generalitat y este es un acto que la historia recordará». Fue «un ejemplo de ciudadanía e hizo a Cataluña un servicio inmenso».[14]

¿Tarradellas? Durante la Guerra Civil llevó a cabo una política «ambigua y posibilista».[15] Ya lo creo, entonces «no aprendió ninguna lección».[16] Era «un vulgar delincuente», lucrado con el dinero de «las cajas privadas de los bancos de Cataluña, con negocios sucios». No se le conocían «bienes de fortuna antes de julio de 1936, [y] en el exilio vive como un nabab».[17] Era «frío, duro, cruel, sin entrañas ante el sufrimiento moral, incapaz de presenciar el sufrimiento físico», e incluso «deshumanizado por su monstruosa ambición de ascender y de dinero, además de celoso, envidioso, desconfiado».[18]

¿Tarradellas? «Siempre defendió la unidad de todas las fuerzas políticas de Cataluña en los temas importantes». Una de las «constantes de su pensamiento político fue darle a nuestra política sentido de continuidad». Su «desbordante personalidad política queda mejor caracterizada por lo que podríamos llamar radicalismo humanista y democrático». Era «un político de excepción, entregado primero a una lucha tenaz e inteligente para lograr que la Generalitat conservara su dignidad».[19]

¿Tarradellas? Tenía «talante de dictador, con algo de extrañamente enfermo que suelen tener los dictadores. La política para él es un negocio, negocio de dinero y de consideración y de prestigio personal, que él sabe que no puede tener por otro camino. Es un affairista genial de una insaciable rapacidad».[20] Exacto, era «un ladrón, un delincuente», con mucho dinero «robado». Antes de la guerra, «no tenía nada», su «padre era un pobre camarero del bar La Luna».[21] A él le devolvieron los bienes que tenía en el pueblo, lo consiguió «su hermano»; mientras que «a los hermanos de otros los fusilan, al de Tarradellas le devuelven los bienes».[22]

¿Tarradellas? «La historia le evocará siempre como un político fiel a sí mismo, a sus convicciones, a su país y a sus instituciones».[23] Fue «un patriota que ponía Cataluña, tal como él la concebía, por encima de todo». Tenía una gran «capacidad de ir a lo esencial en cada momento histórico y de adaptarse a las circunstancias sin perder de vista el objetivo profundo de su acción».[24]

¿Tarradellas? Los catalanes teníamos más elementos que los vascos para salir adelante en el exilio, «más historia, más volumen, pero no lo hemos hecho. Tarradellas fue el primer causante de ese fracaso».[25] Por supuesto, pero si hasta denunciaba a las embajadas y consulados franquistas los Jocs Florals de la Llengua Catalana y a sus participantes por ser actos políticos.[26] Además, no estuvo todo el exilio en Saint-Martin-le-Beau, no. Cuando murió su hermana regresó de incógnito a su entierro en Ripollet. ¿Pero ella no vivía en Barcelona? No lo sé pero te digo que lo vieron unos conocidos.[27]

¿Tarradellas? «Un hombre que, año tras año, luchó para que las instituciones catalanas volvieran donde las dejó muchos muchos años atrás. Sin títulos universitarios, de origen humilde, bregado en la escuela de la lucha diaria».[28] «Fue un hombre bueno». Ha sido «un hombre histórico para este país», «un gran patriota».[29] «Tuvo aciertos y errores, y también su vida, como la nuestra, fue una dialéctica entre el bien y el mal».[30]

¿Tarradellas? ¿Por qué ha dicho «ciudadanos de Cataluña» si en la plaza Sant Jaume solo había catalanes? A su retorno, «esperábamos a un De Gaulle y encontramos a un Pétain». Después había antiguos tarradellistas llorando a las puertas del Palau de la Generalitat porque no les quería recibir. Ni tan siquiera se preocupó por la jubilación de su eterno secretario, Lluís Gausachs, alegando que «no trabajaba para mí, trabajaba para Cataluña».[31]

¿Tarradellas? «A pesar de haber aceptado la presidencia de la Generalitat provisional, no renunció a la presidencia de la Generalitat histórica. Era una muestra de astucia y de prudencia política».[32] «Es un hombre de la historia como lo son Prat de la Riba, Macià y Companys». «Supo contar con todas las fuerzas políticas y pedir consejo a todos». «Conservó durante muchos años las instituciones catalanas y se las dio a los catalanes después de la transición. Fue un hombre, lleno de tenacidad y de fidelidad».[33]

¿Tarradellas? Aceptaba «obsequios, bagatelas, porrones artísticos, cerámicas, algún cuadro que le regalaban en sus viajes por comarcas»; eran «los mismos regalos que hacían a Franco, son los regalos del poder».[34] Era «un burgués sin sentido de la solidaridad con los demás pueblos» de España.[35] Un «hombre sediento de poder, manipulador de almas y con una actuación marcada por sus deseos de prosperar social y económicamente».[36] Era «un plutócrata que aspiraba a dirigir la burguesía catalana».[37]

¿Tarradellas? «Ejemplo vivo de un político democrático, catalanista y un hombre de Estado con experiencia institucional y poder real. Una circunstancia excepcional».[38] «Maestro entrañable, ejemplo de constancia y lealtad a Cataluña, abuelo de todos».[39] «El president expresaba su inmensa fe en el resurgimiento de Cataluña y en el sentimiento profundo de los catalanes. Estaba seguro de triunfar. Tarde o temprano debían retornar las instituciones al país y él las presidiría».[40]

¿Tarradellas? No sabía lo que era gobernar, «su única obsesión era crear una importante secretaría de la Generalitat para controlarlo todo». Un hombre que «ansía el poder por el poder, que no tiene ningún tipo de programa, ni tiene ninguna ideología. Cuando se marchó al exilio era de izquierdas y republicano, ahora resulta que está a las órdenes del rey y al servicio de la derecha, que es quien le ha traído a Cataluña. Su gran problema es que no conoce el país. Lo único que conoce es el poder».[41]

¿Tarradellas? «Su percepción era demasiado avanzada para el sentimiento vigente en Cataluña. La suya es una teoría esencialmente catalana, muy pragmática, tan lejana del separatismo imposible como de la asimilación. Prat de la Riba fue el primer catalán moderno que nos incitó a gobernarnos, Tarradellas nos ha enseñado cómo, teórica y prácticamente».[42]

¿Tarradellas? La aceptación del título de marqués produjo «una gran tristeza», sí.[43] Pero, bueno, ¿qué puedes esperar de alguien que no hizo ondear la bandera catalana en el Palau de la Generalitat cuando se negociaba el Estatuto de Autonomía de 1979 en Madrid en señal de apoyo a los diputados catalanes?[44] Increíble, tenía «dotes de saltarse a la torera a todo el mundo, organismos y personas».[45]

¿Tarradellas? «Fue, durante largos años de soledad de nuestro pueblo, un símbolo tan por encima de nuestra vida cotidiana que muchos creyeron que no sería más que un símbolo, un ejemplo de fidelidad, la aspiración de un imposible. Y de repente el imposible se hizo realidad, y aquel hombre que ni tan siquiera era una referencia histórica para las nuevas generaciones supo ocupar su lugar de la presidencia con una nobleza, con una astucia de gran político».[46]

¿Tarradellas? En su archivo había «fichas de personas, recortes de diario, algunas cartas... Josep Tarradellas era un hombre que apreciaba rodearse de misterio para mantener su aureola».[47] Eran «recortes de periódico». Incluso su segundo apellido era Juan y no Joan, se lo catalanizó a su regreso. Normal, su retorno no permitió al pueblo catalán realizar la ruptura democrática, con la que se hubiera conseguido mucho más de lo que se consiguió pactando.[48]

¿El presidente de la Generalitat de Catalunya? Una inmensa figura política desdibujada, maltratada, ensalzada, olvidada, reclamada por las filias y las fobias, las victorias y las derrotas. Un hombre con una trayectoria distorsionada por él mismo, por personas próximas y por adversarios. Uno de los principales protagonistas de la historia de Cataluña y España del siglo XX. Un político en el que muchos han visto aquello que han querido ver y a quien todos creían conocer, pero al que muy pocos conocen.

Así fue su vida. Este era Josep Tarradellas...

1

LA FORMACIÓN DE UN POLÍTICO DIFERENTE (1899-1930)

La creencia de Prat de la Riba de que los catalanes somos capaces de autogobernarnos ha sido la pauta de mi vida.

JOSEPTARRADELLAS, 1978[1]

DECERVELLÓABARCELONA

Cuando a finales del siglo XVIII, Joan Tarradellas Verdaguer (¿1780?-?) emigró de Tona —un pueblo cercano a Vic, en el centro de Cataluña— a Cervelló, a unos treinta kilómetros al sur de Barcelona, para trabajar de peón en la carretera que pasaba por esta localidad de un millar de habitantes, poco podía suponer que un rebisnieto daría fama a su apellido.[2]

En Cervelló, el menor de sus cuatro hijos, Jaume Tarradellas Puigventós (¿1807?-?), se casó con Maria Oller Rovira, de la cercana Vallirana, y tuvieron cinco hijos. Por su procedencia, a esta rama familiar se les conocería como «los de cal Tona».[3] El segundo hijo de los Tarradellas-Oller, Josep (1834-1912), panadero, se casó con Alberta Rovira, natural del cercano Sant Joan Despí y allí nacieron sus dos hijos, Jaume (1871-1965) y Salvador (1875-1955).

Este último, a los veintitrés años, el 13 de noviembre de 1898 se casó con su novia de veinte, embarazada, Casilda Joan Julià (1878-1964), de «cal Teles [telas]», en la parroquia de Sant Esteve de Cervelló, localidad natal de ella, y se instalaron en la calle Major. Dos meses después, el 19 de enero de 1899, nació Josep Tarradellas i Joan, que en el futuro se encargaría de que la particular circunstancia de su nacimiento se tergiversase en sus biografías. Seguramente porque, a pesar de lo sucedido, Casilda pasaba por ser una mujer religiosa.[4] El 13 de junio de 1901, nació su única hermana, Antònia. Josep, por tanto, era el primogénito y no al revés, como en ocasiones se dio a entender.

Salvador compaginaba el jornal, no muy generoso, de la fábrica de vidrio con el de aparcero de viñedos. Casilda faenaba en el hogar y en el huerto familiar. Cuando no iba a la escuela, Josep les echaba una mano, pero su padre no quería que se labrase un futuro como el suyo. Los hornos de vidrio tenían unas condiciones laborales duras, con largas jornadas y condiciones de sanidad y seguridad precarias.[5]

Imaginando un porvenir distinto para sus hijos, el matrimonio forjó la idea de buscar un futuro mejor en Barcelona. Tanto fue así que Josep idealizó la posibilidad de viajar a la ciudad con la tartana del recadero que siempre le prometía que le llevaría consigo.[6] En 1909 Salvador, con treinta y cuatro años, dio el paso. Su hermano mayor lo había hecho ya y regentaba el café de nombre afrancesado La Lune, en el chaflán de la plaza del Àngel con la calle de la Bòria, en Ciutat Vella. Cuando el negocio se vio afectado por las obras de apertura de la vía Laietana para unir el Eixample con el puerto, Salvador lo aprovechó para asociarse con su hermano Jaume y abrir juntos un negocio homónimo en plaza de Catalunya con Rambla de Catalunya.[7]

El emplazamiento, aún no del todo urbanizado, pronto se convirtió en un chaflán clave por su proximidad a las Ramblas y al bulevar parisino de Barcelona, el paseo de Gràcia, eje predilecto de la nueva burguesía.[8] El interior modernista de La Lune disponía de una amplia terraza, adornada con reproducciones de carteles como los que el pintor Ramon Casas realizaba para Anís del Mono y el vermut Martini Rossi. El buen gusto de los hermanos les valió un primer premio de decoración otorgado por el consistorio barcelonés. Pronto lo frecuentaron intelectuales y artistas, como el escritor y pintor Santiago Rusiñol.[9]

Durante cinco años, Salvador regresaba a Cervelló tan solo los fines de semana. En 1912, tras la muerte de su padre, Jaume destinó la herencia recibida hereu [«heredero único»] a abrir otro café y, convertido en pequeño empresario, quiso imponer su criterio en el negocio compartido. Salvador, disconforme, le vendió su participación de La Lune y abrió el bar La Floresta en el chaflán menos céntrico de Gran Via de les Corts Catalanes con la calle Urgell. En el invierno de 1913 trasladó a su familia a un piso próximo al local, en la calle Diputació, 120, principal.[10] Con ello cambió, por completo, el horizonte de su hijo.

ELSALTATAULELLS

En abril de 1914, se constituyó la Mancomunitat de Catalunya. La institución aunaba las cuatro diputaciones provinciales y acabaría constatando la creciente hegemonía política y cultural del primer partido político del catalanismo, la Lliga Regionalista de Francesc Cambó y Enric Prat de la Riba. La Mancomunitat era una administración pseudoautónoma, sin presupuesto propio al margen del de las diputaciones, ni un parlamento para legislar, pero proyectaba una fuerte carga simbólica nacional y de voluntad de autogobierno.[11]

Salvador Tarradellas no contaba con recursos para que su hijo estudiase en la universidad pero esa primavera, con su afán de progreso, matriculó a Josep en las escuelas mercantiles del Centre Autonomista de Dependents del Comerç i de la Indústria (CADCI). Esta entidad perseguía una mejora moral, cultural, física y material para sus asociados, de acuerdo con los principios autonomistas y catalanistas. Lo dirigían gente de la Lliga, republicanos y antielectoralistas vinculados a la Unió Catalanista, la primera gran plataforma de entidades catalanistas creada en 1891 y que desde 1903 presidía el psiquiatra Domènec Martí i Julià.[12]

En el momento del ingreso de Tarradellas, la entidad se mudó de la calle Comtal a la Rambla de Santa Mònica, en la parte baja de la ciudad, para ofrecer unas mejores instalaciones a sus tres mil socios. Las escuelas del CADCI planteaban distintos itinerarios. Él siguió el que formaba a los dependientes y viajantes de comercio, que constaba de cuatro cursos en los que se aprendía desde geografía comercial, aritmética, nociones de álgebra, francés y algo de inglés hasta economía, cálculo, técnica de negocios, redacción y publicidad, entre otros.[13]

Tarradellas siempre consideró las escuelas del CADCI una especie de «universidad popular» que le habían permitido desde conocer historia de Cataluña hasta leer autores como Michel de Montaigne, además de participar en numerosas actividades, excursiones y conferencias políticas y culturales.[14] Las escuelas formaban a aprendices, mozos, contables y personas que ocupaban otras posiciones de tiendas y almacenes, así como también oficinistas de despachos, bancos o fábricas.

En paralelo a sus estudios, Tarradellas comenzó a trabajar de aprendiz de dependiente de comercio o, en su denominación desdeñosa, de saltataulell —el equivalente a los «horteras» madrileños— en la casa de representaciones textiles Joan Casanovas Ferrer, en la céntrica Ronda Universitat. Durante su primer año, sin cobrar, cargó y repartió paquetes y muestras de tejidos. En el segundo cobró veinticinco pesetas mensuales, más adelante cien y seis años después de haber comenzado, en 1921, cobraba ciento veinticinco.[15]

Los dependientes como Tarradellas iban ataviados con una camisa de cuello alto, corbata y un traje de lana o algodón, según la temporada. El atuendo actuaba como marcador de grupo y les diferenciaba del resto de los trabajadores, que a menudo les veían como un apéndice de la patronal.[16]Muchos dependientes incluso consideraban un insulto que se les tratara como «obreros» y creían pertenecer a la clase media o formar parte de una suerte de aristocracia obrera. Nada más lejos de la realidad.

La jornada laboral de los saltataulells y los pixatinters (nombre despectivo para los oficinistas equivalente a «chupatintas») dependía de la voluntad del patrón y recibían un sueldo bajo. Debido a su fragmentación en el pequeño comercio o su escaso número en las fábricas, no podían recurrir a la huelga y debían resignarse a esperar a que los representantes del CADCI hablaran con sus patronos. Por el contrario, el CADCI inculcó a los jóvenes como Tarradellas un espíritu de progreso y un afán de instalarse algún día por cuenta propia, aunque la mayoría no lo consiguió. El horizonte profesional anhelado pasaba por la figura del self-made man estadounidense, el hombre que se hace a sí mismo y que, surgiendo de la nada, lo consigue todo.[17]

Mientras Tarradellas —de cabello castaño, ojos verdosos anaranjados y 1,84 m de altura— estudiaba y trabajaba, Europa se vio sumida en la Primera Guerra Mundial. España, debido a su débil economía y al mantenimiento de un importante contingente de tropas en Marruecos, se declaró neutral. Algunos sectores de la industria catalana vivieron una rápida expansión económica, pero sus extraordinarios ingresos fueron escasamente repartidos. El creciente malestar puso en evidencia las contradicciones de la Restauración y la inquietud general desembocó en el verano de 1917 en una crisis militar, política y social.[18]

Tarradellas vivió de cerca el contraste entre la expansión de los negocios y la tensión social creciente. En su casa se leía el periódico catalanista republicano El Poble Català, pero su padre, pese a considerarse republicano y liberal, no estaba politizado. Por lo que el día a día de Josep se limitaba a trabajar, estudiar y los domingos a acudir a las excursiones que organizaba el CADCI cerca de Barcelona o a las audiciones y bailes de sardanas.[19]

Muchas noches también se sentaba en las sillas del paseo de Gràcia para charlar y soñar con uno de sus mejores amigos de juventud, el pixatinter Salvador Sunyol. Otras veces paseaba con el futuro abogado y escritor Tomàs Garcés. Hasta ese momento, Tarradellas era uno más de los cerca de siete mil socios con los que ya contaba el CADCI al comenzar 1918.[20]

ENLASECCIÓNDEPROPAGANDA

Cada junio, el CADCI renovaba su consejo directivo y el de sus diferentes secciones. En 1918, Miquel Guinart, originario del barrio barcelonés de Sant Martí de Provençals, fue reelegido presidente de la sección de Propaganda Autonomista. Escribiente de una fábrica textil, pertenecía a las juventudes de la Unió Federal Nacionalista Republicana.

Puesto que eran muchos los que se mostraban ávidos por figurar en la junta de la sección, pero pocos los dispuestos a organizar, sin remuneración, las actividades, Guinart preguntó a Josep Sala Ricol, si sabía de algún socio con ganas de ayudar. Sala, profesor de contabilidad y cajero general del CADCI, sugirió el nombre de Tarradellas. En paralelo, animado por otro de los miembros de la junta, su íntimo amigo dos años mayor, Màrius Calvet, Tarradellas se ofreció voluntario y entró en ella como vocal quinto.[21]

La sección de Propaganda Autonomista era una de las más activas del CADCI. Se encargaba de preparar actos como la ofrenda floral a la estatua del conseller en cap de la ciudad de Barcelona en 1714, Rafael Casanova, en la conmemoración del día nacional de Cataluña, el 11 de septiembre, el día de la lengua catalana o las sardanas. También recababa subvenciones para cubrir gastos. Josep, Pep o «el chico de cal Tona», como se le conocía, al cabo de los años se atribuyó el cargo de secretario de la sección. No fue realmente así, aunque es cierto que participó de manera mucho más activa que quien ocupaba la posición de forma nominal.[22]

En una ocasión, la sección homenajeó a José Rizal con motivo del aniversario del fusilamiento del héroe nacional filipino por las autoridades españolas. Tarradellas y Guinart, cuatro años mayor que él, recogieron firmas en un álbum para mostrar el apoyo de los autonomistas catalanes. Cuando se dispuso a firmarlo como presidente de la sección, Guinart se sorprendió al descubrir que en lugar del secretario aparecía el nombre de su compañero. Josep respondió que lo justo era que constasen quienes habían trabajado en ello, con lo que ya daba muestras de una característica destacada de su personalidad.[23]

Guinart ejerció en ese momento una notable influencia sobre Tarradellas, quien le consideraba «un confidente».[24] Cuando entró a formar parte de la sección, Guinart había comenzado a virar su orientación hacia un nacionalismo más radical. El joven militaba también en la Joventut Catalanista Els Néts dels Almogàvers, una de las entidades decanas del catalanismo más férreo, que desempeñaba una labor de nacionalización catalanista y que Guinart quiso extender a través del CADCI.[25]

Mientras Tarradellas se involucraba en las actividades de la entidad, los saltataulells y pixatinters vieron cómo se alejaban sus sueños de ser propietarios, lo que generó una importante tensión en el CADCI. Se trataba, a grandes rasgos, de una ruptura generacional, ya que los jóvenes vieron cómo el impacto económico de la Gran Guerra retrasaba sus expectativas de pertenecer o acercarse a la burguesía. En consecuencia, creció en ellos la preocupación por los temas sociales y, sobre todo, el interés por lograr un entendimiento mayor con una clase obrera a la que sus predecesores denostaban.[26]

ENTREINTRANSIGENTES

Gracias a amigos como Salvador Sunyol y Miquel Guinart, y a su cometido en la sección de Propaganda Autonomista del CADCI, Josep Tarradellas se socializó en el ambiente nacionalista que estaba en proceso de radicalización. El nacionalismo intransigente aumentaba a causa de los efectos producidos por la Primera Guerra Mundial y como fenómeno eminentemente barcelonés. La industrialización de Barcelona conllevó la progresiva llegada de inmigrantes de las regiones de España de habla castellana, que junto a los aparatos burocráticos y el ejército, evidenciaron la «castellanización» —la pérdida de factores diferenciales— de la sociedad catalana.[27]

Muchos jóvenes del CADCI procedían de zonas agrarias catalanas del interior y engrosaban el creciente sector de los servicios de la ciudad, que en el primer tercio del siglo XXdobló su población.[28] Tarradellas se introdujo en este entorno, minoritario, que ante la adversidad, en forma de disminución de la posición social y de la pérdida de seguridad con respecto al mundo estable del pueblo, creó un sentimiento de solidaridad, de pertenecer a algo más allá de ser un saltataulell o pixatinter.

Sentían que eran diferentes, mejores y más modernos que el resto de España —con la mirada siempre puesta en París y no en Madrid, considerada una ciudad de funcionarios gandules—. Esa visión diferencial, por otra parte, era fácil de comprender, teniendo en cuenta el carácter reaccionario de un Estado en horas bajas desde el desastre de 1898 y de un nacionalismo español representado en Barcelona por policías y pequeños funcionarios, que se mostraba distante y repelente.[29]

La afirmación ideológica de lo que sentían esos jóvenes catalanistas como «su» diferencia se centró en la idealización de la lengua catalana, como algo salvable ante el proceso de pérdida de lo catalán.[30] Pero, más que una ideología coherente, se trataba de un cúmulo de imágenes formadas por símbolos literarios y referencias históricas.

A partir de la idealización de la corona de Aragón y del romanticismo, de donde derivaba buena parte su simbolismo, además de las obras del dramaturgo Àngel Guimerà, clamaban por un federalismo como estructuración de España, una confederación, española con la corona de Castilla, o ibérica con Portugal. Su principal teórico, que apenas dejó un puñado de artículos porque falleció en verano de 1917, fue Martí i Julià. En esencia, la teorización del psiquiatra planteaba que la liberación nacional y la social eran dos caras de una misma moneda.[31]

Pese a socializarse en este ambiente, Tarradellas no se radicalizó como otros compañeros. Para empezar, él no había decidido emigrar de Cervelló, ni lo había hecho solo, por lo que no le hacía falta buscar determinada solidaridad, ni a su familia la había expulsado del pueblo la escasez de recursos, sino que se trasladó por las ganas de prosperar. Este es un matiz importante, porque en su hogar no se idealizó el mundo que quedaba atrás. Al contrario, la familia, pese a no perder el apego a Cervelló, era consciente del futuro limitado del que se había alejado. Estos aspectos moldearon la personalidad de Tarradellas de forma diferente a la de sus compañeros, sin que ello signifique que todos los dependientes del CADCI fueran ultracatalanistas, ni que no hubiera más perfiles como el suyo.

Por el contrario, los sueños profesionales truncados de saltataulells y pixatinters, canalizados a través del catalanismo exacerbado, llevaron a algunos de esos jóvenes nacionalistas a buscar un mínimo perfil organizativo, que comenzó a cuajar en el período de la Gran Guerra y se amplificó a finales de 1918. Junto al CADCI, cantera de intransigentes, los restos de Unió Catalanista actuaron de eje vertebrador de las nuevas entidades radicales, la mayoría de las cuales se denominaban Joventut seguido de un nombre de guerra.[32] Tarradellas se asoció a una de ellas.

SARDANISTAENLAFALÇ

Una veintena de catalanistas duros, descontentos con la orientación socialista que tomaba la entidad a la que pertenecían, la Joventut Nacionalista Renaixença —fundada en abril de 1918—, promovieron la formación de otra. La primera semana de agosto de aquel mismo año el escribiente Miquel Albert i Barris y el futuro electricista Enric Fontbernat, dos buenos amigos de Josep Tarradellas, también vinculados al CADCI, y algunos otros se reunieron en una fábrica de somieres de la calle Tallers, perpendicular a las Ramblas, donde trabajaba uno de ellos.[33]

Fontbernat sugirió el nombre de La Falç [«La Hoz»], una clara referencia al verso «Bon cop de falç!» de Els Segadors, que con el tiempo se convertiría en el himno nacional de Cataluña, primero oficioso y después oficial.[34] La Joventut Nacionalista La Falç pronto se convirtió en una de las más destacadas del ultracatalanismo. Salvador Sunyol se afilió y resultó elegido contable en la primera directiva. Tarradellas le siguió, pero a diferencia de aquel y de otros compañeros, fue un socio más de entre los cerca de trescientos de la asociación.[35]

Entre 1918 y 1923, La Falç pasó por siete locales distintos. La entidad no estaba, por tanto, ligada a un barrio concreto, a diferencia de otras juventudes. Tenía un ideario ambiguo, propio de la vaguedad ideológica del ultracatalanismo, que incluía el separatismo, el reconocimiento de la nación catalana, el fomento de las costumbres propias, la expansión de la lengua, el antielectoralismo y el acercamiento del nacionalismo catalán a los obreros.[36]

A excepción de los miembros de la junta y de un círculo reducido, el grueso de sus socios, como el de las otras entidades intransigentes, estaba poco politizado. Era el caso de Tarradellas. Las motivaciones para adherirse a estas asociaciones eran tan dispares como seguir a algún amigo, querer participar en excursiones, sardanas, actos de afirmación nacional, conferencias, deportes, danza, teatro organizado las noches de los sábados y los domingos o, en muchísimos casos, porque, a diferencia del CADCI, eminentemente masculino, algunas entidades como La Falç contaban con una sección femenina.[37]

En ocasiones, tras algunos actos, se producían trifulcas y detenciones, y el paso por prisión comenzó a ser habitual para los cuadros intransigentes. Tarradellas no acabó nunca detenido, pero al menos en una ocasión se meó en una bandera española, cosa que le hubiese podido costar una temporada entre rejas.[38] «¿No te acuerdas —recordaba Sunyol años después— esa vez en el Turó Park, cuando hicimos uso de una necesidad fisiológica encima de la bandera del estanco [la española, denominada despectivamente «estanquera» por aparecer en estos establecimientos] y que se encaró contigo una “muy distinguida dama española”?».[39]

Nada extraño para un joven socializado en un ambiente intransigente. También Salvador Dalí fue acusado de quemar una bandera española en su juventud. Constituía un rito de paso para muchos jóvenes que demostraban así su firmeza como nacionalistas,aunque para Tarradellas la acción fue más una gamberrada que una declaración política, a tenor de su entonces ligera politización.[40]

Estas acciones se combinaban con otras dedicadas a reventar mítines de la Lliga Regionalista. Los muchachos de La Falç silbaban a quienes consideraban españolistas y también organizaban manifestaciones, hacían pintadas y colgaban banderas catalanas, sin llegar a acciones violentas. En todas estas actuaciones, el personaje más vilipendiado era Francesc Cambó, paradigma del intervencionismo catalán en la política estatal.[41]

Enric Prat de la Riba, fallecido en agosto de 1917, antes de la entrada de los regionalistas en el gobierno de España, había quedado en un limbo que lo hacía casi intocable para los intransigentes. Podía recibir críticas por su talante conservador, pero no por sus ideas nacionalistas. El entorno radical —Tarradellas incluido— siempre lo consideró el teorizador de la nación catalana y un constructor de estructuras estatales o paraestatales a través de la Mancomunitat, lo que le salvó de ser quemado en la pira.[42]

En otoño de 1918, el armisticio de la Primera Guerra Mundial supuso para el nacionalismo catalán —básicamente el de izquierdas— el espejismo de una victoria propia por haber dado su apoyo a los Aliados durante la contienda y haberse mostrado a favor del presidente de Estados Unidos, Woodrow Wilson, que prometía la autodeterminación para las naciones.[43] Era imposible que Tarradellas quedara al margen de tanta euforia.

ENPLENA EFERVESCENCIA NACIONALISTA

Previendo la exaltación que produciría el armisticio y con el fin de usarlo políticamente a su favor para contrarrestar la propaganda de las izquierdas, la Lliga inició una campaña a favor de un Estatuto de Autonomía para Cataluña. Pese a esta voluntad, dicha campaña no tomó el cariz ordenado que deseaban en Barcelona, mientras las Cortes se mostraban totalmente en contra de la autonomía.[44]

Por entonces ganó notoriedad el diputado Francesc Macià, que tras abandonar su cargo en 1906 como teniente coronel en el cuerpo de Ingenieros precisamente por la actuación del ejército frente a los catalanistas, había radicalizado cada vez más su catalanismo. Macià rechazaba la propuesta estatutaria por considerarla insuficiente y, en enero de 1919, concretó su primer partido, la Federació Democràtica Nacionalista, que aspiraba «a reunir todos los elementos demócratas y nacionalistas de Cataluña».[45]

El primer local de la Federació estaba en la céntrica calle de Sant Honorat, 7, donde pronto se instaló también La Falç. Macià buscó la complicidad de los ultracatalanistas, pero el antielectoralismo arraigado en las juventudes dificultó su adhesión. La participación electoral, tras años de pucherazos, se consideraba, en amplios sectores catalanistas, algo ajeno a la regeneración estatal propugnada. La Falç no fue una excepción.

El 5 de febrero, cortando la campaña autonomista, estalló la huelga de la fábrica La Canadiense. Un par de semanas después la protesta se generalizó a las compañías de electricidad y el 70 % de las fábricas de la provincia de Barcelona se paralizó. La huelga duró cuarenta y cuatro días y fue el punto culminante de la ofensiva sindical contra la burguesía y el Estado.

En medio de la agitación, Tarradellas se asoció a la sección de comercio del Ateneu Barcelonès y, junto a Miquel Guinart, Màrius Calvet, Salvador Sunyol, Joan Pons —un miembro de La Falç que trabajaba en el bar La Floresta— y otros amigos, se afilió a la Associació Protectora de l’Ensenyança Catalana.[46]

Partícipe del momento, Tarradellas escribió en la primera mitad de 1919 seis artículos en L’Intransigent, plataforma que daba voz a las juventudes separatistas. El primero lo dedicó a Guinart, quien seguramente le abrió paso. Se trataba de diversos análisis de política internacional (Luxemburgo, Italia, Irlanda y Egipto) bien documentados a partir de la prensa extranjera. Eran textos que desentonaban con los publicados en el periódico ultracatalanista porque el autor no exaltaba sus tópicos, sino que trataba los diferentes casos como un analista.[47]

Tarradellas diría años más tarde que entonces sentía una gran vocación periodística y su ideal «era ser director de un diario de Barcelona y, como tal, poder viajar por el mundo, sobre todo Oriente Medio».[48] Sin duda, lo que tenía claro era que quería mandar. También el interés por la información le acompañó siempre, pero si tuvo tal vocación no sobrevivió a ese año. Tampoco a lo largo de su vida escribió un gran número de artículos. Entre sus habilidades no se contaba la pluma y él era muy consciente de ello.

Entonces llegó lo más interesante del año. Pese a que Sunyol le consideraba «bastante torpe» en cuestiones del amor, Tarradellas comenzó un noviazgo con una aprendiz de modista de la casa de telas Martí & Martí del paseo de Gràcia. Antònia Macià, nacida el 12 de octubre de 1904 —sin parentesco alguno con Francesc Macià—, 1,68 m, era vecina de la calle Salmeron —la actual Major de Gràcia—. Su padre, Antonio Macià Olivé, era natural de Oliva, en la comarca valenciana de la Safor, dependiente y después encargado en los almacenes El Siglo; su madre, Rufina Gómez Ruiz, era natural de Nájera, en la provincia de Logroño. Antònia tenía una hermana mayor, Mercè, que era a la vez su mejor amiga y confidente.[49] Ambas solían dar largos paseos con su padre junto al mar, mientras la madre, de carácter enfermizo, permanecía en el hogar.

Tarradellas y Antònia se conocieron el 20 de marzo de 1919, entre las festividades que por San José y el santo barcelonés José Oriol organizaba el Orfeó Gracienc del que ella formaba parte y que él frecuentaba porque «era la alternativa popular del catalanismo de izquierdas al Orfeó Català, considerado como de la Lliga».[50] A pesar de su asistencia habitual a las sardanas, de las que ella era una entusiasta, Tarradellas nunca las bailó bien.

Antònia recordaba que él «se apuntaba a todo lo que era catalanista y a mí me gustaba mucho, tanto por su activismo y convicciones catalanistas [lo que no significa politizado] como por su extraordinario físico de hombre alto y corpulento. Él tenía veinte años y yo catorce, pero enseguida congeniamos».[51]

En su noviazgo, tan a menudo les acompañaba Guinart que los amigos incluso dudaban de quién era el novio.[52] A Antònia le daba la impresión de que todas las chicas miraban a Josep por su altura. Por otra parte, la procedencia de su futura suegra supuso para Tarradellas «un conocimiento directo de lo que son los catalanes no nacidos en Cataluña».[53] Un elemento más a la hora de condicionar la orientación de su catalanismo.

Cuando comenzó el verano de 1919, fue elegido vocal tercero en la junta de la sección de Propaganda y su íntimo amigo continuó en la presidencia. Mientras tanto La Falç nombró a Macià presidente honorario de la entidad. En ese período Tarradellas y Guinart fueron al encuentro de Salvador Seguí para invitarle a conferenciar en el CADCI. El sindicalista accedió, pero por presiones internas cenetistas la charla se suspendió.[54] Pese a continuar activo, el noviazgo disminuyó la participación de Tarradellas en el CADCI y acabó con su afán periodístico.

TIEMPOMUERTO

El proyecto político de Francesc Macià con la Federació Democràtica Nacionalista fracasó en las elecciones municipales de febrero de 1920, incapaz de convencer a una base suficiente en medio de la confrontación de los sindicalistas con la burguesía.[55] Al margen de la simpatía por el diputado díscolo, los centros y juventudes ultracatalanistas eran un caladero limitado. A lo sumo suponían unos dos mil afiliados. La Federació no obtuvo más de mil votos.[56]

Al mes siguiente Tarradellas, que ya había concluido sus estudios en el CADCI, dimitió de su cargo en la sección de Propaganda. Sus compañeros le mostraron su reconocimiento por su «actividad extraordinaria» en una nota de agradecimiento.[57] Había destacado como organizador y sabía ya entonces que esa era su gran baza, consciente de sus limitaciones como orador —no tenía una dicción clara— y su falta de carisma. Tarradellas tampoco contaba con ascendente entre sus compañeros porque, en principio, no era lo suficientemente radical.

Ello se evidenció en mayo de 1920 durante la visita a Barcelona de Joseph Joffre. Como procedía de Ribesaltes, en la Cataluña francesa,el mariscal del ejército francés era para los nacionalistas radicales catalanes uno de los héroes de la Gran Guerra. Josep Puig i Cadafalch, sucesor de Prat de la Riba en la presidencia de la Mancomunitat, le invitó a presidir el certamen literario de los Jocs Florals para aprovechar su catalanidad en el marco de los últimos coletazos de la campaña autonomista. Las autoridades españolas, aunque descontentas, no quisieron enojar a Francia prohibiendo el viaje, pero el militar tuvo que pasar primero por Madrid a saludar a Alfonso XIII.[58]

La mañana del primero de mayo, un grupo de ultracatalanistas recibió a Joffre en la estación del paseo de Gràcia para obsequiarle con una bandera catalana. El ejército y la policía lo disolvió.[59] Por la tarde, se celebró una recepción en el Palau de la Diputació de Barcelona, sede de la Mancomunitat. En un momento del acto alguien gritó «¡Muera España!» y la policía quiso cargar. El presidente regionalista lo impidió desplegando entre esta y el gentío a la policía de la Diputació: los Mossos d’Esquadra.

Al día siguiente, domingo, tuvo lugar la inauguración de los Jocs Florals en el Palau de Belles Arts de Montjuïc. El acto también acabó con incidentes. Tarradellas asistió con una invitación de socio del Ateneu Barcelonès. Cuando sus compañeros propusieron dirigirse al Ayuntamiento para continuar el jaleo, él se opuso. Arguyó que les propinarían una buena paliza, lo que le generó «una cierta antipatía» entre los suyos. Se movía en el ambiente, pero no era un nacionalista duro.[60]

En junio, el entonces presidente de La Falç, Lluís Bru, entregó un pergamino con el título de presidente honorario a Macià. Fue el último acto relevante al que Tarradellas asistió antes de ser quintado. El 1 de agosto de 1920, con veintiún años, entró en la caja de reclutamiento como soldado de cuota. Su padre abonó mil pesetas para reducir el servicio militar. La cuota le salvó de ir al frente, aunque, coincidiendo con la guerra de Marruecos, el plazo se alargó.[61]

Tarradellas se presentó para la concentración el 24 de febrero de 1921. El 10 de abril juró bandera en el regimiento de Infantería Jaén, n.º 72, con caserna en el barrio de la Barceloneta y, a finales de junio, acabó la instrucción, durante la cual los soldados de cuota podían seguir durmiendo en casa. En agosto se le llamó a filas como sanitario de segunda para la 4.ª comandancia de tropas de sanidad del hospital militar Gómez Jordana de Melilla. Antes de partir se dio de baja del Ateneu.[62]

España acababa de sufrir una de las derrotas militares más dolorosas de su historia reciente, el conocido como Desastre de Annual, que dejó cerca de ocho mil bajas. Tarradellas las vio muy de cerca, en el cuerpo de sanitarios, donde coincidió con el pintor Joan Serra, el abogado Antoni Xirau y Pere Pla, hermano del periodista ampurdanés Josep Pla, a quien conoció cuando este visitó Melilla.[63]

El hospital donde Tarradellas pasó el servicio militar estaba a unos ocho kilómetros de Melilla y de él, según su recuerdo, emanaba un olor nauseabundo. Como para otros muchos jóvenes, su paso por el norte de África supuso una revelación. Faltaba «la más elemental asistencia médica —describió—. Los médicos militares hacían lo que podían, pero la intendencia estaba completamente corrompida. Las entregas oficiales de alimentos para los enfermos no tenían oficialmente nada que ver con la realidad. Fue un gran escándalo».[64]

Allí se topó de frente con la situación desastrosa del régimen de la Restauración y, como le sucedió a muchos otros compañeros, por experiencia propia se adueñó de él un sentimiento negativo hacia la monarquía.

«El espíritu de rebeldía [se] despertó en todos nosotros, enfrentados de repente a toda aquella podredumbre moral. Veía llegar camiones con albaranes que marcaban cien cajas de leche condensada, pero que no traían ni una, y nosotros teníamos que poner el sello de todas formas. Todo el mundo robaba, cobraba y repartía; era realmente un latrocinio».[65]

Tarradellas aseguró que años después se encontró con Francisco Franco en uno de sus paseos por la ciudad. En ese episodio, el militar les habría amonestado, a él y a sus compañeros, por no vestir correctamente el uniforme. El encuentro, de tintes fílmicos, no se puede contrastar.[66] También en Melilla padeció de fiebres palúdicas que, según pensaba, le habían dejado como secuela una flebitis en la pierna izquierda y episodios periódicos de hemorragias nasales. Mientras tanto, mantenía correspondencia con su familia y su amigo Sunyol, que se había alejado de actividades intransigentes y había evitado el servicio militar, debido a su cada vez más débil salud.[67]

IMPOTENCIAYRABIA

Durante la ausencia de Josep Tarradellas, la Joventut Nacionalista La Falç entró en su fase más politizada, en la que insistía, desde su boletín mensual Esquerra, en calificar como «falsos nacionalistas» a la Lliga y a Francesc Cambó.[68] Y es que después del fracaso de la campaña estatutaria de 1919 surgieron cada vez más críticas a la táctica regionalista. Hasta el punto que, a partir de noviembre de 1921, en un sector de la Joventut Nacionalista de la Lliga caló la idea de revisar la política catalanista en general.

La impugnación a la política regionalista se hizo en forma de Conferencia Nacional Catalana los días 4 y 5 de junio de 1922. Además de los «jóvenes»críticos de la Lliga —muchos superaban la treintena— participaron exmilitantes de la Unió Federal Nacionalista Republicana y republicanos independientes, como el historiador y publicista Antoni Rovira i Virgili. Macià también acudió acompañado por Lluís Bru y otros, y planteó la creación de un Estado catalán, con el uso de las armas si era necesario, a imitación del ejemplo irlandés. Su radicalismo fue descartado y el desencuentro le llevó a fundar en julio Estat Català, organización de carácter político y paramilitar.[69]

De la conferencia nació, asimismo, Acció Catalana. Una organización política de centro, contraria a la oligarquía de la Lliga y con ideas socializantes, aunque moderadas, que pronto contó como órgano de prensa con La Publicitat. El partido tenía un marco ideológico de límites vagos al contar con elementos procedentes del regionalismo y del republicanismo. Y estableció dos ejes de actuación: endins [«adentro»] la catalanización de Cataluña y enfora [«hacia fuera»] la internacionalización del pleito catalán.[70]

En La Falç una nueva corriente se hizo con la dirección y se adhirió a Acció Catalana como otras tantas entidades intransigentes, en febrero de 1923. A pesar de ello, se mantuvo a Macià como presidente honorífico. Poco después Tarradellas regresó de Melilla. El 10 de marzo telefoneó a Guinart para comunicarle el asesinato de Salvador Seguí y para acudir con él a la redacción de Solidaridad Obrera, donde se concentró una muchedumbre indignada. Haberle conocido, brevemente, meses antes le había impresionado.[71]

A su retorno, se encontró con que Bru se había exiliado a Francia para huir de una sentencia de dos años de prisión por un delito de lesa patria: permitir, como director de Esquerra, que se publicara la expresión «Visca la Independència de Catalunya».[72] En ausencia de Tarradellas, la crisis social, política y económica iniciada en España en 1917 se había ahondado durante el denominado trienio bolchevique. El enfrentamiento entre la burguesía, representada por la Lliga, y el proletariado, encuadrado en la Confederación Nacional del Trabajo, condujo a un callejón sin salida.

Tarradellas se dio de nuevo de alta en el Ateneu Barcelonès y muy poco después, el 13 de septiembre de 1923, presa «de impotencia y rabia», vio cómo el capitán general de Cataluña, Miguel Primo de Rivera, llevaba a cabo su pronunciamiento con la bendición de la gente de la Lliga y abría el camino a instaurar su dictadura. Muchas entidades catalanistas fueron prohibidas y clausuradas y desaparecieron o, para sobrevivir, se enmascararon tras nombres falsos. La Falç se convirtió en el Humorístic Club.[73]

Ante la etapa que comenzaba, algunos compañeros de Tarradellas se involucraron en la lucha contra el régimen o se marcharon al exilio tras Macià. Enric Fontbernat, por ejemplo, después de participar en el intento fracasado de regicidio del complot del Garraf, huyó al encuentro de su hermano mayor, el músico y bohemio Josep, que ya estaba en Francia para evitar el servicio militar.[74] Otros se quedaron y actuaron en la clandestinidad. La mayoría simplemente siguió el curso de su vida sin intervenir en acciones con un mínimo carácter reivindicativo. Pese a lo vivido en Melilla, Tarradellas no tenía en mente la lucha política, sino alcanzar el sueño de cualquier dependiente.

LACONSECUCIÓNDEUNSUEÑO

Josep Tarradellas no estaba dispuesto a retomar su puesto de dependiente y quiso aprovechar su experiencia para convertirse en agente de comercio. Para ello trazó una estrategia sencilla. Primero identificó Irlanda del Norte, el norte de Inglaterra y la periferia de Londres como regiones con un fuerte desarrollo de los sectores textil y de la porcelana. También Centroeuropa como fabricante de vidrio y porcelana, y la región de los Grandes Lagos norteamericanos y Nueva York como productores de tejidos de caucho.

Preparó dos modelos de carta, en francés e inglés, en las que solicitaba representar a comisión los productos de una empresa para toda España. Nunca como agente comprador, por lo que no tenía necesidad de efectuar una importante inversión inicial. Con un préstamo de su padre viajó por Europa para conocer algunas de las empresas con las que contactó.[75]

Entre otoño de 1923 y abril de 1924, Tarradellas escribió, al menos, a setenta y cinco compañías adjuntando las direcciones de Casa Casanovas y otros negocios para que les pudiesen facilitar referencias. En diciembre de 1923 obtuvo la representación para España de la primera empresa con la que contactó, la neoyorquina I. B. Kleinert Rubber, dedicada a la fabricación de tejidos impermeables de algodón recubiertos con caucho, como pantalones, gorras y trajes de baño e incluso zapatos, y con tres sedes en Europa: Londres, París y Hamburgo.[76]

La compañía constituyó el eje de su actividad como representante y, a pesar de que en un principio la venta de sus productos en Madrid resultó más difícil que en Barcelona, acabaría incluso por tener allí a un agente trabajando para él. Tarradellas mantuvo su representación hasta la Guerra Civil y se encargó durante años de incluir publicidad de Kleinert en revistas y diarios editados en Barcelona. La demanda creciente de los productos de caucho hizo que pronto ganara «bastante dinero».[77]

A principios de 1924 quedó libre definitivamente del servicio militar después de treinta y seis meses y viajó a París, Londres, Bruselas, Hamburgo, Berlín, Checoslovaquia, Hungría, Austria e Italia durante tres semanas. Hasta el invierno de 1938 realizó una decena de viajes por Europa con un recorrido similar, aunque no necesariamente cubriendo todas las plazas. Consiguió también la representación para Barcelona de una casa italiana de botones fabricados con las sustancias plásticas del corozo (marfil vegetal) y la galalita (cuerno artificial), que ya contaba con un representante en Madrid.[78] En enero de 1925 añadió a su cartera la representación de la empresa checoslovaca, de Gablonz, Jacob H. Jeiteles Sohn, fabricante de agujas de corbata, pendientes, pulseras y todo tipo de botones. La representó, como mínimo, hasta diciembre de 1932.

El 23 de mayo de 1925 asistió a la boda de su hermana Antònia Tarradellas i Joan con Ramon Tomàs Torruella en el monasterio de Montserrat. A partir de agosto consiguió representar a la empresa de joyas Beerman & Co., de Oberstein, en Renania-Palatinado. Ese mismo año, el representante madrileño de la casa de botones italiana abandonó el negocio y a Tarradellas se le concedió la representación para toda España. Visitó Sevilla y Valencia.[79]

El 30 de agosto de 1926 ingresó como socio del sector textil en el Colegio Oficial de Agentes Comerciales de Barcelona. Tarradellas no participó en acciones clandestinas. Aseguró haber asistido a algunas reuniones puntuales del Humorístic Club, lo cual, sin fuentes que lo corroboren y por su naturaleza, no se pueden verificar.[80]

Tarradellas tampoco compró bonos del empréstito Pau Claris. Macià, después de reiterados intentos de conseguir financiación y aliados, pretendía pagar con ellos una acción insurreccional para liberar Cataluña de Primo de Rivera. En noviembre impulsó, con su organización Estat Català, «el complot de Prats de Molló», pero fracasó. A finales de enero de 1927 el exmilitar fue juzgado en París y posteriormente expulsado a Bélgica. A partir de entonces, las acciones conspirativas contra Primo de Rivera en Cataluña ganaron relevancia frente a las exteriores, con el médico Jaume Aiguader como líder de Estat Català en el interior.[81]

El 3 de diciembre de 1927, con veintiocho años, Josep Tarradellas se casó con Antònia Macià, de veintitrés, en Montserrat. Ambos se consideraban creyentes, aunque no practicantes. Los testigos de la boda fueron sus cuñados, Emili Teixidó Vilardell, también agente de comercio, casado con Mercè, hermana de la novia, y Ramon Tomàs, fotograbador de la misma edad que Josep, casado con Antònia Tarradellas i Joan, quienes por entonces ya tenían a su único hijo, Jordi, nacido el 1 de septiembre de 1926. Al margen de los respectivos padres, a la boda, sobria, no asistió nadie más.[82]

Durante la luna de miel, el matrimonio viajó a Londres, Bruselas y París para que Tarradellas aprovechase y visitara las empresas que representaba. A su regreso, la pareja se instaló en el entresuelo segunda del número 527 de Gran Via de les Corts Catalanes. En el entresuelo primera, desde el otoño anterior, vivían los padres de él. En los preparativos para la boda, Josep había buscado un par de pisos contiguos y cercanos al bar La Floresta.

Ambos matrimonios comenzaron a vivir así prácticamente bajo el mismo techo, constituyendo una única unidad. Un aspecto que hay que destacar porque, a la postre significaba que, igual que en la estructura familiar tradicional catalana, la joven había entrado a vivir en casa de su marido, el hereu. «Como todas las familias campesinas, los dos considerábamos —diría Tarradellas en referencia a su padre— que todo lo que tenía uno era del otro y siempre nos ayudamos mucho».[83] Eso no cambió nunca e incluso Antònia en alguna ocasión tuvo que pedir dinero a su suegra para comprarse, por ejemplo, unas medias, porque su marido llevaba el sueldo a casa de los padres. Durante toda su vida, Casilda tuvo una gran influencia sobre su hijo.[84]

Tarradellas también contrató a una asistenta procedente de la localidad de Vilalba dels Arcs (Terra Alta), Rosa «de cal Caramelo». Al poco de ponerse a trabajar para la familia, se casó y su lugar lo ocupó una amiga del mismo pueblo, Marieta Busom «de cal Cerer», que vivió con ellos tres años, y trabajó también en el bar.[85]

Recién casado, el joven agente de comercio tenía una posición asegurada. La actividad profesional ocupaba la mayor parte de su tiempo. Todo iba viento en popa en la vida del matrimonio Tarradellas y la felicidad se esperaba que fuera en aumento con la llegada de su primer hijo. Y así fue, pero el 29 de septiembre de 1928, cuando nació Montserrat, la alegría que supuso vino acompañada de algo inesperado. Padecía el síndrome de Down. Nada cambió tanto la vida de Tarradellas.[86]

El acontecimiento actuó de detonante para que se dedicase a la política. Como admitió Antònia, esta constituyó la válvula de escape de la dolorosa situación que, sobre todo, durante los primeros años vivió la familia. Para Tarradellas, la política pronto se convirtió en una pasión.

«Yo soy un hombre del que la gente pensaba que era soltero porque Antònia no iba nunca a ningún sitio [debido a su dedicación por la niña]. [...] el drama lo tenía en casa. No todo es tan fácil, no soy una persona a la que le haya gustado divertirse, no sé bailar, no fumo, no bebo alcohol a causa de este hecho que ha pesado mucho. Mi vida gira en torno a mi hija, lo demás no me interesa».[87]

Durante el año 1929, Tarradellas consiguió la representación de la estadounidense Consolidated Safety Pin Co. de Bloomfield, de Nueva Jersey, dedicada a los imperdibles y agujas de níquel, que mantuvo hasta finales de 1934, cuando la perdió por problemas de la compañía a la hora de exportar.

Mientras tanto, el ejército y Alfonso XIII, que hasta entonces habían apoyado a Primo de Rivera, comenzaron a ver al general como un lastre para su popularidad y la dirección del país. Llegados a este punto, a finales de enero de 1930 el dictador partió al exilio parisino, donde murió poco después. Le sucedió el general Dámaso Berenguer, con el que comenzó un período en el que se trató de formar un gobierno constitucional manteniendo la monarquía.[88]

Por su parte, Jaume Aiguader asistió el 17 de agosto de 1930 en representación de Estat Català y de la Unió Socialista de Catalunya (USC), por su doble militancia, a la reunión celebrada en San Sebastián con representantes del republicanismo español histórico —como Alejandro Lerroux o el maestro y periodista Marcel·lí Domingo—, republicanos llegados del campo monárquico —como Niceto Alcalá-Zamora o Miguel Maura—, delegados de partidos catalanes —como Manuel Carrasco i Formiguera por parte de Acció Catalana y Macià Mallol por parte de Acció Republicana (procedentes ambas de la Acció Catalana inicial)— e Indalecio Prieto como observador del PSOE. En esa reunión se acordó luchar contra la monarquía y reconocer el derecho de Cataluña a alguna forma de autonomía, sin concretar.[89]

Ajeno a todo eso, en octubre de 1930, Tarradellas constituyó la empresa Fotograbados Exprés, junto a Domingo Fornés, José Martín Sánchez y Ramon Tomàs. Aportó veinte mil pesetas, la mitad en su nombre y el resto en el de su cuñado. La creación del negocio, que nunca dio excesivos dividendos, fue una petición de Casilda a su hijo para que Tomàs saliese adelante.[90] Ese mismo año, la firma de botones italiana instaló una fábrica en Barcelona, que comenzó a funcionar bajo el nombre de Tarradellas, ya que tributariamente era más conveniente. De Italia y Alemania llegó la maquinaria, así como cinco técnicos italianos.

Durante los siete años de dictadura, Tarradellas se convirtió en un self-made man y consiguió una posición económica notable que pronto le granjearía múltiples envidias. No se había distinguido, dirían sus críticos, «en nada, ni en la ayuda a los presos, ni a los emigrados».[91] Estaba «intensamente librado a su profesión, absorto en su quehacer diario».[92] Aquellos, sobre todo sus allegados, que le mirarían con recelo por no haber progresado de igual manera, no consideraron nunca no haberlo hecho debido a sus propias limitaciones. Les resultó más cómodo sostener que mientras él solo pensaba en su ambición, ellos trabajaban «por Cataluña».[93]

2

LA CONVERSIÓN DEL SELF-MADE MAN EN POLÍTICO (1931-1935)

La política, quien la ha probado ya no puede renunciar.

JOSEPTARRADELLAS a JOANPUIGFERRETER, hacia 1946[1]

LAFALÇYLOSLLUHINSCONVERGEN

En enero de 1931, Josep Tarradellas, dispuesto ya a involucrarse en política, se reunió con algunos exmiembros de la Joventut Nacionalista La Falç para recomponer la entidad. Los macianistas Lluís Bru y Enric Fontbernat, que habían regresado gracias a una amnistía parcial, ocuparon de forma interina la presidencia y vicepresidencia primera y le cedieron la segunda a él. A continuación, La Falç confirmó por telegrama a Francesc Macià su presidencia honorífica.[2]

El general Berenguer anunció una convocatoria electoral a Cortes. Conocedora de los tradicionales pucherazos, la opinión pública exigió un saneamiento consistorial previo, vía elecciones municipales. Incapaz de resistir, su gobierno cayó el 13 de febrero.[3] Le sucedió el almirante Juan Bautista Aznar Cabañas, quien anunció la convocatoria de municipales y el restablecimiento de las garantías constitucionales. Macià, tras un intento previo frustrado, al fin podía regresar. Sus aventuras en el exilio y el juicio por los sucesos fallidos de Prats de Molló le habían hecho muy popular.[4]