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Veröffentlichungsjahr: 2024
Adrienne von Speyr
© Saint John Publications, un sello editorial de The Community of St. John, Inc., 2023
Original alemán: Die Sendung der Propheten, 1953 (© Johannes Verlag Einsiedeln)Con licencia eclesiástica para el original alemánTraducción de Juan Manuel SaraSegunda edición revisada (1ª ed.: Fundación San Juan, 2005)ISBN 978-1-63674-040-9https://doi.org/10.56154/vwEsta publicación se distribuye gratuitamente en balthasarspeyr.org y puede ser compartida libremente sin ánimo de lucroVisite balthasarspeyr.org para conocer todas nuestras publicaciones en formato digital y en papelEste libro electrónico ha sido generado el 03-09-2024Presentación
Abraham
(Gn 12-25)
Isaac
(Gn 21-26)
Jacob
(Gn 27-35.46-49)
José
(Gn 37-50)
Moisés
(Ex, Lv, Nm, Dt; esp. Ex 4; 19; 33)
Aarón
(Ex, Lv, Nm, Dt; esp. Ex 4,14 s.; Lv 8-9; Nm 12)
Josué
(Ex 17; 24; Nm 11; Dt 34,9; Jos 1-24)
Balaam
(Nm 22-24; 31,16)
Gedeón
(Jc 6-8)
Sansón
(Jc 13-16)
Jefté
(Jc 10-12)
Samuel
(1 S 1-16; 25,1)
Saúl
(1 S 9-30; esp. 15)
David
(1 S 16-2 S 24)
Salomón
(1 R 1-11)
Elías
(1 R 17-19; 2 R 1-2)
Eliseo
(1 R 19; 2 R 2-9; 13)
Isaías
(Is 1-66)
Jeremías
(Jr 1-52; esp. 11-12; 15; 20; 26 s.; 37 s.)
Ezequiel
(Ez 1-42; esp. 1-2)
Daniel
(Dn 1-12)
Oseas
(Os 1-4; esp. 1-2)
Joel
(Jl 1-3)
Amós
(Am 1-9)
Abdías
(Ab)
Jonás
(Jon 1-4)
Miqueas
(Mi 1-7)
Nahúm
(Na 1-3)
Sofonías
(So 1-3; esp. 1,1)
Habacuc
(Ha 1-3)
Ageo
(Ag 1-2)
Zacarías
(Za 1-14; esp. 3)
Malaquías
(Ml 1-4)
La Madre del Señor
Title Page
Cover
Table of Contents
Este pequeño libro es la introducción o la primera parte de una amplia obra acerca de las misiones en la Nueva Alianza, que aparecerá más tarde y se basa esencialmente en los mismos presupuestos metodológicos: un ver y contemplar en oración la realidad sobrenatural escondida en la palabra de Dios; además de un realismo, una objetividad, una actitud de servicio hasta el extremo del olvido de sí, para dejar aparecer solo el aspecto objetivo de la revelación.
En el centro se encuentra el concepto de misión que tanto en la Antigua como en la Nueva Alianza ocupa un lugar predominante. La misión no es la resultante de dos componentes (como a menudo se piensa erróneamente): una gracia general ofrecida a todos por igual y los diversos rasgos biográficos, caracteriales, espirituales, inherentes al individuo agraciado. Más bien, la misión es la forma especial y única de la gracia destinada por Dios a cada uno de los enviados, gracia que ciertamente está en una armonía misteriosa, nunca determinable, con las condiciones naturales del enviado, pero que puede disponer soberanamente de estas condiciones, que deben subordinarse completamente a ella y ponerse a su entera disposición. Esto vale en grado sumo para las elecciones y misiones especiales que en la Antigua Alianza son portadoras de los hechos mismos de la revelación, y en la Nueva Alianza deben interpretar y dar vida de una manera siempre nueva y fresca a la revelación que sigue existiendo y actuando en el Cuerpo místico de Cristo. Desde el principio, estas misiones fueron personales, históricas, cada vez diferentes y nuevas, siempre sorprendentes, nunca calculables ni deducibles de antemano: y precisamente así ellas son la revelación real y auténtica de la gracia que siempre está brotando desde su origen, cuya historicidad esencial nunca puede ser representada exhaustivamente por ninguna regla general. Por parte del hombre, solo vale una cosa: estar completamente a disposición de la gracia incalculable, no querer determinar nada, no tomar por adelantado ni presumir nada. La naturaleza es y no deja de ser barro en las manos de Dios, y nadie más que Dios sabe cuál es la forma que Él sacará de ti y de mí.
Estudiar las misiones de la Antigua Alianza significa, al mismo tiempo, aprender a conocer a Dios mismo y a su esencia íntima en su revelación, escuchar su palabra, que es esencialmente una palabra que actúa en el hombre, y contemplar cómo se comporta el hombre bajo la mano configuradora de Dios. Adrienne von Speyr, por lo tanto, se ubica aquí en un lugar absolutamente central. A partir de ese centro, ella contempla una serie de grandes figuras veterotestamentarias. Se trata de ellas mismas, de sus decisiones interiores, de su oración, de su tarea, de cómo ocupan el lugar que Dios les ha asignado; y no de la sucesión externa de los acontecimientos, de cómo estos fueron determinados decisivamente por ellas, todo lo cual puede ser consultado en una historia bíblica. El lector del presente texto se sentirá seguramente animado, aquí y allá, a abrir la Biblia y a comparar. Ojalá lo haga, pues solo la inmersión en la palabra misma de la revelación (de la que proceden las descripciones de la autora) hará accesible el sentido más profundo de las imágenes misionales. Unas escuetas referencias a los textos bíblicos se encuentran en el índice.
Hoy, el concepto de misión cristiana ha sido comprendido por muchos cristianos. Ellos han comprendido que la gracia siempre conlleva una tarea, que la elección siempre contiene en sí la exigencia de volverse hacia los no elegidos. Pero, para hacer justicia y corresponder a nuestra misión, debemos mirar a los santos de la revelación y de la Iglesia. No para copiarlos servilmente, lo que de todos modos sería imposible, sino para aprender de ellos cómo hemos de someternos en serena, abandonada humildad a las disposiciones de Dios. Hoy, algunos hablan de misión para, en realidad, referirse a un programa que se han dado a sí mismos. En la misión, como en ninguna otra parte, se revela la majestad y la plena soberanía de Dios, que elige a quien quiere para enviarlo adonde quiere, con la tarea que Él configura y Él pone en la boca y en la vida de sus mensajeros.
Hans Urs von BalthasarMayo de 1953
Su misión posee una forma triple. Comienza de tal manera que Abraham, tanto en su fe como en su oración, tanto en su actitud cotidiana como en su hablar explícito con Dios, tiene la certeza, al principio imposible de fundamentar, de poseer una misión. Para él, esta misión es como un imperceptible ser puesto de relieve. Sabe que debe comportarse como uno que ha sido marcado, que Dios espera algo de él y que también le dará algo, y que él debe ser especialmente fiel, confiado y justo. Este sutil presentimiento permanece enteramente en el interior de su alma y, en esta primera dimensión, no le corresponde ninguna visión de una tarea externa, de un camino, tampoco ninguna experiencia. Es como una ligera sacudida apenas perceptible, a la que, sin embargo, corresponde un saber: debe vivir como un enviado, es decir, prestar atención a sí mismo para que los designios de Dios se hagan visibles a través de él.
Hay un segundo círculo en esta misión, más caracterizado por la perseverancia. Abraham ha de permanecer en lo que ha vivido, para que esta experiencia se haga más amplia. Y cuando debe ofrecer el sacrificio de su hijo, de repente se da cuenta: en el plano humano, él es el padre de la promesa. No se trata de él, Dios quiere realizar a partir de él algo más grande. Lo importante no es él, sino lo que Dios ha puesto en él. Es el círculo que comprende la familia, la descendencia que nace de él, el pueblo, simbolizado en su hijo Isaac. No puede imaginarse lo que Dios se propone, debe simplemente perseverar en ello. Ampliar los fundamentos de su fe, hacer más profunda su oración. Presentarse en todo como una especie de enviado de Dios.
La tercera esfera es la confirmación de su misión. Esta ya no le pertenece, sino que pertenece a toda la Antigua Alianza, más aún, al mundo entero. Él es solo el fundamento terrestre, el reflejo mundano del actuar del Padre que está en los cielos. El Padre es portador de las promesas, el Padre es quien realmente sacrifica a su Hijo, el Padre es también obediente a la misión del Hijo, representada en Isaac, aunque este no llegue a experimentarla de forma clara y trasparente. Pero tampoco para Abraham se trata ya de una experiencia personal. Él da un paso atrás, Isaac da un paso atrás, las gestas de ambos dan un paso atrás. Todo es solo un signo. Una parábola de la que los actores poco entienden y que, no obstante, es recompensada y se demuestra justa y acertada. Pero es un signo en vista de las épocas futuras, hasta el fin del tiempo. En Abraham está Cristo, está la Nueva Alianza. Ambos se miran el uno al otro como imágenes especulares, para completarse: uno es anticipación; el otro, cumplimiento.
Tres misiones en una. Una obediencia pequeña, contenida, por momentos casi sin esperanza, que, sin embargo, hace posible toda la alegría, todo el orgullo de la descendencia y contiene en sí la más alta recompensa, porque el Dios uno y trino se digna anunciar en la historia de Abraham la prehistoria de la encarnación de Dios.