Cartago - J. Vilmont - E-Book

Cartago E-Book

J. Vilmont

0,0

Beschreibung

En el siglo IX a. C. surge una nueva ciudad en la costa del Mediterráneo —en el Túnez actual—, fruto de la expansión marítima desplegada por los navegantes fenicios. Durante casi siete siglos, la ciudad-estado de Cartago crecerá en importancia, rivalizará con la Magna Grecia y con Roma, y alcanzará una gran prosperidad, beneficiándose del comercio de todo el Mediterráneo occidental. Enfrentada a Roma en tres ocasiones en su lucha por la hegemonía en el mar —las guerras púnicas—, será derrotada y destruida en el siglo II a. C., y convertida en la segunda ciudad más importante del imperio. La historia de Cartago es controvertida, pues las fuentes grecorromanas justifican su ocaso y desaparición, etiquetando negativamente sus costumbres, su cultura y sus gentes. El autor ahonda en la historiografía, tratando de superar el mito y las sombras que la envuelven.

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern
Kindle™-E-Readern
(für ausgewählte Pakete)

Seitenzahl: 480

Das E-Book (TTS) können Sie hören im Abo „Legimi Premium” in Legimi-Apps auf:

Android
iOS
Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



J. VILMONT

Cartago

La historia de un mundo eliminado por Roma

EDICIONES RIALP

MADRID

© 2021 by J. VILMONT

© 2021 by EDICIONES RIALP, S. A.,

Manuel Uribe, 13-15, 28033 Madrid

(www.rialp.com)

© Mapas: VÍCTOR DE LA GUARDIA NAVARRO

No está permitida la reproducción total o parcial de este libro, ni su tratamiento informático, ni la transmisión de ninguna forma o por cualquier medio, ya sea electrónico, mecánico, por fotocopia, por registro u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito de los titulares del copyright. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita reproducir, fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.

Realización ePub: produccioneditorial.com

ISBN (versión impresa): 978-84-321-5984-8

ISBN (versión digital): 978-84-321-5985-5

Imagen de cubierta: Tapiz de la batalla de Zama.

Palacio Real de Madrid. @Photoaisa

ÍNDICE

PORTADA

PORTADA INTERIOR

CRÉDITOS

PRESENTACIÓN

1. Los fenicios

2. Los orígenes de Cartago

3. Expansión mediterránea

4. Cartagineses en el Atlántico

5. Instituciones de gobierno

6. La sociedad cartaginesa

7. La economía púnica

8. Culto y creencias púnicas

9. El arte cartaginés

10. El ejército cartaginés

11. Primeros contactos con Roma

12. Los tratados con Roma

13. La guerra de Sicilia

14. La guerra de los mercenarios

15. Cartagineses en Iberia

La guerra de Aníbal

17. Periodo de entreguerras

18. La última guerra de Cartago

CRONOLOGÍA

MAPAS

BIBLIOGRAFÍA GENERAL

AUTOR

PRESENTACIÓN

LA ANTIGUA CIUDAD DE CARTAGO, cuya cronología abarca desde el año 814 a. C. hasta el 146 a. C., fue sencillamente fruto de la expansión marítima desplegada por los navegantes fenicios procedentes de las costas del levante Mediterráneo y que llegarán más allá de las Columnas de Hércules penetrando en el Atlántico.

El puerto de la ciudad fenicia de Tiro, junto con los de Sidón, Arados y Biblos fue uno de los que mayor actividad económica y mercantil desarrollaron en la Antigüedad. Pero de entre todas estas ciudades portuarias fenicias serán los comerciantes tirios los primeros en aventurarse a navegar por el Mediterráneo más occidental, sobrepasando el tradicional comercio con las costas griegas, chipriotas o egipcias más próximas a sus bases. Barcos procedentes de Tiro fundarán numerosas factorías y colonias de carácter comercial en todo el litoral sur del Mediterráneo. La más importante de ellas será Cartago que, aunque vinculada a la metrópoli en sus primeros años de existencia, muy pronto desarrollará su propia historia, que supone el objeto del presente trabajo.

Sin duda, los cartagineses dispusieron de historiadores y cronistas que en su día dejaron constancia del desarrollo histórico de la ciudad en archivos y bibliotecas, con las que seguro contó la ciudad de Cartago. No obstante, tras la extinción del mundo cartaginés solo han llegado hasta nosotros algunas noticias y fragmentos de la cultura púnica a través de griegos y romanos, los mayores enemigos de Cartago.

Aún así, no podemos afirmar de manera categórica que toda la historiografía grecorromana sea antipúnica, pero al tratarse de una ciudad-estado derrotada y su cultura extinta, las principales fuentes —todas grecorromanas— (Polibio, Diodoro, Tito Livio o Apiano, entre otros) han explicado, y sobre todo justificado, el ocaso y desaparición del mundo púnico. En este sentido, los cartagineses han sido retratados por la historiografía romana de modo peyorativo y despectivo, creando un estereotipo negativo en la mayor parte de la literatura desplegada por las fuentes, donde no faltan las descalificaciones de todo tipo hacia el mundo púnico, sus costumbres y sus gentes. Tendencia recogida sin más por muchos autores modernos que proyectan en sus trabajos la distorsionada visión romana de todo lo cartaginés. Otros autores actuales —entre los que me incluyo— consideran que en el mundo cartaginés existieron valores —sociales, culturales, políticos, comerciales, familiares o religiosos— tan nobles y con un desarrollo tan significativo y loable como en cualquier otra civilización mediterránea.

Es por esto que el presente trabajo está destinado a ofrecer al lector interesado en la Historia Antigua y en concreto en la de esta civilización mediterránea, una visión global y a la vez detallada de lo que la historiografía nos aporta sobre la antigua ciudad de Cartago y los cartagineses; analizando crítica y objetivamente las fuentes a nuestro alcance, sin olvidar que, en su mayoría —en especial los autores grecorromanos—, crean una visión histórica distorsionada sobre el mundo púnico en todas sus facetas.

Sin más preámbulos vamos a adentrarnos en conocer con todo el detalle que la historiografía nos permite el universo púnico, los cartagineses: sus orígenes, su cultura, su economía, su sociedad… en definitiva, su trayectoria histórica; eludiendo en lo posible el mito, la leyenda y las sombras que tradicionalmente envuelven la historia de Cartago.

1. Los fenicios

PARA UNA PRIMERA APROXIMACIÓN al mundo cartaginés es imprescindible conocer su procedencia oriental y semítica, por lo que este primer capítulo se lo vamos a dedicar brevemente al pueblo de los fenicios, prolíficos navegantes, quienes con la fundación de numerosas colonias en el Mediterráneo central —entre las que se encuentra la misma Cartago— sentarán las bases y el embrión fundacional de la civilización cartaginesa.

Si lanzamos a la Historia la pregunta: ¿quiénes eran los fenicios? Nos encontramos con varias teorías y aportaciones historiográficas. Las dos más significativas y relevantes serían las siguientes:

Por una parte, están los historiadores para quienes los fenicios serían semitas llegados a la costa oriental mediterránea desde el interior de los desiertos mesopotámicos. Los defensores de esta teoría se apoyan principalmente en los textos clásicos de Estrabón, Justino y Herodoto.

Por otra parte, está la teoría que sostiene que el Estado fenicio sería fruto de la evolución de los habitantes del área palestina lindante con el litoral Mediterráneo. Esta evolución daría lugar a los cananeos. Sin excluir ninguna de las dos principales aportaciones historiográficas sobre el origen del pueblo fenicio, personalmente pienso que es totalmente factible que durante la larga evolución in situ de las gentes autóctonas protocananeas, en determinados periodos de convulsiones y movimientos migratorios —como la llegada de los llamados Pueblos del Mar [1]—, en los distintos reinos y estados del levante mediterráneo se añadiesen gentes de procedencia alóctona[2] —con nuevos componentes étnicos y también culturales—, confluyendo en este caso las dos teorías. Hemos de recordar que en historiografía las divisiones, las periodizaciones, las teorías e hipótesis no son nunca estancas y excluyentes, pudiéndose complementar y solapar perfectamente unas a las otras.

Lo cierto es que hasta finales del segundo milenio a. C. no se diferencia con claridad a los fenicios del resto de los cananeos. Los cananeos serían los habitantes del litoral levantino enmarcados justo al sur de Fenicia. Las dos ciudades fenicias más antiguas serían Biblos y Ugarit, ambas a orillas del mar y a espaldas de los montes del Líbano. Esta situación geográfica será la misma para todos los asentamientos urbanos que se constituyan en Fenicia. Pronto se fundarán también las ciudades de Sidón y Tiro. Esta ubicación geográfica, unida a factores políticos y culturales condicionará la elección de lo que podríamos denominar un “camino marítimo” como natural vía de expansión de estas gentes. El geógrafo e historiador romano del siglo I, Pomponio Mela, contemporáneo al emperador Claudio, escribió refiriéndose a los fenicios: «Los fenicios fueron una raza inteligente, que prosperó en paz y en guerra. Fueron excelentes en escritura y literatura, y en otras artes; en marinería, en el arte de la guerra naval y en el dominio de un imperio».

La ciudad de Tiro estaba emplazada originalmente en una isla —hoy unida a tierra firme— a 40 km al sur de Sidón. Las fuentes antiguas escritas nos dicen que tuvo dos puertos: uno natural al norte de la isla, y otro artificial al sur, conectados ambos por un canal que atravesaba la ciudad. Desde luego, no podemos atribuir a la casualidad la semejanza que las posteriores ciudades de Gadir y Cartago guardan con su ciudad madre. Los colonizadores fenicios tuvieron muy presente la imagen de su ciudad natal al elegir los emplazamientos de las dos urbes más importantes erigidas por los fenicios en el Mediterráneo occidental y central respectivamente. Gadir en sus orígenes era una isla como Tiro, y en Cartago se construyeron, aprovechando una pequeña dársena natural, dos puertos artificiales unidos entre sí.

Todas las ciudades fenicias tenían unas características más o menos comunes: una playa —preferentemente de aguas bajas— para fondeadero de los grandes navíos de transporte, donde embarcaciones más pequeñas desembarcarían el cargamento en la arena; un manantial de agua dulce, imprescindible para el establecimiento y mantenimiento de una urbe; una zona rocosa, preferentemente un prominente montículo que utilizarían como atalaya, tomada como punto de referencia para sus barcos, siendo su primordial finalidad la de faro y torre vigía; otro elemento necesario a corto-medio plazo sería la necrópolis o cementerio, imprescindible y de vital importancia para las creencias fenicias. Estos asentamientos fenicios se encontraban relativamente cercanos entre sí, a una distancia estimada de un día de navegación —unos cuarenta kilómetros—. Estas características de las ciudades fenicias se repetirán en todas las colonias, factorías y asentamientos repartidos por todo el Mediterráneo central y occidental.

Las principales características comerciales por las que se distinguirán los fenicios serán: la navegación de altura —y con ella el comercio a gran escala de los más variados productos—, el monopolio de la púrpura, la construcción naval, la pasta vítrea, los salazones de pescados, la alfarería y algo de trascendental importancia como el alfabeto[3]; que supondrá la base del griego, cirílico, latino y árabe posteriores. Aunque los anteriormente nombrados serían los más destacados productos, el abanico de mercancías transportadas por los fenicios para su comercialización sería sin duda mucho más amplio.

Una de las causas más relevantes de la expansión fenicia por todo el Mediterráneo —según diversos autores— sería la obtención de metales. El historiador Diodoro Sículo dice: «Los fenicios expertos en el comercio compraban a Iberia plata con el trueque de otras mercancías. Llevaban la plata a Grecia, Asia y a todos los restantes pueblos, obteniendo grandes ganancias».

Otros autores añaden a las causas de la expansión fenicia una posible carestía alimenticia de algunas urbes del país, debido tal vez a un cambio climático que actuó reduciendo las tierras en cultivo, así como el rendimiento de las ya cultivadas. Debido a la orografía accidentada del terreno, se trataba en muchas ocasiones de inclinadas laderas difíciles de roturar y cultivar. Todo esto, unido a un fuerte crecimiento demográfico, y tal vez también a desastres naturales, propició el embarque de gran número de colonos destinados a poblar las numerosas factorías que los fenicios establecerán en todo el litoral sur y occidental del Mediterráneo, especialmente durante el siglo VIII a. C. El historiador romano Quinto Curcio Rufo nos aporta alguna referencia sobre las causas y motivos de la expansión fenicia: «En sus incursiones por mar libre y en sus continuos viajes a tierras desconocidas por otros pueblos, los tirios escogieron, o lugares en donde colocar su juventud, abundante en exceso en aquel entonces, o quizá porque, cansados de los continuos terremotos, los cultivadores de tierras se vieron obligados, arma al brazo, a buscar nuevos domicilios lejos de la patria».

En esta expansión, también debió de incidir la búsqueda de nuevos mercados, impulsada por los intereses económicos de la realeza y de la aristocracia de las ciudades fenicias, confluyendo la tradición marinera y comercial de los fenicios con el apoyo económico y político de las grandes ciudades del país para llevar a buen puerto tal empresa.

Aunque la lógica expansión por el Mediterráneo fue progresivamente de Oriente a Occidente, se fundaron simultáneamente tanto colonias próximas a Fenicia, como en el extremo más occidental de este mar. Parece ser que estas expediciones o empresas marítimas, bien comerciales, bien colonizadoras —sin excluir que tuviesen ambos propósitos, con toda probabilidad—, eran planificadas con detenimiento y anterioridad a su puesta en marcha, aunque también es de suponer que dada su duración y lejanía de la metrópoli estarían sujetas a modificaciones y decisiones sobre el terreno. En algún momento de esta expansión fenicia, la ciudad de Tiro debió ostentar una primacía o hegemonía política y comercial sobre el resto de las ciudades fenicias, pues serán los tirios los que establezcan colonias en el Mediterráneo más alejado de la metrópoli, es decir, en la cuenca central y occidental de este mar. Nunca existió una auténtica confederación fenicia. Cada ciudad fenicia fue siempre políticamente independiente del resto de ciudades-estado vecinas. Esto no es obstáculo para que el comercio, la colaboración o intereses comunes en determinados momentos unieran los objetivos —sobre todo comerciales— de las diversas urbes fenicias.

Aunque el comercio de determinados productos —como el múrice[4], la púrpura o la madera de cedro— podía ser un monopolio estatal, la gran mayoría de artículos con los que se comerciaba estaban en manos privadas, cuyos objetivos consistían —como buenos comerciantes— en obtener beneficios en sus transacciones. El eje principal de este comercio era el intercambio de materias primas por productos, artículos y objetos ya elaborados y terminados que tendrían gran demanda y aceptación entre las élites indígenas.

El modelo comercial practicado por los fenicios presentaría tres formatos diferentes, según la recepción o el interés que los pueblos indígenas mostrasen hacia estos extranjeros y sus productos, así como la dificultad y la cantidad que estos pueblos encontrasen en obtener oro, plata o cualquier otra materia demandada por los fenicios.

COMERCIO SILENCIOSO

Se trata del intercambio comercial más sencillo y primitivo conocido, y consistiría en que los mercaderes fenicios descargarían su género en una playa para retirarse a continuación a su embarcación. Tras quedar la playa libre de fenicios, los indígenas se aproximarían a las mercancías expuestas, observándolas y examinándolas, y en el caso de llevarse algo que fuese de su interés dejarían su valor en oro o plata. Esta operación se repetiría las veces que fuesen necesarias hasta que las dos partes estuviesen de acuerdo en lo ofertado y lo recibido. Este tipo de comercio fue practicado también mucho después por los cartagineses con poblaciones de un nivel de desarrollo notablemente inferior al púnico, al menos en las costas atlánticas africanas, como deja entrever el siguiente texto de Herodoto:

Los cartagineses cuentan también la siguiente historia: en Libia, allende las Columnas de Heracles, hay cierto lugar que se encuentra habitado. Cuando arriban a ese paraje, descargan sus mercancías, las dejan alineadas a lo largo de la playa y acto seguido se embarcan en sus naves y hacen señales de humo. Entonces los indígenas, al ver el humo, acuden a la orilla del mar, y, sin pérdida de tiempo, dejan oro como pago de las mercancías y se alejan bastante de las mismas. Por su parte, los cartagineses desembarcan y examinan el oro; y si les parece un precio justo por las mercancías, lo cogen y se van; en cambio, si no lo estiman justo, vuelven a embarcarse en las naves y permanecen a la expectativa. Entonces los nativos, por lo general, se acercan y siguen añadiendo más oro hasta que los dejan satisfechos. Y ni unos ni otros faltan a la justicia; pues ni los cartagineses tocan el oro hasta que, a su juicio, haya igualado el valor de las mercancías, ni los indígenas tocan las mercancías antes de que los mercaderes hayan cogido el oro.

COMERCIO INTERMEDIO

En este caso los fenicios desembarcarían con sus artículos y, formando una pequeña caravana comercial, penetrarían en las tierras del interior más próximo a la costa, donde se encontrarían con los indígenas en un lugar neutral, es decir, un lugar intermedio entre la playa de desembarco y el núcleo poblacional indígena. Allí, cara a cara, se negociaría el precio y se realizarían las transacciones. Con este tipo de negociado aparecerían los primeros intérpretes.

COMERCIO DE FACTORÍA

Este modelo comercial se desarrollaba en una factoría o colonia fenicia permanente dotada de almacenes, instalaciones portuarias, espacios públicos y zonas de mercado que albergaban gran variedad y cantidad de productos, lo que permitía realizar grandes transacciones. Incluso dentro de los templos se efectuaban intercambios, pues el comercio era sagrado para los fenicios. Los jefes y régulos de los pueblos indígenas trasladaban hasta estos establecimientos comerciales costeros grandes cantidades de los artículos más demandados por los fenicios. Como ya conocemos, estos asentamientos comerciales permanentes se encontraban por lo general junto a promontorios, desembocaduras de ríos, islas próximas a la costa, en playas propicias para varar barcos o junto a manantiales de agua potable. Con el tiempo se establecieron barrios comerciales fenicios dentro de los recintos urbanos indígenas más cercanos al litoral con el fin de captar con mayor facilidad y rapidez los productos proporcionados por las poblaciones nativas.

Cualquiera que fuese el modelo comercial practicado por los fenicios, una vez fondeadas en el destino comercial, las naves fenicias podían estar amarradas o varadas largo tiempo en puerto en espera de buenas condiciones para hacerse de nuevo a la mar, con el barco cargado de mercancías. Ningún navegante de la Antigüedad quería verse inmerso en un naufragio y menos aún con la nave repleta de valiosos productos. En la Odisea de Homero se lee: «Quedáronse los fenicios un año entero con nosotros y compraron muchas vituallas para la cóncava nave».

En su mayor parte, toda esta incesante actividad comercial fue posible gracias a una sofisticada red permanente de rutas marítimas bien conocidas, y por consiguiente transitadas con asiduidad. La más importante ruta de navegación comercial que une los distintos puntos de calado de la flota mercante fenicia partiría de cualquier puerto de la costa oriental del Mediterráneo —por ejemplo, Tiro—, descendería costeando el litoral hasta Egipto, para continuar navegando hacia el oeste siguiendo la costa africana hasta llegar al puerto de Cartago. A partir de este estratégico punto del Mediterráneo central existían varias alternativas para proseguir la navegación rumbo a occidente. Dentro de estas opciones de vías marítimas podemos diferenciar claramente dos; aunque por supuesto, con sus propias bifurcaciones y opciones de ruta cada una de ellas:

La ruta continental. Las naves podían seguir navegando próximas a la costa africana en dirección oeste hasta llegar a las Columnas de Hércules. Una vez en este punto existían tres opciones de navegación. Primero, seguir avanzando por el litoral africano atlántico costeando la actual línea de costa marroquí. Segundo, desde Gadir y ya en el Atlántico, costear el litoral portugués hacia el norte. Tercero, desde Gadir también poner rumbo este para recorrer el litoral mediterráneo de la península Ibérica. Como hemos visto, el tipo de navegación predominante llevada a cabo en esta ruta es la de cabotaje —sin perder nunca de vista la línea de costa—.

La ruta de las islas. Desde Cartago las embarcaciones podían conectar con Malta, Sicilia, Gozo, el resto de pequeñas islas próximas a estas y las costas del sur de Italia. Esta ruta de las islas tenía otra opción más occidental, consistente en llegar a Cerdeña y desde allí a Córcega, o bien navegar rumbo oeste hacia las Baleares, desde donde se podía continuar hasta las próximas costas de Iberia. En este caso, el tipo de navegación efectuada era de altura.

Todas estas consolidadas rutas de navegación creadas por los fenicios y que se mantendrán en uso en los siglos venideros —prácticamente hasta hoy— son el fruto de su determinación como expertos marinos y navegantes, pero también de la puesta en práctica de unas depuradas técnicas y artes de navegación que certificaron el éxito de sus empresas comerciales. Pilotos de navegación, timoneles, oficiales de ruta, jefes de remeros y demás tripulación —como auténticos profesionales— sabían hacer bien su trabajo. No en balde, a los fenicios se les adjudica la invención de la quilla, el calafateo[5] y el espolón.

La navegación de cabotaje —desarrollada en la ruta continental— se practicaba durante las horas del día, fondeando habitualmente en algún punto adecuado de la costa al caer el sol. Por el contrario, la navegación de altura —empleada sin otra opción en la ruta de las islas— solía practicarse de noche, pues la referencia para seguir el rumbo eran las constelaciones estelares. Estos conocimientos astrales de los fenicios para navegar en alta mar parecen estar tomados de los caldeos[6]. Se apoyaban de manera tan vital en las estrellas para llevar a buen puerto su navegación nocturna que los marineros fenicios llamaban Fenicia a la Estrella Polar.

La navegación por el Mediterráneo —sobre todo la de altura—, se llevaba a cabo durante la época de climatología más benigna del año, esto es, entre finales de marzo y principios de octubre. La costumbre iniciada por los fenicios de navegar principalmente en esos meses se prolongará hasta finales de la Edad Media. En consecuencia, podemos calcular que un barco fenicio procedente de Tiro podía arribar a Gadir en algo menos de tres meses, por lo que tocar puerto en Cartago supondría unos dos meses de navegación. Es evidente que la flota fenicia no contó con un solo tipo de embarcación. La gama de diseños navales fue muy amplia, acomodándose la construcción al destino que se le iba a dar a la embarcación.

Así, existían pequeñas embarcaciones para la pesca y el transporte local con cuatro remos a lo sumo y hasta cuatro tripulantes, con una eslora de entre 5 y 8 metros. En el ARQVA[7] se conserva uno de estos pequeños botes hallado en aguas de Mazarrón. Se trata de la nave antigua más completa hallada en el Mediterráneo. Estas embarcaciones podían lucir en la proa una cabeza de caballo tallada. Son los llamados hoppoi. Incluso los fenicios dispondrían de pequeños botes muy ligeros hechos con una flexible estructura de madera recubierta por tensas pieles, que posiblemente también serían empleadas para reforzar la estanqueidad de las embarcaciones de mayor eslora. El poeta e historiador romano Rufo Festo Avieno así lo documenta:

Aquí [Gadir] se encuentra una raza de gran vigor, de talante altanero, y de una habilidad eficiente, imbuidos todos de una inquietud constante por el comercio. Y surcan con sus pataches, aventurándose a largas distancias, una mar agitada por los notos y el abismo de un océano, preñado de endriagos. De hecho, no saben ensamblar sus quillas a base de madera de pino y tampoco, según es usual, alabean sus faluchos con madera de abeto, sino que, algo realmente sorprendente, ajustan sus bajeles con pieles entrelazadas y a menudo atraviesan el extenso mar salado en estos cueros.

Las naves destinadas al gran transporte de mercancías por todo el Mediterráneo eran anchas y panzudas —llamadas por los griegos gaulós [8]—, tenían una eslora máxima de treinta metros y una manga de siete, pudiendo albergar hasta 500 toneladas de los más diversos materiales con los que se comerciaba en el mundo antiguo; mercancías que eran colocadas en la nave con calculada y precisa distribución, pues cualquier movimiento de la carga durante la travesía podía resultar fatal. La propulsión de estos mastodontes de su tiempo estaba garantizada por una gran vela cuadrada en el mástil central, apoyada por hasta veinte remos auxiliares. La velocidad de estas naves a plena carga oscilaría entre los cinco y diez nudos a la hora, dependiendo siempre de la dirección de los vientos, las corrientes y el estado de la mar.

Aunque los fenicios no sobresalieron precisamente como pueblo belicoso o guerrero, sí que dispusieron de naves de guerra con la finalidad de prestar apoyo a su flota mercante, además de como vigías y custodios de sus puertos, rutas y fondeaderos. Estos buques de guerra —llamados pentecontoros por los griegos— presentaban una característica popa en forma de cola de pez y espolón puntiagudo recubierto de bronce en la proa, para embestir y destrozar el costado de los buques enemigos. La fuerza de choque durante la embestida la otorgaban sus numerosos remeros. A estribor y babor de la proa eran visibles los característicos ojos de Horus[9] y, sobre estos, los orificios por donde se deslizaban los cabos o cadenas de las anclas.

Como vamos a ir descubriendo a lo largo del libro, los herederos de todos estos conocimientos, tradiciones, técnicas, cultura y costumbres van a ser los cartagineses. Ellos serán los naturales continuadores de esta cultura de procedencia oriental, que se irá diluyendo con el paso de los años para perdurar si acaso, en lo púnico, en lo genuinamente cartaginés.

[1] Es el nombre con el que la historiografía conoce a un conjunto de pueblos de la Edad del Bronce Final que hacia el año 1200 a. C. llegaron a Próximo Oriente y Egipto desde la península Balcánica. También pueden denominarse Pueblos del Norte.

[2] De procedencia distinta al lugar donde se encuentra. Foráneo, forastero.

[3] El alfabeto fenicio está documentado en torno al año 1000 a. C. en el sarcófago del rey Ahiram de Biblos, derivado de signos jeroglíficos simplificados de origen cananeo, que estos a su vez habrían adoptado de los egipcios.

[4] Molusco marino de caparazón grande que segrega un líquido tintóreo de color púrpura muy apreciado en la Antigüedad.

[5] En la construcción naval se llama calafatear al trabajo de introducir entre las tablas del casco una mezcla de cáñamo, estopa y brea para asegurar la estanqueidad de la nave.

[6] Pueblo semítico asentado en la media Mesopotamia antecesor de Babilonia. Los romanos llamaron a los astrólogos y matemáticos por el nombre de caldeos.

[7] Acrónimo del Museo Nacional de Arqueología Subacuática. Se encuentra en el puerto de la ciudad de Cartagena.

[8] Bañeras.

[9] Estaban pintados en muchas embarcaciones de la Antigüedad. Garantizaban protección y defensa en el mar y guiaban a la nave a buen puerto.

2. Los orígenes de Cartago

COMO EN EL CASO DE OTRAS MUCHAS ciudades de la Antigüedad, la leyenda envuelve la fundación de Cartago. La fecha más consensuada por la historiografía tradicional establece el año 814 a. C. como el de la fundación de la ciudad, cronología confirmada por los resultados de carbono 14[1] más recientes.

Es más que probable que ya entre el 825 y el 820 a. C. —incluso algunas décadas antes— el lugar donde se fundó Cartago fuese una destacada y próspera factoría fenicia donde se comerciaba con los pueblos indígenas más próximos al litoral, a los que incluso se les pagaría una cuota anual con el fin de que respetaran el establecimiento colonial. El acto fundacional sería muy parecido al llevado a cabo en la colonia fenicia de Gadir [2] en la Península Ibérica, con la que guarda casi idénticos paralelismos en su origen y fundación. La diferencia más notable entre ambas ciudades de origen fenicio sería que, en el caso de Gadir, tanto sus orígenes como su consolidación estarían netamente vinculados a lo comercial, mientras que Cartago —sin eludir su carácter comercial como todo asentamiento fenicio— constituiría una colonia más aristocrática, a la que fueron llegando notables clanes familiares procedentes de Tiro.

Los relatos más antiguos sobre la fundación de Cartago nos sugieren que el asentamiento fue establecido por la princesa Elisa[3], noble mujer natural de la ciudad fenicia de Tiro. Era hija del rey Mutto y se había visto obligada a abandonar su propia ciudad debido a la persecución de la que era objeto por parte de su hermano Pigmalión. Este había asesinado a su esposo, de nombre Sicarbas, el cual —según cuenta la leyenda— era un sacerdote de Heracles. ¿El motivo del asesinato? Un tesoro.

Como era de esperar, la “guerra” entre hermanos trajo consigo el origen de dos bandos enfrentados, cada uno con sus propios seguidores; un pequeño grupo de estos acompañó a la princesa Elisa en su exilio. La primera escala los llevó hasta la cercana isla de Chipre, donde —siempre según cuenta la leyenda— raptaron a un grupo de doncellas para que sirvieran de esposas, y seguidamente continuaron el viaje pasando por la isla de Creta y la de Malta. Tras un largo periplo por el Mediterráneo llegaron hasta el Golfo de Túnez, donde fondearon sus naves y desembarcaron en la entonces pequeña factoría fenicia de Útica —al norte de lo que pronto sería Cartago—.

Los recién llegados se encontraron con la natural hostilidad de las poblaciones locales —reacias a la presencia permanente de extranjeros—, y la tradición dice que en estas regiones estaba prohibido a los extranjeros comprar terrenos cuya extensión fuera superior a la que podía cubrir una piel de buey. De acuerdo con esta leyenda, Elisa elabora un brillante plan o estratagema para superar tal imposición y, haciendo tiras muy finas con la piel del buey y uniéndolas entre sí, logró perimetrar una superficie lo suficientemente grande como para que en su interior se pudiera construir un asentamiento. Dicha colonia —la futura Cartago— tuvo dos intentos de fundación: en el primero encontraron una cabeza de buey, y los auspicios decidieron que ese no era el lugar apropiado. En el segundo intento fue una cabeza de caballo la que se encontraron; esto les sugirió un buen augurio, por lo que allí mismo se erigiría la ciudad. Se trataba de la colina de Byrsa, un idóneo promontorio próximo al fondeadero que recibió el nombre de Qart Hadasht [4].

El relato legendario del hallazgo de la cabeza de buey bien puede deberse a que Byrsa en lengua púnica quiere decir vaca o buey. Se trataría de la colina supuestamente perimetrada por la princesa Elisa con las finísimas tiras de piel de buey. Del mismo modo, el posterior hallazgo del cráneo de equino puede haber surgido de las representaciones impresas en las monedas púnicas de una gran cabeza de caballo, de caballos completos y de palmeras[5], que con toda probabilidad también las habría en el entorno de Byrsa.

El legendario relato de Elisa sigue avanzando en el tiempo. Los primeros tiempos fueron indudablemente difíciles y marcados por los enfrentamientos bélicos más o menos frecuentes con las poblaciones locales. También es posible que, en un principio, los cartagineses pagasen un tributo anual a los reyezuelos y príncipes indígenas a cambio de respetar la integridad del territorio que conformaba la colonia de Cartago. Es en este punto de la leyenda cuando entra en escena el rey de los bereberes, Hiarbas, un personaje autóctono quien, seducido por la foránea belleza e inteligencia de Elisa, quiso hacerla su esposa y le comunicó que si no aceptaba sus deseos exterminaría a todos los cartagineses. Elisa, que amaba a su primer esposo, decide que debe evitar una dura prueba a su joven patria e intentar salvar a su ciudad, pero sin caer en brazos del pretencioso rey beréber. ¿Qué hizo Elisa para escapar de semejante destino? La leyenda dice que se suicidó arrojándose a un gran fuego.

Este acto, considerado heroico por su pueblo, la equiparó a una auténtica diosa; una diosa prolífera en los escritos poéticos y literarios de la Antigüedad; escritores y artistas, se fijaban en ella como ejemplo de inspiración, rectitud, valentía y buen hacer. Virgilio fue uno de esos literatos, pero en su caso, el apuesto troyano Eneas —según la tradición clásica, Rómulo y Remo eran sus descendientes— sería el causante del suicidio de la joven reina, pues la abandonó y Elisa no pudo soportar tal destino. En este trágico momento, Virgilio pone en boca de la princesa estas palabras —más bien una maldición—, que anticipan el futuro y tormentoso devenir entre romanos y cartagineses: «Y vosotros, ¡oh, Tirios!, cebad vuestros odios en su hijo y en todo su futuro linaje [...]. Nunca haya amistad, nunca haya alianza entre los dos pueblos… ¡playa contra playa, olas contra olas, armas contra armas, y que lidien también hasta sus últimos descendientes!».

Es muy discutible que en la ciudad de Cartago se rindiese culto alguno a Elisa, más allá de la pura leyenda. Pero la que acabamos de leer no es la única narración legendaria sobre la fundación de Cartago. Fueron varios los autores de la Antigüedad, recopilados por el historiador romano Apiano, quienes afirmaron que «los fenicios fundaron Cartago en Libia cincuenta años antes de la caída de Troya; sus fundadores fueron Zoros y Karkhedon».

Incluso otra versión atribuye la fundación a una mujer de nombre Carthagene o Karchos, que evidentemente daría nombre a la ciudad.

En definitiva, no poseemos ningún texto antiguo que relate de forma segura y fehaciente cómo, cuándo y en qué circunstancias tuvo lugar la fundación de Cartago, más allá de estas leyendas.

Aunque —como decía al principio— la fecha tradicional de la fundación de Cartago aceptada por la mayoría de los historiadores hay que situarla en torno al año 814 a. C., los hallazgos arqueológicos más antiguos no han podido ser datados más allá de la segunda mitad del siglo VIII a. C. Evidentemente, la propia trayectoria histórica de la ciudad hace muy difícil llegar a los restos arqueológicos fundacionales o más antiguos.

En este punto, hemos de considerar que la ciudad fue literalmente arrasada —nivelada, apuntan las fuentes— en el año 146 a. C. por el romano Escipión Emiliano, siguiendo instrucciones del Senado. Con posterioridad, Cayo Sempronio Graco intentó fundar —sin éxito— una colonia sobre sus ruinas. Lo mismo intentará después Cayo Mario, sin mayor fortuna que el anterior. Finalmente, Julio César creará la Colonia Julia Cartago. Toda esta nueva actividad colonial romana sobre los restos púnicos hará que estos sean amortizados, desaparezcan o sean reutilizados y dispersados en nuevas edificaciones de toda índole; a lo que hay que añadir la gran actividad e intensa vida que tuvo la ciudad como capital de la provincia romana de África durante todo el Imperio, para posteriormente sufrir la destructiva invasión de los vándalos y un siglo después la de los bizantinos. Y si todavía pensamos que para entonces pudiese existir algún vestigio genuinamente púnico, en el año 695 de nuestra Era, el musulmán Asan ibn en-Noman el-Ghassani —general del califa Abd el-Melek— la arrasó nuevamente hasta los cimientos, trasladando la capital del territorio que un día fuera cartaginés a la actual Túnez.

Desde entonces el territorio de la antigua Cartago ha estado largamente dominado por el islam, situación que con mayor o menor grado de ortodoxia llega hasta nuestros días. En lo que fue su territorio tuvo lugar la Octava Cruzada durante el año 1270. El objetivo de los cruzados franceses era el de convertir al sultán de Túnez al cristianismo, aventura infructuosa y en la que resultaría muerto el rey de Francia Luis IX, conocido con posterioridad como san Luis. Luego fue conquistado por el célebre pirata Barbarroja, brevemente dominado por la España imperial de Carlos V, ocupado por el Imperio otomano, colonizado por Francia y ocupada durante la Segunda Guerra Mundial por italianos y alemanes, para posteriormente caer en poder de los aliados. En la actualidad, forma parte del territorio del Estado de Túnez desde que este alcanzó su independencia.

A partir de entonces, empezó a adquirir una gran importancia arqueológica, que dio lugar a la gran campaña internacional de excavaciones para la salvaguarda de Cartago de 1975. Sus ruinas fueron declaradas Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en el año 1979. Entre las piezas arqueológicas halladas hay restos vándalos, bizantinos y, sobre todo, romanos, pero también aparecieron en los estratos más antiguos objetos púnicos. Allí se encontraron algunos de los más bellos y mejor conservados mosaicos de la antigüedad, que datan de la época romana. Todos estos hallazgos arqueológicos se encuentran en el afamado museo de El Bardo de la capital tunecina.

En la actualidad, la pequeña península donde se ubicaba la antigua ciudad cartaginesa es parte de un barrio residencial de alto nivel social y económico de la ciudad de Túnez, en el que se han asentado varias embajadas. También está ubicada en este emblemático lugar trimilenario la residencia del presidente de la República Tunecina, próxima a las ruinas romanas de lo que un día fueron las espectaculares Termas de Antonino. El nombre de Cartago permanece actualmente en varias poblaciones en el continente americano, llamadas así por los conquistadores españoles de los siglos XVI y XVII en honor o recuerdo de la Cartago Nova española, la actual Cartagena, fundada por el cartaginés Asdrúbal Barca al iniciarse el último cuarto del siglo III a. C.

No obstante, en los últimos años, la labor arqueológica concentrada en la colina de Byrsa donde se encuentran las necrópolis más antiguas y el Tofet [6] de Cartago, ha tomado un nuevo impulso y está arrojando algo de luz sobre la época más arcaica de la ciudad, pero seguimos sin poder afirmar con rotundidad absoluta la fecha fundacional de Cartago.

Lo que no cabe duda es que los fenicios procedentes de la ciudad de Tiro eligieron un sitio privilegiado —como por otra parte era habitual— para levantar primero su factoría y muy pronto una auténtica ciudad, basada en los conocimientos constructivos traídos de Oriente. Efectivamente, el planteamiento urbanístico y la arquitectura desarrollada en Cartago eran una mezcla de modelos con antecedentes sirio-palestinos y fenicios de tipo predominantemente práctico y de modelos basados en la lógica hipodámica[7], en parte creada por su propia experiencia en la construcción y, en parte, sobre todo en su última fase, por clara influencia griega y helenística durante el siglo III a. C. Su topografía ofrecía excelentes elementos naturales en los que apoyarse para construir fortalezas, puertos y áreas comerciales; del mismo modo que las tierras contiguas a las afueras de la ciudad eran idóneas para ser roturadas y explotadas para el abastecimiento agrícola de la población.

La zona más alta de la ciudad se desplegaba partiendo de la colina de Byrsa, donde se hallaba la inexpugnable fortaleza del mismo nombre y el templo de Eshmún. En las laderas de la colina se encontraban las grandes residencias de la aristocracia cartaginesa. Se descubrieron restos de casas recubiertas por las cenizas del incendio de su destrucción en el año 146 a. C. Estas viviendas presentan características muy similares a las helenísticas, constituyendo un recinto de calles concéntricas. En el llamado barrio Magón se observa una labor constructiva a gran escala de una remodelación urbanística del siglo III a. C., con el aprovechamiento del espacio que ocupaba la antigua puerta de la muralla del siglo V a. C., para construir viviendas de lujo destinadas sin duda a la aristocracia. El conocido como barrio de Salambó era el centro político y económico de la ciudad, estaba unido al puerto comercial por tres avenidas descendentes, y en él se hallaba el foro principal de la ciudad y el ágora, donde se practicaba un intenso comercio. Probablemente, el Senado de Cartago se reunía para tomar decisiones de manera ordinaria en algún destacado edificio de este barrio. Sin embargo, las reuniones donde se debían tomar decisiones trascendentales se llevaban a cabo en el templo de Eshmún, sobre la colina de Byrsa.

La parte de la ciudad más próxima al mar, donde se encontraban el puerto comercial y el militar, estaba dotada con amplios almacenes con capacidad suficiente para albergar las numerosas y diversas mercancías destinadas al comercio, y en ella también se ubicaban algunas viviendas modestas habitadas por estibadores, marineros, pescadores y otras gentes que desarrollaban su labor diaria en el entorno del puerto. Dentro del área perimetrada por las murallas, al noroeste de la ciudad, se hallaba el amplio suburbio de Mégara, ocupado por casas y villas rurales, amplios campos de cultivo y jardines ornamentales. Zona de recreo y esparcimiento que hoy denominaríamos el pulmón de la ciudad. Todo este territorio descrito constituiría en su conjunto el área metropolitana de Cartago.

El historiador Polibio, que visitó la ciudad poco después de su toma por los romanos en el año 146 a. C., describe el emplazamiento de esta manera:

La ciudad de Cartago está emplazada en un golfo. Por su posición tiene forma alargada, como de una península, rodeada de mar en su mayor parte, y también por un lago. El istmo que la une al continente africano tiene unos veinticinco estadios de anchura. No lejos de este sitio, y por el lado que da al mar, está la ciudad de Útica; por el otro lado, el del lago, está Túnez.

El historiador griego Apiano la describe también en el siglo II d. C., dando su versión de cómo era la ciudad en tiempos de las guerras contra Roma:

La ciudad se encontraba en el seno de un gran golfo y se asemejaba mucho a una península, pues la separaba del continente un istmo de veinticinco estadios de ancho. Desde este istmo, una lengua de tierra estrecha y alargada, de medio estadio de ancho, avanzaba hacia el oeste entre la laguna y el mar. […] La parte de la ciudad que daba al mar, al borde de un precipicio, estaba protegida por una muralla simple. La parte que miraba hacia el sur, hacia el continente, donde estaba la ciudad de Byrsa, estaba guarnecida en el istmo por una triple muralla. La altura de cada una de estas murallas era de treinta codos, sin contar las almenas y las torres, que estaban colocadas por toda la muralla a intervalos de dos pletros; cada uno tenía cuatro pisos y su profundidad era de treinta pies. Cada lienzo de muralla estaba dividido en dos pisos. En la parte inferior, cóncava y estrecha, había establos para trescientos elefantes y, a lo largo de ellos, estaban los abrevaderos; encima había establos con capacidad para cuatrocientos caballos y almacenes para el forraje y el grano. También había barracas para veinte mil soldados de infantería y cuatro mil jinetes. Tan gran preparativo para la guerra estaba distribuido para albergarse solo en el interior de la muralla. El ángulo que se curva desde esta muralla hasta el puerto, a lo largo de la lengua de tierra mencionada, era el único punto débil y bajo […].

Efectivamente, el lugar donde se edificó la ciudad de Cartago era perfecto y no había sido elegido ni mucho menos al azar. Entre los cabos Blanco y Bon existía una rada natural propicia para fondear barcos y para la construcción de un magnífico cothón[8]. El gran puerto artificial que llegó a tener la ciudad es descrito por Apiano:

Los puertos comunicaban entre ellos y tenían una entrada común desde el mar, de setenta pies de ancho, que podían cerrar con cadenas de hierro. El primer puerto era para barcos mercantes y había en él gran cantidad y variedad de aparejos; en el interior del segundo puerto, en su parte central, había una isla, y la isla y el puerto estaban interceptados a intervalos por grandes diques, los cuales albergaban astilleros con capacidad para doscientas naves, y adosados a los astilleros, había almacenes para los aparejos de las trirremes. Delante de cada astillero había dos columnas jónicas que daban el aspecto de un pórtico continuo al puerto y a la isla. En la isla estaba la residencia del almirante, desde la cual el trompetero daba las señales y el almirante lo inspeccionaba todo.

Al otro lado del mar estaban las costas sicilianas. Los cartagineses “solo” tenían que salvar el estrecho de Sicilia, que separa ciento cuarenta y cinco kilómetros el cabo Bon en África del cabo Feto en Sicilia, que son los puntos más cercanos entre ambas costas. Se trataba de una navegación no demasiado complicada y relativamente rápida de ida y vuelta, pero no exenta de peligro. Con el control de ambas costas, los cartagineses controlaban también el acceso a ambas cuencas del Mediterráneo, siendo este uno de los principales motivos de las constantes disputas con los griegos de Sicilia.

[1] El método de datación por radiocarbono 14 es la técnica basada en isótopos más fiable para conocer la edad de muestras orgánicas de menos de 50 000 años.

[2] Colonia fenicia fundada al sur de la Península Ibérica, que atendiendo a los restos arqueológicos fue fundada a principios del siglo ix a. C. Es considerada por muchos autores la ciudad más antigua de occidente. Se corresponde con la actual ciudad de Cádiz.

[3] También conocida en diversos textos como Dido.

[4] Capital nueva o ciudad nueva.

[5] Como curiosidad histórica podemos resaltar que durante la Segunda Guerra Mundial el anagrama representado por una palmera y una esvástica que distinguía a las unidades alemanas del Afrika Korps, fue tomado de la iconografía numismática púnica. Paradójicamente, las últimas unidades del Afrika Korps fueron aniquiladas o apresadas en mayo de 1943 en la defensa de lo que un día fue Cartago.

[6] Santuario en el que se realizaban los sacrificios en honor a los dioses púnicos. Según algunos autores, en la época más arcaica las víctimas de tales sacrificios eran niños que eran quemados vivos. Esto no está corroborado por la historiografía y podría tratarse de propaganda romana con la intención de mostrarnos la peor cara de los púnicos.

[7] Un plan hipodámico, trazado hipodámico o trazado en damero, es el tipo de planeamiento urbanístico que organiza una ciudad mediante el diseño de sus calles en ángulo recto, creando manzanas (cuadras) o rectangulares. El apelativo hipodámico proviene del nombre del arquitecto griego Hipodamo de Mileto, considerado uno de los padres del urbanismo cuyos planes de organización se caracterizaban por un diseño de calles rectilíneas que se cruzaban en ángulo recto. Se utiliza un plano urbano llamado ortogonal, equirrectangular, en cuadrícula o en damero.

[8]Puerto o fondeadero cartaginés. En el caso de Cartago se diferenciaban claramente dos dársenas, una comercial y mercantil, y otra exclusivamente militar. El puerto militar de Cartago tenía forma circular y fue uno de los más importantes de la Antigüedad, con capacidad para 220 naves.

3. Expansión mediterránea

LAS FUENTES CLÁSICAS QUE NOS aportandatos para la reconstrucción de la historia de Cartago no nos transmiten un relato continuado de los hechos que nos permita dilucidar con nítida claridad y detalle cronológico el proceso de expansión que llevó a la próspera ciudad norteafricana a convertirse en potencia mediterránea. A pesar de esto, no cabe discusión que son dos los factores determinantes que impulsan casi de modo natural el expansionismo marítimo de Cartago.

Por un lado, su privilegiada situación geográfica que otorga a los cartagineses el control del Mediterráneo Central y, por consiguiente, el dominio del tráfico marítimo y comercial entre las cuencas oriental y occidental de este mar.

Por otro lado, los cartagineses son los naturales herederos de la tradicional Talasocracia[1] fenicia, por lo que para los púnicos no existen secretos en la construcción naval, ni en los modos y técnicas de navegación, quizás de los más depurados del momento, solo igualados por los marineros y navegantes griegos.

No obstante, es bastante evidente que, durante sus primeras décadas de existencia, la principal labor de la ciudad de Cartago no era otra que la de asegurar su propio entorno con el fin de prestar servicio y apoyo a la política comercial de la metrópoli, de la que con el paso del tiempo se distanció cuando la situación política de Tiro —carente de una fuerza militar digna de mención— se fue deteriorando por la presión expansionista asiria.

El soberano asirio Tiglatpileser III (745-727 a. C.) ejercía en estos años una presión —política y militar— prácticamente insostenible sobre las ciudades costeras del Levante Mediterráneo en las que veía una salida al mar para el imperio asirio. Ante esta delicada situación geopolítica en el oriente Mediterráneo, la ciudad de Tiro no podía sostener ya sus intereses occidentales con la energía necesaria, por lo que las élites sociales y comerciales de Cartago dejaron paulatinamente de mirar hacia la cada vez más lejana y debilitada metrópoli. Es por este motivo que los fenicios de Cartago, es decir, los cartagineses, fueron adoptando sus propias decisiones, instaurando un gobierno propio a imagen y semejanza del de su ciudad madre. Es de suponer que para estas fechas eran muchas las familias tirias —comerciantes, aristócratas y todo el que se lo pudiese permitir— que habían llegado a Cartago huyendo de la presencia asiria.

Así pues, la debilidad y lejanía de Tiro fue el factor más decisivo que llevó a la independencia política y económica de Cartago. Si hasta este momento los habitantes de Cartago se consideraban fenicios, a partir de ahora serán sencillamente cartagineses o púnicos, según atendamos al gentilicio o a su origen fenicio respectivamente. Aunque en principio lo púnico se podía considerar tanto fenicio como cartaginés, en los últimos tiempos la palabra “púnico” es casi exclusivamente sinónimo de cartaginés, no identificándose con lo fenicio más allá de su propio origen.

Hacia el año 700 a. C. aproximadamente, la ciudad de Cartago ya muy bien podría ser un ente independiente que tomaba sus propias decisiones e iniciativas, convirtiéndose de este modo en una pujante ciudad-estado netamente autónoma. En su expansión absorbieron las factorías y ciudades fundadas por los fenicios y establecieron otras nuevas en Iberia[2], Sicilia, Cerdeña, Ibiza y en el norte de África, consolidando además su poder e influencia sobre las regiones de Numidia y Mauritania. Veamos esta expansión cartaginesa de manera más pormenorizada.

IBIZA

Por el historiador Timeo conocemos que la primera colonia ultramarina fundada por los púnicos procedentes de la ciudad norteafricana de Cartago fue Ebusus en torno al año 653 a. C. Esta isla de 570 km2 se encuentra al sur del archipiélago balear y suponía una base privilegiada para comerciar con las factorías —ya entonces fenicio-púnicas— situadas en el llamado Círculo del estrecho[3] que habían sido fenicias y que ahora mantendrían lazos de hermandad —compartían lengua, costumbres y tradición— y gran actividad comercial con la floreciente Cartago. El historiador Diodoro Sículo la describe así:

La isla de Pityuse, llamada así por la gran cantidad de pinos que crecen allí, es la siguiente. Se encuentra en alta mar, tres días y tres noches navegando las columnas de Hércules, un día y una noche de la costa de Libia, y un día de Iberia. Esta isla es casi tan grande como Corcyra, y pobremente fértil; el suelo produce pocas cepas, solo hay unos pocos olivos injertados en olivos silvestres; pero la belleza de su lana es exaltada. Esta isla está atravesada por colinas y valles considerables. Encierra una ciudad llamada Eresus, que es una colonia de los cartagineses; sus puertos son espaciosos, sus paredes son muy altas y sus casas son numerosas y están bien construidas. Está habitado por bárbaros de diversas razas, pero principalmente por fenicios. Esta colonia se estableció ciento sesenta años después de la fundación de Cartago.

Inicialmente, la colonia púnica en Ibiza estaría constituida por un grupo pionero de entre 500 y 600 cartagineses que se asentaron en una pequeña cala cerca de la actual ciudad de Ibiza. Al parecer, las relaciones con la población autóctona fueron cordiales e integradoras desde el principio, pues un número tan reducido de colonos, entre los que se encontrarían mujeres y niños, podían haber sido expulsados o eliminados —con relativa facilidad— de no haber sido bienvenidos y aceptados por los indígenas. Pero la gran expansión social y económica de la Ibiza púnica tuvo lugar con una segunda oleada de pobladores cartagineses que llegaría desde mediados del siglo V hasta mediados del IV a. C. Ya desde finales del siglo V a. C. hay indicios de una fuerte oleada de colonos púnicos, que llegan y se asientan en la isla. Esto se evidencia en el crecimiento que experimentó la necrópolis púnica de Puig des Molins con el notable incremento de su número de tumbas, que se multiplicó por seis en un periodo inferior a cien años, siendo además amortizadas con reiteradas inhumaciones gran número de las ya existentes.

Los cartagineses fueron también los responsables de poblar la totalidad del territorio ibicenco hasta sus últimos confines, dado que, con anterioridad, los fenicios se habrían limitado prácticamente a la ciudad de Ibiza y a una pequeña explotación agrícola en el Pla de Vila, contiguo a la urbe. Y, aunque ya los fenicios crearon una próspera “industria” de fabricación y exportación de ánforas, no sería nada comparado con el auténtico emporio que montarían los cartagineses poco después. Es evidente que los púnicos asentados en Ebusus tuvieron fructíferos contactos con los habitantes del resto de las islas Baleares, pues los alistamientos de honderos baleáricos en el ejército cartaginés están constatados desde el siglo V a. C. Según Diodoro Sículo, «frente a Iberia hay otras islas llamadas por los griegos Gymnèsies, porque los habitantes viven desnudos todo el verano. Pero los nativos del país y los romanos los llaman Baleares, porque estos isleños son los hombres más hábiles para arrojar piedras muy grandes con la honda».

Estos pastores llevaban una vida muy dura y primitiva, prácticamente aislados en el interior de las Baleares, por lo que vieron en el ejercicio de la milicia bajo las enseñas púnicas una oportunidad de abandonar su austera vida y mejorar su forma de sustento, aunque Diodoro sugiere que los honderos baleáricos malgastaban su paga mercenaria, tildándolos de borrachos y mujeriegos; algo que muestra la retorcida visión de todo lo relacionado con lo púnico desde el mundo griego y romano: «Habiendo servido anteriormente en los ejércitos de los cartagineses, no les devolvieron el pago a su país; lo usaron todo para comprar mujeres y vino».

Sobre el año 600 a. C. tiene lugar el primer enfrentamiento naval de los cartagineses con los griegos que intentaban fundar una colonia en lo que hoy es la ciudad francesa de Marsella. La poca información que tenemos sobre este hecho y la certeza de la fundación de la pretendida colonia griega —por griegos focenses que huían de la presión ejercida por los persas—, nos hace suponer que los cartagineses fueron derrotados en lo que fue su bautismo de guerra naval. El siguiente pasaje de Pausanias parece ser claro en este sentido: «Los masalliotas son colonos de los focenses de Jonia y son parte de los que huyeron del persa Hárpago. Llegaron a vencer en el mar a los cartagineses, y conquistaron el país en el que se establecieron, y llegaron a gran prosperidad […] ofrendaron a Apolo en Delfos un león de Bronce. El Apolo que hay junto a este león es una primicia ofrecida por los masalliotas después de su batalla naval contra los cartagineses».

SICILIA

A principios del siglo VI a. C. el único contacto que los cartagineses mantenían con Sicilia era con algunas pequeñas factorías comerciales de la costa suroeste de la isla —próximas a la ciudad de Lilibeo— que una vez habían sido fenicias y seguían manteniendo relaciones comerciales con la cercana Cartago. Pero será a mediados de este siglo cuando la situación va a cambiar. Los habitantes de las poblaciones sicilianas de Panormo, Motia y Solunto —de ascendencia fenicia, como la propia Cartago— se sintieron amenazados por la tentativa griega de establecer una colonia en Lilibeo, por lo que pidieron ayuda a Cartago, ciudad con la que tradicionalmente mantenían relaciones comerciales, además de compartir raíces étnicas y lingüísticas. Esta llamada de auxilio supuso el comienzo de las actividades cartaginesas en la isla de Sicilia.

La competencia por el espacio comercial mediterráneo con las prósperas ciudades de la Magna Grecia[4] va a quedar de manifiesto durante las siguientes décadas. En el año 537 a. C. los cartagineses, en estrecha alianza con los etruscos, derrotan a los griegos en el enfrentamiento naval de Alalia, en las inmediaciones del estrecho que une las grandes islas de Córcega y Cerdeña. Ambos contendientes alinearon una flota de 60 buques. Los griegos perdieron 40 naves y fueron desarboladas o apresadas las 20 restantes. Sin embargo, el historiador Herodoto —tal vez por ser griego— no habla de una contundente victoria cartaginesa; lo describe así: «Los focenses también armaron sus naves, sesenta en total, y se enfrentaron al enemigo en el así llamado Mar Sardonio. Combatieron y los focenses vencieron, pero fue solo una victoria cadmea[5], pues perdieron cuarenta de sus naves, y las veinte restantes quedaron inutilizadas, con sus espolones retorcidos».

Ante este relato de Herodoto, podríamos deducir que la flota combinada púnico-etrusca quedó también muy dañada tras el choque. No obstante, no cabe duda de que la victoria se decantó en esta ocasión del lado cartaginés, pues la navegación griega entre Massallia y la Magna Grecia quedó interceptada por los púnicos con el control parcial de Córcega y Cerdeña cerrando el estrecho entre ambas islas a la navegación griega.

Como resultado de esta indiscutible victoria sobre los griegos —a pesar de las reticencias de Herodoto—, los vencedores se repartieron el espacio de influencia de la siguiente manera: el centro y norte de la Península Itálica para los etruscos y las grandes islas mediterráneas y la cuenca occidental de este mar para los cartagineses. Durante los siguientes tres siglos Cartago dominará gran parte de Cerdeña y la costa oriental de Córcega sin grandes contrariedades hasta el final de la Primera Guerra Púnica. No sucederá lo mismo en Sicilia que será terreno de constantes roces, conflictos y enfrentamientos con los griegos.

En el año 510 a. C. el espartano Dorideo, después de fracasar en su intento de establecer una colonia griega en la costa Libia —fue rechazado por los cartagineses—, concretamente en la ciudad de Cínipe, se dirigió hacia el oeste y desembarcó en las proximidades de la ciudad siciliana de Érice. Inmediatamente fundó una apoikía[6], a la que le dieron el nombre de Heraclea. Este nuevo asentamiento griego tan al oeste de la isla pronto contó con la oposición de los sicilianos de origen fenicio que inmediatamente pidieron ayuda a los cartagineses. La intervención púnica se saldó con una clara victoria sobre los griegos en la que perdieron la vida la mayoría de los comandantes helenos.

Esta victoria fijó la frontera siciliana entre griegos y cartagineses en el río Himera, quedando el tercio más occidental de la isla bajo influencia o hegemonía cartaginesa, prácticamente hasta el final de la Primera Guerra Púnica. Todas estas luchas que consolidaron las posiciones púnicas en el oeste de Sicilia son la base de los posteriores sucesos que a lo largo del siglo V a. C. protagonizarán griegos y cartagineses por el control de Sicilia.