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La historia de la Iglesia es, en parte, la historia de los errores de los cristianos y de los cometidos contra ellos. Hay violencia en la Biblia, en las persecuciones romanas, en las guerras santas y en las Cruzadas. Nos sorprende la Inquisición, la violencia en la conquista de América, en la guerra civil española, en el terrorismo más contem- poráneo y en los recientes discursos del odio. Los autores analizan las luces y sombras de los cristianos de diversas épocas, serenamente y sin anacronismos, en busca de una rectifcación apropiada. Porque no basta pedir perdón: hay que saber por qué se pide, y de qué. Solo así podemos esperar que esos errores no se repitan.
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Seitenzahl: 566
Veröffentlichungsjahr: 2024
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JOSÉ CARLOS MARTÍN DE LA HOZ (ed.)
Violencia y hecho religioso
EDICIONES RIALP
MADRID
© 2024 byJosé Carlos Martín de la Hoz (ed.)
© 2024 by EDICIONES RIALP, S. A.,
Manuel Uribe 13-15, 28033 Madrid
(www.rialp.com)
No está permitida la reproducción total o parcial de este libro, ni su tratamiento informático, ni la transmisión de ninguna forma o por cualquier medio, ya sea electrónico, mecánico, por fotocopia, por registro u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito de los titulares del copyright. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita reproducir, fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.
Preimpresión: produccioneditorial.com
ISBN (edición impresa): 978-84-321-6903-8
ISBN (edición digital): 978-84-321-6904-5
ISBN (edición bajo demanda): 978-84-321-6905-2
ISNI: 0000 0001 0725 313X
Introducción
1. Historia y leyendas de la Iglesia
1. La historia y su pretensión
2. La historia de la Iglesia: su peculiaridad y sus leyendas
3. El historiador en la encrucijada
Bibliografía
2. Las persecuciones romanas
1. Prehistoria de las persecuciones
2. Motivos jurídicos, políticos y religiosos de la persecución
3. Causas y acusaciones
4. Fuentes antiguas
5. Historiografía actual
Epílogo: Teología del martirio
3. La violencia en la Biblia
1. Un libro no apto para menores
2. La violencia bíblica: un problema objetivo
3. Algunos intentos de solución
4. Propuestas desde el Magisterio reciente de la Iglesia
4. Cruzadas y guerra santa en la Edad Media
5. Alejandro VI. Un papa controvertido
1. Un hombre entre dos épocas
2. Alejandro VI y la problemática religiosa de la cultura humanística
3. El efímero programa de reforma diseñado por Alejandro VI
4. El mal papa
5. Culto a la personalidad y nepotismo en Alejandro VI
Conclusión
6. La expulsión de los judíos. 1492
1. Un breve recorrido por el judaísmo español
2. Los asaltos a las juderías de Castilla y Aragón en 1391
3. Judaizantes y conversos en tiempos de la expulsión
4. El edicto de expulsión
5. Las cifras de la discordia
6. Camino del destierro
7. Consecuencias económicas de la expulsión
7. Inquisición y desconfianza
1. La desconfianza en el hereje
2. La Inquisición española
3. La mentalidad inquisitorial
8. La violencia y la conquista de América
1. 1492: ¿Descubrimiento, encuentro o encontronazo?
2. Los títulos legítimos de la incorporación
3. ¿Con la cruz y la espada?
4. Un estado garantista: la legislación favorable a los indios
5. Una Iglesia en expansión que protege a sus “plantas verdes en la fe”
6. El Derecho Indiano, monumento a una nueva visión antropológica
7. Terminemos con leyendas: ¿Genocidio? ¿Expolio? ¿Etnocidio?
9. Los mártires del Real Colegio de los Ingleses
Introducción
1. El martirio y su capacidad de emulación
2. Huidos de Inglaterra, acogidos por la monarquía católica
3. La santidad en medio de las luchas por la soñada restauración católica
4. El relato del martirio
5. Una imagen mariana mártir en el Colegio de Ingleses de Valladolid
10. El anticlericalismo español del siglo xix
11. Gomá y la violencia religiosa durante la Guerra Civil
1. Introducción
2. Etapas de la violencia religiosa durante la II República
3. Resistencia legal frente a la violencia legal
4. Teóricos de la rebeldía
5. La violencia de guerra
12. La persecución religiosa en la Guerra Civil
1. ...Y llega la República
2. Diversas expresiones o modos de ese anticlericalismo
3. Llega la Guerra Civil: El anticlericalismo deriva en atroz persecución
13. Mesianismo, diplomacia y guerra en la política exterior de los Estados Unidos
1. De disidentes religiosos a jóvenes republicanos
2. Los principios de una nueva política exterior
3. De la I a la II Guerra Mundial
4. La Guerra Fría: entre la ideología y la realidad
5. Los inicios de la fractura
Conclusiones: el estado de la cuestión
14. Violencia y reconciliación en el viejo continente cristiano
Introducción: un tiempo violento
1. Tiempo de reconciliación
2. La reconciliación francoalemana
3. La reconciliación germanopolaca
4. Superación de conflictos internos. El caso de España y el Reino Unido
5. La reconciliación de las dos Europas
6. Los contraejemplos: la reviviscencia de los enfrentamientos
Conclusiones
15. Iglesia vasca y terrorismo de ETA
1. Un contexto histórico complejo
2. Tiempos convulsos
3. Una condena cada vez más clara
16. Los discursos del odio en la historia reciente
1. El fomento del odio desde el estado: los totalitarismos de entreguerras
2. El odio entre bloques en los años de la
Guerra Fría
: deportaciones y películas
3. Imperialismo y descolonización: otros odios
4. De ayer a hoy
17. Terrorismo, guerrilla y religión
1. El terrorismo global
2. La influencia de la guerrilla hispanoamericana
3. ¿Dos Iglesias contrapuestas?
4. La guerra santa
18. Comunicar lo controvertido: algunas reflexiones desde el mundo del marketing
Epílogo
Cubierta
Portada
Créditos
Índice
Comenzar a leer
Notas
Con motivo de los atentados del 11 de septiembre de 2001 en la ciudad de Nueva York, a los que siguieron otros actos terroristas en otros lugares del mundo, se editaron abundantes trabajos y tuvieron lugar intensos debates intelectuales y morales acerca de las relaciones entre violencia y hecho religioso.
De hecho, en el ámbito de la Iglesia católica, la Comisión Teológica Internacional publicó en el 2013 un documento sobre el monoteísmo frente a la violencia, en donde se subrayaba la dimensión de amor y de caridad de la tradición hebreo-cristiana y se insistía en el ejemplo nítido y expreso contra la violencia tanto de Jesús como de sus discípulos. En ese sentido, el texto que ahora ofrecemos supone una mirada hacia la violencia religiosa o contra lo religioso desde una óptica cristiana católica. Confiamos en que las investigaciones que se exponen arrojen luz sobre el fenómeno general de la violencia en cualquier entorno religioso, y contribuyan a definir con rigor los términos del conflicto en el seno de cualquier credo.
Los exégetas cristianos, al leer la Sagrada Escritura, han subrayado siempre que la violencia en el contexto bíblico ha de entenderse como una lección de castigo de Dios al pecador, como una medicina que ha de enmarcarse en el contexto cultural e histórico de la antigüedad.
Ahora bien, la posible explicación, deberá encontrarse en un marco más profundo que tuviera en cuenta que el Nuevo Testamento explica el Antiguo y lo lleva a cumplimiento, no eliminándolo como defienden los maniqueos y gnósticos, sino interpretándolo a la del Nuevo Testamento, donde Cristo aparece indudablemente como “Príncipe de la Paz” (Is 9, 6). Así lo hicieron muchos de los Padres de la Iglesia.
También vale la pena recordar que la Biblia no es un libro, sino un conjunto de libros, y, por tanto, en ella se contienen diversos modos de hablar de Dios y de su obrar. Existe una historia de la salvación de Dios que se muestra a través del perdón a su pueblo, con intervenciones que lo sostienen y defienden. Se condenan los sacrificios humanos, sustituidos vicariamente por los sacrificios animales, hasta el nacimiento de la Iglesia. A partir de entonces, se ofrecerá a Dios el único y verdadero sacrificio de la nueva ley que es la Santa Misa.
Asimismo, los padres de la Iglesia mostraron claramente cómo el Nuevo Testamento subraya el clima de caridad, perdón y misericordia instaurado por Cristo y vivido por los primeros cristianos. Además, suelen insistir en la interpretación de modo alegórico de los textos referentes a la violencia (Cfr. san Agustín, De doctrina cristiana, III, 16, 24).
Recordemos que, como afirmaba habitualmente santo Tomás, se trata de un Dios misericordioso: «A Dios le corresponde más por su infinita bondad, usar la misericordia y el perdón, que castigar. De hecho, el perdón conviene a Dios por su naturaleza, mientras el castigo es debido a nuestros pecados» (Santo Tomás de Aquino, Suma Teológica II-II, q.21, a.2).
Charles Morerod O. P., se preguntaba abiertamente: «¿Es el Islam una religión de paz?», en el marco de un apasionado diálogo con Adrien Candiard, quien acababa de publicar “Comprendre l’islam” (París, 2016). Como es sabido, el profesor Candiard es uno de los grandes expertos en el Islam que vive e investiga desde hace más de treinta años en la Universidad de El Cairo en Egipto, donde ha publicado numerosas obras y mantenido abundantes encuentros nacionales e internacionales.
Han pasado cinco años desde esta polémica y, periódicamente, vuelve a reproducirse la misma cuestión, cada vez que acaece un nuevo atentado o con motivo de alguno de los viajes del Santo Padre Francisco a países musulmanes, como el realizado en 2021 a Irak, cuando las cámaras de televisión mostraron la cruda realidad de ciudades destruidas, cristianos perseguidos y desplazados y, por todas partes, aleteaba el espíritu de los mártires de la fe cristiana.
Hace cuatro años, un grupo de historiadores de la Iglesia decidimos formar un grupo de investigación, reunirnos en seminarios de profesores abiertos a historiadores civiles y reflexionar sobre hechos o actitudes en la historia que tocaran el tema “violencia y hecho religioso”. Este libro es fruto de esos seminarios.
Precisamente, como historiadores debemos acercarnos con serenidad a la Historia de la Iglesia, para conocer lo mejor posible los hechos tal y como sucedieron y procurar enmarcarlos en las coordenadas espacio temporales, de modo que evitemos los vulgares anacronismos.
En segundo lugar, vamos a intentar comprender cuáles fueron las raíces de esas actuaciones violentas. Solo así podremos aprender las abundantes lecciones de vida que la historia encierra.
Inmediatamente, recordemos que la Iglesia es santa porque es la esposa de Jesucristo. El entonces cardenal Ratzinger se cuestionaba si era posible hoy día seguir siendo cristiano: «Creo en la Iglesia porque detrás de “nuestra Iglesia” vive “Su Iglesia”, y que no puedo estar cerca de Él si no es permaneciendo en su Iglesia». Por tanto, la Iglesia es santa, porque ha brotado del costado abierto de Cristo, como afirmaba san Juan Damasceno. Así pues, somos los cristianos los que hemos sido incoherentes
La historia de la Iglesia es la historia de los errores de los cristianos. Pero de los errores se aprende, y podemos rectificar y volver a empezar. La historia de la Iglesia es la de una humanidad que está salvada y está por salvar. En el Antiguo Testamento y el Nuevo están expresados todos los pecados, todas las infidelidades humanas, pero, también, sus rectificaciones.
Así pues, aceptar los errores de los cristianos, es imitar a san Agustín cuando responde a los donatistas y gnósticos de su tiempo que pretendían, cuando, en realidad, la Iglesia es un hospital donde mostrar las llagas, precisamente para que nos las curen.
El 12 de marzo de 2000, Juan Pablo II pidió perdón solemnemente por todos los pecados de todos los cristianos de todos los tiempos. Especialmente, por el uso de la violencia para defender la fe. Esto es algo que debe perdurar.
Como historiadores, nos incumbe estudiar las luces y las sombras de las vidas de los cristianos a lo largo de las diversas épocas, para aprender las lecciones de la historia, como maestra de viuda.
Los cristianos siguen creyendo lo mismo que hace veinte siglos y poseen los mismos medios: los sacramentos y la Palabra de Dios, y es patente que ha habido santos en todas las etapas de la historia de la Iglesia hasta la actualidad. Para que la historia sea maestra de vida, no basta con pedir perdón por los errores, sino saber por qué se pide perdón y de qué. Solo así será posible que esos errores no se repitan en el futuro.
Dar a conocer la verdad sobre los hechos históricos que realmente sucedieron es siempre una lección de vida y una purificación de la memoria.
Quiero agradecer especialmente a todos los historiadores que han participado en estos seminarios, y especialmente a quienes han dedicado tiempo a adaptar su exposición al texto que ahora editamos.
Durante estos años hemos disfrutado de la amistad y del diálogo científico en un clima muy grato propiciado por el Ateneo de Teología de Madrid y en especial por el Prof. Dr. D. José Ignacio Varela, su director, que nos ha acogido frecuentemente. Asimismo, agradecemos a Ediciones Rialp su interés en publicar estas aportaciones.
Prof. Dr. D. José Carlos Martín de la Hoz
Academia de Historia Eclesiástica. Madrid.
Prof. Dr. D. Jerónimo Leal
Pontificia Universidad Santa Croce. Roma
Con la manifestación pública de la primera comunidad cristiana y, sobre todo, con su rápido crecimiento, surgieron también los peligros: las persecuciones organizadas y la propaganda de las herejías. Dos peligros de diferente magnitud: uno externo, interno el otro; uno dirigido contra las manifestaciones externas de fe, el otro contra el asentimiento interno a las verdades reveladas; uno procedente de las autoridades del Estado, el otro del propio pueblo cristiano. Dos peligros que deben estudiarse bien para profundizar en las causas y consecuencias. Haremos referencia en esta exposición solamente al segundo problema, el de las persecuciones, y lo articularemos en cinco puntos y un epílogo:
1. Prehistoria de las persecuciones.
2. Motivos jurídicos, políticos y religiosos de la persecución.
3. Causas y acusaciones.
4. Fuentes antiguas.
5. Historiografía actual.
Epílogo: Teología del martirio.
Las autoridades romanas se dieron cuenta, mucho antes del advenimiento del cristianismo, del peligro de la invasión de divinidades exóticas: el remedio fue prohibir la introducción de nuevos cultos, incluidos los privados. Las medidas contra los nuevos cultos fueron varias, pero la más conocida es el Senatus Consultum de Bacchanalibus (186 a. C.): Los informes de homicidios rituales, envenenamientos y herencias por parte de una sociedad secreta involucraron a más de siete mil acusados, ejecutados o condenados a cadena perpetua. La causa es siempre evitar que se corrompan las buenas costumbres y se perturbe el orden público.
El culto imperial va a estar muy ligado a la persecución1. Augusto, que había dado a este culto su forma oficial, permitió la veneración de su genio (una especie de doble divino) como signo de lealtad. Durante el primer siglo se mantuvo la línea de Augusto, excepto por excesos tiránicos, como Domiciano que reclamó el título de Dominus. Los príncipes fallecidos sufren la apoteosis, a través de un decreto del Senado, que excluye a los tiranos condenando su memoria, como es el caso de Nerón. En el siglo ii, la apoteosis en la vida de los emperadores y la familia se vuelve automática, por ejemplo, Antonino Pío y Faustina. Durante el siglo iii se añade la adoración del emperador y con Aureliano (270-275) se identifica (Dominus et Deus) con el dios Sol y se representa con la diadema radiata y el manto de hebillas doradas. Con Diocleciano, a las puertas del siglo iv, el emperador es considerado el hijo adoptivo de Júpiter y su colega Maximiano de Hércules, comenzando una doble línea de emperadores jovianos y herculianos.
Para la Iglesia naciente, los antecedentes de la persecución son dos. En primer lugar, después del martirio de Esteban estalló una revuelta contra los cristianos de Jerusalén en los años 32-34 que tuvieron que huir a Antioquía y otros lugares; después, durante el imperio de Claudio, hacia el año 49, los judíos fueron expulsados de Roma, y junto con ellos también los cristianos. Ninguno de estos momentos es todavía la persecución organizada, porque son hechos esporádicos. Hay que esperar hasta el año 64 en que Nerón, tras el incendio de Roma, hace perseguir a los cristianos con la acusación de haber sido los causantes.
Según algunos historiadores, esta acusación procedía del pueblo romano, pero tenemos un texto de Tácito († 120 d. C.), contemporáneo de Nerón, en el que se afirma otra cosa2: «En consecuencia, para acabar con los rumores, Nerón presentó como culpables y sometió a los más rebuscados tormentos a los que el vulgo llamaba cristianos, aborrecidos por sus ignomi[ni]as. Aquel de quien tomaban nombre, Cristo, había sido ejecutado en el reinado de Tiberio por el procurador Poncio Pilato; la execrable superstición, momentáneamente reprimida, irrumpía de nuevo no solo por Judea, origen del mal, sino también por la Ciudad, lugar en el que de todas partes confluyen y donde se celebran toda clase de atrocidades y vergüenzas. El caso fue que se empezó por detener a los que confesaban abiertamente su fe, y luego, por denuncia de aquellos, a una ingente multitud, y resultaron convictos no tanto de la acusación del incendio cuanto de odio al género humano. Pero a su suplicio se unió el escarnio, de manera que perecían desgarrados por los perros tras haberlos hecho cubrirse con pieles de fieras, o bien clavados en cruces, al caer el día, eran quemados de manera que sirvieran como iluminación durante la noche. Nerón había ofrecido sus jardines para tal espectáculo, y daba festivales circenses mezclado con la plebe, con atuendo de auriga o subido en el carro. Por ello, aunque fueran culpables y merecieran los máximos castigos, provocaban la compasión, ante la idea de que perecían no por el bien público, sino por satisfacer la crueldad de uno solo».
De hecho, un incendio quemó Roma, pero sin tocar el Trastevere: algunos sospecharon que la atribución a los cristianos surgió de los judíos. Clemente Romano, Ad Corintios 5: atribuye la persecución a los celos. El incendio se inició en el Circo Máximo, con capacidad para 150 000 espectadores, que quedó completamente destruido. Esto explica que la tortura de los cristianos se lleve a cabo en el Vaticano, ya que en aquel momento no había otro lugar adecuado donde desarrollarla3. Nerón quería construir la Domus Aurea y para ello sirvió el fuego. Sulpicio Severo, Chronicorum libri II,29,1, afirma: sed opinio omnium inuidiam incendii in principem retorquebat, credebaturque imperator gloriam innovandae urbis quaesisse.
Algunos dan el número de diez persecuciones, pero como sabemos, este es un número simbólico relacionado con el Apocalipsis. Lo cierto es que en las persecuciones van a morir personajes de relieve como también personas corrientes: bajo Nerón (64), Pedro y Pablo; con Domiciano (90), Juan; bajo Trajano (98-117), Ignacio de Antioquía; con Marco Aurelio (161-180), Justino; bajo Cómodo (180), los mártires Escilitanos; con Septimio Severo (193-211), Perpetua y Felicidad; con Maximino Tracio (235-238), Ponciano papa; con Decio (249-251) son numerosísimos; con Valeriano (253-260), Lorenzo y Cipriano; en fin, con Diocleciano (248-305), tendremos cuatro edictos sucesivos, que provocarán innumerables víctimas. Si se estudia la abundantísima bibliografía sobre la historia de las persecuciones4, se comprende que cada una de ellas tiene sus motivaciones y características propias.
Una reflexión sobre el origen jurídico de las persecuciones y las acusaciones contra los cristianos puede ser útil. En un pasaje de A los paganos que ha merecido especial atención de la crítica5, Tertuliano habla del origen de las persecuciones por parte de Nerón. La interpretación del texto está sometida a intensa polémica, al menos desde que Léon Dieu publicó en 1942 un artículo6 en el que defendía la inexistencia de una ley general de persecución contra el cristianismo. Dieu sale al paso de las afirmaciones de Leclercq7, Callewaert8 y Zeiller9, quienes dan por supuesta la existencia de la mencionada ley10. Para Dieu, la única manera de explicar que haya habido persecuciones con carácter local y ocasional, como sucedió en Lyon, es la existencia de la coercitio, o intervención por la fuerza, decretada por los procónsules, para tratar de calmar la opinión pública que, por diversos motivos, había entrado en efervescencia11. Esta opinión resulta equilibrada, pues combina los tres factores posibles para solucionar la incógnita: ha habido acusaciones de crímenes penados por el derecho común, intervenciones de las fuerzas de orden público y la supervivencia de antiguos decretos de Nerón y Domiciano12. J. W. Ph. Borleffs13 es partidario de afirmar la existencia de distintas leyes de persecución contra los cristianos, pero no de una ley general14. Entre tanto E. Griffe15 concluye que no ha habido nunca una ley especial que prohibiese expresamente el cristianismo o que ordenase persecuciones contra los cristianos; que tampoco hay razón para admitir un edicto neroniano de alcance general, que solamente ha servido para sentar precedente, y no habría constituido la base jurídica para las demás persecuciones; y que el testimonio de Tertuliano permite afirmar que solamente en virtud de antiguas leyes los magistrados romanos han podido condenar a los cristianos acusándoles de superstitio illicita. Zeiller16 sostiene que, efectivamente, el empleo por Tertuliano del término institutum es un poco insólito, pero que esto sería prueba de que el acto de Nerón es un acto legislativo de prohibición. Sea como fuere, Tertuliano afirma que la fama, los rumores, corrían entre la gente de la calle con noticias alarmantes sobre el comportamiento privado de los cristianos.
No podemos considerar en toda su amplitud las causas y acusaciones del pueblo17. Deberemos contentarnos con decir que los cristianos son acusados de sacrilegio y lesa majestad, como afirma Tertuliano en Apologeticum 10,1. En realidad se trata de todo desorden y revuelta contra la autoridad, cualquier palabra contra la Felicitas temporum que las inscripciones, medallas y monedas imperiales proclaman y de la que se enorgullecen, la participación en reuniones ilícitas en las que se agita la tranquilidad pública18. En realidad, son una excusa que no explica la ferocidad de algunas persecuciones.
Las acusaciones contra los cristianos proceden originariamente del vulgo y se articulaban en una triple denuncia: incesto, infanticidio ritual y canibalismo. Existen pruebas de que las tres no estaban unidas al comienzo de las persecuciones19, sino que nacieron por separado y coincidieron en una misma acusación a partir de un momento que no podemos determinar con precisión, pero que está confirmado desde la obra polémica de Frontón contra los cristianos, escrita en torno al 162-166. Waltzing20 precisa las cuestiones recién mencionadas. Sostiene, invocando el testimonio de Melitón de Sardes21, que las acusaciones han comenzado ya con Claudio y Nerón, es decir, desde los primerísimos tiempos. Con total seguridad se han producido calumnias, en los tiempos de Plinio, con la acusación de canibalismo. Sobre el comienzo de este tipo de acusaciones22, la causa han sido las voces oídas sobre el banquete eucarístico y la comunión del cuerpo y sangre de Cristo. A esto se unió el carácter reservado de los misterios: cuanto más se trataban de disimular, una vez corrida la voz, más sospechas se generaban. La acusación de incesto se debía, probablemente, al apelativo de hermanos con que se llamaban los primeros cristianos23. En cuanto a los autores de estas calumnias, no faltan textos de escritores cristianos que testimonian contra los judíos24, pero no se puede descartar el hecho de que, una vez propalada la primera voz, la envidia o el rencor haya hecho partícipes a los paganos, o a miembros de algunas sectas mistéricas quizá, de las acusaciones: en la explicación del hecho histórico se debe buscar, siempre que sea razonable, más de una causa. En diferentes autores de la antigüedad cristiana se encuentra una descripción —imaginada, por supuesto— de una ceremonia cristiana: a un perro hambriento, que está atado a un pesado candelabro, se le echan unos restos de comida; el perro se lanza tras ellos tirando el candelabro al suelo y apagando, por consiguiente, la luz, momento en el que se produce el incesto entre todos los presentes25.
Independientemente de que haya habido o no un edicto universal de persecución, la gravedad de las persecuciones está alimentada por los rumores. Me gustaría subrayar dos hechos: uno es que cada persecución es diferente de las demás y no podemos juzgarlas a todas de la misma manera; la otra es que no ha habido persecución continuada, sino mezclada con tiempos de paz.
Contamos con un variado material pagano: Tácito, la carta de Plinio de 112, el rescripto de Trajano, las Apologías, las Actas de los mártires, los escritos de algunos historiadores. Las apologías van dirigidas en primer lugar a los cristianos con el fin de proporcionarles argumentos para su utilidad propia y de los allegados; y solo en segundo lugar a los paganos; no suelen citar la Escritura, sino que se basan en argumentos filosóficos y en el sentido común. El término “apología” procede del griego ἀπολογία que significa defensa, explicación o respuesta que se da en un juicio26. Es un derecho de todo ciudadano —la παρρησία— consistente en hablar libremente expresando ante las autoridades su modo de pensar. Pero no todas las “defensas” se basan en los mismos argumentos y, aunque fuera así, el empleo de las pruebas puede recibir enfoques diversos y encuadrarse en una estructura diferente, o dirigirse a un público diverso.
Las Actas de los mártires presentan un relevante interés jurídico, porque se encuentran entre las poquísimas fuentes documentales para conocer los procesos penales en la época imperial y la historia de las relaciones entre el imperio romano y los cristianos. En las actas de los mártires escilitanos (180), por ejemplo, el diálogo entre los acusados y el juez llena todo el texto, modelo típico de actas proconsulares, con la intención de no ser más que eso, y quizá por este motivo el valor histórico no se ha puesto en duda nunca. El texto ha sido ligeramente retocado con respecto a las actas oficiales. Unas veces, con ligeros cortes, que se pueden entrever en las frases conservadas solo en algunos manuscritos. Otras veces, con intervenciones del narrador, pero estas intervenciones no hacen que el texto deje de ser atendible.
Según Lanata27, el hecho de que la audiencia se tenga in secretario es prueba de que pudo haber estenógrafos cristianos, y el texto, por tanto, debe remontarse a un protocolo del proceso. La presencia de público en este tipo de salas no se puede negar categóricamente.
Este tipo de documento pertenece al primero de los tres en que se suelen dividir las Actas de los mártires: Actas propiamente dichas, Pasiones y Leyendas. Las primeras, como hemos visto, se remontan a las actas de los tribunales judiciales; las Pasiones son documentos contemporáneos a la ejecución y fueron escritas por los mismos mártires o testigos presenciales; las Leyendas, por su parte, aunque escritas con fines de edificación son de valor histórico discutido (en algunas de ellas se encuentra un núcleo verdadero embellecido), y fueron compuestas hacia el siglo vi cuando ya se había perdido la memoria de los hechos históricos, utilizando datos tomados en préstamo de otros documentos martiriales. La finalidad de edificación la garantiza su lectura, incluso durante la liturgia.
Mención especial requiere Eusebio de Cesarea que transmite la Carta de los mártires de Lión en HE V,1,2-63 (37, 38, 41, 42, 53, 55, 56, 62): «Así, pues, Maturo y Santos, lo mismo que Blandina y Atalo, fueron conducidos a las fieras, al lugar público y para común espectáculo de la inhumanidad de los paganos, pues el día de lucha de fieras se dio precisamente por causa de los nuestros. En el anfiteatro, Maturo y Santos pasaron de nuevo por toda clase de tormentos igual que si antes no hubieran padecido nada en absoluto, o mejor, como atletas que han vencido ya en muchos lances al contrincante y que siguen luchando por la misma corona. De nuevo sufrieron las pasadas de látigos, allí acostumbradas, los tirones de las fieras y todo cuanto el pueblo enloquecido, cada cual desde su sitio, gritaba y ordenaba. Y como remate de todo, la silla de hierro, donde los cuerpos, al asarse, lanzaban hasta el público un olor de carne quemada. (...) A Blandina, en cambio, la colgaron de un madero, y quedó expuesta para pasto de las fieras, que se arrojaban a ella. Con solo verla colgando en forma de cruz y con su oración continua, infundía muchos ánimos a los otros combatientes, que en este combate veían con sus ojos corporales, a través de su hermana, al que por ellos mismos había sido crucificado. Y así ella persuadía a los que creen en El de que todo el que padece por la gloria de Cristo entra en comunión perpetua con el Dios vivo. Al no tocarla por entonces ninguna fiera, la bajaron del madero y de nuevo se la llevaron a la cárcel, guardándola para otro combate; así, tras vencer aún en más lides, de una parte haría implacable la condena de la serpiente tortuosa, y de otra animaría a sus hermanos; ella, pequeña, débil y despreciada, pero revestida del grande e invencible atleta, Cristo, batiría en repetidas suertes al adversario, y por el combate se ceñiría la corona de la incorruptibilidad. (...) Después de todo esto, el último día de luchas de gladiadores fue de nuevo llevada Blandina junto con Póntico, muchacho de unos quince años. Cada día se los había introducido para que viesen las torturas de los demás. Empezaron obligándoles a jurar por los ídolos de los paganos; mas como ellos permanecieron firmes y hasta los menospreciaron, la muchedumbre se puso enfurecida contra ellos hasta el punto de no tener lástima de la edad del muchacho ni respeto del sexo femenino. (...) Y la bienaventurada Blandina, la última de todos, como noble madre que ha infundido ánimos a sus hijos y los ha enviado por delante victoriosos a su rey, después de hacer también ella el recorrido de todos los combates de sus hijos, volaba hacia ellos alegre y gozosa de la partida, como si fuera invitada a un banquete de bodas y no arrojada a las fieras. Después de los látigos, después de las fieras y después de las parrillas, por último la echaron a un toro. Lanzada a lo alto largo rato por el animal, insensible ya a lo que le estaba ocurriendo por su esperanza suspensa de cuanto había creído y por su conversación con Cristo, también ella fue sacrificada, mientras incluso los mismos paganos confesaban que jamás entre ellos una mujer había padecido tantos y tales suplicios. (...) A continuación de esto, después de algunas otras cosas, dicen: “Así pues, los cuerpos de los mártires, después de ser expuestos al escarnio en todos los modos posibles y de estar a la intemperie durante seis días, fueron luego quemados y reducidos a ceniza, que aquellos impíos arrojaron al río Ródano, que pasa por allí cerca, para que ni siquiera sus reliquias fuesen ya visibles sobre la tierra”».
Prescindiendo de las Historias generales, que son abundantes, se pueden señalar cuatro estudios de más reciente publicación:
Raúl González Salinero,
Le persecuzioni contro i cristiani nell’Impero romano. Approccio critico