Angola, saeta al norte - Jorge Raúl Femández Marrero - E-Book

Angola, saeta al norte E-Book

Jorge Raúl Femández Marrero

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Beschreibung

Angola: saeta al norte, Primer Premio del concurso «Angola en la memoria», 2002, centra su tema en el tercer Batallón de Infantería Motorizada que combatió de manera intensa desde diciembre 1975 hasta marzo de 1976, en el Frente Norte de Angola durante su lucha por la liberación, pero la obra es más que eso, al concluir la lectura se siente la satisfacción de haber profundizado en los hombres y costumbres de un país con el cual estamos vinculados para la historia; se alcanzan elevadas dimensiones de lo que significa el internacionalismo y admiramos, aún más, a los cientos de combatientes que lucharon sin ninguna motivación material.

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Seitenzahl: 237

Veröffentlichungsjahr: 2025

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Quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorización escrita de los titulares del Copyright, bajo la sanción establecida en las leyes, la reproducción parcial o total de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, y la distribución de ejemplares de ella mediante alquiler o préstamo público. Si precisa obtener licencia de reproducción para algún fragmento en formato digital diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) o entre la web www.conlicencia.com EDHASA C/ Diputació, 262, 2o 1a, 08007 Barcelona. Tel. 93 494 97 20 España. Este y otros ebook los puede adquirir en http://ruthtienda.com

La presente obra es Premio del concurso nacional Angola en la Memoria, 2002, auspiciado por la embajada de la República de Angola en Cuba.

 

Edición: Olivia Diago Izquierdo

Diseño y realización: José Ramón Lozano Fundora

Corrección: Maricel Pérez Aguilera

Fotos: Archivo del CID-FAR/Adolfo Beltrán Romero

Cuidado de la edición: Ana Dayamín Montero Díaz

Conversión a ebook: Grupo Creativo RUTH Casa Editorial

 

©Jorge Raúl Fernández Marrero, 2018

©José Ángel Gárciga Blanco, 2018

© Sobre la presente edición:

Casa Editorial Verde Olivo, 2025

 

ISBN: 9592241791 Primera edición Verde Olivo, 2003

ISBN: 9591010702 Segunda edición Letras Cubanas,2005

ISBN: 9789592248083

 

El contenido de la presente obra fue valorado por la Oficina del Historiador de las FAR. 

 

Todos los derechos reservados. Esta publicación no puede ser reproducida, ni en todo ni en parte, en ningún soporte sin la autorización por escrito de la editorial. 

 

Casa Editorial Verde Olivo

Avenida de Independencia y San Pedro

Apartado 6916, CP 10600

Plaza de la Revolución, La Habana

[email protected]

www.verdeolivo.co.cu

 

Tabla de contenido
Prólogo
Saeta al Norte. Parte uno
Retorno
Fisgoneo Infortunado
En el eje
Hacia el norte
Imágenes de la víspera
Negage
Carmona
Génesis I
Andar caminos liberar pueblos. Parte dos
Songo
Entre dos puentes del río Loge
Toto
Génesis II
Hacia el Atlántico
Ambrizete
Esclavos y colonos. Neocolonialismo
Norte libre y hacia el sur
Anexos
Bibliografía y otras fuentes
Sobre los autores

Lleguen nuestros agradecimientos por la ayuda e interés prestados para la culminación de este libro…

En especial, al vicepresidente del Consejo de Estado y de Ministros, general de división Antonio Enrique Lussón Batlle y al teniente coronel Osvaldo Fleitas Jardón.

Al jefe del Ejército Juvenil del Trabajo, general de brigada Eliecer Velásquez Almaguer.

Al teniente coronel Félix Santana Vincens.

A las sargentos de primera Odalys Truy Santiesteban y Zurey Balmaceda Arce.

A los soldados del Servicio Militar General Leonardo Concepción Torres y Jorge Valdés Hernández.

Al coronel (r) Armando González Restano

y a todos los combatientes del 3 Batallón

de Infantería Motorizada, incluidos los de apoyo

y agregados, quienes aportaron sus memorias

para el perfeccionamiento de esta nueva

edición deAngola: Saeta al norte.

 

Prólogo

 

“Atrás, en Angola, se dejaba mucho: un pueblo junto al cual, hombro con hombro, se luchó por la libertad y al que nos unen lazos de fraternidad, cariño indestructible, nostalgia por el decir y hacer y la promesa de volver cuantas veces sea necesario: como soldados, maestros o médicos; pero con el único propósito de perdurar en el corazón de nuestros hermanos angolanos, por siempre”.

Así concluyeAngola: saeta al norte,testimonio que con exquisita vivacidad narra la actuación de una unidad militar cubana que combatió al lado de las unidades de las Fuerzas Armadas Populares de Liberación de Angola y unidades mixtas cubano-angolanas durante la guerra en el Frente Norte de Angola, desde diciembre de 1975 hasta marzo de 1976.

A pesar de que el tema se centra en la historia del 3 Batallón de Infantería Motorizada, la obra es más que eso. El lector tiene en sus manos una amplia información de lo acontecido en el Frente Norte; un análisis objetivo, entre una y otra importantevictoria, de la situación político-militar de Angola que infiere las ­causas históricas, y de ese momento del conflicto; la fundamentación, incluso con valoraciones de ­nuestro Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz, de la presencia de los cubanos en la tierra hermana y la disposición de regresar si fuera necesario..

Los autores, con su forma amena de contar; la precisión de las descripciones; el lenguaje gráfico y poético; la presencia de lo anecdótico, de la fuerza de la palabra, de los sentimientos y emociones de quienes hicieron la epopeya, harán vivir a los lectores cada instante como si hubieran formadoparte de aquel batallón. A los que entonces nosencontrábamos en ese teatro de operaciones, nos vienen, raudos, el recuerdo y la meditación.

Ello fue posible porque el ­general de brigada (r)Jorge Raúl Fernández Marrero y el teniente coronel (r) José Ángel Gárciga Blanco, unieron a su experiencia como combatientes internacionalistas: uno como jefe del 3 Batallón de Infantería Motorizada y el otro por sus tres misiones en la República Popular de Angola, una acuciosa investigación en la que prevalecieron las entrevistas y el estudio de textos y publicaciones seriadas. Sin dudas, todo lo anterior les permitió alcanzar el apetitoso balance entre lo objetivo y lo subjetivo y entre lo material y lo espiritual.

Desde el punto de vista militar, el testimonio permite que se aprecie la importancia de la preparación de las tropas y de la técnica, así como el papel determinante de la moral combativa. La difícil travesía, la lejanía de la tierra patria y las condiciones del combate, no frenaron el ímpetu de este batallón, al cual le correspondieron realizar acciones ofensivas encaminadas a recuperar una parte considerable del territorio angolano, en el Frente Norte, hasta continuar su ­marcha al Frente Sur. Se evidencian también el carácter sorpresivo de las acciones y el avance rápido y continuo sobre ciudades y poblados; el buen empleo de la topografía a pesar de ser adversa y desconocida; la estrecha cooperación entre los batallones 1, 2 y 3; la utilización de la artillería del frente y los tanques, y de manera eficiente en la exploración y protección de los flancos, factores importantes en la victoria.

No queda detrás el aseguramiento y, en este sentido, la obra refleja experiencias positivas en el empleo de las comunicaciones, la logística y los servicios médicos, mediante la abnegación y la eficacia de los galenos y el resto del personal de ­salud. Y qué decir de la actitud heroica y humana de pacientes que ante el dolor ajeno, a pesar de su estado crítico, fueron capaces de expresar: “¡Cure primero a esos dos!” Estilo y métodos de dirección y mando de los jefes: sencillez, autoridad, ejemplo personal y continua preocupación por la tropa, son atributos que caracterizaron el accionar de nuestros jefes militares en Angola, y en esta obra constituyen una valiosa fuente de educación.

Al concluir la lectura, se siente la satisfacción de ­haber profundizado en un país con el cual estamos vinculados por la historia y para la historia; se logra conocer más de sus hombres, costumbres y entorno, se alcanzan elevadas dimensiones de lo que significa la ayuda internacionalista y admiramos aún más a los cientos de compañeros que lucharon solo por convicciones, sin la menor aspiración o motivación material, como afirman los autores al decir: “Esta vez la nave no transportaba oro, plata ni marfil [...] Negros sí traía, y otros menos negros, pero ninguno esclavo, sino ­todos cubanos, lo que equivale a decir de los hombres más ­libres y hermanados del globo terráqueo”.

Los más jóvenes, que no pudieron estar allí, ni ­pueden tampoco recordar las noticias del conflicto que día a día llegaban a la Isla caribeña, encontrarán en este hermoso testimonio la ayuda para entender, con mayor profundidad, la historia de nuestro país, de sus fuerzas armadas y a su Héroe Nacional, José Martí, cuando expresó que la independencia se ha de buscar con alma entera de hombre.

 

General de división Urbelino Betancourt Cruces

 

Retorno

–¡Un submarino, un submarino! ¡Hay un submarino cerca!

—¡Cómo un submarino!, ¿quién lo vio?

—¡Un observador de cubierta!

—¿Y todavía está sobre el agua? ¿Es muy ­grande?

—¡Bueno, parece que solo sacó el lomo del ­casco por un ratico, porque hasta donde estaba el observador ­fueron el comandante Raúl y el capitán del barco; y ­luego les oí decir, que no habían visto nada!

—¡Oiga, compadre!, ¿lo que ese socio vio no será el lomo de una ballena?

—¡O el de un tronco de palo! —expresó irónicamente un tercero.

El soldado informador regresaba de la cubierta del barco hacia donde, minutos antes, se le había autorizado a subir pues requería del servicio de las letrinas ubicadas allí. El notición sacudió un tanto la modorra reinante en los hombres que ocupaban la bodega y ofreció un buen motivo para comentarios adicionales durante el resto de la tarde.

En una travesía que auguraba una veintena de días sobre las aguas del Atlántico, con la particularidad de viajar encerrados en la bodega del barco hombres,1camiones, blindados, piezas de artillería, armas de infantería, municiones, explosivos.... olores; donde apenas se les permitía a los combatientes subir a la cubierta durante un tiempo limitado, y en pequeños grupos, para hacer sus necesidades corporales, fumar y cada ­cuatro o cinco días bañarse con un manguerazo de agua salada; una noticia como esta era todo un acontecimiento que daba riendas sueltas a la imaginación y al choteo ­cubano.

1Según documento localizado en los archivos del Centro de Información para la Defensa de las FAR (CID-FAR), el buque transportaba cuatrocientos ochentaidós hombres del 3 Bon IM, ciento dosde morteros de 120 mm y ochenta de obús 122 mm; para un total deseiscientos sesentaicuatro, sin contar la tripulación. (Todas las notas son de los autores)

—¡Submarino, submarino, aaah…! —exclamó otro soldado reacomodándose sobre la colchoneta y la improvisada almohada (pequeña maleta donde los combatientes transportaban su reducido ajuar) antes de cerrar los párpados a fin de retomar su bamboleante siesta.

El 26 de noviembre de 1975, desde el puerto cubano del Mariel, salió el buque Jigüe con esa carga de hombres, armamento y carros de combate hacia África; destino: Angola. Un par de siglos atrás los barcos negreros navegaron por esas mismas aguas atlánticas; pero en sentido contrario, para traer carga esclava hasta las costas cubanas. A través del tiempo, la prole de aquellos rompió las cadenas, incineró el látigo, conquistó las cumbres de la libertad y, por si fuera poco, retornaba ahora a las ­tierras de sus ascendientes para también contribuir a finiquitar la ignominia y sembrar para siempre en la atmósfera africana el oxígeno de la independencia. Conscientes de su oprobioso pasado, y colmados de nobles sentimientos, se hicieron a la mar cientos de hombres, prestos a deshacer entuertos y apagar infamantes rescoldos aún aletargados por las cenizas de la historia.

Hasta las bodegas se les llevaba a los combatientes el alimento y el agua. Allí no podían fumar porque los carros tenían llenos los depósitos de combustible e, incluso, algunos lo derramaban debido a la deficiente hermetización de las tapas y al movimiento que producía el oleaje. La salida de los grupos a cubierta en horas nocturnas se autorizó cuando el barco tomó distancia de las aguas que bañaban las costas de las Antillas Menores. Durante el día, solamente subían los afectados por el mareo, los enfermos y quienes necesitaban acudir al retrete.

Estas medidas de enmascaramiento resultaban imprescindibles, debido a la constante exploración que las fuerzas de la marina de los Estados Unidos efectuaban a los barcos cubanos. Casi a diario, aviones de ese cuerpo armado sobrevolaban elJigüey cuando el buque navegaba por el sur de Puerto Rico una fragata norteamericana realizó señales lumínicas, mediante las cuales preguntaba nombre, procedencia y destino de la embarcación. El capitán le respondió: “MotonaveMaría Teresa,zarpó de Panamá con carga general para Ciudad del Cabo”. Si la información le satisfizo o no, nunca se supo, pero al menos dejaron de fastidiar.

En Cuba, los compañeros que formaron las comisiones de reclutamiento habían conversado individualmente con los hombres para explicarles el qué, por qué, dónde, cuándo y cómo sería la misión propuesta; y cada uno de forma voluntaria la aceptó. Solo así podía entenderse el estoicismo y la disciplina de aquel conglomerado humano ante las adversas condiciones de la travesía, sin una protesta, sin una queja. Unos eran soldados permanentes, otros reservistas; pero todos, demotu proprio,decidieron partir a tan arriesgada ­tarea.

En el lugar conocido como El Chico, en La Habana, se alistó al personal por escuadras, pelotones, compañías y baterías. Algunos, como los de la Tercera Compañía, permanecieron allí durante varios días e, incluso, recibieronentrenamiento, fundamentalmente de tiro. Otros, como los de la Segunda, se concentraron en el campamento veinticuatro horas antes de partir, ­tiempo en que se realizó el chequeo médico, fotos para el pasaporte, entrega del vestuario y demás trámites de ­rigor.

Antes de tomar el barco, en un local de La Cabaña, se les había informado la situación político-militar en Angola. El Comandante en Jefe, Fidel Castro Ruz, apoyándose en un mapa, realizó una pormenorizada exposiciónen la que —como posteriormente diría públicamente ensu discurso del 19 de abril de 1976— explicó:

Estados Unidos desde la primavera de 1975 invirtió decenas de millones de dólares en abastecer de ­armas e instructores a los grupos contrarrevolucionarios y escisionistas de Angola. Tropas regulares de Zaire, instigadas por Estados Unidos, entraron en el territorio de Angola desde el verano de ese mismo año, mientras fuerzas militares de África del Sur ocupaban la zona de Cunene el mes de agosto y enviaban armas e instructores a las bandas de la Unita.

Por ese tiempo no había un solo instructor cubano en Angola. La primera ayuda material y los primeros instructores cubanos llegaron a Angola a principios de octubre a solicitud del MPLA, cuando Angola estaba siendo ya invadida descaradamente por fuerzas extranjeras. Sin embargo, ninguna unidad militar cubana ­había sido enviada a Angola a participar directamente en la contienda ni estaba proyectadohacerlo.

El 23 de octubre, instigadas igualmente por Estados Unidos, tropas regulares del ejército de África del Sur, apoyadas por tanques y artillería, partiendo de las fronteras de Namibia invadieron el territorio de Angola y penetraron profundamente en el país avanzando de 60 a 70 kilómetros por día. El 3 de noviembre habían penetrado más de 500 kilómetros en Angola, chocando con la primera resistencia en las proximidades de Benguela, que le ofrecieron el personal de una escuela de reclutas angolanos ­recién organizada y sus instructores cubanos, que virtualmente no disponían de medios para contener el ataque de los tanques, la infantería y la artillería sudafricana.

El 5 de noviembre de 1975, a solicitud del MPLA, la Dirección de nuestro Partido decidió enviar con toda urgencia un batallón de tropas regulares con armas antitanques, para apoyar a los patriotas angolanos en su resistencia a la invasión de los racistas sudafricanos. Esta fue la primera unidad de tropas cubanas enviadas a Angola. Cuando arribó al país, por el norte los intervencionistas extranjeros estaban a 25 kilómetros de Luanda, su artillería de 140 milímetros bombardeaba los alrededores de la capital y los fascistas sudafricanos habían penetrado ya más de 700 kilómetros por el sur desde las fronteras de Namibia, ­mientras Cabinda era defendida heroicamente por los combatientes del MPLA con un puñado de instructores ­cubanos.

De este modo, cuando abordaron elJigüe,cada uno de los cubanos sabía que ya otros compatriotas combatían en Angola junto a las Fuerzas Armadas Populares de Liberación de Angola (Fapla), brazo armado del Movimiento Popular de Liberación de Angola (MPLA); conocía también que se había logrado detener al enemigo, aunque este aún ocupaba la ­mayor parte del territorio angolano y para desalojarlo del país se ­debían emprender resueltas acciones ofensivas de las que ellos, sin duda, formarían parte.

—¡Oiga, capitán…, me parece que con esta cantidad de hombres, municiones, explosivos y combustible en los depósitos de los carros, si se produce un incendio vamos a volar en pedazos! —opinó el comandante Jorge Raúl Fernández Marrero, quien había sido designado como jefe de los más de seiscientos combatientes cubanos que hacían esta travesía.

—Este barco tiene uno de los mejores sistemas contra incendio que existen. Dentro de un rato suba a cubierta para realizar una práctica —respondió Freddy Morales Rodríguez, capitán de la motonave Jigüe.

Una hora después, Freddy situó un objeto emisor de humo y el sistema…, no funcionó. Entonces, un tanto molesto, le comentó al comandante Raúl:

—Bueno, así son las cosas, a veces lo más sofisticado falla. En el Mariel, cuando subíamos los blindados al barco, el humo de uno que tenía el motor funcionando activó el sistema y la alarma sonó perfectamente, sin embargo, ahora no.

—¿Y desde hace mucho usted navega con el Jigüe?

―En realidad, es mi primera travesía con él; pero no se preocupe, comandante, porque estuve mucho tiempo en elCerro Pelado,los dos tienen iguales características. Puede decirse que son gemelos.

Según explicaba el capitán, la motonaveJigüehabía sido construida en los astilleros de Sestao, Bilbao, España, a finales de 1963. Tenía 137 metros de eslora, 20 de manga y con la superestructura hacia popa. Era un buque de ex-celente calidad y, junto alCerro Pelado,había iniciado el desarrollo de la marina mercante en Cuba.

—De todas maneras este no es su barco. Se dice que los capitanes quieren al suyo como a partes de sí mismo —dijo Raúl.

—Pues, si usted supiera, para mí este tiene especial significación, pues lo vi por vez primera en las gradas de aquel taller español cuando lo construían y, años más tarde, en los astilleros de Taikoo, Hong Kong, después de que casi lo destruye un incendio. Así lo tripulé allí durante el paso de un tifón.

—¡El paso de un tifón...! ¿Cómo fue eso?

—Me encontraba en Hong Kong reparando elCerro Pelado(en dique seco), en tanto elJigüepermanecía fondeado en el puerto, a la espera de que le iniciaran una reparación de gran envergadura, debido al deplorable estado en que había quedado luego del incendio. La tripulación delJigüeregresó a Cuba y entonces, al aproximarse la borrasca, me pidieron que abordara este barco y permaneciera en él durante el paso del fenómeno atmosférico.

—¡Bueno!, pero… ¿sería una cosa rápida, no?

—Los tifones allá son como los ciclones en Cuba. Aquel comenzó alrededor de las cinco de la tarde y duró como hasta las cinco de la madrugada del siguiente día. El buque estaba amarrado a una boya con una cadena, pero esta se partió al poco rato de iniciarse los embates del torbellino. Entonces nos fuimos al garete a través de la bahía.

—Pero… ¿no tenían timón para conducirlo ni un ancla para fondearlo?

—El incendio había destruido el timón y el dispositivo para soltar el ancla que le quedaba; para liberarla le caímos a mandarriazos al molinete, pero no resultaba. En este andar sin rumbo por todo el puerto, nos fuimos aproximando peligrosamente a una embarcación u otra según nos llevara el viento. En horas de la madrugada, laproa enfiló hacia un barco de pasajes y la colisión estaba a punto de ocurrir cuando una fuerte ráfaga torció el rumbo y le pasamos muy pegadito, pero sin tocarlo. Poco antes de que se alejara el tifón, a golpes de mandarria pudimos zafar el ancla y ancorarlo. En una ocasión, se acercó bastante al muelle; y unos reporteros, que estaban en el edificio de los bomberos, lo fotografiaron. Al día siguiente, en la primera página de un periódico local el titular decía: “Un fantasma recorre la bahía de Hong Kong”. Debajo aparecía la fotografía de nuestroJigüe.Quiero este barco porque, como usted puede ver, ha pasado por situaciones difíciles, pero aquí está… ¡airoso!

—Sin duda, elJigüetiene una interesante historia y ahora, cuando termine esta travesía será mejor. Pero, por lo que me ha dicho, infiero que para tal barco, tal capitán —aseveró el comandante Raúl antes de terminar la conversación.

Ambos hombres sonrieron.

El calor del mediodía en las bodegas era insoportable y, dado el temperamento intranquilo de los caribeños, les resultaron angustiosas las horas que permanecieron al pairo, en dos ocasiones, durante las cuales se efectuaron reparaciones debido a roturas en el motor del barco. Guitarras, tumbadoras, maracas y claves sonaban ocasionalmente en la bodega ocupada por los combatientes de la Tercera Compañía. Así, la música y la poesía de unos y el canto amoroso de otros combatían al tedio. Subir a cubierta para acariciarse el rostro con el céfiro nocturnal y permitir que las pupilas robaran para el corazón todo un firmamento de estrellas, era el instante más suave de cada día. Con tales propósitos también acudían al fumadero los no adictos al tabaquismo.

—¡Limpien las armas y revísenlas!

Muchos sacaron de las maleticas una camisa u otra prenda de vestir para retirar de las armas la grasa de conservación.

—¡Pónganse los uniformes! —ordenaron los jefes.

En un santiamén el verde olivo invadió las bodegas delJigüe.Ambas órdenes fueron tomadas por los combatientes como señales preliminares de proximidad al objetivo. Se aceleraba el ritmo cardiaco y crecía la expectación ante el próximo encuentro con un mundo distinto.

Cientos de miradas neófitas contemplaban desde cubierta la perspectiva de la capital angolana y de su puerto. Dicen que los antiguos caballeros gustaban del color verde por cuanto significaba juventud y fuerza. En la parte superior de la embarcación, sobre el verde marino del Atlántico angolano, en el tramo de proa a popa, se ­erguía una pincelada de nuevos caballeros de robusto verde olivo.

En Luanda, según antiguas creencias, se organizaban ceremonias de homenaje a las sirenas que habitaban en las aguas del litoral: platos exquisitos, ­vinos, batuques, conformaban un espectáculo formidable sobre las playas y, durante quince días, ningún pescador entraba al mar. ¡Acaso también las sirenas contemplarían el arribo delJigüe?

Pero lo que acontecía en el puerto de Luanda en nada se asemejaba a días de festividades, en los que, con suculentos manjares sobre esteras de papiro, se agasajaban a las sirenas. En diciembre de 1975, bultos, carros, maletas, equipos, todo mezclado, ofrecían una imagen de abandono, urgencia, caos, guerra.

Ese día 16 del último mes del año, cuando cientos de cubanos se disponían a desembarcar a doscientos setenta kilómetros más al noreste, un reducido grupo de compatriotas junto a unidades de las Fapla, ­después de rechazar un fuerte contrataque, tomaban un pobladito nombrado Luinga. Una nueva derrota para el enemigo que, como empujado por una saeta hendida en su costillar, se retiraba hacia el norte. 

Fisgoneo Infortunado 

–Mi nombre es Bedi Da Silva; soy el coordinador político del Frente Nacional de Liberación de Angola (FNLA) en Negage. Los tres que me acompañan ­también pertenecen al Comité Seccional —explicó uno de los ­cuatro hombres que entraron a la oficina del comandante de las fuerzas del nombrado Ejército de Liberación Nacional de Angola (ELNA), del mencionado frente, facción contrarrevolucionaria asentada en el noroeste angolano y que, semanas anteriores, ­había pretendido desalojar a las fuerzas del MPLA de la capital del país.

—¿Y qué quieren? —preguntó el comandante con un gesto que por igual denotaba apremio y molestia.

—Ayer tuvimos una reunión en el Comité Seccional para analizar la situación político-militar y se acordó que nosotros viniéramos hasta Camabatela para conocer, directamente en el terreno, cómo están las cosas. De la misma manera que se refugiaron aquí pobladores de Luinga, sucedió en Negage, pues según dicen, las Fapla y los cubanos atacaron y desalojaron a los nuestros de allí.

A unos doscientos cuarentaicinco kilómetros al noreste de Luanda, la capital de Angola, se ubica la ciudad de Camabatela, y al norte de esta, a cincuenta kilómetros, está Negage. Pero el poblado de Luinga, donde según el coordinador político se había producido el último combate, apenas distaba cuarenta kilómetros de Camabatela con dirección al sur. Los del Comité Seccional del FNLA en Negage tenían sobradas razones para estar preocupados, pues si Luinga había sido tomada por las Fapla, presumiblemente Camabatela sería el objetivo de ataque inmediato y, una vez ocupado, le correspondería a Negage.

El comandante del FNLA de Camabatela sabía que, efectivamente, el 16 de diciembre, al atardecer, un batallón de infantería angolano de las Fuerzas ­Armadas Populares de Liberación de Angola con pequeñas ­fuerzas cubanas, bajo el mando del mayor Gonzalo del Valle Céspedes, atacó y tomó el poblado de Luinga, apresó a ochenta miembros del FNLA y les ocupó armamento y otros medios.

Desde que entraron a Camabatela, los cuatro emisarios del FNLA percibieron que en la ciudad reinaba un ambiente de agitación y temor: soldados del ELNA moviéndose de un lugar a otro, grupos de civiles en los suburbios con los bultos recogidos prestos a marcharse, caras compungidas, confusión, ojos desorbitados, pánico.

—¡Las Fapla y los cubanos... están cerca! —con voz trémula y a manera de susurro, contestaron los nativos a las preguntas de Da Silva y sus acompañantes.

Los del FNLA dijeron que si las Fapla y los cubanos se apoderaban de la ciudad, matarían a todos los pobla-dores. Sometidos, año tras año, a los maltratos y crímenes de la gendarmería colonial portuguesa y, más reciente, al saqueo y asesinato de los militares zairenses, los aldeanos no tenían por qué dudar de los taimados rumores del FNLA respecto a los atropellos que recibirían de una nueva oleada de militares desconocidos. Y si los miembros del FNLA estaban aterrorizados, ¿cómo entonces debían sentirse ellos, indefensos miembros de la población civil?

En el rostro del comandante del ELNA no se traslucía la misma intensidad de espanto que en el resto de la población, pues más familiarizado con los ­trajines de la guerra, tenía mayor entrenamiento para disimular el pánico interior. No obstante, el nerviosismo en los ademanes y la sequedad de las palabras del jefe quicongo confirmaron a los recién llegados que el peligro era superior al inicialmente imaginado.

—¡Yo no puedo informarles mucho más de lo que ­ustedes saben! —dijo el comandante poniéndose de pie, como indicándoles a sus interlocutores que la conversación había terminado.

Piel de brillante negrura, cabeza alargada, prognatismo acusado, labios muy gruesos, nariz achatada y de estatura media o ligeramente alta, eran algunas de las características somáticas del comandante y de tres de los visitantes. Por tales facciones, algunos etnólogos podían afirmar que se trataba de los tipos humanos muy semejantes a los de los auténticos negros africanos, prácticamente sin rasgos de camitización. Los cuatro pertenecían al grupo étnico-lingüístico denominado quicongo (bakongo), que habitaba en Cabinda y los distritos de Uige y Zaire, en la parte noroeste de Angola, entre el mar y el río Cuango. También pueblos quicongos ocupaban un vasto territorio en el sur de la República de Zaire.

Entre la etnia quiconga fue donde John Gilmore, públicamente conocido como Holden Roberto, desarrolló un intenso trabajo proselitista para engrosar las filas del FNLA y su ejército. El mismo Bedi Da Silva era natural de Songololo, poblado de Zaire cercano a la frontera con Angola, y pertenecía al FNLA desde que Holden Roberto lo fundó. En 1974 vino para Angola a instancias de la dirección del FNLA a fin de ocupar determinados ­cargos. Anteriormente, había residido durante diez años en Kinshasa y trabajaba como contador en la región de Maquela do Zombo en Angola. El padre de Da Silva fue asesinado en 1961 por los órganos represivos portugueses.

Un quinto hombre presente en el gabinete del ­comandante, de los acompañantes de Da Silva, se llamaba Amadeu Baptista, natural de Cohimbra, Portugal; tenía cincuenta años y desde hacía veintitrés ­vivía en Negage donde se dedicaba al comercio; un año atrás, había sido reclutado por el FNLA y la ­firma a la cual pertenecía —una comercializadora de café— mensualmente entregaba a esta organización mil quinientos escudos.

Los cuatro hombres procedentes de Negage interpretaron los gestos del comandante y se dispusieron a salir del local.

—¿Ustedes ahora regresan a Negage?

—¡Sí, comandante! —respondió Da Silva.

—Necesito que lleven a este combatiente —solicitó el comandante en un tono más suave y señaló ­hacia un joven quien, sin ser visto, momentos antes se había situado detrás de los cuatro visitantes.

—Afuera tenemos un auto, allí lo esperamos —dijo Da Silva y salió con los otros tres.

Los cuatro hombres abordaron el auto de Baptista, el blanco portugués, quien lo ofreció para cumplir la misión exploratoria indicada por el Seccional del Frente Nacional de Liberación de Angola.

El joven soldado, fuerte y de mediana estatura, colocó una maletica dentro del carro y dijo:

—¡Voy hasta el cuartel, espérenme! —Da Silva observó cuando se alejaba el también pichón de quicongo y reparó en que se mostraba alegre.