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Mercedes Gallego

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Beschreibung

Nunca se dice adiós. No de un modo definitivo. Un encuentro inesperado reunirá a Sylvie Doumier, escritora de novela policíaca, Sasha Abbaci, cantante famoso, y Dimitri Rouzade, fotógrafo freelance, en mitad del Atlántico. Venciendo contratiempos, desconfianzas, persecuciones, sentimientos encontrados, secuestros y vicisitudes varias, se hilvanará una historia que transformará unas sencillas vacaciones en un inquietante periplo. Desde las costas de Brasil hasta Venezuela, pasando por la selva amazónica, los protagonistas vivirán peripecias que ni siquiera en el seno de la civilizada capital parisina cesarán. Dos hermanos, una mujer abrumada... y un clan mafioso. Una aventura que te atrapará. - Las mejores novelas románticas de autores de habla hispana. - En HQÑ puedes disfrutar de autoras consagradas y descubrir nuevos talentos. - Contemporánea, histórica, policiaca, fantasía, suspense… romance ¡elige tu historia favorita! - ¿Dispuesta a vivir y sentir con cada una de estas historias? ¡HQÑ es tu colección!

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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2017 Mercedes Pérez Gallego

© 2017 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Intruse, n.º 177 - diciembre 2017

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, HQÑ y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Fotolia.

 

I.S.B.N.: 978-84-9170-540-6

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

Cita

Dedicatoria

Capítulo 1: Encuentro inesperado

Capítulo 2: Aires del Pacífico

Capítulo 3: Mafia en Belém

Capítulo 4: Nuevos rumbos

Capítulo 5: Con los pies destrozados

Capítulo 6: Regreso a la civilización

Capítulo 7: Aventura en París

Capítulo 8: Navidad, blanca Navidad

Capítulo 9: Cuando la vida se encauza

Epílogo

Agradecimientos

Si te ha gustado este libro…

 

 

Nacisteis juntos y juntos para siempre.

Estaréis juntos cuando las alas blancas de la muerte esparzan vuestros días.

Sí; estaréis juntos en la memoria silenciosa de Dios.

Pero dejad que los vientos del cielo dancen entre vosotros.

Amaos el uno al otro, pero no hagáis del amor una atadura.

Que sea, más bien, un mar movible entre las costas de vuestras almas.

Llenaos el uno al otro vuestras copas, pero no bebáis de una sola copa.

Daos el uno al otro de vuestro pan, pero no comáis del mismo trozo.

Cantad y bailad juntos y estad alegres, pero que cada uno de vosotros sea independiente.

Dad vuestro corazón, pero no para que vuestro compañero lo tenga,

porque solo la mano de la Vida puede contener los corazones.

Y estad juntos, pero no demasiado juntos,

porque los pilares del templo están aparte.

Y, ni el roble crece bajo la sombra del ciprés ni el ciprés bajo la del roble.

 

El matrimonio, Khalil Gibran

 

 

A quienes mantienen su fe en mí, con amor; en especial a mis hermanos varones que, sin leerme, presumen de hermana escritora.

Capítulo 1

Encuentro inesperado

 

Sasha dejó de pasearse por el salón de la segunda cubierta y se detuvo frente al sofá tapizado en blanco roto donde había depositado el cuerpo inerte de la mujer que lo tenía a punto de un infarto. Rabioso, se pasó la mano por su cabello oscuro, despeinado y sucio por el viento y la sal del mar, y fijó sus ojos de obsidiana en la intrusa, aguardando el menor indicio de movimiento. Pero nada. Bufó, incapaz de controlar la ira, sin inmutarse por su aspecto frágil. No iba a dejarse engañar por una niñata más. Tenía demasiados tiros pegados para tragarse el cuento de que pudiera ser una náufraga auténtica como había sugerido Dimitri. Controlando el anhelo de despertarla a base de zarandeos, encendió un pitillo con la intención de que el humo fuera suficiente acicate para lograrlo.

Su hermano asomó por la escalera de acceso, con tan solo unas bermudas que imitaban el arcoíris y la risa en sus ojos verdes, el rostro todo jolgorio contenido.

—¿Qué, no despierta nuestra invitada?

Sasha lo fulminó, contrariado. Por mucho que adorase a su hermano, no era ocasión de tomarse a broma la presencia de una intrusa.

—¡Ni a tiros! Para mí que es una actriz consumada.

La mirada verde se posó sobre el pequeño cuerpo que habían cubierto con una toalla de baño y recorrió sin disimulos los rasgos de su pálido rostro. Aunque estaba ligeramente bronceada, menos en los pechos, y suponía que también bajo el tanga que apenas la cubría, como ellos bien sabían, la cara mostraba crispación y un punto de lividez. Ignoraban cuánto tiempo habría pasado en el agua desde que ellos la rescataron, pero desde luego su piel contenía restos de sal y parecía deshidratada.

—Deberíamos pasarle una toalla húmeda por el cuerpo, Sasha. No presenta buena pinta.

Su hermano lo miró como si estuviera loco, pero él sintió pena por la chica. Dimitri sabía que tenía motivos sobrados para ser paranoico, pero le preocupaba que a veces se mostrara desconfiado en exceso; y, desde luego, esta vez apostaría a que se equivocaba.

—¡Déjate de memeces! ¡Tú es que ves un rostro bonito y te deshaces! —gruñó Sasha tirando con ira el cigarrillo en el carísimo cenicero de cristal de Bohemia.

Dimitri, conociendo los accesos de furia de su hermano, se retiró encogiéndose de hombros, aunque en el fondo sentía que dejaba en la estacada a la pobre muchacha en compañía de un medio ogro.

—¡Allá tú! La responsabilidad como piloto es tuya. Estaré en cubierta.

Solo de nuevo, Sasha se arrodilló junto al sofá, apartando de un manotazo la toalla y dejando al descubierto el esbelto cuerpo para analizarlo. Empezó por el cabello apelmazado que se pegaba a la cara y los hombros, tapándole parte del pecho, de un tono castaño claro y liso; siguió por sus pómulos pronunciados, su nariz respingona y sus labios carnosos, bastante despellejados. Tuvo que admitir que deshidratada sí que parecía. Su anatomía hablaba de una mujer de poco más de veintipocos años, con extremidades esbeltas, talla 85 de pecho y cintura estrecha. No llevaba más que un tanga rosa por vestimenta.

Controlando los pensamientos malsanos acercó una botella de agua mineral y empapó una punta de la toalla pasándola después por sus labios. Casi dio un respingo cuando ella los movió de manera inconsciente, buscando la fuente del frescor, así que renovó la operación y se mantuvo a la espera de que su boca se esponjara. Escuchó un gemido y cuando aquellos labios lamieron el agua sintió para su sorpresa que cierta parte de su anatomía respondía de inmediato. Soltando un juramento se incorporó de un salto y entonces sus ojos se toparon con un par de pupilas azules que lo miraron con espanto.

La mirada de la chica fue de Sasha a su cuerpo medio desnudo y en un ataque de recato recuperó la toalla a su lado y se cubrió cuanto pudo.

—¿Quién es usted?

La sonrisa lobuna de Sasha, que buscaba herirla, consiguió su objetivo porque ella se sonrojó hasta la punta de los pies mientras lo contemplaba incrédula.

—¿No le parece que eso debería preguntarlo yo?

—¿Cómo? No le entiendo. No sé dónde estoy.

—En un yate privado —informó él cruzándose de brazos sin desperdiciar una mirada de desdén que ella no entendió.

—¿Un yate? Yo iba en un barco… —De repente su rostro se contrajo en un rictus de pánico y se incorporó con presteza sobre el sofá, cubriéndose más aún con la toalla, como si quisiera pegarse al respaldo—. ¿Quién es usted? ¿Por qué estoy aquí?

El bufido de Sasha fue tan escandaloso que la cabeza de Dimitri apareció en el vano y al comprobar que la joven pasajera estaba despierta desplegó todo su encanto y se le acercó tendiéndole la mano.

—¡Vaya, chica, creí que no sabríamos nunca de qué color son esos ojazos! Bienvenida al Siddhartha. Mi nombre es Dimitri.

Ella no le apretó la mano. Su mirada se fue directa a Sasha, quien continuaba intimidándola con sus ojos fieros.

—Dudo mucho ser bienvenida aquí. —Mantuvo la voz fría, conteniendo el pavor de hallarse con dos desconocidos en alta mar (eso suponía, aunque el barco no se balanceaba).

—Pese al humor hosco de Sasha, te aseguro que estás a salvo —aseguró Dimitri con su contagiosa sonrisa, sentándose en un extremo del sofá y tendiéndole el botellín de agua.

Ella lo aceptó con avidez y bebió a trompicones, sin importarle que parte del líquido se derramara sobre su barbilla y la toalla que estrujaba como un salvavidas; pero a los hermanos no les pasó por alto la imagen lujuriosa que presentaba y, mientras que Dimitri lo aceptó con una risa divertida, Sasha apretó los puños a los costados, frustrado por no ser inmune a ciertas situaciones.

El menor de los hermanos intervino de nuevo cuando la mirada agradecida de ella se posó sobre su figura, menos desconfiada.

—Gracias.

—Después podrás darte una ducha y embadurnarte en crema. Tienes la piel quemada por el sol; pero antes… —Miró a su hermano, conciliador, sabiendo que estaba tomando el papel protagonista que no le correspondía, pero convencido de que sacaría más partido con su simpatía que él con su desprecio—. Nos gustaría que nos dijeras algo de ti. Comprende que estemos perplejos con la situación.

—¿Perplejos? ¡Perpleja estoy yo! No entiendo nada de lo que está pasando.

Un bufido de Sasha le dijo a Dimitri que debía forzar más el interrogatorio si no quería que su hermano explotara. No obstante, dudó ante la mirada asustada de ella mirándolo como si no supiera dónde esconderse.

—¿Por qué me odia? ¿Qué le he hecho yo?

Sasha explotó al fin. Descruzó los brazos y atravesó en una zancada el espacio que les separa para asir sus hombros con una frustración evidente.

—¿Que qué has hecho? ¡Joderme las vacaciones! Eso has hecho. ¿Quién demonios eres y cómo has sabido dónde encontrarnos? ¿Eres una estúpida groupie o una arribista de cualquier periodicucho?

La toalla quedó sobre el regazo de la chica cuando, sin pensarlo, estampó una bofetada en el anguloso rostro moreno con barba de varios días del tipo que le estaba haciendo daño.

—¿Pero tú de qué vas? No tengo ni idea de quién demonios eres y, como vuelvas a ponerme las manos encima, ¡te pateo los huevos! ¡Tengo cinturón negro de karate, aunque no lo parezca!

Dimitri se atragantó con la cachetada, pero Sasha se quedó paralizado, incrédulo al sentir su mejilla roja por la palma de aquella loca.

Ella miró a ambos, tan confusa como furiosa.

—¿Os he estropeado un viajecito «de placer»? ¿Es eso? Pues no te agobies; me das un flotador, que ya me rescatará alguien más solidario. O me sueltas en el primer puerto que arribemos y listo.

Ahora le tocó sonrojarse a Sasha y partirse de risa a Dimitri; rio tanto que de sus ojos verdes brotaron lágrimas, dejando a la chica más desconcertada si cabe.

—¿Se puede saber de qué vais? —A su mirada asomó cierto temor que intentaba controlar—. ¿Tenéis algo que ver con el buceador?

Dimitri entrecerró los ojos, curioso ahora.

—¿Qué buceador?

—¡El que intentó matarme! ¿Quién si no? —gritó, perdiendo los estribos.

A la mirada de Sasha asomó algo parecido a la curiosidad, aunque mantuvo el ceño fruncido y la distancia prudencial, apoyándose en uno de los muchos pufs que rodeaban al sofá y la mesita baja de cristal.

—Vamos a ponernos al día, ¿vale? —propuso Dimitri—. Primero nos presentamos y luego nos cuentas qué ocurrió. Nos das tu versión y nosotros te contamos la nuestra.

Ella volvió a cubrirse con la toalla y asintió, desentendiéndose del súper atractivo capullo que la miraba como si quisiera matarla. No sabía si estaban jugando a «poli bueno, poli malo», pero el encanto del más joven sin duda le ofrecía más confianza.

—Me llamo Sylvie. Sylvie Doumier. Viajaba en el Aires del Pacífico, en un crucero.

Dimitri frunció las cejas no queriendo creer lo que oía.

—¿La Sylvie Doumier de El volcán de hielo y Fuego en el continente?

—¿Escritora? —bramó Sasha a continuación.

Ella les miró a ambos, ora admirada, ora temerosa. Optó por dirigirse al joven.

—¿Has leído mis libros?

—¡Los he devorado! —rio, encantado—. Joder, Sylvie Doumier. ¡No me lo puedo creer!

—¿Y por qué vas a creértelo, memo? No tiene documentación que lo acredite —replicó su hermano.

La mirada azul lanzó destellos de mal genio al morenazo intransigente. Pero ¿quién diantres se creía que era? ¡El muy pedazo de…! Y, sin embargo, su rostro le sonaba.

Dimitri cortó sus pensamientos.

—¿Cómo va a inventarse algo así? La podemos rastrear por Internet. —La mirada de Sasha le recordó que habían desactivado la conexión a Internet, pero ¿eso ella cómo iba a saberlo?

—¡Buena ida, hacedlo! —asintió Sylvie—. Y ahora, si no es mucha molestia, ¿a quién estoy molestando tanto con mi presencia? ¿Al marajá de Kapurthala?

La referencia a sus rasgos hindúes soltó una nueva carcajada de Dimitri y trajo otro bufido de Sasha, quien les miraba con los ojos entrecerrados, casi dudando de quién desconfiaba más.

—¿De veras no sabes quién es Sasha?

El nombre encendió una luz en el cerebro de Sylvie, aunque se negó a dejarse intimidar por el recuerdo.

—¡Pues no! —mintió.

Por supuesto que lo recordaba; ahora sí. Solo que en las ocasiones en que lo había visto en televisión iba pulcramente arreglado, siempre con traje y sin rastro de barba. El aspecto actual le favorecía, con pelo revuelto, mirada cruel y barba de varios días. Si ya era moreno de por sí por su ascendencia pakistaní, el sol del trópico parecía haberlo tostado aún más, y con la camisa de lino blanco entreabierta sobre las bermudas oscuras y los pies descalzos resultaba de un sexy que mataba. Pero antes moriría que admitirlo.

Dimitri no se lo tragó. Sin embargo, tosió en dirección a su hermano.

—¡Anda, si no eres conocido en todo el orbe como temíamos! ¡Y por una francesa, nada menos! —Ignoró el desdén de su hermano y se presentó—. Yo soy Dimitri, el hermano desconocido del archifamoso Sasha Abbaci.

Sylvie ya no tuvo más remedio que poner cara de asombro, ganándose la complicidad del pequeño.

—¿Abbaci? ¿El cantante?

—El mismo. Ahí lo tienes. Vivito y coleando.

—¡Dimitri! —Sasha se había cansado del juego y se aproximó a ella de nuevo, con intenciones poco claras—. ¿Quieres terminar de explicarte de una vez?

—Entonces, ¿no he interrumpido ningún «viaje de placer»? —insistió ella, reforzándose ahora en su enfrentamiento con aquel bruto desconsiderado.

—¡Mala suerte! —replicó Sasha amenazador—. ¡No hay noticia! Dimitri y yo solo intentamos navegar con un poquito de tranquilidad. Nada de amoríos. Y soy «hetero» de la cabeza a los pies, por si tienes alguna duda. —Una sonrisa mezquina asomó a su sensual boca—. ¿O buscas que te lo demuestre?

—No estoy interesada, gracias —contestó Sylvie, mordaz.

Dimitri ejerció de intermediario de nuevo, conciliador.

—Ahora que hemos concluido el primer paso, ¿qué tal si seguimos con el de las versiones?

—Solo hay una versión. Y es la mía —espetó ella, otra vez enfadada porque hasta el encantador Dimitri la pusiera en duda—. Estaba en Río de vacaciones y decidí realizar un pequeño crucero en el Aires del Pacífico. Estando en alta mar, el capitán dio permiso para bañarnos y cuando estaba en el agua… —Su gesto se tensó de golpe—. Un buceador apareció de la nada y tiró de mis piernas hacia abajo. ¡Mirad los moratones si no me creéis!

—Sí que es un pecado querer estropear esas piernas —bromeó Dimitri, aunque su mirada ya estaba seria, creyéndola.

A Sasha no le quedó más remedio que admitir que los cardenales estaban allí por mucho que antes no los hubiera notado. Claro que también se los podía haber hecho a propósito. Las pruebas no eran concluyentes.

Con mosqueo, ella comprendió que no la creía.

—¡Vete al infierno! No sé qué te hace ser tan desconfiado, pero todo lo que he contado es verdad. ¿O iba a tirarme al mar con la esperanza de que tu barco me encontrara? ¿De verdad tengo pinta de estar tan majara?

—No te encontramos en el mar —confesó Dimitri—. Estabas sobre una balsa.

El estupor que se reflejó en los ojos azules convenció al mismísimo Sasha, aunque no lo hubiera admitido ni loco.

—¿Una… una balsa? Lo último que recuerdo es que me hundía en el mar.

Como para romper la tensión del momento, las tripas de Sylvie crujieron con tal intensidad que su rostro se sonrojó violentamente mientras se llevaba la mano al estómago. Dimitri no pudo evitar reírse con descaro.

—Eso me recuerda que yo también tengo hambre. ¿Qué te parece, Sasha, si organizamos la cena y después seguimos esta conversación?

Su hermano asintió antes de girarse hacia Sylvie con un tono menos agresivo.

—Baja las escaleras, atraviesa el salón y en la puerta del fondo hallarás el dormitorio y un baño. Date una larga ducha y usa del armario lo que te venga bien. Ropa femenina no tenemos. Comemos en media hora.

Ella cabeceó; avergonzada, asustada, y un montón de sensaciones más reflejadas en su pálido rostro.

Mientras obedecía, se volvió a mirar atrás. Sasha había comenzado a abrir armarios de la escueta pero bien equipada cocina que ocupaba el frontal del sofá donde ella había estado, pero Dimitri la siguió con la vista y le guiñó un ojo con deliberado encanto, transmitiéndole su apoyo.

 

 

Sylvie bajó las escaleras forradas en madera clara y contuvo la respiración ante el impresionante panorama de un salón acristalado que debía de servir de comedor. Contenía un sofá en forma de media luna tapizado en el mismo blanco roto que el de arriba, solo que este era alto, y una mesa de nogal de torneadas patas. Las cortinas en tono marfil, como la toalla que había anudado a su cuerpo, se mecían por la brisa marina. Estaban varados en mitad del océano. Se veía agua por todas partes desde los ventanales que se repartían de forma caprichosa a lo largo de paredes y claraboyas. Era el barco más bonito y lujoso que había contemplado nunca. Sin embargo, aún le quedaba pasmarse con la visión del dormitorio. Presidido por una cama de dos metros, tenía un cabecero de madera negra y dos lamparillas sobre un mueble que hacía las veces de mesilla de noche con cajoneras en un lateral donde reposaba una televisión de plasma gigantesca. Apenas se percibían adornos personales; algún que otro reloj dejado al azar, unos cedés, algo de ropa sobre el inmenso sofá blanco que ocupaba el lateral contrario de la cama… El armario quedaba disimulado entre los paneles de la pared. Los ventanales junto a la cabecera tenían cortinas automáticas, subidas en aquel momento para dejar pasar la luz del atardecer.

Le costó encontrar la puerta camuflada que comunicaba con el baño a la entrada de la cámara. Y volvió a maravillarse de que un espacio tan reducido contara con todos los accesorios de lujo: un lavabo encastrado en un mueble corrido de madera clara, con cantidad de puertas y cajones, espejo superior de un extremo a otro del aposento y una ducha acristalada con chorro a presión. Halló toallas limpias en un estante y un sinfín de artículos de aseo, así que escogió el champú con olor a papaya y una crema suavizante, riéndose por lo bajo de lo presumidos que parecían aquellos tipos, y se metió bajo la alcachofa sintiendo que todos sus poros se abrían con un estremecimiento de placer.

Se obligó a salir de debajo del agua, acuciada por el crujir de sus tripas, y se embadurnó en leche de almendras desde la nuca hasta los dedos de los pies. Más tarde rebuscó en el armario y debió contentarse con unos bóxers rojos, que supuso que eran de Dimitri por el tamaño, y una camisa azul que le cubría por encima de las rodillas. Rio delante del espejo por su aspecto, tan de película barata, pero se dijo que era mejor que andar desnuda con un tanga rosa. Recordar cómo había perdido la parte de arriba la hizo entrar en pánico, pero se obligó a controlar la respiración y, desenredando su pelo, ahora suave, con los dedos, regresó a la segunda cubierta.

 

 

Ambos hermanos estaban enfrascados en la popa, organizando la cena sobre una mesa de cristal rodeada de sillas de teca. La forma del yate ofrecía una especie de refugio contra el sol a modo de toldo metálico y las vistas del horizonte no podían ser más hermosas. El astro iba desapareciendo y los colores rojizos se mezclaban con los azules del océano creando una gama de espectacular belleza. Los Abbaci no parecían notarlo, atareados colocando comida sobre la vajilla de porcelana blanca: ensaladas de frutas y verduras, mariscos y algunas variedades de patés.

Fue Dimitri el primero en descubrirla y en silbar, entusiasmado.

—¡Ya decía yo que tras tanta sal se ocultaba una sirena bonita!

Sylvie rio, rendida a su encanto.

—¿Siempre eres tan adulador?

—Solo con las chicas guapas —admitió sin avergonzarse.

Sasha, sin embargo, continuaba serio. Le apartó una silla y la miró a los ojos.

—Diste con lo que necesitabas.

—No fisgoneé, si es lo que te preocupa —se picó ella—. Ignoro de quien es la camisa; si te pertenece, me la quito. Total, ya me has visto desnuda.

—Semidesnuda —replicó él mientras una lenta sonrisa socarrona se abría paso en sus labios y lo convertía en el tío más sexy del planeta para irritación suya.

—Lo mismo da. ¿Es tuya?

Ya tenía la mano en los botones cuando se adelantó Dimitri.

—¡Es mía! Y seguro que los bóxers también; los suyos se te caerían de las caderas.

—Eso lo había supuesto. Te cogí unos rojos.

Dimitri le guiñó un ojo.

—Los guardaré de recuerdo.

—Bueno, ¿nos dejamos de tonterías y cenamos o qué? Se supone que estábamos hambrientos —atajó en seco Sasha, sintiéndose celoso de que semejante beldad estuviera más entregada a su hermano que a él.

Tomaron asiento frente a la mesa y degustaron los manjares entre comentarios banales. Sasha había decidido tomarse un respiro en la confrontación con la muchacha, pero fue Dimitri quien lideró la conversación realizando alusiones a sus libros, a lo que ella replicó comentando detalles que el joven acogió con ferviente entusiasmo.

Ambos se deleitaban en la comida con idéntico placer, cogiendo las gambas, la langosta y demás crustáceos con las manos y chupándolos en una especie de juego a ver quién sorbía más fuerte, ignorando deliberadamente el rostro serio que les observaba. Los tres tomaban un vino blanco muy frío y las mejillas de Sylvie se fueron coloreando conforme avanzaba la noche hasta que Sasha cogió la botella y le impidió a su hermano que le rellenara la copa.

—¿No tendrás intención de emborracharla, verdad? Te recuerdo que aún tenemos una conversación pendiente.

Si bien le incomodó la mirada centelleante de la intrusa, la de su hermano le dolió inmensamente. Sabía que se estaba portando como un auténtico capullo, pero verse desplazado de aquel modo por una recién llegada en las atenciones de su hermano le molestaba. ¿O era al revés? Su conciencia le dijo que no solía verse ninguneado por otros hombres, y menos por uno varios años más joven. Que Sylvie se mostrara encantadora con Dimitri y cardo con él, le escocía. Claro que, ¿de qué modo la había tratado él? Admitía que se merecía el desprecio de los ojos claros y más.

Violento, se levantó de la mesa y se excusó como pudo.

—Quizá sea mejor dejarlo para mañana.

—¿Te vas a la cama? —Pese a su enfado, Dimitri se preocupó por él.

—No, voy a ver la televisión en el salón de abajo. Creo que dormiré allí.

—Ese sofá es incómodo.

Sasha lo fulminó con sus ojos negros.

—Puedes dejarle la cama a Sylvie, o que duerma en el sofá de al lado, o compartís… Lo que os parezca. Pero no me deis la tabarra. Buenas noches.

Descendió los escalones con parsimonia, aunque no contaba con la mano fuerte de Dimitri, quien lo asió a mitad de camino, evidentemente enojado.

—No sé qué bicho te ha picado, Sasha; ni por qué te portas así. No obstante, me parece que le debes una excusa a nuestra invitada.

—No es nuestra invitada. —Se desasió clavando sus ojos oscuros en los clarísimos del chico—. No sabemos qué hace aquí ni cómo ha llegado realmente hasta nosotros, así que, si tú quieres dejarte sorber el seso por ella, adelante. Uno de los dos tendrá que mantener la cabeza fría.

Dimitri se mordió los labios, esforzándose por no soltar un puñetazo a su hermano. Y Sasha lo notó.

—¿Ves? Para empezar, ya ha logrado que nuestra paz se vaya al infierno. Procura frenar tu lengua si no quieres que los asuntos de nuestra familia se vean en titulares.

Dimitri decidió ceder. No iba a seguir discutiendo. Estaba seguro de que Sylvie no era periodista, pero en todo caso sería prudente. Encantador, pero prudente. Asintió y le dio la espalda a Sasha. Era la primera noche en muchos años que se separaban enfadados.

 

 

Sasha les escuchó recoger la mesa y poner el lavavajillas; luego subieron a la tercera cubierta y se tumbaron a cuchichear. Aunque las ventanas permanecían abiertas, el ruido del oleaje no le permitía oír su charla, pero sí, de tarde en tarde, sus risas. Captó que jugaban a las cartas y no usaban el jacuzzi como se había temido. Estaba convencido de que Dimitri podía ligarse al bombón con piernas torneadas que se les había metido de polizón; lo que le daba miedo era que ese fuera el plan de ella y no el de él. La situación resultaba tan desconcertante que le tensaba los músculos y le dolía la espalda. Había sido una estupidez decir que dormiría en el sofá; pese a no llegar a ser incómodo estaría mejor en el del dormitorio, o al menos en el del salón de arriba, donde la habían depositada a ella; pero su orgullo desmedido le hizo tragarse la bilis y hacerse el dormido cuando ellos pasaron por su lado y entraron en el cuarto. Aguardó por si escuchaba algún ruido sospechoso, pero el silencio fue el único acompañante nocturno hasta que también él logró caer en brazos de Morfeo.

 

 

Se habían olvidado de bajar las persianas y el sol deslumbró a Sylvie, despertándola.

Durante unos minutos se sintió desconcertada, no ubicándose en la habitación, hasta que el cuerpo relajado de Dimitri sobre el sofá, cubierto solo con su bañador de la víspera, le hizo recordar. Descansaba como un bebé libre de problemas, con una almohada sobre la cara que impedía que la luz le molestara, aunque debía de estar haciéndole papilla las cervicales. Sylvie sintió un ramalazo de simpatía por él. Era un joven encantador. La noche anterior logró hacerle olvidar la aversión que despertaba en su hermano y que la llenaba de vergüenza porque para ella era incomprensible. No era culpa suya hallarse allí y sentía haberles aguado la diversión —aunque Dimitri le confesó en un susurro que ya estaba agobiado con tanta paz—, pero no veía el modo de impedir la situación hasta que llegaran a un puerto. ¡Menos mal que al día siguiente, si los planes de los hermanos se mantenían, llegarían a Recife! Aquel era también el destino del Aires del Pacífico y podría demostrarles que no era una mentirosa; pero, sobre todo, recuperaría el control de su vida.

Se dio una ducha rápida en el baño, recuperó su tanga rosa que estaba seco y oliendo al champú de papaya con el que lo había lavado, y reutilizó la blusa de la noche anterior. Como agradecimiento había pensado preparar el desayuno, así que bajó con cuidado las persianas para no despertar a Dimitri y salió al exterior.

Un ruido insistente la llevó hacia la cubierta al aire libre y la visión de Sasha bajo el chorro de la ducha la dejó anonada para vergüenza suya. Su metro ochenta y siete de estatura, sus caderas rotundas sosteniendo una espalda fuerte y un abdomen plano le secaron la boca cual adolescente inmadura. Tenía los ojos cerrados y la cabeza apuntando al sol, recreándose en el placer del agua que lo refrescaba. Pero lo que la llenó de bochorno fue que estaba desnudo. Podía ver sus glúteos tan morenos como el resto del cuerpo, de lo que dedujo que hacía aquello muy a menudo, y lo peor era que ella se estaba deleitando con el espectáculo. Cuando tomó consciencia reculó, intentando pasar desapercibida, pero pareció que un sexto sentido se agitó en él, quien abrió los ojos y los clavó directamente en los suyos, sin volver el resto del cuerpo.

Debió de comprender que la situación la incomodaba más que a él porque cogió una toalla del brazal de una silla y se cubrió las caderas sin molestarse en sonreír.

—Buenos días. ¿Has descansado?

—Sí, sí —tartamudeó sin lograr sobreponerse a la vista de semejante portento caminando hacia ella. Se retiró al interior farfullando una disculpa—. No quería interrumpirte. Iba a preparar el desayuno para agradeceros…

Su mano, aún húmeda, la detuvo a medio camino.

—¡Aguarda! Quiero… —Se notaba que le costaba decirlo y Sylvie casi lo prefirió antipático—. Me gustaría que nos concediéramos una tregua. Hasta mañana no llegaremos a Recife y el día es muy largo para andar con caras largas. No quiero que Dimitri se mosquee más conmigo. ¿Crees que podemos intentarlo?

Sylvie se soltó suavemente, acelerados los sentidos al percibirlo tan cerca; enfadadísima consigo mismo por saberse vulnerable ante Sasha Abbaci como millones de mujeres en el mundo.

—Por supuesto que podemos. —Forzó una falsa sonrisa—. ¿Te gusta el zumo de naranja? Vi que guardabais algunas en el frigorífico y a mí me flipa en ayunas.

La sonrisa de dentífrico que le respondió la llevó a darse una vuelta aún más rápida.

—Pues termina con tus cosas. ¡Ya me encargo yo!

Se perdió en el interior del barco, negándose a aceptar que su corazón palpitara de aquel modo.

 

 

—¿No te parece raro desayunar a las siete de la mañana? A esta hora suelo irme a la cama en París, no levantarme.

La broma llegó de Dimitri, quien se secaba con una toalla tras haberse duchado en cubierta y cambiado el bañador; Sylvie se preguntó si acostumbraría a hacerlo desnudo como su hermano y le irritó fastidiarles su rutina. Había aparecido en la cocina con su lisa melena revuelta y un bostezo atronador en la boca dándole los buenos días y tomándose la naranjada sin preguntar siquiera. Sylvie imaginó que Sasha lo había despertado, quizá porque le violentara compartir un rato a solas con ella. Los dos habían dispuesto en la mesa de la noche anterior una cafetera, una jarra de zumo recién exprimido, un cesto con brioches congelados que preparó en el horno y tostadas crujientes con mantequilla, al más puro estilo occidental. Cuando se sentaron a comer lo hicieron en silencio, saboreando la calma del océano al amanecer. Después, Sylvie retomó el comentario.

—A mí también se me hizo muy raro adaptarme a los cambios horarios. Venía preparada para el clima, pero no para que amaneciera tan temprano y se pusiera el sol a media tarde.

—¿Por qué elegiste Brasil en febrero? No es una época muy normal.

Ella se calló la verdad, que estaba desilusionada con Jean y prefirió salir huyendo. No iba a contarles sus paranoias a dos desconocidos; menos a Sasha, que siempre parecía a la defensiva.

—Me preparo para la campaña del nuevo libro. Comienza en abril y será agotadora, así que necesito reponer energía. ¿Y vosotros? En época de lluvias tampoco es muy lógico pasearse por la costa brasileña.

—Vamos a Caracas —informó Dimitri mientras su hermano censuraba con un gesto su prontitud en soltar información—. Sasha va a firmar un contrato para una gira por Latinoamérica.

Sylvie le sonrió, intentando ser amable.

—Qué bien, ¿no? Por estas latitudes gusta mucho tu tipo de música.

No consiguió su objetivo porque el rostro del cantante siguió siendo de pedernal.

—Supongo.

Sylvie, hasta el gorro de su laconismo y su mal humor, se le encaró.

—¿Cómo que lo supones? Haces música melódica. ¡Que yo sepa, vamos! Tampoco es que te escuche mucho.

Dimitri se atragantó con el brioche, desparramando trocitos de dulce por media mesa y ganándose otra mirada iracunda de su hermano.

—Pues parece que no es una groupie, no. —Después se volvió a ella, sin dejarse impresionar por el enfado de Sasha—. ¿Qué tipo de música te gusta?

—Soy rarita —admitió, limpiando un poco abochornada las migas de la mesa—. Sigo bastante a Holden.

—¡Me encanta Ce que je suis! —admitió Dimitri.

—¡A mí también! —Sonrió, feliz de contar con un aliado—. Me gusta el indie rock, pero sobre todo el rap. Ya sé que no tiene muy buena prensa —se adelantó a las posibles críticas—. Y que no todos los raperos son buena gente, pero me niego a callarme ante la campaña difamatoria que hay contra ellos desde 2005. A los políticos no les interesa la denuncia social; sin embargo, a mí me encantan las letras de 113 o las de gente de los 80, como NTM o Assassin.

—A mí me va Emilie Simon —confesó Dimitri—. Estuve en un concierto suyo y desde entonces me entusiasma.

La sonrisa de Sylvie molestó a Sasha, ignorante de aquella gente con siglas que a él no le decían nada. Se sintió tan desplazado que rompió el buen rollo de los dos jóvenes.

—¿Vamos a tener esta mañana la conversación que dejamos aparcada anoche?

Ambos le miraron como si regresaran del limbo y les respondió con una mueca adusta.

—Quedamos en que nos informarías con más detalle, si no recuerdo mal.

—¿Y tiene que ser ahora? —rezongó Dimitri, perdiendo el buen humor, sin comprender la antipatía de su hermano.

—Es un momento como otro cualquiera. —Encendió un cigarrillo americano y enarcó una ceja, espesa y oscura como el resto de su vello.

Sylvie contempló sin querer el ligero tapizado de sus pectorales y la línea que parecía desaparecer bajo el bañador azul marino, sonrojándose de golpe al ser consciente de que había perdido el hilo de la conversación al observarlo, irritada sobremanera por no ser inmune al descarado atractivo de aquel hombre. Que esa mañana no se cubriera con una camisa le hacía sentir mariposas en el estómago. ¡Que era una idiota, vamos! Frunció el ceño y se mordió los labios, dejando su servilleta sobre la mesa y enfrentándose a la mirada oscura que parecía expectante.

—¿Qué quieres que te cuente con exactitud?

—Cómo apareciste en una balsa en mitad del océano.

Fumaba con parsimonia, sin quitarle la vista de encima y preguntándose el motivo de su tez sonrojada. O estaba tramando una mentira… O algo la ponía nerviosa. ¿Era él o Dimitri? La química entre ambos resultaba evidente; sin embargo, le parecía que se trataban más como colegas que otra cosa. Pero ¿por qué iba a ponerla nerviosa él? ¡Ya le había mostrado su desdén de todas las formas posibles, desde despreciar su estilo musical hasta su físico! Que lo llamara marajá le había dolido. El racismo en Francia era enorme y tenía que lidiar a menudo con la prensa que ponía su nombre en la picota por parecer árabe, sin distinguir que su ascendencia pakistaní era lo que impregnaba su imagen, aunque solo lo fuera en un cincuenta por ciento. El otro cincuenta, el de su madre, francesa de París, solo se manifestaba en su carácter. Bufó internamente. ¡Ni eso! Su madre era una hippie trasnochada que siempre llevaba una sonrisa alegre en los labios ¡Incluso el temperamento había heredado Dimitri de ella! En ocasiones se preguntaba si en verdad no sería adoptado. ¡Con una loca como su madre nunca se podía saber! Retornó al comprender que Sylvie estaba hablando.

—Ya os dije que mis últimos recuerdos son de un buceador tirando de mis piernas. El capitán comentó que podíamos bañarnos y a mí me pareció una buena idea. —Un ademán desesperado se dibujó en su rostro tenso—. ¿Por qué se me ocurriría hacer ese maldito crucero? ¡Si yo estaba tan feliz en Río!

—Luego volveremos a eso. —Sasha se había adelantado, aplastando el pitillo y con él sus desvariados pensamientos—. ¿Hay algún rasgo que recuerdes sobre el buceador? No pudo salir de la nada.

—¡Pues mira, no lo sé! —Se amoscó ella—. Estaba disfrutando de la temperatura del agua, sentí una mano en mi tobillo y cuando quise darme cuenta aquel tipo tiraba de mí para abajo. Me lie a patadas con él y en la pelea perdí la parte superior del biquini; luego me zambulló un buen rato y ya no pude defenderme. ¡Tenía una fuerza salvaje! Lo que sí puedo confirmar es que era blanco; pese al traje de buceo en el que no conseguí hundir las uñas, su piel era blanca. Eso lo recuerdo.

—Vale, descartado nativo con intención de… ¿robo? La historia suena rarita, la verdad —admitió Dimitri, metido ya en faena.

—¡Pues no tengo otra! —replicó Sylvie, el pánico a punto de vencerla tras el recuerdo y la rabia avanzando por su estómago como un rayo de bilis—. ¿No comprendéis que de montar una mentira la habría hecho más lógica?

—¡Si te creemos, Sylvie! —se alarmó Dimitri—. Lo que digo es que todo esto es de paranoicos.

—Vayamos a lo otro que has mencionado. —Sasha se mantenía imperturbable, aunque en su interior le corroía la curiosidad. Lo que ella decía era verdad, había que ser muy memo para inventar esa historia, y ella no lo parecía. Claro que, torres más altas habían caído…—. ¿Cómo que no debiste moverte de Río? ¿Alguien te sugirió lo del crucero?

Ella entrecerró los ojos azules con gesto concentrado y se mordió el labio inferior en un gesto que los hermanos empezaban a considerar muy personal… y que les «ponía». Entraban ganas de cogerle la boca y devorársela a besos. Porque no se podía negar que la dichosa escritora era un bombón ambulante. Con sus pestañas oscuras, sus labios carnosos y aquella mirada azul transparente, bien podía pasar por una modelo. Tenía unas manos y unos pies preciosos, pequeños y proporcionados, y sus piernas esbeltas, apenas cubiertas por la camisa… Como impelidos por el mismo pensamiento, los Abbaci se miraron y supieron que estaban yendo por donde no debían. La diferencia fue que Dimitri rio, divertido, y Sasha se masajeó las sienes.

—Ahora, si lo veo con retrospectiva, pues sí. Me encontré un folleto en mi escritorio. Y luego la camarera de piso, mientras arreglaba la habitación conmigo dentro porque estaba trabajando en un esbozo de mi nueva novela, sacó a relucir el tema. Que si Recife era precioso, que si los paisajes y el carnaval de Olinda. Más tarde lo comentó el chico del bar. ¡Hasta en recepción me lo recomendaron! Pero todos no iban a estar compinchados.

—Depende. —Sasha se encogió de hombros, escéptico—. O hay algo que nos ocultas y tienes gente siguiéndote, o…

Las chispas de los ojos azules saltaron a la primera.

—¿Qué demonios voy a ocultarte? Te he dicho que soy escritora, no periodista.

—Y yo te creo —replicó antipático, molesto consigo mismo por sentirse atraído por una mocosa de la que no sabía qué creer y qué no. Aquello era demasiado inverosímil—. Hasta que lleguemos a Recife y subamos a ese barco al que afirmas que te subiste…

—Eres un malnacido, ¿sabes? Estoy hasta las narices de que dudes de mi palabra. —Sylvie se irguio todo lo alta que era, que no pasaba del metro sesenta y cinco, y le retó con su anatomía al completo envarada—. ¡Dime el modo de largarme de aquí y lo haré ahora mismo!

—Ahí abajo tienes la balsa en la que llegaste.

Se arrepintió nada más decirlo porque la exclamación ahogada de Dimitri le llegó al mismo tiempo que la bofetada que ella le soltó sin pararse a reflexionar. Como tampoco lo hizo él cuando rodeó la mesa, la izó por la cintura sobre la borda y la tiró al mar en calma.

—¡Sasha! ¿Qué bicho te ha picado, joder?

Dimitri ya estaba saltando al agua para rescatarla y eso lo enfureció tanto como su descontrolado humor. Se tocó la mejilla enrojecida y les gritó desde la borda.

—¡No pienso ganarme una bofetada diaria de una paranoica que no sabemos de dónde ha salido!

Contempló pasmado cómo su hermano luchaba contra la muchacha, que se debatía en sus brazos para no ser ayudada y voceaba negándose a regresar al yate. Sin pensarlo tampoco, se tiró al mar, nadó hasta ellos, le dio un puñetazo en el mentón que la dejó inconsciente y la cargó hasta la escalerilla de la primera cubierta que estaba bajada tras haberse dado él su primer baño de la mañana antes de que ella lo pillara desnudo en la ducha.

La dejó caer sobre la madera, desmadejada, e ignoró la ira de los ojos verdes.

—¡Hala, ahí la tienes! Juega un rato al héroe con ella. Pero que sepas que no me fío ni un pelo de su versión. Te está encandilando con sus cantos de sirena, pero esta tiene más tablas de lo que parece. ¡Allá tú con lo que haces!

Dimitri, atónito, lo miró perderse yate adentro. A pesar de eso, aún se permitió gritarle a su espalda.

—¿Pero tú te has visto, Sasha? ¡Te has convertido en un salvaje!

—¡Y tú en un memo!

Escuchó la réplica de su hermano seguida de un portazo. Descorazonado por no entender la actitud de Sasha, Dimitri acarició el pelo de Sylvie y le palmeó el rostro, rezando para que al volver en sí pudiera hacerla entrar en razón porque con un loco en el yate tenían de sobra.

 

 

Sasha se puso a los mandos del yate y los motores comenzaron a ronronear. Estaba tan enfadado consigo mismo y con el resto del mundo que necesitaba concentrarse en algo. Aún le quedaban unos cuantos días por delante para llegar a Caracas, pero en vista de que tenían una intrusa, le apeteció dejarse de remoloneo y llegar a Recife cuanto antes.

Esperaba quitarse de en medio a la indeseada pasajera que estaba fastidiando su inmejorable relación con Dimitri. Si había confiado en alguien toda su vida había sido en él. Su hermano lo idolatraba por haber actuado de padre en las cientos de ocasiones en que su madre les dejó tirados para irse con algún desconocido o para «hallarse a sí misma»; en buenos colegios, sí; con mucamas encantadoras, también; pero sin el respaldo de un progenitor que les entretuviera con cuentos por las noches o les arropara amorosamente. Él había adoptado ese papel con Dimitri. Aunque se llevaban siete años había luchado por conservarlo cerca y protegerlo cada día de su vida. Ni siquiera cuando empezó a triunfar con la música se habían separado. Dimitri estaba a la sombra; pero estaba. Solo en los cinco años que estuvo en la universidad había dejado de acompañarlo en sus viajes.

Ahora, cuando le había confesado que quería estrenarse como fotógrafo freelance para revistas de naturaleza, no había dudado en ofrecerle un crucero por el norte de Sudamérica para que hiciera sus anheladas fotos. Bien sabía Dios que hubiera preferido una playa perdida en Las Bahamas, disfrutando de sol y buen clima en vez de este extraño compendio de lluvia, calor y mosquitos, pero por Dimitri estaba dispuesto a lo que fuera. Y en solo un instante, su paz se había ido al garete por culpa de una extraña que les contaba una película de gánsteres.

Una idea le iluminó la mente y empezó a filtrarse con insistencia hasta que, sin detenerse a reflexionarlo más, puso el motor en automático y salió a cubierta, donde sabía que encontraría a Dimitri con Sylvie. Estaban tumbados, indolentes, en las hamacas de proa, y su hermano ya había conseguido que la chica riera. No obstante, su buen humor se congeló nada más verlo; él se sentó en la tumbona libre a su lado y la abordó, sin dignarse a mostrar pesar por su actitud anterior.

—¿De qué va la novela que acabas de publicar? ¿Está ya en librerías?

—¡Sasha! —Dimitri se incorporó, no exento de enojo, poniendo los pies sobre la madera.

Sylvie se quedó arrebujada en su hamaca, los ojos fijos en los negros que interrogaban, sin saber si golpearlo de nuevo o responder. Con fingida indiferencia optó por lo segundo.

—Salió en Navidades. ¿Quieres que te firme un ejemplar?

Él pasó por alto su sarcasmo, aunque no pudo dejar de notar que había estado llorando. Sus ojos aún se veían irritados. No se permitió sentirse culpable y siguió el hilo de lo que se le había venido a la mente.

—Antes os escuché hablar de que escribes novela policíaca. ¿De qué va esta?

Ella frunció el ceño, cada vez más perdida.

—De un enfrentamiento entre bandas mafiosas. Una chica roba una agenda para vengar el asesinato de su padre y casi toda la trama es una persecución para recuperarla.

—¿Y lo hacen? —quiso saber Dimitri, intrigado.

—Te voy a destripar la historia, pero no. La matan antes de recuperarla. Ella se la ha dado a un antiguo novio, exagente del MI6 que la está ayudando. Tiene segunda parte.

—¡No jodas! ¿Matas a la prota?

—¡No sonaba creíble que Aline, una chica inexperta, pudiera vencer a la mafia corsa! Hinolt, su ex, sí lo hará. Pero ya te he dicho que esa está aún en preparación.

—¿De dónde sacaste la información para escribir sobre mafias? —Esta vez fue Sasha quien intervino, el gesto más relajado.

Sylvie se incorporó en la hamaca captando mejores vibraciones, sentándose frente a él con las rodillas muy juntas.

—Por lo general me informo en Internet, inspirándome en noticias de prensa o televisión. Pero todas mis historias son inventadas. En esta, sin embargo, Aline Courtois empieza diciendo que, aunque sabe que va a morir, no piensa hacerlo sin antes dar a conocer al mundo las maldades del clan Doujier. —Frunció el ceño, repentinamente asustada—. ¿Intentas decirme que me persiguen por algo que he contado en la novela?

—Suena plausible.

—¡Pero es absurdo! Escribo ficción. Todo el mundo que me lee, lo sabe. Lo digo en las entrevistas.

—¿Has concedido alguna con respecto a este libro?

—No, os comenté que comienzo la campaña en abril. Jean se empeñó en sacarlo en Navidades para aprovechar el tirón de los regalos, pero yo no estaba… No estaba en condiciones de iniciar la campaña. —Los ojos se le llenaron de lágrimas—. Mi padre murió en noviembre y aún no lo había superado.

—¿Sacaron el libro con tu padre recién muerto? ¡Tu editor es un capullo!

Sylvie sonrió a Dimitri entre lágrimas.

—También es mi novio.

—¿Tu novio?

La exclamación salió de los dos Abbaci a la par, logrando que riera, nerviosa.

—Vale, no sé por qué os sorprende tanto que tenga novio. Tan horrenda no soy.

La mirada de Sasha la dejó perpleja, mostrando una ternura inesperada.

—Si tienes novio y perdiste a tu padre hace pocos meses… ¿Por qué no está contigo en estos momentos?

Sylvie tragó saliva y apartó la mirada, avergonzada de admitir algo que a ella misma le dolía.

—La promoción del libro…. Es importante para él.

La mano oscura de Sasha se cerró sobre su mentón, apremiándola a mirarlo.

—¿Y tú? ¿No sois importantes tú y tus sentimientos?

Sylvie se obligó a enderezar los hombros. No quería sentirse humillada, aunque así es como estaba. ¡Y ni siquiera les había contado que Jean renegó del regalo que le había ofrecido por San Valentín! Por eso estaba sola en Río. Le propuso posponerlo para después del verano, pero ella había hecho la maleta, roto el segundo billete y cogido un taxi al aeropuerto sin despedirse siquiera. Esperaba que aquel gesto de rebeldía le hubiera dado que pensar. Lo peor era que ella lo amaba. O al menos eso pensaba.

—Tendrías que preguntárselo a él —se forzó en responder—. Me acusa de ser una romántica empedernida.

—Pues mis disculpas, Sylvie, pero no retiro lo de capullo —resopló Dimitri.

Ella sonrió, más triste que divertida, lo que dio pie a Sasha a retomar la conversación.

—Por favor, sigamos con lo que decías. —Dudó un instante, pero lo hizo, abochornado por haberlo hecho y por tener que retractarse ahora—. Te ruego que me perdones lo de antes. Yo también soy un capullo en ocasiones. Pero con que tengas uno en tu vida parece suficiente.

Esta vez sí rio Sylvie, con una risa espontánea como la que usaba con Dimitri. Y Sasha se sintió reconfortado.

—Disculpas aceptadas. Volvamos al tema. Sigo sin hallarle explicación.

—¿Puedes haber ofendido a alguien con tu libro? ¿Has metido las narices en algún clan de verdad sin darte cuenta?

Las pupilas azules se dilataron al tiempo que Sylvie se llevaba una mano al corazón, cubierto por la camisa que Sasha sabía suya.

—¡El clan existe! Pero yo lo disfracé por completo. No pueden saber que hablo de ellos. Paul Cleveler tiene sus dominios en París, no en Córcega.

—¿Cleveler es un mafioso? —El rostro de Dimitri mostró asombro—. ¡Pero si yo lo tenía por un empresario súper millonario! Mi madre lo conoció en una fiesta y quedó fascinada por él.