0,00 €
Das E-Book können Sie in Legimi-Apps oder einer beliebigen App lesen, die das folgende Format unterstützen:
Veröffentlichungsjahr: 2024
Adrienne von Speyr
© Saint John Publications, un sello editorial de The Community of St. John, Inc., 2023
Original alemán editado por Hans Urs von Balthasar: Die heilige Messe, 1980 (© Johannes Verlag Einsiedeln)Traducción de Juan Manuel SaraSegunda edición revisada (1ª ed.: Fundación San Juan, 2004)ISBN 978-1-63674-042-3https://doi.org/10.56154/vqEsta publicación se distribuye gratuitamente en balthasarspeyr.org y puede ser compartida libremente sin ánimo de lucroVisite balthasarspeyr.org para conocer todas nuestras publicaciones en formato digital y en papelEste libro electrónico ha sido generado el 03-09-2024La Santa Misa
Introducción del editor
Nota del traductor
Sobre la Santa Misa
Invocación de la Trinidad
Acto de contrición
Introito
Kirie
Gloria
El Señor esté con vosotros
Colecta
Epístola
Evangelio
Credo
Ofertorio
El lavado de las manos
Prefacio
El Canon hasta la Transubstanciación
Transubstanciación
Excursus: 1 Co 11,23-30
Continuación del Canon
El Padre Nuestro
Preparación de la Comunión
Comunión
Oración final y bendición
Apéndice
Dos oraciones al acercarse al altar
Petición de perdón
Saludo a las reliquias y beso del altar
Oraciones del ofertorio y del lavado de las manos
Oblación del pan (Suscipe, sancte Pater)
Conmixtión del agua y el vino
Oblación del cáliz
Oblación del sacerdote y de los fieles
Invocación del Espíritu Santo
Lavabo (Salmo 42, 1-5)
Oblación a la Santísima Trinidad
Canon romano
Te igitur
Memento
Communicantes
Hanc igitur oblationem
Quam oblationem
Transubstanciación
Ofrecimiento de la obra del Hijo
Súplica para la aceptación del sacrificio…
…a la presencia de Dios
Recuerdo de los difuntos
Oración por «nosotros pecadores»
Conclusión
Dos oraciones alrededor de la Comunión
Preparación para la Comunión
Purificación del cáliz
Title Page
Cover
Table of Contents
El trabajo de edición de este pequeño libro tuvo que confrontar dos dificultades substanciales.
La primera radica en que el dictado, que tuvo lugar en torno al año 1950, sigue estrechamente las oraciones de la Misa preconciliar, de modo que una adaptación total del texto a la forma posconciliar hubiese sido posible solo forzándolo de un modo irresponsable. Sin embargo, vista más de cerca, esa dificultad no era insuperable. En primer lugar, toda la interpretación del Canon romano podía quedar sin cambios, lo mismo que la del Kirie, del Gloria, del Credo, de la Epístola y del Evangelio. Además, modificando ligeramente el texto, pudieron ser adaptados a la forma actual la introducción de la Misa (supresión del Salmo 42 en las oraciones al pie del altar y del doble Confiteor del sacerdote y luego del pueblo) y las oraciones antes de la Comunión, cuyo orden fue modificado. Por el contrario, nos pareció poco serio recortar el texto en dos pasos decisivos: el comentario al beso del altar, que en la liturgia anterior no sucedía al principio, sino solo después de la absolución al subir al altar, y también las oraciones del «ofertorio» [sobre todo en su aspecto de «sacrificio»], que antes eran, en parte, especialmente ricas de contenido y a cuya letra el comentario sigue con bastante exactitud. En esos dos lugares el lector tendrá que recordar la antigua forma litúrgica. Trasladar el beso del altar al inicio es, desde un punto de vista litúrgico, una intervención menor. Mayor puede parecer la reducción de las oraciones del Ofertorio. Sin embargo, esto sirvió para poner el peso principal en lo que acontece en el Canon, mientras que, por otra, no se puede soslayar que en el nuevo misal no se abandona en absoluto la noción de «sacrificio», más bien se la expresa tanto en las partes fijas como también, muy a menudo, en las oraciones sobre las ofrendas.
La segunda dificultad es más grande, si bien puede no ser visible al lector imparcial y sin prejuicios. Por los numerosos dictados de Adrienne von Speyr sobre textos neotestamentarios, sabemos que la inspiración que está en su origen está muy determinada por cada uno de los «autores», dicho con más precisión, por sus respectivas espiritualidades. Ahora bien, existen espiritualidades, muy en especial la joánica, que están en perfecta armonía con el carácter esencial de Adrienne: Juan desaparece en la contemplación y en el amor de su Señor y, olvidándose de sí, percibe en Él todos los misterios del amor divino. Por el contrario, la espiritualidad de Adrienne era difícil de conciliar con la de san Pablo: y he aquí que este pequeño libro sobre la Santa Misa ha sido dictado desde la perspectiva paulina. Esto significa una especial preponderancia del papel jerárquico y apostólico –por eso aparece el sacerdote tan fuertemente como mediador, a menudo casi aislado en su posición «entre» Dios y la congregación–; significa también una acentuación muy marcada de la subjetividad de la fe y, por último, la representación de que la estructura de la santa Misa es sobre todo una obra de la Iglesia apostólica para atesorar en ella el misterio de la Eucaristía. (En la redacción actual se ha dejado de lado algo típicamente paulino: ha sido excluido el comentario a las antiguas oraciones de la Comunión que rezaba el sacerdote). En cuanto transmite y valora esas perspectivas tanto como le es posible, Adrienne interpreta y transmite más un punto de vista paulino que uno propio. No será posible, por cierto, separar claramente ambas perspectivas. Esta pequeña obra es, pues, un «opus mixtum». Algunos motivos, especialmente los trinitarios, Adrienne, dejada a su talante propio, probablemente los habría elaborado aún más intensamente. Una peculiaridad es que a veces utiliza la expresión «Espíritu trinitario»: se refiere al Espíritu Santo que en la voluntad del Padre transmite a Jesús la decisión de toda la Trinidad. Y cuando, con ocasión de la Epístola, habla del «Espíritu del altar», estas palabras se entenderán mejor si se piensa en los pasajes del Apocalipsis en los que se mencionan los lugares de culto ante Dios (6,9; 8,3.9; 11,1; 14,18). A propósito, Adrienne no se hubiera opuesto en ningún sentido a la nueva reforma litúrgica.
Si bien se muestran algunas tensiones entre la espiritualidad de Adrienne y la paulina, debemos ser cuidadosos en no contraponer demasiado bruscamente las «espiritualidades». Los comentarios de Adrienne a los escritos de Pablo muestran que incluso perspectivas diversas pueden ser siempre de nuevo conciliadas en la unidad superior de la visión eclesial y llegar a fundirse hasta el punto de hacerse indistinguibles. Así pues, Dios quiera que también de esta obra se reciba, sobre todo, lo que es patrimonio común, crea comunión y unifica eclesialmente.
Hans Urs von Balthasar
La autora se refiere a los textos de la Misa según las fórmulas preconciliares. Para facilitar la comprensión y la correspondencia con el rito actual, hemos añadido algunas notas (indicadas por la sigla N. d. T.) a la única escrita por el propio Balthasar (indicada por N. d. E.). Además, en un apéndice, el lector encontrará algunos textos litúrgicos: los del Ofertorio y lavado de las manos, por ser casi totalmente distintos de los actuales; el de la Plegaria Eucarística I (Canon Romano), para que se pueda aprovechar plenamente su comentario detallado; y algunas otras oraciones que faltan en el nuevo rito o que el sacerdote pronuncia a solas. Todo esto no quiere ser sino una ayuda para la comprensión de la letra y, a través de esta, para profundizar en el espíritu del sacrificio del Señor y de su Iglesia.
La santa Misa es el medio y el signo en que el Señor nos lega su amor. Pues toda su vida era eucaristía ofrecida al Padre, y Él quiere incluir a los suyos en esta misma eucaristía de su vida. La eucaristía de los cristianos se celebra en la santa Misa. Ella no ha de separarse de su totalidad, la cual consiste en ser un memorial de la totalidad del amor del Señor. Cada santa Misa es una introducción en el amor del Señor, pero la Misa particular tampoco debe ser contemplada aisladamente, sino que está en relación con todas las demás Misas, que en su totalidad forman el signo indivisible del amor total e indivisible del Señor a su Iglesia.
Ese amor está presente en la Misa tanto en su forma activa como en su forma contemplativa. Las oraciones son contemplativas, mientras que la transubstanciación es acción, acción tanto del Señor cuanto del sacerdote que representa a la Iglesia. La Comunión es acción y contemplación al mismo tiempo, pero conduce a una contemplación que a su vez es llevada al trabajo cotidiano, el cual puede ser tanto activo como contemplativo. Ambas formas del amor son igualmente fecundadas por la Comunión recibida.
La Misa es un elemento esencial de la Iglesia, de la Esposa de Cristo. Es un proceso articulado, como también la Iglesia está articulada: el sacerdote media, la comunidad celebra junto con él en el único amor eclesial. La celebración se cumple en un espacio eclesial, en el que todos sus elementos interiores están orientados primordialmente a la santa Misa: en el lugar central está el altar, que está consagrado porque es el signo visible del intercambio de Dios con los hombres, signo de su condescendencia, de su aceptación del sacrificio de los hombres, es decir, signo del amor entre cielo y tierra. Nosotros mismos queremos celebrar el acto del amor del Señor que se nos dona en un lugar preparado para ello. La comunidad se dirige hacia ese lugar para estar presente en la Cena del Señor. Y el Señor está presente desde siempre, pues está allí donde dos o tres se reúnen en su nombre. El reunirse es ya una respuesta al amor anterior del Señor, un intento de corresponderle y de otorgar expresión a nuestro amor por Él. Si bien toda nuestra vida, en todos sus actos, ha de ser un intento semejante, al decidirnos a asistir a la Misa le damos una especie de forma perceptible. Si alguna vez estamos imposibilitados de participar en ella, permanecemos no obstante incluidos en el acontecer de la Iglesia, porque pertenecemos a una Iglesia que acoge en sí a todos sus hijos. Las oraciones de la Misa son rezadas siempre para todos los creyentes, y el Señor mismo, a quien ellas se dirigen, nos incluye en su comunidad de amor. Quien sale del templo al final de la Misa, no se aleja del Señor. La celebración tiene la fuerza de incluir también la vida diaria en el amor del Señor. Dado que esa fuerza es real y efectiva, no es algo indiferente para la comunidad si en la Iglesia fue celebrada o no una Misa por la mañana.
Para nosotros hombres, que vivimos en un tiempo y un espacio, son importantes las disposiciones espacio-temporales de nuestros actos religiosos. El hecho de que haya una iglesia o capilla visible, de que se celebre Misa en ella, da realidad concreta a nuestra relación con Dios. A partir de estos puntos de referencia en nuestro mundo cotidiano, la presencia del Señor –indivisible e ilimitable en un espacio y un tiempo– se extiende hacia todas las cosas, esa presencia que nos acompaña en el quehacer cotidiano del día y de la noche.
El altar en el que celebramos la Misa proviene originariamente del Antiguo Testamento. Ya entonces era el lugar santo reservado solo a Dios. Ya entonces reinaba Su gloria sobre el tabernáculo. Pero Su presencia en el Nuevo Testamento es enteramente una presencia del amor trinitario y encarnado. Y la mesa está consagrada únicamente al servicio de este amor. Si allí algo fuera realizado contra el Señor y su amor, sería al mismo tiempo una profanación del altar. Y no solo el altar, sino todo lo que hay sobre él y en torno a él está consagrado: los utensilios, el libro, las velas, los paños, ante todo el sacerdote mismo. Todo debe estar únicamente al servicio del Señor. A partir del sacerdote, que está consagrado al servicio exclusivo del Señor, la consagración debe alcanzar con su luz a todos los que se reúnen para servir al Señor y que por el bautismo están consagrados para tal servicio.