Tras la belleza del don - Carmelo Guillén Acosta - E-Book

Tras la belleza del don E-Book

Carmelo Guillén Acosta

0,0

Beschreibung

Dentro de la misión evangelizadora de la Iglesia católica, cada cristiano trata de expresar con su entrega la llamada de Dios a ser imagen de Cristo en sus circunstancias específicas. En el Opus Dei, esa llamada es en medio del mundo y, en particular, en el trabajo profesional. Está dirigida a hombres y mujeres —numerarios, agregados o supernumerarios— que tratan de encarnar ese mismo espíritu siguiendo itinerarios de vida muy diversos. La presente «biografía literaria» resalta la trayectoria de un miembro del Opus Dei que, tras asumir ese don, trata de hacerlo fructificar desde su celibato laical. Estas páginas son un canto a la belleza de la fidelidad en la juventud, en la madurez y también en la vejez, y una celebración de la vida ordinaria en el ajetreo de la plaza del mundo.

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern
Kindle™-E-Readern
(für ausgewählte Pakete)

Seitenzahl: 219

Das E-Book (TTS) können Sie hören im Abo „Legimi Premium” in Legimi-Apps auf:

Android
iOS
Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



CARMELO GUILLÉN ACOSTA

TRAS LA BELLEZA DEL DON

[Apuntes sobre la biografía de Pepe Molero]

Prólogo de Carlos Javier Morales

EDICIONES RIALP

MADRID

© 2023 byCarmelo Guillén Acosta

© 2023 by EDICIONES RIALP, S. A.

Manuel Uribe, 13-15, 28033 Madrid

(www.rialp.com)

Preimpresión: produccioneditorial.com

ISBN (edición impresa): 978-84-321-6481-1

ISBN (edición digital): 978-84-321-6482-8

ISBN (edición bajo demanda): 978-84-321-6483-5

No está permitida la reproducción total o parcial de este libro, ni su tratamiento informático, ni la transmisión de ninguna forma o por cualquier medio, ya sea electrónico, mecánico, por fotocopia, por registro u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito de los titulares del copyright. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita reproducir, fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.

ÍNDICE

Prólogo de Carlos Javier Morales

I

De por qué Pepe Molero

Ser en la vida Molero

La escalera

Se hace al Espíritu

Un cursillo de Cristiandad con final previsible

Como agregado del Opus Dei

Y ahora qué

La belleza del don

II

Construir el silencio

Elogio del plan de vida

El don de la rosa

Sin frenos

Entre el empecinamiento y la confianza

Las imprudencias se pagan

Historia del corazón

La misericordia es el nombre de la belleza

Una lección permanente

Por sus frutos los conoceréis

Sigue el consejo de quien te ama

Asumir el dolor ajeno

En la línea del horizonte

III

Los nombres de la amistad

Dime con quién andas

Siempre la claridad viene del cielo

Que os queráis

Una sonrisa en el cielo

Allegados, son iguales

Comer con

Materializar la vida espiritual

IV

De la minería a la enseñanza

Tiempo para plantar, tiempo para cosechar

Un paréntesis para la pintura y la política

Recapitulación

La semántica del trabajo

Para una teología del esparcimiento

Modos de descansar

Va de animales

De oca en oca

Lugares preferentes

Tocar el fondo

En la plaza del mundo

Apología del celibato laical

Para asumir el don

V

Es lo que toca ahora

Experiencias de la edad

En un vasto territorio

Pero quién es este señor

El Instituto de Desarrollo Comunitario

Maestros mundi

No te detengas

El oficio de la escritura

BelenCribs

Inicios

Plasmación de una idea

Una estrategia lúdica

Iniciativa poética

Y por si fuera poco

Yo quiero cambiar el mundo

Un paréntesis para la reflexión

La letra menuda del vivir

Así con tal entender

Receta para fortalecer el don

Coda

Cantar la vida

Navegación estructural

Cubierta

Portada

Créditos

Índice

Prólogo

Comenzar a leer

PRÓLOGO

Hay libros que dan ganas de vivir, y este es uno de ellos. Se pueden leer despacio o deprisa, porque son claros y fascinantes en su historia. Pero como la extensión de esta obra es breve, recomiendo al lector que no se apresure por terminarla: la historia —me permito adelantarlo— acaba bien, pero lo importante es cómo transcurre para el protagonista, Pepe Molero, y para el narrador, Carmelo Guillén Acosta. Ambos nos invitan a ver que existe otro modo de vivir esta vida normal y corriente en la que nos encontramos la mayoría de los mortales. Y, puesto que el secreto está en el cómo y no tanto en el qué, yo invito al lector a que mire la vida de Pepe Molero a cámara lenta, hasta que encuentre un modo tan original y extraordinario de vivir la suya propia, por oscura que parezca en un principio.

Cuando el autor me habló someramente del libro que estaba escribiendo, su proyecto me pareció una corazonada un tanto confusa: trazar el perfil biográfico de un gran amigo suyo que se había propuesto ser santo. Entonces —hace unos seis meses— yo apenas sabía quién era Pepe Molero. Por otro lado, tenía y sigo teniendo la idea de que los santos están todos en el Cielo, mientras que Molero estaba y sigue estando vivo entre nosotros, a pesar de sus ochenta y muchos años. La santidad, el amor a Dios sin límites, es un don que sólo puede recibirse en un estado ilimitado de vida, es decir, en el Cielo, en la gloria infinita de Dios. Además, ¿no le haría daño al protagonista leer que se hallaba muy cerca de la santidad, cuando el mismo Jesucristo nos ha advertido que estemos vigilantes hasta el último momento y que no nos envanezcamos por lo ya conseguido?

Luego, acabado el manuscrito, lo he leído con creciente sorpresa: Carmelo no estaba contando la vida de un santo, sino la vida de un gran amigo y hermano en el Opus Dei que ha sido para él un continuo estímulo en su camino de santidad. Poco a poco entendí que la alegría de tener al lado a alguien así era tan extraordinaria que debía compartirla con otros, también conmigo. Y eso es lo que ha hecho Carmelo en este libro.

En efecto, la presente obra no es una narración completa de toda la vida del ingeniero y profesor Pepe Molero (así, con esa cercanía, lo menciona siempre el autor). Esta obra es más bien el efecto que ha producido la vida y la amistad con Pepe Molero en la propia vida del poeta y profesor Carmelo Guillén Acosta. Y lo cierto es que, cuando dos personas tienen una relación personal tan continuada en el tiempo y tan actual a día de hoy, esa relación que es la amistad y la fraternidad en Cristo puede alcanzar una singularidad impresionante. No olvidemos que a una persona no se la puede conocer desde fuera, como el objeto científico de un caso médico o psicológico. Al ser personal que es Pepe Molero sólo se lo puede conocer desde dentro. Y a esa interioridad sólo se puede acceder en el trato con dicha persona, en la continua relación compartida entre el tú y el yo.

Por eso Carmelo Guillén Acosta no necesita relatarnos cronológicamente todos los hechos de su amigo, por muchos y muy interesantes que sean los que nos cuente. Lo que nos transmite el autor es el don maravilloso de haber encontrado a una persona extraordinaria que lo ha ayudado espontáneamente a convertirse también en otra persona extraordinaria. Y todo eso, aun dando lugar a un libro breve, es mucho más interesante humanamente que todos los pormenores objetivos que nos pueda relatar en un futuro el historiador más avezado.

Entre las muchas sorpresas que puede encontrar el lector de esta obra, hay una que le adelanto y que muy bien puede convertirse en una clave de lectura: el fenómeno tan excepcional de que la existencia cotidiana de un ingeniero de minas, que más tarde ha sido profesor y que ahora está laboralmente jubilado —no desocupado—, pueda ser el motivo de una aventura espiritual y humana de altísimos vuelos. Por eso, independientemente de que el lector conozca el Opus Dei o a su fundador, o que sepa más o menos cuál es la misión específica de esta institución dentro de la Iglesia católica, lo que aquí contemplamos es una vida extraordinaria hasta el día de hoy que, sin embargo, está formada de hechos externos nada extraordinarios. Y es que la grandeza de esta vida está en el corazón de quien la ha vivido: en el amor a Dios y a todas las personas cercanas que ha puesto Pepe Molero desde su radiante juventud, cuando descubrió su vocación al Opus Dei dirigiendo el trabajo de unos mineros en la provincia de Teruel.

Como indica el autor en varias ocasiones, Pepe Molero es un miembro agregado del Opus Dei, es decir, un profesional normal y corriente que ha buscado y encontrado en medio de su trabajo a Jesucristo, a quien le ha entregado su cuerpo y su alma en una vida célibe, con un celibato vivido íntimamente, sin ningún dato ni manifestación públicos de su entrega total a Dios, incluida la dimensión sexual de su vida. El libro es una prueba de que Dios puede colmar el corazón de un hombre que vive por su cuenta en medio del mundo, en la casa que ha adquirido con el esfuerzo de su trabajo y en el lugar que podría ocupar cualquier otro cristiano corriente.

Hago esta advertencia porque a mí, que también soy miembro del Opus Dei pero que no tengo la condición de agregado dentro de esta prelatura, la vida de Pepe Molero me ha llegado al alma, y en ella he descubierto muchas cosas que me gustaría integrar en la persona que quiero ser. Porque, en el Opus Dei, lo de ser numerario, agregado o supernumerario cuenta poco: lo realmente sustantivo es el deseo de entregarse totalmente a Dios, sea uno soltero, casado o viudo.

Lo realmente importante en el Opus Dei y en este libro es la persona única de Pepe Molero. Ojalá lo sea también para todos los lectores.

Carlos Javier Morales

Valle de Guerra (Tenerife), 2 marzo de 2023

I

Reconstruir la propia vida puede ser necesario para

acabar de poseerla, acaso, en cierto momento, para

poder seguir viviéndola.

Julián Marías

De por qué Pepe Molero

Siempre tuve la intención de no morirme sin haber publicado antes la biografía espiritual de san Juan de la Cruz, un poeta místico al que admiro desde mi adolescencia. Para ello, he seguido concienzudamente sus pasos por la geografía española desde su nacimiento en Fontiveros (Ávila) hasta su muerte en Úbeda (Jaén). Además —y era lo más importante—, he leído y meditado en bastantes ocasiones, y lo sigo haciendo, sus obras completas, poesía y prosa, con el fin de no perderme nada de su vida y así poder presentarla a través de mis palabras, pese a que son abundantes las aproximaciones que sobre él se han escrito —ninguna me ha saciado plenamente— y, seguro, seguirán escribiéndose. De pronto, cuando parecía que por fin iba a comenzar mi trabajo, me encuentro con uno de similares características al que tenía previsto —San Juan de la Cruz. La biografía, del carmelita descalzo José Vicente Rodríguez— que desarticula de un trallazo mi proyecto: ¡ese tocho lo tendría que haber elaborado yo!, me dije; ¿para qué incidir más en lo mismo? De manera que, ni corto ni perezoso, renuncio a san Juan de la Cruz y opto por Pepe Molero, que, salvadas las distancias, aunque no es ni místico, ni poeta, es, como yo, miembro del Opus Dei, al que tengo por amigo, digno de mi más fervorosa admiración.

¿Qué mejor señuelo que él para hablar de lo que caracteriza mi propia existencia y a la que, de algún modo, me acerco e indago contando la suya? A fin de cuentas, los poetas —es mi caso— acabamos parlamentando de nosotros mismos. ¿Y por qué lo elijo concretamente a él y no a otro individuo del Opus Dei? Podría decir lo que Pascal: «El corazón tiene razones que la razón no conoce», lo cual sería faltar en parte a la verdad. Lo distingo sin duda porque, sin ser una figura relevante en ningún aspecto, es una persona empática, que transmite, de esas que llevan un lucero en la frente con una dinamo que sigue generando luz a pesar del flujo de los años; un hombre que no se deja vencer ni por la edad ni por los ocho estents [«prótesis intravasculares que sirven para mantener abierto un vaso previamente estenosado», según Fundación del Español Urgente] que condicionan aparentemente su actividad física, razones poderosas en las que me apoyo para que intuya en él la personificación de lo que es un miembro de la Obra —se podrían escribir tantas biografías como personas del Opus Dei existen—, tal cual se lo dejó ver el Espíritu Santo a su fundador y que él transcribió en más de alguno de sus escritos.

Hay individuos que se inhabilitan tras su retiro laboral; otros se cierran en banda a nuevos proyectos de vida cuando comienzan a notarse limitadas; otros truecan sus posibles aficiones por horas de televisión y de sueño intermitente en un sillón con orejas; otros, finalmente, enferman sin remedio, incapaces de recuperarse. Pepe Molero, en cambio, por lo que sé de él —en la cuerda floja de los ochenta y tantos años largos cuando acometo estos Apuntes— continúa difundiendo esperanzas, encandilando con sus aportaciones en las redes sociales y contestando lúcidamente a cada wasap que se le envía, por citar algunas particularidades de su tarea diaria actual. Es un hombre de principios, exigente consigo mismo, fiel amador de su vocación. Por eso, y porque descubro en él al miembro del Opus Dei en toda su riqueza vivencial, me he decidido a narrar esta llamémosle «biografía literaria», por supuesto sin faltar a la verdad, si bien orientando mi escritura a rescatar valores y enseñanzas definidores y específicos de lo que, en sí, singulariza su existencia más que a una mera descripción cronológica y objetiva, que nada aportaría, de su paso por este irrepetible mundo.

Ser en la vida Molero

El dicho «yo soy yo y mis circunstancias», que Ortega y Gasset acuña en su libro Meditaciones del Quijote y que genera un largo debate filosófico en la historia del pensamiento español, se convierte en Pepe Molero en una realidad donde prima el desarraigo. Así, su lugar de nacimiento —Alfacar (Granada), un 28 de marzo de 1937— no marca precisamente las primeras huellas que el mundo suele dejar en la conciencia de casi todos los seres humanos. Al poco tiempo de nacer, por exigencias del trabajo profesional de su padre, guardia civil, la familia se traslada al municipio de Alegría, provincia de Álava, a casi 800 km de su lugar de origen. Allí nacerá su hermana Ángeles.

Transcurrido algún tiempo, destinan a su progenitor, por petición propia, a otro pueblo granadino, Cacín, donde la madre da a luz a su hermana Margarita, que muere de neumonía al mes de nacer. En aquella localidad, Pepe Molero hace con siete años la primera comunión, en una iglesia a la que vuelve en 2022 sin encontrar rastro de la que conserva en su memoria.

De allí, nuevo traslado de la familia a Granada capital, concretamente al cuartel de las Palmas, muy cerca del peligroso barrio del Matadero. Estudia con los escolapios, donde aprende de memoria el catecismo del padre Ripalda, sobre todo por el incentivo que tenía: si se sabía los puntos que le marcaban, obtenía chucherías como premio. En sus correrías, se rodea de amigotes que lo llevan a delinquir: pequeños hurtos de las plúmbeas perindolas de las rejas para venderlas a los chatarreros. Nace su hermano Jorge.

De Granada a Alcantarilla (Murcia), nuevo destino de su padre como comandante de puesto. Realiza sus estudios por libre hasta cuarto de bachillerato más la reválida de entonces. De Alcantarilla a otro pueblo murciano, Totana. Termina el bachillerato y, no contento con acabarlo, se matricula de todas las asignaturas de los tres cursos, ¡de todas!, en la carrera de Magisterio: aprobándolas en su mayoría —le quedan pendientes Música, Pedagogía y alguna otra que, con el paso del tiempo, instalado en Zaragoza años después, aprueba en Huesca—.

En Totana se suceden varios hechos relevantes: (1) inclinado al ejercicio de la Medicina, desiste de su empeño tras encontrarse su progenitor con un señor, ingeniero de minas, que lo convence para que, a la vez, anime a su hijo a que estudie su carrera en la escuela que dirige y en la que imparte clases. Este acata la decisión paterna y, sin más planteamientos, se prepara a conciencia durante un año para reforzar los conocimientos en asignaturas troncales de ciencias: Matemáticas, Física y Química, con vistas al ingreso en la escuela de Minas; (2) asiste al único centro académico en el que puede continuar los estudios de bachillerato: la academia Santo Tomás de Aquino, regentada por un sacerdote diocesano, don Andrés Caruana que, en un intento de celo proselitista, plantea a Pepe Molero la posibilidad de abrazar el orden sacerdotal, a lo que este contesta que tiene lo suyo muy claro: casarse y criar muchos hijos; por otra parte, sin ser miembro del Opus Dei, el clérigo en cuestión tiene a bien regalarle un ejemplar del libro Camino, de Escrivá de Balaguer —era algo frecuente que él hacía con los jóvenes que se relacionaba—, aconsejándole que lo meditara, y (3), a pesar de que hasta 4.º de bachillerato estudia Francés, la lengua extranjera impartida en los centros educativos españoles de aquel tiempo, opta por el Inglés —otro amigo de su padre influye también en la decisión—, consiguiéndole para ello un método que le sirve para examinarse por libre en el instituto Alfonso X de la capital murciana.

De Totana, por ascenso de su padre, la familia al completo se traslada a La Azohía - Isla Plana (diputaciones pertenecientes a Cartagena), en la que reside hasta la jubilación del progenitor. Será en una pensión cartagenera donde Pepe Molero se aloje el primero de los cuatro cursos de la carrera como facultativo de minas: para ser ingeniero hubiera tenido que desplazarse a Madrid, pero por motivos económicos no lo hace. Los siguientes años lo vemos de nuevo viviendo con los suyos: su padre acababa de comprar una casa en la misma localidad.

Una vez licenciado, encuentra pronto el primer empleo en las minas de Ojos Negros, ubicada en la provincia de Teruel, que, al principio, compagina con el período de prácticas como alférez de milicias en Ceuta. En ese tiempo conoce el Opus Dei y acaba pidiendo la admisión como miembro agregado (entonces, antes de que Juan Pablo II erigiera la Obra en Prelatura Personal, a estos se les llamaba primero socio oblato y, después, socio agregado). Tras tres años en la empresa, otra de nueva implantación en Zaragoza, dedicada a la maquinaria para minas, busca técnicos. Pepe Molero presenta su currículo y lo contratan. En ella trabaja también durante tres años abriendo mercado por toda España, lo cual lo lleva a un trasiego continuo por las intransitables carreteras españolas de la época a fin de promocionar sus productos por las empresas mineras: las de León, Palencia, Asturias, Cataluña y Andalucía. Después de un aparatoso accidente de coche en la provincia de Soria, la lectura de una carta de Josemaría Escrivá de Balaguer, mientras se repone del percance, le sirve para variar el rumbo de su vida: de la minería a la enseñanza. Primero en el Colegio Montearagón de Zaragoza, perteneciente a Fomento de Centros de Enseñanza, trabajo que compatibiliza con su matriculación en la facultad de Filosofía y Letras, donde estudia los dos primeros años de la carrera, los llamados «comunes», y, finalmente, Murcia, en que, por fin, se asienta, trabajando en distintos centros educativos públicos, particulares y concertados respectivamente, al tiempo que se matricula por libre en la universidad granadina para acabar la carrera de Filología Inglesa.

En este peregrinaje de aquí para allá: Alfacar, Alegría, Cacín, Granada capital, Alcantarilla, Totana, La Azohía - Isla Plana, Cartagena, Ojos Negros, Ceuta, Zaragoza y Murcia, Pepe Molero asume su condición errabunda hasta establecerse, tras muchos años, en Murcia, primeramente atraído por la presencia de sus padres —que acaban instalándose primero en Alcantarilla, municipio de la provincia murciana, y, más tarde, en la capital—, después por el de aquellas personas con las que permanece compartiendo compañía y mesa. Ese es, en resumen, su yo y sus circunstancias: el deambular de un hombre que, como un romero cualquiera, cruza siempre por caminos nuevos —en el decir del poeta León Felipe—, sin que durante bastante tiempo haya tenido la oportunidad de que le hagan callo las cosas ni en el alma ni en el cuerpo. Un romero cuyo pie nunca ha terminado de acostumbrarse a territorio alguno, que ha residido en lugares de lo más variopinto: casas de alquiler, pensiones, hospederías ruidosas y sucias…y que, además, junto a esa emigración continuada, se ha visto obligado a realizar sus estudios por libre, debiendo examinarse en lugares extraños y ante tribunales de rostros desconocidos. Un Pepe Molero sensible a todos los vientos, a quien Dios llama para que esparza con su vida la buena nueva del Evangelio, incorporándolo a las filas del Opus Dei.

Uno es de donde pace, no de donde nace, refiere el dicho popular. Pepe Molero ha pacido en muchos lugares; de todos se lleva algo y, aparentemente, no se lleva nada. El único hilo, sus padres y hermanos. Como en el celebrado verso del poeta Antonio Machado, aprende bien la lección: «Lo nuestro es andar», o como diría el cantautor Atahualpa Yupanqui: «Andar y andar los caminos».

La escalera

No he comprobado de qué fecha es la primera edición de La escalera. Historia de una vida corriente. Tengo conmigo la tercera, de 2012, impresa en Córdoba (España) y publicada, como las anteriores, por cuenta del autor. Se supone que son las Memorias de Pepe Molero, redactadas en plena lucidez mental, según él, a petición de los amigos. Consta, incluido el álbum fotográfico final, de casi 400 páginas. Quien quiera conocer la prosa y, sobre todo, su vida pormenorizada: recuerdos de la niñez, adolescencia y madurez, hasta el año 1999 aproximadamente —fecha de su visita a Costa de Marfil, con la que acaba el volumen—, le sugiero que se adentre en esta autobiografía donde, en un orden cronológico y descriptivo, narra lo que, si hubiera tomado el mismo hilo, repetiríamos. «sólo vive su vida el que la observa, la piensa y la dice», escribe en sus Escolios a un texto implícito el escritor y pensador colombiano Nicolás Gómez Dávila. Por lo que se deja notar, resulta una obra testimonial, auténtica, en la que intenta no dejarse nada de lado: los recuerdos parecen fotografías de gran resolución; las descripciones, reconstrucciones en el tiempo; los sentimientos, experiencias recién vividas. Todo rezuma veracidad, franqueza, incluso las frecuentes lecciones morales que, de vez en cuando, presenta como si la verdad no se impusiera por sí misma, resultado de lo que se deja ver. Así escribe con un estilo engrosado: «La palabra, el verbo, es el arado resplandeciente de nuestro progreso intelectual, con el que labramos la tierra y abrimos los surcos de nuestro intelecto; es el vehículo del espíritu, nuestro instrumento de comunicación, la luminosidad de la idea y la limpidez de nuestra relación» (pp. 15-16) o «Todos estamos subiendo la escalera de nuestra vida, que ha tenido un escalón de partida y tendrá uno de final y en este último descansillo veremos a Dios. Si hemos cumplido con lo que Él tenía pensado para nosotros, nuestro amigo Jesús nos recibirá con los brazos abiertos y nos abrirá la puerta de la eternidad. Entonces, nuestra vida habrá valido la pena si hemos conocido, tratado, servido y amado a Cristo y a los demás» (p. 19).

Al mismo tiempo, a Pepe Molero le fascina hacer sus pinitos literarios, atreviéndose a emular a sus autores favoritos: «Aquel día me despertó el silencio. Descorrí uno de los visillos, en el exterior comenzaba a clarear el día. El cristal empañado apenas me dejaba ver el blanco manto que cubría el patio de la Residencia. Con la palma de la mano tracé una franja a la altura de los ojos, en toda su longitud. Se formaron gotitas de agua que resbalaron por el cristal dejando pequeños surcos sobre el vidrio enturbiado de vapor. Una tenue claridad de sol plateado hacia reverberar la nieve de los tejados…» (p. 187) o esta otra bellísima descripción: «Aquel día invitaba a pasear y a disfrutar de la naturaleza. A mitad de camino me senté en una peña y me puse a observar la quietud del paisaje. Todo parecía que se detenía. Sólo una suave brisa que bajaba de la montaña movía las hojas de los arbustos pintadas de oro por el sol encaramado en aquel cielo lleno de un azul transparente y terso» (p. 227).

En otras ocasiones, disfruta con frases de carácter coloquial, orientadas a sacarle al lector al menos una sonrisa: «Cuando todavía mis neuronas no están demasiado gastadas, intento escribir estos folios sobre aquellos acontecimientos más destacados de mi vida. Lo hago como actividad intelectual, para sacarle brillo a las dendritas y las neuritas y reforzamiento de las meninges» (p. 17) o, refiriéndose a doña Encarna, una profesora que tuvo en Alcantarilla: «Doña Encarna era de mano rápida para darte un zurriagazo, como decía ella, si no te sabías alguna pregunta de la lección y experta en el uso de la regla de “madera de haya”, como nos había explicado y que tenía siempre encima de la mesa, dispuesta a medir el trasero de los traviesos» (p. 122).

Sea como sea, estas Memorias fueron una meta más de las muchas que él se sigue trazando en vida: «Escribiendo este libro habré cumplido uno de esos objetivos que se dice ha de ambicionar un hombre: tener un hijo, plantar un árbol y escribir un libro. Al primero he renunciado por Amor; el segundo lo he cumplido, ya que a lo largo de mi vida he plantado bastantes árboles; de algunos he disfrutado de su sombra y de sus frutos; y el tercero es que quiero dejar estas páginas impresas para ti, amigo» (p. 19).

La escalera lleva un subtítulo: Historia de una vida corriente. No sé qué entiende Pepe Molero por vida corriente. Él, que no ha podido disfrutar de una niñez de patria chica, ni ha crecido en la noble camaradería de esos amigos que se conservan si no para siempre sí para sostenerlos en los recuerdos; que se curtió en la desventura, no en la infelicidad, de un trajinar errante, de ahí su afán aventurero y descubridor, ¿qué entenderá por vida corriente? Me quedo con la duda y pienso que de corriente tiene poco, si acaso el olor a su madre, un olor que impregna inevitablemente el corazón de todo ser humano y que a él le sirve de refugio y de consuelo.

Se hace al Espíritu