Un error del pasado - Victoria Pade - E-Book
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Un error del pasado E-Book

VICTORIA PADE

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Beschreibung

Él había hecho una fortuna con los negocios. ¿Ganaría también en el juego del amor? Natalie Morrison no podía creer que el famoso empresario Cade Camden hubiera aparecido en su pequeña tienda. La familia Camden había engañado a la suya, pero lo peor era que aquel niño rico fuese tan carismático como su exmarido, que se había aprovechado de ella antes de dejarla. No, Nati no pensaba caer en sus redes. Por guapo y encantador que fuese. Cade solo estaba allí para enmendar Un error del pasado, pero Nati era tan encantadora… tan tentadora que le entraban ganas también de intentar curar el corazón roto de aquella maravillosa mujer.

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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2012 Victoria Pade. Todos los derechos reservados.

UN ERROR DEL PASADO, Nº 2002 - Noviembre 2013

Título original: Corner-office Courtship

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.

Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

® Harlequin, logotipo Harlequin y Julia son marcas registradas por Harlequin Books S.A.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

I.S.B.N.: 978-84-687-3866-6

Editor responsable: Luis Pugni

Conversión ebook: MT Color & Diseño

Prólogo

Batidos a medianoche, eso significa que hay problemas —dijo Cade Camden cuando se reunió con su abuela, sus tres hermanos y seis primos en la enorme cocina de la casa en la que habían crecido.

Georgianna Camden había criado a sus diez nietos allí, en Denver, tras la trágica muerte de sus padres en un accidente de avión.

—¿Chocolate o vainilla? —preguntó ella, sin responder al comentario.

—Chocolate —respondió Cade.

—No ha muerto nadie, ¿verdad, GiGi? —preguntó Lang, uno de sus primos trillizos.

Cuando eran más jóvenes, cada vez que había problemas todos se reunían alrededor de la mesa. Aunque su abuela estuviera enfadada, decepcionada o disgustada con ellos, GiGi siempre hacía batidos para todos.

Pero esa noche, durante la celebración del setenta y cinco cumpleaños de su abuela, las alarmas empezaron a sonar. Era algo que Cade había anticipado desde que les pidió que durmieran allí por los viejos tiempos.

Con todos reunidos alrededor de la mesa de la cocina, tomando sus batidos, GiGi por fin les explicó por qué les había pedido que se quedaran a dormir.

—He leído los diarios —empezó a decir, muy seria.

Los descendientes de H.J. Camden, fundador de las empresas Camden y nietos de GiGi, supieron enseguida de qué estaba hablando.

Unas semanas antes del cumpleaños de Georgianna, su nieto mayor, Seth, había encontrado un pequeño baúl escondido bajo el suelo del establo en el rancho de Northbridge, Montana, donde había nacido H.J. El baúl contenía varios diarios manuscritos que Seth había enviado inmediatamente a su abuela.

—Esto no puede ser bueno —dijo Livi, otra de los trillizos.

Según los rumores, Henry James Camden, su hijo Hank e incluso sus nietos, Howard y Mitchum, habían amasado su fortuna gracias a mentiras, engaños, sobornos y cosas mucho peores.

—No, no lo es —les confirmó GiGi—. No los he leído todos, pero sí lo suficiente como para saber que muchas de las cosas que decían de H.J. son ciertas.

Todos se quedaron en silencio. Sabían que GiGi no había tenido nada que ver con los negocios y que su respuesta a los rumores y acusaciones había sido enseñar a sus hijos y nietos a portarse como personas decentes.

—Tras el infarto, las cosas que decía H.J. me hicieron pensar que podría tener alguna razón para sentirse avergonzado, pero ya sabéis que al final de su vida decía cosas sin sentido, así que esperaba que no fuese verdad...

—Pero lo era —terminó la frase Dane, el primo de Cade.

—Lo era —dijo GiGi—. H.J. y mi Hank especialmente... —su voz se rompió en ese momento— pisotearon a mucha gente para levantar el negocio. Sé que esas cosas ocurrieron hace décadas —siguió unos segundos después—. Vuestros padres hicieron un esfuerzo para compartir nuestra buena fortuna, pero incluso ellos... en fin, siguieron haciendo lo que H.J. y vuestro abuelo querían que hiciesen. Yo os he educado para que fuerais personas decentes y me siento orgullosa de ello —GiGi hizo una pausa, mirando a cada uno de sus nietos—, pero cuanto más leo esos diarios, más empiezo a entender el precio que otros tuvieron que pagar por nuestro éxito y prosperidad. Todos nos hemos beneficiado de lo que hicieron. ¿Y si los hijos y nietos de la gente de la que se aprovecharon siguen sufriendo por nuestra culpa? ¿Y si esas familias nunca pudieron rehacer sus vidas?

—Es algo en lo que no queremos pensar, pero...

—Pero nada, Dylan —lo interrumpió ella—. Tenemos que saber el daño que hicieron y luego solucionarlo.

—¿Cómo vamos a hacer eso? —preguntó Cade.

—Tengo que investigar un poco más pero, co-mo regalo de cumpleaños, quiero que prometáis que me ayudareis a enmendar los errores. Seth, tú ya has hecho tu parte encontrando los diarios —le dijo a su nieto mayor.

—Podríamos estar abriendo un melón muy grande —observó el primo de Cade, Derek—. Si vamos por ahí admitiendo que nuestra familia se aprovechó de los demás, saldrán demandas hasta de debajo de las piedras, aunque no se correspondan con la realidad.

—Lo he pensado —dijo GiGi—. Tenemos que hacerlo discretamente, sin airearlo, con una buena palabra aquí, echando una mano allá. Tal vez podríamos hacer negocios con alguien que lo necesite, contratar a personas sin trabajo o comprar lo que vendan.

—Pero eso es manipular —observó Lindie, la tercera de los trillizos.

—Lo haremos por una buena razón —respondió su abuela—. Para enmendar errores sin que nadie se entere. Quedará entre nosotros, nadie más debe saberlo.

—No sé, GiGi, esto podría ser arriesgado. Hay mucha gente que nos odia y ahora que sabemos la razón...

—¿Y sin admitir que nuestros padres hicieron algo malo? —intervino Cade—. ¿Como si fuera una coincidencia ofrecerle algo a familias a las que H.J., el abuelo, mi padre o el tío Mitchum hicieron alguna jugarreta?

—¿Y si creen que queremos volver a aprovecharnos de ellos? —preguntó Dylan.

—No será fácil —reconoció GiGi—. Y sí, puede que algunos sigan resentidos, pero los Camden hemos vivido a expensas de esas personas. ¿Os parece bien?

—No —respondieron todos a la vez.

—Entonces, tenemos que compensarlos por lo que pasó. Discretamente.

—¿Y vas a enviarnos por separado a esas... misiones? —preguntó Lindie.

—Ese es el plan. La primera misión, como tú dices, voy a encargársela a Camden.

—Genial —murmuró él—. Yo voy a ser el conejillo de Indias.

—Solo porque en este caso eres el más adecuado. Voy a intentar poneros a cada uno en la situación que más convenga. Tú tienes que arreglar la pared del comedor de tu casa, ¿verdad?

—Sí —respondió Cade, sorprendido.

—Pues hay una persona en Arden...

—¿Arden? ¿No es un poco raro que vaya personalmente a las afueras a buscar a alguien que me pinte una pared?

—Solo está a veinte minutos de aquí y sé que la propietaria de la tienda hace unos trabajos estupendos —dijo GiGi —. Se llama Natalie Morrison y vende muebles y objetos que ella misma restaura, pero también hace murales y trabajos de pintura, así que, mientras te pinta la pared, puedes intentar descubrir qué pasó cuando H.J. se quedó con la granja de su abuelo, Jonah Morrison.

—Morrison... ¿de los Morrison de Northbridge? —preguntó Seth, conectando el apellido con el pueblo de Montana donde vivía Seth.

—¡Jonah Morrison! —exclamó Livi, como si se le acabara de encender la bombilla—. ¿No fue tu primer amor, GiGi?

—Fue mi novio en el instituto —explicó su abuela—. Aparentemente, H.J. se adjudicó el préstamo de su granja y se quedó con ella para que los Morrison tuvieran que irse de Northbridge.

—¿Y no supiste eso hasta que leíste los diarios? —preguntó Jani, la hermana pequeña de Cade.

—Me dijeron que los Morrison le habían vendido la granja a H.J., pero no sabía que en realidad se había hecho con ella a sus espaldas porque no podían pagar la hipoteca. Siempre había pensado que se fueron de Northbridge por voluntad propia para vivir en Denver. Jonah y yo habíamos roto y ya había conocido a vuestro abuelo para entonces...

—Pero tú vivías en Denver también. ¿No volviste a ver a tu antiguo novio? —preguntó Lindie.

—Pues claro que no —respondió GiGi—. Yo quería a vuestro abuelo y no me interesaba Jonah. Pero cuando leí sobre los Morrison en los diarios recordé que Maude Sharks había estado hablando en el club sobre una chica, Natalie Morrison, a la que había contratado para pintar una habitación en casa de su hija...

—¿La nieta de Morrison? —preguntó Cade.

—Fue como si el destino estuviera diciéndome lo que había que hacer —asintió GiGi—. Descubrí que Natalie tenía raíces en Montana y un abuelo que se llamaba Noah... y creo que es ahí por donde debemos empezar.

—De modo que debo contratar a la nieta de tu antiguo novio para que me pinte una pared —concluyó él, sin ningún entusiasmo.

—Y, en el proceso, debes descubrir qué fue de Jonah y su familia cuando H.J. se quedó con la granja. Quiero saber si fue un desastre o una bendición para ellos.

—¿Y si les arruinó la vida? —preguntó Beau, el hermano de Cade.

—Entonces le daremos trabajo a Natalie y pensaremos qué más podemos hacer para compensarla a ella y a su familia —anunció GiGi.

Todos quedaron en silencio un momento hasta que Cade suspiró.

—Bueno, si eso es lo que quieres... feliz cumpleaños, GiGi.

Capítulo 1

Ah, no es real. Desde fuera pensé que...

Al escuchar la voz masculina, Natalie Morrison recordó cómo había colocado el espantapájaros de tamaño natural en el que estaba trabajando tras el mostrador. Ella no era visible porque estaba sentada en el suelo detrás del mostrador, cosiendo un montón de paja en la falda del espantapájaros.

No podía verlo, pero debía de ser Gus Spurgis, el organizador de la feria de espantapájaros, y decidió bromear con él.

—¿Puedo ayudarlo en algo? —le preguntó, poniendo voz de pito mientras empujaba el espantapájaros hacia delante.

Cuando no hubo respuesta, Nati levantó la mirada y allí, mirándola por encima del mostrador, había un hombre guapísimo con los ojos más azules que había visto nunca.

—Espero que no le pague mucho a su recepcionista —bromeó el extraño—. Es un poco rara.

—Pero trabaja por poco dinero —dijo Nati, mientras se levantaba del suelo.

El hombre, alto y con cuerpo de atleta, tenía el pelo castaño oscuro como el chocolate, la nariz más bien larga y ligeramente aguileña, los labios rectos y una estructura ósea perfecta de mandíbula marcada.

Todo eso junto a unos ojos de un extraordinario azul cobalto. Era tan guapo que Nati se quedó sin aliento durante un segundo.

Además, su rostro le resultaba vagamente familiar y se preguntó dónde podía haberlo visto... pero decidió que eran imaginaciones suyas porque, de haberse encontrado alguna vez con aquel hombre, lo recordaría.

—Rara, ¿eh? —consiguió decir.

El espantapájaros, con el pelo de paja, tenía la cara pintada en arcilla y llevaba un vestido de flores con unas enaguas que sobresalían por debajo.

—Un poquito, ¿no?

—Como la he hecho parecida a mí, me siento insultada.

El extraño miró el espantapájaros y luego a ella de nuevo.

—Pues entonces no se ha hecho justicia.

¿Eso era un cumplido o un comentario sobre su habilidad manual?

—Se supone que es una caricatura. Yo tengo la nariz respingona... ¿lo ve?

—Sí, lo veo.

—Para exagerarlo, le he puesto una nariz como un tobogán —siguió Nati—. Y me alegro mucho de no tener la barbilla tan puntiaguda.

—No, su barbilla es perfecta. Delicada y suave.

Nati no estaba buscando cumplidos, pero se sintió halagada de todas formas.

—Y la boca no se parece nada —siguió él—. Usted tiene unos bonitos labios carnosos y ese espantapájaros los tiene finos.

¿Su barbilla era delicada? ¿Sus labios eran bonitos y carnosos?

Nati sintió que le ardía la cara, aunque se decía a sí misma que era una tontería. Aquel hombre no estaba flirteando con ella. ¿O sí?

Había pasado mucho tiempo desde que un hombre que no fuera su abuelo se fijaba en ella y tal vez se le estaba subiendo a la cabeza. Era una bobada, solo estaban charlando sobre el espantapájaros.

La puerta de la tienda se abrió en ese momento y una anciana diminuta y delicada asomó la cabeza en el interior.

—Hola, señora Wong —la saludó Nati, alegrándose de la distracción—. Si me perdona un momento... puede echar un vistazo si quiere.

Dándole la espalda al hombre, que la ponía nerviosa sin intentarlo siquiera, tomó un espejo antiguo y lo colocó sobre el mostrador.

—¡Ha quedado precioso! —exclamó la señora Wong.

—¿Le gusta cómo ha quedado?

—Estoy asombrada —respondió la mujer—. Lo has devuelto a la vida. Es tan bonito como el día que mi padre me lo regaló... hace setenta y dos años.

—Me alegro mucho de que le guste. Espere un momento, yo lo llevaré al coche.

—¿Por qué no deja que le ayude? —se ofreció el extraño.

—No hace falta, no pesa tanto —le aseguró ella.

Además, tenía otro motivo para salir de la tienda. Mientras sacaba el espejo, Nati se miró en el cristal del escaparate para comprobar si tenía mejor aspecto que el espantapájaros. Su pelo, de color castaño con algunos mechones dorados, estaba un poco desordenado y le habría gustado pasarse el cepillo.

Llevaba el maquillaje habitual: un poco de colorete y máscara en las pestañas para destacar sus ojos castaños. Aunque se había pintado los labios cuando salió de casa por la mañana, a las cuatro de la tarde ya no quedaba ni rastro.

El pantalón vaquero y la camiseta de repente le parecían horriblemente aburridos y tal vez una talla mayor de lo necesario. Se sentía cómoda, pero le gustaría llevar algo más bonito, algo que mostrase sus curvas.

De todas formas, mientras colocaba el espejo en el coche de la señora Wong, decidió que tampoco estaba tan mal.

Mejor que el espantapájaros.

Además, no importaba. Aquel hombre solo era un cliente. O debía serlo, aún no estaba segura. Pero fueran cuales fueran sus razones para estar allí, no eran de naturaleza personal.

Cuando se volvió hacia la tienda, Janice Wong estaba echando un vistazo a unas teteras pintadas a mano y el extraño la miraba por el cristal del escaparate...

Pero enseguida se dio la vuelta.

Tal vez había ido a llevarle una comunicación del Juzgado y se sentía culpable...

Una vez, cuando empezó el procedimiento de divorcio, un empleado del bufete Pirfoy había ido a llevarle una comunicación del Juzgado y había actuado de la misma forma.

Pero el divorcio estaba firmado y los poderosos Pirfoy no podían intentar quitarle nada más, ni a ella ni a su abuelo. Y Doug ya se habría olvidado de ella.

No, estaba siendo paranoica. O deliraba. Eso era lo que pasaba por tomar ositos de goma como almuerzo.

—Ya está listo —anunció Nati.

—Y te lo pagué por adelantado, ¿verdad? —preguntó la señora Wong.

—Sí, claro.

—Le pediré a mi vecino que me ayude a sacarlo del coche cuando llegue a casa. Y puede que vuelva otro día para comprar una de estas teteras tan bonitas.

—Aquí estaré —le aseguró Nati, volviéndose después hacia el extraño—. Siento la interrupción, pero ahora soy toda suya... —en cuanto lo dijo se arrepintió, pero le gustó ver su sonrisa, que formaba arruguitas alrededor de esos preciosos ojos azules—. ¿Qué puedo hacer por usted?

—Estoy buscando a Natalie Morrison.

Llevaba una comunicación del Juzgado, pensó ella.

—Pues la ha encontrado —respondió—. Pero me llaman Nati. Nadie me llama Natalie.

El hombre no sacó un sobre del bolsillo de la chaqueta.

—Muy bien, Nati. Soy Cade Camden.

¿Un Camden? Por eso su rostro le resultaba tan familiar. No se conocían, pero los Camden aparecían a menudo en periódicos y revistas porque eran una de las familias más importantes de Denver. Eran muchos y no podía ponerle nombre a cada uno, pero desde luego conocía el apellido.

H.J. Camden era el culpable de que su bisabuelo hubiera perdido la granja y hubiera tenido que llevarse a su familia a Denver en los años cincuenta, dejando atrás el pueblo que lo había visto nacer. Era una historia que había escuchado mil veces.

¿Pero lo sabría Cade Camden? ¿Y qué estaba haciendo en su tienda?

Por un momento, se le ocurrió que debería echarlo de allí para honrar a su familia, pero en lugar de hacerlo le preguntó:

—¿Qué puedo hacer por usted, señor Camden?

—Llámame Cade, por favor.

—Muy bien, Cade.

—Compré una casa hace poco y la pared del comedor tiene un horrible papel pintado. Además, está medio despegado y se cae a trozos. Quiero que la pintes, pero sin cenefas ni nada parecido... algo clásico, sencillo y elegante.

—¿Quién te ha hablado de mí?

—Creo que pintaste una habitación en casa de una amiga de mi abuela, así que estás muy bien recomendada.

Eso no aclaraba si Cade Camden conocía el pasado de sus familias y Nati estuvo a punto de decirle que no tenía tiempo, pero luego pensó que podría aceptar y cobrarle un ojo de la cara a modo de pequeña venganza.

Pero no, ella era una persona íntegra. Tener la conciencia tranquila era más importante que vengarse de aquel extraño que no tenía nada que ver con el hombre que había engañado a su bisabuelo décadas antes. Un extraño que podría no saber nada del asunto.

Sencillamente, le diría que no tenía tiempo.

Pero su tienda solo llevaba abierta unos meses y no podía rechazar un trabajo. Necesitaba dinero y, Camden o no, eso era lo que aquel hombre le estaba ofreciendo.

—Tendría que ver esa pared —le dijo, sin ningún entusiasmo—. Además, habría que hablar de preferencias, texturas, terminaciones... de eso depende el presupuesto.

—Sí, claro —asintió él—. ¿Hay alguna posibilidad de que pases por mi casa mañana mismo? Tal vez por la tarde, cuando hayas cerrado la tienda.

—Puedo ir en cualquier momento —Nati señaló la puerta que había tras el mostrador, que daba a otro local—. Mi amiga Holly es la dueña de la tienda para mascotas y cuando una de las dos tiene que hacer algo, la otra se encarga de las dos tiendas.

—¿Estás libre mañana?

—¿A qué hora te iría bien?

—¿A las siete y media? Vivo en Cherry Creek, al lado del club de campo.

—¿Y no has encontrado a nadie por allí que pudiera...?

—Como he dicho antes, estás muy bien recomendada y quiero que la pared quede perfecta.

—Muy bien, de acuerdo.

Cade Camden le dio su dirección, su teléfono e indicaciones para llegar a la casa.

—Mañana por la tarde, a las siete y media. Te agradezco que vayas un viernes. He intentado venir antes, pero tenía mucho trabajo y esta ha sido mi primera oportunidad. Aunque no creo que tardes mucho en echar un vistazo a la pared.

Si él supiera que pasaba los viernes por la noche, como todas las demás, haciendo inventario o trabajando en la trastienda...

Pero no iba a decírselo.

—Ningún problema —le aseguró.

—Cuando la amiga de mi abuela le habló de ti, tu apellido le sonaba porque había conocido a un Morrison hace años. Johan Morrison, de...

—Northbridge, Montana. Jonah Morrison es mi abuelo —terminó Nati la frase por él.

—Ah, vaya, qué coincidencia.

¿De modo que era una simple coincidencia? No, seguro que no.

—En fin —dijo Cade Camden, suspirando—. Nos vemos mañana.

¿Por qué parecía estar buscando una excusa para quedarse un rato más?

Nati no iba a darle razones para quedarse, aunque una infinitesimal parte de ella quisiera hacerlo.

—A las siete y media, allí estaré.

—Estoy deseando... —Cade casi lo dijo para sí mismo antes de salir de la tienda.

Nati lo observaba, en silencio. Y mientras lo hacía tuvo que reconocer que experimentaba emociones conflictivas; entre ellas el extraño deseo de volver a ver a Cade Camden.

Pero aplastó ese sentimiento de inmediato, como un ascua en una hoguera.

Al menos, eso pensaba.

Hasta un segundo después, cuando el deseo volvió a aparecer...

Capítulo 2

Aquí tienes el informe para la segunda reunión... y ya estás otra vez. Es la tercera vez que te encuentro mirando al vacío con esa extraña sonrisa en los labios.

Cade miró hacia la puerta del despacho. January, su hermana pequeña, tenía razón. No era la primera vez que lo pillaba mirando al vacío. Básicamente había perdido todo el día. Parecía tener grabada a Nati Morrison en el cerebro.

En cuanto a su sonrisa...

De eso no se había dado cuenta.

—¿Con qué estás soñando? —le pregunto Jani.

—Nada... solo... nada, ha sido una semana muy larga y es viernes. Imagino que mi cerebro está empezando a celebrar el fin de semana.

—¿Tienes algún plan?

—No, en absoluto —Cade miró su reloj—. Pero debo irme. He quedado con Nati Morrison en casa y la tengo muy desordenada.

—Nati Morrison —repitió Jani, cerrando la puerta del despacho. Todos estaban de acuerdo en que debían compensar de alguna forma a las familias a las que H.J. había engañado, pero a ninguno de ellos le gustaba la misión que les había encargado GiGi, de modo que lo miró con simpatía—. ¿Entonces la has conocido?

—Ayer, sí. No pude ir a Arden hasta ayer por la tarde.

—¿Y qué tal?

—Bien... hasta que me presenté. Entonces la cosa se enfrió un poco.

—¿No te echó de la tienda? —le preguntó Jani.

—No, pero tal vez lo pensara.

—¿Entonces se mostró amistosa antes de saber quién eras?

—La verdad es que me pareció muy simpática...

—Te gustó.

—Sí, bueno, ya sabes...

—¿Si la hubieras conocido en un bar la habrías invitado a una copa?

Cade rio.

—Probablemente —admitió, sin contarle que en realidad Nati Morrison era guapísima y que cuando sonreía le salía un hoyito en la mejilla, sobre la boca.

Y tampoco le dijo que Nati Morrison tenía el pelo brillante y una piel de alabastro. O que tenía una nariz por la que muchas mujeres pagaban dinero. O que sus labios eran carnosos y sus ojos del color del topacio, castaño y bronce y dorado a la vez, rodeados por unas pestañas increíblemente largas.

Y un cuerpo que no estaba nada mal. Era bajita, con curvas en los sitios adecuados y un trasero ligeramente respingón...

—¿Cade?

Él sacudió la cabeza. Aquello era una locura. No podía dejar de pensar en Nati Morrison.

—Perdona, es que estoy un poco distraído —se disculpó.

—Imagino que tendrá alguna idea sobre lo que pasó entre su familia y la nuestra.

—Sabe que GiGi y su abuelo se conocieron en Northbridge, pero no sé qué más le han contado sobre el asunto. Podría ser una de esas personas que nos odia, ya sabes.