Amor desinteresado - Peggy Moreland - E-Book
SONDERANGEBOT

Amor desinteresado E-Book

Peggy Moreland

0,0
2,99 €
Niedrigster Preis in 30 Tagen: 2,99 €

-100%
Sammeln Sie Punkte in unserem Gutscheinprogramm und kaufen Sie E-Books und Hörbücher mit bis zu 100% Rabatt.
Mehr erfahren.
Beschreibung

Penny Rawley no había cruzado todo el estado de Texas para permitir que Erik Thompson, su atractivo jefe, se aprovechara de su posición. Quizás fuera su nueva secretaria, pero había llegado a aquella poderosa empresa con una sola idea en mente: casarse con el hombre al que siempre había amado, aunque él se empeñara en no hacerle ningún caso, salvo para darle órdenes a gritos. Pero eso iba a cambiar... Erik no podía creer lo que veían sus ojos: aquella sosa secretaria se había convertido en una mujer despampanante. Deseaba seducirla y demostrarle quién era el jefe... El problema era que no era eso lo que le dictaba su hasta entonces imperturbable corazón. Algo dentro de él lo impulsaba a hacer suya la encantadora inocencia de Penny.

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern

Seitenzahl: 170

Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2001 Peggy Bozeman Morse

© 2018 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Amor desinteresado, n.º 1070 - agosto 2018

Título original: Millionaire Boss

Publicada originalmente por Silhouette® Books.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.:978-84-9188-659-4

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Índice

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Si te ha gustado este libro…

Capítulo Uno

 

 

 

 

 

Era exactamente el argumento de una novela de amor: Hombre y Mujer se conocen superficialmente en la universidad, luego sigue cada uno su camino después de graduarse.

El hombre dedica su vida a crear su negocio y rápidamente alcanza el calificativo de líder del mundo empresarial y de soltero codiciado.

La mujer, que ha entregado su corazón al hombre, se resigna a ser una solterona y dedica su vida a cuidar la casa de su hermano viudo y sus tres hijos sin madre.

Diez años más tarde la mujer encuentra un anuncio del hombre solicitando secretaria y se presenta para el empleo, segura de que ha sido el destino quien hizo que viera el anuncio en el preciso momento en que ella ha decidido que su hermano y sus sobrinos se han hecho demasiado dependientes de ella y que necesita buscarse una vida propia, apartarse de ellos.

La reunión tiene lugar y el hombre declara su amor imperecedero a la mujer y vivieron felices y comieron perdices.

Penny Rawley se hubiera reído del manido argumento y de la patética heroína con su caso terminal de amor no correspondido, si no fuera porque reflejaba su propia vida… bueno, excepto la última escena con la reunión y las perdices. Esa parte aún no había sido representada.

Pero pronto lo sería, pensó, mirando inquieta las puertas del ascensor que estaban frente a su mesa. ¿La reconocería él cuando llegase? se preguntaba nerviosa. ¿Recordaría a la compañera de estudios que le había mecanografiado los apuntes hacía diez años?

Por raro que pareciese, llevaba trabajando un mes para Erik Thompson y aún no se había encontrado con él cara a cara. Él estaba en viaje de negocios por Japón cuando Eleanor Hilloughby, la secretaria a quien Penny había reemplazado, la contrató para el puesto. Eleanor, una señora dulce y amable, le había dicho que se jubilaba para poder pasar más tiempo con sus nietos, aunque Penny sospechaba que la mujer bien podría estar en aquel momento haciendo cestas de mimbre en algún manicomio en lugar de estar mimando a sus nietos.

Después de haber pasado menos de un mes en aquel empleo, Penny estaba convencida de que cualquiera que trabajase directamente para aquel hombre era un candidato de primera línea para una lobotomía frontal. Él era desorganizado, absorto en sí mismo, y se comunicaba con sus empleados como si fueran solo máquinas.

Suspiró ante el recuerdo de los cientos de correos electrónicos que él había enviado a su ordenador desde los más remotos confines del mundo. Solamente fragmentos, todos ellos. Racimos de palabras una al lado de otra sin el menor cuidado por la sintaxis, la ortografía, o la puntuación. Descifrarlos era tan tedioso como intentar descubrir un código secreto.

Pero lo que más la irritaba era que ni una sola vez, en ninguno de los e-mail que la había enviado, había hecho el menor comentario por el cambio en el personal de su oficina ni se había dirigido directamente a ella en ninguna forma. Todos sus correos estaban dirigidos a [email protected]. A juzgar por esto, Penny podría ser perfectamente un mono que comiera plátanos alegremente mientras manejaba todos los asuntos personales y profesionales de él.

Se dijo a sí misma que aquello no importaba, que no le dolía que él no la recordase. Solo porque ella sí se acordara de Erik él no estaba obligado a hacer lo mismo. Después de todo ella era Penny Rawley, vivo ejemplo de la chica que nadie saca a bailar. Poco atractiva, invisible, alguien a quien se olvida con facilidad; mientras que él era Erik Thompson. Un genio de los ordenadores y excelente empresario. El soltero más codiciado de Texas, si no de todo el mundo. El hombre que se había nombrado a sí mismo comisario del ciberespacio, cabalgando la banda ancha en vez de un caballo y con un teclado por arma en lugar de un revólver de seis tiros en su búsqueda de delincuentes de la nueva frontera conocida como Internet.

Pero sí dolía, tuvo que reconocerlo mientras intentaba contener las lágrimas que inesperadamente acudieron a sus ojos. Temía morirse de pena o sentirse muy humillada si él al llegar no la reconocía o por lo menos se daba cuenta de que alguna vez la había tratado.

A la porra su cita con el destino, se dijo a sí misma tomando el bolso. Se despediría. Se iba a marchar antes de que él llegase y así se ahorraría el corazón roto y la humillación. Encontraría un nuevo trabajo en una empresa menos conocida, con un propietario menos célebre. Una empresa en la que ella no tuviera ninguna pasada conexión con su jefe.

En el momento de ponerse en pie, bolso en mano y lista para una salida apresurada, sonó la puerta del ascensor indicando su llegada a la planta ejecutiva. Atrapada, se quedó mirando inmóvil cómo se abrían las puertas y salía su ocupante. Era un hombre que llevaba un maletín en una mano y un montón de papeles en la otra.

Ella lo miró de arriba abajo, fijándose en la camiseta negra con el emblema de Cyber Cowboy, en los vaqueros desteñidos que se ceñían a sus delgadas caderas y en las piernas largas y musculosas que le acercaban a su mesa con paso decidido. Ella miró también sus botas de vaquero y luego su pelo negro como el carbón que se le rizaba en la frente y detrás de las orejas.

¿Erik Thompson? Se preguntó asombrada. Ella esperaba que él hubiese cambiado con los años. Que hubiera cambiado de estilo de vestir por uno más acorde con su estilo de vida y su riqueza. Un traje de seda a medida, zapatos italianos, un Rolex, cualquier cosa que diera muestra de su éxito ¡Pero él no había cambiado en absoluto! Seguía vistiendo como vaquero con mala suerte, exactamente igual que cuando ella le había conocido diez años antes.

Sin levantar la mirada del informe que estaba estudiando pasó por delante de la mesa y murmuró una orden de una sola palabra pidiendo café.

Ella lo siguió con la mirada hasta su despacho. Contempló sus anchas espaldas y un roto que llevaba en el pantalón a la altura del bolsillo que dejaba ver una estrecha franja de seda negra. ¡Él usaba calzoncillos negros de seda!

Sin volverse él cerró la puerta de golpe. El ruido la sobresaltó.

Se quedó sentada un buen rato mirando la puerta cerrada hasta que oyó una voz que decía:

–¿Dónde está mi café?

Ella vaciló, recordando su anterior decisión de marcharse. «Le daré un par de días más», se prometió a sí misma mientras servia el café. «Y luego, si me parece imposible trabajar con él me marcharé».

Tuvo que respirar hondo antes de llamar a la puerta, al no recibir respuesta abrió y lo vio sentado con la cabeza apoyada en las manos y leyendo el informe. El sol entraba por el ventanal que estaba detrás de él y creaba un halo dorado, si es que los ángeles caídos tenían halo.

A los dieciocho años ella pensaba que Erik Thompson era el hombre más guapo y sexy que había conocido nunca, y ninguno de los que vio después le hizo cambiar de opinión. Entonces, como ahora, él proyectaba una imagen de fuerza, de confianza en sí mismo y de capacidad intelectual que no eran más que un pequeño indicio de la agudeza de una mente brillante, de su impaciencia por conquistar el mundo y reclamarlo para sí… y una sexualidad innata que la hacía derretirse como la miel.

Cierto que había que mirar más allá de su ruda apariencia, porque parecía que tenía aversión a los peines y las máquinas de afeitar, o eso indicaban sus rizos y la barba incipiente que sombreaba su mandíbula.

Mientras ella lo miraba él apartó una mano de la cara, pasó la página y volvió a ponerse la mano en la sien, como si la necesitara para soportar el peso de su cabeza. Estaba agotado, observó ella con una punzada de simpatía y preguntándose inmediatamente por la causa de su fatiga.

–Buenos días, señor Thompson –dijo pensando que lo más adecuado era un saludo formal, especialmente porque él no parecía haberla reconocido–. ¿Qué tal le ha ido su viaje a Japón?

Con la atención fija en el informe, él musitó algo y alargó la mano. Su respuesta se parecía tanto al gruñido de buenos días de su hermano, que se quedó pasmada ¿Eran iguales todos los hombres? Se preguntó incrédula ¿Daban todos por supuesto que sus necesidades serían satisfechas sin tener que pensar en las personas que estaban cubriendo esas necesidades?

Decidida a hacer notar su presencia dejó la taza de café sobre la mesa en un punto fuera de su alcance y dio un paso atrás.

Después de un momento él alzó la mirada hacia la taza, pero sin mirarla a ella. Volvió a su informe bebiendo de la taza.

–¿La nueva secretaria?

Penny puso los ojos en blanco. Incluso en conversación él parecía comunicarse por fragmentos de frases, aunque este no era difícil de descifrar. Su significado estaba muy claro y demostraba lo que ella ya sospechaba. Él no se acordaba de ella.

Pero no murió con el corazón roto, como había temido que le sucediera. Ni sufrió ni una brizna de humillación. En vez de eso se sintió invadida por la furia.

–Sí –dijo extendiendo la mano, decidida a obligarle a tocarla, a demostrarle que ella era un ser humano, no uno de sus complicados sistemas informáticos–. Me llamo Penny Rawley.

Él levantó la mirada, la miró a los ojos unos instantes y luego miró su mano. Frunció el ceño, dejó a un lado la taza, estrechó brevemente su mano y luego la soltó.

–¿Le explicó todo la anterior secretaria.? –dijo enfureciéndola más aún al volver una página del informe y seguir leyendo, en vez de centrar su atención en ella.

–Sí, fue muy meticulosa.

–Se ocupaba de todos los detalles de mi vida. Personales y de negocios. Espero que usted haga lo mismo.

–Me explicó muy claramente mis obligaciones.

Una esquina de su boca se frunció ligeramente en lo que parecía ser una sonrisa de aprecio. El efecto en ella fue devastador.

–Estoy seguro de que sí –miró hacia arriba y se encontró con los ojos de ella, la miró con sus ojos azules como si estuviera valorándola. Ella hizo lo que pudo para no llevarse la mano al moño en que se había recogido su larga cabellera y para no tirar del dobladillo de la falda de corte conservador. Contuvo el aliento esperando algún tipo de reacción por su parte, alguna señal de que se acordaba de ella.

Cuando él volvió a desviar su atención al informe, ella soltó el aire y con él todas sus ilusiones. Descorazonada, colocó los papeles que llevaba en la mano sobre el escritorio de él.

–He preparado su programa de esta semana. Si quiere echarle una ojeada le contestaré cualquier pregunta que quiera hacerme.

Sin levantar la mirada él puso el programa sobre el informe que estaba leyendo y miró la primera página mientras tomaba el café. Miró la larga lista de citas y luego lo dejó a un lado, centrándose de nuevo en el informe.

–Cancélelas –ella alzó las cejas ante la inesperada orden.

–¿Cancelarlas?

–Si. Voy a California esta tarde. Estaré fuera una semana.

Ella lo miró fijamente, pensando en todas las llamadas que tendría que hacer, y los egos que tendría que calmar cuando informase a aquellas personas de que Erik Thompson no podría verse con ellos como estaba programado.

Él levantó la vista impaciente al observar que ella seguía junto a su mesa.

–¿Necesita algo más?

–Nnnno –tartamudeó ella yendo hacia la puerta–. A no ser que tenga otras instrucciones que darme.

–No –hizo un gesto con la mano como de echarla. Luego puso las botas sobre la mesa, con el informe delante de la cara–. Por el momento no.

 

 

Erik bajó el informe para mirar a la puerta que había cerrado su secretaria.

Un ratón, pensó con desagrado mientras la puerta se cerraba sin ruido. Un ratón remilgado y asustado de su propia sombra ¿En qué estaba pensando la señora Hillonghby. cuando contrató a una mujer como aquella para que ocupase el puesto de secretaria?

Sabiendo que no había más que una forma de descubrirlo salió de su despacho a toda prisa.

Su nueva secretaria, el ratón, como ya la había apodado, levantó la mirada de su mesa al oírlo pasar.

–¿Dónde va? –preguntó sorprendida.

–Fuera.

–Pero si acaba de llegar.

Él no la hizo caso y entró en el ascensor. Veinte minutos más tarde estaba en la puerta de la casa de su antigua secretaria, esperando impaciente a que ella le abriera. Cuando lo hizo entró inmediatamente.

–¿Quién es el ratón?

–¿Ratón? –preguntó confusa cerrando la puerta tras él–. ¿Te refieres a la nueva secretaria que contraté?

–Sí. Ella –él se sentó en una silla–. ¿Cuál es el trato?

–Así que ya la has conocido –se sentó a su lado y sonrió complacida consigo misma.

–Sí. Y es un ratón ¿En qué estabas pensando? No va a funcionar.

–Pero si es perfecta. Muy organizada, extremadamente inteligente, leal sin tacha. Además es soltera y está dispuesta a trabajar todas las horas extra que exige tu agenda.

–Es un ratón –repitió con tono desagradable–. No será capaz de soportar la presión del puesto.

–Es decir que no podrá soportar tus arranques de mal humor –él frunció el ceño ante la reprimenda.

–Además eso –murmuró sin querer admitir que su antigua secretaria había dado en el clavo.

–Entonces puede que tengas que aprender a controlar tu mal genio –parecía una madre en lugar de una antigua empleada. Erik la miró con una media sonrisa. Iba a echar de menos a esa mujer–. ¿Por qué no te olvidas de esas tonterías de la jubilación y vuelves a trabajar conmigo? Sabes tan bien como yo que nadie puede reemplazarte.

–No puedo. Mis nietos me necesitan.

–Yo te necesito. Esos críos tienen a sus madres para que los cuiden. Yo solo te tengo a ti.

–Tú ya estás crecidito y eres muy capaz de cuidarte a ti mismo –él dejó pasar esto sin comentarios, quedándose en silencio. Supo que era la táctica adecuada cuando ella empezó a retorcerse las manos–. ¿Cuándo comiste por última vez?

–No me acuerdo, hace por lo menos un día, o dos.

–Erik Thompson –gritó ella levantándose–. ¡Por Dios! Un hombre necesita comer para conservar la fuerza –encendió la parrilla y el horno.

–Ya. Lo sé, por eso te necesito.

Ella apretó los labios y le lanzó una mirada de «no creas que me estás engañando, jovencito» y luego se concentró en preparar unas tortitas.

Riéndose, Erik se acomodó en la silla y miró la acogedora cocina. Le gustaba mucho aquella habitación, con su inagotable provisión de aromas que hacían la boca agua, el montón de adornos inútiles y la maraña de dibujos y fotos que cubrían la puerta de la nevera. Creía que había pasado más tiempo en aquella mesa y en aquella habitación de lo que lo había hecho en la cocina de la casa en la que vivió de pequeño, un hecho que hablaba por sí solo de su relación con sus padres.

–¿Has sabido algo más de Boy Wonder? –preguntó mientras daba la vuelta a una tortita.

Erik frunció el ceño al recordar al misterioso e irritante pirata informático que saltaba de aparato en aparato y de servidor en servidor eludiendo a Erik.

–Sí. Un par de veces. Sigue por ahí, entrando por las puertas de atrás en los sistemas que no son asunto suyo.

–¿Ha hecho algún daño?

–Ninguno que yo pueda determinar. Me imagino que está preparando algo grande para pronto. Lleva demasiado tiempo sin hacer nada.

–Lo atraparás.

–Puedes jurarlo –murmuró irritado de que el pirata hubiera evitado todas las trampas que le había puesto hasta el momento.

–Ella hará un buen trabajo.

Él levantó la mirada, descolocado mentalmente por el rápido cambio de tema. Luego, al darse cuenta de que hablaba de su nueva secretaria frunció el ceño y se echó hacia atrás para que ella pudiera colocar el plato delante de él.

–No tan bueno como el tuyo –ella sonrió complacida por el cumplido y se sentó a su lado. Puso una mano sobre la de él, su sonrisa se hizo melancólica.

–Estoy muy agradecida por el trabajo que me ofreciste cuando murió Red. Sinceramente no sé que hubiera hecho de no haber sido por ti.

Al recordar la muerte, cinco años antes, del hombre que había sido un padre para él, mucho más que el propio, Erik apretó los labios para contener la emoción. Dio la vuelta a su mano y cerró los dedos en torno a los de ella.

–Red era un buen hombre. El mejor.

–Él estaría muy orgulloso del trabajo que estás haciendo.

–Me dio mi primera oportunidad. Me enseñó todo lo que sé.

–Sí, y aún estaría más orgulloso de saber que tomaste todos sus conocimientos y continuaste su trabajo.

–Nosotros lo continuamos –afirmó él, recordándola que ella había tenido una parte muy importante en el trabajo que él había hecho después de la muerte de su marido. Ella se rio y le apretó la mano antes de soltarla.

–Y disfruté de cada momento. Pero ya ha llegado el momento de empezar una nueva etapa de mi vida, la de abuela amante.

–Estarás aburrida a muerte antes de un mes. Te lo garantizo.

–No –le dijo, y se secó con el delantal una lágrima reveladora–. De verdad que estoy deseando pasar tiempo con mis nietecitos.

–Entonces ¿por qué no tomas el empleo a tiempo parcial? No hay razón para que no sigas trabajando para mí y también que puedas pasar tiempo con tus nietos.

–Lo que pasa es que tienes miedo de que si me jubilo deje de cocinar para ti –dijo ella riendo.

–No solo es eso. Te necesito, formamos un equipo.

–Y Penny y tú también formaréis un buen equipo –sonrió y le acarició la mejilla–. Dale una oportunidad y verás que Penny Rawley es exactamente la mujer que necesitas en tu vida.

 

 

Unas horas más tarde Erik seguía enfurruñado y preguntándose qué habría querido decir la señora Hilloughby. con su comentario. ¿Estaba haciendo de casamentera? Se preguntó echando una ojeada a su secretaria que estaba sentada transcribiendo los datos que había grabado en cintas en sus reuniones de Japón.

Miró rápidamente a otro lado, descartando el pensamiento. No, se dijo a sí mismo. Aunque la señora Hilloughby. había estado entrometiéndose sin contemplaciones en su vida desde hacía más de quince años, desde el momento en que Red le había llevado a su casa por primera vez, y después en su trabajo desde la muerte de su esposo, pero nunca había intentado emparejarle con una mujer.

Volvió a levantar la mirada cuando su nueva secretaria se alzó del asiento y se dirigió al despacho contiguo.

–Espere un momento –Penny se detuvo sorprendida por la orden de su jefe, que casi parecía un ladrido. Se volvió contenta pensando que por fin la había reconocido.

–¿Si?

–¿Tiene usted familia?

–Bueno… no. Tengo un hermano, dos sobrinas y un sobrino.

–Bien –mientras hablaba estaba buscando unos datos en el ordenador–. Porque va a venir conmigo a California esta tarde.

–¿A California? ¿Con usted?

–Sí. Vaya a casa a hacer el equipaje. Lleve algo bonito.

–¿Bonito? –intentaba hacerse a la idea de que iba a viajar con él.

–Sí, ya sabe, un vestido de cóctel o algo así.

–¿Pero por qué?

Él frunció el ceño. Parecía haber encontrado la información que buscaba.

–Una de esas fiestas de etiqueta. Tengo que llevar acompañante.