Vida y muerte de Petra Kelly - Sara Parkin - E-Book

Vida y muerte de Petra Kelly E-Book

Sara Parkin

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Beschreibung

Un libro que atrapa y que nos permite conocer la apasionante vida y trágica muerte de una de las mujeres más importantes del siglo XX, fundadora de los Verdes en Europa. Petra Kelly fue una de las más destacadas activistas ecologistas y feministas del siglo XX. El 19 de octubre de 1992 la policía alemana descubrió los cadáveres de Petra y de su compañero Gert Bastian en su casa de Bonn (Alemania). Ambos habían muerto de un disparo casi tres semanas antes, el 1 de octubre. Este suceso conmovió a Alemania, a Europa y al mundo entero. Las investigaciones no llegaron a determinar cómo se produjeron las muertes y la hipótesis oficial afirmó que se había tratado de un suicidio consentido por ambas partes: Bastian habría disparado contra Petra y luego contra sí mismo. Sin embargo, esta versión no llegó a convencer a todos y se empezaron a extender otras hipótesis en las que se señalaba la posible participación de la CIA, de la Stasi o de grandes empresarios vinculados a la energía nuclear. Todavía hoy no se sabe qué es lo que ocurrió realmente. Poco después, en 1994, Sara Parkin, integrante destacada de los verdes británicos y amiga personal de Petra Kelly, publicó esta biografía, que por primera vez ahora ve la luz en lengua española. De forma intensa y minuciosa, Sara nos va contando la vida de Petra, su actividad política, su extraordinaria labor en el mundo ecologista, sus viajes internacionales, sus amores, su papel en la construcción de Europa...

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Primera edición electrónico: Noviembre de 2017

Título original: The Life and Death of Petra Kelly

© Sara Parkin, 1994

© Traducción, Ecopolítica, 2016

© de esta edición: Clave Intelectual, S.L., 2017

Paseo de la Castellana 13, 5º D - 28046 Madrid - España

[email protected]

www.claveintelectual.com

Derechos mundiales reservados. Clave Intelectual fomenta la actividad creadora y reconoce el trabajo de todas las personas que intervienen en las distintas fases del proceso de edición. Agradece que se respeten los derechos de autor y ruega, por lo tanto, que no se reproduzca esta obra, parcial o totalmente, mediante cualquier procedimiento o medio, sin el permiso escrito de la editorial.

ISBN: 978-84-947449-8-3

Diseño de cubierta: Lucía Bajos, [email protected]

Índice

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Portadilla

Créditos

Índice

Introducción a la edición española. Petra Kelly, pensamiento y acción

Agradecimientos

Introducción

Capítulo 1. Octubre de 1992

Beethovenhalle

El número 6 de Swinemünderstrasse

Wurzburgo con Gracie

Capítulo 2. De noviembre de 1947 a junio de 1966

Gunzburgo, Baviera

Tres mujeres fuertes

La animadora

Capítulo3. Del otoño de 1966 a mayo de 1970

School of International Service

De estrellas del pop a políticos

Disturbios en Washington, el Papa y verano en Praga

Vota a una mujer fuerte

...Si estoy presente cuando Grace baila, debo bailar (W. H. Auden)

Capítulo 4. Del otoño de 1970 a enero de 1980

Una pequeña casa roja en un barrio residencial al este de Ámsterdam

En Bruselas nunca brilla el sol

«Yo, ¡funcionaria!»

Por el amor de un hombre poderoso

Grupos de acción ciudadana y Die Grünen

Capítulo 5. De enero de 1980 a marzo de 1983

El general

Una santa trinidad

El nombre, el símbolo y Petra

Dentro del Bundestag

Capítulo 6. De marzo de 1983 a diciembre de 1985

El partido antipartido

Las cuestiones alemanas

En el Bundestag: el Tíbet, la neutralidad y los desamparados

Lo político es personal

Capítulo 7. De septiembre de 1985 a octubre de 1992

«Tengo que seguir volando porque encuentro el suelo absurdo»

Lo personal es político

PetrayGert

Los dilemas de Bastian

Volando a través de la roca

Epílogo

Cronología

Personajes

Glosario

Bibliografía

Agradecimientos de la edición española

Notas

INTRODUCCIÓN A LA EDICIÓN ESPAÑOLA.

PETRA KELLY, PENSAMIENTO Y ACCIÓN

Florent Marcellesi[1]

 

 

 

 

Petra Kelly es más que nunca una figura de actualidad. Además de central e histórica para entender el movimiento verde alemán, español y europeo, sus ideas teóricas y su praxis política siguen marcando el imaginario colectivo ecologista[2]. De manera muy incisiva y pronunciada, Kelly unió de forma novedosa y con fuerza la ecología, el pacifismo y el feminismo como pocos lo habían hecho antes[3].

Con un pie en las calles y otro en las instituciones alemanas y europeas, Kelly fue una activista incansable y multifacética. Fue al mismo tiempo una fuente de inspiración para muchos y un personaje desbordante para otros, al igual que una lideresa que no terminó de asumir nunca del todo su liderazgo. Y sin duda, su hiperactividad tiene poco parangón en el panteón verde: como teórica dejó un trabajo que la sitúa como un referente del pensamiento político verde, como activista dejó un largo camino de luchas a pie de calle desde Europa y Estados Unidos hasta Sudáfrica y Tíbet.

Como activista, Petra Kelly recorrió Europa y medio mundo. Ayudó a construir una mentalidad global y paneuropea, conectando las luchas por un mundo en paz y limpio, desde Berlín a Moscú, pasando por Suecia e Irlanda. Allá donde hubiese bases militares o centrales nucleares, sus pasos la guiaban con una íntima convicción: la lucha pacifista va de la mano de la lucha ecologista y ambas forman un solo cuerpo teórico y práctico. Por ejemplo, la energía nuclear es la quintaesencia de la huida hacia delante de la industria científico-militar: alimenta la espiral armamentística que a su vez pone en peligro la supervivencia civilizada de la humanidad, e incluso de la vida en la Tierra. Con esta visión y a pesar de terminar, en alguna que otra acción reivindicativa, en el calabozo, Kelly lideró en el Bundestag alemán el movimiento hacia el desarme, consiguiendo que Alemania pidiera perdón por el bombardeo de Guernica.

Petra Kelly también pasó por España, donde dejó una huella indeleble. De hecho, la creación del Partido Verde quedará para siempre vinculada a su persona. El 29 de mayo de 1983 y aprovechando la visita de Kelly, dieciséis activistas ecologistas de toda España firmaron el Manifiesto de Tenerife, en el que reconocían como indispensable la existencia de una formación política comprometida con nuestra concepción global de la vida y de las relaciones del hombre con su entorno. (Manifiesto de Tenerife, 1983, punto III). Treinta y tres años más tarde, varios diputados ecologistas han entrado en el Congreso español, depositando una de ellos, Rosa Martínez, flores por el cambio y contra la violencia machista en su asiento, recordando así a Petra Kelly el día que entró en el Bundestag.

Este gesto no es baladí. Con la imagen de las flores, Petra Kelly aportó algo fundamental a la política: la ternura. Marcada sin duda por su creencia cristiana, ella apostaba por un movimiento en el cual la política signifique el poder de amar, el poder de sentirnos unidos en la nave espacial Tierra. Contraria a la política agresiva y fálica dominante en las principales corrientes de derechas e izquierdas, Kelly aspiraba a construir un partido político en particular y una sociedad en general donde la empatía, la no violencia y el cuidado mutuo fueran valores y pilares básicos.

Claramente esta voluntad está plenamente vigente en todos aquellos movimientos que hoy en día proclaman alto y claro que «las formas son el fondo». Alineados con las enseñanzas de Gandhi, tenemos que ser el cambio que queremos ver en este mundo. Si queremos construir un país democrático, lo primero que tenemos que hacer es aplicarnos el cuento en nuestro partido, sindicato, empresa o propia casa. Si apostamos por la horizontalidad, la jerarquía no puede ser nuestra brújula en la práctica por motivos (dudosos) de eficiencia a corto plazo. Si queremos cuidar de nuestra Tierra, solo nos queda ser coherentes en el día a día, buscando formas de vida personal y colectiva que protejan y conserven nuestro entorno y nuestro futuro.

En concreto, para Kelly la ternura significaba una relación tierna con los animales y las plantas, con la naturaleza, con las ideas, con el arte, con la lengua, con la Tierra, un planeta sin salida de emergencia. Y, por supuesto, la relación con los humanos. Es un proyecto que sigue siendo a día de hoy radicalmente revolucionario. En las antípodas de la violencia estructural del sistema socio-económico y político, es una utopía de máxima necesidad. Una utopía que se puede y debe declinar en todos los aspectos de nuestras vidas, desde lo más íntimo a lo más público. Es una suerte de búsqueda personal y colectiva por la paz interior, donde, para ser felices, no necesitamos dominar, competir, humillar o poseer, sino empatizar, cooperar, abrazar, compartir.

Así que, como clama Kelly, contra el estilo de vida de usar y tirar, se ofrece solidaridad y amistad. Y es que la ternura y el pacifismo llevan lógicamente a la ecología y viceversa. Menos cantidad de bienes, más cuidado de lo que tenemos; menos crecimiento del capital, más calidad de vida; menos agresividad contra los ecosistemas, más conservación de la Naturaleza. En el fondo, la ecología tiene todas las ventajas para aportar una alternativa a un sistema bélico e insostenible. Mientras el sistema actual provoca violencia estructural (para acaparar tierras, apropiarse de las materias primas, competir en los mercados, etc.), la ecología apuesta por el manejo pacífico y cooperativo de los recursos naturales y del reparto de las todas riquezas económicas, sociales y ecológicas.

Pero para que de verdad el sistema sea justo y pacífico, Kelly explicaba con total certeza que hay que terminar con el sistema patriarcal. El patriarcado es opresor para las mujeres y restrictivo para los hombres, transmite valores de dominación y violencia, está profundamente vinculado a la mentalidad militar, provoca injusticias sociales y fomenta la explotación agresiva de la naturaleza. Es más, el patriarcado cruzado con el pensamiento tecno-científico occidental ha generalizado una percepción arrogante del mundo en la que la Naturaleza (simple materia prima) y la Mujer (débil) existen para ser dominadas y explotadas por los hombres. Como bien dice Alicia Puleo, supone un doble proceso de dominación donde la Mujer ha sido naturalizada y la Naturaleza ha sido feminizada. Este paradigma conlleva la devaluación de todas las tareas relacionadas con la subsistencia y el mantenimiento de la vida de baja huella ecológica (empezando por las actividades domésticas y del cuidado, consideradas como «improductivas») de acuerdo al estatus inferior otorgado a la Naturaleza. Mientras tanto, las tareas relacionadas con la producción, mayoritariamente realizadas por hombres y de dominio de la Naturaleza con una alta huella ecológica, son consideradas como creadoras de riqueza y superiores[4].

Frente a ello, se requiere una nueva visión basada en la fusión del ecologismo y del feminismo: el ecofeminismo. Del poder vertical y jerárquico del patriarcardo, tenemos que pasar al poder horizontal y compartido. En vez de un «poder sobre los otros», necesitamos teorizar y practicar el «poder con los otros». En vez de priorizar la esfera de la producción (asociada a valores de género masculino de competencia, dominio y control de la naturaleza y de la mujer), se trata de priorizar –tanto en mujeres como en hombres– la esfera de la reproducción de la vida (asociada a valores del género femenino de no violencia, cooperación y del cuidado de todas las personas y de la naturaleza). En esta óptica, el ecofeminismo sitúa «la sostenibilidad de la vida» en el centro de nuestras preocupaciones como nuevo paradigma de la transformación socio-ecológica de nuestros afectos, nuestras vidas diarias, de la economía y de la sociedad en su conjunto.

Y para ello es evidente que necesitamos que la mujer tenga plena capacidad de participación y decisión, de igual a igual con los hombres, ya sea dentro de su familia, de su comunidad y de las instituciones públicas. Petra Kelly lo sabía y le debemos haber luchado en cuerpo y alma por la visibilización de las mujeres en política. Hoy, con los pasos adelante que se han dado gracias a luchas como la suya, nos toca prolongar y profundizar en su legado. Y por eso, es tan importante a través de este libro conocer mejor su pensamiento y su acción, para proyectar mejor las nuestras en estos tiempos de inestabilidad y cambios profundos.

Sin duda, Petra Kelly fue un personaje fuera de serie. Su vida de novela, su activismo sin fronteras, sus aportaciones teóricas, su vivencia práctica, su vida sentimental con un ex-militar reconvertido al pacifismo, hasta su terrible muerte rodeada de misterios y suspicacias, hacen de ella una persona extraordinaria dentro del movimiento verde y más allá. Revolucionó la política, en contenido y en formas. Y participó de forma decisiva en asentar la ecología política, desde la radicalidad de sus ideas y la ternura de sus prácticas.

Decía Petra Kelly: Ser tierno y al mismo tiempo subversivo: eso es lo que significa para mí, a nivel político, ser verde y actuar como tal.

AGRADECIMIENTOS

Sara Parkin

Me ha llevado alrededor de un año investigar y escribir este libro, algo que ha sido sólo posible gracias a la ayuda y apoyo de un gran número de personas. En particular, el señor y señora Kelly mostraron una gran generosidad y paciencia en un momento muy doloroso, y me permitieron un rápido acceso al Archivo de Petra Kelly; por todo esto estoy profundamente agradecida. Estoy también en deuda con Robert Camp y Susanne Hilbertz del Archiv Grünes Gedächtnis (donde se guarda el Archivo de Petra Kelly) por su amabilidad mientras estaba trabajando allí; y a Heinz Suhr y Agnes Steinbauer quien me ha provisto con un caluroso y amable hogar durante las semanas que estuve en Bonn. Junto con Lukas Beckmann y Erika Heinz, todos ellos han sido especialmente diligentes (y rápidos) en responder todas mis preguntas de último minuto, y en buscar documentos y fotografías perdidas o ignoradas.

En relación con las traducciones y la asistencia con la investigación quiero dar las gracias a Ursula Eyrich, Stanley Forman de ETV Films, Paul Harrison, Horst Lohrer, Christel Maury, Renate Mohr y Brian Zumhagen. En lo que respecta a la realización de entrevistas, Lester Brown en Washington, Kennedy Fraser en Nueva York, Claire Greenfelder en Berkeley, Máire Mullarney en Dublín, Mary O’Donnel en Cork, e Ian y Laura Parkin en Londres, fueron generosos con su hospitalidad, muy apreciada en el proceso de entrevistas. Un agradecimiento especial va para Charlene Spretnak por la cena más ecológica que jamás he probado, y para el Elmwood Institute por el intenso uso de sus instalaciones administrativas.

Por la paciencia durante las entrevistas y, en algunos casos, por las cartas, documentos y las preguntas sucesivas, mis agradecimientos a Ingrid Aouane, Stephen Batchelor, Marieluise Bek, Lukas Beckmann, Rene Böll, Bob Brown, Eberhard Bueb, Marianne Birthler, Bärbel Bohley, Dieter Burgmann, Gerlinde Bod, Fritjof Capra, Ramsey Clark, Tony Catterall, Maria Colgan, Anthony Coughlin, Leo Cox, Sidney Crown, el Dalai Lama, Rickard Deasy, Geraldine Dwyer, Ludo Dierix, Freimut Duve, Daniel Ellsburg, Lord David Ennals, Richard Falk, Eddie Feinberg, Uli Fischr, David Fleming, Carol Fox, Bruce French, Susan French, Heidi Hautela, Ed Hedemann, Erika Heinz, Mark Herstgaard, Christine Gollwitzer, Monika Griefahn, Gerarld Häfner, Brigadier Michael Harbottle, Richard Hendrick, Amy Isaacs, Carlo Jordan, Mary Kaldor, Bruce Kent, Petra Kleins, Martha Kremer, Arnold Kotler, Otto Kuby, Bernhard Köbl, Helmut Lippelt, Joanne Landy, Admiral Gene La Rocque, Patricia McKenna, David McReynolds, Freda Meissner Blau, Vladimir Mijanovic, Bogjana Mladenovíc, Renate Mohr, Dr Albert Mott, Jack Munday, Jo Noonan, Tswang Norbu, Jonathon Porrit, Eva Quistorp, Patricia Redlich, Horst-Eberhard Richter, Jeremy Rifkin, Adi Roache, el profesor Abdul Said, Kirkpatrick Sale, Trevor Sergeant, Otto Schily, Michael Schroeren, Achim e Irmgard Schuppert, Andrea Shalal-Esa, Vandana Shiva, Charlene Spretnak, Adam Stolpen, Heinz Suhr, Anna Tomforde, Jonathan Tyler, Jacob von Uexkull, Jo Vallentine, Roland Vogt, Elisabeth Weber, Vera Wollenberger, Cora Weiss, Eric Williams y Frieder Wolf. (¡Espero que estén todos!).

Agradezco a mi agente John Button por ser (como siempre) solícito y tranqulizador en los momentos oportunos. La idea original del libro vino de Sara Dunn de Pandora. Ella empuñó su lápiz de editor a través del matorral de mi prosa con fantástica habilidad, y no envió recordatorios amenazantes según llegaba la fecha límite. Por todo ello, y por la inquebrantable confianza y apoyo de Sara, Karen, Holden, Belinda Budge y todo el equipo de Pandora, estoy muy agradecida. Finalmente, a mi marido Max, mi amor e inconmensurable gratitud por su alegre y cariñoso apoyo a través de todo el proceso.

INTRODUCCIÓN

 

 

 

 

 

 

 

 

Al principio no quería escribir este libro. Petra era una amiga, y el dolor de perderla (y la conmoción por la forma en que murió) era enorme. Sin embargo, mientas leía en periódicos y revistas los artículos sobre ella tras su muerte, cambié de idea. Había una suposición general de que, como era una mujer apasionada y determinada, ella misma, más o menos, se lo había buscado. Se decía que Petra intentó abarcar demasiado y que, por lo tanto, estaba destinada a una vida breve. Esto no tenía –y no tiene– sentido; y me enfadó. Petra al final de su vida era esencialmente la misma persona que cuando era joven. Algunos de sus defectos se habían marcado más con la madurez, pero también lo habían hecho algunas de sus virtudes. ¿Y por qué no debería una mujer mayor ser apasionada? De hecho, se podría argumentar que la entrada de mujeres maduras y apasionadas en la vida pública (particularmente en política) es exactamente lo que el mundo necesita.

También me emocionó el número de cartas de todas las partes del mundo que expresaban la perplejidad ante su muerte. Para muchos Petra era la personificación del movimiento político verde europeo, por lo que su muerte fue ampliamente interpretada también como el fin de dicho movimiento. Estoy de acuerdo en que la historia verá la muerte de Petra Kelly como un signo de puntuación en el desarrollo del ecologismo, pero será como una coma, no como un punto final. La degradación ambiental continúa sin freno, al igual que lo hace simultáneamente la miseria humana, haciendo más relevante, y no menos, el enfoque ecológico para resolver los retos de la humanidad. Si la década de los ’80 trató de exponer los problemas, la década de los ’90 será para descubrir cómo resolverlos.

Así que, dejando fuera mi sensación de pérdida, mi enfado por las suposiciones hechas sobre la manera en que murió, y mi preocupación de que el efecto de su muerte no fuera exagerado ni subestimado, decidí escribir este libro.

He utilizado en su mayor parte textos en inglés; muchos de los primeros documentos de Petra estaban en inglés, y mucho de lo que escribió, en particular sus discursos, estaban en inglés o existía una traducción del alemán. Fue una verdadera internacionalista y he intentado mantener esa perspectiva internacional al contar su historia. Un año es poco tiempo para incluir todo detalle, que por otra parte no cabría en un libro. Por ejemplo, no he contado los encuentros de Petra con Mijaíl Gorbachov y Andréi Sájarov en el Foro por la Paz de Moscú de 1987. La larga lista de discursos y escritos de Petra puede ilustrar lo extenso de su actividad. En la bibliografía he anotado casi exclusivamente textos en inglés, pero todos sus documentos (e incluso su famosa colección de camisetas) están disponibles en el Archivo Petra Kelly[5].

Cuando comencé, no sabía cómo resultaría el libro. Todo lo que sabía era que tendría que ser, como ella misma era, una íntima interconexión entre su vida política y personal. He hablado con muchas personas, leído muchos documentos, libros y recortes, y hecho muchas preguntas. Mucha gente estaba, evidentemente, todavía conmocionada y afligida, y descubrí que pocos verdes escriben diarios. Los recuerdos giraron por tanto más a lo anecdótico que a lo objetivo, y en el conjunto de publicaciones sobre Petra, encontré que los mitos parecen sobrevivir más fácilmente que los hechos. A través de todos ellos he intentado mantener un rumbo constante para contar la historia de una de las personalidades políticas más influyentes del siglo XX.

En otoño de 1993, me di cuenta de que lo que estaba escribiendo era tanto un asesinato misterioso como una biografía política. A partir de la información que había recopilado estaba buscando una explicación no sólo para el enorme impacto de Petra en el ecologismo, sino también la razón por la que murió. Encontré que la historia de su vida revela una persona verdaderamente extraordinaria. Como pasa con mucha gente fuera de lo común, no siempre era fácil vivir y trabajar con Petra, pero, en mi opinión, su personalidad no revelaba ni un solo motivo plausible para que terminara su vida de la manera en que lo hizo.

Estaba reflexionando sobre todo esto cuando, un año después de su muerte, un grupo de personas estábamos preparando una conmemoración para Petra en la Iglesia de St James’s, en Piccadillly, Londres. Una de mis tareas era traer de Bonn a Londres un retrato grande (alrededor de dos metros cuadrados) de Petra que había sido usado para su homenaje en Alemania. Lo que la compañía aérea me había dicho que no suponía ningún problema, se convirtió en una importante aventura, desde el momento en el que tuve que parar una furgoneta para llegar a la estación de trenes porque el retrato no entraba en los taxis más grandes de Bonn, hasta en el que atravesé la pista del aeropuerto de Frankfurt para coger un avión de Air France que salía con bastante retraso. Mientras colocábamos el retrato sobre nueve asientos tumbados, el auxiliar de vuelo preguntó si Petra era guapa. Dudé. Es bien sabido que Petra se había negado a terminar una entrevista después de que el periodista le preguntara qué hacía una mujer guapa como ella participando en política. ¿Qué habría hecho ella de haber estado aquí? De repente, parecía que estaba allí, riendo y encantada con lo ridículo de la situación y bastante consciente que ese no era el momento para abrir un debate sobre sexismo. Entonces le dije al ayudante de vuelo que sí, que ella era muy guapa. Suspiró y me trajo un vaso de champán. Lo levanté con la complicidad de Petra en recuerdo a la amiga cariñosa y compasiva que había perdido. En ese momento decidí que tendría que mirar en otro lugar –más allá de su propia personalidad– si quería comprender por qué había muerto.

Sara Parkin

Lyon, Francia,

Marzo de 1994

Capítulo 1

OCTUBRE DE 1992

 

 

 

 

 

 

Beethovenhalle

 

El Beethovenhalle es un edifico moderno, que sorprende por su escasa altura en el centro de Bonn, donde majestuosos árboles de tronco recto escoltan a los coches que circulan por la calzada. Mientras mi taxi aceleraba hacia la entrada principal, las ramas amarillas y doradas de los árboles bailaban –de forma inapropiada en mi opinión– bajo el glorioso sol otoñal. Faltaban cinco minutos para las doce del mediodía y yo llegaba un poco tarde, pero no me preocupaba. Durante estos años, ninguno de los eventos organizados por el partido verde alemán Die Grünen a los que había asistido había empezado a la hora.

Esta vez me equivocaba. Exceptuando a Heinz Suhr, portavoz del grupo parlamentario Verde, y Frieder Wolf, secretario general de la Heinrich Böll Foundation y uno de los asistentes parlamentarios más leales a Petra Kelly, el desolador vestíbulo del Beethovenhalle estaba vacío. Los dos hombres vinieron hacia mí inquietos, me cogieron el abrigo y, después de darme instrucciones sobre la lectura de algunos mensajes extranjeros de condolencia, me llevaron rápidamente al salón principal. El funeral por Petra Kelly y Gert Bastian había comenzado.

Dentro del auditorio, cerca de 1.500 personas estaban ya sentadas en frente de un podio brillante con flores de otoño y hojas colocadas, ahora sí, en una quietud aquí más solemne y apropiada. Mientras me deslizaba a mi sitio en las primeras filas, entreví y saludé a algunas caras que me hubieran sido más familiares sonriendo alegres desde un jersey cómodo, que hoy, tan elegantes, con el gesto pálido y tenso. Un cuarteto tocaba algo de Telemann. Todo había sido organizado a la perfección. Se me encogía el corazón al acordarme de todas las veces que Petra había despotricado de la ineficacia y desorganización del partido que ella había ayudado a fundar y cuánto le habría gustado ver aquello. Qué lástima que hubiera tenido que morir para que esto pasase.

Y allí estaba ella, sonriendo con aire melancólico desde una gran fotografía en blanco y negro en el centro del escenario. A su lado, una fotografía igual de grande de Gert Bastian, el general jubilado de la OTAN que, treinta días antes, le había disparado a quemarropa antes de volver la pistola hacia sí mismo.

De pronto me vi evitando su mirada vergonzosamente inmutable y afable. Después de lo que había pasado no parecía correcto mantenerlos así, el uno al lado del otro. Más tarde, cuando hablé con algunos amigos sobre mi incomodidad, muchos estuvieron de acuerdo conmigo. Pero en tan poco tiempo como había pasado desde que se descubrieron los cuerpos –apenas 12 días–, a todos nos era imposible separar en nuestra mente, a dos personas vistas durante tanto tiempo como inseparables. Petra Kelly y Gert Bastian apenas podían ser más distintos en carácter o personalidad, pero tanto la prensa como los amigos veían difícil no hablar de ellos como una única persona: PetrayGert.

La Policía tardó menos de veinticuatro horas desde que recibiera el aviso desde la casa de Swinemünderstrasse la noche del 19 de octubre, en descartar la posibilidad de que hubiera «una tercera persona involucrada» en sus muertes. Bastian sólo apretó el gatillo dos veces. Con apenas una semana para digerir la información, el 26 de octubre, el semanario alemán Der Spiegel aún no puede separarlos: «dos pacifistas que han luchado por la paz … dos seres humanos que cuidaban de sus familiares y amigos … dos políticos que comprendían que sus palabras y sus acciones eran una forma de protesta abierta». PetrayGert.

Más tarde, los Verdes me contaron que habían hablado largo y tendido sobre cómo debían preparar el funeral. Al final, llegaron a la conclusión de que como la relación entre Petra y Gert había terminado –todavía había bastante especulación–, su preocupación sobre ello era menor que la relación que ambos mantenían con el partido. Ergo, ambos debían ser recordados en el funeral: PetrayGert.

De cualquier forma, el 31 de octubre de 1992 en el Beethovenhalle, la preocupación sobre la celebración del funeral era una nimiedad comparada con el sentimiento de culpa colectiva que rodeaba a la investigación. De alguna manera, le habíamos fallado a Petra. «¿Qué habría pasado –preguntaba Freda Maissner Blau en su discurso– si todo el amor y el afecto mostrados aquí hoy les hubiera envuelto como una capa protectora cuando estaban vivos?». Todo el mundo estaba absorbido por la misma pregunta: la familia de Petra, sus amigos más cercanos, como Erika Heinz, la cartógrafa de Calw, Bärbel Bohley, artista y líder disidente de Berlín Este, y Lukas Beckmann, miembro cofundador de Die Grünen y ahora secretario general del grupo parlamentario en Bonn; sus amigos más lejanos, como Freda Meissner Blau, primer miembro de los Verdes del Parlamento austriaco, y yo misma; sus colegas de sus primeros días en la política en Alemania, como Oskar Lafontaine y Freimut Duve del Partido Socialdemócrata, o de años más recientes, como Christa Nickels y Ludger Volmer de Die Grünen; sus otros muchos amigos y colegas –a menudo lo mismo para Petra– de sus muchas campañas, como Lev Kópelev, el autor disidente ruso, Milo Yellow Hair, del pueblo Lakota y Kelsang Gyaltsen del Tíbet: todos nos hacíamos la misma pregunta: ¿Qué podríamos haber hecho para prevenirlo? ¿Por qué ninguno de nosotros éramos lo suficientemente amigos, ni personal ni profesionalmente, como para estar al tanto de los movimientos cotidianos de la pareja? Sus cuerpos permanecieron casi tres semanas sin ser descubiertos. Ni los compromisos inatendidos, ni las llamadas sin devolver ni los mensajes de fax nos hicieron preocuparnos. Ninguno estaba seguro de dónde estaban.

Mientras nos vamos sentando cada uno absorto en sus pensamientos, una sensación de incredulidad va avanzando por encima del dolor y la culpa. Petra, la pacifista apasionada, había sido disparada a quemarropa por el hombre al que amaba y en el que más confiaba. La conmoción por la violencia de su muerte y el macabro retraso en encontrar sus cuerpos descompuestos nos ha dejado bloqueados en la negación a casi todos los que la conocimos, desde los pocos cientos del Beethovenhalle hasta los muchos miles a quienes Petra había conocido durante su vida. «Aún no puedo creer que se hayan ido», dijo Bärbel Bohley. «No sé cómo recordar a Petra y Gert cuando aún no he asimilado que ya no estarán más con nosotros», dijo Christa Nickels. «Todavía tengo que entenderlo racionalmente, todavía tengo que entenderlo emocionalmente. No puedo moverme tan rápido desde la vida a la conmemoración». Únicamente Kunigunde Birle, la querida Omi –yaya– de Petra, ha pasado rápidamente y sin complicaciones a la segunda fase del dolor: la ira. Pura ira hacia el hombre que lo hizo. No acudió al funeral.

Algunos no quedaron muy convencidos con la afirmación de la policía de que no había una tercera parte involucrada, y asistíamos a un remolino de rumores y contrarrumores. Lev Kópelev vio signos de un complot de la KGB, y el físico nuclear ucraniano Vladimir Chernousenko, quien había recibido un apoyo financiero considerable de Petra, hizo circular cartas en las que decía estar seguro de que había sido la «mafia nuclear». Un periodista temía que fuese un asesinato chino para acabar con la lucha de la pareja por el Tíbet, y amigos de Estados Unidos escribieron preocupados por un posible ataque neonazi. Algunos, que conocían un poco de las pruebas forenses, se cuestionaban que fuera un Doppelselbtsmord –suicidio doble– provocado ya fuera por una depresión debida a la marginación política de la pareja, miedo a la bancarrota, o incluso una inminente denuncia como espías de la STASI (la policía secreta de Berlín Este).

Cualquiera que conociese a Petra, sin embargo, no podía dar crédito a la teoría del Doppelselbtsmord; ella no eligió morir. Dado que para ella la adversidad era un revulsivo mayor incluso que el éxito, sabíamos que el suicidio era extraño al carácter de Petra. No era una cuestión de moralidad. Su misión había sido una continua afirmación de la vida. Más aún, incluso en la más remota posibilidad de que Petra hubiera querido terminar con su vida, sabíamos que nunca lo habría hecho sin enviarnos a todos nosotros –y a la prensa– un fax. Petra no hacía declaraciones políticas, ella misma lo era. Nunca habría desaprovechado una oportunidad para decir algo importante, ni siquiera esta última. La mayoría de todos los que estábamos escuchando los discursos y la música en el Beethovenhalle estábamos intentando comprender desesperadamente qué habría llevado al callado, meticuloso y siempre cortés Gert Bastian, que nos sonreía desde las alturas, a quitarle la vida a Petra antes de acabar con la suya. «Creía que lo conocía, hasta que hizo esto», recalcaba Heinz Suhr quien trabajaba con los dos desde 1983.

Mientras esperaba mi turno para subir al estrado, se me pasó por la cabeza que yo apenas conocía a Gert Bastian. Petra y yo coincidimos por primera vez a finales de los 70. Nos habíamos entusiasmado como hacen las mujeres cuando ven su mismo compromiso apasionado reflejado en otra mujer. Desde entonces, habíamos mantenido el contacto escribiéndonos cartas, intercambiando información y encontrándonos de cuando en cuando, normalmente en reuniones o conferencias. Lo más frecuente era que habláramos por teléfono. Le gustaba trabajar tarde, cuando todo estaba tranquilo en su oficina del Bundestag –el Parlamento alemán– y mantenía su lista de llamadas de teléfono automáticas programada para todos los continentes. Estos años también habían estado aderezados por sus famosas postales, a menudo desde lugares inesperados, pero siempre llenas de afecto, humor y signos de exclamación. La última que me envió fue desde Berlín dos días antes de su muerte.

Aunque el nombre de Gert siempre había estado al final de la mayoría de sus cartas y postales durante mucho tiempo, y él estaba siempre con ella cuando nos encontrábamos, siempre encantador, siempre amable, no podía decir que realmente le conociera. Raramente se unía a nuestras conversaciones y normalmente se dedicaba a pedir la comida o las bebidas, hacer llamadas de teléfono o ir a buscar bolsas mientras Petra y yo hablábamos. Una vez, en una reunión en Florencia, distrajo a mis dos hijos pequeños durante horas con espaguetis y helado mientras Petra y yo charlábamos sobre los altibajos de las políticas verdes europeas. Al acordarme de aquello, me di cuenta de que él nunca había despertado mi curiosidad tanto como para eludir a Petra y hablarle directamente. Cuando Bastian acaparó los titulares en 1980 con su dimisión como oficial de la OTAN, dando como razón su oposición a la instalación de misiles nucleares en suelo alemán, me impresionó, he de admitirlo. Los oficiales militares normalmente tienen el cuidado de esperar hasta después de su jubilación para adoptar posiciones radicales. Tres años más tarde, llegó a ser, junto con Petra, uno de los 27 miembros de Die Grünen que entró al Parlamento de Alemania Occidental.

Fue más o menos en esa época, que recuerde, cuando Petra Kelly y Gert Bastian se convirtieron en PetrayGert de una manera que iba más allá de la habitual conexión de una pareja que hacen todo juntos. Pero difícilmente había dos personas más distintas, en edad, estilo, experiencia en la vida y personalidad. Más tarde, pregunté a la gente sobre aquello «¿Por qué dices PetrayGert cuando te pregunto sobre Petra? ¿Por qué es tan difícil separarlos mentalmente?». De primeras sorprendidos, a veces molestos con la pregunta, la conclusión, dentro y fuera de Alemania, casi siempre fue la misma: Gert Bastian era percibido por la mayoría de la gente como poco más que una extensión de Petra. Si le pedías a Petra que hablara, te visitara o te escribiera, siempre estaba él también. Incluso entre el círculo de los amigos y colegas más cercanos en Bonn, desde más o menos 1985 en adelante, Bastian había dejado de existir como un individuo. Era el asistente personal de Petra, le hacía todo; desde la compra hasta las fotocopias, era su Kofferträger –portador de equipaje–. El general se había convertido en ordenanza.

Escuché a los ponentes lidiar con las dificultades de hablar del asesino con el mismo aliento que la asesinada. Algunos promovieron su teoría de la conspiración favorita, unos pocos se las ingeniaron para evitar decir nombres, pero la mayoría ignoraron heroicamente las conclusiones del informe policial y hablaron firmemente sobre PetrayGert. El eminente psiquiatra y defensor de la paz Horst-Eberhard Richter transmitió que «debemos aceptar con respeto lo que no podemos comprender, y recordarlos como los conocimos y sentimos hasta el final, como dos personas que, con temperamentos muy diferentes, pero con el mismo valor y la misma disposición a la lucha, dieron todo de sí mismos para evitar el abuso del poder político, militar y tecnológico»[6]. Fue solo cuando llegó mi turno y subí al escenario cuando me di cuenta de por qué los ponentes parecían tan turbados. Ahí, en la mitad de la fila delantera, estaban sentadas la viuda de Bastian, Charlotte, y su hija Eva.

 

 

El número 6 de Swinemünderstrasse

 

Petra Kelly y Gert Bastian pasaron los últimos diez días de sus vidas en Berlín. Entre el 21 y el 25 de septiembre de 1992 asistieron a la Segunda Conferencia Mundial de las Víctimas de la Radiación, antes de escuchar al maestro zen vietnamita y defensor de la paz Thich Nhat Hanh hablar en el Congreso de la Unión Budista Europea. El viernes 25, Petra se encontró con un productor de televisión estadounidense, Richard Hendrick, para discutir los programas de una serie de entrevistas. El 4 de octubre Richard Hendrick le envió un fax a Petra a su casa de Swinemünderstrasse en Bonn. «He intentado llamarte varias veces desde que nos encontramos en Berlín… creo que el próximo paso para mí es escribir las ideas de una manera más formal… ¿puedes darme una lista de los seis entrevistados que crees que serían los más interesantes?» Nueve días después Hendrick le envió de nuevo el fax. Esta vez escribió al final: «¡Petra! ¿has recibido el fax anterior? ¿Dónde estás? Por favor, dime qué sucede…». Silencio desde Swinemünderstrasse.

La noche del 18 de octubre, Richard Hendrick telefoneó a Charlotte Bastian a su casa en Múnich, usando un número que Gert le había dado en Berlín. Frau Bastian no sabía dónde estaban, había vuelto hacía poco de unas vacaciones en Rodas y no tenía noticias de Swinemünderstrasse. Al día siguiente, Charlotte Bastian llamó a la abuela de Petra, pero Kunigunde Birle no sabía nada de Petra desde hacía unas tres semanas. No era habitual, Omi era la persona a la que Petra contaba todos sus movimientos. Preocupada entonces, Charlotte Bastian telefoneó a la casa de los Lötters, una pareja que cuidaba la casa de Petra cuando estaba fuera. Le prometieron que se pasarían esa noche.

Cuando Rosemarie Lötters y sus dos hijos abrieron la puerta, supieron inmediatamente que algo no iba bien. Montones de papel de fax llenaban el minúsculo recibidor y varios libros estaban esparcidos por la escalera de madera curvada que conducía al primer piso. De allí emanaba un extraño olor dulce, una inequívoca señal de muerte incluso para aquellos que nunca antes se la han encontrado.

La policía, alertada a las 9:27 de la noche, se personó rápidamente. A primera hora de la mañana siguiente, la noticia había llegado a todo el mundo. Petra Kelly, de 44 años, la apasionada defensora de la paz y su amante, el antiguo teniente general Gert Bastian, de 69 años, habían muerto. En continentes lejanos, algunas de las agencias de noticias sólo informaban de la muerte de Petra. No tenían ni idea de quién era Gert Bastian.

El número 6 de Swinemünderstrasse se encuentra en el no muy moderno barrio periférico de Tannenbusch, al noroeste de Bonn. Petra se había mudado a una casa adosada modesta en un callejón tranquilo cuando había sido elegida para el Parlamento alemán en 1983, en gran parte porque tenía un sótano y habitaciones suficientes para albergar todos sus libros y el ya copioso archivo que había reunido durante sus 10 años como funcionaria en la Comisión Europea en Bruselas. Para Petra, su casa rápidamente se convirtió en algo más que un repositorio para sus libros y papeles. Era su santuario. Poca gente conocía su número de teléfono, y menos su dirección. Allí Petra se sentía anónima y a salvo. A salvo no sólo de las amargas discusiones del Partido Verde, sino también de las amenazas e intrusiones lunáticas que se habían convertido en inevitables para muchas figuras públicas. Como mujer atractiva conocida por su compasión, Petra atrajo más de lo necesario a gente infeliz, desquiciada y realmente malevolente.

Tras la sólida puerta principal de madera del número 6, con su tradicional corona de flores tallada en madera, el recibidor se abría directamente al espacioso salón y al comedor. A la derecha del recibidor, unas escaleras abiertas se curvaban estrechas hacia el primer piso, a la izquierda había una pequeña cocina. Cuando llegó la policía, encontraron todas las habitaciones (incluida la cocina) repletas de papeles y libros. Al principio, parecía desordenado, y la policía sospechó de un intruso, pero después de un rato estaba claro que las pilas tenían un orden y los libros estaban colocados sobre y al lado de las estanterías con una lógica. En la habitación principal, vieron más estanterías llenas de souvenirs, incluyendo figuras de latón principalmente del norte de la India y de Tíbet y, dentro de una caja de cristal, recuerdos de Grace, la hermanastra de Petra, que había fallecido hacía veinte años de cáncer, con diez años de edad. Las paredes estaban cubiertas con fotografías enmarcadas, la mayoría de Petra, bien en algún acontecimiento importante –en un encuentro con el Dalai Lama, con Andréi Sájarov o con Mijáil Gorbachov– o sonriendo al lado de su familia, o con amigos y colegas queridos. Las fotografías abarrotaban las escaleras, donde, en el angosto rellano, la policía encontró el cuerpo de Gert Bastian.

El cuerpo medio desnudo ocupaba el rellano y estaba muy descompuesto para una identificación inmediata. A su lado descansaba una pistola, una Derringer 38 especial corta de cañón ancho, la típica pistola «personal» de un oficial de la Wehrmacht. Diseñada para un «trabajo de cerca» estas pistolas tienen sólo dos balas. La funda de la pistola, igual de conocida, estaba tirada escaleras abajo, junto a los libros de una pequeña estantería del rellano. El cuerpo de Bastian la había derribado al caer en el apretado espacio.

A la izquierda de las escaleras, la puerta del escueto despacho, estaba abierta. Al final de la habitación, en un escritorio bajo la ventana, zumbaba una máquina de escribir eléctrica, todavía había una carta sin terminar en el carro. El mecanógrafo había parado en mitad de una palabra. Las letras müs, de müssen –deber–, esperaban pacientemente a sus compañeras.

La última puerta del descansillo daba a la habitación principal. Como las otras habitaciones, no era demasiado grande, por lo que la cama doble parecía llenar la habitación. En el lado de la cama más cercano a la puerta, con un traje negro con rosas, descansaba el cuerpo de Petra Kelly. A su lado estaban sus gafas de lectura y un libro abierto, las Cartas de Goethe a Charlotte von Stein. El libro era nuevo, publicado en Alemania del Este, por lo que probablemente había sido comprado hacía poco en Berlín. En la mesa al lado de la cama había una caja pequeña con sus lentillas y sus anillos. «Cuando Petra dormía, se preparaba mucho y dormía profundamente» dijo su amiga Erika Heinz. Gracias a los cubrecamas, el cuerpo de Petra estaba menos descompuesto que el de Gert Bastian.

La principal razón por la que la policía concluyó tan rápidamente que Bastian disparó primero a Petra Kelly, probablemente mientras dormía, y luego salió de la habitación y se disparó, fue el desorden. La Derringer es una pistola diseñada para matar a quemarropa. Su cañón corto y ancho permite a la bala una rotación generosa incluso antes de salir del arma. Esto la hace inservible para apuntar a distancia, pero asegura un efecto explosivo en un objetivo cercano. Un arma de mano más convencional ciertamente habría causado daños, pero debido a la rapidez de las balas podría haber atravesado el cuerpo sin garantizar la muerte como una Derringer. Más que ninguna otra cosa, el patrón de las manchas de sangre por las paredes, y el techo de la pequeña habitación y el estrecho descansillo, confirmaron que ninguna otra persona podría haber estado cerca cuando se produjeron los disparos. De lo contrario, hubiera sido evidente una interrupción en el patrón de las manchas de las paredes.

 

 

Wurzburgo con Gracie

 

Wurzburgo es una bonita ciudad amurallada a las orillas del Meno, aproximadamente a mitad de camino entre Frankfurt y Núremberg. Aquí, en la preciosa cima arbolada del cementerio Waldfriedhof, la hermanastra de Petra, Grace Patricia Kelly fue enterrada en febrero de 1970, después de perder su lucha de tres años contra un sarcoma en su ojo derecho en el hospital oncológico de Heidelberg. El sábado 26 de octubre de 1992, finalmente separada del hombre al que ella describió como su más cercano compañero personal y político, Petra Karin Kelly se reunió con su hermanastra a la que describía como la fuente de toda su inspiración, energía y valentía. «Cada vez que las cosas se ponen difíciles, pienso en Grace y sé que yo nunca podré sufrir tanto como lo hizo ella».

Alrededor de 400 familiares, amigos y colegas acompañaron a Petra a su tumba bajo la lápida de Gracie, en donde había un ángel tallado con las siguientes palabras en inglés:

 

Do not stand at my grave and weep

I am not here, I do not sleep[7]

 

Lukas Beckmann, Frieder Wolf y otro amigo cercano, Milan Horacek, ayudaron al padrastro de Petra, John Kelly, y a su hermanastro, Johnny, a llevar el féretro de madera lisa. Hacía un viento gélido y los fotógrafos de prensa corrían a toda velocidad entre los árboles buscando camuflar sus objetivos, con los que enfocaban los momentos íntimos de dolor.

Lev Kópelev, un disidente ruso de los pies a la cabeza, con su barba gris suelta y su voz apasionada y fuerte, confirmó su creencia de que «no nos dejarían por su propia voluntad». Uno de los amigos y colegas más cercanos de Petra, Lukas Beckmann, normalmente un hombre de pocas palabras en público, se puso inusualmente poético al recordar su primer encuentro con Petra en 1979, cuando los Verdes se unieron para ir juntos a las primeras elecciones directas al Parlamento Europeo. Su voz, recordó, «bullía como un resorte y su lápiz se movía por el papel como si volara». Sabiendo que el miedo mayor de Petra en vida era estar sola, Beckmann también citó un poema que Heinrich Böll escribió para su nieta poco antes de la muerte de esta en julio de 1985. Desde el principio, Böll fue un firme referente tanto para el Die Grünen como para Petra.

 

We came from afar

My dear child

And must go far

Have no fear

We are all with you[8]

 

La ceremonia fue oficiada por Jörg Zink, un pastor de Stuttgart. Recordó su primer encuentro con Petra: «Estábamos sentados en una tienda de campaña frente a la central nuclear de Fessenheim en Breisach. Fue hace unos 12 años. Estábamos celebrando una misa, yo estaba hablando sobre la parte del Sermón de la Montaña que trata sobre la no violencia y después nos sentamos juntos durante un largo rato a hablar del extraño hecho de que los impulsos originales que el cristianismo dio al mundo están hoy en manos de aquellos que, fuera de la Iglesia y casi sin su asistencia, parecen hacer lo que el cristianismo hoy apenas recuerda».

Mientras hablaba al lado de la tumba y la familia y amigos avanzaban entre lágrimas para poner sus flores sobre el ataúd mientras sonaba Amazing Grace, el resto de Alemania se acomodaba para leer los periódicos del fin de semana. Las noticias de conmoción de principios de semana dieron paso a detalladas reflexiones sobre cualquier motivo posible de sus muertes.

En la página frontal del Der Spiegel había una foto de Gert Bastian con gesto adusto y Petra con mirada infeliz bajo el titular «La misteriosa muerte». En el interior, un nuevo titular, «El anciano y la señorita», abría la historia con la explicación de la preferencia de Petra por los hombres mayores en busca de una figura paterna, lo que explicaba aquello que el periódico describía como la cada vez más neurótica y asfixiante simbiosis entre Petra y el anciano general. Unos días más tarde, la revista Stern adoptó un tema similar, no sólo nombrando a los hombres sino también incluyendo sus fotos. Estaban los amantes: el antiguo presidente de la Comisión Europea Sicco Mansholt y el presidente del Sindicato General del Trabajo y el Transporte de Irlanda John Carroll, el ganador del Nobel Heinrich Böll, el artista Joseph Beuys, y los héroes políticos, el antiguo canciller alemán Willy Brandt –que había fallecido el 8 de octubre– y el expresidente ruso Mijáil Gorbachov.

Varios periódicos hablaban de otras parejas que habían muerto juntos de manera intencionada, el poeta Heinrich von Kleist y Henriette Vogl, y el escritor Arthur Koestler y su esposa Cynthia. Una miscelánea de psiquiatras, especialmente en la prensa sensacionalista, demostraba con seguridad «el análisis clásico del crimen pasional».

Muy pocos hurgaron más, sólo aquellos que se centraron en la personalidad de Petra Kelly. De ella se conocía que trabajaba incesantemente, y que esperaba de aquellos que la rodeaban que demostraran el mismo compromiso. ¿Fueron sus exigencias y su dependencia –a menudo decía que no podía vivir sin él– lo que llevó a Gert Bastian a matarla, lo que a su vez provocó también que tuviera que suicidarse?

¿O estaba agotado, todavía debilitado por su accidente de coche en marzo? Tuvo que ser intervenido de la rodilla y la espinilla izquierdas y tuvo un largo periodo de rehabilitación, un duro golpe para un hombre orgulloso de su físico y su virilidad. Quizás sintió que no tenía cabida en los planes futuros de Petra –el programa de televisión y el Parlamento Europeo–. Aunque le encantaba viajar al extranjero con Petra a conferencias y reuniones, se sabía que era contrario a estancias prolongadas fuera de Alemania. ¿Había pensado que la muerte era el único camino para mantenerla junto a él?

A pesar de su amor por su país, se sabe también que Bastian estaba consternado por el ascenso de los neonazis. Esto le trajo «malos recuerdos de su juventud» tal y como escribió en un artículo publicado en el Die Zeit a mediados de septiembre[9]. Puede que no hubiera disfrutado dejando Alemania por otro país, pero ¿era tan grande su falta de esperanza en sus compañeros alemanes que sintió que la muerte era la única respuesta? ¿Mató Gert Bastian entonces a Petra Kelly porque creía que ella no se las arreglaría sin él?

Se prestó mucha atención al hecho de que Petra y Gert no fueran descubiertos ni se les echara de menos durante diecinueve días. Los portavoces de Bündnis 90/Die Grünen[10] se contradecían a sí mismos. Algunos se apresuraron a señalar que Petra tenía planes. «Hemos tenido recientemente varias reuniones con Kelly y Bastian sobre la lucha contra la extrema derecha», dijo Anne Nilges, hablando para la ejecutiva del partido. «Petra estaba preparando su candidatura para el Parlamento Europeo y nosotros la apoyábamos. Los vimos en septiembre y estaban felices».

Otros, como Otto Schily, que había sido, junto con Petra y Marieluise Beck, coportavoz del primer grupo parlamentario verde en 1983, pero que ahora se sentaba en el Bundestag con el Partido Socialdemócrata, habló de su tristeza ante la soledad de la pareja habiendo sido tan importantes para poner las políticas verdes en el mapa de Alemania. Konrad Weiss, uno de los ocho elegidos por Alemania del Este para el Bundestag en diciembre de 1990 de la alianza Bündnis 90/Die Grünen subrayó lo siguiente: «El retraso en descubrir sus muertes prueba lo mucho que los habíamos dejado caer».

Para aquellos que preferían motivos más concretos, se promovió el motivo de los celos sexuales. Durante 1989 y 1990 Petra tuvo una aventura con un doctor tibetano, Palden Tawo. «El último secreto de Petra» anunciaban los titulares. Alternativamente, se especulaba con que Bastian tuviera miedo a ser expuesto como «una persona operativamente relevante» en las muchas operaciones de la infame policía secreta de Alemania del Este, la STASI. El juicio a Marcus Wolf, el anterior cabecilla de la red de espionaje –en quien se dice que se basó John le Carré para su personaje de ficción Karla– iba a empezar en 1993. Uno de los muchos probables testigos, Günter Bohnsack, anterior jefe de uno de los departamentos de desinformación de la STASI, declaró haber proporcionado discursos a Bastian mientras era diputado con los Verdes.

Algunos aún barajaban la posibilidad de una tercera persona involucrada en sus muertes. Desde la afirmación del periodista Peter von Stamm –quien trabajó con Petra preparando una audiencia sobre el Tíbet en Bonn en 1989– de que se veía la mano de China en sus muertes, hasta otros que veían lo que quedaba de la KGB, o incluso más a menudo, se tenían que tener en consideración las amenazas que se decía que habían recibido Petra y Gert Bastian de algunas bandas en un clima de preocupación nacional por el ascenso del sentimiento neonazi desde la reunificación de Alemania.

Arnold Kotler de Parallax Press, el editor californiano de Petra que había estado con ella en Berlín, se unió a algunos de sus amigos americanos más cercanos, como Joan Baez, la cantante y activista por los derechos humanos, y Charlene Spretnak, una destacada escritora en el campo espiritual de las políticas verdes, para enviar una declaración al funeral en el Beethovenhalle: «Teniendo en cuenta que las circunstancias que rodean su muerte aún permanecen sin esclarecer y que habían recibido varias amenazas de muerte, creemos que es necesaria una investigación». En un artículo en The Indian Express el 1 de noviembre, Jaya Jaitly, que conocía a Petra desde hacía años, instó al gobierno alemán a «iniciar una investigación que pueda examinar los posibles motivos de los nuevos nazis, los traficantes de armas internacionales, aquellos que quieren mantener bajo la manta los viejos secretos de la OTAN».