33 años en 48 horas - Alejandro Martín Pérez Guahnon - E-Book

33 años en 48 horas E-Book

Alejandro Martín Pérez Guahnon

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Beschreibung

¿Te has preguntado alguna vez cómo sería que te arrancaran el brazo de golpe y sin previo aviso? ¿Cómo te sentirías si te arrebataran el corazón abruptamente metiéndote la mano por la garganta sin reparo? ¿Podrías imaginar ese sentir? Ahora, imagina que te sacaran al hijo que formaste en tus entrañas por largos y preciosos 9 meses y lo alejaran de ti para siempre, cortando el cordón umbilical que te une a él mientras estás dormida. Esto es lo que le sucedió a Nélida Isabel Benítez. Una madre que luchó por su hijo y lo perdió en manos de la justicia. Después de reclamar por todos los medios posibles, logró hacerlo a través de la justicia, pero se lo negaron por no tener la fortuna de ser de una clase social media. Para la justicia, Nélida no se merecía a su hijo. O su hijo no la merecía a ella, aun siendo su madre… creían que merecía algo mejor. Pero, ¿existe algo mejor que una madre? Ella tiene bajo su ala su propia verdad. Los padres adoptivos tienen la suya. Todos vivieron con su verdad como base, sobre la cual caminaron. 33 años después del arrebato, ¿quién dice la verdad? ¿Cuál debería creerse? ¿Cuál creerías tú? A partir de todo lo que fue averiguando y entendiendo, Alejandro logró construir su propia verdad. Tan solo 48 horas fueron las dispuestas para entender 33 años de vida, para encontrar respuestas, ni más ni menos. ¿Cómo es posible? ¿Cómo se puede conocer a uno mismo en tan poco tiempo? Descubre cómo Alejandro logró saber quién era tras 33 años, en 48 horas. Acompaña a Nélida Isabel Benítez y Alejandro Pérez en un viaje emocional que te hará reflexionar sobre la justicia, el amor de una madre y el verdadero significado de la verdad.

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Alejandro Martín Pérez Guahnon

33 años en 48 horas

Pérez Guahnon, Alejandro Martín 33 años en 48 horas / Alejandro Martín Pérez Guahnon. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2023.

Libro digital, EPUB

Archivo Digital: descarga y online

ISBN 978-987-87-4276-2

1. Novelas. I. Título. CDD A863

EDITORIAL AUTORES DE [email protected]

Editora profesional: Agustina Garber

Agusgarber.com (google.com)

IG: agus.garber

Mail: [email protected]

Índice

CAPÍTULO 1 (“La llamada”)

CAPÍTULO 2 (“Nélida Isabel”)

CAPÍTULO 3 (“Ester y Alberto”)

CAPÍTULO 4 (“Alejandro Martín”)

CAPÍTULO 5 (“La búsqueda”)

CAPÍTULO 6 (“Martes 13”)

CAPÍTULO 7 (“Empina Boom Boom”)

CAPÍTULO 8 (“Chat Con Gi”)

CAPÍTULO 9 (“Primer abrazo”)

CAPÍTULO 10 (“El viaje de mamá”)

CAPÍTULO 11(“La verdad”)

Este libro está dedicado a mis 2 hijas, Jazmín y Azul.Y a mis 2 madres, Ester y Nélida.

PRÓLOGO

Este libro está escrito en base a todos los datos recopilados mediante una carpeta que mi madre adoptiva me quiso entregar por primera vez a mis 18 años. 

Convertirme en padre despertó en mí la necesidad de adentrarme e inmiscuirme en mis raíces.

A los 33 años creí sentirme suficientemente maduro como para afrontar todo lo que podría llegar a pasar una vez abierto ese archivo, cual llave quien sabe a dónde o a qué…

Claramente todavía sigo navegando en un mar de emociones.

Toda la información de este libro es gracias a los testimonios de mis padres biológicos y adoptivos, con los cuales tuve varias y largas charlas (por separado, con cada uno de ellos) para poder encargarme de que la historia no se entorpezca.

Luego de una larga investigación, la cual comencé y continúa hasta el día de hoy, pude recopilar datos a través de las redes sociales y lograr encontrar a mi familia biológica.

Hoy elijo adoptar a mi sangre, a mis raíces, a mi familia biológica como mi familia del corazón. 

Hoy soy feliz,

Alejandro Martín.

INTRODUCCIÓN

Si esto es el paraíso y estoy muerto, entonces puedo decir que es precioso.

Mi único deseo es que mis familiares no sufran por mí. Estoy en un lugar demasiado hermoso.

Si esto es real, mi sentimiento es ese mismo: Todo mi cuerpo y mente sienten que están en el cielo y es la única forma de que todo esto esté sucediendo... porque es demasiado. Demasiado intenso, demasiado humano.

Esta es una historia real. Debido a la sensibilidad del tema, se han cambiado algunos nombres para proteger la privacidad de las personas involucradas.

 

CAPÍTULO 1 (“La llamada”)

Buenos Aires, Argentina

10.30 horas

Se encontraba parado sobre la inmaculada alfombra verde petróleo, mirando la ventana entreabierta de su oficina. Tenía la costumbre de abrir con sus dedos las finas láminas de aluminio de su persiana americana para, a través de ellas, observar el tránsito pesado y los bocinazos que se escuchaban de fondo a los que se le sumaba una sirena de ambulancia. Totalmente histérico, Alberto cerró la ventana con fuerza, como si estuviera furiosamente enojado por alguna razón, y luego de dar ese sólido golpazo, el sonido de la calle se esfumó como por arte de magia. No imaginaba que el adoptar un bebé recién nacido le quitaría tantas horas de descanso, generando un mal humor y una susceptibilidad de muy baja tolerancia.

Los colores de Kandinsky sobresalían como queriéndose escapar del marco negro de madera, resaltando la decoración del espacio que se caracterizaba por colores clásicos en tonalidades tierra. Justo debajo del cuadro, se encontraba un enorme escritorio de mármol color crema protagonizando la escena, y sobre él, un teléfono antiguo.

Podría considerarse que era unprivilegiado, gracias al trabajo y esfuerzo de toda su vida.

Distraído, mirando su colección de tomos del Código Civil de la Nación corroborando que estuvieran perfectamente acomodados, Alberto se demoró en darse cuenta de que su teléfono estaba sonando. Se apresuró a tomar la llamada para no perder la posibilidad de captar a ningún posible cliente de su estudio contable, sin sospechar que esa llamada inesperada nada tenía que ver con cuestiones referidas a lo laboral.

—¡Hola!

—Doctor, le paso una llamada importante. Es una asistente social del estado que quiere hablar con usted.

—Gracias Mary…

Haciendo un paralelismo, así como el italiano Antonio Meucci inventó el teléfono para conectar su oficina con su dormitorio, y así poder hablar con su esposa que estaba inmovilizada en cama por una enfermedad que más tarde dio fin a su vida; La oficina de Alberto y la de Mary, su más fiel asistente, se unían también por un teléfono (no mucho más moderno que aquel) con la diferencia de que, en este caso, la llamada que acababa de ingresar, no hablaría de muerte sino de vida. 

Se escuchó a Mary colgar el teléfono que los comunicaba entre la sala de espera y su despacho, ubicado en la Avenida Avellaneda casi esquina Nazca, donde se encuentra la eterna disputa entre los manteros y comerciantes.

—Hola.

—¿Doctor Pérez? Soy Nilda Incausti ¿Me recuerda?

—Hola Nilda. Sí, por supuesto que la recuerdo ¿Qué pasó? ¿Está todo bien?

—Sí doctor, quería hablar con usted si es que tieneun minuto…

—Claro, Nilda. ¿Sucedió algo malo? Dígame en qué puedo ayudarla.

—No, para nada, es que tengo una información desde acá que a usted le podría interesar. ¿Cómo se encuentra Gabriel?

—¡Gabi está muy bien! ¡Creciendo mucho! Con su mamá peleamos por cambiar sus pañales cuando se ensucia así que ¡imagínese usted! Jajaja. Dígame Nilda, qué es lo que tiene para contarme.

—Bueno doctor, le cuento. La última vez que los vi, tuve el atrevimiento de escuchar lo que usted y su señora estuvieron hablando. No es que me considere chusma, y no quisiera entrometerme, pero los vi tan entusiasmados con la adopción de Gabriel… Reconozco que me resultó sorprendente el hecho de que, ya habiendo cumplido el sueño de convertirse en padres, estuvieran hablando de volver a adoptar en un futuro cercano. Eso demuestra que usted y la señora Ester tienen un corazón enorme y están altamente capacitados y calificados para ayudar a más niños que lo necesitan. Yo tengo entendido que ustedes querían adoptar una niña como hermanita para el nene, para Gabi. Sin embargo, en este caso estoy al cuidado de un niño recién nacido, un varoncito. Su madre no puede hacerse cargo de él ya que es muy pobre e indigente, usted sabe cómo son las cosas acá en Misiones.

—Me deja helado, Nilda. Por empezar, no me esperaba esta llamada. Por supuesto que tenemos ganas de volver a adoptar. No es condición, ni nos interesa demasiado el sexo, en tal caso era un simple deseo. El hecho concreto es que todavía no creemos estar preparados para comenzar a buscar nuevamente, o pensar en la idea en concreto, con la responsabilidad que ello conlleva. Hace solamente un año y medio que adoptamos a Gabriel, todavía nos estamos adaptando a él, y él a nosotros. Conversamos periódicamente con mi esposa sobre la idea de mudarnos a un lugar más grande en el caso de volver a embarcarnos en este camino, y pensar en agrandar la familia.

—Lo entiendo totalmente, Alberto. Usted ya sabe cómo es el tema de las adopciones acá en la provincia. Todo ciudadano que haya sido ingresado en “lista de adopción’’ puede negarse a comenzar el “periodo de guarda” con la penalidad de ser redirigido al final de la lista. Este afán podría demorar varios años una nueva adopción, lamentablemente, generando de ese modo un gran contratiempo. Además, Alberto, déjeme decirle una cosa: si no logro encontrar una familia para este niño, se quedará en la calle porque aquí no hay nadie que pueda hacerse cargo de él. 

Tras un extraño silencio parecieron escucharse susurros detrás, como si Nilda estuviera hablando con alguien más. Y luego de un bache, la asistente continuó:

—Su madre fue muy clara cuando aseguró que no podía encargarse de él.

Mientras caminaba nervioso, dando vuelta en círculos, se sintió observado fijamente por su propia madre desde unos de los portarretratos al pie de la ventana. Lo tomó con sus manos para acercarse a ella buscando una señal, para saber qué hacer. Recordó que ella llegó al país escapando de la Segunda Guerra Mundial, y que siempre hizo énfasis en el valor de la familia unida y numerosa, y en la importancia de la reproducción del pueblo judío.

Como si no fuera suficiente aquella “señal”, a su lado (en la foto) se encontraba el rabino Moishe Korin, quien encabezaba la comunidad de la que eran parte, y a quien tenía como referente.

Después de varias respiraciones profundas, el señor al fin respondió:

—Nilda, permítame hablar con mi esposa y digerir todo lo que acaba de decirme. Realmente me ha dejado confundido y sin aliento. No puedo tomar una decisión así ahora mismo, ni hacerlo solo.

—Excelente Alberto, hable con ella. Cuando estén decididos (intuyo que así va a ser) le pido por favor que se presenten en la Clínica Posadas. ¡Tenga ustedun muy buen día!

Escasos minutos más tarde el padre de familia se comunicó con su esposa, quién se encontraba cuidando al hijo en común, Gabriel, de un año y medio de edad.

Alberto y Ester constituían un matrimonio judío de clase media alta. Gracias a la ayuda de José, el padre de Ester, un arquitecto recibido en la Universidad de Buenos Aires, y gracias a sus numerosos contactos, lograron conseguir un buen departamento en el piso 11 de la torre ubicada en Av. La Plata 555 en el barrio de Caballito, para poder convivir cómodamente en sociedad marital.

—Hola Ester, me acaba de llamar Nilda Incausti.

—¿Nilda Incausti? ¿La asistente social?

—Sí, la misma. Me comentó que tienen otro niño en adopción. Refiere habernos escuchado decir que estamos en búsqueda de una hermana para Gabriel, por lo que me llamó diciendo que tiene un nene a cargo, aunque no es rubio como Gabi…

—¿Así te dijo? Qué extraño…

—Me dijo que, si queremos adoptar, tenemos que viajar hoy mismo a Misiones para poder iniciar el trámite.

—Pero Alberto, ya lo hablamos… dijimos que íbamos a esperar un tiempo para pensar en adoptar nuevamente.

—Sí, eso mismo le dije a Nilda, pero ella insistió en que si no adoptamos a este niño, nos dirigirían al final de la lista para futuras adopciones. Fue persistente en que deberíamos aprovechar esta oportunidad.

—No sé qué decirte, me dejas perpleja con lo que me planteas. Necesitamos tiempo del que no disponemos para pensarlo detenidamente, y esto me abruma.

—Para colmo me dijo que, si no nos decidimos a adoptarlo, existe una gran posibilidad de que el bebé se quede en la calle porque su madre lo abandonó.

—¡¿Lo abandonó?! ¡¿En la calle?! Sin embargo, Nilda nos comentó acerca de unaguardería en Posadas donde cuidaban de muchos niños huérfanos. ¿Provisoriamente no puede llevarlo ahí?

—No sé, Ester. No pude hablar mucho con ella, solo te cuento lo que me dijo. Habló de una manera muy apresurada y a su modo… nos invitó a viajar a Misiones para poder conocerlo.

—Bueno Alberto, te espero en casa para que lo hablemos.

Sin pensarlo demasiado, esta pareja porteña tomó un taxi hacia el aeropuerto ubicado en el corazón de la ciudad de Buenos Aires para una vez allí, poder comprar cuatro pasajes con destino a la ciudad de Posadas. Habían coordinado encontrarse con la misma asistente social que los asesoró y tramitó la adopción de su primer hijo, Gabriel Hernán. Una vez en Misiones, se encontrarían directamente con ella en la clínica donde nació su primer hijo acogido.

El cuarto pasaje era para Virginia, una chica que los ayudaba con las tareas de la casa, pero que sobre todo los ayudaba a cuidar a su primogénito cuando ninguno de los dos estaba disponible.

Tener gente ayudando en las tareas de la casa, y/o niñeras era otro factor para determinar a una familia de clase media/ alta, quienes podían pagar el sueldo a una persona para poder seguir creciendo personal y financieramente, al mismo tiempo que se aseguraban del bienestar y cuidado de sus hijos. 

—Todavía sigo pensando que fue muy extraño el llamado de Nilda. Resultó demasiado sorpresivo e inesperado para mí. Su forma de hablar era distinta a la que conocimos cuando adoptamos a Gabriel el año pasado. Se la notaba más fría… no sé cómo describirlo con precisión. 

—Y bueno, Alberto, ya sabés cómo son los tratos en la provincia. Estuvimos el año pasado viviendo por varios meses y creo que hemos visto cómo son las cosas allá. Parece normal que la gente no pueda hacerse cargo de sus hijos por distintas razones, especialmente la pobreza como principal impedimento. Agradezcamos que tengan la decencia y entereza de dejarlo en manos de gente que pueda conseguirles una familia, con amor y los recursos necesarios para unabuena educación, alimentación y crianza.

—Sí, lo sé. Coincido con lo que decís. De todas formas, me sigue resultando extraño. Con la adopción de Gabriel estuvimos un tiempo ayudando a la madre biológica y hasta vivimos un tiempo en Posadas. En este caso no nos pidieron nada con anterioridad y nos avisan el mismo día del nacimiento. Si la lista de los interesados en adoptar es tan grande ¿por qué no buscaron a otros padres que hasta el momento no tengan ningún niño, en vez de ofrecérnoslo a nosotros?

Fue entonces cuando el bebé (Gabriel) se largó a llorar interrumpiendo la charla, mientras Ester, nerviosa e inquieta hacía lo posible para calmarlo, y así poder seguir ahondando en este tema con su marido. 

—¿Vos estás seguro de que Virginia va a llegar? Hay demasiado tráfico, menos mal que le dijimos que salga con tiempo…

Mientras miraba a su esposa, Alberto apoyó la mano izquierda en su frente a causa del cansancio y el estrés de la andanza, la situación, y la incertidumbre. 

—Le avisamos hace solamente 3 horas. Ya sabíamos que existía el riesgo de que se retrase al venir hasta acá… esperemos sin desesperarnos. Va a llegar en cualquier momento. Al fin y al cabo, de toda esta situación creo que es de lo que menos debemos preocuparnos. 

Ese 16 de diciembre había paro de transportes debido a diferencias entre el sindicato y el gobierno de turno, así que Virginia estaba en camino, pero retrasada. Le avisaron sobre la hora, estaba tratando de llegar lo antes posible, y aunque se esforzó, eso nunca sucedió. No logró hacerse presente a tiempo.

—Te dije que no iba a llegar ¡que desilusión! ¿Una vez que le pedimos una cosa no puede apurarse y llegar a tiempo? La necesitábamos realmente.

—Vamos a tener que arreglarnos sin ella.

Así lo hicieron. En lo que no pudieron reparar, fue en la sorpresa al escuchar los comentarios justo al bajar del avión: 

—¿Ustedes son porteños? Qué raro verlos por acá. Se los pregunto porque, por lo general, si vienen hasta acá es para comprar chicos…

Intentaron no mostrar demasiada sorpresa, aunque era inaudito lo que les insinuaban.

No mucho más tarde fue cuando el taxista les dijo al subir a su auto: 

—Por la tonada supongo que vienen de Buenos Aires ¿no? ¿Por casualidad nos visitan con la intención de adoptar? Veo que tienen unhijo, y muy chiquito. Aun así, si ustedes quieren yo puedo conseguirles otro nene…

—No, señor. Le agradecemos, pero nosotros venimos a adoptar legalmente.

Posadas, Misiones

Sanatorio Posadas 21.00 horas

Ahí, por fin estaba ella: Nilda Incausti. Sin que nadie notara las marcas que tenía en sus muñecas, estaba inmiscuida entre las peceras en las que dentro de ellas lloraban 3 bebés recién nacidos. Fue inteligente y rápida para, entre otras cosas, bajarse los apretados puños de las mangas del buzo azul oscuro con cierre que llevaba puesto ese día. Porque, aunque no hacía frío, la situación era escalofriante. 

A su lado, yo.

Ester y Alberto se fueron acercando de a poco hacia mí, paso a paso, hacia lo que sería undestino juntos: el nuestro, como una nueva familia. 

Algo nerviosa, mientras una gota de sudor le caía por el costado de la cara, y con llamativa dulzura y bondad, Nilda les habló:

—Este es el hermanito de Gabriel. Yo voy a estar más tranquila si el bebé duerme con ustedes en el hotel y no se demoran demasiado en llevarlo. Acá las enfermeras se roban a los chicos, y ese es mi temor. Les aconsejo que vayan yendo, en lo posible con cierta prisa…

¿Cuál era la prisa? Si yo acababa de nacer hacía unas pocas horas. 

CAPÍTULO 2 (“Nélida Isabel”)

Puerto Rico es una ciudad argentina ubicada en la provincia de Misiones, siendo cabecera del departamento Libertador General San Martín. Fue fundada por el ingeniero agrimensor Carlos Culmey, como colonia de alemanes católicos.

Misiones es una de las 23 provincias que componen la República Argentina, al norte, limita con el territorio de Corrientes, y a muy pocos kilómetros de la triplefrontera con Paraguay y Brasil.

En los años 60, en algunas provincias del país, las mujeres a punto de parir acostumbraban a escapar desde la ciudad hacia el monte, para de ese modo evitar que parteras, enfermeras, médicos, punteras o “buscapanzas”, las despojaran de sus hijos al dar a luz para el tráfico de personas o para otros fines. La mayoría de esas mujeres, algunas de muy corta edad, se veían obligadas a dejar sus casas y sus familias para poder llevar sus embarazos adelante, debiendo esconderse en el campo, donde en ocasiones vivían durante meses en casas muy precarias y se alimentaban con lo que podían, resultando un riesgo para ellas y para el niño o niña en su vientre.

Nélida Isabel Benítez nació en Puerto Rico, Misiones, un 3 de marzo, aunque su nacimiento fue registrado el día 19 de ese mismo mes.

Sus padres fueron Pablo Benítez y Andrea Bejarano. Sus hermanos mayores, María y Quito, habían nacido también en Misiones, pero en su capital, Posadas. Además de los hermanos anteriormente nombrados, existieron también Ángel (fallecido por Meningitis), Any, Tuy, Pototy, Suny y Mingo, en orden de edad. 

Sus padres nunca le pudieron explicar por qué, a diferencia de todos sus hermanos, en su caso debieron irse del núcleo urbano hacia los suburbios a tenerla: si por las razones antes enumeradas o por un tema estrictamente económico. Eso es algo que Nélida jamás supo, incluso no existe registro fidedigno de su nacimiento más allá de la fecha, que de por sí es errónea. 

Según el relato de Pedro (su padre) ese 3 de marzo de 1956 fue el día en que su esposa comenzó con el trabajo de parto. Sin médicos presentes, en una cabaña totalmente sucia, y contando solamente con unas toallas húmedas, el papá de Nélida notó que salía la cabeza de su hija de la concha de su madre y no dudó en asistirla para su llegada a este mundo. Sin ningún tipo de conocimiento médico, su función durante el parto fue la dedar apoyo emocional a la madre, sin que esto signifique simplemente permanecer a su lado, debiendo asumir una actitud activa. 

Estar tan alejados deun centro médico en condiciones, probablemente generó mayor presión en ellos en su responsabilidad como padres, sobre todo en un momento así, movilizante. Inconscientemente estaban siendo parte del sistema, considerándose a sí mismos humildes e ignorantes y, por ende, con pocas herramientas para cuestionar irregularidades a su alrededor, las naturalizaron.

Pedro era un pobre hombre, mujeriego, que no perdía oportunidad de relacionarse con toda mujer a su alcance. Viajaba a Paraguay con regularidad, dejando a su hija desistida en la choza en la que había nacido al cuidado de una señora vecina muy mayor, cálida y amorosa. Nélida recuerda que fue tratada con mucho amor por esa matrona que no era su madre de sangre, pero en más de un sentido, actuó como si lo fuera.

Según su propio relato: 

Desde que tengo recuerdos, viví con ella. Su nombre era Emilia. Fue quien me enseñó desde la pobreza los valores del respeto, la educación y el modo correcto de caminar en la vida. Llevaba a cuestas una historia muy dura y no quería que yo viviese lo mismo. Así que desde chica me inculcó vivencias que me sirvieron para ser unapersona inteligente y no meterme en problemas, o peor, donde no me llamaran.

Papá venía a visitarme de vez en cuando a esa casa y a veces me llevaba con él a Posadas, pero en el fondo de mi corazón yo sentía que era una carga para él y para mis hermanos.

Convivían en una vivienda sobre una esquina deunacalle sin salida. Todos vivían bajo la sumisión y abusos por parte del hombre de la casa. Debido al terror que le tenían los hijos y la esposa a ese padre, Nélida comprendió que el haber nacido en el monte y haberse criado lejos de esa casa resultó ser un privilegio, casi una salvación. 

Sus hermanas mayores fueron las que sufrieron la peor parte, siendo víctimas directas de amenazas, maltratos y violaciones. Nélida nunca protagonizó ni fue testigo de esas aberraciones, pero no logró sacar de su mente los rechinados sonidos de la madera húmeda de la deteriorada catrera en las madrugadas. Como instinto animal, ella se hacía pis en la cama creyendo que así espantaría a ese monstruo, pero lo que en verdad la salvó fue el haber vivido su infancia en el monte junto a esa señora que, entre otras cosas, le enseñó a defenderse.Una vez, siendo chiquita, en una reunión familiar, su hermana Mary le dijo a su papá (haciendo alusión a su hermana):

—Papá, ¡mirá la bombachita nueva que se compró Neli!

Cuando su padre atinó a levantarle el vestido, ella se zafó golpeándolo ante su acercamiento y, en consecuencia, él no volvió a intentarlo.

Al regresar a su casa se lo contó a Emilia. Ella la felicitó por haber llevado a la acción unacto de defensa tan relevante, y nada sencillo.

A la edad de 7 años, contraje tuberculosis y mi papá decidió dejarme en el hospital Madariaga, lugar donde pasé gran parte de mi niñez. Recuerdo que, durante las horas del día en la clínica había mucha gente hablando y corriendo a un ritmo vertiginoso, siempre apresurada. Por el contrario, durante las noches se sentía unsilencio atroz, temeroso, que se alteraba con los sórdidos gritos de dolor de las personas internadas. Se respiraba angustia.

Sin embargo, una pareja de enfermeros fue mi oxígeno: observó que estaba viviendo en el hospital, se apiadó de mí y me llevó a su casa para asegurarse de que estuviera bien alimentada, brindándome unarica y cómoda cama que no se comparaba con las frías y duras camillas del hospital. El nombre de ella era Ida y el apellido de él, Vargas.

Con tan solo 12 años trabajé en el colegio Santa María como cadete para el profesorado. Yo necesitaba seguir poniendo en práctica mis enseñanzas, las que Emilia me había instruido.

Luego de un tiempo, el Monseñor Kemer, quien además de ser mi jefe me tenía mucho aprecio por la labor que yo hacía, abrió su propio profesorado (el Instituto Ruiz de Montoya) y no dudó en llevarme a trabajar con él. La verdad es que a mí me estaba yendo muy bien y mi familia necesitaba ayuda en casa. Al mismo tiempo trabajaba en una iglesia evangélica, y aunque suene contrastante, no me importaba trabajar en un instituto privado católico y a la vez en uno público, de una religión tan distinta, ya que mi necesidad principal era trabajar y solo me concentraba en ello.

Mi hermana mayor, María, a quien le decíamos Mary, era desprolija. Se escapaba por las noches para trabajar en los lugares más pesados y turbios de Posadas.

Mary es una mujer 4 años mayor que yo y tuvo una infancia horrible: mi madre, Andrea Bejarano, incitaba y la convencía para que se acostara en la cama de nuestro propio padre para ser manoseada por él. Esa práctica se convirtió en algo tan común, lamentablemente en la vida de ella, que quizás esa fue la razón por la que terminó trabajando en la prostitución.

Años más tarde, al verla tan mal, le rogué que dejara la calle, traté de ayudarla para que modificara sus hábitos y se alejara de ese horrible ambiente. Le di mi puesto de trabajo junto con mi certificado de finalización de estudios primarios que era requisito para entrar a trabajar. Quizás fue el peor error de mi vida, aunque en ese momento me pareció que era lo que debía hacer por mi hermana. Me refiero a una equivocación al haber entregado, no solo mi empleo de años (tras el esfuerzo que me había costado) sino también la confianza que me había ganado por parte del Monseñor Kemer, unaentidad y personalidad reconocida en la provincia.

Mi hermana mayor era adicta a las drogas, tuvo inconvenientes con muchos empleados del instituto del monseñor y hasta le faltó el respeto a él. Yo había puesto las manos en el fuego por una persona que era totalmente opuesta a mí.

Nunca se curó, no pudo salir adelante ni encauzar su camino. Finalmente, lo último que supe al respecto fue que la sancionaron.

Más adelante en la historia, y siendo consciente de que esto que cuento es fuerte pero muy gráfico, mi hermana Mary tuvounhijo con mi papá Pablo Benítez. Su nombre es Eduardo, Edgardo Benítez: mi hermano y sobrino.

Volviendo a mi infancia, toda la vida tuve hermosos recuerdos de esa pareja de enfermeros que me crio. El mundo es tan chico que, siendo más grande, y ya teniendo a 4 de mis hijos, comencé a buscar trabajo en casas para limpiar. Cuando toqué la puerta en una esquina, encontré a esa dulce señora. Era ella, la misma que me cuidó, alimentó e hizo todo por mí, cumpliendo (al igual que Emilia) el rol de una madre.

Cuando las dos entramos en razón y nos dimos cuenta de quiénes éramos, nos dimos un abrazo como esos que nos dábamos antes de dormir. Me comentó que seguía viviendo con su misma pareja, Don Vargas, y que habían tenido dos hijos varones. Que la única hija mujer seguía siendo yo, para ellos.

La señora no dudó en darme trabajo para que cuidara de su casa y por primera vez volví a sentir ese amor que hacía mucho no percibía: el amor de una mamá por una hija, ese amor incondicional tan anhelado por todos. Fue enorme y genuina la alegría de volver a sentir que estaba nuevamente en casa. Y fue maravilloso, en lo personal, que pudieran conocer a mis hijos.

El reencontrarme con esa familia, me llevó a recordar mi juventud, en la que tuve mi primer novio. Por primera vez me sentí enamorada, éramos chicos, pero aun así llegamos a soñar con una boda. Cuestión que a mi hermana Mary no le gustó nada, y junto con mi mamá inventaron que él era homosexual, y que la pareja no duraría. Mi papá me dijo que jamás me casaría antes que mi hermana mayor (caprichos o costumbres de la época, supongo). Fue entonces cuando la boda se canceló, la pareja se arruinó porque mi familia hizo todo lo posible para que no pudiéramos vernos, y de esa manera me alejé forzosamente de él. A los pocos meses de nuestra dura separación, encontré a mi hermana Mary con el que iba a ser mi esposo. Había arruinado mi boda para quedarse con el hombre del cual yo estaba enamorada. El tiempo se encargó de curar esas heridas y aun así yo tenía que continuar ayudando en mi casa, obviamente. No había otra opción.

Para animarme y ayudarme a olvidar los amargos momentos que me habían hecho pasar mi hermana Mary y mi exnovio, íbamos al cine con una amiga del colegio. Enuna de esas oportunidades me presentó a su hermano, Eugenio Meza. Yo le decía Coco. Nos conocimos y creo que nos gustamos desde el principio, o por lo menos eso es lo me pasó a mí. Éramos jóvenes, él trabajaba en un taller de autos y yo en una fábrica de almanaques. Nuevamente tenía un novio con el que, de a poco, comenzamos a tener planes y proyectos en común, para los cuales necesitábamos juntar nuestra plata. Fue entonces que pusimos un kiosco, gracias a la brillante idea de mi papá de armar unnegocio que le permitiera tener al alcance alimentos al costo, y en la puerta de su casa. Nos sugirió armar un cuarto para que podamos vivir juntos allí. Era el terreno donde vivían él, mi mamá y mis hermanos, el de la calle sin salida.

No queda del todo claro si fue a conciencia o un mero acto casual el estar ayudando a su hija, o solo vivirlo como un beneficio propio. 

Cuando mi hermano mayor, Quito, se dio cuenta de que nos estaba yendo bien, comenzó a consumir los productos del negocio (cerveza, caramelos para la hija, etc.). Quito era una persona complicada, y alcohólica, y que para colmo consumía productos del kiosco sin pagar. Coco me propuso dejar de invertir en el kiosco, que se iba a pique con mi hermano metido ahí. Quedó Quito entonces como encargado del negocio, gastando y comiendo a merced hasta fundirlo. Esa, y otras múltiples razones, llevaron a la consecuencia de que al poco tiempo todo fuera insostenible y el puesto tenga que cerrar.

Quito decía que las mujeres no podían hacerse cargo de negocios importantes, sino que, por el contrario, su tarea debía ser limpiar casas, cuidar niños y limitarse a eso.

Era el año 1978. Había nacido Gonzalo, mi primer hijo. Era un hermoso bebe y estábamos esperando felices a nuestra segunda hija, Carolina, que estaba en camino.