Todos tenemos una historia que contar - Bisila Bokoko - E-Book

Todos tenemos una historia que contar E-Book

Bisila Bokoko

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Beschreibung

Si una palabra pudiera resumir todo lo que Bisila Bokoko transmite, esa es «inspiración». Su historia personal, su emprendimiento, su sabiduría, su amor y su espíritu filantrópico servirán de guía a todo aquel que desee descubrir cómo alcanzar nuestros sueños, cómo aprender del fracaso, cómo ser felices ante la adversidad y qué hacer con nuestros miedos. Bisila Bokoko nos revela una trayectoria vital que nos ayudará a dar ese paso que todos necesitamos para llegar cada vez más lejos.

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Todos tenemos una historia que contar

Un testimonio inspirador para descubrir el gran relato de nuestras vidas

Bisila Bokoko

Primera edición en esta colección: © Bisila Bokoko, 2023

© de la presente edición: Plataforma Editorial, 2023

Plataforma Editorial

c/ Muntaner, 269, entlo. 1ª – 08021 Barcelona

Tel.: (+34) 93 494 79 99

www.plataformaeditorial.com

[email protected]

ISBN: 978-84-18927-67-6

Fotografía de la cubierta: Paola Kudacki / Trunk Archive

Diseño de cubierta: Pablo Nanclares

Fotocomposición: Grafime Digital S. L.

Reservados todos los derechos. Quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorización escrita de los titulares del copyright, bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, y la distribución de ejemplares de ella mediante alquiler o préstamo públicos. Si necesita fotocopiar o reproducir algún fragmento de esta obra, diríjase al editor o a CEDRO (www.cedro.org).

Índice

Introducción. El porqué de este libro1. «Vente a casa, vamos a sacar historias»2. Diversidad, divino tesoro3. África, los libros y yo4. Rendirse no es una opción5. Lo que crees creas6. Caída desde el Empire State Building7. El miedo es un gran maestro8. Mujer, levántate9. Yo soy mi casa10. Tu círculo sagrado11. Una marca llamada tú12. Tienes que encontrar esa historia que quieres serAgradecimientos

A Dios, mis ancestros, los espíritus bubis que nos protegen, mis hijos Bonacha y Malabo, a mi marido Ulrich, mis padres y hermanos.

Introducción.El porqué de este libro

«Escribir es la manera más profunda de leer la vida.»

FRANCISCO UMBRAL

Cada uno de nosotros tenemos una historia que contar. Hay algo que nos hace únicos y especiales y, a la vez, también universales, porque nuestra historia es la historia de todos. Mi intención con este libro es mostrar cómo las historias de nuestras familias siembran una semilla en nosotros que podemos abrazar y cultivar para después tejer la historia de nuestros sueños. Cualquier historia, por insignificante que pueda parecer, nos enseña lecciones de vida que, además, pueden ser útiles para alguien que se sienta identificado con ellas.

Querido lector, me siento muy honrada de que me estés leyendo. Es la primera vez que me pongo ante una imponente página en blanco… y que llego al final del proceso. Como en casi todo, hay un principio y un final. Te confieso que hace muchísimos años que quiero escribir un libro, ya de pequeña tenía esa ilusión, y, finalmente, tras muchas historias vividas, escuchadas, contadas e incluso diseñadas por mí, me siento preparada para que me leas. Para mí, el acto de escribir es como desnudarme, las palabras son mi cuerpo y, las historias, mis vestidos.

Uno de mis primeros recuerdos ligados a la escritura es de cuando tenía siete u ocho años, cuando escribía obras de teatro, lo que me permitía sumergirme en el océano de mi imaginación para huir de una realidad que me parecía confusa y frustrante. Pasaba días escribiendo los diálogos de unos personajes que, por lo general, siempre salían triunfantes de situaciones difíciles o eran inmensamente felices.

Cuando acababa, convencía a mi hermano pequeño Boyoyo para que representara la obra conmigo, y él siempre se prestaba con una sonrisa. Tras disfrazarnos con lo que encontrábamos por casa, la interpretábamos ante mis padres mientras tomaban el postre. Sus risas y sus aplausos nos hacían sentir orgullosos, nos permitían vivir un pequeño instante de gloria, así que nos íbamos como pavos reales a crear nuestra siguiente obra.

El interés por escribir teatro fue menguando al mismo ritmo que lo hacía mi mundo de sueños infantiles y que empezaban las exigentes tareas escolares. Aunque fugaz, esa relación de amor con el teatro caló profundamente en mí y nunca he dejado de interpretar diversas «funciones» a lo largo de la vida.

A los doce años, llegó al colegio una nueva profesora de lengua, Blanca. Cada semana, la señorita Blanca, como la llamábamos, nos hacía escribir una historia que luego algunos teníamos que leer. Las mías, que siempre eran muy cómicas, le gustaban mucho, pues cada lunes me hacía leerlas frente a toda la clase. Nunca olvidaré lo que puso al lado de mis notas: «Nunca dejes de escribir, Bisila». Su mensaje y actitud me han inspirado desde entonces y ha sido uno de mis referentes para animarme en el camino de las letras, y en parte ha sido gracias a ella que nunca he dejado de escribir.

Por desgracia, al acabar el curso dejó la escuela y no he vuelto a saber de ella. La he buscado por todas partes: contactando con el colegio, con antiguos compañeros…, pero nadie tenía noticias suyas. Así que aprovecho el escaparate que es este libro, a lo largo de cuya escritura ha estado muy presente, para lanzar una pregunta: lector, ¿me ayudas a encontrarla? Si por casualidad te suena la historia de una profesora de Lengua originaria de Madrid llamada Blanca que en 1986 trabajó durante un año en la Iale International School de Valencia y sabes dónde puedo encontrarla, ¿me avisas? Me gustaría agradecerle el empujón que me dio.

En el verano de los catorce años, quizá motivada por las palabras de la señorita Blanca y también para combatir el aburrimiento de los largos días de verano, cogí la magnífica Olivetti que me había regalado mi padre y me pasé horas y horas escribiendo una novela. Disfruté muchísimo de dejar vagar mi imaginación por mundos totalmente diferentes del mío. Sentía que, como en Momo, de Michael Ende, «podríamos jugar a que las ruinas son un gran barco, y navegamos por mares desconocidos y vivimos aventuras. Yo soy el capitán, tú eres el primer oficial, y tú eres un investigador, porque es un viaje de exploración».

Mis sueños de entonces quedaron plasmados en esas páginas: era la historia de una empresaria hotelera en los Estados Unidos que vivía una gran historia de amor y formaba una familia. ¡Siempre he sido muy romántica! Creo que me inspiró la serie de televisión americana Muñecas de papel, porque, en general, en esa época los modelos de mujeres poderosas y exitosas se veían obligadas a renunciar a una vida de plenitud familiar y personal. (¿Os acordáis de Cruella de Vil? En realidad era una mujer exitosa y con poder, aunque el imaginario popular la ha castigado siendo mala y loca…) Pero la vida volvió a ponerse por encima de mis sueños y, al comenzar el curso, la novela se quedó guardada en un cajón.

En la adolescencia, me gustaba escribir relatos cortos eróticos que regalaba a mis mejores amigas del instituto. Aunque mi vida sentimental era un catálogo de amores platónicos y frustrados, disfrutaba escribiendo esas historias que tan interesante me hacían parecer a ojos de mis amigas. Más adelante, en la universidad, me sumergí en la poesía. Escribir poemas era un bálsamo para mi alma, mi terapia personal ante las turbulencias personales y familiares que estaba viviendo y que hacían que me sintiera sola, incomprendida y triste. Como dijo Pablo Neruda, «la poesía no es de quien escribe, sino del que la necesita».

Al mudarme a Nueva York dejé la poesía. Ya no necesitaba ese refugio ni esconder mis lágrimas entre las letras, pues estaba viviendo un sueño largamente imaginado. Sin embargo, no dejé nunca de plasmar en mi diario lo que me ocurría cada día, y me di cuenta de que, entonces sí, al fin estaba escribiendo mi propia historia.

Las razones por las que, aun deseándolo, me ha costado tanto tiempo decidirme a publicar un libro han sido el miedo al juicio y mi perfeccionismo, de los cuales te hablaré más adelante. Conseguí superar esas creencias limitantes, pero, si te soy sincera, de vez en cuando estos invitados aparecen de nuevo sin avisar y pretenden quedarse. Sin embargo, ahora, tras mucho trabajo personal, cuando los veo venir soy capaz de decirles que no estoy en casa y esquivarlos.

Mi deseo con este libro es compartir mis experiencias y los aprendizajes que he adquirido para que extraigas lo que pueda serte útil y pueda ayudarte a construir tu propia historia. Las historias nos permiten ver el sentido de nuestras vidas, entender por qué se han dado determinadas circunstancias, y nos ayudan a examinarnos y a descubrir con qué mirada observamos el mundo. Y, si nuestras historias se convierten en un motor de cambio, mejor compartirlas, ¿verdad?, porque, como dijo Khalil Gibran, uno de mis autores preferidos: «Hay quienes dan con alegría, y esa alegría es su premio».

Durante años me había puesto numerosas excusas para no escribir un libro: por falta de tiempo, por falta de recursos económicos (como he dicho, soy muy romántica, y pensaba que tenía que retirarme un año a la Toscana para escribirlo), por el síndrome de la impostora… Al final, sin embargo, he disfrutado muchísimo escribiéndolo, y he puesto toda mi alma en él. Y ha sido, además, un proceso de crecimiento para mí, ya que en un primer momento me sentía bloqueada.

Con la lectura de Todos tenemos una historia que contar descubrirás con mucha claridad las herramientas de desbloqueo que he utilizado y que me han llevado a este dulce momento, para que puedas coger las que creas que te pueden servir y las utilices para escribir tu propia historia.

He dado a luz a estas páginas de una manera orgánica y tranquila; algunas han sido escritas en el aire (literalmente hablando, es decir, en un avión, porque siempre he pensado que es ahí donde me surgen las mejores ideas, quizá porque en esos momentos estoy cerca del cielo) y todas se han escrito entre tres continentes, que son los que viven en mí: África, América y Europa.

1.«Vente a casa, vamos a sacar historias»

«Los relatos personales celebran lo que es único en cada uno de nosotros y simultáneamente tienden puentes hacia lo que es común en todos nosotros.»

LUCINDA ELODIN y DENNIS FREDERICK

Todo comienza con una mujer

Empiezo mi historia con mi bisabuela porque tuvo una gran influencia en mí, pues la movían su compromiso con la educación, su insistencia en que las mujeres se formaran, su independencia y su liderazgo, y ese legado sigue vivo en mí.

Mi bisabuela se dio cuenta muy pronto de que en un entorno cambiante e incierto había que adoptar actitudes disruptivas para aumentar las probabilidades de éxito en la vida, y probablemente por eso centró su atención en el desarrollo del talento femenino. Fue, en ese sentido, una visionaria, pues hoy sabemos que abrazar la disrupción y abogar por iniciativas de cambio es un aspecto esencial en un líder. De hecho, aunque hoy en día lo disruptivo es tendencia, ¿no es algo que ha existido siempre?

Actualmente, pues, se habla de personas disruptivas para hacer referencia a personas visionarias, creativas, innovadoras y revolucionarias, y se considera que lo rompedor desafía a lo convencional. Con una mentalidad disruptiva se superan con mayor facilidad los obstáculos, ya que nos permite imponernos al autoboicot, al peso de la mirada de los demás y al perfeccionismo o a la inseguridad. Aunque pueda parecernos imposible, cualquier persona puede ser subversiva, todos podemos serlo, pues es una habilidad que habita en el interior de cada uno de nosotros y que se saca a la luz a través de la disciplina.

Todas las historias suponen un aprendizaje, y la historia de mi bisabuela, una persona disruptiva avant la lettre, me ha enseñado varias cosas importantes:

Que la educación es la llave que nos abre las puertas a decidir nuestro destino.Que la educación es el gran ecualizador.Que todos y cada uno de nosotros podemos construir una nueva narrativa.Que el sentido de pertenencia viene del amor propio y de la autoestima.Que nadie puede decidir dónde nace, pero sí cómo vive.Y que empezar de nuevo es una oportunidad de reescribir nuestras historias.

Inmigrantes atípicos

«¡Oh, amor platónico! ¡Oh, fregona ilustre! ¡Oh, felicísimos tiempos los nuestros, donde vemos que la belleza enamora sin malicia, la honestidad enciende sin que abrase, el donaire da gusto sin que incite, la bajeza del estado humilde obliga y la fuerza a la que le suban sobre la rueda de la que llaman Fortuna!»

MIGUEL DE CERVANTES, La ilustre fregona

Mi madre inmigró de Fernando Poo, en Guinea, a Valencia en 1966, a los quince años, para cumplir su sueño: dejó su casa y su familia para poder estudiar enfermería, ya que en su país no existía la posibilidad de estudiar esta profesión. Y fue su elección. No fueron mis abuelos los que le sugirieron salir del país, sino que mi madre había encontrado su misión de vida cuando era tan solo una niña: quería ser enfermera, y lo tuvo siempre muy claro; y esta pasión por su trabajo y su compromiso con su propósito es algo que siempre he admirado profundamente.

Mi padre, por su parte, llegó a España unos años después que mi madre, en 1971, a los diecinueve años. Al año siguiente, en las Navidades de 1972, su tía reunió a varios estudiantes bubis en su casa para que no sintieran tanta añoranza de las Navidades africanas, y ahí, en la cocina, preparando unos deliciosos platos bubi y unas suculentas tapas españolas, mi padre encontró a la única joven que no había salido a bailar y a charlar con el resto de los chicos de la fiesta, una chica que terminaría convirtiéndose en su mujer y más tarde en mi madre. Entre caladas a su cigarro y sorbos de refresco, se pusieron a charlar de libros, en concreto, de La ilustre fregona de Miguel de Cervantes, que mi madre estaba leyendo en ese entonces, y conectaron al momento, pues a los dos les gustaba leer.

Según la tradición bubi, uno no se casa con la persona, sino con su familia, y yo añadiría que se casa incluso con todos los espíritus y leyendas que acompañan a esa familia. Y es que la familia es fundamental, ya que, más allá de resolver las necesidades básicas de los niños y las niñas, incide poderosamente en el desarrollo social y emocional de cualquier ser humano. Nuestros padres, de hecho, nos enseñan a descubrir quiénes somos, a desarrollar nuestra personalidad y, con el tiempo, a entender sobre todo quiénes NO somos. También son el primer concepto que tenemos de familia, pues, de pequeños, no nos importa el tipo de familia que tenemos ni su nombre, solo nos importan nuestros padres, y es a ellos a quienes acudimos buscando amor, comprensión y aceptación.

De los padres, además de las cualidades físicas y de carácter, heredamos sus heridas emocionales, y forma parte de nuestro crecimiento personal detectar, aceptar y trabajar estas heridas, porque, aunque es cierto que no elegimos a nuestros padres, sí que podemos elegir nuestra actitud hacia ellos y desde dónde nos relacionamos con ellos: ¿lo hacemos desde el amor o desde el resentimiento? En este sentido, no hay que olvidar que el mejor regalo que puedes hacerte a ti mismo es amar a tus padres como son, pues es el primer paso para el amor propio y la autoestima. Al fin y al cabo, y sea como sea nuestra familia, siempre hay motivos de agradecimiento.

Las historias de los abuelos

«No necesitas un libro de historia si eres lo suficientemente afortunado de tener un abuelo.»

Autor desconocido

Siempre he creído que los abuelos y las abuelas son maestros y mentores que velan por nosotros aun cuando ya no estén físicamente con nosotros. Son bibliotecas repletas de historias, recuerdos y anécdotas que perviven a través de las palabras que viajan en el tiempo, de unos miembros de la familia a otros. Nos transmiten sus vivencias y experiencias como si se tratase de cuentos, y estos relatos cálidos y cercanos pueden cambiar por completo nuestra manera de ver la vida.

Creo, pues, que todos deberíamos ahondar en los recuerdos, las conversaciones, los cuentos compartidos y las historias familiares que los abuelos nos transmiten, pues, al fin y al cabo, ellos son fuentes de sabiduría; han vivido épocas distintas y, para afrontar las adversidades, han tenido que hacer uso de herramientas muy diferentes a las nuestras, pero que nos pueden ser muy útiles.

De hecho, de pequeña me encantaba ir a casa de mis abuelos paternos y escuchar sus historias durante horas. «Bisi, vente a casa, vamos a sacar historias», me decía a menudo mi abuela Isabel, y no lo dudaba ni un segundo. Sabía que disfrutaría de los deliciosos platos africanos que preparaba y que me reiría con sus impresionantes historias. Y no solo con las suyas, pues en su casa siempre había visitas; por ahí pasaban todos los bubis que llegaban a Valencia, y todos tenía historias que «sacar». Así pues, esas maravillosas tardes de historias rocambolescas, que en bubi se llaman kongossa [cotilleo], las recuerdo como las más divertidas de mi infancia y adolescencia; podía pasar horas escuchando.

De esas tardes aprendí que las historias salen de dentro de nosotros y están para compartirlas, porque hacerlo es un gran acto de generosidad. Por eso en nuestra familia las «sacamos» y las repartimos, porque sabemos que saben mucho mejor en compañía y que crean lazos de conexión profundos con los que nos rodean.

Choque de trenes cultural

«El choque cultural es un drama genial.»

KEN FOLLET

Cuando entré en la adolescencia se produjo en mí un choque de trenes cultural que me causó muchísima confusión. Por un lado, me encantaba ser africana, pero, por el otro, quería ser solo española, y, además, sentía que tenía que comportarme de una manera determinada para encajar en mi grupo de amigos.

El choque cultural, pues, se refiere al impacto que causa el encuentro de una cultura familiar con una que es desconocida, y provoca ansiedad y sentimientos como la sorpresa, la desorientación, la incertidumbre o la confusión que se sienten cuando una persona debe adaptarse a una cultura o ambiente social diferente y desconocido.

¿Qué influencia tienen en nuestra vida nuestro linaje familiar masculino y el femenino?

Desde hace algunos años, analizar y trabajar la influencia de mi linaje en mi vida ha cobrado una gran importancia para mí, y, de hecho, se ha convertido en una ruta de sanación y de exploración de quién soy.

Según Alejandro Jodorowsky, la metagenealogía o psicogenealogía es el estudio de nuestro árbol genealógico como vía de conocimiento, y nos sirve para entender la naturaleza genealógica de las relaciones, para descubrir las fuerzas creadoras que las familias entrañan y para sanar las heridas que hemos heredado. La metagenealogía, pues, revela las dinámicas que se transmiten de una generación a la siguiente, las cuales pueden ser positivas para tu vida o, al contrario, dificultártela.

Si no sabemos cuál es nuestro árbol genealógico y, en consecuencia, no conocemos tampoco a nuestros ancestros y familiares, la información del linaje queda en nuestro inconsciente. Sin embargo, cuando ponemos luz a estos aspectos, salen del inconsciente y se liberan, y este conocimiento del árbol genealógico es liberador, al menos para mí lo ha sido, y aún lo sigo estudiando. Al comprender la influencia de la vida de los padres, los abuelos o los bisabuelos en nosotros mismos, así como sus «trampas», que son las costumbres, los tabúes familiares y los bloqueos, que obstaculizan nuestra evolución personal, aprendemos a vivir desde nuestro ser auténtico. De hecho, según Alejandro Jodorowsky, el estudio del árbol genealógico te permite llegar a ser lo que eres en realidad y a dejar de ser lo que los otros quieren que seas.

En el caso de mi familia, nunca han sido muy dados a hablar de las emociones o los sentimientos, por lo que algunas de las historias familiares han quedado guardadas en el cajón de los secretos, de donde es muy difícil que salgan. Así, por ejemplo, aunque una de las primeras historias que mi abuela paterna me contó es cómo había perdido a su madre a manos de su padrastro y cómo la había encontrado, fría, a la mañana siguiente, nunca me habló del trauma que pudo suponer para ella ver a su madre muerta, la tristeza que debió sentir, si tuvo pesadillas, qué sensación le produjo irse a vivir con su tía o cómo vivió la separación de sus hermanas; los sentimientos se desdibujan y solo quedan los hechos.

Es importante, en este sentido, que cada uno de nosotros sanemos la relación con nuestro padre y madre, y que honremos, aceptemos y perdonemos a nuestros ancestros, pues esta reconciliación nos permitirá construir nuestra propia realidad, liberarnos de cargas que no nos corresponden y sanar nuestro ser y nuestra alma. Este viaje de sanación de nuestros linajes, que es en realidad una elección que hacemos de no repetir el pasado, supone una especie de renacimiento interior y nos ayuda a encontrar un estado de plenitud.

Para trabajar la relación con nuestro linaje, hay un ejercicio que considero muy poderoso: escribir una carta a nuestro linaje femenino y masculino, es decir, a nuestro padre y a nuestra madre. Yo divido esta carta en tres partes: liberación, perdón y gratitud.

En la primera parte debemos liberar todas las emociones que nos ha producido la relación con nuestro padre o madre, o con nuestro linaje masculino o femenino. Quizá la relación ha sido perfecta, o tal vez no lo haya sido o no lo sea en este momento, y es la ocasión perfecta para expresar el resentimiento, la frustración, la rabia o el enfado o bien para soltar algo que nunca hemos dicho, pero que siempre hemos querido decir.

La siguiente parte es la del perdón, pues, sea lo que sea que haya pasado, perdonar es fundamental. A lo mejor la relación no era como esperábamos y estamos decepcionados, quizá nos sentimos abandonados o bien con un vacío emocional. También puede ser que fuéramos nosotros los que fallamos, y también en ese caso tenemos que perdonarnos. Sea como sea, el hecho de perdonar a nuestro linaje por no haber sabido hacerlo mejor es liberador.

Finalmente, la última parte de la carta es la de la gratitud, ya que agradecer absolutamente todo lo que nuestros padres o nuestro linaje han hecho por nosotros es muy necesario y sanador.

Una vez escrita, podemos hacer varias cosas con esta carta, aunque no es necesario que la mandemos a nuestros padres, ya que es simplemente para nosotros mismos. Así pues, podemos ponerla en un sobre sin remitente y dejarla en un árbol en el bosque, o echarla a un buzón y que el universo decida, o bien tirarla a un lago o enterrarla en un jardín. Haz lo que sientas, pero es importante que no se quede contigo porque el acto de dejar ir todo lo que has escrito es parte del trabajo. ¿Para qué anclarse en el pasado? ¡Se trata de sanar y seguir hacia delante!

Hibridación cultural

Con el tiempo, he acabado definiéndome como un «híbrido cultural» porque, después del cacao con el que he crecido, o bien acepto todas las partes de mí o acabaría no siendo yo. Digo, pues, que «soy del mundo», porque soy española, ¡y muy valenciana!, y también soy muy africana y bubi, y, por supuesto, soy americana y neoyorquina total. ¡Este cocktail que yo llamo «cosmopolitan» me define! Sin embargo, aceptar esta hibridación me ha supuesto recorrer un camino gracias al cual, después de varias crisis de identidad, he empezado a integrarlo todo, a disfrutarlo todo y a sentirme muy orgullosa de todo.

La hibridación cultural constituye un esfuerzo por mantener un equilibrio entre las prácticas, los valores y las costumbres de dos o más culturas diferentes. Uno construye una nueva identidad que refleja una nueva magnitud del sentido del ser que va más allá de los límites de la nacionalidad, la raza, la etnia, la clase o la diversidad lingüística. Hay, en definitiva, un entendimiento multidimensional de cómo construir algo nuevo.

El híbrido cultural está, en este sentido, en un proceso de transformación constante al moverse con mucha familiaridad entre diferentes culturas al tiempo que mantiene un sentido de autenticidad, y esa complejidad cultural es un componente esencial de su propia identidad como individuo.

Inteligencia cultural

La inteligencia cultural es la capacidad de interactuar con eficacia y de forma fluida en diferentes contextos o desafíos interculturales. Este concepto surge hace unos quince años y engloba ideas como la comunicación, las competencias y la conciencia intercultural. Nadie nace culturalmente inteligente, sino que es un proceso de aprendizaje que incluye un factor cognitivo (entender), emocional (actitud) y experiencial (contacto con lo diferente).

Cuando llegué a Nueva York hace veintitrés años no tenía la menor idea de lo que significaba la inteligencia cultural. Sin embargo, ahora que las empresas y las organizaciones cada vez trabajan o negocian más con personas de otras culturas, se ha convertido en una habilidad muy necesaria en todo el mundo. Por eso, preparar a líderes, mánagers y colaboradores para hacer frente a estos desafíos culturales es una tarea fundamental en un mundo en el que estamos hiperconectados.

El desarrollo de la inteligencia cultural es el camino que ayuda a las personas a transformarse en profesionales glocals (es decir, que piensan globalmente, pero actúan localmente), pues, para tener una visión global de los negocios, se requiere entender cómo otras culturas funcionan, cuáles son sus elementos diferenciadores y cómo adaptarse a ellos sin perder nuestra propia identidad.

¿Cómo desarrollar la inteligencia cultural?

El primer paso es el contacto con la diversidad en general y con otras culturas, de modo que es necesario tener experiencias interculturales. Así, por ejemplo, se pueden analizar situaciones que crean conflicto y luego aprender de ellas. En su libro Cultural Intelligence, el experto Brooks Peterson dice que «la interacción exitosa con personas de otras culturas es el corazón de la inteligencia cultural. Conocer sobre hechos y datos es útil, pero su acercamiento no puede ser solo académico o intelectual. Necesitas saber cómo interactuar con éxito con la gente».

Liderar un equipo multicultural requiere adaptar nuestras formas de dar respuestas o feedback, revaluar el proceso de toma de decisiones y modificar nuestro estilo de liderazgo, ya que todos estos elementos tienen un fuerte componente cultural. He sido testigo de cómo un buen líder en una empresa en Escandinavia puede ser un verdadero fracaso al gestionar un equipo de trabajo en África si esa persona sigue usando el mismo estilo que lo hizo exitoso en su país. Ser flexible, adaptarse a una forma de comunicación indirecta y aprender a leer entre líneas son habilidades que ese líder escandinavo debe desarrollar para tener éxito en un nuevo entorno cultural.

Así pues, en un ámbito corporativo en el que la diversidad cultural está cada vez más presente, la inteligencia cultural adquiere mayor relevancia como parte del aprendizaje organizacional, ya que contribuye en gran medida a la adaptación de los empleados a la forma de trabajar propia de cada empresa. Pero ¿en qué se basa la inteligencia intercultural? Pues, fundamentalmente, en tres pilares:

Conocimiento: el conocimiento, es decir, los conceptos, los modelos o las herramientas, permite «leer y comprender» a otras culturas.Conciencia cultural: es la habilidad de poner atención a las señales de una determinada situación intercultural de forma reflexiva y creativa y encontrar la estrategia adecuada para ese momento concreto.Competencias interculturales: son necesarias para adaptarse a los desafíos interculturales. Las habilidades generales son adaptabilidad, conciencia cultural, visión o pensamiento global, apertura y flexibilidad. Sin embargo, características tales como la curiosidad, el interesarse por lo diferente, la empatía, el buen manejo de las relaciones personales, la perseverancia y la resiliencia son aspectos clave para que un profesional pueda desempeñarse adecuadamente en mundo globalizado.

En definitiva, ser emocionalmente inteligentes es una condición necesaria para desarrollar nuestra inteligencia cultural.

Pasos para desarrollar tu inteligencia cultural

Detecta tus sesgos: identifica los prejuicios y sesgos que puedas tener. Es lógico que los tengas, ya que la mayoría de las veces son consecuencia de estímulos recibidos desde la infancia, por lo que hay que hacer una labor de introspección y plantearse las preguntas adecuadas.Toma conciencia: reflexionar acerca de cómo te relacionas con otras personas es un paso fundamental para avanzar en el desarrollo de la inteligencia cultural.

Es esencial que te plantees cómo es tu propia cultura y qué elementos la rigen. Por ejemplo, en las denominadas culturas de alto contexto, como es el caso de China, Grecia o la mayoría de los países africanos, lo que no se dice es tan o más importante que las palabras; en cambio, en territorios de bajo contexto, como Alemania o los Estados Unidos, las palabras detallan y definen el contenido de los mensajes casi por completo.

Nutre tu curiosidad: si quieres avivarla, puedes recurrir a la lectura, acudir a talleres y charlas sobre interculturalidad o participar en foros de debate. Y también puedes empezar por observar a las personas de cultura distinta, interesarte por ellas y formularles preguntas, compartir inquietudes, etcétera.Piensa de un modo diferente: a la hora de interactuar con personas de otras culturas, no debemos esperar que lo hagan como lo haríamos nosotros. Presuponer eso sería un error y, en términos mercantiles, podría llegar a poner en riesgo procesos de negociación, relaciones comerciales y acciones de cooperación entre distintas empresas o delegaciones.

Como sabemos que, muy probablemente, existan diferencias en la otra parte, antes de reunirse con ella conviene retomar la fase de curiosidad, observación y análisis de la realidad cultural a la que queremos acercarnos. Asimismo, durante el encuentro, la mentalidad abierta, la prudencia y la empatía pueden ser los mejores aliados para desarrollar con éxito la inteligencia cultural propia y del equipo.

Sal de tu zona de confort: la inteligencia cultural es una habilidad que se puede entrenar y, para hacerlo, no hay mejor forma que enfrentarse a una situación o contexto desconocidos en los que no estemos del todo cómodos. Si mostramos confianza y tenemos una mentalidad optimista, podemos llegar a entender las diferentes formas de relacionarse en este mundo global.

Las organizaciones son cada vez más globales, y la diversidad de las personas con las que trabajan es cada vez mayor. Así pues, la inteligencia cultural resulta muy útil cuando estás inmerso en una negociación internacional, o intentando conocer nuevos mercados, o tratando de dar con la forma de lograr que tu negocio despegue localmente, o buscando la manera perfecta de comercializar tu producto sin alienar o incluso ofender al consumidor local.

Los líderes con altas capacidades de inteligencia cultural son, pues, más eficaces, tanto a nivel personal como profesional, lo que quizá se debe a que son más conscientes de todo lo que les rodea y lo que, sin duda, les ayuda a distinguir si el comportamiento de una persona responde a un valor cultural o, sencillamente, a su idiosincrasia personal.

Asimismo, los empleados y los colaboradores que poseen un gran nivel de inteligencia cultural son una pieza fundamental dentro de las organizaciones para acortar distancias con otras personas y reconocer las fallas y las grietas dentro de un equipo de trabajo. De hecho, en el liderazgo de una empresa esta competencia aporta los siguientes beneficios:

Mejora el proceso de comunicación: en un equipo de trabajo que esté compuesto por varias nacionalidades pueden llegar a darse discrepancias o malentendidos; en este caso, un profesional culturalmente inteligente puede comprender la esencia y el enfoque de cada mensaje de sus compañeros.

Así pues, un negocio que busque y desarrolle esta cualidad en sus trabajadores puede asegurar la obtención de ventajas competitivas, al formar a un grupo de profesionales que se comprenden y se valoran entre sí, más allá de sus culturas, para el bien de la empresa.

Fomenta la cooperación: cuando una persona reconoce la importancia de las tradiciones, los comportamientos, las raíces y los métodos de comunicación y trabajo de sus compañeros, significa que está mucho más preparada para generar relaciones de valor con otros y para proveer mejores resultados, tanto individualmente como en el grupo. Si entendemos nuestras diferencias, es posible establecer rutas más eficaces y llevaderas para colaborar y alcanzar el bien común.Facilita la adaptabilidad: cuando una persona nueva entra en una empresa, es natural que al principio no se sienta en su hábitat natural. Los primeros meses, generalmente, son los más difíciles y llenos de obstáculos para quienes no están familiarizados con una nueva cultura. Por ello, este tipo de competencia laboral cobra gran relevancia y la persona con esta habilidad reconoce sus fortalezas y debilidades, además de su capacidad de aceptar las diferencias.Educa a otros sobre las diferentes culturas: ocurre a menudo que, por diferencias de pensamiento u opinión, se detiene el flujo de trabajo. En este sentido, las empresas han visto la contratación de profesionales con inteligencia cultural como una solución para educar a sus empleados en relación con el respeto a la individualidad y a la herencia de las personas. Y es que este tipo de habilidad nos permite entender los sentimientos de los demás y los significados inherentes a su cultura. Con esta información, puede educar a otros para no cometer errores o para evitar malentendidos durante las negociaciones o las conversaciones.Mayor probabilidad de éxito durante la expansión global: para toda empresa interesada en mercados internacionales es importante invertir y fomentar la inteligencia cultural en sus políticas, acciones y empleados, pues así es más probable que pueda manejar adecuadamente la diversidad en sus primeras incursiones en otras latitudes. Las empresas con vocación internacional deben, pues, adaptar sus promociones, sus mensajes y hasta sus productos de acuerdo con el contexto regional, las tradiciones y los tabúes, siguiendo las directrices del marketing internacional.

En conclusión, la inteligencia cultural permite a las organizaciones capaces de diferenciar los comportamientos producidos por los diversos rasgos inherentes al contexto social, político y económico de cada región utilizar ese conocimiento a favor de la productividad y del trabajo en equipo.

Cómo hacer que tu historia familiar juegue a tu favor y no en tu contra

Para construir nuestra historia personal es conveniente formularse a uno mismo una serie de preguntas: ¿qué historias conoces sobre tus antepasados?, ¿tienes algún rasgo en común con ellos?, ¿cuáles son algunas de las tradiciones de tu familia?, ¿de dónde provienen tus antepasados?, ¿qué sabes de tus padres y de tus abuelos?, ¿qué historias o aspectos personales de tus familiares te inspiran?

Las historias familiares impactan directamente en la manera como nos vemos a nosotros mismos porque nos dan una idea de nuestro origen y de cómo encajamos en nuestra familia, lo que nos ayuda a establecer nuestra identidad esencial. Cada historia familiar es como un hilo en un tapiz tejido con diseños, colores y modelos hermosos y complejos. Igual que el tapiz, también nosotros somos una combinación de cultura, historia y tradiciones que hemos heredado de nuestra propia familia.

Y es que las historias de familia influyen en nosotros de muchas maneras, entre las cuales destacan las siguientes: