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Miguel Bilbao Capdevielle narra, en estas memorias, su travesía desde una infancia marcada por el exilio tras la Guerra Civil Española hasta su controversial participación en el Batallón de Inteligencia 601 en la Argentina de los años 70. Con tono confesional y defensivo, busca limpiar su nombre frente a las acusaciones de crímenes de lesa humanidad, ofreciendo su versión de los hechos, los dilemas éticos enfrentados y los momentos clave que marcaron su vida. Es una obra cargada de historia personal, política y social, que permite al lector asomarse a los pliegues ocultos de una época oscura de la historia argentina.
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Seitenzahl: 351
Veröffentlichungsjahr: 2025
LUIS MARINO EJARQUE
Ejarque, Luis Marino601 : la otra historia / Luis Marino Ejarque. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2025.
Libro digital, EPUB
Archivo Digital: descarga y online
ISBN 978-987-87-6862-5
1. Relatos. I. Título.CDD A860
EDITORIAL AUTORES DE [email protected]
SEMBLANZA
LA OFICINA
OTRA RESPONSABILIDAD
ESPECIALISTA EN MONTONEROS
EL MONTE TUCUMANO
SEGURIDAD FEDERAL
MARIA ELPIDIA Y TOTONA
PROCEDIMIENTOS
DOCENCIA Y ACCIÓN
BRASIL
OPERACIÓN DERECHOS HUMANOS
SUIZA
LA ÚLTIMA MISIÓN
COROLARIO
Para la sociedad enferma por la mentira,la verdad es la única esperanza de curación
Tiempo después, el 23 de Abril de 2013, perdí mi libertad. A las 7 de la tarde de ese día, un grupo de la Policía Federal, encabezado por el Comisario, uniformado de gala, me daba orden de detención, por hallarme involucrado en crímenes de “lesa humanidad”. Cito esto así, escuetamente, porque intentaré explicar todo lo que ello involucra, en un documento, donde relataré la verdad de todo lo ocurrido hace más de 40 años, y que, para tranquilidad espiritual de aquellos que mucho me importan, quiero que lo sepan y estén seguros de que Miguel Bilbao Capdevielle no es un criminal y tiene su conciencia muy tranquila al respecto.
Dicho esto, un año y tres meses después de lo mencionado, que es el tiempo que me ha llevado digerir malamente lo sucedido, y atendiendo a los reclamos de aquellos que tienen interés en mis memorias de vida, intentaré continuar con ellas. En este lapso, y debido a los trastornos que he vivido, he extraviado documentación que había juntado para ayudar a mi memoria, por lo que, a partir de ahora, el relato queda librado al estricto funcionamiento de mis neuronas. Que Dios se apiade de mí! ( Textual de sus memorias)
Ya eran suficientes 20 largos en la pileta… a los 91 años no habría muchos que lo lograran. Su afecto por la natación estaba intacto. El agua fue siempre un medio en el que se sintió dueño de la situación, desde los pozones de “Lindo Lugar” en Molinari, o la pileta de Villa Begonia en La Falda, o el mar abierto en su querida y añorada Necochea. Se secó apenas con un toallón y se tiró en una reposera a contemplar el atardecer, como lo hacía habitualmente en la confortable casa de General Pacheco…. Los días se hacían largos y los recuerdos recurrentes. Bastaba con cerrar los ojos para que se mezclaran como un torbellino su infancia en el coqueto departamento de Callao 67, sus vacaciones de niño en La Falda, la empresa familiar y el trabajo que terminó por darle un vuelco trascendente a su existencia. Siempre terminaba cayendo en cuenta de tener una vida de libro cinematográfico cuyo final percibía más por una cuestión de ánimo que por dolencias o debilidades físicas.
Prolijo en sus costumbres, Miguel Bilbao realizaba sus caminatas por el barrio, que incluía parada por un cafecito en la Shell de la esquina. Paseaba su figura delgada y erguida deteniéndose para el saludo de los vecinos que lo estimaban como al personaje habitual que se había transformado en parte del paisaje.
Entre estos vecinos me encontré, entablando con Miguel una relación amistosa que pronto se nutrió de una confianza mutua que me permitió conocer la riqueza de sus vivencias y algunos “secretos” que su condición procesal tenía vedada a la propia justicia. Ante los datos dispersos que me permitían tener una semblanza del personaje, le propuse charlar seriamente y recopilarlos, ya que me parecía sumamente enriquecedor y testimonial.
Hablaba siempre con mucho cariño de la casona en la que pasaba sus vacaciones en La Falda, Villa Begonia. La habían construido sus padres cuando él era joven, y era tal su entusiasmo cuando recordaba ese lugar que sus ojos adquirían un brillo especial. La frecuencia con que por entonces viajaba yo a Valle Hermoso, me empujaron a invitarlo a acompañarme para que viera como estaba hoy todo aquello que tanto añoraba. Después de agradecerme me confesó la imposibilidad por la sencilla razón de estar con prisión domiciliaria acusado de crímenes de lesa humanidad.
A partir de allí, el diálogo giró siempre entre la veracidad de los hechos, el manejo de la historia y la propia conciencia de Miguel, convencido de la inutilidad, al igual que su abogado, de intentar alguna defensa que al menos lo despoje de tantas acusaciones, incluidas la apropiación de menores. Daba la sensación que la carga de tanta basura había logrado torcerle la espalda para asumir con resignación semejante injusticia. Nunca negó su participación en la “guerra antisubversiva”, pero el detalle de su accionar tiene tantos rasgos de veracidad que es imprescindible conocerlo.
El impacto de semejante confesión me llevó a googlear al personaje. El clik sobre su nombre abrió 280000 artículos. La lectura de algunos de ellos permitió comprobar la veracidad de los hechos que me relatara en cuanto a lugares y fechas, pero no hay mucha relación entre lo narrado por él y lo expuesto en las lecturas de los fallos. Me resultaría imposible entender los delitos por fuera de su narrativa, y más aún al conocer más profundamente la vida y el sentir de Miguel Bilbao.
Una educación signada por el carácter y visión de la madre, un padre compinche y componedor, un hermano con problemas serios de salud y una hermana mayor con afecto entrañable, fueron los cimientos sobre los que Miguel estableció su personalidad.
Nació en Madrid, en un departamento de la calle Fortuny 27, del Barrio de Chamberí, un día martes 24 de Febrero de 1931, asistido por médico y partera en el domicilio familiar.
Desde Marzo de 1929, su familia materna estaba en Francia. Su abuelo Pablo Capdevielle acompañaba al grupo, en los Pirineos franceses. Tras pasar un tiempo en Pau, y cumplido el sueño de su abuelo materno, se trasladaron a España, donde les esperaba la familia Bilbao.
Era una España monárquica, mandada por el Rey Alfonso Xlll de la dinastía Borbón. El 12 de Abril de ese año, se celebraron en toda España elecciones municipales, con resultado adverso para la monarquía reinante. La derrota fue subvertida en su verdadera dimensión, y dio origen a un golpe revolucionario que pretendía elevar el triunfo obtenido, a la categoría de plebiscito general. Ante la disyuntiva de tener que sofocar la rebelión por las armas, el rey prefirió abdicar y exiliarse antes que derramar sangre española, y así lo hizo entregando el poder el 12 de Abril de 1931.
Se cambiaba la monarquía tradicional, con sus vicios y carencias, por la República pro soviética, con todo lo ruin, traicionero y cruel que aflora en el populacho cuando se le entrega el poder.
A poco de nacer apareció en su vida la que por muchos años fue su segunda madre, Justa López del Arco, quien desde entonces se transformó en el ser a quien acudir cuando las papas quemaban. Justa era una vasca de unos sesenta años a la fecha en que apareció en su vida, y acababa de salir de la casa de una marquesa madrileña. Aquel año y meses que vivieron en Madrid, bastante turbulento por los principios de enfrentamientos entre republicanos y monárquicos, lo disfrutó paseando en coche por el Paseo de la Castellana, llevado por Justa y acompañado por una paloma que se instaló en su vehículo particular y que fue su compañera, hasta que murió en un accidente doméstico protagonizado por su hermano Pablo, quien, viendo que el bichito se había transformado en uno más de la familia, le ató una de sus patitas al triciclo que tripulaba. El triste resultado fue que la paloma murió aplastada en una de sus maniobras radicales.
La situación política española, que empeoraba día a día, llevó a su padre a tener que regresar apresuradamente a la Argentina y determinó que el resto de la familia siguiese su ejemplo, tras varios incidentes de extrema gravedad.
Llevado por su interés cultural, su papá acostumbraba colaborar en revistas madrileñas, sobre tópicos diversos pero nunca con matices políticos. Con motivo de alguno de ellos, mantuvo ocasionalmente un contacto epistolar con don Miguel Primo de Rivera, en ese entonces regente de la monarquía española y hombre de vastísima cultura, y que se limitó a la exposición de puntos de vista diferentes sobre el tema de análisis. Pues bien, ello bastó un año y medio más tarde, para sindicar a su padre y la familia como monárquicos de nivel y pasibles de persecución. El frio invierno madrileño, forzó a la familia a buscar un lugar en un pueblo cercano llamado Las Rozas. Un día de principios de 1932, un grupo armado de una de las “chekas”, células de control político instaladas ya en Madrid e importadas de la Unión Soviética, invadió el departamento de Fortuny 27, vacío en ese momento, y dado que no pudieron llevarse a nadie, repitieron el procedimiento en Fuencarral 37, domicilio de la familia Bilbao, saqueándolo prolijamente.
Poco después de lo sucedido en Madrid, su madre fue visitada por la hermana superiora del convento de la localidad de Las Rozas. Con gran angustia, relató que había sido informada por gente vinculada al convento, que en esos días se llevaría a cabo un ataque al mismo, con el consiguiente temor de la violación y eliminación de las monjas que aún permanecían. Pidió que diese asilo a dos monjitas jóvenes que sin duda serían las primeras víctimas. Las “chekas” eran unidades utilizadas al margen de la ley por los republicanos para detener, interrogar, torturar, juzgar en forma sumarísima y asesinar a sospechosos de simpatizar con la monarquía.
El chofer Antonio, con el auto Stutz de la familia, recogió a las monjitas y las llevó a casa. Ante el cariz de los acontecimientos su mamá decidió la partida inmediata. Cargó a las monjitas en el suelo del asiento trasero, cubiertas con dos grandes mantas, subieron todos y partieron hacia Madrid. En el recorrido, fueron detenidos por un grupo que pretendía bajarlos del auto, pero gracias a un conocido del chofer que integraba la partida, lograron continuar el viaje. A todo esto, Dios quiso que así fuese, pues su mamá, revólver disimulado en su regazo, estaba dispuesta a matar a quien quisiese detenerlos. Mucho ayudaron las banderas argentina y francesa, que en ambos guardabarros delanteros del auto, sobre pequeños mástiles metálicos, recordaban a quien se acercase, que los pasajeros estaban protegidos por las embajadas respectivas.
Consiguieron llegar a Madrid, donde depositaron a las monjitas, aterradas, en la Embajada Argentina. Tras recibir la absoluta seguridad de boca del cónsul, y no siendo seguro acercarse a ninguno de los domicilios decidieron abandonar España. En marzo de l932, embarcaron en el puerto de Burdeos, en el “Florida”, un paquebote francés que tras veinte días, aproximadamente, los dejó en el puerto de Buenos Aires.
Criado en un ambiente burgués, de buen pasar, su vida transcurría entre los mejores colegios de Buenos Aires, la Escuela Argentina Modelo, el Libre de Segunda Enseñanza y el Nacional de Buenos Aires, deportes con mucho fútbol y natación en el Gure Echea y más adelante boxeo de buen nivel que lo llevó a hacer guantes con un campeón argentino, Miguel supo cultivar amistades francas y duraderas. Las vacaciones en familia variaban entre Mar del Plata al principio para más tarde enamorarse de Córdoba, primero Tanti y más tarde y para siempre La Falda, donde pareció encontrar su lugar en el mundo, sobre todo a partir de la casa de veraneo levantada por sus padres, Villa Begonia. Hablaba tan emocionado de ese lugar, que en uno de mis viajes lo ubiqué y fotografié para mostrárselo… se emocionó como un niño.
Eran frecuentes durante su juventud los viajes al campo, sobre todo en el de su entrañable amigo Jorge Gómez Romero quien tenía una estancia, La Narcisa, entre Azul y Chillar, provincia de Buenos Aires. Allí disfrutaban de los caballos convirtiéndose en un avezado jinete.
Su juventud si bien no transcurrió muy politizada, sí lo mostró interesado en los avatares del poder.
En Enero de 1943, Chile había declarado la guerra al Eje (Alemania, Italia y Japón), quedando a partir de entonces la Argentina como único país neutral de Sudamérica. El gobierno de Ramón Castillo, reticente a asumir el compromiso beligerante, se había ganado la enemistad de un poderoso sector militar, que consideraba inadmisible la neutralidad, y se oponía al plan político del gobierno, que apoyaba al candidato conservador Patrón Costas para sucederle.
El 4 de Junio, se produjo un levantamiento militar. Tropas de Campo de Mayo, al mando del General Rawson, avanzaron hacia la Capital y tras una escaramuza frente a la Escuela de Mecánica, tomaron el control del gobierno y obligaron a la renuncia del Dr. Castillo, firmada a bordo del rastreador Drummond. Rawson es sucedido casi de inmediato por el General Ramírez. El país vuelve a la normalidad. El nuevo gobierno crea la Secretaría de Trabajo y Previsión, en donde se ubica el Coronel Perón, una figura secundaria hasta el momento. Ramírez era un partidario de las fuerzas del Eje por lo que perdió el apoyo de sus pares militares y fue sustituido por el General Edelmiro J. Farrell, amigo personal de Perón y prácticamente un seguidor de las opiniones de éste. Perón ampliaría sus poderes conservando el Ministerio de Trabajo y Previsión e incorporando el Ministerio de Guerra a su gestión. Era el principio de la era peronista.
Toda esta convulsión lo tenía bastante sin cuidado, teniendo en cuenta que a esa edad, prácticamente no leía los diarios, y la radio estaba controlada por los mayores. El único detalle a mencionar era la vinculación familiar de la madre de Jorge Gomez Romero, Adela del Castillo, sobrina del presidente depuesto, lo que creó una corriente de simpatía solidaria con la misma.
Las secuelas del terremoto de San Juan, habían generado una movilización en todos los ámbitos oficiales y populares. El Ministro de Guerra Juan Domingo Perón, quien retenía la cartera de Trabajo y Previsión, había tomado bajo su control la campaña de ayuda y recuperación de la provincia arrasada. Se lo veía en los noticieros cinematográficos, acompañado por una actriz de teatro y radioteatro, Eva Duarte, como responsable de la recaudación de fondos y contribuciones con aquel fin. En la plazoleta del Obelisco, sobre la cara que da a Corrientes y al rio, se había erigido una enorme pantalla, donde en números que variaban continuamente, iba constando la cifra multimillonaria que ingresaba al fondo de Recuperación Nacional, creado y administrado por el Ministerio de Trabajo y Previsión. Durante meses, se veía el flujo constante de la ayuda pública, que inauguró un sistema perverso de recaudación de fondos, sin destino cierto.
Su padre conocía bien la historia de la relación Perón/Duarte. Uno de sus íntimos amigos, Alberto Insúa, escritor, había creado para publicitar productos de la firma “J.L. Bilbao y Cía”, un programa de radio titulado “Mujeres de Papel”, en el que diariamente, en forma breve y novelada, se hacía un relato de figuras femeninas de la historia. Pues bien, la persona elegida por la radio para dar vida y voz a esas mujeres sería después conocida como Evita, así que la aparición de la misma al lado del líder político del momento, trajo a colación todos los entretelones de dicha relación, conocidos de primera fuente.
Estalla en Córdoba en 1945 un movimiento rebelde contra el gobierno, siendo sofocado y detenidos los generales Rawson y Martínez. El coronel Perón renuncia a la vicepresidencia de la República y a otros cargos que detentaba, lo que motiva la división y enfrentamiento del gabinete en dos sectores bien definidos. Perón es detenido y enviado a Martin García, lo que produce una movilización de sus adictos en el ambiente sindical, que converge en columnas hacia Plaza de Mayo, reclamando la libertad del detenido y exigiendo que sea designado presidente de la Nación. Es el 17 de Octubre de 1945. Esa noche Perón habla desde la Casa Rosada, iniciando el funesto dominio del peronismo en el panorama político argentino.
Miguel y sus pequeños amigos tenían una limitadísima noción de lo que estaba ocurriendo. Notaban que existía un malestar creciente entre los trabajadores politizados, es decir aquellos que se declaraban seguidores de Perón. Comenzaban a designar como enemigos a patrones, y a los propios compañeros que no compartían métodos violentos y de “apriete” en pos de sus propósitos. En su casa, el papá comentaba en la mesa las noticias que se manejaban en industrias y empresas más importantes que la propia, y que preocupaban a las cámaras de Industria y Comercio, al no tener claro cuáles eran las reales aspiraciones de ese grupo de dirigentes, que había tomado las riendas en la Argentina y que manejaba discrecionalmente la situación. Una situación que no tenía antecedentes válidos para ellos, pues interfería en el trato directo y personal entre patrones y empleados, que era el que hasta entonces había prevalecido y que, por lo menos en su caso particular, había resuelto las necesidades de ambas partes satisfactoriamente.
Perón, que había contraído matrimonio con Eva Duarte, había fundado el Partido Laborista y creado el concepto del “descamisado” a efectos de plantear seriamente la lucha de clases. Enfrentada con ellos, la Unión Democrática, integrada por la Unión Cívica Radical, el Partido Socialista, la Democracia Progresista y el Partido Comunista.
En la fábrica de Bilbao no estaba sembrada la semilla peronista, pero los mayores tenían recelo de que las transformaciones que se vislumbraran, fueran imposiciones del próximo gobierno. En Junio de 1946, serían las próximas elecciones presidenciales.
La economía nacional, mostraba un bienestar súbito, como consecuencia de una posguerra de recuperación internacional. La Argentina había quedado afuera del flagelo de la 2ª. Guerra Mundial, y estaba preparada para dar respuesta positiva a las necesidades de un mundo carente y famélico. El fin de racionamiento de nafta en territorio argentino, impulsa sinnúmero de actividades y coincide con medidas gubernamentales positivas. Se crea la Flota de la Marina Mercante Argentina, que ese año inaugura sus viajes a Chile y a Inglaterra. La Cámara de Diputados aprueba la ley de Aguinaldos para el personal administrativo, que se extiende de inmediato al ferroviario y doméstico. Con el dólar a 4$, el Ministro de Economía, Miguel Miranda dice: “El oro acumulado no nos permite caminar por los pasillos del Banco Central, tenemos reservas de 1.000 millones de dólares…”. Se funda con este ministro el ciclo inflacionario que solo fue interrumpido por la convertibilidad.
El 4 de Junio la fórmula Perón-Quijano se alza con el triunfo, obteniendo una mayoría absoluta en el Congreso. La sociedad argentina se divide como nunca lo ha estado. La suerte está echada…
En su casa, sus padres contemplan la evolución de la transformación social con mucho recelo. En todos están aún muy frescas las consecuencias de la Guerra Civil Española, y saben lo peligroso que es azuzar unos contra otros para sacar partido. Por su parte, los chicos de quince años tenían la cabeza en otras cosas, pero en el colegio ya había opinión formada, el peronismo provocaba un rechazo generalizado. El pueblo argentino empieza a ser drogado por el populismo importado por el General Perón.
El 4 de Junio de 1946, se cumplía el primer aniversario del ascenso de Perón a la presidencia. A media mañana, al terminar el recreo más largo, se reunieron a los alumnos de los tres últimos años del Colegio Nacional y los condujeron al Salón de Actos, un recinto imponente destinado a las celebraciones más importantes. Con todas las autoridades del Colegio presentes, y algunas otras personas que suponían eran de la Universidad, los hicieron parar, presumiblemente para escuchar el Himno Nacional, y de improviso, comenzó una marchita ridícula, que decía: “ 4 de Junio, olímpica jornada de la historia…”.
Hasta allí duró la paz. Súbitamente, comenzó un abucheo que en un instante se tornó un escándalo de silbidos, gritos y pataleo. Incapaces de controlarlo, los celadores y sus jefes, corrían delante de las filas, amenazantes, pero sin el menor éxito. Así como empezó el acto, se terminó… Interrumpida la grabación de la marcha, las autoridades no sabían cómo manejar la situación, ni qué explicaciones dar a los invitados, sin duda elementos políticos, que se acercaban para regodearse con el grado de apoyo estudiantil al proyecto peronista.
Los sacaron a todos como ganado. Por su parte, sorprendidos la mayoría por lo sucedido, pero satisfechos por la unanimidad de la expresión, volvían a las aulas triunfantes. Era una muestra genuina de lo que el estudiantado universitario y ellos, pensaban de la situación política vigente. Tras una reprimenda colectiva que no les hizo mella, terminaron la mañana y pensaron que todo acababa allí. Craso error…!
Una semana más tarde, al terminar las clases del turno matinal, y mientras un buen número de chicos permanecía en la vereda de la calle Bolívar, cuatro o cinco autos pararon cerca de San Ignacio y de ellos bajó un grupo de tipos mal entrazados, identificados con camperas negras y la sigla o el escudo “A.L.N.”, es decir “Alianza Libertadora Nacionalista”, un grupo de choque creado por Patricio Kelly, un nombre siniestro en la vida argentina, para intimidar en nombre del peronismo. Armados con cachiporras de goma negra, cayeron de sorpresa sobre los muchachos, que no atinaron sino a dispersarse, tratando de evitar los golpes que propinaban a todo el que alcanzaban. Antes que los mayores pudiesen ofrecer alguna resistencia, subieron a los autos y partieron, no sin antes avisar… “La semana que viene hay más…”
Si bien no hubo heridos graves, eran muchos los chicos golpeados, especialmente en la espalda, piernas y brazos. No hubo concurrencia policial, y el Colegio se hizo el desentendido, atribuyendo el incidente a problemas personales de algunos alumnos con otros colegios. Miguelito salió bien del incidente, por hallarse en la cuadra siguiente en ese momento. Cuando volvieron a ver lo que pasaba, quedaban solo los chicos golpeados. En la casa, ni palabra.
Al día siguiente, a medida que ingresaban, iban siendo informados que se reunirían en un sector de la Plaza de Mayo, con los alumnos de quinto y sexto año, para conversar sobre lo sucedido. En esos días, la Plaza de Mayo no era un lugar de permanente concentración como lo es ahora y era perfectamente normal ver grupos de alumnos secundarios y universitarios, planeando reuniones para el fin de semana, partidos de futbol o armando un baile en casa de alguno de ellos.
Llevaron la voz cantante un muchacho moreno, fuerte y muy alto, Von der Becke y otro más bajo pero también muy fuerte, de quien supo luego que era un judoka de nombre, a pesar de su juventud. El “Toro” Astiz, era su nombre, y era primo de las primas maternas de Miguel, Astiz ellas de nombre materno y de su amigo Manucho.
Ambos plantearon que se estaba armando una “sorpresa” para los de la ALN, en caso de que volviesen a por más. Sobre la marcha hicieron un listado de los que estaban dispuestos a anotarse en la patriada, buscando únicamente aquellos con cierto peso físico, para evitar sustos y responsabilidades con las respectivas familias.
Resultaron unos cuarenta, entre los tres años finales. Condición imprescindible, que la familia no supiese nada.
En el Colegio, había una carpintería encargada de todas las fabricaciones y reparaciones necesarias de los muebles e implementos deportivos que se utilizaban en el gimnasio. Hablaron con el carpintero, un antiperonista furioso, que les prometió cuarenta bastones de madera dura, los que quedarían apilados en la puerta de la carpintería que daba sobre la calle Moreno, del lado interno, de la que tenían llave y duplicados. Fue difícil convencer al carpintero, un tipazo, de no salir junto con ellos a tomar revancha.
A mitad de semana, cuando ya pensaban que no vendrían, al terminar las clases y salir a la vereda, agrupados por año, vieron que por la cuadra anterior al colegio, se acercaban lentamente varios autos negros. Se replegaron hacia la carpintería los que iban a pelear, y un grupito quedó de carnada, aislado en la vereda cerca de la esquina de Moreno. Los autos aceleraron y frenaron bruscamente, dejando bajar a los matones, muy seguros de sí mismos. Rieron cuando los chicos de la “carnada” corrieron, pero cuando apareció la indiada a toda carrera, Miguel incluido, con los bastones en la mano, no supieron qué hacer. Quisieron plantarse, pero los rodearon y en pocos segundos, les dieron tantos palos, que salieron corriendo por Moreno hacia el bajo. Cuatro o cinco quedaron en el suelo, les sacaron las camperas para testimonio si la policía venía a investigar, y luego les dejaron ir.
Ahí terminó todo. De una forma muy extraña, no hubo investigación policial, no salió nada en los diarios y el Colegio miró para otro lado, como si nada hubiese sucedido.
Después les llegó el comentario de que el Rector del Colegio, Dr. Osman Moyano, quien permaneció en el cargo hasta 1952, había simpatizado con la actitud de los alumnos peleadores y movido influencias para que aquello no tuviese más repercusiones.
Durante un tiempo, mantuvieron un contacto casi diario con aquellos alumnos de quinto y sexto año, que conformaron el grupo de ataque aquel día. Luego el seudo comando se desactivó, y salvo en encuentros deportivos en los que coincidían por estar seleccionados en los mismos, como representación intercolegial, no volvieron a reunirse.
1948 es un año difícil en todo el mundo. En la India es asesinado Mahatma Gandhi por un fanático religioso y en Europa, una lucha sorda se establece entre Estado Unidos y Rusia, la que incapaz de enfrentar el Plan Marshall de los americanos, genera una división de los territorios alemanes en su poder y profundizando un viejo enfrentamiento con Turquía, ahora apoyada por los EEUU en sus pretensiones, inicia lo que se conoce como la “Guerra Fría”. Molotov, canciller ruso en la UN, veta todos los proyectos y paraliza todas las iniciativas americanas y de sus aliados, para recuperar la Europa devastada.
En Mayo del 48, Israel entra como nación independiente al concierto mundial de países, con una población inicial de 750.000 habitantes y límites aún provisionales. India consigue su independencia, y el mundo asiste a la confrontación de Chiang Kai Shek y Mao Tse Tung, quienes por las armas procuran imponer dos regímenes de imposible convivencia, en un país tan complejo como China.
Mientras en la ciudad de Bogotá, se reúne la IX Conferencia Interamericana, es asesinado el líder liberal colombiano Jorge Eliecer Gaitán, y las multitudes que salen enardecidas a la calle, son reprimidas por las tropas. Se genera así el Bogotazo, con un saldo de miles de muertos y heridos. En ese episodio se registra por vez primera la intervención de un joven estudiante cubano de filiación comunista, conocido en las luchas estudiantiles de su país como “bola de churre”, por su cutis exageradamente grasoso. Se trata, nada menos, que de la primera aparición como agitador en el panorama americano, de don Fidel Castro.
La flota de mar argentina, comandada por el acorazado 25 de Mayo, hace su primer entrada en formación, en el canal de Drake, desde donde continúa el acorazado hasta isla Decepción y de allí a Melchior, donde enarbola la enseña patria.
Se festeja con una gran multitud, la nacionalización de los ferrocarriles argentinos. Se crea la Secretaría de Transporte y se inaugura el Aeropuerto Internacional de Ezeiza.
Se divulga el rumor de un pretendido complot contra el Presidente Perón, y se detiene a los presuntos líderes del mismo, entre los que se encuentra Cipriano Reyes, caudillo sindical que encabezó la campaña por la liberación del mismo Perón el 17 de Octubre famoso.
En la primavera de 1948, su amigo Juan Carlos “Meco” Fulles apareció por Buenos Aires, a pasar unos días cumpliendo diligencias para sus padres. Era la primera vez que Miguel lo veía fuera de La Falda, y se dispuso a acompañarle en lo que suponía serían trámites cuando menos, tediosos. Pronto vieron que la mano no venía de aburrimiento. Cruzaron desde el departamento de Callao hasta el garaje en la segunda cuadra de Bartolomé Mitre, para salir con el auto nuevo que Don Bilbao le regalara a su hijo, un Mercury 1947. De inmediato comenzaron los problemas inesperados. Subían por Mitre para doblar en Callao, y al iniciar la maniobra, ya con el auto ubicado en su totalidad en la Avenida, paró gentilmente para dar paso peatonal a dos individuos que, con sólo verlos supo que tendrían problemas. Y así fue… Desfilaron lentamente frente al auto, mirándolos en forma desafiante y antes de culminar su desfile, uno de ellos pegó con toda su fuerza sobre el capot del Mercury… De “su” Mercury, tal vez lo más apreciado después de sus queridos seres vivos. Desde el fondo del corazón le brotó la puteada más sonora que recuerde, y ya estaba saltando del auto… El matón corrió hacia su lado, y antes de que hubiese conseguido bajar del todo, por el hueco de la ventanilla, metió un puñetazo que le alcanzó en la frente, forzando su cabeza a golpear contra el parante que sostenía ambas puertas. No sintió ninguno de los dos golpes, y cuando lo tuvo a su frente lo midió un segundo, viendo sólo que era un tipo de unos cuarenta años, de su altura y unos cien kilos. Evitando que lo abrazara, le metió una zurda en la nariz y derecha con todo a la altura del ojo. Cayó rodillas en tierra, y le dio un instante para observar que Meco tenía al otro, un verdadero gigantón, agarrado del cogote y la entrepierna y tras elevarlo toda su altura, lo tiraba contra el frente del capot, otra vez de “su Mercury” . En ese instante, un viejo cabo de Policía Federal entró en acción en el medio del escándalo, palo y silbato en mano y boca, y se hizo la paz…!
El tránsito interrumpido totalmente en esa mano, y no menos de cien personas asistiendo al circo romano gratuito que habían instalado. Su contrincante mostrándole credenciales, y su compañero esperando que Meco le sacase el zapato del cogote, para poderse levantar. Miguel mostró su registro, y tras verlo, pidió a un par de policías más que los llevasen hasta la seccional correspondiente, es decir Tucumán y Paraná. Testigos a su favor, un par de personas que pasaban por el lugar.
Ni bien llegaron, con el viejo cabo, lo mandó al patio a lavarse un corte feo que tenía en la cabeza, producto del golpe contra el parante. Acto seguido, apareció para ofrecerle un café, interesándose en su estado, y percibió que por algo que ignoraba, todos estaban a su favor.
Sentados con Meco en una sala vacía, y mientras le preguntaba si Buenos Aires era siempre así de divertida, oyó los gritos destemplados de alguien que se dirigía a sus rivales, diciendo más o menos así: “Qué custodia ni custodia, pelotudos, SON MENORES, entendés ???, SON MENOOORES…!!! “ . El portazo silenció el resto del discurso, pero ya estaba al tanto.
Los dejaron bajando los decibeles una media hora y después los llevaron ante el Oficial gritón. Con el rostro todavía descompuesto, se interesó por el estado de salud de ambos, y acto seguido les preguntó si querían hacer un acta de denuncia por agresión. Tras una breve consulta visual con Meco, dijo que no y la expresión del Comisario, como decía la chapa de su escritorio, fue de alivio. Acto seguido les explicó la real situación. Se trataba de dos miembros de una custodia peronista, en su día de licencia, y si ellos en su condición de menores, se comunicaban con sus padres y estos ponían abogados, la cosa iba a ponerse fea para los custodios y para su responsable. El comisario les dijo que era la mejor decisión, que les agradecía la posición asumida y que si necesitasen algo, en cualquier oportunidad, invocasen su nombre.
A la salida de la Seccional, se oían nuevamente desde la sala, los gritos del oficial interviniente. Miguel, como ya iba siendo de costumbre, tuvo que explicar en casa el incidente y sus consecuencias. Por suerte, su papá lo recibió bien y su mamá no tuvo más remedio, para no desentonar, que minimizar la cosa. Esa noche Meco fue a cenar a su casa, y aprovecharon la oportunidad para informarse, de otra fuente, de la veracidad de lo por él relatado. Gracias a Dios, todo concordó y la visita de Meco, llegó a su término sin otro incidente.
La única conclusión que le dejó lo sucedido, fue que su amigo era muy buena compañía cuando las cosas se ponían feas, aunque su modestia le hacía decir que él “no había hecho nada…”
La fábrica de esencias, esa vaca lechera, creación y orgullo de su padre, había empezado una lenta pero sensible declinación. La reducción de personal y la simplificación del proceso de elaboración de los productos comercializables, les había dado un respiro, pero los costos de la tercerización aumentaban en forma acelerada, y sin posibilidad de corrección por su parte. Hacia 1972 las retiradas de beneficios, de los cuales vivían los tres socios de la firma, su padre, su cuñado Carlos y él se tornaban cada vez más dificultosas. A pesar de que las respectivas economías familiares habían sufrido continuas reducciones, empezaba a ser problemático llegar a fin de mes.
Siendo Miguel el socio más joven, era razonable que fuese quien buscase la solución al problema, por lo menos en la parte que le atañía. Había intentado, sin éxito, ubicarse en algún cargo fuera de la empresa, buscando esa posibilidad en firmas que trabajasen en el medio comercial que conocía. En una de ellas del rubro perfumería, tras una evaluación exhaustiva y cuando ya tenía esperanzas fundadas de lograr un cargo de subgerente, fue informado que su perfil era ideal para el mismo, pero que no podrían nombrarlo, por estar más calificado que el gerente del cual dependería, familiar de uno de los dueños de la firma. Lo absurdo de la respuesta, sumado a la frustración que le ocasionaba en un momento tan especial, lo abatió un poco más de lo que ya estaba por la trágica muerte de su madre el primero de Mayo de 1969 en el viejo departamento de Callao 67, la pésima operación de venta de Villa Begonia, esa mansión cordobesa a la que habían todos dedicado sus afanes e ilusiones y en la que los hijos habían crecido y disfrutaban en todos los momentos libres de su infancia, Por último la adquisición mediante una negociación complicada, de un hermoso departamento en Azcuénaga al 1031, 4º Piso, en el que pasarían momentos felices y otros, la mayoría, que iban anunciando el deterioro de la economía familiar y la falta de salida razonable para la misma. Las tres mudanzas incluida la de la fábrica, dejaron atrás mil recuerdos y una forma de vida que ya no existía, y la sensación de su responsabilidad total y absoluta sobre lo que era su familia y los recursos para salir adelante de ese atolladero.
Finalmente, durante el año 1970, triste y agotado por todo lo sucedido, pudo respirar. Pensaba que ya había pasado lo peor y que a partir de entonces, la vida les daría un respiro.
Comenzando 1972, al regreso de un breve veraneo en Necochea, a donde fue con su esposa Norma y los chicos, invitados por Carlos Bettaglio, a la sazón gerente de la sucursal del Banco de la Provincia de Buenos Aires en esa localidad, … su cabeza era un volcán. Para que los chicos pudiesen continuar en los colegios a los que ya asistían, había vendido una a una, la mayor parte de sus armas de colección, reunidas durante los años de bonanza económica, pero este recurso totalmente aleatorio, también se agotaría en un futuro muy próximo. Las retiradas de sus beneficios en la firma, estaban cada vez más condicionadas, y las perspectivas globales del país eran francamente preocupantes. Entonces Dios o el diablo se cruzaron en su camino.
En una reunión de las acostumbradas, en casa de sus amigos Arturo y Marta, y por la relación que éste tenía con oficiales del Ejército fue que, sabedor de sus esfuerzos por encontrar una actividad complementaria que le permitiese mejorar sus ingresos, se ofreció para preguntar a uno de ellos sobre la posibilidad de incorporarlo al cuadro civil de la institución. Esbozó sus prevenciones, fundadas en su ignorancia total sobre la problemática militar, pero deseando en lo más íntimo de su corazón, que pese a todo, pudiese incorporarse a una institución seria y organizada, y equilibrar su situación financiera.
Poco tiempo después, su amigo le confirmó lugar y hora de una entrevista que debería tener con el Jefe del Batallón de Inteligencia 601, en el quinto piso del edificio ocupado por esa Unidad en Callao esquina Viamonte. Concurrió en la fecha estipulada, y previa presentación en la guardia de prevención, y de retenerle su cédula de identidad, lo autorizaron a subir al quinto piso, donde sería recibido por el jefe de la Unidad, Coronel Rivas Battle. Le llamó la atención que todo el personal que circulaba por los pasillos del edificio, vistiera de civil e inclusive, el jefe que lo recibió tras una breve espera, también estaba en traje de calle.
Era un hombre afable, corpulento y rubicundo, muy sencillo pero correcto en su léxico, que lo recibió con una calidez que no esperaba. Tras preguntarle los motivos que lo llevaban a desear formar parte del personal de la unidad, no teniendo antecedentes ni familiares vinculados al Ejército, y escuchar sus razones, lo derivó hacia quien eventualmente sería su responsable, en caso de cumplir con todas las exigencias requeridas por la función. Un suboficial, este sí uniformado, lo acompañó en el ascensor hasta el 6º piso y lo anunció en una sala inmediata.
Un hombre alto y corpulento vino a su encuentro y se presentó como el Mayor Españadero, Jefe de la Sala de Situación, ámbito que se correspondía con la sala de la que había salido. Lo condujo a ella y se encontró con un salón amplio, de unos 8m x 6m con ventanales sobre la calle Viamonte, ocupado con tres grandes escritorios, uno de ellos central, el del jefe recién conocido. Se presentó aclarándole que era un mayor retirado, por lo tanto sin mando sobre los oficiales uniformados, razón por la cual en la Sala de Situación no trabajaría bajo su mando ningún miembro del Ejército en actividad. Agregó que estaban reclutando personal civil, preferentemente retirados de las FFAA o FFSS (Fuerzas de Seguridad) para cumplir tareas de escritorio, y que si bien Miguel no cumplía con esos requisitos, el jefe le había pedido entrevistarlo, en vista de favorables informes personales.
Fue una charla informal en busca de conocer sus puntos de vista sobre distintos problemas históricos, y la posible derivación de estos en el panorama del momento, considerando siempre la seguridad nacional bajo los parámetros de las fuerzas armadas. No tuvo que esforzarse ni condicionar sus respuestas para agradarle. Tenía presentes y vívidos los sucesos de la Guerra Civil en España y a partir de ello, era muy simple saber de qué lado estaban sus sentimientos. Como para cumplir una formalidad, quedaron en que respondería algunos interrogantes por escrito, lo que daría fe de todo lo expuesto durante esa conversación.
El hecho de ser español le impedía a Miguel la incorporación en calidad de agente de inteligencia, encuadrado en un cuadro determinado. Se decidió, una vez pasada la prueba escrita mencionada, que si estaba de acuerdo ingresaría como personal contratado, y que si en un plazo razonable ambas partes estaban conformes, se buscaría efectivizar la dependencia de la institución. Por supuesto la paga era muy inferior a la que le hubiese correspondido, pero en ese momento estaba dispuesto a aceptar lo que le ofreciesen.
En el curso de la semana quedaron hechos los papeles necesarios para la incorporación, y casi de inmediato debutó en lo que con el tiempo sería su más seria experiencia de vida. Tal como él había solicitado, trabajaría medio día, por las tardes de 14 a 20 horas como horario tentativo, aunque si le fuese requerido se ampliaría el turno prefijado. El pago sería de $500,… una miseria, pero le permitiría pagar casi en su totalidad el colegio de los chicos.
Las tareas serían de escritorio, y el lugar físico de trabajo la Sala de Situación del 6º piso de Viamonte y Callao. Dependería del Mayor Españadero, su jefe directo, y en su ausencia del oficial que se hiciese cargo del ámbito. Debería identificarse en la guardia de ingreso al edificio.
Así, sin más, y sin decir nada en su casa al respecto, excepto a su esposa Norma, en el mes de Abril de 1972 comenzó sus actividades. Su jefe le mostró las instalaciones a las que podía acceder dentro del piso, y le presentó a quienes compartirían el ámbito general, enseguida percibió el grado de compartimentación que era norma en las tareas de cada uno. Recepción afable por los civiles empleados en otras oficinas del piso y no tanto por los suboficiales, que cumplían turnos rotativos en las guardias de cada sector. Al no tener contacto con ellos, poco le importó, pero le dio la pauta que en ese medio, los civiles eran vistos con cierto menosprecio.
En la Sala de Situación, le fue asignado un escritorio en el centro de la misma, mirando hacia la puerta de acceso, siempre cerrada, y a la derecha del Mayor Españadero. Dado que sus tareas iban a ser formativas, es decir con el objeto de incorporar la metodología para un cargo futuro, su jefe decidió no hacerle cursar las especialidades de inteligencia de los agentes, sino prepararlo para el tratamiento de correspondencia clasificada y el análisis de toda la documentación, dejando los cursos para un futuro, si los llegase a necesitar.
Poco a poco, y en forma personal, fueron trayendo documentos varios que llegaban a su escritorio y poniéndolos ante sus ojos para explicarle como debía ser tratado, qué diligencias demandaba para su procesamiento y a qué instancias internas o externas, se podía recurrir para ampliar la información, o para ponerlos al tanto de lo que en el documento se informaba o solicitaba. Evidentemente, la documentación expuesta para su aprendizaje, era de un nivel bajo comparándola con la que con el tiempo pondría ante sus ojos.
