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En uno de esos Pueblos Originarios, un niño que ahora es un hombre llega con una luz de esperanza para cambiar la mirada de niños humildes y transformarlos en hombres de bien.
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Seitenzahl: 74
Veröffentlichungsjahr: 2022
ESTEBAN NICOLÁS FARIÑA
Fariña, Esteban Nicolás AutobiografÌa Esteban Nicolás Fariña pueblos originarios / Esteban Nicolás Fariña.- 1a ed.- Ciudad AutÛnoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2022.
Libro digital, EPUB
Archivo Digital: descarga y online
ISBN 978-987-87-2651-9
1. Autobiografías. I. Título. CDD 808.8035
EDITORIAL AUTORES DE [email protected]
Contar mi vida es escribir una historia.
Un libro para todos aquellos a quienesles gusta leer testimonios de vida.
Aquí les dejo parte de mi historia
Recuerdos
Infancia
Primaria
Adolescencia
Adultez
Ayuda a pueblos originarios
Testimonios
Agradecimientos
Table of Contents
Nací un domingo 18 de enero de 1976 a las 11.45 a. m., en Ingeniero Juárez, Formosa. Mi madre: Ana Gladys Fariña, Padre NN (Desaparecido Dictadura Militar). Ella me dijo que el día que nací, hubo un sol intenso y hacía cuarenta grados.
Mi juguete favorito era la gomera, no me gustaba usar zapatos o zapatillas, si sandalias o simplemente era feliz andando pata pila, descalzo siempre. Dormía temprano y me despertaba cuando salía el sol, era muy madrugador. Quizás porque escuchaba ruidos en la casa: mi abuela, Arminda Frías Fariña, preparando el desayuno para mi abuelo, Eulalio Fariña. Veía las bandejas de pan en ese horno de barro mientras escuchaba ladrar a los perros. Ella era como una madre que me llevaba al jardín y me acompañaba a la escuela, que me bañaba, me peinaba. Él mi abuelo era la presencia de un padre.
Esta foto es de mi abuela-madre. Pasaba doce horas diarias en su telar, tenía doce hijos, treinta nietos y cien nietos adoptados. Dormía cuatro horas diarias por día. Siempre estaba para llevarme al jardín y, más adelante, a la escuela. Cuando salía del colegio, ella estaba ahí, esperándome. Podía llover o hacer cuarenta y cinco grados de calor, pero ella siempre estaba ahí esperándome. Me entretenía hasta que llegamos a la casa y estaba listo el mate cocido con pan casero y chicharrón.
Otra de las personas que atesoro en mi corazón es Berta Fariña, la hermana de mi madre. Ella decidió no tener hijos para poder cuidar y criar a sus hermanos y sobrinos; entre esos sobrinos, me cuido a mí. Ella ayudó a mi madre, quien a su vez trabajaba en casas de familia, a criarme. Hoy me ayuda también a criar a mi hijo Lautaro. Hoy con setenta y ocho años está más vital que nunca, siempre ayudó en la crianza de sus hermanos mayores, sus sobrinos y a sus bisnietos, como ella dice.
Berta trabajó en muchos lugares y cuidó de todos, aun lo sigue haciendo.
Se turnaba para cuidarme junto a mi tía, Yoly, Elena y Alicia, mi tío Lalo, Juan y mi padrino Mario.
Me crié muy feliz entre ellos, entre mis tíos, entre abrazos, mucho cariño de mi padrino Mario, jugaba conmigo al fútbol y ponía en una bolsa de mandados, esas a rayas, pan para que repartiera a los vecinos de la cuadra. Fui muy feliz.
Cuando cantaban los gallos me despertaba porque mi abuela arrancaba el día, a las seis y media de la mañana me daba leche de cabra con pan casero y dormitaba en su sillín de madera, hasta que me despertaba para ir al jardín o luego la primaria, entraba a las siete y media de la mañana.
Mi cumpleaños se festejaba en el patio de la casa de mis abuelos donde vivía con mi madre. Recuerdo la mesa de madera larga con mantel de plástico, los vasos de colores, los bonetes, los globos, la mesa llena de comida casera, los chicos jugando y yo brincando como un caballito con el palo de la escoba.
Cuando llegaba la noche me quedaba dormido mirando los regalos, esos que con mucho sacrificio me hacían. Yo no esperaba nada más que jugar con los chicos. Desde pequeño fui muy social, mi más lindo recuerdo los tengo de mi niñez. En verano, en medio de las calles de tierra, el calor, los bichitos de luz y esas carcajadas que se escuchaban a lo lejos éramos nosotros, muy humildes, sencillos y éramos felices.
Cuando llovía me gustaba mirar la lluvia, corría la cortina de la ventana y miraba cuando saltaban los sapos, quería salir a chapotear en el barro mientras mi abuela me decía que cuando pare la lluvia podía invitar a algún niño a jugar.
Mis días siempre eran lindos. Mis abuelos nos contuvieron mucho a mi madre y a mí con cariño. La enseñanza que siempre recibí de ellos fueron lealtad, humildad y solidaridad, compartir con lo que había en la mesa y ser unido. Con ellos tuve muchísimo tiempo juntos ya que mi madre tenía que trabajar para poder sustentarme.
Tengo el recuerdo de mi madre con la preocupación en sus ojos. Desde chiquito tengo muy buena memoria, me acuerdo de muchas cosas importantes. Escuchaba a los adultos teniendo cuatro o cinco años, pero ella no quería que escuchara.
Mi madre cuando quedó embarazada vio la tristeza de su amiga que ya había parido antes a su bebé y nunca llegó a conocerlo, más que el primer día. Estábamos en una dictadura, ella tenía mucho miedo y pasó por un embarazo muy feo, con temor a que nos separen en ese tiempo. Todos estaban asustados, mis abuelos la contenían, trataban de que no salga mucho para cuidarnos, sé que me esperaron con ansias y preocupación.
Cuando nací todo cambió, ese miedo se transformó en alegría.
Mi madre era una joven muy sujeta a sus padres, humilde y honrada. Al nacer todo cambió, el miedo se había ido y los ojos de ellos estaban para mí. No sólo fui el nieto, sino el hijo de mis abuelos.
La suerte de que mi familia hizo todo lo que pudo y consiguieron que yo pueda estar con mi madre, con mi familia, y no ser uno de los desaparecidos. A mi padre nunca lo conocí, no tengo ningún recuerdo de él porque no sabía quién era, tampoco de su familia. Creo que no lo necesité, aun sabiendo que quizás algún familiar pudo haberse acercado a saber de mí.
Fue una infancia muy linda la que recuerdo. Siempre recuerdo a mi abuela, ella decía:
—¿Dónde está el chirete?
—Ahí anda, lagartijeando.
Lagartijear es andar por el campo, el monte, persiguiendo y cazando lagartijas. Pero yo no los mataba, era muy especial porque aprendí de chiquito que no tenía que matarlas. Jugaba con ellas, las perseguía. Quería jugar y muchas veces me lastimé con alguna rama. No quería hacerles daño, sabía que no se debía dañar a ningún animalito ni asustarlos, pero lo tomaba como un juego porque al lagartijear las corría y ellas salían corriendo aún más rápido de lo que podía yo hacerlo, eso era lo divertido, correr, ser libres.
También me gustaba juntar latas, las de conserva, las de durazno, y dispararle con la gomera y acertarle. De esa manera me divertía. Cuando le erraba a alguna no me enojaba, sino que me concentraba, buscando mi objetivo para poder tirar las latas y me reía, me ponía contento.
Jugaba a las bolitas. Comencé con poquitas, a la semana tenía mi bolsa de red llena, las cuidaba mucho y también prestaba a quienes no tenían. Volvía a casa con tierra en las uñas, pero feliz. Así se jugaba antes, con juegos que no eran caros y nos divertíamos mucho mientras jugábamos, nos divertíamos mucho sin herir a nadie, todos éramos uno solo.
Siempre era el primero en llegar a clase.
Mi primer amor platónico fue a los cuatro años con mi maestra de jardín. Ella ordenaba y yo iba detrás de ella ordenando también, todos me seguían. Yo creo que María después entendió que estaba enamorado de ella. Pero sólo fue platónico, sentí mi primera gran devoción y admiración hacia una docente.
Recuerdo que cuando veía venir a mi maestra me ponía feliz, ella se acercaba y me ponía nervioso al tenerla tan cerca. Por supuesto, ella como una gran docente, quería a todos por igual.
Su mirada era tierna. Recuerdo que siempre olía a perfume de jazmín. Creo que el amor inocente que cualquier niño tiene es por la misma inocencia de no diferenciar y por eso creo que nunca olvidé a María. Ella era sencilla, muy humana, brotaba de sus labios una sonrisa siempre estaba de buen humor, aunque sabíamos todos que caminaba muchos kilómetros para llegar a tiempo a la escuela.
Ahora entiendo que era el amor de niño inocente, que pensaba que ella sería mi novia… cosas de niños que hoy las recuerdo con una sonrisa.
Iba en caballo al jardín cuando llovía mucho, me llevaba mi padrino, el hijo mayor de mi abuela. Si no, me llevaba ella. Cuando iba en caballo a la escuela, era una aventura de risas. En el bolsillo del guardapolvo, siempre llevaba alguna golosina, mi abuela compraba caramelos para que pueda invitar a mis compañeros de jardín.
