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Este libro trata sobre la vida personal y deportiva de la multicampeona mundial y subcampeona olímpica Ana Fidelia Quirot, desde su nacimiento hasta años después de su retiro (2007), con especial énfasis en los momentos más relevantes de su carrera. Estructurado en dos partes, resulta un amplio retrato en el que se combinan testimonios, entrevistas y una importante recopilación de información sobre múltiples aspectos de su biografía, con anécdotas, fotografías, recortes de prensa, sus características como corredora, rasgos de su personalidad, la consagración a su carrera, distinciones y premios recibidos, medallas alcanzadas, los más de treinta y cinco sobrenombres que la acompañan y el relato de conductas que evidencian su dignidad deportiva; además, sus victorias, reveses y la tremenda fuerza de voluntad y vigor humano de esta mujer para regresar a impresionantes registros en el deporte de alto rendimiento.
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Seitenzahl: 586
Veröffentlichungsjahr: 2016
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Edición para e-book: Aldo Gutiérrez Rivera
Composición para e-book: Irina Borrero Kindelán
Diseño de cubierta:Yuleidis Fernández Lago
© Ana de la Caridad Segarte Nario, 2010
© Sobre la presente edición: Editorial Científico-Técnica, 2015
ISBN 978-959-05-0788-5
Quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorización escrita de los titulares del Copyright, bajo la sanción establecida en las leyes, la reproducción parcial o total de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, y la distribución de ejemplares de ella mediante alquiler o préstamo público.
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A mi hijo en especial y mi familia. A mis amigos y compañeros. A quienes quieren y admiran a la Quirot; a todos los que han disfrutado sus triunfos como un regalo; a los que se inspiraron e inspiran a ella; a su pueblo y su familia. A quienes creen que los sueños son posibles y a los que no creen en estos. A todos los que han hecho posible la realización de este libro.
Para Ana Fidelia
Como las aves volar era su sueño
Ya ese sueñocon pasión mística se aferra
Pone alas a sus piernas y en la tierra
Que la vio nacer, logra su empeño
Elegante y ágil establecer
Marcas increíbles en las pistas,
Es la diosa ebúrnea que conquista
Y que ante la propia adversidad se crece.
Para Cuba, un pedazo de su historia,
Del mundo deportivo gran estrella
Del mundo deportivo gran estrella
Que rompe las marcas de la gloria.
Para los niños un hada, una princesa
Que deja tras de sí visibles huellas
Como reflejo fiel de su grandeza.
6 de febrero de 2004
eterno e infinito agradecimiento a la Quirot, porque confió en mí sin conocerme. A las más de cuarenta personas que logré entrevistar: médicos, entrenadores, familiares, atletas, exatletas, amigos y seguidores; a mis compañeros de trabajo y a todo el que de alguna manera contribuyó a este empeño.
Soy partidario de que se conozca la obra y la vida de las glorias deportivas que tanto aporte han hecho a la historia del país, con la profundidad requerida, porque están colmadas de esfuerzos, sacrificios, voluntad y tesón, y porque hay numerosos detalles personales que en la mayoría de los casos se desconocen, en particular cuando hay que resaltar aquellas que se han convertido en símbolos del deporte cubano y de la Revolución, queridas y admiradas por todo su pueblo y por millones de personas en todo el mundo.
En cuanto a Ana Fidelia, esta ha traspasado, con su comportamiento y su obra, partiendo de una notoria sencillez con altos valores humanos, su quehacer deportivo para convertirse en un ejemplo como persona, mujer y ser humano, sirviendo de ejemplo a otros en el mundo que se tienen que enfrentara la vida, emprender retos y saber salir adelante con éxito. Gracias a su perseverancia, voluntad y deseos de vivir, demostrados con sus acciones diarias, muchos la admiran y larespetan.
Cuando Ana Fidelia mepidió que escribiera el prólogo de este libro, me llenó de satisfacción, primero por su publicación y segundo por la calidad de su contenido, sobre todo porquetrata la vida y lashazañas de una atleta fuera de serie y excelente modelo de lo que debe ser un atleta revolucionario.
Conocí a la autora de esta obra, Ana Segarte, y en la primera entrevista que tuvimos me percaté de que se trataba de una persona muy preparada, gran admiradora de Ana Fidelia y que durante nueve años recopiló información, visitó diferentes lugares entrevistando personas ligadas a Ana Fidelia, en cada detalle de su historia. Me di cuenta del rigor científico que había aplicado para obtener información certera. Cuando me entregó el libro y me lo leí me llamó la atención la forma amena y criolla con que lo escribió, aportando elevada riqueza a la narrativa y siendo exquisita en cada detalle, nombre, marca, precisando y comprobando en todos los casos la información escrita: su visita a Palma Soriano donde nació Ana Fidelia, la entrevista con médicos y personal paramédico que la atendieron en el hospital Hermanos Amejeiras, su ida a Topes de Collantes donde Ana Fidelia realizó su rehabilitación, entre otros muchos aspectos, dan idea de que es una excelente profesional que, aunque no pertenece al mundo del deporte, se esforzó para que cada contenido de este texto saliera con la veracidad requerida.
El libro logra motivar su lectura y adentrarse en toda la vida de Ana Fidelia, no solo como deportista y símbolo del deporte cubano y del atletismo mundial, sino como ser humano y mujer destacada. Constituye a su vez una hermosa historia donde se demuestran los grandes valores de esta atleta, su amor a la vida, a su familia, a los estudios, cómo venció la muerte y cómo supo levantarse y ser Campeona del Mundo, después de un accidente fatal donde casi todos pensaban que era imposible que se recuperara. El ejemplo de perseverancia, voluntad, sacrificio, abnegación y coraje que brinda Ana Fidelia es válido para todas las personas que en un momento determinado pasan por una situación difícil y el mundo se les derrumba, y cómo ver en la desgracia un punto de partida pararecuperarse y conquistar empeños mayores.
La obra es también un homenaje a los médicos y personal paramédico que le salvaron la vida y lograron su recuperación, a sus entrenadores y a todos los que siempre tuvieron confianza en ella y la apoyaron. Es, además, un reconocimiento a todo el pueblo de Cuba que la asumió con mucho cariño como un símbolo del deporte cubano y de la mujer revolucionaria; un recuerdo imperecedero para nuestro Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz que siempre le ofreció ayuda y consejos. Nunca olvidaré como Ana Fidelia habla con cariño de Fidel. Varias veces me dijo y otras veces la vi explicar con emoción en varios salones de conferencias que Fidel, después del accidente, fue la primera persona que vio cuando abrió los ojos, cómo la visitaba y a diario se preocupaba por ella, cuánta fuerza le dio esa acción entonces; y cómo, en medio de los aplausos delirantes de todoslos participantes, los veía con lágrimas en los ojos compartiendo laemoción del momento.
Ana Fidelia,La Tormenta del Caribe, ha sido inmensa en el deporte y en la vida, y continúa ofreciendo lo mejor de sí por Fidel, la Revolución, el deporte y el pueblo de Cuba.
Por todo eso este libro constituye un valioso testimonio de quien pasará a la historia como una de las grandes hazañas del deporte mundial y también como una gran mujer que aportó a su género la significación que pueden alcanzar las mujeres, algo que a veces no se reconoce y que ella con su actitud cotidiana ha legado como un ejemplo que se debe seguir.
Gracias Ana Fidelia, por todos tus aportes. Ahora todos pueden conocer tu historia por dentro y por fuera. Gracias Ana Segarte, por haber logrado que el libro sea una realidad, que su contenido sea una imagen de tu esfuerzo y que la firmeza de Ana Fidelia continúe transcendiendo la historia.
Lic.Arnaldo Rivero FuxáDirector Docente del INDER
Miembro del Ejecutivo del Comité Intergubernamental
de la Educación Física y el Deporte de la UNESCO
¿Cómo surgió la relación con la Quirot que fomentó esta obra? Imaginarlo y retractarme casi fue lo mismo. Lo consideré imposible. Lo primero que pensé fue conocerla para que, de forma sintetizada, me dijera cómo logró, por segunda vez, triunfar. Luego me dije que si lograba saberlo debía profundizar para contarlo. Entonces el estómago me dio un vuelco y pensé que había perdido el seso. Esta cadena de pensamientos irrumpió de nuevo al verla alcanzar su segunda corona.
Pasaron los días con la decisión irrevocable de emprender la aventura y me dediqué a indagar dónde encontrarla. Alguien me dijo que tendría un encuentro con estudiantes universitarios en la casa de la Federación de Estudiantes Universitarios, situada en la calle 27 esquina a K, y que me avisaría. Ese día llegué una hora antes de la hora señalada y me senté a esperar. Cuando faltaba poco para comenzar la actividad pregunté por esta. Me respondieron que la había pospuesto porque tuvo que viajar a Mónaco para recibir un premio. A la vez sentí disgusto y alivio. Al parecer no estaba lista para hablarle.
A los pocos días, la campeona mundial de inmersión, Débora Andollo, en el programa de televisión dominical, Todo Deporte, la invitó a que matriculara en la escuela de automovilismo como ella. Me dije, la localizaré por medio de Débora. Estuve en la Escuela Nacional de Automovilismo en dos ocasiones antes del amanecer, pero no logré ver a ninguna. Y surgió la oportunidad en el Memorial José Barrientos, el 16 de mayo de 1998. Puse mis pies en el estadio Panamericano antes de las dos de la tarde, aunque ella debía correr alrededor de las cinco.
Cerca de las dos y pico de la tarde bajé de las gradas irradiadas por el sol y me aposté en la carreterita por donde debía entrar, según me dijeron. Fue breve la espera. Vi acercarse un automóvil con las características descritas por un aficionado. Rápidamente lo seguí; se detuvo frente a una puerta, ya dentro del estadio. Ella entró a un local y salió como un bólido sin darme tiempo para abordarla, se montó de nuevo en el carro y quizás a los veinte metros bajó de este, y penetró por una puerta, acto seguido retornó al auto como una flecha para recoger el bolso, no más tomó el bolso, entró al local. Ya adentro, mientras saludaba, la llamé. No oyó. Entonces la toqué por el codo y se viró hacia mí.
Me presenté. Le di un papelito con mis señas particulares y le dije lo que quería. Se sorprendió y afirmó: “Estás nerviosa”. Le respondí: “Como no voy a estarlo, llevo mucho tiempo con esto en la mente, pero no te preocupes que nerviosa y todo te lo voy decir, ¡ah, tranquila!, no soy una loca que anda suelta; es sencillo, deseo escribir un libro sobre ti, te pido que me permitas hablar con detalle contigo, en otro momento”. Fue un sermón tan arrollador, impetuoso e impactante que no me respondió y continué. “¿Es la primera vez que alguien sin conocerte te hace semejante proposición?”. “Sí”, contestó. “A mí me pasa lo mismo, es la primera vez que se me ocurre hacer esto”, le dije. Se echó a reír, guardó el papelito en el bolsillo. Me citó para allí mismo, el lunes siguiente a las nueve de la mañana.
Llegué alrededor de las ocho de la mañana y ella hizo su entrada casi a las dos de la tarde. Se disculpó y me explicó las razones. Pero yo había llevado documentos para estar leyendo y alimentos para merendar durante un mes, así que no hubo problemas.
Le presenté el anteproyecto, que en realidad no varió mucho y quedó sellada la partida. Lo demás fue hacer todo lo que hizo falta para alcanzar el objetivo. Transcurrieron nueve años. En todo ese tiempo una condición irrevocable me mantuvo en pie: ningún obstáculo será infranqueable para finalizar este trabajo; saldrá mejor o peor; satisfará en mayor o menor grado las expectativas, gustará más o menos, pero lo voy a terminar. Y así fue. De los avatares para no rendirme puedo escribir otro libro, en el que se relatarían, entre otros aspectos, mis sustos, mis alegrías, mis miedos, tratando de aprender y hacer en medio de los diversos trances personales propios de la vida a lo largo de estos años.
Tal vez en algún momento me decida a hacerlo.
Leyenda, vida y sueños
“La querían cómo merecía. Fue una niña buena, sanota y retozona”. Eso aseguraban en el relato los que decían conocer de buena tinta el asunto. Pero no sabían explicar por qué fue a parar al Hogar de niños sin amparo filial. Añadían que a pesar del tiempo transcurrido y de la popularidad volvía al lugar. Que llegaba risueña, obsequiosa y conversadora, mostrando ser una persona agradecida y de buen corazón; porque, además, mantenía los lazos de afecto con sus compañeros más cercanos de esa época, aunque ya cada cual había tomado su rumbo y tan adultos como ella eran dueños de sus propios destinos.
Con respecto a la familia referían que tenía una sola hermana carnal, dos años mayor, una prestigiosa jugadora de baloncesto de laselecciónnacional que era su orgullo, pues anhelaba ser como ella. A esta baloncestista se le recordaba, entre otras cosas,por ser agraciada y llevar el número seis en la camiseta acompañado de un apellido distinto: Moret; pero sobre todo por una fabulosa canasta en el último segundo, frente al conjunto de Australia, propiciando que las cubanas continuaran luchando por clasificar para las Olimpiadas de 1984, en los Ángeles, Estados Unidos, aunque finalmente la delegación cubana no asistió por defender el decoro deportivo.
Sostenían que María era de carácter más rebelde, desde niña tenía las piernas largas y que en la adolescencia rehusó ponerse pantalones para ahuyentar el apodo “María la Garza”. Creció hasta 1,76 cm e internamente deseaba ser más bajita o como la hermana menor, para haber incursionado en la disciplina de su sueño: la danza con pelotas y cintas sobre el tabloncillo, la gimnasia. Decían que Ana era más dócil, de rostro redondo, envuelta en carnes, estrenando la adolescencia con una explosión de gordura inapropiada para correr, por lo que se ganó el sobrenombre “La Gorda”, usado aún por los íntimos de aquellos tiempos para llamarla. No sobrepasó la talla de 1,67 cm.
Afirmaban que María era ágil, desenvuelta y que, rápidamente, se puso a tono con las formas de andar, decir y hacer de la capital. En cambio la otra, menos habladora, tímida y a la vez más risueña, se fue separando lentamente de algunos rasgos típicos de la región de donde provino y quedaron otros tan arraigados que han servido para caracterizarla. Ser tan diferentes lo atribuían al hecho de estar marcadas por distinta suerte: María se crió en familia, mientras que Ana creció en una casa de niños sin amparo familiar y después en una escuela “de niños diferenciados”, como se decía entonces, y sus dotes para el deporte, la hicieron llegar a donde llegó; pero esa ya era otra historia.
Atestiguaban que luego de tantos triunfos Ana tenía un museo instalado en su casa, donde las paredes estaban llenas de excelentes fotografías monumentales y en colores, posando sola o en compañía de personalidades relevantes. Enfatizaban en el “montón de medallas” y trofeos cuidadosamente dispuestos en los tantísimos anaqueles de un imponente multimueble de madera preciosa, de pared a pared; que el carpintero ebanista que lo construyó por encargo se ajustó fielmente al diseño hecho por ella misma, fruto de la imaginación enriquecida por lo que había visto en viajes y revistas. Insistían en que medallas y trofeos se mantenían sin polvo, con el brillo natural y lustrosos, y resguardados de la severidad del salitre, en la medida de lo posible, porque vivía cerca del mar, aunque a la altura de once pisos deun edificio alto; por eso había una persona que se ocupaba de limpiarlos tres veces a la semana y que eso lo sabían porque lo había dicho en una entrevista televisiva.
Por otra parte, señalaban que en “los periódicos de afuera”la llamaban “Tesoro nacional” y que andaba con escoltas que la protegían. Que, además, estaba entre las niñas mimadas y consentidas de la gente importante en Cuba.
Años más tarde, en los enredos de contar su trágico drama de un enero, entre otras cosas, unos desmentían y algunos ponían en tela de juicio lo que afirmaban otros. Y era que la habían “visto con sus propios ojos,” cómo corría y corría a su libre albedrío después de casi morir, en los atardeceres dorados, cercanos a las noches, por la acera del malecón habanero, desafiando un destino insospechado, pero siempre incierto.
A fin de cuentas, al levantar el vuelo en un crepúsculo dominical, lo hizo tan alto, que se transformó en un ave inmortal. La única ave fénix de las pistas que ha poblado el universo. Por eso también se comentó que le iban a levantar en vida, en su pueblo, un monumento.
Estos pasajes y otros muchos pueden o podrían haber ocurrido así. Pero han fabulado tanto sobre su vida real que es como si en parte hubiera vivido otra. Sin embargo, no fue suficiente. Aún continúa desatada su leyenda.
Estaba de pie. Erguida nuevamente. Desconocía las veces que había ascendido a un podio de premiación, pero sabía el significado de estar en estetal vez como nadie. Era el gran evento… el sueño de doce años. Completaba con eso su asistencia a todos los tipos de competencias: Juegos Deportivos Panamericanos, Juegos Deportivos Centroamericanos y del Caribe, Campeonatos Iberoamericanos,y otros eventos convocados por la Asociación Internacional de FederacionesAtléticas (IAAF, siglas en inglés: InternationalAssociation of Athletics Federation), campeonatos mundiales, copas del mundo, universiadas, así como las más prestigiosas reuniones deportivas, los llamados Circuitos Grand Prix y otras menos importantes. Asistía por vez primera a una olimpiada; también podría ser la última, nunca se sabe.
Minutos antes, mientras se inclinaba para que le colgaran la medalla al cuello, un empecinado idólatra, un apasionado fanático, uno de los tantos que en perenne procesión tenía esparcidos por elmundo y llegado con la inverosímil y rara apuesta de siempre, deque verla correr no sería en balde, pues para él era “su noviade los carriles” y que pasado el tiempo al no reparar en peripecias, logró conocerla; uno entre los más de 62 000 espectadores que colmaban el estadio Montjuic de Barcelona, España, algo molesto con este tercer lugar y por tanto con cara de pocos amigos, anotó en su cuaderno de estadística, la suma: 293. No era un imaginario guarismo, se trataba del total de medallas que formaba parte del patrimonio deportivo de esta atleta, de estas preseas: 233 de oro, 38 de plata y 22 de bronce, añadiéndole esta última.
Por eso la estelar corredora de 400 m, 4 x 400 m y 800 m planos, “La Tormenta del Caribe”, Ana Fidelia Quirot Moret, queheredó por vía natural sus apellidos terminados ent, como si fuera un esclarecido augurio de lo que sería el constante afán de su vida sobre la pista: correr en eterno duelo contra el tiempo; esta vez escuchó las notas de otro himno y tuvo que resignarse con contemplar su bandera, pero no en el lugar cimero.
Erguida e inmóvil. Ensimismada. Aparentemente calmada. Adentro y muy hondo revueltas la tristeza y la alegría. No le faltaban razones. En esos minutos observó que las tres banderas, aunque con distintos diseños, ostentaban los mismos colores, solo que la de ella apenas contaba con ciento cuarenta y dos años de existencia, era la más joven de todas.
La vigesimoquinta reunión olímpica se desarrolló entre el 25 de julio y el 8 de agosto de 1992. El rey de España inauguró lamagna cita, que rememoró con un espectáculo impresionante, un suceso histórico: el V Centenario delencuentro entre dosculturas.Otros altos dignatarios, entre ellos Nelson Mandela y Fidel Castro, hicieron acto de presencia en el espectáculo. La Quirot lo observó por la televisión desde la villa, pues recién llegada alevento no desfiló con la delegación.
La Olimpiada, que contó con 2 500 h de trasmisión televisiva para una teleaudiencia de 35 000 millones de personas y otros tantos radioescuchas fue seguida también por millones de cubanos que esperaban, ansiosamente, el desempeño de sus coterráneos. El día anterior, 2 de agosto, Javier Sotomayor, tras saltar la varilla a la altura de 2 m y 34 cm, les había entregado una alegría con color oro; y ese mismo día, un poco antes de su carrera, la discóbola Maritza Martén se proclamó campeona olímpica. Mientras que ella cumplió en parte con el pronóstico, consiguió una presea, pero no precisamente la dorada.
Gozaba de un elevado favoritismo. Se había impuesto en este lado del mundo. Contra viento y marea logró hacerse del sitialde honor en el último lustro. Aspiraba a competir en los 400 my 800 m planos, pero la programación de competencias no lopermitió. De ahí su única presentación en las dos vueltas al óvalo. Desde luego, muchos ignoraban los pormenores de la temporada. A principios de año, en el mes de febrero, en pleno invierno, con solo cinco semanas de entrenamiento, en la etapa habitual de preparación general y, por tanto, fuera de calendario competitivo, hizo el estreno absoluto bajo techo. Corrió en dos oportunidades, a pesar de haber declarado con anterioridad que “a esta altura de mi carrera, es un riesgo comenzar a prepararme para competir en pista bajo techo”. Las ciudades estadounidenses de Washington y Nueva York fueron los escenarios de esta aventura; pero se arriesgó en correspondencia con uno de los postulados que, sin saberlo, marcaría su vida futura,“el que no se arriesga, ni gana, ni pierde”.
La primera incursión fue en Washington y, además, desastrosa. Al poco tiempo de iniciarse la carrera, desestabilizada emocionalmente porque tendría que dar la vuelta cuatro veces a un óvalo de 200 m de rekortán y sin peralte (borde exterior de la pista), o sea, una pista con curvas más cercanas, cerradas y continuas, donde sus piernas parecían no afincarse sobre nada, desamparada, con la sensación de tener un suelo perdido bajo sus pies, se vio obligada a disminuir poco a poco el ritmo de carrera hastadetenerse y contemplar desilusionada cómo las otras seguíanviajepor sus carriles. Y ella allí, en medio de todo, asombrada, desorientada, disgustada, probando por vez primera el ocre de la descalificación y comprendiendo lo que a otros en algún momento les había sucedido. Nunca más sería descalificada por ninguna razón.
Días después volvió a la carga. En esta ocasión la pista era similar, salvo que la superficie era de tabloncillo y tenía peralte. Le fueun poco mejor porque llegó a la meta, pero en una posición desacostumbrada, la cruzó detrás de las primeras cuatro, cuando creía que estaba cogiendo el ritmo de la carrera, esta llegaba a su fin. Debut y despedida de los eventos bajo techo.
A partir de abril de 1992 y como nunca antes se presentaron las calamidades del oficio: las lesiones. La ruptura de miofibrillas en la parte posterior de la pierna izquierda, en la región del muslo, le hizo perder dos sesiones de entrenamiento. En México, durante el entrenamiento de altura, en el semanarioOvaciones, se refirió a muchos aspectos en una entrevista; con respecto al tiempo dijo: “Un segundo es mucho tiempo […] Un segundo tal vez es un récord, un segundo es un fracaso o tal vez la gloria. Por menos de un segundo en el mundial de Tokio no gané la prueba”.
En mayo de 1992, poco tiempo después de regresar de México, se impuso en la Copa Cuba y en el Memorial José Barrientos; en este último el registro fue discretísimo, 2:05,22, uno de los peores desde que se inició en esta distancia.
Durante tres meses seguidos continuaron las lesiones. Se acercaba la fecha de laolimpiada y de abandonar las cargas, incumplía el programa de entrenamiento, lo que peligraba su participación. Intentaba no preocuparse demasiado, pero temía que tanto esfuerzo en el cuatrienio no tuviera sentido. En este caso lo más prudente fue limitar su actuación a determinados eventos. Por eso solamente se presentó a 11 competencias internacionales. En temporadas anteriores, a esta altura hubiera concursado entre 15 y26 oportunidades. De las 11, 7 fueron en 800 m y ganó 6 de estas, pero con registros superiores a los 2 min. Estos resultados hablaban por sí solos.
Desde el mes de mayo, otros entrenadores tuvieron que asumir su preparación y lo hicieron muy bien. Pero para un grupo considerable de personas hubo un hecho de marcada influencia y definitorio en estos resultados: un acontecimiento elevado a la categoría de puntillazo, la gota que desbordó la copa, fue la separación abrupta y dolorosa de quien fue de manera ininterrumpida durante 11 años su maestro de oficio, Blas Beato, que falleció el 8 de junio de 1992.
A los testigos del acoplado binomio Beato-Quirot les quedó el recuerdo para la posteridad. Sin embargo, ella, quién mejor para saberlo, confesó: “fue un poco de cada una de estas cosas y mucho más de algo que llevaba dentro de mí”.
Sin el Blas, pero con el recuerdo avivado de su voz, extrañando sus modos de decir y sus gestos estaba allí. Era el 3 de agosto de 1992. La del tercer mundo al lado de dos del primer mundo. Ellen Van Lagen de Holanda con 1:55,54 hizo el mejor tiempode su historia. Durante toda la carrera se mantuvo detrás de la corredora de la Comunidad de Estados Independientes hasta que a ritmo de escapada se coló por dentro del carril uno en los metros finales y las demás no lograron darle alcance. Atónita y pletórica de felicidad, tambaleándose, su cabeza apuntando al cielo, moviéndola arrítmicamente de un lado para otro, sus ojos claros inmensamente desmesurados casi fuera de sus órbitas y quitándose los cabellos que le caían sobre el rostro con las manos,fueron lasimágenes que captaron las cámaras después de cruzar la meta. LiliaNurutdinova, tradicionalmente con resultadossuperiores a la holandesa, entró en segundo lugar con 1:55,99 y a continuaciónla cubana, a 1 s 26 centésimas de la holandesa y a 81 centésimas de segundo de la rusa. En el podio estuvieron aescasos centímetros de altura una de la otra.
Los comentarios de la prensa plana en el mundo, se referirían a la Quirot de esta manera:
El mundo echó un vistazo a una Quirot más lenta y por tanto no pudieron apreciar los majestuosos e inalcanzables pasos de unas piernas que, acostumbradas a llegar primero a la meta con cierres ciclónicos de estilo danzante, enardecían el estrépito de los estadios. Vieron a una Quirot que corrió solamente los 800men 1:56,80, padeciendo de las lesiones de las piernas y soportando con estoicismo los dolores en el tendón de la corva. No obstante, fue su mejor resultado de la temporada y el quinto mejor de todos sus tiempos.
Venciendo todos los contratiempos estaba allí. Había destrozado el casi reinado absoluto de las féminas europeas por 64 años. En lasolimpiadas de 1928 se permitió que las mujeres corrieranesta distancia. Fueron dueñas de todos los escaños, excepto en dos oportunidades en que unaestadounidense, Kimberly Gallagher, ocupó un sitio, aunque no en el lugar de honor. Y ella de Cuba, allí, de Latinoamérica; ese día se cumplían 500 años del inicio del legendario viaje de Cristóbal Colón a las Américas.
Las tres se conocían muy bien, eran reputadas corredoras, pero el espectáculo Nurutdinova-Quirot con un final de altos quilates, en el Campeonato del Mundo en Tokio 1991, Japón, aún estaba grabado en la mente del público. Allí Nurutdinova se le fue delante y dejó a Quirot con la esperanza.
En el año 1991 se enfrentaron en cinco oportunidades, con unsaldo de 4 victorias para la Quirot y una para la rusa. En cuanto a tiempos, Svetlana Masterkova, que en esta ocasión no clasificó para la carrera final, obtuvo el primer lugar en elrankingcon 1:57, seguida por la Quirot con 1:57,34 y la Nurutdinova con 1:57,50, precisamente en Tokio. Mientras que la Van Langen ocupó el decimoquinto lugar con 1:58,88. Sin embargo, en la clasificación general de la distancia, ninguna fue mejor que la cubana, que no se quedó sin medallas en ninguna de las carreras del año: 12 de oro y 5 de plata, y con la enorme satisfacción que nadie pudo derrotarla dos veces, siendo además la ganadora del codiciado Grand Prix por quinto año consecutivo.
En efecto estaba allí. Venía de una tierra distante. Su piel mostraba como la de otros tantos sus ancestros que también tuvieron sus monarcas de ébano y un mundo regido por sus propias leyes. Pertenecía a la estirpe de los descendientes, nacidos en el otro lado del mundo, gracias a esos “dichosos” 500 años. Los ancestros llegaron tras ser remolcados, violentamente, hacia su isla; puestos en filas y encadenados, para ser vendidos y comprados, cambiados o devueltos y hasta entregados como simples despojos de bisutería en el mercado humano; esos que, envueltos en leyendas de magias, pases magnéticos, fiestas diabólicas; curas con yerbas para espantar maleficios, también trajeron “sus dioses omnipotentes”, que desoyendo sus plegarias no pudieron salvarlos del trabajo obligado en las plantaciones de tabaco, los cañaverales y la desgracia oprobiosa de la esclavitud; esos que al escuchar el tañir de la campana del ingenio —no de esta que le advirtió que era la segunda y última vuelta de la carrera— que recordaba, que de no regresar inmediatamente al sitio de dormir, el barracón, la fusta caería sobre cualquier parte del cuerpo.
Venía de un mundo estremecido, porque sus mejores hijos pugnaronpor liberarse de una esclavitud abolida hacía apenas unsiglo y unos años, y con una historia particular de 33 años de revolución, que hizo posible que estuviera allí. Formaba parte de esos que cuando no se les conoce el nombre y hay que señalarlos, muchos se refieren a morenitos o los de color y que con una frase intentan estigmatizarlos: “[...] solo sirven para el deporte o para la música, pretendiendo entender su historia tan respetable como cualquier otra, solo por el color de la piel”.
Era el 3 de agosto de 1992. Quinientos años de un acontecimiento trascendental, de acercamiento y ruptura. Iniciado por unos hombres que echados a la mar entre las cinco y seis de la madrugada del viernes 3 de agosto del año 1492, cinco siglos atrás, salidos del Puerto de Palos de Moguer en tres navíos, fueron a dar a unas regiones que no aparecían en los mapas ni en las cartas de navegación de la época.
Tres años antes, en 1989, ahí en ese mismo sitio, en este estadio muy cercano al imponente monumento—estatua de Cristóbal Colón, que visto desde cualquier punto de la ciudad, recuerda que fue “el descubridor”, el hombre que organizó y emprendió el viaje que lo llevaría a su tierra—, se impuso de tal forma que la IAAF le concedió el título de mejor atleta del planeta. Ninguna de las 7 que habían corrido en ese 3 de agosto de 1992 ostentaba esta condición. Además, le correspondía el honor de ser la primera mujer latinoamericana en recibirlo.
En esta carrera y tras el sonido delstaterno comenzó en la punta, sino dentro del pelotón, acatando las instrucciones que le dieron. A sabiendas de sus limitaciones y sospechando la táctica que debían emplear las contrincantes, vino de atrás con un ímpetu irrefrenable; alcanzó, pasó como un bólido y dejó a su espalda, relegándola al cuarto lugar a María de Lourdes Mutola,La Niña de Oro, que sería en años venideros su más encarnizada rival, luego de dejar de vérselas con las corredoras alemano-democráticas, Christine Wachtel y Singrun Wodars.
La Mutola y ella serían la gran expectativa en las dos vueltas al óvalo hasta su despedida definitiva de la pista. Harían, alternativamente, el uno-dos de los grandes encuentros. Siempre tendría razones para recordarla, la africana llevaba en uno de sus nombres el mismo de su hermana María: María de Lourdes Mutola, la excepcional corredora de Mozambique, era la otra gran representante del sur del planeta.
Luego de laolimpiada compitió cinco veces en Europa, una vez en 400 m, quedando en un increíble octavo lugar. De las 4 medallas en 800 m obtuvo 2 de bronce, y un sexto y séptimo lugares. En esta, la última carrera de la temporada, consiguió a duras penas mantenerse en pie sobre la pista, por la flojera en las corvas, por el impulso casi detenido, por las lucecitas que vio en el aire, por escapar de su mente la táctica de correr; todo lo cual afianzó su presagio, ya que a la par tenía una desazón desconocida, más las extrañas molestias que desde semanas antes venía sintiendo; eran señales, prácticamente inequívocas, de que en su organismo estaba ocurriendo algo maravilloso y distinto, que no dejaba de darle vueltas dentro de su cabeza y que lo comprobaría de vuelta a casa.
Finalizó así una campaña totalmente diferente. Restaba festejar los resultados olímpicos de la delegación cubana donde el atletismo aportó 7 preseas: 2 de oro, 1 de plata y 4 de bronce. El país obtuvo un total de 31 medallas y ocupó el quinto lugar entre los 179 que participaron.
¿Por qué no está Ana Fidelia? Era la repetida interrogante que hacían todos aquellos que no lo sabían, los aspirantes a presenciar el desquite de Mutola en la VI Copa del Mundo deatletismo, celebrada en el estadio Panamericano de La Habana, después que concluyeron las olimpiadas.
El sábado 26 de septiembre, a las 6:30 p.m., la anfitriona gran ausente de la final de los 800 m, sentada entre la muchedumbre vio cómo triunfó la mozambicana con un registro de 2:00,47. Recordaba que en la Copa anterior las palmas fueron para ella. Estaba nostálgica por privarse de correr y a la vez privar a los del terruño de presenciar un duelo sensacional, que seguro hubiera sido memorable. María amenazaba con llegar muy lejos. Eran las refulgentes estrellas de la parte sur del orbe. Pero era imposible competir, ya estaba comprobado: en su vientre crecía un hijo.
Cesó de golpe el ajetreo deportivo. Se entregó febrilmente a los preparativos para lo que se avecinaba. Cumplió a pie juntillas todas las indicaciones relacionadas con la nutrición, el cuidado de su peso, asistencia a las consultas, exámenes médicos y el reposo de última hora ordenado por los galenos, para disfrutar de una sana maternidad. Conocía la disciplina, anteriormente había acatado los rigores del entrenamiento para triunfar.
Descansaba, visitaba y recibía visitas. Conversaba a menudo con su mamá por teléfono y mantenía a la familia informada de la marcha de su embarazo. Hacía planes. Se convirtió en una verdadera ama de casa, como deseó, desde que tuvo hogar propio, pero el poco tiempo no lo había permitido. En un abrir y cerrar de ojos pasaron los meses y estaba finalizando el año.
Continuó siendo asediada por los periodistas. El 30 de diciembre de 1992 declaró al periódico cubanoTrabajadores:
“[...] Estoy decidida a correr 1 500 metros, pero, no tan rápido. En marzo paro. Comenzaré a moverme y tendré tiempo suficiente para asistir a los Juegos Centroamericanos de Puerto Rico, quizás allí intervenga en los 800 metros y en el relevo de 4 x 400, pero solo después en 1 500 metros”.
Desconocía con detalle cómo sería el futuro inmediato. Pero nada le impedía soñarlo. Lo soñó… y muchas veces. En los sueños, de cualquier manera que organizara su vida, su hijo estaba presente. Despidió el año contando con los dedos de las manos, como lo hacen los niños chiquitos y auxiliándose de un almanaque, los días que le faltaban para ser madre. Tenía como fecha de parto el 28 de marzo de 1993. Sus seguidores le enviaban mensajes. Quizás este fue el más evidente para que continuara corriendo:
“[...] Tu foto [...] se te ve en ella dando el último salto triunfal por sobre la meta. Pareces una explosión de belleza que rompiera tu continente [...] Gracias por esta emoción”.
Ahora, con toda la tranquilidad del mundo podía, y ¿por qué no?, con la ayuda de algunos recordar cómo había llegado hasta el año 1992 e incluso adelantar cosas que le sucederían.
La madre supo que existía, al faltarle lo que invariablemente cada mes se le presentaba: el período. ¿Otra hembra o un varón? Se preguntó.
Nació de madrugada, a las 4:30 de un viernes. Pesó 7½ lb. Fue la tercera de las Anas de una familia, donde al menos hasta su retiro del deporte activo habían seis. Todas tenían segundosnombres: Amelia, Celia, Fe, Julia y Cilia. Dos años después llegó Francisco, quien fue corredor de 400 m con vallas; fue el más aplicado para los estudios, un empedernido jaranero, cuentista, bailador y el más asentado de los tres.
Mamá Moret, como se consideraba sin suerte para asuntos del azar, no se inscribió para optar por una canastilla. El niño quenaciera el 26 de Julio o más próximo a la fecha la recibiría. La alumbró ese día, pero se quedó sin canastilla. Sin embargo, la señora de la casa donde trabajaba como doméstica le entregó parte de su lencería.
“La comadre Silia” —de esa forma la nombraban—, recogedora y partera, trabajaba limpio y fino; sus manos eran divinas gracias ala continua práctica de recoger a tantos; cuando Ana Fidelia llegó al mundo, habían poquísimos médicos; larevolución era muy joven. Fue la primera que la tuvo en sus brazos; así sucedió con otros nietos, familiares, muchos del barrio y otros tantos en kilómetros a la redonda adonde iba la abuela cuando la buscaban.
Silia, campechana, fuerte de carácter, más bien alta, bien plantada, elegantona y presumida se oscurecía las canas y se arreglaba las uñas continuamente. Su manual de atender parturientas orientaba comer, durante cuarenta días, sopa con viandas; si era necesario salir de noche, tenía que ser con un paño en la cabeza para no coger la luna y dejar los culeros en la tendedera solo hasta las tres de la tarde. Prohibía la entrada al cuarto a quien viniera de la calle de noche, porque el sereno había que dejarlo fuera, para entrar había que calentarse. Colaboradora incansable, porque multiplicaba el tiempo, sabía de tisanas, curar empachos, expulsar parásitos, desaparecer orzuelos, sacar mal de ojos y dar los primeros auxilios. Vivió ochenta y cuatro años. Encabezó una familia numerosa y pudo ver cómo se hicieron mujeres y hombres a muchos de sus descendientes.
La niña, días después de incorporarse por sí sola, echó a andar dando tumbitos; primero un tramo, luego otro un poco más largo y así continuó haciéndolo en la sala de una casa del barrio Maribel, en Palma Soriano, hasta que caminó. La familia no recordaba cuándo comenzó a gatear; lo que sí se comentó al verla dando los primeros pasos fue, “qué adelantada está”. Nadie en la familia lo había hecho tan temprano. Tenía ocho meses recién cumplidos.no le prestaron mucha atención a las piernas combadas y gambadas, aunque ocurrió lo que pronosticaron, “se le enderezarán solas por el camino”.
Creció sana y feliz en Palma Soriano. Allí vivió hasta los catorce años. Después se mudó para el vecino pueblo de San Luis, a la casa de Juan, el esposo de su madre, su padre, no de sangre, pero sí de conducta y afecto. De San Luis echó de menos solo el techo de la casa y las guayabas, desde ese lugar las cogía y se sentaba a comerlas; sin embargo, su mamá convirtió la casa de San Luis en el cofre, en esta guardó gran parte de su colección de medallas, y los recortes de periódicos y revistas, no solo de Ana, sino de sus otros dos hijos.
De Palma lo extrañó todo: las amistades, especialmente a Mirta, los juegos, las maldades, el grupo, el noviecito, el parque y las fiestecitas.Dejó Palma con pesar. Estando en la Escuela de Iniciación Deportiva Escolar (EIDE) hubo ocasiones en que se trasladaba desde la beca hasta San Luis, preparaba el maletín y salía para la casa de la abuela Silia. Esmérida la buscaba, refrán por delante: “los pollos están con la gallina”; entonces amenazaba con irse para casa de quien no tenía que ver con ella, ni sus hermanos, el padre “Paquito”. Para María y ella el bueno de Juan era otra persona más a quien debían obedecer: “niñas no hay calle, uno está dentro de su casa, no se debe molestar a los vecinos”. De noche, al acostarse, hablaban de hacerle picardías, para desquitarse de quien les exigía orden, pero no se atrevían a realizarlas.
Palma Soriano, distante de la capital a 847 km, aproximadamente, era un pueblo de Santiago de Cuba, Oriente, una de las seis provincias de la antigua división político-administrativa del país. En la casa de la abuela convivía el familión. Entre abuela, madre, hermanos, tías y primos sumaban catorce. A tíoCatalinono pudo conocerlo, fue un joven que murió en el año 1958,como otros muchos revolucionarios, entregó su vida por un futuro mejor.
Era una casa muy humilde, pero menos que otras del barrio.Las paredes eran de mampostería, el piso de baldosa y el techo de zinc; sala, saleta, tres cuartos, cocina, baño y patio con árboles frutales. Disfrutaba acostarse, mientras la lluvia y el zinc componían una música divina para dormir. ¿Qué decir del portal? Al inundarse, la muchachera jugaba a aterrizar y chapoletear a su antojo ¡y sin zapatos! Ahí están las huellas de rasguños, espinas, clavos y vidrios enterrados en las piernas; pero nada fue grave. Por las noches para que estuvieran tranquilos, sobre todo el día de Santa Bárbara y San Lázaro, le metían miedo con que venía el ñáñigo. No salían a la calle. Se acostaban temprano con puertas y ventanas cerradas, y se mantenían quietos y tapados de pies a cabeza sin chistar.
Al ser visitados y visitar no podían oír las conversaciones de los mayores. Los niños debían irse a jugar. Si se encontraban próximos no podían inmiscuirse, dar opinión o ser porfiados. A nadie se le ocurría desmentir: “Los niños hablan cuando las gallinas mean”, les explicaban. Si iban de visita estaba prohibido pedir comida y si se la brindaban, esperaban la autorización: una mirada de los mayores.
No buscar pleito era otra norma. Pero retozar formaba parte de sus diversiones; a veces les creó problemas. No se dejaba golpear por nadie si la cosa iba en serio. Ni tan siquiera por María: un día ella le pegó a María y salió corriendo para casa de una tía, la familia vivía cerca. La cogieron y le dieron una tremenda pela: “A los hermanos se respeta”, fue la lección.
Les asignaban responsabilidades en la casa, imitando a María; que muchas veces debía dejarlo todo hecho antes de ir a la escuela o al deporte, aunque no por hacendosa las cumplía bien. Pero en la adolescencia soñaba más despierta que dormida y se volvió remolona: se acostaba olvidándose de fregar al mediodía, la levantaban, cuánto odió la montaña de cazuelas y platos sucios, eran tantos; ¡y lo peor!, ir a buscar cenizas al central para que quedara todo sin tizne y brilloso. En cuanto a los alimentos, comió de todo, desde un potaje de chícharos y lentejas hasta el manjar más exquisito y terminando con el plato típico de cualquiera de los lugares donde estuvo. La leche no estaba entre suspredilecciones, pero de niña comía nata con azúcar. Las chucherías sí, devoraba los paquetes de galletitas dulces, estas tenían formas de pececitos, ovejitas, perritos, elefanticos; se las comía por las orejitas, paticas, trompitas y rabitos, a paso de tortuga para que no se acabaran pronto. Los dulces se los proporcionaba la madre de su entrañable amiguita Mirta Cuba.
La siempre sonriente Mirta y ella eran inseparables, la visita todavía y pasean cada vez que va allá. Tal vez por eso a Mirta medio barrio le avisa cuando sale en la televisión. Nunca estuvieron en la misma escuela, ni en el mismo grado. Ana era menor. La primera que llegaba del colegio iba para casa de la otra. Vivían casi enfrente. Con María también tenía una buena amistad.
Iban para la bajada que da al río, a lo sumo ciento cincuenta metros de la casa y un poco más allá estaba el central. No peleaban. Compartían todo. Se prestaban la ropa. Llevaban cosas de comer de una casa para la otra. Jugaban a los yaquis y Mirta se daba banquete ganándole, la cual se asustó muchísimo el día en que estuvo a punto de ver cómo la otra casi se estrangulaba por jugar al dichoso tocinete;1andaban muy divertidas y de pronto se le enredó en el cuello. Mirta recuerda la cara y los ojos de Ana, y que todo terminó en risas; evoca las escapadas en grupo para bañarse en el río: “Fidelia recolectaba lagartijas, mariposas, caballitos; estos últimos los amarraba con un hilo por la cola para darles vueltas. A las esperanzas las descocotaba. Ahora se pone la mano en la cabeza, horrorizada, y dice «eso no se hace, la fauna, los animales se protegen, no se maltratan, el medio ambiente […] pero en aquel entonces, ¡quien iba a saberlo!»”.
1En la región oriental de Cuba, se le llama así al juego infantilLa suiza.(Todas las notas son de la E.)
“Chencho la vaca”, “Pela chopo”, “Papita frita”, “María la loca”, “Chichí pitalala” y “Guayaba” eran los personajes. Personas que con otros nombres existen en todos los pueblos. No tienen edad ni sexo. Son hijos de cualquier destino, por lo general desafortunado. Merodean. Hacen mandados. Dan recados, avisan los acontecimientos, reciben ropa, un plato de comida o dinero a cambiode hacer cualquier cosa: “María la loca” y “Chichí pitalala”decían malas palabras. “Guayaba” creía ser un automóvil, se pasaba el día emitiendo esos sonidos. Lo de “Pela chopo” era vagar. Con ellos no ocurría nada alarmante; simplemente losmuchachos le gritaban el nombrete y se escondían, ellos daban las quejas, regañaban a los muchachos y se acabó. Con “Chencho la vaca” fue otra cosa, vivía en un vara en tierra muy cerca del río; se dedicaba, entre otras cosas, a buscar hielo en el aserrío y a andar por los patios buscando aumentar su colección de cazuelas. Un buen día le pidió un cuchillo y ella se lo dio sin encomendarse a nadie, seguía merodeando y no se lo devolvía; preocupada por el préstamo sin el consentimiento de la abuela, “por no hacer caso, me iba a caer un vendaval de mayo”; ella pidió que le devolviera el chuchillo: “toma el cuchillo, ven tómalo” y con la otra mano le dio un bofetón, luego una pinchadita; salió corriendo y gritando, la abuela la socorrió y el incidente no pasó de ahí.
Otro día estaba sentada muy tranquila en el portal, se refrescaba, le habían desrizado el pelo en caliente y con tan mala suerte, el peine caliente le cayó en la espalda. Le untaron “una pomada natural y divina”, un estiércol de origen animal altamente ecológico. Chencho le tiró una berenjena podrida que le dio en la piel quemada y se perdió corriendo.
Entre las distracciones diarias estaba ir a ver los episodios. Un televisor era más que un privilegio. Solamente unos pocos vecinos lo tenían. Se podía ir a verlo a la casa de Amado situada en la calle 5ta. Cuando faltaba la corriente, iban a casa de Bambá unas cuadras más lejos. Aunque no siempre los padres autorizaban. “Pero bueno […] inundábamos la sala y formábamos lipidia mandándonos a callar unos a otros”. Después pusieron un televisor colectivo en el parque.
También montaban carriolas y carritos en el parque del barrio Maribel, en la actualidad 27 de Noviembre. Ahí mismo emplazaban el circo y comenzaba el alboroto. Una fiesta especial que no ha terminado. Todos los programas de circo que pueda ver en el televisor los ve. Imborrables impresiones le dejaban las acrobacias; no tanto las actuaciones de magos y payasos, ni los animales amaestrados, salvo una mona que parece que en todos los circos de aquella época le ponían el mismo nombre: chita. Su mamá le daba un dinerito y a ver el circo.
Le celebraban los cumpleaños y como en la casa había varios muchachos tenían muchas fiestas al año. Asistir a los cumpleaños de los amiguitos le permitía ampliar su colección de “pitos criollos” de lata y revolcarse entre los demás mostrando sus habilidades para apoderarse de los trofeos, “caramelos y otras chucherías” de las piñatas.
Corrían tiempos distintos a estos. Por las tardes, las niñas se mecían en los columpios, en los portales, navegando al viento. Ellos creaban sus propios columpios individuales, ¿cuánta emoción?: una soga larga puesta doble, bien amarrada por los extremos a una rama de un árbol, que debía quedar tirante. Un sacodoblado por la mitad y puesto en el centro de la soga para sentarse, a una altura donde los pies no llegaran al suelo para poder encogerlos. Entonces había que sentarse sobre el saco y con cada mano agarrar bien fuerte la soga. Por detrás otro te empujaba e impulsaba. Ahí empezaban a navegar o volar. También era muy divertido que otro los impulsara corriendo y ¡allá va eso!
La familia exigía disciplina. Dentro de la casa no hacía maldades. En la calle quería ganar en todas las carreras. Como casi siempre fue más rápida, incluso más que los varones, la utilizaban para que no escapara aquel o el otro.
Su abuela fue fiel a una pedagogía que dio resultado. Objetivo: que fueran decentes, honestos y algo en la vida. Método: pocas palabras para que se hiciera caso desde la primera vez, de lo contrario, penitencia y una buena pela. El procedimiento era mirarlos y advertir: huélelo, huélelo, refiriéndose al cinto de cuero. Si se escapaban, luego los cogían desprevenidos. El golpe por las canillas era con un gajo de guayaba (“fuete”) o el cinto. Se apropiaron varias veces del cinto y lo tiraron encima del techo, y a coger agua, sol y sereno. Cuando volvía a manos de los mayores estaba más duro, ¡pobres canillas! Por último, utilizaban zapatos, “kikos plásticos”;2los había de innumerables modelos y colores desde el morado fuerte, verde cotorra, amarrillo canario y hasta rojo encendido.
2Tipo de calzado de material plástico, muy usado por la población cubana en la década de 1960.
No fue muy refunfuñona, ni de rezar, o lo que es lo mismo, hablar bajito. Francisco menos y la peor María. Sí, retorcía los ojos, cosa que se mantiene. No permitían salirse de los alrededores, pero muchachos al fin se escapaban, sobre todo cuando jugaban con los varones a “los cogidos” y a la pelota. Hacían sus propios juguetes y los alternaban con los que le compraban porla libreta de abastecimiento:3uno básico y dos no básicos. Por ahí andan muñecas, siempre las cuidó. Jugaban, pero dejaban dormir a las personas y respetaban. ¡Pobrecito del que diera una queja!
3En los primeros años del triunfo revolucionario, esta fue una disposición delgobierno, para garantizar la canasta básica de alimentos y otros productos necesarios a la población cubana.
No tuvo diario, pero sí una alcancía donde depositaba medios y pesetas. Así fue aprendiendo a administrar su economía personal, para comprar sus cositas. Le fue sirviendo para adquirir algo de paciencia, cualidad tan beneficiosa para transitar por esta vida.
La escuela era otro capítulo en sus vidas. Bajo el cuidado deMaría asistían al colegio. Cada día las libretas forradas, limpias yellas peinadas tomaban el mismo camino. Recorrían un buen trecho. Las actividades patrióticas y pioneriles les emocionaban. Participaba dentro del grupo como una más. Pasados los años, al ver izarse su bandera, en tantas oportunidades, luego de su actuación o la de otros compañeros la llevaría al momento del matutino escolar y de los actos patrióticos. Al principio no tuvo mayores dificultades para pasar de grado, hasta que su aprendizaje se volvió lento.
Sí, estar sentada en el aula tanto tiempo era casi un suplicio, correr y jugar durante el recreo era el paraíso. De vez en cuando se quedaba dormida en el aula. Se volvió distraída y remolona para resolver los ejercicios escolares. No leía bien, perdió un poco el entusiasmo por el aprendizaje. Repitió el tercer grado.Esmérida dijo “que tenía que hacer algo para que no dejara deaprender” e inmediatamente la llevó a Santiago de Cuba donde le hicieron varias pruebas; los resultados arrojaron que era necesario estimular el aprendizaje, para eliminar el retraso escolar. Por eso la ubicaron en la escuela-taller Primero de Mayo, sita en la carretera central de Palma Soriano. La escuela, con un magnífico colectivo de profesores y guiados por Berta Echevarría y Marlene Sofía, directoras en diferentes etapas, fue seleccionada durante varios años vanguardia de la provincia. En ese tiempo su mamá trabajaba en esa escuela. Allí aprendió a hacer labores manuales, a bordar y tejer, y a entender poco a poco las asignaturas.
Juan Heredia Salazar (Guanche) era entrenador de eventos múltiples o pruebas combinadas en el CVD Deportivo Río Cauto, en Palma Soriano, y llevaba allí dos cursos. Se había graduado de instructor en 1968 y el año anterior de profesor de EducaciónFísica. Corría el mes de octubre de 1974. Desde hacía días, Héctor, profesor igual que él, pero de la escuela-taller Primero de Mayo le había pedido, insistentemente, que les hiciera pruebas en la pista a unos muchachos suyos. Guanche cuenta que
[...] no estaba muy de acuerdo, tenía la nómina completa, bastante muchachos qué atender entre hembras y varones, y no le hice caso en el primer momento, hasta que de no muy buena gana acepté. En ese grupo venía Fidelia. Para los demás eran pruebas de rutina. En su caso quería que la viera para que la aceptara o no. La prueba era de 60 m. Corrió sin zapatos. ¡Uhm […] ¡qué tiempo más bueno! Mejor incluso que el de varones que llevaban tiempo entrenando y que eran buenos. Me llamó la atención porque mientras estuvo allí no vi nada en su desenvolvimiento que justificara estar en una escuela de niños diferenciados, como antes se le denominaba. Desde luego en aquel entonces se pensaba que allí solamente iban muchachos con graves dificultades. Le pregunté si le gustaba el atletismo. Muy enfáticamente me contestó que sí.
Pasado el tiempo me contó sobre el baloncesto. Que María se llevaba la pelota para la casa, la enseñaba y la había influenciado. Ya sabía sus cositas: dreblear [driblar] y entrar. Un día pasó por el centro de la cancha y el profesor la regañó tan fuerte que dijo que no iba más. Estuvo casi tres meses practicándolo. Había ocurrido hacía poco, antes de venir a la prueba.
Cuántas veces he pensado en lo que puede representar para un ser humano decir sí o no, en un momento dado. No era alta para su edad, sin embargo, me impresionó su ligereza, esa rapidez venía con ella. Quedaba entonces ponernos de acuerdo con Héctor para atenderla después del horario escolar.
Fue el primer día y desapareció. Esperé cinco días. El ojo clínico de Héctor y el mío nos indicaba que esa niña era un talento. Entonces fui hasta su casa. Tenía sus datos particulares, porque el primer día la caractericé. Conocía a la madre. Después la vería todos los días, cuando medieron un apartamento en los altos del cine Lupita, hoy Liberación, y ella trabajaba en el cine. A la hermana también la conocía porque practicaba baloncesto. Más tarde María me confesó que antes de entrar a la EIDE [Escuela de Iniciación Deportiva Escolar] muchas veces faltaba alas prácticas o se ausentaba porque al ser la mayorcita tenía la responsabilidad de ayudar a la abuela. Limpiaba, cocinaba, fregaba, peinaba a Fidelia y le daba el desayuno. Incluso cuando la madre de la abuela se enfermó y fue para Santiago de Cuba se encargaba de Fidelia. Fidelia a veces se iba con Esmérida a hacer trabajo voluntario en la caña o recoger café.
Esta noticia del periódico de la región,Sierra Maestra, da fe de la participación de la madre en la zafra del pueblo:
Sábado 13 de junio de 1970
“Seleccionados los mejores del contingente”
Final olímpico
Holguín [...]
[...]El mayor distrito del contingente José Díaz en el que laboran los bones de Bayamo y Holguín […] También se destacó el esfuerzo realizado por la compañera Esmérida Moret que en 7 días cortó 756 arrobas para un promedio de 108 arrobas diarias.
Continúa recordando Guanche que:
[...] en la casa les expuse a la madre y a la abuela la necesidad de que continuara entrenando y de haber resultados, se podía hacer la gestión para sacarla de la Escuela Especial y que volviera para la otra escuela.
Empezó, estuvo unos días y se perdió. Luego se incorpora diciéndome que faltaba porque le dolían las piernas, y era lógico, ya realizaba algunos ejercicios específicos del atletismo, algo muy diferente a lo que hacía en la educación física de la escuela en que jugaba voleibol, baloncesto y corría. Ahora la cosa era bien distinta y con más rigor. Por eso le expliqué por qué tenía dolores y la necesidad de ponerse fuerte para avanzar. Pero no era solo eso. Terminaba la escuela a las cuatro y veinte e iba caminado al “deportivo” que estaba a dos kilómetros. Ahorraba los centavitos, dependían únicamente del salario de la madre y de lo que podía conseguir lavando y planchando para la calle o cortando caña en la zafra. Esta vez vuelvo a la casa a hablar seriamente con la familia. Insistí en que se iba a perder una campeona y que tenía un viaje en el bolsillo, que no admitía indisciplinas, que quien tuviera ausencias o llegadas tardes lo sacaba, pero su caso era distinto; pintaba a muy buena. Aseguraron que no iba a suceder más, y ella me dijo que iría a entrenar sin faltar un día y cumplió. Poco a poco la fui habilitando de ropa deportiva, short, camiseta, tenis, pulóver y derrochando paciencia para que no abandonara el deporte.
Entonces me quedaba hacer los trámites para que la viera la comisión para incorporarla a la otra escuela. Yo consideraba que no tenía que estar allí. Sabía que los niños sufren cuando están en el aula con muchachos con dificultades mayores que las de ellos. Desde luego, la educación especial se había iniciado en el país en los años sesenta, antes de la Revolución no existía. Afortunadamente, los niños con necesidades especiales ahora contaban con tratamiento diferenciado, pero era una época que el desconocimiento hacía que no todos supiesen actuar adecuadamente con ellos y en no pocas ocasiones, eran objeto de burla.
En la Escuela Especial [entonces Escuela de Niños Diferenciados] me dijeron que no estaban autorizados a trasladarla. Debía dirigirme a ladirecciónregional deeducación para que la comisión integrada por psicólogos y metodólogos, encargada de analizar y evaluar los casos, accediera a reevaluarla, tuve que argumentar. Expliqué que creía que sus problemas de aprendizaje no eran de tal magnitud para que estuviera allí; por el contrario, en ese medio con muchachos con problemas más severos se atrasaría, sin contar los complejos que le podía traer y a la larga estaría en desventaja a la hora de insertarse donde le correspondía.Que además tenía perspectivas en el deporte y si continuaba en la escuela especial no podía asistir a competencias ni llegar a la EIDE, aunque sabía que la escuela especial le traía tranquilidad al tenerlo todo garantizado, contando con el esmerado cuidado de los profesores.
Años después, públicamente, cuando estaba en niveles increíbles, alguien muy cercana a ella en la escuela Primero de Mayo, hablaría de sus cualidades, “era aplicada, bordaba bien y tenía todas las notas de clases y libretas limpias, en cuanto al deporte, ¡ni hablar!”