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Adrienne von Speyr

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Beschreibung

Con su llamada, el Señor crea su Iglesia. Ser cristiano es escuchar y seguir la llamada del Señor. Llamándonos, el Señor se da y requiere nuestra respuesta. Y porque Él lo da todo, también exige nuestro pequeño todo. A partir de esta totalidad dada y recibida, Adrienne von Speyr recorre el entero camino de la vida cristiana: su vocación, su vida ascética, su estado de vida, su vida sacramental, de oración y de fe.
El recorrido comienza con la respuesta a la llamada del Señor a seguirle en la forma de los consejos evangélicos, para luego abrirse a la respuesta de todo cristiano y culminar en el origen y cumplimiento de toda vocación eclesial: el sí perfecto de la Madre del Señor.
E​ste pequeño libro de nuestra autora, luminoso y práctico, es presentado aquí por primera vez para el mundo de habla hispana.

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Veröffentlichungsjahr: 2024

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Adrienne von Speyr

Ellos siguieron su llamada

Vocación y ascesis

© Saint John Publications , un sello editorial de The Community of St. John, Inc., 2022

Original alemán editado por Hans Urs von Balthasar: Sie folgten seinem Ruf, 1955 (© Johannes Verlag Einsiedeln)Con licencia eclesiástica para el original alemánTraducción de Juan M. SaraPublicado en formato digital el 15 de agosto de 2022, fiesta de la Asunción de MaríaISBN 978-1-63674-007-2https://doi.org/10.56154/v3Esta publicación se distribuye gratuitamente en balthasarspeyr.org y puede ser compartida libremente sin ánimo de lucroDisponible en papel: visite balthasarspeyr.org para hacer su pedidoEste libro electrónico ha sido generado el 23-07-2024

Contenido

Prefacio

I. La respuesta a la llamada de Dios

II. Los sacrificios de la decisión

III. El tiempo de la elección

IV. El desposeimiento de sí por medio de la regla

V. La pobreza

VI. La obediencia

VII. La virginidad

VIII. La fe, la oración y los sacramentos

IX. La lectura de la Sagrada Escritura

X. El prójimo

XI. El amor eclesial

Title Page

Cover

Table of Contents

Prefacio

Este pequeño libro se puede comprender en todo su sentido solo si, superando el desgaste que pesa sobre el grupo de palabras ascesis y asceta, nos remontamos a esos orígenes cristianos cuando los hombres intentaron por primera vez ponerse total e indivisiblemente al servicio y en el seguimiento de la Palabra de Dios. Entonces no se tomará a mal que, sobre todo en la primera parte del libro, se entienda la vida ascética como una vida en la llamada a un servicio indiviso, es decir, como una vida configurada por los tres consejos evangélicos; ni tampoco que se comience acompañando al joven, de una manera muy seria y muy maternal, a través del difícil tiempo que se inicia con el despertarse de la llamada en el alma y conduce a la gran decisión y a su realización. Y cada período tiene su particular forma de ascesis. Aquí esta palabra es siempre entendida en el sentido cristiano de una realidad que reclama la entera existencia del hombre creyente proviniendo enteramente de la Palabra de Dios que llama, y nunca en el sentido de una mera suma de «obras» y «prestaciones» particulares, si bien la llamada a la vida ascética es siempre también una llamada a la acción.

El sentido de la vida en los consejos evangélicos es introducir siempre más en la espesura de la universalidad eclesial, más allá de lo privado y personal. Y es en esta apertura, en esta capacidad de abrir que aquí son contemplados los tres consejos evangélicos. En el capítulo octavo llegamos a la exigencia ascética, ínsita en la Palabra de Dios que llama, para todos los cristianos, también para los que permanecen en el «mundo» [a saber, en el «estado seglar»], la cual coincide con la ascesis de la existencia eclesial. La renuncia que la recta escucha de la Palabra presupone, la renuncia a la que la Palabra educa a cada creyente, la renuncia que necesariamente está incluida en la recepción de los sacramentos, la renuncia contenida implícitamente en el simple amor al prójimo: todas esas renuncias no son negatividades, sino misterios de la más alta alegría y liberación, para participar en la eterna verdad y realidad del amor intradivino que en la redención se derrama con suma profusión y generosidad.

El camino que Adrienne von Speyr vuelve nuevamente a recorrer en estas páginas es el camino que quiere convencer por medio de la totalidad: quien tenga ante sus ojos el todo, el todo arrebatador, ya no puede rehusarse por causa de algo particular. El todo del cristianismo es tan jubiloso que en su nombre puede ser exigida también la dureza de la ascesis. Solo porque lo da todo, un todo divino, Cristo exige: requiere del creyente el pequeño todo humano. Y es en vista de esta totalidad que este libro quiere ser leído e interpretado.

Hans Urs von Balthasar

I. La respuesta a la llamada de Dios

Siempre hay llamada de parte del Señor. Él conoce todos los caminos del mundo, las necesidades de todos los que los recorren. Él siempre trabaja en la redención, convocando a los hombres para que le ayuden. Pero que el hombre pueda ayudar no es lo primero que se escucha en la llamada.

Hay muchos que oyen una y otra vez la llamada de Dios sin tomarla en serio. Tienen una idea precisa de lo que Dios hace para obtener cooperadores en su viña, pueden desarrollar teorías sobre los que responden, están informados sobre la medida mínima de lo que un hombre puede ofrecer, y también sobre la máxima. Sin embargo, cierran su corazón como si a ellos nada de esto les concerniera personalmente, como si su papel fuera solamente el de ser espectadores, o testigos, en el mejor de los casos. Conversan sobre quién podría ser el interpelado por la llamada, o cómo habría de responder fulano o mengano. Más aún, quisieran dar consejos al buen Dios sobre cómo podría hacer su llamada aún más insistente y atractiva, sobre cómo podría hacer más comprensible su lenguaje. Pero ellos mismos no escuchan.

Dios llama y el hombre ha de escuchar. El oído que Dios Padre ha donado al hombre es capaz de captar la llamada que procede de Dios. Pero una y otra vez parece existir un largo camino desde el oír hasta el querer, hasta el amor. Dios llama en la Escritura, Dios llama en la predicación, Dios llama también en cada oración. No hay oración auténtica en la que no resuene alguna llamada. Ya sea el Padre nuestro, el Ave María, o una oración creada por uno mismo: en el trasfondo está la voz de Dios. No se puede rezar sin que el hombre tome conciencia de que Dios llama. Yo puedo orar y creer, puedo esperar y amar, porque Dios llama, porque su voz no puede enmudecer, porque Dios quiere decir a cada hombre concreto algo en particular. Y Él no se cansa de repetir siempre de nuevo lo ya dicho, de dirigirse a través de todos los siglos a los hombres, de contarles algo de sus propios deseos e intenciones, de su voluntad de hallar seguidores. Que el Hijo de Dios se hizo hombre, pequeño y desnudo y desamparado, que vivió entre nosotros como uno entre innumerables: este hecho fue ya la forma más plena y extrema de la llamada de Dios. Él descendió tan hondo, se inclinó tan humildemente, para así mostrar cuán grandes son los deseos del corazón de Dios, cuán necesario es darles una respuesta, cuán poco quiere quedarse solo. Él ha llevado solo todas las cosas, también la cruz, en soledad. Pero su soledad y su abandono testimonian justamente su llamada de un modo aún más claro y sonoro: son la expresión de su amor que se dirige y se dona a los hombres. No solo del amor que lleva y sostiene, sino también del amor que requiere y necesita. No solo del amor que se prodiga, también del amor que sin la liberalidad y la prodigalidad de los demás no puede ser.

Dios llama, también cuando los hombres duermen. El Hijo en el Monte de los Olivos llama a los discípulos que duermen, los llama de tal modo que, incluso mientras pasan por alto su llamada, saben obscuramente que esta está resonando. Ahora el Hijo ora en soledad al Padre, pero si se ha hecho hombre es para ir al Padre junto con nosotros: siempre nos deja tomar parte en su oración, en cada palabra que pronuncia; somos llamados también allí donde Él está solo con el Padre. Nunca nos pone en tierra como si fuéramos una carga, nunca le resultamos demasiado. Y en su palabra al Padre anticipa nuestra respuesta a Él, la da por supuesta. En el Monte de los Olivos no quiere estar ante el Padre como un desilusionado. Su oración es siempre un banquete y nosotros somos siempre los invitados.

Los discípulos que ahora duermen una vez han dado una respuesta. Han asumido sus tareas y con ello, aparentemente, han hecho lo suficiente. Su seguimiento está asegurado. ¿Por qué deben ser llamados de nuevo o incluso colaborar en la llamada de los demás? Ellos duermen, pero deberían estar despiertos. El estar en vela, el estar a disposición, el poder aguardar son condiciones para percibir la llamada, pero también lo es una disponibilidad que se traduzca inmediatamente en acción. Y ninguno de los que han respondido ha dado ya la respuesta plena, ha regalado ya lo supremo, lo último. Pues ninguno puede asumir que su hacer es suficiente, que en adelante la llamada ya no le concierne, que ha cumplido lo que de él se esperaba.

La llamada no solamente es una invitación, sino también palabra de aliento, esclarecimiento, amor, es algo que se vuelve fecundo en el hombre mismo, que en su dejarse percibir se hace vivo, ofrece ayuda, estimula. El Señor vuelve a tomar consigo la llamada en la respuesta humana que le complace. Pero, apenas le ha llegado la respuesta, el Señor ya la está volviendo a donar a otros en la forma de una nueva llamada.

La llamada alcanza al joven, alguna vez también al más adulto. Pero quien tiene una «llamada tardía» suele ser en verdad, generalmente, aquel con quien la paciencia del Señor ha esperado y perseverado hasta que finalmente la llamada ha sido escuchada; examinándose más profundamente, tiene que reconocer con gratitud que él debe su vocación a la paciente longanimidad de Dios. Por su parte, el que ha sido llamado y ha respondido siendo joven no por eso tiene las cosas fáciles, pues es llamado a más, a un pertenecer y responder más prolongado. Al entregarse, no puede garantizar que permanecerá fiel, pero tampoco puede trazarle límites a su fidelidad y perseverancia. No puede decir: Hasta aquí y no más; esto sería un caprichoso limitar su respuesta a un cierto espacio, a un cierto tiempo o a lo que sea. Para permanecer viva en un hombre, la llamada de Dios conoce solo la eternidad como tiempo y la infinitud como espacio. Y frente a la infinitud y eternidad el hombre no puede instalarse en ningún lugar delimitado por él y fijado de una vez y para siempre. Apenas ha sentido que es llamado, él debe perseverar precisamente en la actitud que corresponde al que es llamado. El mismo Dios toma en sus manos su educación, para su probación no hay un tiempo fijado de antemano. En todo caso, tendrá que cambiar, transformarse en otra persona, habrá de responder de otro modo. Por eso su disponibilidad no puede estar fijada en ningún sentido. Así es como María ha dicho su sí: como una que siempre quiere permanecer en la actitud del sí, aun cuando la exigencia cambie, cuando vengan desilusiones y reveses. El sí se transforma en un eco que no cesa de reverberar, que se repite ininterrumpidamente. Y si el hombre por sí mismo ya no tuviera la fuerza para decirlo –⁠aunque haya permanecido fiel⁠–, Dios le regala por añadidura el sí a Su llamada; quizá en la humillación, pues el hombre ahora sabe que Dios se ha hecho cargo enteramente de su sí, quizá en un simple hacerse cargo de la respuesta que permanece desconocido para el hombre. Dios se comporta como un maestro que está seguro de su servidor; hoy cuenta con él porque ayer pudo hacerlo, no presta especial atención a que hoy su trabajo haya flaqueado ⁠–que hoy el sí del creyente carezca de fuerza, llegue titubeante, se haya hecho imperceptible⁠– porque Dios se ha hecho cargo también de esto, porque Dios nunca se cansa y siempre responde por la cualidad ilimitada, dilatable, siempre más extensiva tanto de la llamada como de la respuesta.

Los niños piensan a menudo que cuando sean mayores tomarán decisiones, asumirán tareas, tendrán una libertad que ahora no tienen; piensan que cuanto más uno crece, tanto más grande se hace también el mundo. Cuando el joven adolescente escucha la voz de Dios, le sucede como si de repente fuera llevado de vuelta a sus días de infancia. Sin embargo, la niñez que ahora experimenta, que quizá enriquezca con recuerdos de lo entonces vivido, no corresponde a la precedente, es un estado de una nueva minoría que solo se supera por la libertad de la respuesta.