Yuico - Silvina Biott - E-Book

Yuico E-Book

Silvina Biott

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Beschreibung

El simple hecho de no rendirse, es una manera de tener éxito: "Cuando uno quiere, puede. Cuando uno puede, continua. Cuando uno continua, logra. Y cuando lo logras, ya tienes éxito". Conozco a Yuico, y es así. Algo arrebatado, impulsivo, pero siempre perseverante. Él mismo define su historia de vida, como la vivencia de una persona cualquiera, anónima. Una persona que ha sufrido mucho, pero que nunca bajo los brazos. Su éxito personal, lo dice a viva voz y son sus hijos y nietos. Personalmente, agrego que todos tenemos algo que contar. Incluso, tú.

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Producción editorial: Tinta Libre Ediciones

Córdoba, Argentina

Coordinación editorial: Gastón Barrionuevo

Diseño de tapa: Departamento de Arte Tinta Libre Ediciones.

Diseño de interior: Departamento de Arte Tinta Libre Ediciones.

Biott, Silvina Mariel

Yuico / Silvina Mariel Biott. - 1a ed . - Córdoba : Tinta Libre, 2020.

92 p. ; 22 x 15 cm.

ISBN 978-987-708-571-6

1. Autobiografías. 2. Experiencias Personales. 3. Narrativa. I. Título.

CDD 808.8035

Prohibida su reproducción, almacenamiento, y distribución por cualquier medio,

total o parcial sin el permiso previo y por escrito de los autores y/o editor.

Está también totalmente prohibido su tratamiento informático y distribución

por internet o por cualquier otra red.

La recopilación de fotografías y los contenidos son de absoluta responsabilidad

de/l los autor/es. La Editorial no se responsabiliza por la información de este libro.

Hecho el depósito que marca la Ley 11.723

Impreso en Argentina - Printed in Argentina

© 2020. Biott, Silvina Mariel

© 2020. Tinta Libre Ediciones

Dedicado a la vida misma,

porque todos y cada uno, somos únicos e inigualables.

Yuico

Te entrego a Shunko y te entrego pequeños retazos de su vida (...). Los niños de quienes hablaré son changos (...). Participan del dolor de la tierra sin saberlo. La vida es dura, pero ellos lo ignoran porque no conocen otra vida. Quizá son felices. (...) Ignoran la mayor parte de las cosas que vos y yo sabemos, pero saben muchas otras, que vos y yo desconocemos…

Shunko, Jorge Ábalos

Al lector

Este es un relato con base en la vivencia personal de un hombre que se autodefine en los siguientes términos:

No soy nadie. No sé nada. Soy así, simple, sencillo.No tengo mucho para ofrecer, más que mi forma de ser, de lo poco o mucho que me enseñó la vida, tan solo por vivirla. No soy ni mejor, ni peor que otro.

Son estas, apenas, algunas páginas mínimas de un testimonio de vida que lo único que intentan transmitir son vivencias ante las adversidades, como así también, reflejar la situación atemporal de los niños desprotegidos socialmente. Hacerme eco de un problema social, sin por eso centrarme en él: las infancias vulnerables y la adultez de un hombre respetuoso, transparente y capaz de luchar por el prójimo, siendo fiel y leal a su forma de ser.

Tal vez, sea este un ejercicio de introspección que reconstruye una identidad: la identidad de Yuico. Indomable como un caballo salvaje, cabalgaba con un poco de rebeldía y otro poco de fortaleza para llevar a cabo sus propias decisiones, pero siempre en el sendero de la honradez, el trabajo y el esfuerzo. Un jinete de la justicia como encontramos en el Martín Fierro, con sus versos que aconsejan el bien, el respeto propio y hacia los demás. Incluso el amor a la libertad.

O simplemente una persona como vos, o como yo, que comparte un poco de sus vivencias, de su ser, entre las millones de vidas que existieron, existen y existirán en este mundo.

En este libro, un año de vida puede plasmarse en una página, una palabra, una letra, un suspiro. Una página, inclusive, puede ser toda una vida. De ese modo nos demuestra cómo vamos andando nuestro propio destino, transformándonos, siendo lo que somos junto a quienes se nos cruzan en el camino, con las oportunidades, los paisajes, las personas y el tiempo mismo.

Y como con todo libro que leemos, habremos de sentirnos menos solos, habremos de olvidarnos de aquello que nos hace sentir mal, el mundo nos parecerá diferente al de todos los días, nos sumergimos en otra historia, junto a otros personajes. Tanto así que con Yuico querríamos que fuera él quien nos leyera, para que él también pudiese sentir aquello que cualquier lector experimenta ante un libro o, mejor aún, ante ese que es su libro favorito…

A mis afectos:

Luji, Valentino, Maxi, Genaro.

Juve, Silvio y Facu.

Vero, Pato y Agar.

Nélida y Lalita, junto a sus familiares.

Ruly, Chami, Pili, Titina, Chichí, Negrita,a todos ellos y sus familias.

Manuel Jesús y familia. Tío César. Tía Pocha.

A quienes estarán por siempre en mi corazón:Juvenal S., Roquelina T., “la tía María”, tío Plácido G.,Daniel y Titilo.

Queridos familiaresy amigos:

He querido compartir con ustedes una confidencia que guardé por mucho tiempo. Resulta que hubiera querido escribirles a todos muchísimos años atrás, cuando apenas llegué a estas tierras lejanas, y contarles, entonces, en dónde estaba, qué hacía y cómo era el lugar en el que vivía. Incluso hubiera querido decirles lo mucho que los extrañaba y lo mucho que los amaba.

Varios motivos fueron los que me impidieron poder enviar alguna carta. El primero fue que no me gustaba escribir. El segundo motivo fue que, en realidad, por aquellos años no sabía escribir. El tercero, y no menos importante, no conocía sus direcciones.

Aquel quinceañero del norte argentino, aquel pequeño paisano del campo, hoy solo me hace pensar en las décadas que han pasado. Sin embargo y aunque no lo crean, en el fondo de todo mi ser, sigo siendo el mismo Yuico de siempre.

La vida me ha enseñado que “ser” es el tesoro más valioso que podemos compartir, sin mezquindad. Por eso hoy me detengo a escribirles, y les digo así:

No esperes a que se pase la vida para ver quién eres,sé quién seas, ahora. Porque los años envejecen el cuerpo, pero allí, en el “ser”, sigue encendida la llama del vivir, la llama del alma, la llama de la vida.

Lo importante resulta en que cada momento vivido sea tan significativo que se lo atesore para siempre. Y todo ello se convertirá en nuestra historia personal, en nuestro propio libro, el que escribimos cada día, durante cada minuto en este mundo.

Los amo. Llevo en mi corazón a todos y a cada uno de quienes, de alguna manera, formaron y forman parte de mi vida y me hacen ser la persona que soy. Por el afecto, la amistad, el amor, les dedico estas humildes palabras que me trajeron hasta aquí.

YUICO

Pido a los Santos del Cieloque ayuden mi pensamiento,les pido en este momentoque voy a cantar mi historiame refresquen la memoriay aclaren mi entendimiento.

Martín Fierro (v. 7-12), José Hernández

Cielománt santúst mañaykishyanapaaychis pensasqaypi;mañaykichis kunan kaypiwillanaaykish historiaytachiriyachis yuyayniytakanchachis unanchayniyta.

(Traducción al quichua santiagueño)

Rutas

“Poncho salteño”, “Tucu”, “Yuico”, “Chango”, entre otros nombres. Así solían llamarlo a sus 15 años cuando andaba deambulando por ahí, tratando de vivir y sobrevivir solo, en Tartagal. Llevaba en la sangre el color borravino de su tierra, como así también las andanzas de la vicuña o de la alpaca, ya que a corta edad había tomado la ruta 50 desde Orán, para hacerse camino al andar.

Avanzó con la firme decisión de buscar un nuevo rumbo. Solo. Tan niño. Tan maduro.

Su aventura lejos estaba de jugar a la pelota, aunque fuese de trapo. Dejaba tras de sí huellas, en medio de una justicia sorda y ciega que nunca protegió a los niños. Una infancia sacrificada, vulnerable, casi explotada.

Aquella madrugada fría emprendió camino a pie, con un simple y pequeño bolso de mano en el que atesoraba solo un par de zapatillas de lona (las que eran recompensa y fruto del último trabajo), un pantalón, un pulóver y una camisa. Salió de esa tierra del noreste de la Provincia de Salta y llegó a su primer destino: un pueblo llamado Coronel Cornejo, donde había un campamento maderero. Pero ese lugar no lo retuvo. Se disponía fielmente a cumplir su primer objetivo que era llegar hasta Urundel, y sabía que nada ni nadie le harían cambiar de parecer.

Haciendo dedo, dejó por unos instantes de ser invisible para la sociedad. Y cuando ya llevaba cierto tiempo viajando en la soledad de la senda, alguien se detuvo y lo ayudó en el trayecto. Obviamente quien lo levantó del camino no pudo dejar de preguntar hacia dónde se dirigía, aunque la respuesta tampoco alcanzaría para llegar hasta donde el joven quería.

Se subió a la parte trasera de aquel camión de vialidad. Cuanto más avanzaban en el camino, más calor hacía. Y cuanto más calor hacía, más ardían las chapas del vehículo. En un momento le pareció a Yuico estar en una hoguera. Nada lo resguardaba del sol. No podía apoyarse en ninguna parte. Ni siquiera la brisa de la velocidad del transporte, era suficiente para traer algo de frescura. Todo lo contrario: solo servía para sofocarlo aún más. El bolso valió de apoyo y pudo con él seguir adelante, en aquel viaje que lo alejaba de su antiguo hogar.

Finalmente llegaron a Pichanal, y allí se bajó Yuico. Agradeció al conductor que lo hubiera trasladado y lo tranquilizó diciéndole que continuaría camino por otra carretera, la ruta 34. Prontamente trató de cobijarse bajo la sombra de una tusca de hojas ralas y carentes de ramas. No era mucho, pero algo lo protegería del sol.

Allí estaba él. Carita morena, ojos que querían sobreponerse de alguna tristeza oculta. Un semblante desprovisto de emoción. El cabello espeso y ondulado. Manos curtidas por las inclemencias de la vida, pero audaz, tenaz, con ímpetu por seguir adelante. Los párpados se le caían como queriendo cerrarse. Casi se adormece en el silencio del paisaje. Descansó un instante, pero siempre atento a sonidos y movimientos, hasta que una camioneta estilo rastrojero —que se avizoraba a la distancia— lo recogió de la ruta, para aventajar un tramo más del camino. El hombre resultó muy amable y luego de conversar un rato le ofreció un trabajo temporal (o “changuita”, como se dice informalmente en aquellos pueblos), y así ambos se ayudarían en el andar.

El joven actuaba en silencio. Trabajó para él y subió cientos de cueros de vaca a un acoplado (o camión jaula de hacienda), que era común ver en esa zona. Si bien el hombre le dijo que cargara hasta donde pudiera (porque lo había advertido de contextura pequeña, casi frágil), nunca imaginó que en un par de horas lograría culminar el difícil quehacer en su totalidad. Y no era tan sencillo completar la capacidad de carga en los siete metros de largo que tenía el vehículo.

Eso sí, el muchacho jamás olvidaría el olor putrefacto de esos cueros ni, mucho menos, los gusanos que le impregnaban la piel y la ropa. Pero estaría dispuesto a eso y a mucho más para seguir el rumbo hacia una vida mejor. Estaba seguro de que “Diosito”, como él le decía afectuosamente, lo protegería en todas partes, lo llevaría de su mano, lo cobijaría en su regazo, porque a pesar de las inclemencias de la vida, Yuico estaba allí, sano, fuerte, y agradecido.