Ancilla Domini - Adrienne von Speyr - kostenlos E-Book

Ancilla Domini E-Book

Adrienne von Speyr

0,0
0,00 €

oder
-100%
Sammeln Sie Punkte in unserem Gutscheinprogramm und kaufen Sie E-Books und Hörbücher mit bis zu 100% Rabatt.
Mehr erfahren.
Beschreibung

Todo lector que quiera conocer más de cerca la misión de María en la vida de Jesús, en el plan de Dios y en la vida de cada uno de nosotros, encontrará en este libro –una traducción completamente revisada– un tesoro inagotable.
Las contemplaciones marianas que Adrienne propone no se limitan a mostrar cómo María ha vivido su misión durante su vida terrena y en el más allá con la Asunción, sino que muestran cómo cada uno de nosotros participa ya y siempre más en el sí de María, en su entrega sin límites.
Entonces el viaje de María que inicia propiamente con su sí, su disponibilidad sin reserva a los planes de Dios, se transforma en un viaje que Dios propone a cada uno de nosotros.
Así, el «hágase de mí según Tu voluntad», la disponibilidad generosa de una mujer hace dos mil años se transforma en realidad, en lo que posibilita, acompaña, alimenta nuestro propio sí, y nos hace verdaderamente libres, libres para Dios, sea cual sea nuestro estado de vida.

Das E-Book können Sie in Legimi-Apps oder einer beliebigen App lesen, die das folgende Format unterstützen:

EPUB

Veröffentlichungsjahr: 2024

Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



Adrienne von Speyr

Ancilla Domini

© Saint John Publications , un sello editorial de The Community of St. John, Inc., 2023

Original alemán editado por Hans Urs von Balthasar: Magd des Herrn. Ein Marienbuch, 1948 (© Johannes Verlag Einsiedeln)Con licencia eclesiástica para el original alemánTraducción de Juan Manuel SaraSegunda edición enteramente revisada (1ª ed.: Fundación San Juan, 2005)ISBN 978-1-63674-025-6https://doi.org/10.56154/vgEsta publicación se distribuye gratuitamente en balthasarspeyr.org y puede ser compartida libremente sin ánimo de lucroDisponible en papel: visite balthasarspeyr.org para hacer su pedidoEste libro electrónico ha sido generado el 23-07-2024

Contenido

La luz del sí

El alma de la Madre

María y el ángel

Maternidad

La Visitación

El Magnificat

María y José

Espera y nacimiento

La presentación en el templo

Nazaret

El Niño de doce años

El adiós

La boda de Caná

Los rechazos

Gólgota

María y Juan

Pascua

Pentecostés

Muerte y Asunción

María en la Iglesia

La madre y la oración

La llamada de la Madre

La Madre y los hombres

Title Page

Cover

Table of Contents

La luz del sí

Como una gavilla se recoge en su centro y se expande en sus extremos, así la vida de María se concentra en su sí; a partir de él, su vida recibe su sentido y su forma, se despliega hacia delante y hacia atrás. Lo que concentra su vida de un modo único es, al mismo tiempo, lo que la acompaña en cada instante de su existencia, ilumina cada vuelta de su vida, confiere sentido concreto a cada circunstancia, y a ella misma, en toda circunstancia, le regala la gracia de comprender. Su sí llena de sentido todo respiro, todo movimiento, toda oración de la Madre del Señor. Pues esta es la naturaleza de un sí: atar al que lo pronuncia y, al mismo tiempo, dejarle plena libertad en la configuración. Quien lo pronuncia lo llena con su personalidad, le da su peso específico y su color único, pero también él mismo es formado, liberado y realizado por su sí. Toda libertad crece por la entrega y por la renuncia a vivir sin ataduras. Y de esta libertad que se ata proviene toda fecundidad.

Ya la infancia de María está iluminada por la luz de su sí. La niñez es siempre un recogimiento preparatorio para el empeño decisivo posterior. En María, este empeño no será otra cosa que el sí que todo lo determina. Por eso, para comprender su infancia se la ha de mirar a la luz del sí. El sentido de su infancia es prepararla para aquello para lo que fue elegida desde siempre, de un modo tan total que en el momento de su concepción fue preservada del pecado original, de todo aquello que en ella hubiera podido debilitar o contrarrestar la fuerza y la perfección de su sí posterior. La fuerza y la libertad de su consentimiento son tan grandes que ella está perfectamente libre de la más pequeña inclinación a decir no; y ella lo está, porque su sí está prefigurado y establecido desde el primer instante de su existencia. De este modo, en su existencia su sí es causa y efecto al mismo tiempo; él no está en su vida como un acto particular, más bien ella misma fue llamada por Dios a la existencia para este acto y cada privilegio con el que fue dotada le fue concedido en pro de este acto. María, que va creciendo en vista de la palabra que debe pronunciar, vive ya enteramente de la fuerza de esa palabra.

Su sí es ante todo gracia. No es simplemente su respuesta humana al ofrecimiento de Dios. Es hasta tal punto gracia que es al mismo tiempo la respuesta divina a toda su vida. Es la respuesta de la gracia en su espíritu a la gracia depositada en su vida desde el principio. Pero es igualmente la respuesta que la gracia esperaba, la que María da al no desoír la llamada de Dios. Y, para ella, no desoír significa: ponerse a disposición de la llamada con una donación total. Donarse con toda la fuerza y la profundidad de su ser y de sus capacidades. Donarse simultáneamente en la fuerza y en la debilidad: en la fuerza de aquella que está pronta para toda disposición de Dios y en la debilidad propia de aquella de la que ya se dispuso, que es lo suficientemente débil como para reconocer el poder de quien interpela y, sin embargo, lo suficientemente fuerte como para ofrecerle sin reservas la propia vida.

Como palabra de la gracia, su sí es de una manera muy especial un acto del Espíritu Santo, por obra del cual ella le regala cuerpo y alma a Dios. El Espíritu que la cubrirá con su sombra ya está en ella. Es Él quien le permite pronunciar el sí junto con Él. Al cubrirla con su sombra, el Espíritu que la inunda se encuentra con el Espíritu que ya habita en ella y el sí de María queda como incluido en un sí del Espíritu. Envuelto en el Espíritu Santo, su sí se transforma en una palabra verdadera, libre y autónoma de su propio espíritu. Primero será una palabra de su espíritu, sin que ella aún presienta de qué modo él está destinado, en la intención de Dios, a convertirse también en una palabra de su cuerpo. El Espíritu Santo será quien dilatará el sí de su espíritu en un sí de su cuerpo. Él puede hacerlo porque el sí de ella es ilimitado, es una materia dócil de la que Dios puede formar lo que quiera.

Diciendo sí, María renuncia a sí misma, se anula a sí misma, para dejar que solo Dios actúe en ella. Abre a la acción de Dios todas las posibilidades que conforman su ser, las cuales le son confiadas sin que ella pueda o quiera tener una visión de conjunto de todas ellas. Se decide a dejar actuar solo a Dios y, sin embargo, precisamente por esta decisión se transforma en colaboradora. Pues la posibilidad de cooperar en las obras de la gracia siempre es fruto de una renuncia. En el amor toda renuncia es fecunda porque crea espacio para la respuesta afirmativa a Dios. Y Dios solo espera la respuesta afirmativa del hombre para mostrarle lo que un hombre puede junto con Él. Nadie como María ha renunciado tanto a todo lo propio para dejar reinar solo a Dios, por eso a nadie como a ella Dios le ha regalado un poder tan grande de colaboración. Renunciando a todas sus posibilidades y potencialidades, ella recibe su cumplimiento más allá de todo lo esperable: cooperando en el cuerpo, ella deviene Madre del Señor; cooperando en el espíritu, su sierva y su esposa. Y la sierva se transforma en madre y la madre en esposa: cada perspectiva que se cierra abre una nueva, siempre más amplia, hasta perderse de vista en la inmensidad.

Pero su fecundidad es tan ilimitada porque también la renuncia contenida en su sí era infinita. María no pone ninguna condición, no hace ninguna reserva, en su respuesta se dona totalmente, frente a Dios olvida toda precaución, porque ante sus ojos se abre la inmensidad de los planes de Dios. Ella no solo quiere lo que Dios quiere, sino que también le entrega su sí para que Él disponga de él, lo forme, lo transforme. Diciendo sí, no tiene deseos, predilecciones o exigencias que debieran ser tenidas en cuenta. No cierra ningún contrato con Dios, solo quiere ser asumida en la gracia así como fue requerida en la gracia. Solo Dios debe administrar su sí. Si Dios ya se ha inclinado ante ella, entonces su respuesta solo puede ser una donación que obedece ciegamente. Ella no conoce ningún cálculo, ninguna seguridad, ninguna alusión a una reserva; solo sabe una cosa: su papel es ser la sierva que se sitúa tan plenamente en el lugar de la humildad que siempre prefiere lo que le es ofrecido, que nunca trata de provocar algo por sí misma, de predisponer o guiar la voluntad y los deseos de Dios. Tan solo cuando el sí haya sido pronunciado, ella colaborará en darle forma; entonces perseverará en ese sí, no como en una cárcel en la que ahora hubiera quedado encerrada, sino, todo lo contrario, en la forma liberadora que desde ahora marca todo su ser. Y desde el momento en que lo ha pronunciado, colabora sin cesar en darle forma, sometiéndose perfectamente a Dios en todo y dejando de este modo que el sí modele toda su existencia.

Esta participación en la configuración del sí significa, pues, en verdad, que ella renuncia de una vez y para siempre a dar forma por sí misma a su propia vida y a la vida de su Hijo. Desde el momento en que ha dicho sí, su vida tiene la forma consciente y expresa del sí: y todo lo demás depende de este hecho. Ahora bien, esto significa que su sí tiene la forma de un voto. Pues un voto es una donación tan definitiva de la libertad y de la capacidad de disponer del hombre a Dios que, gracias a este acto de deponer humilde y confiadamente en sus manos la libertad y la vida, Dios posee de ahora en adelante todo lo nuestro junto a sí y, por eso, tiene la posibilidad ⁠–⁠poco a poco o de una vez⁠–⁠ de utilizar y transformar según su deseo lo que fue dejado a su cuidado. Toda vida cristiana de fe, amor y esperanza tiende hacia esta forma de voto gracias a la cual todo lo propio es depositado sin reservas y definitivamente en el disponer de Dios y Dios mismo recibe el permiso de alimentarse y vivir del sí que le fue dado una vez, de apropiárselo sirviéndose de él. El hecho de que Dios se nutra realmente del sí del hombre es lo que hace del voto, en verdad, un voto cristiano que vive de la fuerza del Crucificado. Un tal voto fue el sí de la Madre ya desde el principio.

Es parte esencial del voto el hecho de haber sido pronunciado en libertad. Ahora bien, la libertad de la Madre es indivisible, como lo es toda otra libertad, y la indivisibilidad de la libertad se hace visible de un modo especialmente evidente en el sí de María. Con un acto único ella se vincula a Dios, con un acto que surge de la libertad plena y total y va hacia la libertad plena y total. En el diálogo con el ángel y gracias a este acto, María entra por primera vez visiblemente en la vida cristiana y, de inmediato, en su forma más plena, en los votos. Diciendo sí a todo lo que viene, por tanto, también al cristianismo con todo lo que albergará de nuevo, inesperado y superador, ella acuña el carácter del sí cristiano en general y, al mismo tiempo, de su forma más perfecta: el voto cristiano. Su sí es un voto de obediencia e, igualmente, de castidad y de pobreza. En su renuncia única, él contiene una renuncia triple. Pues en un sí único la Madre se desapropia de todo lo suyo en favor de Dios y de los hombres. Su sí coincide, como tal, con la obediencia. Si ella elige el sí como forma de vida, entonces elige la obediencia como vida. Haciéndolo, ella también se desapropia de su cuerpo. Se lo ha regalado a Dios, como ha hecho con todas las cosas, ya no puede disponer de él ni tampoco regalárselo a un hombre. Pero ella no podría servir perfectamente con su cuerpo si al mismo tiempo no pusiera todo lo que posee en ese servicio. Todo lo que le es propio le será requerido por la tarea. Poniéndose ella misma a disposición de la tarea, al mismo tiempo y necesariamente pone a disposición todo lo que tiene. Así lo exige la totalidad del sí. Porque del mismo modo que no se puede hacer dura penitencia interior y a la vez llevar una vida exterior regalada, tampoco se puede renunciar interiormente ⁠–⁠en la obediencia⁠–⁠ a todo, sin sacrificar igualmente lo exterior. Existe una unidad del ofrecimiento del lado de Dios y una unidad de la respuesta del lado del hombre: y esta es el sí que se ramifica en los tres votos sin perder su unidad.

En su esencia, el sí es gracia. Una gracia que, como toda gracia, viene de Dios, se realiza en el hombre y en su misión y tiene la posibilidad de ser restituida, en una respuesta formada y autónoma, a la misión del Hijo que todo lo comprende; quien, por el sí del hombre, recibe a su vez la posibilidad de venir al mundo como hombre. Esta esencia del sí se encuentra en todo sí cristiano que una persona pronuncia. Por eso el sí de la Madre se ha transformado en condición y modelo, aún más, en fuente de todo sí cristiano futuro. Pues aquí, por primera vez, se revela la unión indisoluble, el misterioso matrimonio entre el sí divino y el creado: y el fruto de esa unión es el Redentor del mundo. Y si bien María no pronuncia su sí sin la gracia del Hijo, tampoco Él se hace hombre sin el sí de la Madre. El sí y la redención están tan entrelazados el uno en el otro, son tan inseparablemente uno, que la criatura no puede dar ningún sí sin estar redimida, pero tampoco es redimida sin haber dado de algún modo su sí. Este misterio tiene su fuente en el sí de María, pues su sí único ha sido suficiente para que el Señor encarnado diga sí a todos los hombres. Su sí, por tanto, tiene un carácter vicario como lo tiene el sí del Señor.

El sí de María es triple. Ella dice sí al ángel, a Dios y a sí misma. Dice sí al ángel dando una respuesta sencilla a su aparición, como la promesa que un ser humano puede hacer en el momento en que es interpelado. Este sí, como toda promesa real de un ser humano, va más allá de lo que él puede abarcar con su mirada. Su situación es semejante a la de un germen: no se puede prever el despliegue de su crecimiento. Pero toda promesa vinculante y seria concede una mirada en la actitud general del alma y se transforma ⁠–⁠quizá⁠–⁠ en su quintaesencia viva. Ahora bien, la actitud de la Madre se hace patente en su promesa, porque aquí ella está frente al ángel y tiene que darle su respuesta. El ángel y la respuesta están uno frente al otro, complementándose uno al otro, representando juntos en Dios una sola realidad, formando en el momento de su encuentro una unidad del perfecto cumplimiento. La gracia en María es la que la hace capaz de encontrarse con el ángel, y Dios, por su parte, es el que se digna enviar a su ángel a esta gracia que está a la espera. Y así como el sí expresa la actitud de María, también lo hace el ángel que le es enviado. Su encuentro se vuelve expresión y como punto de reunión de la plenitud de la gracia: la gracia de Dios en María y la gracia que Dios le envía por medio del ángel se tocan en un encuentro plenamente adecuado. María vivía desde hace mucho a la espera del ángel. Pero ahora se presenta el momento en el que ella debe encontrar al ángel y este debe serle enviado. Si ella no se hubiera preparado en vista del ángel y si el ángel no le hubiera sido enviado, ella habría podido seguir viviendo en vista de él aún por mucho tiempo sin encontrarle y el ángel habría podido buscar por todos los siglos a alguien a quien conviniera un tal saludo. Pero ahora ambos se encuentran en la misma plenitud de la gracia de Dios. Todo en su encuentro ha sido concebido y ha madurado plenamente en vista de este instante.

Respondiendo al ángel, María responde a Dios. Ella sabe que el ángel se presenta como enviado de Dios, sabe que entregando su sí al ángel, se lo está entregando a Dios. El hecho mismo de que ella vea y escuche al ángel descansa ya en la sumisión obediente de sus sentidos a la vida sobrenatural, a la vida de la gracia de Dios. Ella posee sentidos como cualquier hombre, pero no los emplea como lo hacen ellos para enriquecerse a sí mismos, para ganar o cosechar algo para sí; en lugar de cerrarlos para sí, los abre para Dios, solo se sirve de ellos para comprender mejor la voluntad divina, para su mayor honor y glorificación. Pone en manos de Dios el sentido y el fin de cada uno de los actos de sus sentidos. Por eso sus sentidos son un espacio abierto en el que Dios puede anunciarse en todo momento: ellos están preparados para el ángel. Considera sus sentidos como dones dados en préstamo por el Padre, de modo que en todo lo que ellos captan ella reconoce siempre de inmediato el don del Padre. Escucha y ve al ángel, pero al mismo tiempo sabe que lo que la hace capaz de verlo y recibirlo es algo que Dios ha depositado en ella, por tanto, algo que le deja ver a Dios mismo en el ángel. Y así como sabe que en el ángel acoge a Dios, también comprende que lo que el ángel recibe de ella lo toma únicamente para pasárselo a Dios. Para ella, él es quien porta el mensaje de Dios, por eso también transmitirá a Dios su mensaje. Y lo que de esta manera va desde ella a Dios por medio del ángel, su sí, también va inmediatamente tanto al Padre como al Hijo: al Padre como algo cumplido, como una conclusión, como una recapitulación de la Antigua Alianza; al Hijo, como un inicio, como una apertura, como el germen de la Nueva Alianza. Y el Padre y el Hijo escuchan su sí conforme a la diferencia de sus Personas: por su consentimiento, el Padre puede enviar al Hijo y el Hijo puede dejarse enviar y venir. La Madre pronuncia su sí sin saber cómo será escuchado por Dios. Pero su sí solo puede ser escuchado por Dios en el modo en que Dios quiere escucharlo, es decir, según ese modo doble. Y esto porque el Espíritu Santo le inspira a ella responder de ese modo. Es Él quien ya está obrando en ella y la está guiando, aunque solo después la cubrirá con su sombra. Traducido al ámbito de las relaciones humanas, su sí es como un compromiso matrimonial previo con el Espíritu en vista del matrimonio que sigue. Por eso María también dice sí en el Espíritu de Dios y no en el suyo propio, de la misma manera que en el matrimonio cristiano cada uno de los contrayentes dice su sí en el espíritu del otro y no en el propio. Ninguno de ellos considera su propio espíritu como garantía última de fidelidad (esto sería presunción y egoísmo), sino, en el amor, el espíritu del amado. Decir sí en el propio espíritu significaría co⁠-⁠afirmar los propios defectos y pecados, mientras que decir sí en el espíritu del otro significa afirmar el amor.

Por último, María también dice sí a sí misma. Porque ella afirma su propio sí. Ella quiere ser esa que está tan regalada. Cuando alguien quiere hacer un regalo a otro y realmente lo hace, él se decide por sí mismo a hacerlo. Y cada vez que ve el regalo en posesión del otro, es confirmado en la actitud que ha asumido consigo mismo. Este sí a sí misma es para María como secundario, solo acompaña en vista del sí al ángel y a Dios. Solo significa que en todas las situaciones y decisiones de su vida, si bien Dios dispone totalmente de ella, volverá a encontrar, siempre de nuevo, este sí como el fundamento esencial de su existencia. Ella quiere ser y permanecer la que ha dicho sí. Ella se deja penetrar completamente por él, justamente porque se trata del primer sí cristiano. Su palabra de donación de sí es lo contrario de la pérdida de sí en la desesperanza. Su sí contiene la plenitud total de la fe, el amor y la esperanza.

Lo que Dios demanda, no lo demanda nunca en vano: Él lo utilizará. Pero Dios no usa de tal manera que quien dona, donando, se agote, se pierda, se deba disolver. No se apropia de nada dejando tirado tras de sí, consumido, al que dona. A quien se ha vaciado de sí, lo llena con vida divina, con misión divina. Lo único que requiere es el siempre nuevo ponerse-a-disposición en el interior del continuo ser-dispuesto. Él quiere una disponibilidad libre y de buena voluntad. Obediencia, castidad y pobreza no son un suicidio del espíritu humano, sino su vida en una gracia nueva. Y dentro de esta vida, para María el sí se transforma en la pauta permanente de su obrar. Ella no puede ni quiere moverse fuera de su línea. El espíritu del sí determina perfectamente su lejanía y cercanía a Dios.

Este triple sí da origen a un triple fiat que deja ser y hacer: el fiat de la Madre misma, el fiat del Hijo y el fiat de la Iglesia. El fiat es la expresión y el resultado del diálogo entre Dios ⁠–⁠en el ángel⁠–⁠ y María. Dios anuncia su acción y la Madre responde sin vacilar y sin poner ninguna condición a la forma exterior de su vida futura. Pues Dios mismo ha formado desde siempre el interés y la inclinación de ella en este sentido. En el diálogo, entonces, está contenida una pregunta de Dios, pero nunca una que espera una respuesta en pie de igualdad, como de igual a igual. Más bien, Dios anuncia el próximo nacimiento de su Hijo como un hecho. Pero este anuncio acontece en la luz del sí ya presupuesta y aceptada. Y la Madre da su consentimiento como una criatura libre, sin reservas, sin reparos. Ella no sale al encuentro del anuncio de Dios con premeditaciones, habiendo sopesado lo que quisiera responder. No opone su sí a la palabra de Dios como si fuera otra palabra del mismo rango. Ella extiende su palabra como una alfombra bajo los pies de la palabra de Dios. Cuando un hombre marcado por el pecado original se pone a sí mismo, en cuerpo y alma, a disposición de Dios, esto nunca sucede sin un cierto cálculo. Él ve y siente la renuncia a una variedad de dones naturales a los que su naturaleza parece tener un cierto derecho y en su donación siempre se refleja aquello a lo que ha renunciado. No puede liberarse completamente de una referencia retrospectiva a lo que ha ofrecido. La Madre no conoce un tal comparar. No pondera lo que da ni lo que recibirá a cambio. No conoce otro uso para su espíritu y para su cuerpo que el servicio. Pero Dios quiere recibir en libertad este servicio como un servicio libre. Su sí no es superfluo. Ella debe pronunciarlo: «Hágase en mí según tu palabra», y su propia palabra es igualmente tan fundacional, tan fundamental cuanto está fundada ella misma en la palabra de Dios. Y ella también puede pronunciarlo porque es la Inmaculada Concepción y, por tanto, está preparada para ponerse de tal manera a disposición. Y así crea una relación nueva entre la palabra de Dios y la respuesta del hombre.

«Hágase en mí según tu palabra»: esta respuesta de la Madre va a través del ángel directamente a Dios. Dice, pues: Que se haga en mí según tu intención divina, según tu palabra divina, la cual, finalmente, es tu Hijo. En ese «según tu palabra» la Madre depone incondicionalmente todo lo que es y forma parte de ella. Ella quiere que todo lo propio se transforme en una realidad en la que solo repercuta el Verbum Tuum, según a Él le plazca. No acompaña esta promesa con algún tipo de observación aclaratoria. El sentido inagotable de su voto radica en que contiene el sentido de Dios. Y en cuanto ella lo quiere y lo hace, le allana en sí misma el camino a la palabra de Dios. Y este es el camino inmenso e inabarcable: el camino de la filiación, pues la palabra se hace su Hijo; pero de la filiación divina, pues la palabra se hace su Dios y por medio de ella retornará al Padre. Su maternidad recibe una expansión inmensa, inabarcable. Por la voluntad del Hijo, ella se hace Madre y sierva a la vez: cobijándolo, mas cobijada en Él; formándolo, mas formada por Él.

Así ella le entrega su sí al Padre: «Hágase en mí según tu palabra». Pero el Padre se lo entrega al Hijo. Es como si el Hijo lo tomase del Padre y lo transformase en su propio «Fiat Voluntas Tua». El fiat de la Madre ha pasado al Hijo y ahora descansa en Él, pero en ambos fue obrado por el Espíritu Santo. Más tarde, el fiat brotará de las enseñanzas del Hijo en el Padre Nuestro, insertado en las demás peticiones, pero como su centro, pues ha cerrado la alianza entre el Padre y la Madre y hecho posible el nacimiento del Hijo. El Hijo lo pronuncia siguiendo a la Madre, que se lo entregó y confió tal y como ella lo había recibido de Dios. La petición de la Madre introduce la del Hijo, pero la petición del Hijo toma y recibe en sí a la Madre.

A partir de aquí, el fiat pasa a todos: se convierte en propiedad de la Iglesia en la forma de la oración al Padre. Cuando el Hijo regala a los hombres su oración personal al Padre, que Él mismo a su vez ha recibido de su Madre, el fiat recibe su amplitud propia, su carácter católico, eucarístico: vive en cada fiat personal que es pronunciado en la comunidad del Señor.

Pronunciando la palabra: «Hágase en mí según tu palabra», la Madre recibe el misterio de manos de la Trinidad para dárselo al Hijo. El Hijo devuelve la palabra a la Trinidad, restituyendo al Padre en el Espíritu todo lo que tiene. Y después que el Padre la ha vuelto a recibir, es repartida a la humanidad en la expansión profusa y sobreabundante de la eucaristía y del Espíritu Santo.

El alma de la Madre

El alma de la Madre es completamente simple. Todas las preguntas y todas las respuestas forman en ella una unidad. Su esencia es indivisible. Pero su alma no es tan puramente simple por ella misma, sino por la cercanía de Dios. Una cercanía que siempre de nuevo le permite donarse de tal modo que todo lo que es múltiple, complejo e incomprensible es asumido por Dios mismo. Dios le es tan cercano que Él mismo aporta la respuesta simple y llana a cada pregunta, Él mismo resuelve y allana todo lo que es aparentemente embrollado, da forma a cada situación de la vida de un modo tan claro y tan grande que siempre queda, es verdad, un resto de misterio, pero nunca un enigma angustioso. Ella vive tan enteramente en Dios que siempre sabe lo que Él quiere de ella y nada le resulta más fácil que cumplir la pura voluntad de Dios, incluso cuando se le exige algo difícil y amargo. Y no solo su actuar exterior tiene este carácter, sino claramente también su consentimiento interior que siempre fluye de su permanente disponibilidad. En la vida de María existen muchas preguntas, pero ella no se detiene en ellas. No cavila sobre lo que es incomprensible, sobre lo que supera su capacidad de comprensión. Los problemas no se convierten en algo esencial, pues los problemas como tales son límites, pero ella es solo disponibilidad y apertura hacia todo aquello para lo que tiene que estar disponible y abierta. Así, ella está más allá de la multiplicidad de lo incomprensible, para vivir en la simplicidad infinita del cumplimiento de la voluntad de Dios.

Dado que Dios le es tan cercano, su verdad viva y eterna vive en ella. No una verdad teórica, sino la verdad del Dios uno en tres Personas. En la gracia, esta verdad llega a ser la verdad personal de María. En todo lo que ella hace, es verdadera. En ella no existe ninguna mentira, ningún encubrimiento, ningún disimulo, ningún quedarse atrás en alguna exigencia, ninguna tensión entre lo que es y lo que debería ser, ningún pesar, ningún decaer de la idea que Dios tiene de ella. Todo en ella es pura verdad. Posee una serena imperturbabilidad ⁠–⁠no por sí misma, sino como un regalo permanente de la gracia⁠–⁠ que le permite llevar adelante, sin vacilaciones ni titubeos, la misión vertiginosamente alta que le fue encomendada, con una simplicidad que solo se explica como una participación en la simplicidad de Dios. Como su misión es tan grande y tan verdadera, Dios le regala sin cesar Su verdad, para que ella cumpla la verdad de Su misión.

A partir de esta verdad pura y simple de su misión a la que se ordena todo su ser, también se comprende por qué todas sus cualidades confluyen como en un mar. Sus cualidades no existen separadas, una junto a la otra, sino que forman un todo simple. Si se intentara hacer una elección entre sus cualidades para destacar la más esencial, nunca se podría poner definitivamente una de ellas en el primer plano, pues cada una está vinculada a todas las demás y cada una puede ser contemplada como el punto central de su ser. No se puede siquiera describir una sin al menos aludir a las demás. Quizá no haya mejor forma de ilustrar la unidad de su esencia luminosa que contrastándola con la imagen especular oscura, con la unidad del pecado. Pues, así como el pecador, cuando en la confesión trata de destacar un pecado individual que quisiera confesar, se da cuenta de que en el fondo cada pecado está unido y relacionado con todos los demás y de que detrás de la falta configurada y comprensible existe en su alma un trasfondo de pecaminosidad amorfa e incomprensible que él nunca será capaz de describir ni agotar, de la misma manera, quien trate de comprender el alma de la Madre por medio de cualidades particulares notará de inmediato cómo todas ellas solo son la representación del fondo infinitamente simple, por infinitamente rico y pleno, de su alma.

La cercanía de Dios, la verdad simple en la que ella vive, es la plenitud de la vida cristiana en ella. María ha dicho su sí a esa plenitud porque es lo que se esperaba de ella. Y lo ha hecho sin descomponer esa plenitud, sin conocerla, sin querer tener una visión total de ella. La ha acogido siendo la que ella era, la sierva del Señor, en su humildad perfecta, pero sin mirar a su humildad, sin detenerse en ella misma, sin comprobar si era digna o capaz de decir sí a algo tan grande, sino sabiendo claramente que la fuerza para el cumplimiento le será dada junto con el acto de ser elegida. Sin tener que reflexionar sobre esto, ella sabe que Dios mismo le regalará la plenitud total de Dios, una plenitud que ella presiente detrás de la pregunta del ángel ⁠–⁠pues por su Hijo debe venir al mundo el cumplimiento de cada una de las promesas⁠–⁠ y ella sabe bien que esa gracia de Dios afectará a toda su tarea, no solo a una parte, como la concepción, el nacimiento o algún otro misterio. Cuando diga su sí, se arrojará toda entera a la totalidad de Dios sin querer comprender o saber algo particular. Sintiendo en sí y en torno a sí la plenitud de la divinidad, sabe que el ofrecimiento de Dios dura y durará, que puede confiarle tranquilamente a esta oferta toda su alma, todo su ser, para ser formado de nuevo. Ella deja hacer. Ella pone su alma tan a disposición del Hijo que Él puede usarla como quiera. Y Él no solo forma la naturaleza de María con sus cualidades naturales para ennoblecerla, sino que la utiliza como un recipiente para verter en ella toda su naturaleza divina y desde ella formarse una Madre.

Así, sin catequesis y sin conversión, ella se hace cristiana. Hasta entonces ha esperado, igual que una catecúmena, que Dios cumpla definitivamente su fe. Ella creía en Dios igual que las mujeres piadosas de su pueblo y junto con ellas esperaba la venida del Mesías prometido. Pero no sospechaba que ese Mesías le fuera dado a ella como el cumplimiento perfecto de su fe. Su fe que espera ya es perfecta, pero, recibiendo al Hijo como un sacramento, esa perfección primera que está a la espera pasa a un cumplimiento desbordante que hace saltar todo lo precedente. Y por esta expansión neotestamentaria de su fe ella se transforma en la portadora de la fe cristiana por excelencia.

Dios le regala Su Hijo de una sola manera: cumpliendo al mismo tiempo su fe. Su donación, su concepción, su llevar al Hijo en su seno es esencialmente fe: una fe que concibe la fe. Aquello por lo que concibe y aquello que concibe es igualmente la fe. Ella no podría estar corporalmente a disposición de Dios para concebir al Hijo sin estar disponible en la fe con todo su espíritu. Ella es una unidad, cuerpo y alma, y lo que en ella genera esta unidad es la fe, la cual inmediatamente es también la presencia del Hijo en ella. Todo está subordinado en ella a esa fe, también su razón. El órgano con el que concibe y porta en sí los misterios divinos no es la sola razón natural, sino su espíritu creyente. Por eso nosotros no podemos acercarnos a ella y a sus misterios con la pura razón. Todos los misterios marianos tienen la cualidad de superar la mera razón y, a la vez, de poder ser claramente comprendidos por el espíritu creyente.

La donación ilimitada que el ángel exige de una virgen es algo tan enorme, tan absolutamente superador, que por su propia naturaleza ella solo podría responder llena de angustia y temor. Pero, por la fe, esa angustia se transforma en confianza. Ella no tiene necesidad de comprobar, temerosa y vacilante, si está madura para la exigencia, lo cual solo terminaría necesariamente en un desánimo absoluto; más bien, en la confianza que le es regalada desde la plenitud de Dios, ella puede decir sí precisamente a esa plenitud. Y como la angustia natural es eclipsada por la confianza sobrenatural, así también el natural pudor corporal de virgen es asumido y superado por la donación sobrenatural. Aquí también sería de esperar un retroceso de espanto cuando le es exigido que se abra y se done con cuerpo y alma a un misterio impenetrable que, con todo, quiere penetrar en su interior. Pero, por la fe, el retroceso propio del pudor natural se supera en una virginidad pura que se abre y se dona sin temor aun a lo corporalmente incomprensible, con tal de que venga solo de Dios. Esta donación a Dios es tan grande que en María la entera esfera corporal ⁠–⁠la cual, considerada aisladamente, podría ser molesta, perturbadora, penosa; pero que ha recibido estos acentos tan marcados solo a causa del pecado original⁠–⁠ vuelve a estar completamente envuelta en la simplicidad y naturalidad de la donación de fe, hasta el extremo de quedar completamente cubierta bajo la sombra de lo espiritual. Esto es así porque ella es la inocencia simple y candorosa que nada tiene que ocultar ni retirar, pues todo lo corporal ha estado desde siempre bajo el manto de la donación espiritual.