Tormenta de deseo - Lee Wilkinson - E-Book
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Tormenta de deseo E-Book

Lee Wilkinson

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Beschreibung

En aquella fiesta de celebración de la fusión de la empresa de su padre con la de Cosby, Loris Bergman no podía dejar de pensar que uno de los asistentes le resultaba muy familiar. Jonathan Drummond aseguraba que no se conocían de nada. A pesar del misterio que rodeaba al papel que desempeñaba en la empresa, una sola noche de pasión convenció a Loris de que estaba enamorada de Jonathan. Pero, ¿qué planes tenía él exactamente; de boda o de venganza?

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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2001 Lee Wilkinson

© 2014 Harlequin Ibérica, S.A.

Tormenta de deseo, n.º 1331 - julio 2014

Título original: Marriage on the Agenda

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

Publicada en español en 2002

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

I.S.B.N.: 978-84-687-4654-8

Editor responsable: Luis Pugni

Conversión ebook: MT Color & Diseño

Capítulo 1

El taxi rodeó Hyde Park y dejó a Loris Bergman a la puerta del Hotel Landseer. Tras pagar al conductor, Loris cruzó apresuradamente el lujoso vestíbulo y fue directamente al guardarropa de señoras.

Entregó su capa y su fin de semana a la señorita, antes de mirarse en el espejo para ver qué aspecto tenía.

Ya tenía bastante con llegar tarde a la fiesta de San Valentín de Bergman Longton, como para encima hacerlo hecha un adefesio.

El espejo le devolvió el reflejo de una cara menuda y ovalada de pómulos altos, labios carnosos y sensuales y ojos almendrados color caramelo. A los ojos de otras personas, su belleza resultaba sorprendente, pero a Loris, que no era nada vanidosa, le parecía de lo más corriente.

Satisfecha de que su larga melena negra siguiera bien peinada y de que su aspecto general, elegante y sereno, Loris se dirigió hacia el salón iluminado por grandes arañas de cristal.

La fiesta estaba en todo su apogeo. Algunos invitados bailaban al son de la música que interpretaba una banda muy numerosa, otros iban de un lado a otro o, copa en mano, charlaban en pequeños grupos.

Cerca del fondo del salón, Loris se fijó que había un hombre rubio de alrededor de un metro ochenta e impecablemente vestido, y estaba solo. Su actitud pausada, en comparación con el animado movimiento de la muchedumbre, fue lo que le llamó la atención a Loris. Le dio la sensación de que lo conocía de algo; tal vez, pensó, lo habría conocido hacía tiempo.

Pero un segundo vistazo la convenció de que estaba equivocada. De haber conocido a ese hombre de aspecto maduro y sereno y aquel aire de seguridad en sí mismo, sin duda Loris lo habría recordado.

El hombre contemplaba a los demás invitados con una expresión de cinismo reflejada en sus apuestas facciones.

Loris se encontraba preguntándose quién sería él y qué estaría haciendo en aquella fiesta cuando sus ojos brillantes y sensuales se fijaron en ella.

Aquella mirada la impresionó y turbó al mismo tiempo.

La voz de su madre le hizo despertar del hechizo de aquella mirada luminosa.

–Ah, por fin has llegado...

Con cierta renuencia, Loris apartó los ojos del extraño para volverse hacia una mujer menuda y morena, con el rostro aún bello pero crispado de irritación.

–Empezábamos a preguntarnos dónde diantres estabas. Tu padre no está nada contento.

–Os dije que tenía una cita a las seis y media, y que seguramente llegaría tarde –Loris respondió con paciencia.

–¡Me parece totalmente ridículo que trabajes un sábado por la tarde! Además, no dijiste que llegarías tan tarde. La fiesta está casi en los amenes.

Aunque sus padres sabían que como diseñadora de interiores a menudo Loris trabajaba a horas poco comunes, siempre reaccionaban del mismo modo, tratándola como a una adolescente recalcitrante en lugar de como lo que era: una mujer llena de talento con una carrera floreciente.

–Desgraciadamente, a la señora Chedwyne, que es una cliente que no puedo perder, no se le puede meter prisa. Y luego tuve que volver a casa a cambiarme.

Isobel Bergman, que no quería dejar estar el asunto, continuó quejándose.

–No sé por qué no insistes a la gente para que hagan sus consultas durante el horario normal de trabajo.

Loris suspiró.

–En mi caso las cosas no funcionan así. Tengo que visitar las casas de mis clientes cuando a ellos les resulte conveniente. La mayor parte se pasan el día fuera de casa, y algunos solo tienen libres las noches o los fines de semana.

–Bueno, no te sorprendas si Mark está furioso. Después de todo, es una fiesta especial para celebrar la fusión con Cosby’s, y tú debías de haber estado a su lado desde el principio. Te ha echado en falta.

En ese mismo momento, Loris miró hacia la pista de baile y vio a su prometido agarrado a una rubia explosiva.

–Pues no parece que ahora me esté echando en falta demasiado –comentó con ironía.

–¿Llegando tan tarde, qué esperas? Deberías haber estado aquí para echarle un ojo. Si no tienes cuidado, cualquier caza fortunas de las que hay en abundancia te lo quitará delante de tus narices.

Aunque Loris sabía muy bien que Mark Longton no era indiferente a una cara bonita, la idea de tener que vigilarlo no le resultó en absoluto agradable.

–No te olvides de que Mark Longton es un buen partido –insistió Isobel–. Un hombre de treinta y tantos años, sexy y apuesto que dirige una empresa y tiene dinero no es cualquier cosa.

–No me interesa su dinero –dijo Loris rotundamente.

–Pues debería interesarte. Tu padre ya ha cumplido sesenta años, y si no consigo que rectifique el testamento antes de morir, tu hermanastro se quedará con todo y tú en cueros...

Simon, extrovertido y encantador, siempre había ocupado un lugar preferente en el corazón de Peter Bergman y, sabiendo lo que Loris ya sabía, la decisión de su padre no le había sorprendido. Pero consciente de el duro golpe que había supuesto para Isobel enterarse de que el hijo del primer matrimonio de su esposo lo heredaría todo, Loris vio la necesidad de tranquilizar a su madre.

–De verdad no me importa que Simon se quede con todo. Tengo una profesión que me gusta y que...

–No debería ser necesario que trabajaras. Tu padre podría perfectamente darte una asignación...

–Tengo veinticuatro años, mamá, no catorce.

La señora Bergman ignoró las protestas de su hija y continuó con su discurso.

–De verdad, jamás me habría casado con él de haber sabido que se convertiría en un viejo roñoso.

Era aquella una queja habitual que Loris había aprendido a ignorar con diplomacia.

–Incluso está pensando en dejar el apartamento de Londres y retirarse a Monkswood.

–Muchas personas trabajan desde casa hoy en día, y de ese modo le resultaría mucho más fácil administrar la finca.

–Pues yo no quiero estar recluida en el campo toda la semana. Me volvería loca. Pero tu padre solo piensa en sí mismo, no en mí. Ya me resultan bastante aburridos los fines de semana... , a no ser que demos una fiesta en casa, claro. Por cierto, espero que no te hayas olvidado de traerte lo necesario para pasar estos días.

Loris y Mark irían a la fiesta que sus padres celebraban ese fin de semana en Monkswood, la propiedad que los Bergman tenían en el campo, y que lindaba con la población rural de Paddleham.

–Sí, no se me ha olvidado.

Cuando el baile terminó y la pista se vació, ambas mujeres buscaron con la mirada la fornida figura de Mark, pero no se le veía por ningún sitio.

–Aún queda mucha comida en el bufé si te apetece comer algo –sugirió Isobel.

Loris sacudió la cabeza.

–Me tomé un sándwich antes de ir a casa de mi cliente.

–Bueno, pues a mí no me vendría mal tomar algo. Esta última dieta que estoy siguiendo me tiene muerta de hambre...

A sus cuarenta y siete años, Isobel mantenía una batalla continua contra unos pocos kilos de más que la madurez había instalado en su antaño esbelta figura.

–Y estoy convencida de que las pastillas que me dieron para tomar mientras hacía la dieta están empeorando mis migrañas –gruñó, y seguidamente desapareció en dirección al bufé.

Un camarero se acercó con una bandeja de copas de champán. Loris tomó una y dio un sorbo del fresco espumoso mientras paseaba la mirada por la concurrencia.

En lugar de encontrarse con el rostro ligeramente rubicundo y poco delicado de Mark, con sus cejas oscuras y espesas y sus ojos negros, su mirada se topó con la cara bronceada y delgada de aquel extraño de facciones bien definidas y ojos claros y penetrantes.

Una fanfarria repentina llamó la atención del público, y Loris vio a su padre, a su prometido y a un hombre delgado y medio calvo subiéndose a un estrado que había delante de la banda de música. Sir Peter Bergman, fornido y de aspecto tosco, con ojos azules y vivaces y cabello plateado, se adelantó y levantó la mano para silenciar a los reunidos.

–La mayoría de vosotros ya sabéis que Bergman Longton y Cosby’s, el gigante americano, han estado haciendo planes para unirse. Me complace comunicaros que eso ya ha tenido lugar, y que William Grant –agarró del brazo al hombre delgado y tiró de él para que se adelantara–, uno de los altos ejecutivos de Cosby’s, está aquí con nosotros para celebrar el acontecimiento. Bienvenido, señor Grant.

Todo el mundo empezó a aplaudir.

–Esta fusión nos convertirá en una de las mayores empresas y yo confío que también de las de más éxito del sector. Hemos decidido cambiar el nombre de la sección británica de nuestra fusión a BLC Electrónica –levantó la copa–. Brindemos para que BLC continúe teniendo un éxito tras otro.

A sus palabras siguió una tanda de aplausos entusiastas y un brindis por la fusión.

Cuando la emoción decayó y la gente empezó a dispersarse, Peter Bergman y William Grant continuaron charlando amigablemente.

Mark miró hacia donde estaba Loris, deslumbrante con un vestido aguamarina que se ajustaba a su esbelta figura. Ella sonrió y avanzó en dirección suya, pero Mark la miró fríamente y sin más se volvió a charlar con la mujer con la que había estado bailando anteriormente.

Sorprendida por la reacción de su prometido, Loris se paró en seco. Cierto era que había llegado tarde, pero había avisado a Mark con antelación de la posibilidad de que eso ocurriera.

Aun así se sintió en parte culpable y, de no haber sido por la rubia que lo acompañaba, Loris se habría acercado a disculparse.

Pero como Loris no estaba segura de que Mark, que solía ponerse muy desagradable cuando estaba molesto, reaccionara bien, vaciló, no queriendo verse humillada delante de nadie.

En ese momento el cantante anunció un vals especial con motivo del día de San Valentín, y Loris estuvo segura de que Mark iría a buscarla entonces.

Pero sin vacilar ni un momento, su prometido se volvió y le ofreció la mano a la rubia. Loris se mordió el labio y entonces, cuando estaba a punto de darse la vuelta, oyó una voz profunda y sugerente con un leve acento americano.

–¿Le gustaría bailar conmigo?

Loris se dio la vuelta y se encontró con aquel rostro de nariz recta y labios firmes y sensuales. Una boca muy masculina que le hizo estremecerse levemente, una boca que la cautivó instantáneamente.

De nuevo tuvo la sensación de conocer a aquel hombre de algo, pero no sabía ni de cuándo ni de dónde.

Sus ojos, enmarcados por espesas pestañas, eran de un tono verde azulado, y no grises como le habían parecido de lejos. Pero el impacto de su mirada resultó igual de impresionante, de modo que le costó unos segundos recuperarse de la impresión.

Aunque por una parte sintió deseos de bailar con aquel fascinante extraño, por otra Loris fue consciente de que el aceptar su invitación solo serviría para estropear más las cosas.

Aunque Mark era bastante mujeriego, desde que ella le había dado el sí había demostrado ser celoso y posesivo, y detestaba incluso que Loris hablara con otros hombres.

Con eso en mente, estaba buscando una manera cortés de rechazar la invitación del hombre cuando este le dijo:

–¿Tiene miedo de que a Longton no le parezca bien?

Así que él sabía quiénes eran.

–En absoluto –contestó ella en tono enérgico–. A mí... –dejó de hablar cuando vio a Mark y a su pareja de baile pasar cerca de ellos, muy arrimados.

Loris miró al extraño y vio la burla silenciosa reflejada en sus ojos claros.

¡Al cuerno con todo! ¿Por qué iba a rechazar la propuesta de aquel hombre? Mark había elegido bailar con otra, de modo que lo que valía para él...

Sabía por experiencia que cuando alguien no le hacía frente a Mark, él lo pisoteaba, y aunque detestaba las peleas, no tenía intención de ser un felpudo cuando se casara con él.

–Me encantaría bailar con usted –terminó de decir en tono firme.

Él le dedicó una sonrisa que iluminó toda su rostro. Tenía los dientes blancos, brillantes y bien alineados.

Con gesto suave, pero en absoluto tímido, el hombre la condujo a la pista. Bailaba bien, y él y Loris siguieron el paso con fluidez mientras sus cuerpos se acoplaban el uno al otro con facilidad.

Mark, que mediría alrededor del metro ochenta y cinco, le sacaba al extraño al menos una cabeza; pero aquel hombre debía medir unos cinco centímetros más que ella, y con los tacones sus caras quedaban al mismo nivel.

Al encontrarse su mirada con aquellos ojos claros y brillantes, Loris sintió que le faltaba el aire y sintió la necesidad de decir algo.

–Si sabe que estoy prometida a Mark, seguramente sabrá quién soy.

–Desde luego. Usted es Loris Bergman.

Algo en su modo de hablar le hizo responder con tranquilidad.

–Como no sé su nombre, tiene ventaja sobre mí.

–Soy Jonathan Drummond –dijo, sin darle más información.

El nombre no le resultaba conocido.

–¿Nos hemos visto antes?

–De haber sido así, me habría acordado –contestó él.

–¿Entonces cómo me conoce? –le preguntó con curiosidad.

–¿Y quién no la conoce?

–Me imagino que la mayor parte de los presentes.

Él sacudió la cabeza.

–Estoy seguro de que todos conocen a la afortunada mujer cuyo padre es uno de los jefes y cuyo futuro esposo es otro de ellos.

–Parece como si no le pareciera correcto.

–Me parece un arreglo de lo más conveniente para mantener el dinero y el poder en la familia.

–El dinero y el poder no tienen nada que ver con eso.

–¿De verdad?

–Sí, de verdad.

–¿Entonces por qué se va a casar con Longton? Aparte de estar divorciado y ser demasiado mayor para usted, no es un tipo particularmente agradable.

–Ser divorciado no es un crimen, y solo tiene treinta y nueve años.

–Noto que no ha rebatido mi última afirmación.

–Como eso solo es su opinión, no me ha parecido necesario.

–Y tampoco ha contestado a mi pregunta.

–Resulta que nos queremos.

En ese momento Mark pasó junto a ellos. La mujer le tenía los brazos echados al cuello, y él estaba susurrándole algo al oído.

–Pues él tiene un extraño modo de demostrarlo.

–Me temo que está enfadado conmigo por llegar tarde.

–¿Y tiene derecho a estarlo?

–Supongo que algo sí –contestó sin mentir.

Jonathan Drummond arqueó ligeramente las cejas y ella le resumió lo ocurrido.

–Bueno, ya que lo había avisado de antemano, no veo justificación para que él se comporte como un niño mimado. ¿Usted sí?

Sin pensar en lo que podría parecer su respuesta, Loris dijo lo que sentía.

–En realidad no –confesó–. Por eso estoy bailando con usted.

–Entiendo. Ojo por ojo. Supongo que era demasiado esperar que tal vez le apeteciera.

En ese momento la pieza terminó, y Mark y su acompañante se detuvieron junto a ellos.

Cuando las parejas empezaron a besarse, Jonathan Drummond no hizo ningún movimiento.

Mark miró en dirección a Loris y, al ver que ella lo estaba mirando, se inclinó para besar a la rubia, que le respondió con entusiasmo.

Desconcertada ante tal provocación, Loris deslizó las manos bajo las solapas de la americana de su acompañante y levantó la cara con gesto provocador.

Por un momento Jonathan Drummond se quedó quieto, pero enseguida le agarró de las muñecas y le retiró las manos con suavidad.

–No me gusta que me utilicen –dijo con frialdad.

–Yo... lo siento –balbuceó Loris, que se sintió totalmente ridícula–. Mi intención no ha sido...

–Vaya, yo creo que sí. Buenas noches, señorita Bergman.

Mientras con tristeza lo observaba alejándose, Isobel se acercó a ella.

–Tu padre y yo nos marchamos ya.

Loris recuperó la compostura y, sabedora de lo amante que era su madre de aquel tipo de fiestas, le preguntó:

–Pensé que la fiesta continuaba hasta las doce.

–Así es, pero son casi las once, y como llueve tanto tu padre cree que deberíamos irnos ya. La mayoría de nuestros invitados están en Monkswood desde anoche, pero hay una pareja que no llegara hasta esta noche.

–¿Está Simon allí? –preguntó Loris.

–No, está en Oxford con unos amigos. Me supongo que irás a Monkswood con Mark cuando termine la fiesta.

–Supongo –contestó Loris con incertidumbre.

–¿Quieres decir que sigue con esa rubia? Sí, ya veo que sí. Seguramente estará detrás de su dinero... Bueno, debes saber que todo eso es culpa tuya. Esta noche has metido bien la pata.

–No es del todo culpa mía –protestó Loris–. Si Mark se hubiera mostrado un poco más comprensivo...

–¿Pero desde cuándo son comprensivos los hombres?

–Estoy segura de que habrá algunos que lo sean.

–Bueno, no los hombres machistas como Mark o tu padre –Isobel debió de pensar que había hablado demasiado, porque enseguida cambió de táctica–. ¿Pero quién quiere casarse con un imbécil?

–Yo desde luego no –Loris sonrió por primera vez en toda la noche.

Peter Bergman se abrió paso entre el público y se dirigió a su esposa.

–¿Estás lista?

–Solo me falta ir a buscar el abrigo.

Bergman le echó a su hija una mirada de asco y preguntó bruscamente:

–¿Te has dado cuenta de que nos has estropeado la velada? ¿Tienes idea de lo enfadado y decepcionado que está Mark?

–Me lo ha dejado bien claro –contestó cansinamente.

–Entonces te toca a di disculparte. Y cuanto antes, mejor.

–Hazlo –Isobel le urgió mientras se disponía a seguir a su esposo–. De otro modo los dos se pondrán de mal humor durante el fin de semana y será una pesadilla.

A Loris le sorprendió la cáustica advertencia de su madre. Aunque Isobel criticaba con frecuencia a su marido, Loris jamás la había oído reconocer imperfección alguna en su futuro yerno.

–Creo que tienes razón –reconoció Loris, y besó a su madre en la mejilla.

–Me imagino que estaremos en la cama antes de que lleguéis a Monkswood, así que nos veremos por la mañana. Por cierto, Mark y tú ocuparéis vuestros dormitorios de siempre –añadió Isobel mientras se alejaba apresuradamente.

Loris, que pensó que posiblemente la única manera de salvar el fin de semana sería disculpándose con Mark, empezó a buscar a su prometido.

Finalmente, lo vio despidiéndose de algunas personas que se marchaban de la fiesta.

Aunque seguía siendo lo que algunos llamarían un hombre de buena planta, Loris notó, no sin cierto sentimiento de culpabilidad, que tenía algunas canas en las sienes y que estaba empezando a echar barriga.

Aliviada al no ver rastro de la rubia por ningún lado, fue apresuradamente junto a Mark.

–Mark, siento muchísimo haber llegado tan tarde. Sé que tienes todo el derecho a estar molesto conmigo, pero por favor no dejes que eso estropee el fin de semana.

Él la miró con dureza.

–La fiesta casi ha terminado. ¿No te parece un poco tarde para disculparte?

–Me habría disculpado antes si hubieras estado solo.

–Pamela es una mujer preciosa, ¿no te parece?

Loris, consciente de que Mark se lo estaba diciendo solo para molestarla, no dijo nada.

–Es americana. Su padre es Alan Gresham, el magnate de la prensa americano, y de ese modo la heredera de la fortuna Gresham.

–Qué bien.

De modo que su madre se había equivocado. No era el dinero de Mark lo que le interesaba a la rubia.

–Me ha dejado bien claro que le gusto.

Loris apretó los labios con desagrado.

–¿No te parece un poco demasiado descarada?

–Desde luego sabe ganarse a la gente –dijo con admiración–. Y no es de las que dicen no, lo cual resulta agradable, para variar.

De modo que no solo estaba castigándola por llegar tarde; también porque hasta el momento se había negado a acostarse con él.

En los tres meses que llevaban prometidos, Mark la había presionado bastante, y en más de una ocasión, Loris había estado a punto de ceder.

Mark era un hombre apuesto y viril, y no tenía duda alguna de que sería un buen amante. Sin embargo, llegada la hora de la verdad y tal vez inhibida aún por el pasado, Loris se había echado atrás.

Comprensiblemente, eso había enrabietado siempre a Mark, que después solía mostrarse taciturno durante varios días. Se comportaba con normalidad con todo el mundo, pero cuando se dirigía a ella lo hacía de manera fría y concisa.

Isobel, que no era tonta, le había dicho un día:

–Sé que dormir juntos es lo normal en estos tiempos, pero creo que haces bien en esperar hasta que estéis casados.

Era la primera vez que su madre abordaba el tema del sexo y, preguntándose si habría intuido lo ocurrido con Nigel, Loris le había preguntado:

–¿Por qué dices eso?

–Porque Mark es el tipo de hombre que, cuando tiene lo que quiere, tal vez pierda interés y empiece a buscar en otro sitio...

Igual que Nigel.

–Por supuesto, cuando ya seas su esposa no importará demasiado. Supongo que, después de un divorcio, se comportará con más discreción.

Profundamente turbada por las palabras de su madre, Loris le había contestado:

–Lo dices como si pensaras que fuera a descarriarse de nuevo.

–¿Y no es eso lo que hacen la mayoría de los hombres? No me imagino a alguien como Mark satisfecho con una sola mujer.

Al ver la expresión en la cara de su hija, Isobel había añadido:

–¿Pero qué importa eso? Tendrás dinero, una posición y un buen nivel de vida. Mark parece bastante generoso, cosa que tu padre no es.

–Lo que pasa es que yo no deseo esa clase de matrimonio para mí –Loris le había dicho en tono bajo.

–Claro que podría estar totalmente equivocada –Isobel se había retractado a toda prisa–. Mark está llegando a una edad en la que tal vez esté preparado para ser un marido fiel...

Consciente de que Mark estaba esperando una respuesta por su parte, Loris dejó de pensar en lo que había hablado con su madre.

–¿Cómo dices? –le preguntó, algo distraída.

–Solo he dicho que si estás celosa de Pamela, ya sabes lo que tienes que hacer al respecto.

–Pero no lo estoy –declaró Loris con calma.

–¿Entonces por qué te agarraste a ese imbécil para bailar? –Mark le preguntó, claramente decepcionado.

–Yo no me «agarré» a él. «Él» me sacó a bailar –Loris recordó la firmeza con la que Jonathan Drummond se había negado a ser utilizado–. Y yo desde luego no lo llamaría «imbécil».

Mark entrecerró los ojos.

–¿Os conocíais de antes? –preguntó.

–No.

–¿Él sabía quién eras?

–Sí. Me ha dado la impresión de que vosotros dos os conocéis –añadió Loris al recordar los comentarios de Jonathan Drummond acerca de Mark.

–Yo no diría que nos conocemos. Lo he visto deambulando por las oficinas.

–¿Quién es él?

–No es más que un advenedizo. Ha venido de Estados Unidos con el grupo de Cosby’s.

Por supuesto. Recordó que su atractiva voz tenía un leve acento americano.

–¿A qué se dedica exactamente?

–No tengo ni idea –respondió Mark con desdén–. Ha estado en la mayor parte de las reuniones, pero me imagino que lo habrá hecho en calidad de secretario personal de algún ejecutivo. ¿Por qué quieres saberlo?

–Me pareció interesante –reconoció imprudentemente.

Mark la miró como si hubiera perdido la cabeza.

–¿«Interesante»? –repitió.

–Me dio la impresión de que es un hombre tranquilo y dueño de sí mismo. Tiene mucha personalidad.

–Aunque tuvo la cara de sacarte a bailar, me percaté de que al menos no tuvo la indecencia de besarte.

–No creo que fuera falta de frescura.

–Entonces seguramente recordó cuál era su lugar.

–¿Que recordó su lugar?

–Desde luego no está al mismo nivel que nosotros.

–Ah, yo no era consciente de que estuviéramos a un nivel distinto a los demás –respondió Loris en tono gélido.

–Pensé que habías venido a disculparte, no a pelear –dijo Mark con pesar, mostrando signos de humanidad por primera vez.

–Es cierto. Lo siento, Mark. No hablemos más de Jonathan Drummond.

–Drummond, así se llama. De ahora en adelante lo vigilaré.

Consciente de que Mark podía llegar a comportarse de un modo ridículo si le tomaba manía a alguien, Loris deseó no haber dicho nada de Jonathan Drummond.

–¿Bueno, y ahora que me he disculpado por haber llegado tarde, somos amigos otra vez? –dijo Loris para cambiar de tema.

Pero él ignoró la pregunta y se fue por la tangente.

–Comprenderás que cuando estemos casados vas a tener que dejar ese estúpido trabajo tuyo. Me niego a que mi esposa trabaje todo el tiempo.

–No estaré trabajando todo el tiempo.

–Ahora lo estás.

–Solo porque tengo que pagar un alquiler exorbitante por mi apartamento.

–Podrías haber continuado viviendo en casa de tus padres.

–No quería.

Su deseo de ser independiente la había llevado a mudarse en cuanto había podido mantenerse.

–Una vez casados, la presión financiera cederá y podré elegir a los clientes que más me apetezcan.

–Cuando estemos casados, no necesitarás ningún cliente.

–Pero no quiero dejar de trabajar.

–Me niego rotundamente a que mi esposa vaya diciéndole a la gente cómo tiene que decorar su casa. No es conveniente para mi imagen. Tienes que comprenderlo..

–¿Pero entonces qué haré todo el día?

–Lo que hagan las esposas de otros hombres ricos.

Loris estuvo a punto de responder, pero al final decidió no hacerlo.

–Bueno, creo que no necesitamos discutir este tema en este preciso instante.

–No, tenemos cosas más importantes que hacer –le echó un brazo a la cintura.

–¿Como por ejemplo?

–Ya estoy harto de que te andes con evasivas. Quiero que te acuestes conmigo esta noche –le susurró al oído.

–Pero vamos a estar en Monkswood.

–Todos los dormitorios tienen camas de matrimonio. O bien te vienes al mío, o dejas que yo me vaya al tuyo.

–No. No podría. Y menos en casa de mis padres.

–No seas idiota, Loris. No hace falta que se enteren si tú no quieres que lo hagan. Y aunque compartiéramos abiertamente habitación, sé que a tu padre no le importaría. Después de todo, vamos a casarnos. ¡Vamos, por favor! Vivimos en el siglo veintiuno, no en la época victoriana.