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Veröffentlichungsjahr: 2024
Adrienne von Speyr
© Saint John Publications, un sello editorial de The Community of St. John, Inc., 2023
Original alemán editado por Hans Urs von Balthasar: Job, 1972 (© Johannes Verlag Einsiedeln)Con licencia eclesiástica para el original alemánTraducción de Ricardo AldanaISBN 978-1-63674-058-4https://doi.org/10.56154/vsEsta publicación se distribuye gratuitamente en balthasarspeyr.org y puede ser compartida libremente sin ánimo de lucroVisite balthasarspeyr.org para conocer todas nuestras publicaciones en formato digital y en papelEste libro electrónico ha sido generado el 03-09-2024Prólogo
El libro de Job
La desgracia de Job
(1-2)
Primer discurso de Job
(3)
Primer discurso de Elifaz
(4-5)
Respuesta de Job
(6-7)
Primer discurso de Bildad
(8)
Respuesta de Job
(9-10)
Primer discurso de Sofar
(11)
Respuesta de Job
(12-14)
Segundo discurso de Elifaz
(15)
Respuesta de Job
(16-17)
Segundo discurso de Bildad
(18)
Respuesta de Job
(19)
Segundo discurso de Sofar
(20)
Respuesta de Job
(21)
Tercer discurso de Elifaz
(22)
Respuesta de Job
(23-24)
Tercer discurso de Bildad
(25)
Respuesta de Job
(26-27)
El ocultamiento de la sabiduría
(28)
Lamento de Job: su vida precedente
(29)
La miseria actual
(30)
Defensa de Job
(31)
Los discursos de Elihú
(32-37)
Los discursos de Dios
(38-41)
Última respuesta de Job y epílogo
(42)
Apéndice: Mística al estilo de Job en el Nuevo Testamento
Title Page
Cover
Table of Contents
La autora ha dedicado un comentario al libro de Job en la forma de escolios sumarios que, desde el punto de vista del contenido, representan una paráfrasis crítico-teológica. Al poner de relieve los acentos principales, se sacan a la luz los giros, a menudo recónditos, en el hilo del pensamiento y en la actitud existencial de los interlocutores, se evidencian las contradicciones que hay allí y, en una distancia crítica, se aportan las necesarias correcciones. Para juzgar el valor del trabajo, lo más recomendable será que el lector aborde primero cada uno de los capítulos del libro de Job y luego el comentario.1
Para situar teologícamente lo dicho por la autora, era imprescindible que se considerasen cada vez de nuevo la proximidad y la distancia de la «noche» de Job respecto de la noche de la cruz de Cristo (y de la noche de los que en el Nuevo Testamento participan en ella). En esto hay que atender a dos cosas: que por todos lados se hacen visibles indicaciones y prefiguraciones que van de la Antigua Alianza a la Nueva, pero también que entre ambas no hay transiciones paulatinas, sino solo un salto. Esto se hace evidente del modo más conmovedor en la ausencia de lo que en el ámbito cristiano se denomina «Comunión de los Santos»: a partir de la cruz, poder ser el uno para el otro.
No se podrá pasar por alto la fuerte tonalidad ignaciana de este libro magistral. En la conclusión, en los discursos de Dios, esta tonalidad resuena en toda su plenitud: apenas se habla de la «provisionalidad» y «superabilidad» propias del Antiguo Testamento, como tampoco de lo desconcertante e irritante de estos discursos (de un Dios que solo domina «señorialmente»), pero se habla muy claramente de la Majestad Divina que allí aparece, la cual, con su simple aparecer, anula, haciéndola absurda, toda contestación contra Dios. Lo mismo se anuncia ya en la interpretación muy positiva de los discursos de Elihú. Es ignaciana también la manera sobria en que se objetiva, en algunas páginas casi trivializa, toda dramatización de los sufrimientos de Job: solo Dios cuenta. Despreocupadamente esparcida a lo largo del comentario, se encuentra una abundancia de conocimientos sutiles sobre la vida espiritual, signo de la naturalidad con la que la autora vive en esta abundancia, y de cuán fácil y acertadamente consigue diagnosticar un estado espiritual y sus variados matices. Junto con su libro sobre Elías, el presente análisis es probablemente una de sus mejores obras.
Hans Urs von Balthasar
1. Para el texto del libro de Job, se ha tomado como base la traducción española de la Biblia de Jerusalén, adaptándola cuando necesario a la versión comentada por la autora (N. del T.).
Un pagano. Rico. Temeroso de Dios. Bendecido. Que ofrece holocaustos. Se tiene la impresión de que él tiene especialmente mucho para que se le pueda quitar especialmente mucho.
La historia de Satán: ningún vínculo con la historia de Adán, porque Adán ciertamente también había recibido mucho, pero esto para él no era nada extraordinario. Él tenía todo y no tenía nada. La entera creación estaba a su disposición, su dominio no estaba delimitado por el derecho de ningún otro. Adán es agraciado con los dones de la fecundidad de Dios, ellos se le ofrecen. Job posee riquezas de las cuales él es el centro como individuo. No tiene la creación de Dios para sí, sino que tiene su mundo, sus hijos, los frutos de su propio trabajo y fecundidad. Satán adquiere por todo esto más flancos de ataque, más derechos; él se puede dirigir a Dios mismo. Cuando Adán cayó, hubo un pacto entre el demonio y el hombre: contra Dios. En el caso de Job hay un pacto entre Dios y el demonio: contra Job y su patrimonio. Esto supone el pecado original. Ahora el demonio debe experimentar el poder de Dios en el hombre en aquellos que tienen una fe probada.
La tentación de Job está entre la de Adán y la del Señor. Mientras el demonio apuesta con Dios, el hombre está a salvo. Job no hubiera dejado que el demonio se le acercara directamente, como hizo Adán. Así, la prueba de Job es como una prueba anticipada de las tentaciones del Señor. En la cruz, como en el desierto, se le dejan solo las fuerzas humanas. El Padre sabe todo, también sabe de la obediencia del Hijo. A pesar de esto, Él pone a veces pruebas, como si no supiera. Así como ante la obra terminada de la creación Él vio que todo era bueno, así al final de la prueba reconoce que su fe es buena, que Él ha dotado al hombre de fe de la fuerza suficiente, que el hombre es capaz de permanecerle fiel. También lo ven los hombres. E incluso el demonio. Quizá este redoblará sus esfuerzos en el caso del Señor, porque no lo ha conseguido con Job.
Un servidor tras otro se presenta con un mensaje aterrador. La desposesión de Job no tiene lugar de una vez por todas, sino paso a paso. Su disponibilidad a aceptar todo permanece imperturbable. Entre una cosa y otra no se le deja tiempo alguno para reponerse. No puede prepararse para la siguiente pérdida en virtud de la precedente. Así, tampoco tiene la tentación de decir: ya es suficiente, demasiado. No llega en absoluto a esta situación. La rabia de Satán aumenta; al principio quizá no quería quitarle todo; si después del primer revés Job se hubiera rebelado, Satán bien habría podido detenerse. Job bien podría haber hecho un pacto con el demonio, ahorrándose así más golpes. Su disponibilidad inalterada es lo que irrita a Satán. También queda bien claro que, donde hay muchos bienes y riquezas exteriores, Satán siempre está cerca.
El demonio es de la opinión de que Job tiene un pacto con Dios: prestación y contraprestación. Job regala a Dios su fe si Dios le otorga bienes, familia, etc. Satán comprende la piedad de Job como trabajo que le asegura lo propio. Las dos cosas le parecen necesariamente ligadas una con la otra. Dios le concede destruir esta relación, para demostrarle que la fe permanece intacta.
Job se sitúa en una dependencia de Dios todavía más fuerte que antes (21). Porque ahora él incluye en su fe también la prueba. Quiere entender y vivir su fe como una fe probada. El que aquí Job no peque, fortalece su fe, da a esta una nueva calidad. «El Señor lo ha dado…». Al retirar Dios lo que le ha dado, Job mismo se lo pone en Sus manos. Job siempre ha sabido que los bienes de la tierra están ligados al tiempo. Ahora el tiempo de estas cosas ha terminado; el tiempo de Dios permanece.
Satán se presenta ante Dios cuando se presentan los hijos de Dios. Como si pudiera entrar con la mayor seguridad en la presencia de Dios cuando Dios está reunido con sus hijos; como si tuviera un derecho de ser recibido justo cuando Dios se alegra en sus hijos; allí donde tiene lugar el intercambio divino, él tiene su lugar determinado. Y entonces Dios hace preguntas, y Satán responde. Es un diálogo en el que no se conceden a Satán todos los derechos. Dios habla como si no supiera todo lo que Satán ha hecho. Y, en este estar ante Dios, Satán dice la verdad. Satán no influye directamente en Dios; necesita hombres para actuar, para mentir, para robar, etc. Su poder delante de Dios es limitado. Dios sólo le ha dado ese poder sobre los hombres, no sobre Él mismo. También en el demonio, por tanto, es visible la omnipotencia de Dios. Y Dios dice: En balde me has incitado contra él para perderle (3). Como si Dios mismo hubiera tentado a Job y conservara el predominio a pesar de la acción del demonio. Como si el demonio quisiera emprender esta acción, pero para la realización necesitara la fuerza de acción de Dios que sustrae a Job sus bienes. Esto lo reconoce el mismo Job: «Dios me lo dio, Dios me lo quitó» (1, 21). Mis bienes vienen de Dios, Él me los puede quitar de nuevo. En esta acción de Dios, ya que Él es quien da y quita, el demonio se puede infiltrar. Y si, al quitarle Dios algo, el hombre peca, la relación entre hombre y Dios es destruida. En efecto Dios dice: Ahí le tienes en tus manos (6); pero al entregar Dios los bienes al demonio, es Dios mismo el que quita los bienes; el acto propio de quitar queda en sus manos. La función del demonio reside menos en el acto de privar que en el de tentar. Al recibir como una tarea subalterna el poder de privar a Job de sus bienes, tiene la posibilidad subalterna de tentar a Job. Pero Dios no permitirá que Satán lo seduzca completamente. Se reserva una zona que Satán no puede pisar; el conjunto depende de su gracia. Por el momento Job está tan estable en Dios que ni siquiera ve en esto una tentación. Él adora a Dios, sin vacilación y sin reservas.
Satán sigue siendo de la opinión de que puede llevar a Job a apostatar. Mientras su propia vida sigue intacta, el hombre puede prescindir de muchas cosas exteriores. Pero si se le echa la mano a él mismo, si se le inflige dolor, si se introduce la lucha en su propio ser, renegará de su Creador. El hombre no puede renunciar a su estado interior de salud. Si se le provoca continuamente por dentro, se le provoca contra Dios mismo. Los bienes exteriores son calculables: el quitar tiene un término. Pero si se ataca la salud, entonces puede no tener fin. Se pierde la paciencia. Y Dios entrega la salud de Job a Satán. Este puede hacerle todo, solo debe respetar su vida. Con esta condición Dios alarga el margen de maniobra del tentador. Pero el tiempo es limitado. También en esto el poder de Satán es limitado: Dios sigue siendo Señor de la vida y de su duración.
Satán se retira de la presencia de Dios. En el cielo no puede actuar; allí solo puede mantener conversaciones. Para realizar acciones, debe estar en el mundo. Su poder está ligado a la tierra. Cuando Job ha sido herido por el demonio con la llaga, llega su mujer. Como en el Paraíso, están juntos el varón, la mujer y el tentador. Para Job la situación se ha agravado: hasta entonces él era solo un herido. Con el acercarse de la mujer se convierte en uno que es tentado. «¿Todavía perseveras en tu entereza?» (9). Ella lo tienta precisamente en el modo en que, en su conversación con Dios, Satán había decidido tentarlo. Ella es extremadamente dócil a las intenciones del demonio. En ella se manifiesta una traducción directa de la voluntad demoníaca. No se dice nada de una conversación entre el demonio y ella.
«¡Maldice a Dios y muérete!». Precisamente la muerte, lo que Dios no quiere, ella lo exige. En realidad asumiendo lo que el demonio quiere. Este «muérete» es la última etapa de lo que Satán quisiera pero no puede. La mujer le es tan dócil que ella va adelante con tal deseo. Ella ve a su marido con el fragmento de teja sentado en la basura, ve cuán insoportable es su situación, ve la muerte como única salida. No está claro en qué medida quiere con ello ayudar a su marido o en qué medida quiere ser dócil al demonio. No se sabe si ella ve con buenos ojos la muerte de Job para aliviarlo en su destino, o para poder vivir completamente para el demonio. Mientras él se aferre a Dios, él no se puede quitar la vida. Así que conviene separarlo de Dios para que se quite la vida. O quizá también si él muriese piadosamente, Dios no sería expulsado de la casa.
Job la reprende, él quiere acoger de las manos de Dios también el sufrimiento físico. Uno puede acoger un tal sufrimiento por parte de Dios si lo considera como una prueba. Este mal tendría entonces como dos planos: en la tierra lo da el demonio, pero se convierte en algo bueno si es llevado para gloria de Dios. Entonces el mal es referido directamente a Dios.
En todo esto Job no pecó con sus labios. Como si el aferrarse a Dios de Job se restringiera a sus labios. No se sabe cómo está el corazón de Job.
Los tres amigos vienen de sus lugares de origen para visitarle. Habitan separadamente y solo les une la amistad. Cuando les llega la noticia, cada uno se pone en marcha por sí mismo espontáneamente, sin haber convenido con los demás en ir a darle el pésame. Se ve que Job tiene verdaderos amigos. El hecho de que estén tan de acuerdo en su modo de sentir respecto de Job, dice mucho en su favor. Al principio no lo reconocen. Luego se lamentan por él, casi como por un muerto. El que ellos no lo reconozcan muestra cuán a fondo ha trabajado Satán. Pero la amistad espiritual ha permanecido. No se atreven a consolarlo con palabras, perseveran con él en silencio durante una semana. Quizá hubiera sido más fácil pronunciar algunas palabras de consolación. Ellos pasan junto a él un tiempo de penitencia.
Job comienza a hablar. Preferiría no haber nacido. El día de su nacimiento debería haber sido cancelado. Él se obstina en borrarlo completamente. Se remonta más y cancela también la noche en que fue concebido. Él quiere el «nunca» total como oposición pura al total «siempre y ahora». O quiere, si ya estaba en el seno materno, quedar encerrado allí para siempre. O salir de él como un niño muerto.