Ayudar a los padres a ayudar a los hijos - Giorgio Nardone - E-Book

Ayudar a los padres a ayudar a los hijos E-Book

Giorgio Nardone

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Beschreibung

Giorgio Nardone y su equipo nos brindan este manual de consulta, rápida y clara, para padres que desean modificar sus actitudes contraproducentes y contribuir a la superación de los distintos problemas que afectan a sus hijos. Ayudar a los padres a ayudar a los hijos es un auténtico manual de consulta rápida y clara para los padres. Ofrece un mapa de las relaciones entre padres e hijos, que abarca todo el ciclo de la vida de un individuo. Muestra los obstáculos y los problemas más frecuentes que se encuentran en este camino y las estrategias, las tácticas y las técnicas que han demostrado ser capaces de derribarlos, sortearlos o superarlos. A la explicación del problema se añaden modalidades concretas de solución y numerosos ejemplos procedentes de la práctica clínica.  Los padres, al asumir el papel de "coterapeutas", se convierten en los primeros "especialistas" en los que los hijos deberían confiar. Los autores pretenden así "Ayudar a los padres a ayudar a los hijos", modificando sus actitudes contraproducentes y permitiéndoles intervenir directamente en las realidades disfuncionales, sirviéndose de los aspectos comunicativos y relacionales. De la experiencia de investigación e intervención clínica y social de Giorgio Nardone y de sus colaboradores a lo largo de los últimos diez años, se han obtenido estrategias específicas para cada realidad familiar, franja de edad y objetivo terapéutico. Como suele ocurrir en el enfoque estratégico, "únicamente las soluciones que funcionan pueden explicar el funcionamiento de los problemas que han resuelto".

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GIORGIO NARDONE Y EL EQUIPO DEL CENTRO DE TERAPIA ESTRATÉGICA

Ayudar a los padres a ayudar a los hijos

Problemas y soluciones para el ciclo de la vida

Traducción:MARIA PONS IRAZAZÁBAL

Herder

Título original: Aiutare i genitori ad aiutare i figli. Problemi e soluzioni per il ciclo di vita

Traducción: Maria Pons Irazazábal

Diseño de la cubierta: Gabriel Nunes

© 2012, Adriano Salani Editore S.p.A., Milán

© 2015, Herder Editorial S. L., Barcelona

1ª edición digital, 2015

Depósito Legal:  B-10672-2015

ISBN:  978-84-254-3389-4

La reproducción total o parcial de esta obra sin el consentimiento expreso de los titulares del Copyright está prohibida al amparo de la legislación vigente.

Producción digital: Digital Books

Herder

www.herdereditorial.com

Índice

Portada

Créditos

Introducción

Primera parte. Problemas/soluciones en la edad de desarrollo (0-14 años)

1. El hijo en camino

2. Primera infancia (0-3 años): «No solo de mimos»

3. El peligro del mundo exterior (3-6 años)

4. El riesgo de la presentación y de la valoración (6-11 años)

5. Tema transversal: cuando la separación se convierte en un problema

6. Pubertad y preadolescencia. Los riesgos de la intimidad con los demás y consigo mismo (11-14 años)

7. Tema transversal: cómo manipular a los hijos y vivir (todos) felices y contentos. De los chantajes emocionales a los trucos comunicativos

Segunda parte. De la adolescencia en adelante

8. Dar un paso hacia atrás para dar dos hacia delante (14-19 años)

9. Abuso, dependencias, sustancias y mundo virtual

10. Segunda adolescencia y jóvenes adultos (19-35 años)

11. Adultos maduros y padres ancianos (más de 35 años)

Apéndice. Presupuestos teóricos e investigación aplicada

Técnicas de intervención citadas en el texto

Bibliografía

Notas

Información adicional

Introducción

Por Giorgio Nardone

Harás con tu hijo lo mismo que tu padre hizo contigo

Esta sentencia bíblica, que suena como una condena, revela que desde la antigüedad los problemas referidos a la relación entre padres e hijos constituían ya un tema de gran actualidad. Toda la evolución de las sociedades civiles se ha basado de un modo u otro en el desarrollo de las dinámicas familiares, de modo que podemos trazar sus características peculiares para cada época. Esto pone de relieve cuán importante es observar cómo se desarrollan las relaciones dentro del sistema familiar y cómo la sociedad, la familia y el individuo se influyen recíprocamente, permitiéndonos afirmar: «Dime cómo funciona tu familia y te diré quién eres», o también a la inversa: «Dime quién eres y te diré en qué familia vives».

No es casual que en los últimos años se haya despertado en las disciplinas psicológico-sociales y médicas un gran interés por el estudio de las dinámicas familiares y de lo que se denomina parenting, anglicismo que designa el papel que desempeñan los padres en el sano desarrollo mental y conductual de los hijos. De ahí que los enfoques de psicoterapia familiar-sistémica hayan tenido una aplicación cada vez mayor, como consecuencia de la extensión de patologías psicológicas cuyo tratamiento requiere no solo la implicación del llamado paciente «designado», sino también la de los padres.

Sin embargo, y justamente debido a la gran cantidad de estudios, investigaciones y a veces simples opiniones sobre el tema, son escasas las obras que ofrecen indicaciones claras, concretas y aplicables sobre cómo los padres pueden ayudar efectivamente a los hijos cuando estos manifiestan dificultades o auténticas formas de patología psicológica y conductual. De todo esto, y de la experiencia de investigación e intervención clínica y social del autor y de sus colaboradores en los últimos diez años,[1] nació la idea de este libro: ofrecer al lector un mapa del área de las relaciones padres/hijos extendido a todo el ciclo de la vida de un individuo, que ponga en evidencia los obstáculos y los problemas más frecuentes que surgen en este camino y las estrategias, tácticas y técnicas que han demostrado ser capaces de derribarlos, sortearlos o superarlos.

Estructura de la obra

Este libro pretende ser un quick reference text, un manual de consulta rápida, donde el lector hallará un ejemplo accesible de las formas de trastorno más frecuentes y más importantes que pueden afectar a su hijo o hija en su crecimiento y evolución personal. Cada tipo de problema o dificultad va acompañado de una descripción clara de su funcionamiento y de la solución o intervención terapéutica capaz de conducir a la rápida superación de la situación de malestar. Para lograr este objetivo, la exposición está organizada por franjas de edad, partiendo del período prenatal, en el que comienza el papel de los padres y todas las posibles complicaciones que conlleva. Hemos revisado, a la luz de nuestras investigaciones y experiencias, las franjas de edad que se utilizan habitualmente en los manuales de psicología del ciclo de la vida: esa articulación permite focalizar la atención tanto en las características de ciertos períodos de desarrollo, como en las características de los tipos de problema o de trastorno que pueden presentarse. Esta modalidad expositiva permite aclarar, edad por edad, el papel de los padres y las intervenciones que realmente pueden realizar para ayudar a sus hijos a salir de las trampas en que han caído, diferenciando sus características y modalidades. Es muy distinta la ayuda directa que puede ofrecer un padre frente a las fobias o manías de un niño de 8 años de la actuación indirecta con un adolescente que sufre un trastorno fóbico-obsesivo.

La exposición, además, no se limitará a las fases de crecimiento infantil y adolescente, sino que se extenderá a todas las fases del ciclo de la vida: en los últimos años, el papel de los padres, así como la adolescencia como franja de edad del desarrollo, se ha prolongado mucho en el tiempo. Consideramos importante, asimismo, ofrecer al lector una visión y algunas indicaciones operativas sobre el momento en que los hijos, debido al envejecimiento y debilitamiento de sus padres, se convierten a su vez en los responsables, es decir, cuando los papeles se invierten.

Además de esta exposición organizada por problemas específicos y soluciones para franjas de edad, el lector encontrará algunos párrafos relativos a temáticas transversales, como por ejemplo los problemas que derivan de la separación de los padres o los procesos psicológicos y comunicativos para la creación del «caso» como consecuencia de una profecía que se autorrealiza. Estos temas se tratarán en paralelo y a modo de resumen, puesto que se refieren a varios períodos del desarrollo.

En cada capítulo, el lector encontrará la exposición subdividida en:

• descripción de las características de la franja de edad; • tipos de problemáticas y trastornos típicos del período; • estrategias de intervención para la superación del trastorno o de la patología; • un ejemplo sacado de un caso real; • algunos temas de notable relevancia tratados con más extensión en cada uno de los capítulos.

Lo que se pretende es que la consulta del libro resulte lo más fácil posible, incluso cuando no se tiene tiempo o interés en leerlo íntegramente, cosa que sin embargo sería deseable, ya que una visión de conjunto ayuda a comprender mejor el análisis de un aspecto concreto.

Dificultades o trastornos

Hay que hacer otra aclaración previa importante sobre la distinción entre dificultades que hay que superar y trastornos que hay que eliminar: en otras palabras, cuando un individuo sufre un desorden que se traduce en dificultades que todavía no presentan una rigidez evidente, o bien cuando se observa que el individuo ha estructurado una auténtica patología caracterizada por síntomas específicos y evidentes. Este tema es mucho más importante de lo que pueda pensarse: si se «pega» la etiqueta de patología a una dificultad a través del diagnóstico de un experto (psiquiatra, psicoterapeuta o médico de familia), esa evaluación, como profecía que se autorrealiza, pondrá en marcha un proceso en el que la dificultad se transformará rápidamente en un auténtico trastorno.

Por el contrario, si un trastorno es subestimado y, por tanto, no se aplica el tratamiento correspondiente, ese trastorno se anquilosará y empeorará, con lo cual la cura resultará mucho más difícil.

Desde un punto de vista estratégico, muchas de las dificultades que presenta un niño o un adolescente pueden ser superadas enseñando a los padres a poner en práctica formas adecuadas de intervención que ayuden a los hijos a superar el malestar.

Si se trata de un auténtico trastorno, como veremos más detalladamente, en el caso de los niños la intervención elegida es la indirecta: los padres se convierten en los terapeutas haciendo que el hijo ejecute las prescripciones. En el caso de adolescentes y jóvenes adultos, la intervención podrá ser indirecta o directa según la patología, pero también en este caso estarán implicados los padres: el papel que desempeñan influye tanto en la persistencia del trastorno como en su solución.

El lector se preguntará con razón cómo se puede distinguir entre una dificultad que hay que superar y un trastorno que hay que eliminar. Sobre el tema del diagnóstico de los trastornos psíquicos y conductuales existen miles de obras y decenas de enfoques diagnósticos distintos. Entre estos, por ejemplo, el de la psiquiatría biológica o biologicista atribuye la causa del trastorno a características básicamente biofisiológicas; el psicodiagnóstico recurre a test psicológicos que remiten a cuadros diagnósticos basados en rasgos de la personalidad; el psicodinámico orienta al desvelamiento de traumas infantiles. Todas estas hipótesis tienen en común la búsqueda de las causas del trastorno y la formulación de un cuadro clínico lo más preciso posible. Sin embargo, esta perspectiva operativa, de carácter médico, subestima el hecho de que entre el comportamiento normal y el patológico existe un continuum y que no se trata de polaridades opuestas; por tanto, lo que es sano por exceso se transforma en enfermo, y viceversa. Los trastornos psicológicos no funcionan como los físicos, su causalidad no es lineal, con una causa evidente que produce el consiguiente trastorno, sino que es circular, de modo que causa y efecto se alimentan mutuamente. Teniendo en cuenta, pues, la necesidad de un criterio de evaluación distinto, la opción que presentamos, siguiendo la moderna epistemología constructivista, es de tipo estrictamente pragmático y está basada en la experimentación empírica de lo que funciona frente a lo que no funciona: un conocimiento operativo[2] que se distingue del conocimiento descriptivo[3] típico de los enfoques citados, que conduce a un criterio de evaluación simple y claro basado en la distinción entre dificultades y patologías.

La dificultad es un malestar o una problemática que produce sufrimiento y dificulta la realización de las potencialidades del individuo y la consecución de los objetivos que este se fija o que le han fijado, como en el caso de los niños. El trastorno surge cuando el malestar se torna invalidante, esto es, cuando el individuo presenta una serie de síntomas reales que le impiden activar sus propios recursos personales y lo invalidan totalmente para cumplir sus objetivos. Podríamos definir esta observación como la «navaja de Ockham». El filósofo Guillermo de Ockham, con su principio de que «todo lo que puede hacerse con poco, inútilmente se hace con mucho», cortaba a cercén con el método de la filosofía hiperracionalista e hiperidealista, en la que el método del conocimiento debía pasar por prolongados y tortuosos razonamientos. Del mismo modo, un enfoque estratégico orientado a hallar las soluciones, que resuelvan primero y expliquen después el problema, evita demorarse en prolongados y tortuosos razonamientos diagnósticos, distinguiendo dificultades y patologías según la intensidad de la invalidación, factor de evidencia inmediata en la observación del malestar. Esta distinción permite evitar los ya mencionados peligros del exceso de curas para las dificultades y de la subestimación en el caso de los trastornos. En otras palabras, evita el riesgo de matar mosquitos a cañonazos o de pretender curar un brazo roto con una tirita.

Familias, padres e hijos desde una perspectiva orientada a las soluciones

Respecto al papel de los padres y las dinámicas familiares, ya en el año 2001 la obra Modelli di familia (Modelos de familia, 2003) presentaba el resultado de un proyecto de investigación sobre la evolución de la estructura de las dinámicas familiares en Italia. Esa investigación puso al descubierto por primera vez lo que ha pasado a ser de dominio y discusión pública en los últimos años, esto es, que la familia italiana ha evolucionado hacia modelos de relación padres-hijos de tipo predominantemente hiperprotector y permisivo. Esa transformación ponía en evidencia la exigencia de un cambio en los modelos de intervención terapéutica y educativa en las familias, puesto que las teorías en que se fundaban estaban basadas en visiones de la familia de tipo tradicionalmente jerárquico-autoritaria o desestructurada en sus funciones.

Hay que tener presente que la evolución moderna de las dinámicas familiares había contagiado ya entonces, y todavía más hoy, a las dinámicas sociales institucionales y a menudo profesionales y laborales: no es casual que más del 70% de jóvenes de 35 años siga viviendo con la familia de origen, y esto no se produce desde luego, como afirma el ideólogo populista de turno, por razones económicas, sino por comodidad y poco sentido de la responsabilidad.

En el libro aparecido en el año 2001 quedó claro que, en un porcentaje elevado de problemáticas, la intervención más eficaz consistía en ayudar a los padres a modificar sus formas de relación con los hijos para inducirlos a cambiar sus realidades disfuncionales. Por otra parte, el concepto de terapia indirecta del niño y del adolescente, que convierte a los padres en coterapeutas, era un concepto conocido ya en los años sesenta, cuando Don D. Jackson, pionero de la terapia sistémica, utilizaba ya con gran frecuencia esta metodología. En la tradición sistémico-estratégica, las intervenciones en los padres para ayudar a los hijos son la parte esencial del trabajo terapéutico. El estudio sistemático de la evolución de los modelos familiares, que ha distinguido seis tipos, aunque la gran mayoría de las familias se incluye en el grupo de los modelos hiperprotector y permisivo, ha permitido que las intervenciones estén más dirigidas y sean más adecuadas a las formas específicas de realidad de la relación entre padres e hijos. No se debe hacer lo mismo ante un/una hijo/a perturbado/a en una familia permisiva que en una familia del tipo delegante o intermitente. Esta investigación-intervención dio lugar a la elaboración de estrategias de intervención diferenciadas para las distintas realidades familiares y objetivos terapéuticos.

El proyecto Modelli di famiglia (Modelos de familia) ha sido traducido a muchas lenguas. Las evoluciones de las dinámicas familiares en el mundo occidental tienen una orientación similar: no existen ya solamente «mocosos» y «niños de mamá» latinos, es prácticamente toda la sociedad europea y anglosajona occidental la que se ha vuelto hiperprotectora y permisiva. Obviamente, esta afirmación no es válida en el caso de las bolsas de inmigración, que tienen otras características culturales, ni para aquellas situaciones al límite de la marginación social en las que domina la disgregación familiar.

Como ya señalaba William James, el resultado final de toda investigación ha de dar pie a nuevas investigaciones, justamente porque el desvelamiento de enigmas hace que se abran nuevas perspectivas de estudio y nuevos misterios que hay que resolver.

En el último decenio, el grupo de investigación del CTS (Centro di Terapia Strategica) ha podido aplicar el método de la investigación-intervención clínica y social de una forma aún más extensa y a la vez focalizada, puesto que tanto el número de las intervenciones como las áreas de aplicación han aumentado precisamente en virtud del éxito de la propia técnica. Esto nos ha permitido tener conocimientos aún más precisos sobre cómo ayudar a los padres a ayudar a los hijos. Gracias a estas investigaciones y a los resultados empíricos, nos sentimos legitimados para presentar a un público más amplio el fruto de nuestro trabajo en forma de un manual de ayuda para los padres.

El papel del padre cuando el hijo sufre

Otro aspecto que caracteriza nuestra posición teórico-aplicativa se refiere al papel activo que atribuimos a la figura de los padres en el proceso de solución de los problemas de los hijos. Esta postura difiere claramente de las visiones causales y deterministas de tipo psicodinámico, en las que todo lo que sucede en los primeros seis años de vida determina el futuro del individuo. El padre no puede hacer otra cosa que contemplar los efectos inexorables de las dinámicas familiares de los primeros años de vida con el hijo y, como carece de instrumentos, ha de limitarse a confiarlo al cuidado de un experto psicoanalista. Nuestra perspectiva también se aparta claramente de los enfoques de terapia familiar que enjuician a los padres, culpándolos de los trastornos de los hijos como si fueran la consecuencia de sus conflictos de pareja.

Tampoco nos parecen útiles ni fiables las teorías del apego, que se han vuelto a poner de moda gracias a los estudiosos cognitivistas que han desempolvado los trabajos de Bowlby y Spitz (Bowlby, 1969, 1973; Spitz, 1945, 1960) proponiendo de nuevo el error metodológico de interpretar al sano a través del desequilibrado. Los famosos trabajos de ambos autores fueron realizados en niños de orfanatos. También son claramente criticables, tanto desde el punto de vista del método como desde la interpretación de los resultados, los experimentos más recientes realizados mediante la llamada strange situation (Ainsworth et al., 1978).

Nuestra perspectiva, que sigue la tradición interaccional estratégica[4] (Nardone, Salvini, 2012), es la del estudio empírico de la eficacia de los padres en la ayuda a los hijos cuando estos se encuentran en dificultades, a diferencia de los estudios que se limitan solamente a poner de relieve la incapacidad para desempeñar esa función. Es más, como ya destacamos con gran claridad en otras obras, «son las soluciones que funcionan las que explican los problemas». Es su estudio atento y pragmático lo que permite ofrecer a la función de padre los instrumentos estratégicos y las competencias sistémicas que pueden capacitarlo para ayudar a los hijos problemáticos y ofrecerse como un punto de referencia fiable. Esta perspectiva permite comprender de qué modo pueden obtenerse efectos sorprendentes cambiando la forma de comunicarse y el estilo relacional, además de las acciones. Esto supone además comprender directamente que la decisión de bloquear cualquier intervención activa, esto es, «observando sin intervenir» lo que el hijo realiza por su cuenta para enfrentarse a su malestar, no implica ser unos padres negligentes y culpables, sino que constituye una poderosa maniobra capaz de desbloquear dinámicas familiares a veces realmente complicadas.

De hecho, podríamos clasificar los tipos de ayuda a los hijos por parte de los padres en dos grandes grupos: las ayudas que se traducen en acciones activas y dirigidas a un único objetivo y las que se llevan a cabo bloqueando lo que apetecería hacer y que produce efectos indeseados. Dicho de otro modo, cuando la intervención prevé estrategias compuestas por maniobras activas o bien cuando hay que desactivar los intentos fallidos que alimentan el problema en vez de resolverlo. Parece evidente que la mayoría de las veces se activan ambos tipos de intervención, pero lo que marca la diferencia es su secuencialidad. En ocasiones es necesario interrumpir primero los intentos disfuncionales para poder aplicar después las soluciones eficaces; otras veces, para desbloquear la situación se necesita primero introducir cambios activos que rompan la persistencia patógena y realizar después los ajustes estratégicos hasta llegar a la superación total del problema.

Por consiguiente, al padre se le otorga el papel de responsable de la intervención en sus hijos, supervisado por el experto que lo va guiando en la ejecución de las estrategias orientadas a la solución de los problemas existentes. Incluso cuando la terapia prevé una intervención directa por parte del especialista en el sujeto que padece el trastorno, como veremos en las patologías del adolescente y del joven adulto, se implica activamente a los padres y se les indica lo que deben hacer y lo que no deben hacer para favorecer el proceso terapéutico. De hecho, en numerosas formas graves de psicopatología, los padres están implicados claramente en la persistencia del trastorno, y la eliminación de sus intentos fallidos de ayudar a los hijos son parte fundamental de la terapia. Esto también es válido en el caso de un sujeto adulto que todavía dependa de su familia de origen. Desde este punto de vista, incluso cuando el padre se equivoca clamorosamente, representa un recurso que hay que activar y no un límite que hay que eliminar.

El objetivo de nuestro trabajo, por tanto, es convertir a los padres en eficaces agentes de ayuda directa e indirecta, esto es: personas realmente capaces de ayudar a sus hijos en dificultades cuando no se trata de verdaderas patologías psicológicas y, en este caso, convertirse en coterapeutas del especialista que trata el trastorno invalidante del hijo. Para lograr este objetivo, ante todo hay que enseñar a observar las dinámicas cuyos actores protagonistas son los propios padres.

En primer lugar es necesario identificar cuáles son los guiones/patrones que se repiten habitualmente en el seno de la dinámica familiar. Los guiones/patrones son los modelos de relación, las formas de comunicar y los repertorios de acciones recurrentes en el sistema familiar. Estos factores se distinguen con claridad porque son modalidades redundantes en las relaciones entre los miembros de la familia, que con el tiempo estructurarán un modelo que representa la homeostasis familiar (Jackson, Weakland, 1961), es decir, ese equilibrio que tiende a mantenerse dentro de un sistema vivo. En otras palabras, toda familia estructura en su evolución dinámicas que se repiten y que constituyen el modelo de funcionamiento del sistema.

Cada uno de los miembros, al actuar y reaccionar frente a los otros componentes del sistema familiar, contribuye a alimentar y a mantener esa dinámica.

Esta consideración, que deriva de la tradición de estudios sistémicos, es un constructo operativo fundamental cuando se quiere intervenir a través de la intervención directa o indirecta de los padres en problemas que puede presentar un hijo: en los modelos familiares habituales se hallarán los resortes fundamentales para introducir el cambio terapéutico.

Distinguir los modos de comunicar, las modalidades de relación y los repertorios de acción propios del progenitor constituye la segunda unidad de observación de la dinámica familiar, que permite tanto descubrir disfunciones como activar soluciones. De hecho, la comunicación nunca es neutra ni es una mera transmisión de informaciones, sino que produce efectos emocionales que pueden exaltar el poder del mensaje, anularlo o crear equívocos y paradojas.

Comunicación, relación, repertorios de acción

El modo de comunicar influye en las sensaciones y en el comportamiento de las personas que comunican. Ya en las primeras obras del grupo de Palo Alto, en los años cincuenta, los efectos pragmáticos de la comunicación aparecieron como uno de los factores fundamentales tanto para la formación de patologías como para la elaboración de estrategias terapéuticas.

Por consiguiente, guiar al padre en el descubrimiento y en la gestión de sus formas de comunicación habituales constituye un paso ineludible de la intervención de ayuda a los hijos.

El tipo de relación, esto es, la tonalidad afectivo-emocional del contacto entre los distintos miembros de la familia, constituye el segundo factor que influye profundamente en la dinámica padres-hijos. Incluso el no experto percibe claramente la diferencia entre una relación fría y distante y una relación cálida y cercana, o es capaz de identificar al otro como aliado o como enemigo. Existen miles de obras sobre este tema, pero lo que a nosotros nos interesa es destacar la redundancia, es decir, la repetición constante de los guiones relacionales entre los miembros de la familia: también en este caso nos encontramos ante lo que alimenta el malestar, aunque al mismo tiempo puede constituir la cura.

Los repertorios de acción, o sea, las conductas o las estrategias adoptadas por los padres para hacer frente a las dificultades, constituyen el tercer elemento de la tríada de factores perceptibles en el seno de la dinámica familiar que representan el foco de la intervención estratégica centrada en la solución de los problemas presentes. El constructo operativo fundamental de un enfoque estratégico es la solución intentada, que, si no funciona, alimenta el problema que debería resolver. En otras palabras, lo que las personas hacen frente a una dificultad, si no permite superarla y se mantiene como estrategia, se convertirá en lo que la mantiene y la hace más angustiosa.

Por consiguiente, destacar cuáles son las soluciones intentadas por los padres frente al hijo problemático constituye la primera unidad de investigación-intervención estratégica. Hay que subrayar además el carácter empírico y operativo de la observación: cualquier persona es capaz de describir lo que ha intentado y está intentando hacer para resolver un problema. Esto permite evitar el riesgo, frecuente cuando se investiga un problema, de formular interpretaciones poco fiables o explicaciones influidas por opiniones o preconceptos engañosos. En cambio, limitar la observación a los intentos concretos de solución puestos en práctica ofrece una clave de lectura operativa basada en hechos y no en opiniones. Como destaca Oscar Wilde: «El verdadero misterio del mundo es lo visible, no lo invisible».

Una vez aclaradas las estrategias de acción que alimentan el malestar en vez de aliviarlo, es necesario anularlas o sustituirlas por otras eficaces.

El progenitor eficaz

Las competencias y capacidades que deben poseer los padres para ayudar realmente a los hijos problemáticos a superar sus trastornos son la capacidad de adoptar una visión sistémico-interaccional de los problemas y la capacidad estratégica de intervención correctiva en los factores que alimentan los círculos viciosos propios de las dificultades que hay que resolver y de las patologías que hay que eliminar. Esto no significa que cada padre tenga que estudiar y recibir una formación de especialista, sino que debe estar dispuesto a dejarse guiar por el especialista cuando sus propios intentos de solución resultan fallidos. La experiencia de la supervisión en sus acciones satisfactorias frente a las dificultades consideradas antes insuperables determinará los cambios y los aprendizajes susceptibles de lograr que el papel del padre sea más eficaz. Además, se aprende actuando, no solo pensando y observando, y la propensión a intentar mejorarse continuamente es la base de nuestra autorrealización (Horney, 1939).

En la investigación-intervención orientada al estudio de la evolución de los modelos de la familia italiana realizada a finales de los años noventa (Nardone, Giannotti, Rocchi, 2001), destacamos una serie de formas concretas de organización y funcionamiento que nos permitió trazar un mapa bastante preciso.

MODELO HIPERPROTECTOR

Los adultos asumen la misión de hacer la vida de sus hijos lo menos complicada posible, de modo que llegan incluso a hacer las cosas en su lugar. Las palabras clave son acogida, protección, amor, y el posible control, ejercido a menudo con reiteradas preguntas a los hijos sobre lo que hacen, cómo están y a dónde van, está orientado a prevenir o anticipar posibles dificultades. Los hijos, por su parte, con una exigencia cada vez menor de dar cuenta de sus acciones, llegan a pretender que los padres los ayuden en los deberes escolares, en las peleas con los compañeros de escuela y en las más mínimas dificultades, y reaccionan a menudo con agresividad si sus necesidades y deseos no son satisfechos inmediatamente.

Cuando los hijos tratan de escapar al control de los padres, lo más probable es que se encuentren con caras largas del padre y de la madre, con silencios prolongados o suaves reproches que pueden dar lugar a sentimientos de culpabilidad.

El lema en estas familias es: «Dinos lo que necesitas que nosotros te lo procuraremos». Aunque aparentemente suena como un mensaje de amor, la frase esconde una descalificación sutil, es decir: «Lo hago todo por ti porque temo que tú solo no lo consigas y no quiero que sufras». Y esto muchas veces se convierte en una profecía autocumplida. Los hijos crecen literalmente «incapacitados» por el exceso de protección paterna, porque la confianza en las propias capacidades y recursos solo se conquista a través de la experiencia concreta de la superación de obstáculos y dificultades. En la gran mayoría de los casos, los hijos acaban por rendirse sin luchar, renunciando al pleno control de su vida y refugiándose en la jaula dorada del privilegio, de la que cuesta mucho salir ya sea por una deuda de reconocimiento o por incapacidad.

Los problemas que inducen a las familias o a los propios hijos a pedir la ayuda del experto tienen como base la inseguridad o la convicción de la incapacidad, y abarcan desde las dificultades escolares (problemas en el rendimiento y/o en el comportamiento que llevan a evitar la escuela, a cambiar de clase/escuela, o incluso a abandonar los estudios) hasta los trastornos de ansiedad, dificultades relacionales (desengaños amorosos que no consiguen superar o relaciones amorosas interrumpidas continuamente) que pueden desembocar en una actitud depresiva, y los trastornos de la sexualidad y de la alimentación.

La solución desde el punto de vista sistémico (esto es, desde el punto de vista de las relaciones familiares) prevé que los padres introduzcan cambios aparentemente mínimos en las formas de interactuar con el hijo, capaces de conseguir la transformación de un modelo comunicativo y relacional disfuncional en un modelo funcional. De modo que se indicará a los padres que realicen pequeños boicots diarios a las demandas implícitas de los hijos y que adopten una actitud más distante respecto a sus lamentaciones, a fin de permitirles descubrir y experimentar sus recursos personales. Se establece de este modo una sana complementariedad entre padres e hijos, con complicidad familiar pero también con papeles y responsabilidades bien diferenciados.

MODELO DEMOCRÁTICO-PERMISIVO

En este caso domina la ausencia de jerarquías: la familia se caracteriza por el diálogo y la igualdad de todos sus miembros. Padres e hijos son amigos. Los fines que hay que perseguir son la armonía y la ausencia de conflicto, el bien supremo es la paz. Las reglas se acuerdan entre padres e hijos y pueden ser negociadas; no se imponen castigos, sino que se intenta razonar conjuntamente sobre la actitud que hay que adoptar. Cuando surge la necesidad de una intervención educativa se establece la siguiente dinámica: escalation simétrica hasta el momento en que el progenitor pierde la calma pero evita el conflicto cediendo. En estas familias crecen pequeños tiranos que aprenden muy pronto a obtener todo lo que quieren a base de rabietas y actos de prepotencia.

El progenitor no adopta la función de guía, de soporte estable y tranquilizador, sino que se convierte en un amigo al que el hijo no suele dirigirse en los momentos de crisis porque no lo considera capaz de ayudarlo, y buscará fuera de la casa, tal vez en compañeros habituados a comportamientos transgresivos, puntos de referencia estables. Los hijos crecen con la ilusión egocéntrica de ser lo que en realidad no son, y a menudo se derrumban ante las primeras dificultades que la vida les presenta.

Aunque en estas familias la semilla de la psicopatología puede desarrollarse de distintas formas, se observa una significativa incidencia de trastornos de la conducta, como por ejemplo conductas inadaptadas, impulsivas, actos transgresores como consumo de alcohol y de drogas y dificultades escolares.

Dado que en estos sistemas familiares no existe ninguna estructura jerárquica, la intervención prevé ante todo la adopción por parte de los padres de un nuevo modelo interactivo que ratifique de forma clara los papeles de padres e hijos y establezca el respeto de algunas reglas fundamentales para desbloquear el problema.

MODELO SACRIFICANTE

Los padres creen que tienen el deber de sacrificarse para promover el placer y la satisfacción de los hijos, que quedan libres de toda obligación. Los padres dan sin que a los hijos se les exija nada, con la esperanza no declarada de que algún día los recompensarán, ya sea alcanzando el éxito en la vida, o bien consiguiendo todo aquello que ellos no lograron conquistar. Para garantizar a los hijos un nivel de vida elevado, muchas veces los padres se sacrifican y renuncian a muchas cosas. Los hijos crecen desarrollando una falta casi total de respeto y se avergüenzan con frecuencia de sus humildes progenitores descalificándolos continuamente; les atraen los mitos y estereotipos de éxito y poder, pero no están dispuestos a hacer los sacrificios y esfuerzos necesarios para conseguirlos. Por lo general, cuando el hijo llega a la adolescencia, tiende a escapar de la atmósfera cargada de preocupaciones y ansiedad que envuelve la casa y abre la puerta a otras posibilidades.

El joven no habituado a las frustraciones y negativas se encuentra con dificultades y obstáculos en el mundo exterior, de modo que regresa a la familia, rechaza los contactos sociales y se repliega sobre sí mismo, o bien presenta formas manifiestas de patología psicológica más aguda como las crisis psicóticas, los trastornos de alimentación y las fobias.

Pese a encontrarse con dificultades de inserción, el joven está dispuesto a todo con tal de no regresar a la familia. Es posible que busque contextos en los que la integración no se produce por sus capacidades, sino por adaptación a la conducta de grupos dominantes (ultras, baby-gang, emo). En este caso, a menudo el joven se vuelve violento, sobre todo en familia, donde los padres son las víctimas.

El joven adopta plenamente el modelo de vida basado en el sacrificio y la abnegación, que puede ayudarle a obtener los objetivos profesionales deseados. Sin embargo, cuando no se ve recompensado por el éxito, es bastante frecuente que aparezcan crisis depresivas y trastornos de la conducta alimentaria.

La intervención en este modelo familiar se basa en la petición a los padres de un nuevo sacrificio en nombre del bienestar del hijo, esto es, no sacrificarse o abandonar sistemáticamente el habitual desvelo por él. Se trata de adoptar la postura del «perdona pero no puedo» y de aliviar la atmósfera cargada de expectativas respecto al hijo, a veces con declaraciones como: «Lo sentimos, hemos tratado de hacerlo todo por ti, pero ya no podemos más, hemos esperado mucho de ti, pero ahora nos hemos dado cuenta de que tal vez no eres capaz de hacerlo». Como el lector deducirá fácilmente, con ello se libera al hijo del papel de quien debe obligatoriamente responder a las expectativas de los padres y se le da toda la responsabilidad de su realización personal.

MODELO INTERMITENTE

Se caracteriza por una fuerte ambivalencia: las posturas adoptadas por los padres cambian continuamente, se alternan de forma totalmente imprevisible rigidez y flexibilidad, actitudes que valoran o descalifican a los hijos, quienes a su vez inevitablemente envían mensajes contradictorios, a ratos son obedientes y colaboradores y a ratos rebeldes y contestatarios. La constante es el cambio continuo debido a la ausencia de puntos de referencia y de bases seguras. Los miembros de la familia manifiestan una clara incapacidad no solo para tomar decisiones o descubrir las estrategias más adecuadas para la resolución de problemas o conflictos, sino también para mantenerlas, de modo que por la prisa de ver los resultados o por las dudas de que la estrategia adoptada sea la correcta, no les dan ni tiempo ni oportunidad de demostrar su eficacia. Metafóricamente hablando, estos padres son como aquel que se ha perdido en el bosque y para salir toma primero una dirección, luego, ante la duda de haberse equivocado, vuelve atrás, pero no ve el camino de salida y toma otra dirección, y así sucesivamente hasta dar vueltas sobre sí mismo y perderse trágicamente. Los hijos crecen inestables e incapaces de asumir y mantener los roles y responsabilidades.

Puesto que la persistencia de las dificultades en estas familias está vinculada estrechamente al cambio continuo de las intervenciones educativas, la solución, una vez identificada la estrategia más adecuada para el problema concreto, consistirá justamente en seguir en la dirección emprendida. Por ejemplo, frente a las pérdidas de control, bastante frecuentes en este modelo familiar porque ante las escalation del hijo los padres acaban cediendo siempre, se indicará al padre o a la madre que mantengan una postura decidida y distante, que consistirá en decirle al hijo que se vaya a otra habitación y que no vuelva hasta que haya recuperado el control y sea capaz de estar entre las personas.

MODELO DELEGANTE

Los padres auténticos delegan su función en la familia extensa y ya estructurada; este modelo crea una dinámica de competición entre las distintas generaciones que se ocupan de los niños, quienes aprenden a identificar las estrategias más favorables para obtener lo que desean del uno o del otro. Las reglas se discuten con diferentes criterios debido al exceso de figuras de referencia. Muchas veces lo que los padres critican o prohíben es apoyado y aprobado por los abuelos, y viceversa. Los padres no son puntos de referencia autorizados: los abuelos son intermediarios eficaces para que los hijos obtengan lo que desean, pero en los momentos difíciles no hacen la función de guía, de modo que existe una falta de orientación. Los hijos crecen manipulando las relaciones en beneficio propio, pero sin capacidad de gestionar las relaciones de una forma estable y, como carecen de modelos de conducta autónoma y emancipada respecto a su familia de origen, con frecuencia desarrollan una dependencia relacional de figuras destacadas, o adoptan conductas de riesgo con objeto de ponerse a prueba.

Las estrategias terapéuticas que se utilizan en estas familias están orientadas a restablecer los roles de forma funcional y a devolver a cada uno de sus componentes las responsabilidades que les corresponden. Se trata de pasar de un modelo interaccional de complementariedad patológico, en el que uno delega totalmente en otro sus responsabilidades, a un modelo de sana complementariedad familiar.

MODELO AUTORITARIO

Uno de los progenitores o ambos, aunque con mayor frecuencia el padre, intentan ejercer el poder sobre los hijos. La vida en familia está marcada por el sentido de la disciplina y del deber, así como por el control de las propias necesidades y deseos; son frecuentes los castigos, incluso los inadecuados. El ambiente familiar es en general bastante tenso; el padre es dominante y los otros son sus súbditos; la madre ejerce a menudo de mediadora en caso de posturas divergentes. Como es bien sabido, en estas familias los hijos se rebelan y se convierten en individuos claramente conflictivos o se someten y desarrollan frustración, represión e incapacidad de réplica. Por lo general, la demanda de ayuda terapéutica parte de la madre y/o del propio hijo, lo cual constituye la palanca de primera clase de la intervención. Al joven se le ayuda a emanciparse de sus padres mediante un equilibrio entre las habituales estrategias fallidas de la rebelión tempestuosa y la sumisión acrítica al modelo familiar, recurriendo a menudo a intervenciones dirigidas que oponen flexibilidad a la dureza, a fin de permitirle en primer lugar descubrir y perseguir sus propios objetivos en la vida y en segundo lugar favorecer un cambio en los modelos interactivos familiares.

Estos modelos constituyen la fotografía de las dinámicas familiares habituales que se consideran problemáticas y a menudo patógenas; sin embargo, nos parece esencial subrayar que no es posible hallar una estructura que pueda garantizar totalmente el buen funcionamiento de la familia. Esto significa que ninguno de los modelos descritos es en sí mismo completamente disfuncional: lo que lo hace disfuncional es su anquilosamiento como guión inmutable. Un sistema familiar funcional debería poseer sobre todo la flexibilidad necesaria para adaptarse a las circunstancias cambiantes de la vida, aunque manteniendo los valores fundamentales de la propia tradición e idiosincrasia cultural.

Diez años después de la publicación del libro Modelli di famiglia(Modelos de familia), en el que además de la discusión de las dinámicas familiares se presentaban las técnicas terapéuticas indirectas para tratar las patologías de la infancia y de la adolescencia, esos constructos operativos han tenido una validación mayor gracias a su aplicación a decenas de miles de casos. Este posterior trabajo de intervención-investigación empírica ha dado lugar a nuevas evoluciones de las técnicas de intervención en las problemáticas y patologías que pueden detectarse a lo largo de la vida de un individuo y de su familia, primero la de origen y después la que forma él mismo. Como afirmaba Georg Lichtenberg: «La verdad de una teoría reside en su aplicación».

PRIMERA PARTE

Problemas/soluciones en la edad del desarrollo(0-14 años)

La primera parte del presente volumen se ocupa de ese extenso primer período de la vida en el que los padres tienen un papel y una responsabilidad directos en el crecimiento de los hijos. En este espacio de tiempo el papel de los padres a través de la comunicación, la relación, las pautas de conducta y el modelo de familia influye tanto en el problema como en la solución de posibles dificultades o trastornos. Este capítulo se centrará en las instrucciones directas que los padres deben dar a los hijos. Esto no significa —conviene subrayarlo de nuevo— atribuir una culpa a los padres, sino asignarles la responsabilidad como artífices de la creación y de la solución de los problemas, reconocer el papel de los progenitores, que no puede delegarse en el especialista de turno: cuando el «técnico», por muy experto que sea, sustituye al padre corre el riesgo de producir más daños que beneficios. En esta franja de edad el papel del especialista (médico, pediatra, psicólogo, psicoterapeuta) consiste en guiar a los padres para ayudar a los hijos, indicándoles cuáles son las conductas disfuncionales y las modalidades sustitutivas y eficaces que hay que poner en práctica. Por mucho que haya evolucionado el hombre, las funciones naturales no pueden ser eliminadas ni sustituidas, pero pueden ser perfeccionadas. Lo que nos interesa como investigadores y terapeutas no es lo «perfecto», como querrían los platónicos, sino lo «perfectible», esto es, lo que podemos mejorar.

1. El hijo en camino

Por Alessandra Barsotti, Arturo Calignano, Chiara Conterno Destefanis, Simona De Antonis, Simona De Luca, Giada

Desideri, Francesca Moroni, Elisa Valteroni

El período de espera comienza con la decisión o la aceptación, en caso de que sea un hecho no previsto por la pareja, de tener un hijo. Si en algunos casos esta decisión constituye el sello y la coronación del amor en una situación de gran serenidad, en otros puede constituir un problema y transformarse en una carrera de obstáculos. Algunos de estos obstáculos afectarán más a la pareja, otros a la mujer en concreto, y otros incluso a la relación con la familia de origen.

La experiencia con estas situaciones ha permitido identificar los principales problemas que surgen en torno a la condición de la posible paternidad.

PROBLEMAS/SOLUCIONES

Cuando solo uno de los dos desea un hijo

El deseo es una dimensión estrictamente personal del individuo. Puede ser que el deseo de paternidad y maternidad no surja a la vez en los dos miembros de la pareja, pese a amarse profundamente. Esta asincronía puede generar posibles crisis incluso en las parejas más estables. Esta falta de sintonía provoca discusiones constantes sobre el tema, o una petición constante de explicaciones («¿por qué no quieres tener un hijo conmigo?», «¿no crees que pueda ser una buena madre/un buen padre?», «¿no quieres tener un hijo conmigo tal vez porque no me quieres lo suficiente?») o «trampas» para conseguir la concepción que debilitan la confianza en la pareja, o las tres cosas a la vez.

No obstante, aquel de los dos que desea ardientemente un hijo debería tener presente la metáfora del juego de la soga: cuanto más tire de la cuerda uno de los contendientes, más tirará el otro en dirección contraria. Por tanto, el miembro de la pareja que desea ser padre debería tratar de convencer al otro no con argumentos sino con sensaciones, esto es, evocando en el compañero, aunque sin llegar nunca a una petición directa, la presencia gozosa y emocionante de alguien en quien poder reflejarse.

¿Carrera profesional o familia?

El segundo problema es en parte fruto de la evolución de la mujer en la sociedad. Hasta hace unos años, las mujeres no tenían que escoger entre carrera profesional y familia, el mundo ya había elegido por ellas. En cambio, hoy se impone una elección: ¿satisfacer el deseo de maternidad y poner en peligro la carrera profesional conseguida tras años de trabajo duro o reprimir una de las experiencias más satisfactorias y completas en la vida de una mujer persiguiendo la ambición profesional?

Muchas mujeres que ocupan puestos importantes y que desarrollan un trabajo satisfactorio se hallan a menudo ante ese dilema y pueden caer en profundas crisis, con períodos en que notan que les falta algo, pero no quieren, o no pueden aceptar, qué es lo que les falta. Ante una situación así, las estrategias más usuales puestas en práctica son:

• La evitación directa del contacto con los hijos de las amigas, para no correr el riesgo de encariñarse (a tal fin se evitan sistemáticamente los cumpleaños de niños y las salidas con otras parejas que tienen hijos); • una actitud de burla constante y molesta de las personas que sienten placer en cambiar pañales y pasar noches de insomnio; • un compromiso mayor en el trabajo con la esperanza de anestesiar el deseo de maternidad.

Estas personas muchas veces son conscientes de que desearían un hijo, pero les da miedo la idea de tener que renunciar a la vida profesional. Piden ayuda, con la esperanza de lograr conciliar ambos aspectos, porque se dan cuenta de que, pese a estar satisfechas con su trabajo, también querrían un hijo, pero les falta valor para dejar de tomar la píldora, o cualquier otro anticonceptivo eficaz, su aliado desde hace muchos años, y lanzarse a esta aventura.