A orillas del Ness - Mercedes Gallego - E-Book

A orillas del Ness E-Book

Mercedes Gallego

0,0
2,99 €

-100%
Sammeln Sie Punkte in unserem Gutscheinprogramm und kaufen Sie E-Books und Hörbücher mit bis zu 100% Rabatt.
Mehr erfahren.
Beschreibung

No sabía que necesitaba nada hasta que ella apareció en su horizonte   Marta Nogales llega a Inverness huyendo de un pasado que la atormenta. Pretende iniciar una nueva vida lejos de España, con un trabajo donde su máxima responsabilidad será la limpieza de Asmuir, una residencia de ancianos. No cuenta con que el carácter amable y hospitalario de los escoceses caldeará su corazón. Y lo más insospechado: Thane Gilmore, un músico retirado, padre de una adolescente y soltero recalcitrante, zarandea sus sentimientos hasta convertir la paz que busca en un torbellino de pasión. Thane vivió el éxito a edad temprana y a sus casi cuarenta años no busca emociones que sobrepasen cuidar a su hija, tomar whisky con sus amigos y dirigir un pequeño negocio. Creía que su corazón estaba a salvo, pero la llegada de Marta a su calle, Ness Street, alterará su pacífica existencia.   ¿Puede la tristeza de una mirada enamorar el corazón de un hombre?   - Maravillosas descripciones de primera mano de la autora. - Documentación impecable, como en todas las novelas de Mercedes Gallego. - Un protagonista paciente, cariñoso, amable, apasionado…, ¡imposible no enamorarse de él! - Las mejores novelas románticas de autores de habla hispana. - En HQÑ puedes disfrutar de autoras consagradas y descubrir nuevos talentos. - Contemporáneo, histórico, policiaco, fantasía… ¡Elige tu románce favorito! - ¿Dispuesta a vivir y sentir con cada una de estas historias? ¡HQÑ es tu colección!

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern

Seitenzahl: 207

Veröffentlichungsjahr: 2024

Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



 

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S. A.

Avenida de Burgos, 8B - Planta 18

28036 Madrid

 

© 2024 Mercedes Pérez Gallego

© 2024 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S. A.

A orillas del Ness, n.º 397 - septiembre 2024

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S. A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, HQÑ y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imágenes de cubierta utilizadas con permiso de Dreamstime.com.

 

I.S.B.N.: 9788410628977

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Citas

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Sobre la autora

Notas

 

 

 

 

 

 

Qué terriblemente absurdo

es estar vivo,

sin el alma de tu cuerpo,

sin tu latido.

 

Sin tu latido, Luis Eduardo Aute

 

 

Me das una vida entera de promesas

y un mundo de sueños,

hablas el lenguaje del amor

como si supieras lo que significa.

Y no puede estar mal.

Llévate mi corazón y hazlo más fuerte.

 

The Best, Tina Turner

Capítulo 1

 

 

 

 

 

Me resulta extraño hallarme en la cola de un autobús turístico, rodeada de gente que parlotea en distintos idiomas. Compartimos la ropa deportiva y las mochilas, indispensables para una excursión, pero a ellos se les ve entusiasmados y yo, pese a las ganas de conocer sitios nuevos, no tengo con quien comentarlo.

Detrás de mí sube una pareja que se acomoda al otro lado del pasillo. Los dos son altos y guapos de un modo llamativo: ella, con trenza rubia y ojos claros; él, con pelo encrespado de color castaño y ojos verdes. Los miro y él me devuelve el gesto con una sonrisa agradable; me abochorna tanto que me haya pillado in fragantique enfoco la vista en lo que sucede al otro lado de la ventanilla.

Abandonamos el centro de Inverness mientras el guía, vestido de highlander[1], con sporran[2] incluido, cuenta chascarrillos acerca de los edificios por los que pasamos. Mi inglés solo es pasable, pero entiendo lo que dice. Después, el paisaje me atrapa hasta que llegamos al embarcadero del lago Ness y nos apeamos para formar otra cola que nos conducirá al ferri. El viento ataca sin piedad, pese a lo luminoso del día, y cierro la cremallera de mi chaqueta de goretex. Llevo botas del mismo tejido, compradas expresamente para mi «aventura» escocesa. Si algo caracteriza a las Highlands es el frío y si algo me caracteriza a mí es que lo llevo mal.

Incapaz de resistirme a la tentación, subo a la cubierta y me siento en el banco de popa. La pareja «guapa» me sigue y ocupa el de enfrente. Ella sonríe, agradable, al tiempo que se abrocha los cordones de la capucha y desaparece bajo la tela impermeable. Él, con un tabardo rojo y gruesos pantalones de pinzas, clava la vista en mí hasta el punto de incomodarme, así que les doy la espalda y contemplo la estela en el agua. El lago es profundo y oscuro y, según nos adentramos, terminamos azotados por un viento tan glacial que me cubro la cabeza para protegerme el pelo y los oídos. No obstante, disparo sin tregua el objetivo de mi cámara y tomo instantáneas preciosas. Otra posibilidad es imposible, porque el paisaje de las orillas quita el aliento.

Desembarcamos a pocos metros del castillo de Urquhart y me sorprende que la pareja no cruce entre sí ni media palabra, cuando el alboroto es general. También yo emprendo en silencio la cuesta hacia las ruinas, pero lo mío es distinto.

En realidad, me siento acompañada. Estoy imaginando a Manu a mi lado, agarrados de la mano hasta la entrada, besándonos bajo el arco y subiendo al torreón entre risas, enamorados de las piedras y del paisaje, deplorando ser turistas en vez de viajeros. ¡Tantas veces pospusimos el viaje! Suspiro hondo, negándome a romper la magia de un lugar tan espléndido, y recorro las estancias, leyendo los carteles informativos. Solicito a un señor mayor que me haga unas fotos entre los muros del castillo. Es alemán, pero los idiomas son prescindibles cuando se usa la mímica.

Nos han concedido hora y media para la visita y estoy atenta a los acompañantes de mi tour para no perderme el regreso. Varias veces me cruzo con la pareja y me alegra que su mutismo haya cambiado a un intercambio de sonrisas y bromas. Si resultan fotogénicos serios, riéndose lo potencian.

Todos nos desembarazamos de los abrigos porque el sol pega sobre nuestras cabezas y el esfuerzo de subir cuestas es tremendo. Me quedo en camiseta de manga corta y me ato el anorak a la cintura, afianzo mi mochila y, desoyendo los calambres de mis muslos, asciendo hasta la cafetería/tienda de recuerdos en la que nos han emplazado.

Como el guía insiste en que nos sentemos en las mismas plazas del autobús, repetimos el cruce de miradas. Los ojos verdes parecen interesados en mí y quiero pensar que a su dueño le resulta raro que viaje sola, ya que el resto de los viajeros lo hacen en parejas o en grupos, pero me desentiendo de él en cuanto nuestro divertido conductor explica que tomará una ruta alternativa para mostrarnos un poco más de la belleza escocesa.

Tiene mucha razón; la carretera bordea una montaña y vislumbro sinuosos arroyos, bosques de hoja perenne y muchas casas esparcidas por las laderas. Me causa envidia no vivir en una de ellas. ¡Debe de ser una gozada despertar cada día con la visión del lago delante y el monte a tus espaldas! Parecen rincones para olvidarte del mundo. Mi objetivo al venir a Escocia. Solo que, como no soy rica, tengo que complementarlo con un trabajo en Inverness.

De improviso, los ojos se me llenan de lágrimas e intento contenerlas con un parpadeo rápido. Me da vergüenza llorar en público, pero el recuerdo de Manu sigue incrustado en mi memoria. Noto su presencia abrazándome, susurrándome al oído que soy la mujer más fuerte del universo, que debo aprender a relacionarme con extraños, en una lengua distinta, en un ambiente laboral diferente. Su confianza en mí siempre fue infinita. Otra cosa es que yo la secunde.

Cuando llegamos a la estación tengo los ojos enrojecidos, por eso me quedo la última para apearme y continúo con la vista fija en el cristal. De repente, me mortifica escuchar una voz amable, con un acusado deje escocés, que me pregunta si voy a bajar. Sé que no es el conductor y mis mejillas se tiñen de rojo al tener que enfrentarme a un rostro tan atractivo y, para mi asombro, disgustado. Asiento y recojo la mochila, sin hablar; él me deja pasar y lo noto a mi espalda, como una sombra protectora. Su chica lo aguarda abajo y también me mira con abierto pesar, así que le sonrío levemente y escapo por piernas del andén, incapaz de entender por qué dos extraños se preocuparían por mí.

 

 

Effy es lo mejor del ya de por sí encantador bed and breakfast donde encontré alojamiento. Tendrá unos pocos años más que yo, pero nos compenetramos enseguida. Creo que me ha convertido en su reto del verano, porque se horrorizó al percibir mi delgadez y se empeña en que todas las horas son buenas para comer. Tuvimos una conversación a la mañana siguiente de llegar, cuando insistí en ayudarla a limpiar la mesa de los desayunos de los tres únicos huéspedes que ocupaban su casa esos días, junto conmigo. Ellos eran temporales; yo no. Seré su inquilina al menos durante un año. Tenía la opción de alquilar un apartamento, pero la rehusé. Sé lo que implica volver del trabajo a una casa con estancias vacías y no puedo permitirme el lujo de la soledad, porque recaería en la depresión.

Effy me animó en lo referente al futuro trabajo que me aguarda, a solo unos metros de distancia, en la orilla este del río Ness. Mi experiencia es nula en ese oficio, pero tampoco habrá que ser muy espabilada para hacer camas, limpiar habitaciones y recoger mesas en el comedor. Esas serán mis tareas, según el contrato y lo que me explicó una agradable chica en correcto inglés por teléfono. No me he pasado por la residencia de ancianos porque aún me quedan cinco días para incorporarme y antes he preferido familiarizarme con el entorno y hacer un conato de turismo. Effy conoce a todos los trabajadores y a muchos de los residentes; es muy sociable y le agradan los ancianos que pasean frente a su casa, solos o con cuidadores.

Intentó sonsacarme información personal, pero preferí callarme los datos más enojosos. No quiero inspirar lástima. Sí le hablé de mi ilusión por conocer Escocia y mi intención de mejorar el idioma. Ella, a su vez, me confesó que soñaba con conocer mundo, pero que, a falta de medios, usa su pequeño hotel para contactar con viajeros de todas partes y así paliar su carencia. Me resultó enternecedor. Es agradable, regordeta, con las mejillas llenas de pecas y la piel muy blanca. Hace honor a lo que se espera de un escocés, con su melena pelirroja, recogida siempre en una trenza. Está divorciada, pero no tiene hijos, y su ex, según confesó, se largó a Alemania buscando nuevos retos. Viste de forma poco convencional, al estilo hippie de los sesenta, y resulta divertido que te dé los buenos días con una corona de flores en la cabeza o una flor en el pelo. No es difícil conseguirlas porque si algo caracteriza Escocia es la portentosa vegetación que brota de su suelo. Effy tiene tiestos colgados y parterres rebosantes de colores en la entrada del hostal. Es un lujo sentarse al sol y oler el aroma de las flores y la hierba.

Mi habitación es luminosa, con vistas al río (la primera mañana estuve confusa al percibir que el río Ness tiene mareas, hasta que supe que confluye con el mar en el fiordo de Moray). Está amueblada con una cama amplia, vestida con edredón, ¡y lo uso, pese a estar en julio!, un armario empotrado, un butacón y una silla de mimbre frente al escritorio que se alza bajo la ventana. Un detalle que me encanta es que Effy rellena todas las mañanas una bandeja con surtido de tés, cafés, chocolates en polvo y cápsulas de leche para que los huéspedes nos sirvamos en la intimidad lo que queramos consumir. No falta el omnipresente hervidor eléctrico, claro. Es muy agradable curiosear por la ventana con una bebida caliente en las manos.

Será por las fechas, pero se ven grupos de turistas hablando en todos los idiomas, cargados con sus cámaras y mochilas. Effy me ha contado que los meses de verano son importantes para la economía local, porque luego todo se reduce a días tranquilos con esporádicos visitantes; de ahí que aceptara mi oferta de alquilarme la habitación el año completo a buen precio. Tengo el baño dentro del cuarto, lo cual no parece ser muy habitual en las pensiones de la isla, y ese dato tan tonto me alegra infinito. No estoy acostumbrada a compartir aseo con desconocidos y me hubiera incomodado bastante.

A Effy le entusiasma que le hable de España, así que aprovecho para desviar su interés por mí y le cuento recuerdos de los sitios que he visitado. He sido muy viajera y me sobran anécdotas para tenerla entretenida; ella, a cambio, me cotillea de las costumbres del pueblo, de sus vecinos (asegura que tiene uno famoso, pero que es muy celoso de su intimidad. Es dueño de una casa preciosa, dos manzanas más allá de la nuestra, y de un Porsche negro que me ha llamado la atención durante mis paseos), de las fiestas de verano, de lo sexis que son los hombres de las Tierras Altas… La dejo hablar y sonrío, en absoluto interesada. Estoy nerviosa por empezar cuanto antes y ver qué tal me desenvuelvo. Y por caer bien a mis compañeras, y a los residentes… Pero aún me quedan cinco días para que eso ocurra.

 

 

Siguiendo el consejo de Effy cojo un bus para Elgin. Me ha hablado de las ruinas góticas de su catedral, a la que llaman «la linterna del Norte», y me ha puesto los dientes largos. Por fortuna, no me defrauda. Es un conjunto arquitectónico impresionante. Una de sus fachadas se mantiene con dos torres semirredondas culminadas en conatos de picachos, con el hueco de un inmenso rosetón y arcos de medio punto. La otra, por el contrario, sustenta dos torres cuadradas con el ventanal vacío de lo que debió de ser una colosal vidriera.

Paseo entre sus piedras sintiéndome insignificante, mientras imagino a cuánta gente cobijó entre sus columnas. Hay lápidas con nombres de obispos y benefactores y una preciosa sala capitular octogonal, según cuenta el guía de un grupo que me precede.

El cielo está encapotado, pero voy bien abrigada y aprovecho para comerme el sándwich de pavo que Effy metió en mi mochila mientras curioseo las tumbas del cementerio anexo. Durante toda mi vida me he creído morbosa por la atracción que ejercían en mí las necrópolis, pero en esta tierra no tengo esa sensación porque son visitadas con el mismo afán que el resto de monumentos. Resultan seductoras con las cruces celtas, las lápidas coronadas por triángulos o curvas, las inscripciones… Tomo asiento en el suelo, porque hacerlo sobre una de las losas me parece irreverente, y hago fotografías del lugar. Quedan preciosas con las nubes oscuras de fondo.

Un día más que sumar a mi aventura escocesa.

Hoy, Manu también ha venido conmigo; sin embargo, no me ha acongojado. Quizá porque este paraje nunca estuvo en nuestra lista. Me pongo los cascos y escucho música clásica durante el viaje de retorno. Las vistas son hermosas y salvajes, como todo en el norte.

 

 

Vagabundeo por la ciudad con ánimo tranquilo. En la zona este se encuentra el castillo y las calles más comerciales. También la Old High Church, la iglesia más antigua de Inverness, y su correspondiente cementerio. Una placa explica que allí se ejecutó a varios jacobitas tras la batalla de Culloden, y dos piedras indican el punto exacto donde se posicionaban el verdugo y el prisionero. Pelín tétrico, la verdad, y eso que el enclave es magnífico, a orillas del río. A solo unos pasos está la Leakey’s Bookshop, una librería que vende ejemplares de segunda mano donde antes había una iglesia. Tengo la impresión de que los escoceses han sabido cuidar su patrimonio convirtiéndolo en organismos públicos o privados, porque si no, no se entiende que anuncien tiendas, hoteles o bares en edificios impresionantes.

Se me va la mañana en el paseo y regreso a la pensión para comer en compañía de un par de huéspedes que no han salido de excursión. El viento azota muy frío y me apetece una siesta al abrigo del edredón, pero lo cierto es que no consigo dormirme. La imagen de Manu permanece en mi mente con insistencia. Creí que al estar en un lugar donde jamás vivimos juntos la nostalgia sería más llevadera, pero me equivoqué. El tacto de su pelo moreno me vibra en las manos; su voz en los oídos; su risa, en el alma. Me tapono las orejas, pero da igual. El recuerdo me acomete con violencia y las lágrimas me liberan de la tortura de su ausencia. No bajo a cenar, pese a la llamada de Effy. No quiero ver a nadie, solo mirar la oscuridad que, muy lentamente, se va filtrando por la ventana.

 

 

En el desayuno me llevo una sorpresa agradable: ha entrado de huésped una chica española. La acompaña su novio, un joven francés. En cuanto Effy los informa de mi nacionalidad, ella me abraza y me besa como si fuéramos viejas conocidas. Es el tipo de cosas que jamás haríamos de estar en nuestro país. Me comenta, entre muerdo y muerdo a su tostada, que está enamorada de Escocia desde que leyó la primera novela de Diana Gabaldón, lo cual me hace reír porque estoy en el mismo tren. Tengo toda la saga en mi estantería de Toledo. Intercambiamos impresiones y me invita a unirme a ellos en la visita a Culloden, así que acepto, feliz de poder expresarme durante un rato en mi idioma. Disponen de un auto alquilado y me maravilla que Adrien se maneje tan bien con las marchas al lado contrario del que usamos en el resto de Europa. Yo no me he atrevido, aunque Effy me ofreció su destartalado utilitario para mis excursiones.

Isabel es divertida y sincera. Me ha preguntado qué hago en Inverness y le he contado la verdad, que tengo un contrato de trabajo; después no ha insistido más. Ella acaba de terminar Ciencias Políticas y su novio es periodista; los dos viven en Madrid.

Cuando llegamos a Culloden, los nubarrones vuelan sobre nuestras cabezas. El lugar es más inhóspito de lo que esperaba, con inmensos terrenos de hierbas y brezo, que es lo que le da belleza con su tinte violeta. Seguimos uno de los serpenteantes caminos y descubrimos una cabaña de piedra que parece interesante; es más, Isabel me asegura que era el antiguo hospital de guerra; sin embargo, solo quedan cuatro paredes blancas con algún cartel informativo. Decepcionadas, arrancando risas burlonas de Adrien por nuestra desmedida pasión, cogemos otra senda y esta vez sí localizamos el monumento conmemorativo de la batalla. Él considera que es feísimo, y sí, bonito no es, pero imita la forma de un antiguo broch[3], o, al menos, eso deducimos nosotras. Nos hacemos las correspondientes fotografías y seguimos andando hasta llegar a los Cairns, las piedras funerarias que representan a los clanes caídos en la batalla: los Mackenzie, Macintosh, MacLean, los Fraser, por supuesto, y un largo etcétera. La mayoría tiene flores a modo de ofrenda y nos emociona ver que el recuerdo de esos clanes perdura. Sé que Outlander[4] ha contribuido al homenaje que los demás países hacemos a Escocia, pero sin duda los escoceses son un pueblo orgulloso, aferrado a sus raíces, y no hubieran dejado que un momento tan decisivo para ellos, aunque fuera una derrota, permaneciera en el olvido.

Emocionadas como dos bobas, Isabel y yo fotografiamos todas las piedras. Adrien, aburrido del páramo y su dramatismo, nos suplica regresar a la ciudad y tomarnos unas pintas. Accedemos, por supuesto. El pobre se lo ha ganado con creces.

 

 

Aprovechando que ellos tienen coche y que la oferta me suena sincera, acepto acompañarlos a la isla de Skye. Es divertido compartir impresiones con Isabel y creo que para Adrien supone un alivio no poner buena cara a su novia todo el tiempo. Este viaje lo están haciendo por ella; él hubiera preferido Canadá.

Paramos a comer en el camino y, más tarde, disfrutamos de la visión de Eilean Donan. La panorámica del castillo es preciosa porque está enclavado en un pequeño islote frente a Skye. Nos sorprende saber que fue destruido por el fuego de fragatas inglesas en el siglo XVIII, poco después de haber sido ocupado por un destacamento español que apoyaba a los defensores deJacobo VII(¡lo que nos gusta a los Spanish meternos en todos los fregados!), y que lo reconstruyó un descendiente de escoceses en el siglo XX, ajustándose a los planos originales. Cuando estás entre sus muros no adviertes que no es, de verdad, una fortaleza medieval. Nos recreamos en el mobiliario, la capilla, las cocinas… Isabel y yo nos metemos tanto en el ambiente que ambas preferiríamos salir en las fotos con ropa de época. Con las nuestras, desentonamos.

Fascinadas, con la cabeza llena de estampas bonitas, nos adentramos en la isla por el conocido Skye Bridge hasta Portree. La tarde luce despejada y al viento ya estamos acostumbrados, así que nos dejamos seducir por el colorido de las casas del puerto, con esa arquitectura que nos encanta. El mar está en calma y los barcos de pesca contribuyen a dibujar una imagen de postal. Nos quedamos a cenar en el pueblo, con el verde de la montaña y el azul del mar por compañía. Incluso Adrien se muestra impresionado a lo largo del día de hoy, olvidados ya los celos por Jamie Fraser[5], y acaba admitiendo que Escocia es un país precioso de punta a punta.

Regresamos a Inverness bastante tarde, pero ha sido un día memorable, y cuando mañana me despida de esta pareja, la echaré de menos. Ellos se dirigen al sur, una zona que aún no conozco; pero para el 1 de agosto quedan apenas veinticuatro horas y ese día marcará el inicio de mi vida laboral en Escocia.

Capítulo 2

 

 

 

 

 

Me presento en recepción cinco minutos antes de la hora prevista, pero me pasan de inmediato con la chica que me entrevistó. Es agradable y muy correcta. Me tiende la mano con un escueto:

—Elsie. Secretaria del director. Al ser domingo, ni él ni la gobernanta están en la residencia, así que voy a pasarte con una de tus compañeras para que te dé las pautas de trabajo y te proporcione el uniforme.

Asiento y la sigo por un pasillo alfombrado que nos lleva a las traseras del edificio. Tras una puerta hay una habitación con taquillas, un par de armarios y un improvisado comedor/cocina.

—Este es vuestro office. Ahí al lado —me indica—, están las duchas por si queréis usarlas al terminar el turno. Como empiezas de mañana, desayunas y almuerzas aquí; por las tardes se cena. —Se interrumpe al ver llegar a una chica muy delgada y pecosa que me sonríe abiertamente. Me la presenta—: Ella es Iona, te informará de cualquier duda. De todos modos, estaré en mi despacho. Bienvenida al equipo, Marta.

Se lo agradezco con un gesto y nos quedamos solas Iona y yo.

—¿Hablas inglés?

Mi desconcierto le arranca una sonrisa.

—Melisa y Jacky lo chapurrean solo, no te sorprendas. Son hondureñas.

—Yo soy española. —Le tiendo la mano—. Me llamo Marta. Marta Nogales.

—Encantada. —Me aprieta los dedos con fuerza—. Ven, lo primero es darte la ropa.

Abre un armario y veo enfundados distintos uniformes blancos, iguales al que ella luce, con la insignia de la Residencia Asmuir. Me mira y me entrega uno de talla mediana. También unos zuecos del mismo color. Me recuerdan a los de mi trabajo habitual.

—Estás muy delgada, pero pienso que este te servirá. De la S te quedaría corto el pantalón —parlotea mientras lo desenfundo—. Ahora te dejo sola para que te cambies.

—No soy pudorosa —le indico, empezando a desnudarme.

—El resto tampoco lo somos, pero, claro, llevamos unos meses juntas. ¿Tienes hambre? Solemos desayunar a… —Sonríe al verme negar—. Perfecto, entonces desayunaremos a las nueve. Mientras, vamos a subir a planta y te voy indicando. Hoy trabajas conmigo. Mañana, Marion te designará tus tareas; es la gobernanta —aclara—. Los sábados y domingos no tenemos a nadie sobre nosotras, son más relajados. De todas formas, el equipo en general es muy agradable. No suele haber malos rollos. ¿Has trabajado antes en una residencia de ancianos?

—No, es la primera vez.

—No te preocupes. Los residentes, excepto en momentos puntuales, son correctos. La mayoría tiene mucha pasta y lo único que les importa es que seamos respetuosos. Están acostumbrados a mandar. —Se alza de hombros en un gesto significativo—. Te iré explicando según se te presenten las dudas, ¿te parece bien?

—Me parece. Gracias, Iona.

Mientras subimos a la primera planta me comenta que hay cuarenta habitaciones, algunas ocupadas por matrimonios; que la compañera de este turno se llama Melisa y el resto son Laren y Jacky. Libramos dos días a la semana. Me darán otro uniforme, y de la ropa sucia, tanto del personal como de los residentes, se encarga una empresa externa. El desayuno nos lo hacemos nosotras, pero el almuerzo y la cena nos lo proporciona cocina.