Mo Fàil - Mercedes Gallego - E-Book
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Mercedes Gallego

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Beschreibung

Te seguiría dondequiera que fueras, Mo Fàil,mi destino. Brenda Banner tuvo dos retos claros desde su adolescencia: convertirse en una reputada chef y conseguir el amor de James MacDougall. El primero lo verá cumplido gracias a su tesón y al apoyo de Dylan, tío de James. Al segundo renunciará voluntariamente en aras de la tranquilidad familiar. Su madre, cocinera en la residencia del clan MacDougall, se opone con tenacidad a una relación que solo puede hacer daño a Brenda ya que, en su estrechez de miras, "un futuro duque no se casará jamás con la hija de una sirvienta". James, perseverante y seguro de sus sentimientos, se aleja de la mujer que considera el amor de su vida, esperando que madure y comprenda que no se puede luchar contra el destino. Sin embargo, cuando diez años después regresa para asentarse en Escocia, lo hace prometido a una millonaria americana, April Dillon. Brenda, sacudida por imprevistos acontecimientos, se encontrará combatiendo contra los sentimientos que James le provoca mientras se forja una vida nueva y decide si merece la pena luchar por sus sueños. Mercedes Gallego tiene una forma preciosa de narrar, te introduce en las escenas y consigue que seas un espectador más de lo que sucede entre Brenda y James. Me ha transmitido tantas sensaciones que me he enamorado, he llorado, me he enfadado con los personajes por ser tan cabezotas (sobre todo Brenda), pero las escenas de amor entre ellos, así como otros momentos hermosos que vivían juntos, ha compensado con creces todas las veces que me molestó que alguno de los dos dijera algo o tomara una decisión equivocada. Ficción romántica - Las mejores novelas románticas de autores de habla hispana. - En HQÑ puedes disfrutar de autoras consagradas y descubrir nuevos talentos. - Contemporánea, histórica, policiaca, fantasía, suspense… romance ¡elige tu historia favorita! - ¿Dispuesta a vivir y sentir con cada una de estas historias? ¡HQÑ es tu colección!

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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2017 Mercedes Pérez Gallego

© 2017 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Mo Fàil, n.º 158 - mayo 2017

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, HQÑ y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imágenes de cubierta utilizadas con permiso de Dreamstime.com y Fotolia.

 

I.S.B.N.: 978-84-687-9758-8

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

Dedicatoria

Cita

Nota de la autora

Aeropuerto de Lyon-Saint Exupéry (2020)

Verano de 2011, Greenrock

Otoño de 2013, Edimburgo

Verano de 2014, aeropuerto de Edimburgo

Otoño de 2014, Greenrock

Primavera de 2020, Escocia

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

 

Para todos los que me solicitaron esta historia,

a quienes espero no defraudar.

 

Para los escritores que sueñan con ver sus obras publicadas:

¡No cejéis en el empeño!

 

Qué buen insomnio si me desvelo sobre tu cuerpo.

(MARIO BENEDETTI)

 

Hay vínculos que son más sólidos que la sangre misma.

(de Renacer de los escombros, GABRIELA EXILART)

Nota de la autora

 

Muchas personas que leyeron Mo duinne me reprocharon que se terminara de un modo abrupto, sin apenas explicaciones. Aunque he dicho otras veces que no soy escritora de segundas partes, y ya me haya tragado mis palabras con Nayeli, sí tuve claro desde el principio que contaría la historia de James y Brenda. Ellos fueron, desde el comienzo, piezas esenciales en la trama de Ana y Dylan. Se palpaba en el aire que la relación de ambos no podía quedarse en el limbo literario, que sus vidas se merecían unas páginas. Es lo que os traigo aquí y, aprovechando la coyuntura, os pongo al día de esos protas que dejé al pie de una escalera de metro en Madrid.

A los autores no siempre nos resulta fácil desembarazarnos de nuestros personajes, al menos yo vivo mi existencia en un especie de tiempo paralelo al de mis criaturas (también quiero saber más de los protagonistas de novelas que leo y, al igual que mis seguidores, exijo continuaciones).

A Ana y Dylan los quiero especialmente, ya que, no solo su amor transcurre en Escocia, mi rincón favorito del mundo, sino que Mo duinne fue mi primera novela publicada y por ella me nominaron en la web del Rincón Romántico Mejor Autora Revelación y Mejor Novela Contemporánea.

¡Qué fuerte! Pasar de ser una desconocida a que me valorasen de tal modo marcó mi vida desde ese instante; es por ello que estoy eternamente agradecida a quienes creyeron en mí y continuaron leyéndome.

Para todos vosotros va este relato.

Aeropuerto de Lyon-Saint Exupéry (2020)

 

Brenda Banner se acomodó el cinturón bajo la mirada sonriente de la azafata y denegó con un gesto su ofrecimiento de tomar un refresco tras el despegue. Sentía un nudo en el estómago que no le permitiría asimilarlo. Sabía que algo iba mal en casa pero se negó a pensar lo peor. Su madre era lo único que le quedaba en el mundo, y perderla se le antojaba terrible. Sin embargo, la llamada de Dylan esa mañana, cuando aún estaba en la cama regodeándose con el rostro atractivo de Caleb y su cuerpo desnudo, le colapsó los nervios.

Le habló sin preámbulos ni saludos; solo había dicho:

–Tienes que venir, Bren. Es tu madre. El jet te recogerá dentro de tres horas en la pista privada del aeropuerto. No te preocupes de nada. Nosotros estamos aquí.

Era cierto. Dylan y Ana siempre estaban allí para lo que necesitaran ella o su madre. Él lo había hecho desde que le recordaba en su vida, o sea, desde antes de nacer, porque su madre creció siendo parte del servicio del castillo; y después Ana asumió que cualquiera que viviera entre aquellas paredes formaba parte del clan y se mostraba, si cabía, más protectora que su esposo.

Una sonrisa nostálgica entreabrió sus labios al recordar cómo la española llegó a sus vidas; cómo con sus aires hippies y su sonrisa alegre desarmó la estructura jerarquizada de Greenrock hasta el punto de que el propio Malcom se dejó cuidar por ella en sus últimos momentos. Todo lo que tocaba Ana Beltrán se convertía en bienestar. Reconcilió a James con su tío, le hizo un hombre de provecho, enderezó incluso a sus díscolos amigos… y, de algún modo, consiguió que Dylan le ofreciera un préstamo personal a su madre para que ella pudiera estudiar en una prestigiosa escuela de cocina en París y más tarde obtuviera una plaza en un restaurante de reconocida fama donde realizar las prácticas. Cierto que ella se había esforzado al máximo, que vivió por y para su sueño, que dejó en el camino los secretos anhelos de enamorarse de otro que no fuera James. Pagó el préstamo con sus posteriores trabajos, para tranquilidad de su madre, y ahora incluso se permitía ser portada en una revista exclusiva, inundando los kioscos de Francia con su rostro bajo el lema “La BB de la nueva cocina”.

Así conoció a Caleb, él le hizo las fotos para el reportaje dos meses atrás y con la sequía amatoria que presidía su vida desde que rompió con Marcus, apreció el talento del asiático para sacar lo mejor de ella en todos los sentidos.

Tenía claro que no lo amaba; en su corazón solo había sitio para un hombre, pero sabiendo que resultaba un imposible y teniendo sangre en las venas y deseos por satisfacer, tampoco era tan absurda de no concederse ciertos homenajes.

Solo con Marcus había durado dos años y medio, simplemente porque se complementaban bien, ambicionaban lo mismo, peleando por hacerse un hueco en el difícil mundo de los chef, pero cuando terminaron las clases y buscaron destino, entendieron que no podían competir en la misma ciudad. Sin malos rollos, Marcus escogió Marsella y ella Lyon. Durante bastante tiempo mantuvieron contacto por correo electrónico y algún que otro mensajeprivado; los dos eran celosos de su intimidad y no mostraban en las redes nada que no estuviera relacionado con su trabajo.

Brenda aún recordaba la mirada herida de James cuando llegó de su brazo a la boda de Dylan y Ana…

Verano de 2011, Greenrock

 

Había regresado de la escuela, cansada y al mismo tiempo feliz, cogida de la mano de Marcus, cuando miró en su buzón y encontró la esperada invitación para la boda. Venía en un sobre de elegante factura, de color blanco roto; en el interior, escrita a mano por la propia Ana y decorada con el escudo MacDougall, resaltaba la fecha, el 10 de julio; la hora, las once de la mañana; y el lugar, la capilla de Greenrock. El ágape se celebraría en una carpa en el jardín y se requería etiqueta. En una nota aparte, le rogaba que actuara como su dama de honor, junto con Marleen.

Una mueca entre divertida y perversa había cruzado su semblante al imaginarse al lado de aquella superpija en un evento tan importante, arrancando la curiosidad de Marcus quien, a partir de entonces, le había suplicado que lo llevara de acompañante porque jamás había estado en Escocia y la idea de conocer un castillo por dentro y codearse con aristócratas le resultaba excitante.

Así que, tras consultar con los novios, se encontró llevando pareja a la boda de su mejor amiga.

No contaba con que James se presentara en el aeropuerto a recibirla, y estuvo tentada de gritar de impotencia al ver cómo su rostro pasaba de la más inmensa alegría al de la viva sorpresa al percibir la mano de Marcus en su talle mientras atravesaban el pasillo que les conducía a la recogida de equipajes.

Él estaba como lo recordaba de la Navidad anterior, cuando fueron testigos felices del regreso de Ana: atractivo a rabiar, con aquel aire maduro que había cogido en pocos meses.

Ella se desasió de la mano de Marcus y besó con falsa jovialidad a James en las mejillas, sintiéndolo tensarse por el contacto.

–¡No imaginé que vinieras a recogernos!

–Ya conoces a Ana; no deja nada al azar.

Aunque hablaba con ella miraba al muchacho que a su vez lo estudiaba con marcado interés; alto, de cabellos oscuros y ojos castaños. Con porte atlético y sonrisa abierta. Algo mayor que ellos.

Brenda se sintió obligada a presentarles.

–Marcus, él es James MacDougall, mi amigo y sobrino del novio. –Esbozó una de sus espontáneas sonrisas, que se clavó en el pecho del pelirrojo–. Imagino que también serás el padrino. A Dylan le hará mucha ilusión…

James asintió, esperando la explicación que no terminaba de llegar. Con un suspiro, Brenda se rindió a lo inevitable.

–Él es Marcus Necker, mi… pareja. Somos compañeros de curso, además.

James saludó con un frío apretón de manos al francés, quien no se dio por aludido, teniendo a los ingleses por unos estirados.

–Ignoraba que tuvieras novio. ¿De ahí tu ausencia de correos estos meses? Lo achaqué a que estarías liada estudiando.

–¡Y lo estaba! –Arrancó literalmente de sus manos el asa de su maleta y la cogió, deseando demostrarle que podía valerse por sí misma–. Pero ya te he dicho que vamos a la misma escuela.

Con un bufido, James les llevó la delantera hasta el aparcamiento donde había dejado el auto. Ahora entendía que Dylan no le permitiera pillar uno de los deportivos y se empeñara en dejarle el Mazda; sabía que Brenda traía excesode equipaje; lo que no entendía era por qué no se lo habían contado.

Escuchó cuchichear a Brenda a sus espaldas y pasó de preocuparse de si lo estaba disculpando; desde luego, un anfitrión muy amigable no resultaba, pero le fastidiaba saberla con alguien. No era justo, pero cierto. Habían dejado clara la situación las Navidades pasadas, que cada uno debía seguir con su vida, pero constatar que a ella le había costado tan poco ponerlo en practica le dolía en las entrañas.

Atenuó su rabia que ocupara el asiento de copiloto, aunque lo hiciera con cara de pocos amigos, pero al menos se permitió mirarla mientras se colocaba el cinturón. Con la vaporosa blusa de manga corta y los tejanos ajustados estaba para comérsela. Continuaba llevando el pelo corto e incluso usaba un discreto maquillaje, pero sus ojos seguían siendo los reyes de su rostro, de un verde musgo intenso.

Aguantó las ganas de tocarla y enfiló la carretera hacia Stirling. Tiempo tendrían de hablar en privado.

 

 

Brenda se mordía los puños por no poder cantarle las cuarenta a James. Notaba a Marcus incómodo en el asiento trasero, perplejo ante el gesto adusto del muchacho inglés, pero como ella solo le había contado que su madre trabajaba para un barón escocés, que se había criado en un castillo, y donde había hecho hincapié era en la historia de Ana y Dylan, pasando por alto su amistad con James, ignoraba la causa de su evidente malhumor.

Para hacérselo más llevadero ejerció de guía turística durante el recorrido, desentendiéndose de James. Iba medio vuelta en el asiento y en uno de los cambios de marcha, la mano del conductor rozó su rodilla, lo que les llevó a lanzarse una furtiva mirada sin que se concedieran más tregua.

Los comentarios entusiastas de Marcus subieron de tono nada más divisar el contorno de la fortaleza, y Brenda se sintió tontamente halagada, orgullosa de una casa que en realidad no era suya.

No tuvo tiempo de detenerse a pensar al respecto. James les dejó junto a la puerta principal, donde Malcom acechaba al lado de una eufórica Ana, mientras él se quitaba de en medio para guardar el auto en la inmensa nave que utilizaban de cochera.

Brenda dejó sus maletas al cuidado de Marcus y se fundió en un sincero abrazo con la española. Seguía tan menuda como siempre, pero desprendiendo esa aura de energía que lo inundaba todo. Se quedó un tanto perpleja cuando le susurró al oído:

–¡Era verdad que venías con pareja! Pobre James… –Pero no pudo reconvenirle nada, porque los brazos de su madre la esperaban también unos pasos más atrás. Le pareció notarla menos fuerte, pero no le dio importancia, atenta al saludo de la anfitriona a su chico:

–Marcus, ¿verdad? Encantada de conocerte. Yo soy Ana, la que ha montado este guirigay.

La mirada de Lotty taladró a su hija, queriendo averiguar hasta qué punto era importante ese muchacho, puesto que lo traía a sus dominios, pero ella se mantuvo serena. No quería entusiasmar a su madre, aun siendo consciente de que no habría noticia que la hiciera más feliz que verla convencida de que lo suyo con James se había quedado en una quimera juvenil. Ni siquiera el que Ana, plebeya hasta la médula, se fuera a casar con el barón de Lomond, la haría cambiar de idea al respecto; las clases sociales no se mezclaban.

Besó a Malcom, menos adusto de lo general, y permitió que unas manos que no conocía se llevaran su equipaje y el de Marcus para acompañar a Ana y a su madre hasta un pequeño salón donde tomarían un tentempié.

Las mujeres rieron con los gestos de Marcus, absorbiendo cada detalle de la casa.

–Me recuerdas a mí cuando llegué –bromeó Ana ofreciéndole asiento sobre un cómodo sofá de franjas que imitaban al arco iris–. Tampoco podía cerrar la boca de asombro.

–¡Es como vivir en un museo! –admitió el francés, encandilado tanto con la casa como con la anfitriona, quien, en vaqueros y con una camiseta sin espalda en tonos morados ofrecía la imagen más alejada que uno podría esperarse de una futura baronesa.

–Terminas por acostumbrarte –aseguró ella, pasando su vista del joven a Brenda con intensidad–. Así que… sois compañeros en la escuela de cocina.

–Sí. Yo he empezado un poco tarde; antes probé con una ingeniería, pero decidí que quería ser chef. –Pasó una mano con familiaridad por el brazo de Brenda–. Allí nos conocimos. Fue mirar esos ojos y quedarme prendado. –De repente comprendió que la mujer que lo analizaba con lupa al otro lado, muy erguida y con traje severo no era otra que la madre de la aludida y la retiró con premura–. Su hija es maravillosa, señora; ya se lo deben haber dicho muchas veces.

–No tantas. –Sonrió Lotty, seducida por el aspecto normal del chico–. Brenda tenía poca vida social antes de irse a París.

–¡Tampoco allí tiene ninguna! –Rio él–. Si no coincidiéramos en la escuela, sería imposible mantener una relación. Somos dos empollones de aúpa.

Brenda iba a reprenderles por el tercer grado al que les estaban sometiendo cuando la voz sarcástica de James se lo impidió.

–¡Pues vaya gracia, vivir en la ciudad de la luz y el amor y pasarla entre fogones!

La sonrisa desapareció del rostro de Lotty y Ana hizo lo posible por mantener el precario equilibrio que la situación causaba en los habitantes de la casa.

–¿Has olvidado que la pasión de Bren son los fogones? Porque bien que te gustaba probar sus experimentos.

Dejando paso a una doncella con un carrito repleto de comida, Dylan hizo su entrada en ese instante, organizando un breve barullo de abrazos y saludos. Después besó a Ana en los labios y tomó asiento entre Brenda y su futura esposa.

–¡Menos mal que has llegado, Bren! Ana está de los nervios con el asunto del catering, los convidados y demás zarandajas; y no sé por qué, cuando me he dejado convencer para que solo sean doscientos invitados… Dime que la ayudarás y podré volver a mi despacho como si esto no fuera conmigo.

–¡Ya te vale! –protestó la reprendida–. Esto va contigo más que conmigo. Te dije boda sencilla; ¡sencilla! –recalcó–, y vas a traes a casa a medio Edimburgo.

–Cariño, soy un personaje público; no puedo quitar de la lista a todo el mundo.

–¿Todo el mundo? A mí me bastaba con los que estamos aquí, mi familia y los chicos.

Brenda supo que los chicos eran los amigos de James. Desde que ella les ayudara a sacar el curso el verano anterior la habían convertido en su aliada para cada plan que tramaban y, desde luego, como pañuelo de lágrimas en más de una ocasión.

James intervino para echar una mano a su tío, viéndolo descorazonado.

–A ver, pequeña plebeya, tienes que entender que vas a casarte con un barón. Los compromisos sociales son ineludibles.

No sin rabia, comprendió que acababa de darle un motivo a Lotty para que su mirada sonara triunfal mientras miraba a su hija y que esta bajara la vista, así que reaccionó a tiempo dirigiendo una socarrona réplica a la cocinera.

–Claro que también has conseguido que mi tío rompa moldes y demuestre que la voluntad de un hombre es más fuerte que las normas. Por eso, en vez de dos mil invitados, habrá doscientos. ¡Pero tranquila, Ana! Con dos futuros chefs a tu servicio y un dispuesto chofer como yo, la ceremonia estará de sobra organizada dentro de cinco días.

Ana gimió. ¡Cinco días! ¡Aún le quedaban cinco días de suplicio hasta que la pesadilla acabara!

–¡Quién me mandaría a mí hacerte caso y organizar una boda! Con lo bien que vivíamos en pecado.

Marcus estuvo a punto de atorarse con el exquisito café que acompañaba a la tarta de arándanos, aunque enseguida comprendió que estaba siendo testigo de la confianza que le otorgaban mostrándose delante de un desconocido tal cual eran en la intimidad.

–No quería que Malcom te siguiera mirando de mala manera –bromeó Dylan besándole la sien y zampando sin miramientos un pedazo de dulce que cogió de su plato sin usar los cubiertos. Luego miró al invitado–. Bueno, muchacho, espero que encuentres el modo de entretenerte por aquí, porque a Brenda la vas a ver bastante poco. Es pieza imprescindible del puzle y tiene asignadas un montón de tareas.

–No se preocupe por mí –replicó Marcus con tranquilidad–, solo necesito su conformidad para ir conociendo el castillo. Jamás he estado en uno, pese a los muchos que tenemos en Francia, y me encantará recorrerlo de cabo a rabo. De todos modos –apretó la mano de Bren que tenía más cerca–, si puedo ser de ayuda, estaré encantado. Y también quiero conocer algunas recetas de la madre de Brenda. Me ha confesado que comenzó siendo su inspiración.

–¡Es la mejor cocinera del mundo! –asintió James, quien quería a aquella mujer con toda su alma por mucho que ella renegara de verlo junto a su hija.

–Lo dudo mucho –replicó la aludida, halagada pese a sus reticencias con el chico–. Lo que sé lo aprendí de mi madre, y eso fue lo que le enseñé a Bren. Ahora será ella quien me muestre platos que ni siquiera me pasan por la cabeza. No dejarán de tener razón quienes dicen que la francesa es la mejor cocina del mundo.

Ana esbozó una mueca burlona que no pasó desapercibida para nadie.

–¡Bueno, eso habría que verlo! Para mí que esta jovencita se ha adelantado escogiendo una escuela en París ¡No diría yo que no hubiera sido más interesante acudir a la de Ferrán Adriá en Barcelona!

Contra lo esperado, fue la cabeza de Marcus la que asintió, dándole la razón.

–¡Es mi héroe! Ojalá yo lograra esa plaza…Tienes muchísima razón, Ana. La cocina francesa es por tradición la mejor, pero los españoles nos están quitando el puesto a toda pastilla.

Dylan, viéndose venir una conversación que le traía al fresco, terminó su té y tiró del brazo de su novia.

–Con permiso, os vamos a dejar. Mi chica y yo aún tenemos que concluir algunos detalles sobre la boda.

Bren, ya sabes que eres dama de honor, ¿verdad? El traje está en tu habitación; pruébatelo por si necesita cambios. Lo escogió Marleen sin dejarnos opción de elegir; espero que te guste.

Ana apretó el pecoso rostro entre sus manos, cálida y sonriente.

–Te aseguro que es precioso. Ya sabes que no me dejo mangonear con facilidad, pero no hallé motivos de queja. ¡Le irá a tu cutis como un guante! –Rio, burlona–. ¡No sé si lo pensó!

Ambas sabían que se refería a su enconada rivalidad por culpa de James, pero Marcus se quedó a cuadros, sintiéndose fuera de juego.

Lotty, para ayudarlo, lo invitó a seguirla con la excusa de enseñarle su habitación. Ignoraba si su hija se había vuelto tan moderna como para compartir cama con su novio, pero desde luego en aquella casa se guardaban las normas del decoro y cada uno ocuparía una alcoba. Bien alejadas, por cierto.

Bren lo dejó marchar con una sonrisa al tiempo que decía:

–Luego te busco, tranquilo. Ve deshaciendo el equipaje.

 

 

Sin percatarse, James y ella se habían quedado solos.

Se miraron con recelo hasta que él se dejó caer en un butacón y se permitió asomar su rabia.

–¿De verdad te has colado por ese tío?

Ella apretó los puños, sin ceder terreno.

–¿De verdad tenías que mostrarle al James más capullo?

Como un rayo lo tuvo enfrente, sujetándole los brazos con fuerza.

–¡Es la boda de Ana y Dylan, joder! ¡El momento más esperado en esta familia desde las Navidades ! Estaba eufórico pensando que vendrías y… ¡Y tú vas y lo estropeas todo!

Ella se desasió con violencia, acumulando lágrimas en sus bellos ojos.

–¿Cómo te atreves a hablarme así? Disfrutamos de las fiestas con la familia de Ana, nos concedimos el respiro de ser inseparables esos días, pero tuvimos una conversación al final, ¿lo has olvidado? Dejamos cristalino que debíamos volar por separado, que nos queda mucho por aprender y vivir… Simplemente estoy cumpliendo mi parte. ¿O es que tú te limitas a ser un ermitaño y estudiar sin más?

James bajó la cabeza. Podría haber dicho la verdad, que sí, que eso era lo que estaba haciendo; pero ni loco lo admitiría después de saber que ella era capaz de olvidarlo con tamaña facilidad.

–¿Ves? ¡Pues eso! –replicó ella airada, abandonando la sala.

 

 

Sin ganas de enfrentarse a Marcus ni a su madre se pasó por la biblioteca, donde se escuchaba la risa de los novios. Llamó a la puerta y Ana, divertida y recomponiéndose la ropa, la invitó a pasar, regalándole otro sentido abrazo.

–¡Qué bien que estés aquí! –Reparó en la tristeza de su semblante y la llevó de la mano hasta el sofá que poco antes compartía con Dylan–. ¿Problemas en el paraíso?

–¡James es un capullo! –le espetó a su antiguo jefe–. ¡No tiene derecho a mostrarse posesivo conmigo! Vosotros sabéis que… Sabéis que estoy loca por él desde que era una cría, pero debemos ser realistas y admitir que cada cual debe reconducir su vida. Así lo dejamos claro en Navidad… ¡Y ahora me reprocha que intente conocer a otros chicos! Yo no sé si Marcus será importante o no en el futuro, pero me gusta y me hace sentir cómoda.

Dylan la estrechó entre sus brazos, tratándola como a una hija, mientras ella derramaba lágrimas sobre su hombro.

–Bren, él se siente enamorado de ti pese a ser consciente de que tu madre aborrece la idea de veros juntos. Si os he apoyado en que viváis historias separadas es porque considero que sois muy jóvenes, que la vida resulta larga y es mejor cometer los errores antes que después. Yo amaba a Meghan con desesperación y no imaginaba mi vida con otra mujer hasta que apareció Ana… Y ya ves, ahora soy el más feliz de los mortales. Te juro que si seguís sintiendo lo mismo cuando pasen unos años seré el primero en arrancarle a tu madre su bendición; te quiero con toda mi alma y me sentiría orgulloso de que te convirtieras en la duquesa de James, pero antes debéis cargar con un bagaje a vuestras espaldas.

Ella apartó la mirada para clavarla en los azules ojos de Dylan.

–¡Te aseguro que estoy conforme contigo! Es tu sobrino quien no lo acepta. Se ha portado como un cretino con Marcus, que no sabe nada de mis sentimientos por él. ¿Cómo voy a decirle al chico con el que salgo que aún quiero a otro?

Dylan le secó las lágrimas con los dedos, suspirando de satisfacción.

–¡Cómo envidio la sabiduría que mostráis las mujeres, Bren! Pero no te apures, yo hablaré con James y lo pondré en su sitio –prometió.

–¡No seas duro con él!

Se mordió los labios, pero ya estaba dicho.

Dylan volvió a estrecharla en sus brazos antes de dejarla sola con Ana musitando un.

–¡Creced pronto, por Dios! Me muero por saber si lográis mantener ese amor contra viento y marea. Bien que os lo merecéis.

Ana ocupó su lugar y le besó la húmeda cara repetidas veces.

–Pienso como Dylan, ya lo sabes. Deseo que termines con James, pero antes disfruta del mundo que te aguarda ahí fuera. Hay muchos hombres, muchas ciudades y muchas cosas que hacer. Yo no me arrepiento de nada de lo que viví hasta que llegué a esta casa. Es más, soy producto de todas esas Anas que dejé en libertad. Hoy me toca hacer de baronesa, pero jamás olvidaré mis curros de au pair, ni de camarera o guía… Ni tampoco me pesa haber pasado por otros brazos antes que por los de Dylan, aunque ya no desee otro rincón en el que estar.

–¡Oh, Ana, si yo consiguiera ser la mitad de sabia que tú!

La risa de la española resonó en la biblioteca.

–¿La mitad? Tú ya lo eras cuando nos conocimos! Anda, vamos a ver el traje de dama ¡A Marleen le va a dar algo cuando comprenda lo preciosa que te ha puesto!

–¿De verdad no me hará sombra?

Ana rozó con ternura la mejilla de la insegura muchacha.

–¿Sombra Marleen? Tienes los ojos de una ninfa, Bren, nunca lo olvides. Por cierto, le he puesto tu imagen a mi dama de las Highlands, espero que no te importe.

–¿A Isabella MacDuff? –Su entusiasmo fue en aumento–. ¿Cómo llevas el libro?

La cara de Ana mostró fastidio al tiempo que salían al pasillo.

–¡Lo llevaba! Con todo este embrollo he tenido que dejar mis visitas a los archivos. Menos mal que Dylan me ha prometido que pasaremos todo el verano próximo en Inverness y podré escribir alejada del mundo.

–A Morag y Dugan les encantará. ¿Vienen a la boda?

–¡Solo faltaría! ¡Ya que tendré que aguantar la presencia de mi madre y del primer ministro escocés, al menos que pille alguna cara amiga!

Brenda se detuvo en mitad de la escalera, fascinada.

–¿Alex Salmond? ¡Dios santo, no lo había pensado! Pero claro, siendo Dylan parlamentario… No imaginas los botes que pegué cuando ganó las elecciones. ¡La primera mayoría absoluta del Partido Nacionalista en Holyrood! Nadie podía entenderme, pero fue maravilloso escucharlo en las noticias.

Ana rio sin alborozo.

–¡Te salió la pequeña independentista que todo escocés lleva dentro! No, si te entiendo –rectificó, captando la repentina seriedad de Brenda–. A mí tampoco me entusiasman los ingleses, pero ahora que el mundo es global resulta tonto hablar de independentismo, ¿no crees?

En realidad no nos vamos a independizar; la cuestión es hacernos más autónomos y que se respeten nuestras tradiciones. ¿O tengo que recordarte que nos prohibieron incluso vestir el tartán después de Culloden?

–¿Y yo debo recordarte que esa reivindicación es una antigualla y que ya se encargó sir Scott de que George IV lo vistiera en 1822 cuando hizo su visita a estas tierras? Para más inri, ahora lo lucen en todas las novelas y pelis sexys y románticas del planeta, erigiendo Escocia en destino de moda. ¿Se puede pedir mayor momento de gloria?

Ambas se miraron con amplias sonrisas. De pronto, Brenda se encogió de hombros.

–¡Pues también es verdad! Anda, veamos ese traje. ¡Pero que sepas que me encantará conocer en persona al señor Salmond!

–¡Todo tuyo! Así cumples tus funciones de dama de honor como debe ser. La novia va a estar más que ocupada escondiéndose por los rincones –aseguró Ana, no sin angustia.

 

 

Esa misma noche aumentó la concurrencia del castillo. James, en su calidad de chofer oficial, recogió a los padres y al hermano de Ana en el aeropuerto.

Se conocían de Nochevieja, cuando pasaron la fiesta juntos por expreso deseo de Dylan, tras recuperar este a Ana en su breve visita a Madrid. El escocés sabía que ella no pecaba de tradicional, pero como él sí lo era decidió que no había mejor manera de presentarse oficialmente a la familia de su futura esposa que enviándoles el jet para que acudieran a Greenrock. Le costó una tarde de morros de la española, pero entre James y su hermano Miguel le hicieron más llevaderos los comentarios desafortunados de su madre en la corta estancia.

Malena Altamira parecía un clon de su hija, quitando la diferencia de edad, asunto que mortificaba a las dos por igual; sin embargo, el carácter no podía ser más diferente. La médico mantenía de continuo un gesto altanero que se reflejaba en sus labios apretados y el ceño fruncido. Se encontraba en su salsa rodeada de lujos y para nada le molestó que su futuro yerno resultara un aristócrata.

Alfonso Beltrán, por el contrario, era un hombre campechano y amable. Enseguida hizo buenas migas con Lotty porque le encantaba la cocina y les ofreció más de una muestra de su buen hacer culinario.

Dylan, a día de hoy, seguía preguntándose qué llevaría a enamorarse a esas dos personas. Porque lo cierto es que lo estaban. Si alguien conseguía ablandar el gesto agrio de Malena, era su esposo con sus comentarios bromistas o sus encendidos elogios a la belleza de su mujer.

Miguel Beltrán fue caso aparte; desde que llegó se metió en el bolsillo a todos los habitantes de Greenrock, resultando el sosias perfecto de su hermana. Hizo deporte con James y Dylan, encandiló a las doncellas, conquistó la confianza de Brenda y consiguió que lo admitieran a ratos también como cocinillas en los dominios de la cocinera.

Esa noche la situación se manejó pareja a la de Navidad, aunque el saludo de Malena a su hija fue menos despegado. Hubo un instante en que incluso llegó a ser emotivo cuando dejó caer el comentario.

–¡Cuánto le hubiera gustado a tu abuela estar con nosotros estos días!

A lo que Ana, acariciando el colgante quesolía llevar, replicó.

–Te aseguro, mamá, que lo está. Brillaron lágrimas en los ojos de ambas y se fundieron en un abrazo de reconciliación.

Después, todo volvió a su cauce.

 

 

Al día siguiente Miguel y su madre, con Malcom pegado a los talones, controlaron a los trabajadores que se encargaban de instalar la gigantesca carpa en la explanada del castillo; mientras, Lotty y Alfonso cocinaron para un regimiento, ya que Ana se empeñó en que se sirviera a todo aquel que colaborara en la ingente tarea de disponer lo necesario para la boda.

Se había contratado personal añadido para todas las dependencias, desde las alcobas a las cuadras. Greenrock relucía y el ir y venir de la gente era incesante.

Ana se llevó a Brenda a Edimburgo para ultimar compras de vestuario y accesorios mientras que Dylan y James, con Marcus adosado, gestionaban el catering, los aparcamientos y cualquier tarea de gestión para que nada fallara el domingo.

A su pesar, James debió reconocer que Marcus tenía una inteligencia viva y aprendía rápido. Solucionó diversos problemas de logística y se ofreció para tareas menores sin pudor alguno, ganándose los agradecimientos de Dylan.

El día antes de la boda cogió a James en un aparte y mantuvo una breve conversación con él.

–Disculpa, James. Al principio pensé que me tratabas con desdén por aquello de vuestra fama de antipáticos pero ahora sé que no es así, lo cual me lleva a considerar que tienes algo contra mí. Podrías ser honesto y hacérmelo saber.

Sintiéndose abochornado, James desvió la mirada.

–No tengo nada contra ti.

–Entonces es que te gusta Brenda –afirmó el otro sin rodeos.

James notó que no solía llamarla Bren, quizá para diferenciarse del resto. Con presteza lo enfrentó, enfurecido por la tranquilidad que mostraba su rival.

–Quizá sea eso.

–Sin embargo, tú la conociste antes que yo y no sois pareja –objetó sin enfadarse.

–Las cosas no siempre son fáciles, ¿no te parece?

Marcus asintió, demostrando la madurez que la edad le otorgaba.

–No, no lo son. Pero si de verdad te importa, no le fastidies estos días. Vino muy ilusionada con la boda y cuando no está con vosotros, a veces se pone triste. Puede que tú también le importes y por lo que sea no estéis juntos; pero ahora ella es mi novia y quiero que luzca una sonrisa perenne en ese precioso rostro que Dios le ha dado, así que procura no oscurecerla con tus tonterías de chaval. A no ser que tengas algo que añadir.

James apretó los puños a los costados y encajó la mandíbula con fuerza, pero denegó, haciendo el esfuerzo de no liarse a tortas con su invitado.

–Descuida. No haré nada por estropear la alegría de Bren. Ella significa para mí más de lo que imaginas; pero abstente de robarle la sonrisa tú, porque entonces te buscaré bajo tierra y te lo haré pagar.

Marcus rio, palmeándole un hombro.

–Así me gusta. Que saques los dientes. Si algún día lo dejamos ya sé que tendrá guardaespaldas.

Se alejó silbando, despreocupado, mientras James admitía con desgana para sus adentros que le agradaba el tipo.

 

 

El domingo llegó más rápido de lo que Ana había esperado, disfrutando con la presencia de sus allegados, incluida su madre, por una vez.

La noche anterior, como todas desde que regresó de España, había dormido con Dylan en su cama (a partir de ese día lo harían en la alcoba de él, reformada de arriba abajo, convertida en una mezcla de los gustos de ambos), pero cuando despertó ya no estaba.

Saberlo nervioso le hacía gracia. Ella se hallaba bastante tranquila. No le angustiaba iniciar una nueva vida al lado del hombre que amaba porque llevaba meses compartiéndola, y el de esa mañana no pasaba de ser un mero trámite que Dylan creía necesario.

Las primeras en aparecer fueron Brenda y Mónica, su peluquera oficial desde que la peinó en el Dalhousie Castle Hotel. Pese a queaquella noche resultó un desastre, el trabajo de la muchacha le encantó y la había contratado siempre que requería estar presentable acompañando a su prometido, y en esta ocasión no iba a ser menos.

Mónica había llegado la tarde anterior, y se enamoró del castillo y de Miguel Beltrán con igual intensidad. Ya tenía apalabradas vacaciones en Ibiza porque se le fastidiaron las de septiembre; no obstante, le aseguró a Ana que no necesitaba encontrar un español más guapo, que su hermano era perfecto, a lo que ella respondió entre carcajadas que podía intentarlo, pero que resultaba un pez escurridizo, como buen marino; sin embargo, lo cierto era que Miguel y la peluquera no se separaron un instante durante la cena y que luego se perdieron por los jardines al concluir los postres.

Por la sonrisa que lucía la escocesa aquella mañana Ana no se atrevió a preguntarle, segura de que había logrado su propósito de intimar con un españolito.

Desayunaron las tres en bata, gastándose bromas, y después se esmeraron con los maquillajes y los peinados. Con las guasas y la presencia añadida de Malena –espectacular con un modelo de alta costura de color oro de Teresa Ripoll, compuesto de vestido de guipur y abrigo de mikado con lazo en la cintura– se les fue el tiempo volando, y no habían terminado cuando los primeros asistentes empezaron a acomodarse en la capilla y los aledaños, ya que al ser un recinto pequeño para tanta gente se había instalado una cámara dentro y pantallas en el exterior, con el fin de que todos pudieran seguir paso a paso la ceremonia.

Marleen apareció hecha un manojo de nervios, maquillada y con un favorecedor recogido de su rubia melena en un moño alto pero sin el vestido, que estaba junto con el de Brenda. Aunque ambas se saludaron con escasa simpatía, se los embutieron deprisa para representar su papel de damas con la mayor gracia posible.

Recibieron elogios de las otras chicas hasta que Ana se dio la vuelta y les mostró cómo se le ajustaba su maravilloso diseño de novia.

 

 

Dylan saludó al primer ministro escocés, único político que tendría la deferencia de ubicarse en el interior junto a los invitados más cercanos, presentándole a la familia de su futura esposa y al pastor que celebraría el enlace.

La capilla, de estilo gótico, estaba decorada con rosas blancas y guirnaldas de seda; nada ostentoso, como Ana insistió. Por suerte contaban con una mañana soleada que hacía refulgir los colores de las vidrieras, iluminando las baldosas de piedra pulida de la nave.

En cuanto le fue posible, Miguel dejó a sus padres ejerciendo de diplomáticos con el político y regresó a su puesto en el altar junto a James, quien, con idéntico atuendo al de su tío, el tradicional traje escocés con los colores MacDougall, esperaba visiblemente nervioso.

Él, de chaqué negro con chaleco gris y corbata oscura, arrancó más de un suspiro, inconsciente de su atractivo, mientras buscaba entre los asistentes a la preciosa peluquera con la que había pasado la noche. Saludó con un ademán al personal de la casa, que estaba presente en los primeros bancos acompañando a los familiares, y sonrió al ver cómo el estirado Malcom no podía resistirse a ir colocando a los recién llegados en sus respectivos asientos. Afuera, los invitados eran atendidos por personal añadido, aleccionados hasta la saciedad en días anteriores por el marcial mayordomo.

De repente, el órgano comenzó a entonar los primeros compases del Canon de Pachelbel y todos los ojos se centraron en la figura que avanzaba, traspasando el vano, iluminada por los rayos de sol mañanero.

Dylan repasó el vestido de bámbula de seda plisada con cuerpo de chantilly y cola de sirena de Rosa Clará del que ella tanto le había hablado sin permitirle verlo «por si acaso es verdad que da mala suerte», y saboreó el color moreno de su piel en sus brazos desnudos hasta llegar a las enguantadas manos de tul que sostenían un ramo de violetas, símbolo de delicadeza, sutileza y simplicidad, todo lo que Ana quería representar para él. Llevaba un peinado elaborado, con su larga melena recogida en una trenza floja donde se entrelazaban cintas de raso verdes y rojas, evocando los colores MacDougall. Por adornos, el colgante de plata regalo de su abuela y unos pendientes de diamantes y oro blanco. No necesitaba otros detalles para complementar su belleza.

La sonrisa radiante y el brillo sospechoso de sus ojos complacieron a Dylan mejor que el resto de accesorios. Bajó el peldaño que lo elevaba del resto y sostuvo las manos de su amada ante el colectivo suspiro de satisfacción.

Ana dejó las flores a buen recaudo con Brenda y se perdió en los ojos azules que la subyugaron desde el primer momento. El corazón le explotaba en el pecho. Desvió la vista hacia su hermano, guapísimo al lado de James, siendo ambos los padrinos, y descubrió que los ojos del otro joven no la miraban, embelesado con Brenda, perfecta en su traje corto de chiffon azul eléctrico, con el cuerpo drapeado y la falda vaporosa, marcando cintura con un ancho cinturón en tela plateada.

También Marleen estaba bellísima y el vestido resaltaba la tonalidad de sus iris claros, pero James solo tenía ojos para la pelirroja de ojos verdes.

Dispuestos todos alrededor del altar y de cara a los presentes, el sacerdote inició la ceremonia.

Ana había transigido en celebrar un matrimonio religioso porque estaba convencida de que no habría otro para ella, pero como para Dylan sí era importante sellar su unión, cedió a regañadientes, dejándole claro que lo único significativo del enlace sería el momento de los votos.

Los hicieron ante el altar, manteniendo la expectación de sus conocidos, que permanecieron en absoluto silencio incluso en los jardines desde los que observaban la escena.

Dylan paseó sus nudillos por el rostro de Ana antes de coger la mano donde depositaría el anillo. A pesar de los nervios, en ese breve instante se sintió sereno, perdiéndose en los castaños reflejos que lo miraban cargados de amor.

Con voz segura pronunció las palabras que había escrito y memorizado:

 

Yo, Dylan,

te tomo a ti, Ana,

por legítima esposa

hasta el fin de mis días.

Agradezco al destino

que te cruzaras en mi vida

para volverla del revés,

para llenarla de risas y esperanza;

para calmar el dolor de mi corazón.

Agradezco hallar en ti

a la compañera perfecta,

para disfrutar de lo bueno

y sobrellevar cualquier desdicha

que el futuro nos depare,

porque sé que contigo todo será más fácil;

porque sé que sin ti,

ya no sería posible imaginar

una vida con brillo en el horizonte.

Porque tú eres mi amor,

por encima de todo y de todos.

Te desposo y prometo recompensar

cada minuto que pasemos juntos.

 

Con pulso firme colocó el anillo en el anular de la mujer que estaba realizando ímprobos esfuerzos por contener las lágrimas y, olvidando el protocolo, depositó un breve beso en sus labios, originando un coro de murmullos de apreciación.

Ana, respirando hondo, sujetó la mano izquierda de Dylan sin apartar la vista de su rostro y recitó los suyos, alto y claro, levantando risas en los presentes y un esbozo de burla en los labios del que iba a ser su marido al reconocer de su boca las palabras que habían escuchado mil veces en la película que ella visionaba cuando se sentía romántica, Tenías que ser tú.

 

Espero que nunca quites, atraques o engañes;

pero si vas a quitar,

quítame mis pesares.

Si vas a atracar,

atraca todas las noches en mi puerto.

Y si vas a engañar,

por favor,

engaña a la muerte,

porque no podría vivir ni un solo día sin ti.

Te amo, Dylan. Hasta el fin de mis días.

 

Tras ser bendecidos con el consabido «yo os declaro marido y mujer», unieron sus bocas en un cálido beso cargado de promesas que Dylan concretó con un:

–Te amo, mo duinne.

Entonces le tocó el turno de mover ficha al grupo de elegantes muchachos de Eton, cada cual vestido con el tartán de sus respectivas casas, y a quienes Marleen se unió colocando sobre su hombro una banda con los colores MacBean. James hizo una señal a los músicos que aguardaban con gaitas en la entrada y al son de sus acordes entonaron el Flower ofScotland.