El compromiso - Mercedes Gallego - E-Book

El compromiso E-Book

Mercedes Gallego

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Beschreibung

  El destrozó su mundo, pero ella le robó el corazón Inglaterra, 1067   En plena época de guerras e intrigas lady Anne, una intrépida sajona de sangre vikinga, tiene que defender su hogar y su corazón de los asaltantes normandos. Wilem de Brion es normando, leal al rey y está atado a un compromiso adquirido en el pasado. Conocer a lady Anne trastoca su futuro y su corazón, pues entre ambos surge un amor que no pueden detener y que les pone a prueba. Lady Anne nunca imaginó que quienes le quitaron su mundo le ofrecerían un futuro fascinante en el que tendría que demostrar su astucia y valentía… siempre que consiga romper los lazos que atan a Wilem de Brion a su pasado. - En HQÑ puedes disfrutar de autoras consagradas y descubrir nuevos talentos. - Contemporáneo, histórico, policiaco, fantasía… ¡Elige tu romance favorito! - ¿Dispuesta a vivir y sentir con cada una de estas historias? ¡HQÑ es tu colección!

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Seitenzahl: 137

Veröffentlichungsjahr: 2025

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Portadilla

Créditos

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S. A.

Avenida de Burgos, 8B - Planta 18

28036 Madrid

www.harlequiniberica.com

 

© 2015, 2025 Mercedes Pérez Gallego

© 2025, Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S. A.

El compromiso, n.º 422 - julio 2025

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, HQÑ y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

 

Imágenes de cubierta utilizadas con permiso de Shutterstock.

De las imágenes interiores, © Shutterstock.

 

I.S.B.N.: 9791370006266

 

Conversión a ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

 

 

Portadilla

Créditos

Dedicatoria

Prólogo

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Capítulo 17

Epílogo

Biografía de la autora

Dedicatoria

 

 

 

 

 

Para mi hermana Carmen.

Prólogo

 

 

 

 

 

Inglaterra estuvo habitada desde el principio del Paleolítico; las inmigraciones celtas de la Edad del Hierro le dieron una cultura y una organización muy semejantes a las de la Galia, y, al igual que esta, fue ocupada por los romanos. Durante los siglos V y VI, los pueblos anglos, sajones y jutos desembarcaron en Inglaterra y se extendieron por el territorio. Los anglosajones impusieron su lengua, cultura y organización, pero no fueron capaces de unificar políticamente el país, que quedó dividido en pequeños reinos. El predominio de Wessex sobre los demás reinos iba camino de lograr la unificación cuando la piratería escandinava se convirtió en una invasión en toda regla, en 860. A partir de la batalla de Edington (878), la isla quedó dividida en dos grandes zonas: este y norte para los daneses y sur para los anglosajones.

En 1066, Guillermo de Normandía (Francia), atravesó el Canal de la Mancha y derrotó a las fuerzas sajonas conducidas por Haroldo II. La conquista normanda supuso para Inglaterra una vinculación más estrecha con el continente y la imposición del avanzado y sistemático feudalismo normando, en el que los barones y el alto clero monopolizarían el dominio de las propiedades agrarias inglesas.

Capítulo 1

 

 

 

 

 

Inglaterra, primavera de 1067

 

La batalla había sido dura. Durante dos días, el castillo sajón repelió el ataque normando y ocasionó numerosas bajas. Por ello, el humor de Willem de Brion cuando se adentró en la torre del homenaje no podría adjetivarse de jovial. Pero pasó del enfado a la estupefacción al entender que una única figura lo aguardaba en mitad del salón, con la armadura puesta y el gesto altivo. Para colmo, se preguntó si se había enfrentado a un muchacho en vez de a un hombre, porque su estatura era tan reducida que no le llegaría al pecho.

—¿Estoy ante el conde Guilford? —interpeló, primero en francés y más tarde en inglés al no obtener respuesta.

La cabeza, cubierta por el yelmo, negó con un ademán.

—Hablo vuestro idioma —replicó.

—Exijo su presencia inmediata y su juramento de lealtad si no quiere que arrase toda su propiedad.

—¿Por qué ibais a arrasarla pudiendo disfrutar de ella? —objetó con desdén—. Os llevaré ante el conde si prometéis preservar su vida.

La frente del normando se arrugó en un intento por decidir qué le resultaba más extraño, si la figura o la voz, alterada por el metal.

—Exijo ver la cara de mi oponente. ¿No os enseñan buenos modales en Inglaterra?

—Demasiadas exigencias, sire, para acabar de llegar.

—Y de vencer, si gustáis de recordarlo —replicó con ironía. Una idea se fue abriendo paso en su mente, pese a que se negaba a darle forma porque, de ser cierta, se sentiría en el mayor de los ridículos.

—Aún no me habéis dado vuestra palabra.

—Ni os la daré. Sois mi prisionero y no podéis imponer condiciones.

—Entonces, no conoceréis el paradero del conde.

La sonrisa que asomó al rostro del normando resultó devastadora, aunque sus ojos claros amenazaron tormenta. Con gesto calculado, tomó asiento en un sillón y estiró las piernas cuan largo era.

—Owain, déjanos solos.

—Pero…

—Es una orden.

De mala gana, su lugarteniente, que lo había seguido de cerca, abandonó la estancia.

—Bien, señora, podéis quitaros la visera.

Tras un ligero titubeo, una mano enguantada subió al casco y lo dejó caer al suelo. Entonces, el sorprendido fue él.

La sajona era joven, pero su mirada, de un verde esmeralda, le enfrentó con determinación. El cabello plateado, recogido en una redecilla, se desparramó por su espalda con un halo de insolencia.

Willem ignoraba si ella era consciente de su belleza, por lo que aguantó la respiración para mostrarse impertérrito.

—Resulta evidente que no sois el conde Guilford.

—Lady Anne, su hermana.

—¿Y podéis explicarme por qué el conde se escabulle bajo las faldas de su hermana?

—¡James no se escabulle de nadie! Está herido.

El normando se puso en pie y se acercó con deliberada lentitud, sin dejar de observarla. Ella no demostró temor y tuvo que admitir que le agradaba su osadía.

—¿Desde cuándo está herido?

—Desde hace dos días.

—¿Grave?

La vio morderse los labios y sintió tentaciones de reír. ¡Demonios! ¡Su intuición no le había fallado!

—Una flecha lo alcanzó en los inicios del asedio. Y sí, es grave.

Si tuvo tentaciones de llorar, lo disimuló bien. Latía más rabia que impotencia en su voz.

Willem la rodeó, recreándose en su silueta, convencido de que ella lo buscaría con la mirada, pero la joven no se asustó. Parecía importarle bien poco su presencia. Cuando la enfrentó, centellearon sus ojos azules.

—Entonces, ¿quién dirigió el asedio?

Juraría que la vio erguirse, altanera. No levantó la voz.

—Yo, por supuesto. En ausencia de mi hermano, soy el jefe de esta casa.

—¿Es una costumbre sajona?

—No. Es una costumbre Guilford.

Su carcajada la tomó desprevenida. Parpadeó, tan cerca del gigante que pudo sentir su aliento, pero continuó inmóvil.

—¡Basta de tonterías! ¿Dónde puedo encontrar a vuestro hermano, lady Anne?

—Vuestra palabra…

—¡No os daré ninguna maldita palabra! —gritó, enfadado de repente.

—¡Ni yo os diré dónde está!

—¡Arrasaré…!

—¡No está en el castillo! Podéis arrasar cuanto queráis.

Sintió tentaciones de zarandearla, mas no hizo falta. De repente, ella cayó al suelo. Durante un instante, pensó que se trataba de una artimaña, pero el sonido de la armadura contra el pavimento sonó muy real. Corrió a su lado y la incorporó con cuidado. Su rostro lucía una palidez alarmante.

—¡Owain! —El grito se oyó en todo el castillo.

Su lugarteniente apareció corriendo, espada en mano. Pero se quedó pasmado ante la visión de su jefe con una desconocida en brazos.

—¿De dónde ha salido…?

—¡No es momento! Busca un curandero, alguien que…

—Si me permitís, señor, yo puedo ayudaros.

La voz pertenecía a una muchacha de aspecto decidido que había entrado en la estancia detrás de Owain. Vestía ropas modestas, poco acordes con su porte intrépido. Los cabellos rojos le caían sobre la espalda, recogidos en una larga trenza.

—¿Sois su criada?

—Mi nombre es Gladis. Lady Anne es mi amiga. Pero además soy la sanadora de esta familia.

El normando se irguió con ella en brazos e hizo una seña a la mujer para que lo siguiera.

—¿Dónde debo dejarla?

—Sus aposentos están aquí al lado.

Le guio hasta una habitación amplia, con muebles sencillos y chimenea, apagada pese al frío.

Willem, diligente, la dejó sobre la cama que la joven había descubierto.

—¿Qué le ocurre? No está herida.

—Solo agotada, sire.

—¿Es cierto que ella lideró el asedio?

Gladis asintió.

—Sí. Pero no os jactéis de vencer a una mujer. ¡Os costó dos días conseguirlo!

—No estoy orgulloso. Al menos, no de mí —concedió, serio.

—No comió apenas en ese tiempo —explicó Gladis, dispuesta a colaborar al captar el interés del normando—. Me ayudó con los heridos, además de mandar a los capitanes. Todo eso, habiendo huido en mitad de la noche de vuestras huestes y del asedio de Bullon. —A Gladis le divirtió su gesto de estupor—. Aparte de haber conquistado esta fortaleza, ostentáis el honor de haber dejado viuda a lady Anne.

—¿Viuda?

—Es una larga historia. Os la contaré en otro momento. Si lo permitís, antes querría asear a mi amiga y obligarla a alimentarse. No tiene fuerzas ni para abrir los ojos.

—¿Sabréis quitarle la armadura?

Por primera vez, la curandera pareció darse cuenta del extraño aspecto de su amiga.

—Me temo que no. Necesitaré ayuda.

Willem la incorporó y la desembarazó de la cota de malla, los protectores de piernas y brazos y las espinilleras, hasta que quedó reducida a una menuda figura con jubón y calzones de suave cuero que moldeaban sus curvas y sus torneadas extremidades.

—A partir de aquí, es asunto vuestro.

Le enfureció que su voz sonara ronca por los indebidos pensamientos que lo asaltaron en el proceso de desvestir semejante cuerpo y, sobre todo, que Gladis lo notara. Con un movimiento brusco, les dio la espalda a ambas.

—¡Cuidad de ella! Cuando esté repuesta, habrá mucho de qué hablar. ¡Y ordenad que enciendan esa maldita chimenea! Aquí hace un frío que hiela los huesos.

Capítulo 2

 

 

 

 

 

Willem regresó unas horas más tarde. A Gladis le pareció agotado, pero no hizo ningún comentario; él no parecía de humor. Pese a todo, su interés por la dama fue real.

—¿Ha despertado?

—Tiene fiebre. Tal vez por el cansancio. Ha vivido unas semanas muy duras. —La mirada del hombre le impelió a seguir—. Tuvo que aceptar la boda con el duque, aunque se resistió hasta el final.

—¿Por qué la obligaron?

—Fue James. Necesitaba refuerzos en el castillo y solo Bullon podía dárselos.

—Vendió a su hermana. —El murmullo sonó a reproche.

—Tampoco había muchas opciones —lo defendió, comprensiva—. Anne es una mujer difícil. Pocos hombres hubieran querido casarse con ella, pese a su aspecto.

—¿Qué queréis decir?

Un sollozo corto les hizo mirarla. Para Willem, ella era una mujer preciosa y valiente. No podía entender qué insinuaba Gladis. La muchacha se llegó hasta el lecho, le humedeció la frente y miró al normando.

—No consigo bajarle la fiebre.

—Tampoco a su hermano le baja.

—¿Lo habéis encontrado?

Su cara de susto le hizo reír.

—¿Tan necio me creéis para no reconocer a un noble entre sus soldados? Además, el parecido con ella es notable.

—Sí, se parecen, es verdad. ¿Podría atenderlo? Tengo unas hierbas que quizá ayuden.

—Podéis ir. Lo han trasladado a una sala decente. Owain os llevará.

—Gracias.

—Solo otra cosa. ¿Por qué estas habitaciones están comunicadas?

Señaló una puerta junto a la cama donde descansaba Anne.

—Esa habitación es de James. Desde pequeños, siempre han dormido cerca. Lady Anne me contó que, siendo muy niña, huía a la cama de su hermano para dormir en las noches de tormenta. Los truenos le daban miedo.

—¿Ahora también?

—Ahora hay pocas cosas que se lo den. Ya os lo demostrará si le dais oportunidad —aseguró, con la mirada traviesa.

Willem la dejó marchar. Le inspiraba diversión la charla de la mujer y su compañía era agradable. Aunque también debía admitir que sentía curiosidad por la peculiar joven que lo había retado en el asedio. Por su historia y por su belleza. La miró una vez más y salió en busca de su escudero. Se instalaría en la habitación contigua. Quería tenerla cerca.

 

 

Le despertó un grito desgarrador en medio de la noche, seguido de sollozos. Cuando tuvo conciencia de dónde estaba, imaginó de dónde procedían. Se vistió un calzón y traspasó la puerta. Una jovencita lo miró con ojos desorbitados por el miedo.

—¿Dónde está Gladis?

—Me dejó al cuidado de la señora. Tenía trabajo con los soldados —logró articular, sin quitar la vista del poderoso pecho, desnudo a pesar del frío.

—¿Sigue con fiebre? —No necesitó escuchar la respuesta. Anne tiritaba entre las sábanas húmedas, con el pelo pegado a la frente y los ojos cerrados. Deliraba en murmullos—. Busca a Gladis y que te dé algún remedio. ¡Date prisa!

La habitación estaba helada y la cama revuelta, así que la trasladó a su estancia. Se sentó frente a la chimenea y la cobijó en sus brazos hasta que los temblores cesaron. Más tarde, le quitó la camisola empapada y la vistió con una de sus camisas. Sin recuperar la consciencia, ella buscó refugio en la calidez de su pecho y retomó un sueño tranquilo.

La doncella regresó con un cuenco humeante y la sorpresa pintada en su rostro por el cambio de dormitorio, pero no consideró que le debiera ninguna explicación. Le ordenó dejarlo sobre la mesa y la envió a dormir.

—¿Y la señora?

—Yo me encargo.

La acomodó en su cama y se acostó a su lado. Ella se pegó a su pecho de nuevo y continuó durmiendo. A él, por contra, le costó descansar. Por un lado, le agradó su contacto; por otro, caviló en quién estaría imaginando que la abrazaba. ¿Habría sido feliz, al final, con su marido? De ser así, le odiaría por hacerla enviudar. ¿O rememoraría la costumbre de dormir con su hermano? La idea le enfadó. Además, le recomía la insinuación de Gladis de que lady Anne era difícil de casar. ¿Qué habría querido decir? Una mujer de su belleza y su estatus tendría pretendientes por doquier…

 

 

Como de costumbre, abandonó el lecho antes de que amaneciera. Anne continuaba tranquila. Se vistió sin dejar de mirarla y abandonó la sala. En el pasillo, encontró a la doncella.

—Arregla la cama de tu señora y calienta la estancia. En un rato subiré a trasladarla.

La chica acató el mandato, diligente. Cuando regresó de asearse en el patio con sus soldados, como hacía a diario, el fuego ardía en la chimenea y el orden imperaba en la estancia. Con una sonrisa que azoró a la muchacha, mudó a la dama de alojamiento y regresó a sus quehaceres. Anne en ningún momento abrió los ojos.

 

 

Tuvo un día ajetreado: organizó la nueva rutina del castillo, repartió cargos y se aseguró la fidelidad de los vencidos. No obstante, la imagen de Anne en su cama estuvo presente cada minuto.

A la hora de la cena, encontró a Gladis en el salón principal y la invitó a compartir su mesa.

—Habéis estado muy activa.

—Tanto nuestros… —Recordó su arenga mañanera en el patio y rectificó—: Tanto los soldados de esta casa como los normandos quedaron algo maltrechos del asedio. He tenido que coser heridas, poner ungüentos y dar ánimos a muchos de ellos. Los hombres sois… un poco blandos una vez pasada la batalla. —Sonrió burlona.

Willem rio sin enfadarse.

—Sois una mujer muy curiosa, lady Gladis. Tenéis un sentido del humor acusado y una belleza poco común. ¿También vos sois difícil de casar?

Su carcajada fue espontánea y a Owain le brillaron los ojos al mirarla, sin que a Willem le pasara desapercibido, por lo que invitó a su amigo a participar en la conversación

—¿No te parece, Owain, que las mujeres sajonas están resultando más interesantes de lo que nos dijeron? Nadie habló de curanderas ni de valientes guerreras.

—Resultan gratificantes —opinó el lugarteniente.

Gladis lo acarició con su sonrisa. Sin duda, a ella también le gustaba el normando.

—Gracias. Pero Lady Anne y yo no representamos exactamente el modelo de mujer sajona. Todo lo contrario. Somos tan amigas porque el resto no nos encuentra de su agrado y su menosprecio favoreció nuestra alianza. —Se volvió a Willem mientras mordía un trozo de pollo. Parecía encontrarse cómoda entre soldados—. Antes cometisteis un error. Soy Gladis a secas, no lady Gladis. Mi padre fue el curandero del castillo. Cuando falleció, Anne se enfrentó a todos para que me permitieran ocupar su cargo. Lo ayudaba desde pequeña y siempre me entusiasmaron los emplastos y las curas. Pero no pertenezco a la nobleza.

—Sin embargo, sois noble —aseveró Owain, haciéndola sonrojar con el juego de palabras.