Celia mi mejor regalo - Eugenia Palomares Ferrales - E-Book

Celia mi mejor regalo E-Book

Eugenia Palomares Ferrales

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Beschreibung

Es el testimonio de una de las hijas adoptivas de Celia Sánchez Manduley. En estas páginas el lector encontrará relatos, anécdotas, cuyas enseñanzas merecen no ser exclusivas del momento en que sucedieron, sino ser expuestas para que perduren en el tiempo.

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Quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorización escrita de los titulares del Copyright, bajo la sanción establecida en las leyes, la reproducción parcial o total de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, y la distribución de ejemplares de ella mediante alquiler o préstamo público. Si precisa obtener licencia de reproducción para algún fragmento en formato digital diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos,www.cedro.org) o entre la webwww.conlicencia.comEDHASA C/ Diputació, 262, 2º 1ª, 08007 Barcelona. Tel. 93 494 97 20 España.

Edición:Olivia Diago Izquierdo

Diseño de cubierta e interior:Liatmara Santiesteban García

Realización:Francy Espinosa González, Sarai Rodríguez Liranza

Corrección: Catalina Díaz Martínez

Fotos:Oficina de Asuntos Históricos del Consejo de Estado y de la autora

Conversión a ebook: Idalmis Valdés Herrera

 

 

© Eugenia Palomares Ferrales, 2015

© Sobre la presente edición:

Casa Editorial Verde Olivo, 2015

Segunda edición, 2023

 

 

ISBN:9789592246096

 

 

Todos los derechos reservados. Esta publicación

no puede ser reproducida, ni en todo ni en parte,

en ningún soporte sin la autorización por escrito

de la editorial.

 

 

Casa Editorial Verde Olivo

Avenida de Independencia y San Pedro

Apartado 6916. CP 10600

Plaza de la Revolución, La Habana

[email protected]

Índice de contenido
Celia, palma y clavellina
Agradecer es un gusto [4:459]
En Media Luna nació una flor
De entre cuevas, ríos y montañas
¡La bendición, madrina!
Al encuentro de nuevas emociones
Remanso de paz y armonía
Estelas de la guerra
Sendero de nuevos horizontes
El magisterio surcando la avenida
Dolor profundo
Mi vida sin Celia
Anexos
Testimonio gráfico
Bibliografía
Datos de la autora

A mi padre, cuyas palabras en el combate de Palma Mocha:

“Si caigo dejo a un niño o niña por nacer”,

son las raíces de mi convivencia junto a Celia,

y de los sentimientos que experimenté

mientras viví a su lado,

y ahora… durante el proceso

de creación de este libro.

 

A mis espigados retoños, Yumanky y Yosvany.

 

 

El nombre de los padres

es una obligación para los hijos,

y no tiene derecho al respeto

que va por todas partes

con la sombra del padre glorioso,

el hijo que no continúa

sus virtudes.1

 

1José Martí Pérez:Obras Completas,Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1975, tomo 5, p. 373. De esta obra son los pensamientos que inician cada capítulo. En lo adelante, solo se expresarán tomo y página.

¡Nada más bello que poder amar a aquel a quien

se tiene algo que

agradecer![5:87]

 

 

Celia, palma y clavellina

 

Me sentí tan estimulada ante la solicitud de Eugenita —a quien conozco desde que era una diminuta niña—, que ni el agotamiento de mis noventaidós años, ni el que me produce mi estado de salud actual pudieron impedir mis palabras a Celia. Hago el mejor esfuerzo e intento, aunque breve, reconocer una vez más a nuestra heroína y felicitar a la autora por revelar de manera sencilla y familiar una arista tan gratificante como poco conocida: el amor maternal de su protagonista.

Me dispongo a escribir y cuatro mujeres cubanas, ya fallecidas, encabezan hoy mis recuerdos… Haydée Santamaría Cuadrado, asaltante al cuartel Moncada, fundadora y directora de Casa de las Américas; Vilma Espín Guillois, combatiente del Segundo Frente Oriental Frank País, fundadora y presidenta de la Federación de Mujeres Cubanas; Melba Hernández Rodríguez del Rey, asaltante también al cuartel Moncada, expresión de solidaridad de toda Cuba con los pueblos de Vietnam, Laos y Cambodia. Ya antes había abierto ese camino hacia la inmortalidad Celia Sánchez Manduley, luchadora clandestina insuperable, combatiente guerrilleraindómita, ferviente dirigente política y administrativa: cuatro baluartes de nuestra Revolución.

Pero como Celia es quien me convoca esta vez, concentro mi pensamiento en sus acciones, tantas… que me atrevo a calificarla, por sus actos, como una gran figura de nuestra “mambisada”. Así había sido Mariana Grajales Coello en el sigloxix, así fue Celia en el sigloxx. Aunque de épocas diferentes, artífices de igual proeza: ¡Patria! ¡Libertad!

En tiempos de Revolución triunfante fue la ayudante más eficaz de nuestro Comandante en Jefe, diría que insustituible. Pasarán los años y esa imagen ha de perdurar en nuestrosdirigentes y en todo el pueblo cubano.

¡Qué decir de su capacidad creadora!

Idea suya fue la majestuosidad del Parque Lenin, del Palacio de Convenciones, y para los pioneros, su Palacio José Martí en Tarará. ¡Cuánto contribuyó a la formulación definitiva de la ley sobre la creación del Gran Parque Nacional Sierra Maestra!

Pero mi intención no es enumerar su obra. Quizás mi tiempo no alcance. Sí quisiera referir actos que muestran su delicada sensibilidad humana: en cuerpo y alma se entregó a hacer posible y bien la campaña de alfabetización. Como martiana desde su infancia, sabía que para conservar la libertad recién conquistada, primero tenían que aprender a leer y escribir sus defensores. Fue permanente y suya también la preocupación por el ingreso de un niño enfermo al hospital, sin importar su origen, o de enviarlo al extranjero para salvarle la vida. Brindó esmerada atención a los hijos de mártires y combatientes, y hasta de quienes en algún momento no fueron fieles a la causa.

La casa de la calle 11 fue de los pequeños de la Sierra Maestra y de los que, desde otros lugares, venían a visitarla por serios problemas sociales. Quien vio de cerca tal relación atesora como recuerdo su fuerte atracción por los niños y la educación sin privilegios que les ofreció; pero hablar de esa vida personal solo pueden la familia y los muchachos queella crio.

Una de ellos es la autora de este libro, Eugenia Palomares Ferrales, hija de un mártir. Nació cuando su papá —ascendido post mortem a capitán, Pastor Palomares López, de la Columna No. 1 José Martí, que comandara Fidel— ya no estaba; fue bautizada por Celia y acogida, después, igualque si hubiera sido suya. De ella recibió educación y mucho cariño. Hoy siento la felicidad de saber que en estas páginas recoge esas vivencias. Así honra también la memoria de su padre.

Celia fue una mujer increíble. Si a Mariana le llamamos Madre de la Patria, a ella pudiéramos llamarla Madrina de su Pueblo y, de forma muy especial, de los niños más humildes y desprotegidos en la etapa crucial de la dictadura de Batista. Después, en los primeros años de la Revolución todofue más fácil. A partir de aquel luminoso 1º de Enero, pudieroncrecer multifacéticamente como había soñado el Maestro, nuestro Apóstol de la Independencia, José Martí Pérez.

 

Nidia Sarabia Hernández

La Habana,1ºde diciembre de2014

Agradecer es un gusto [4:459]

 

Al hablar de Celia, revelaré la historia de mi vida desde que nací en la cueva intrincada y oscura de la Sierra Maestra hasta que la luz con que la Revolución, a través de ella, mi madrina como yo le decía, enrumbó mi vida y enderezó no solo mi cuerpo deformado de niña, sino también mi entendimiento y espíritu, vírgenes aún cuando me trajo para cumplirle, a su compañero de combate —mi padre—, la palabra empeñada.

Hago mi historia solo como pretexto. Mi único interés es mostrar, en el alto lugar que les corresponde, la figura de Celia y la Revolución a la que se entregó. Por eso inscribo historias y testimonios de otros compañeros que tuvieron el privilegio de conocer a la mujer sencilla y fuerte; humilde y soñadora; desinteresada, pero atenta a las necesidades de otros, en fin, la cubana síntesis de valores que tanto necesita nuestro pueblo.

Creo que este libro, sin darme cuenta, lo comencé el mismo día de su muerte. Empecé a hacer anotaciones de recuerdos que el paso del tiempo les podía borrar detalles y eso no podía suceder, porque a mis hijos, debo dejarles bien explícita mi procedencia, como buen cimiento para su formación integral; y a Celia, dondequiera que esté, mi eterno agradecimiento.

Entonces creció mi interés por la lectura de obras que tratan sobre ella y de otras donde fuera protagonista también. A cada instante fui reflexionando sobre los momentos de mi vida junto a la madrina que ya no estaba, hasta que un día llegué a pensar cuán interesante sería escribir sobre esa otra faceta suya: su consagración como madre de muchos niños.

Compañeros de la Oficina de Asuntos Históricos del Consejo de Estado me sugirieron entrevistar a quienes conocieron de cerca su sensibilidad humana, especialmente su vocación maternal. Hablé con muchísimas personas y con qué atención escuché sus anécdotas y comentarios. Este paso fue difícil para mí; para dejar correr la pluma debía imponerme a la modestia y humildad inculcadas por ella.

En las primeras entrevistas y, sobre todo, a partir del artículo publicado el 11 de enero de 2010 en el órgano de la Central de Trabajadores de Cuba, por el aniversario treinta de su fallecimiento, me sorprendieron la acogida de los lectores y el deseo manifiesto de saber más acerca de Celia.

Con ahínco y muy entusiasmada, me entregué a que nuestro pueblo conociera de su riqueza espiritual en la intimidad de la familia. Ya sabía que por mí esperaban las vivencias de cuando estuve a su abrigo, las que no terminarían ni con su muerte.

Acudí a distintas personas en busca de ayuda, en primer lugar, a mis dos hijos, pues yo tenía que cumplir el horario laboral y la investigación que me planteaba exigía tiempo, mucho del que normalmente debía dedicarles a ellos.

Durante mis visitas a la Sierra Maestra en períodos de vacaciones, me empeñé en profundizar con intensidad sobre todo lo relacionado con mi nacimiento y niñez —etapas no muy claras aún—, a través de mis abuelos, tíos y vecinos de El Naranjo; más tarde, hice igual en el municipio de Jiguaní.

Conté con la colaboración de los compañeros que atienden a los combatientes y familiares de mártires, y con los especialistas de la División de Criminalística del Minint y Medicina Legal, apoyados por las direcciones del partido en las provincias de Santiago de Cuba y Granma, porque incluía entre mis intereses, la exhumación de los restos de mi padre para reconstruir su rostro, el cual continuaba siendo un enigma.

Junto a mis hermanos de crianza viví emotivos momentos al recordar los años más felices de nuestras vidas. Precisé muchísimos detalles. Igual sucedió cuantas veces contacté con sobrinos de Celia, quienes compartían conmigo como si la relación fuera sanguínea.

Anotaciones que nacieron de encuentros con médicos, vecinos, amigos, compañeros de la guarnición y escoltas del Comandante de la calle 11, le ofrecieron más solidez a este trabajo. La palabra emocionada de cada uno me permitió captar la admiración y respeto hacia Fidel, mi madrina y la Revolución. Con ese mismo calor intenté dejarlas grabadas en este libro para que desafíen el tiempo.

Las consultas bibliográficas en el Centro de Documentación e Información Pedagógica del Ministerio de Educación en el municipio de Plaza de la Revolución y en la Biblioteca Nacional José Martí, me resultaron muy valiosas para ubicar al lector en los diferentes acontecimientos históricos que hice alusión.

Cuando pensé que mi trabajo tenía “cuerpo” lo comenté con mi amiga Lourdes y me presentó a Raysa Ricardo Guibert, profesora de Español-Literatura, para que me brindara asesoría en la corrección del texto, ella revisó la primera versión. Además, tuve la valiosa colaboración del profesor Sergio Gómez Castanedo, su esposo, y de la periodista Haydeé Hernández Carrillo, entre otros compañeros.

Pero el testimonio dio un vuelco total cuando, a través de Antonio Luis García Reyes,Tony, mi hermano de crianza, contacté con la compañera Nancy Jiménez Rodríguez. Ella revisó varias veces el texto y me ofreció recomendaciones útiles en cuanto a vocabulario, enfoques y precisiones históricas. Además, participaron en estequehacer solidario las compañeras Mireya Moreno Figueredo y Eulalia Dopazo Reyes, miembros de la Asociación de Pedagogos de Cuba.

Una de las últimas personas, a quien recurrí en busca de otros criterios, fue Nidia Sarabia Hernández, ella laboró en la Oficina de Asuntos Históricos del Consejo de Estado, desde que fuera fundada por Celia hasta el momento en que decidió jubilarse. Me facilitó importante información que hube de considerar, y hasta tuvo la deferencia de entregarme una nota de felicitación.1 Su gesto me llevó a comprender que mi homenaje a Celia transitaba por un camino correcto. No niego que me hizo sentir extraordinariamente estimulada.

Una vez que culminé esta primera etapa de creación, quizás por el desconocimiento de los requisitos de entrega a la editorial, me diseñaron una cubierta y la composición original que, aunque no son las que observan en este libro, no puedo dejar de agradecerle a Tania Fernández González su regalo de entonces. Cooperó conmigo en la digitalización de imágenes la compañera Saraí Rodríguez Liranza, entonces trabajaba en la Empresa Gráfica Geocuba; ahora la casualidad quiso que nos encontráramos en Verde Olivo, la Casa Editorial que asumió la publicación de mi obra, Celia, mi mejor regalo.

Agradecida por la colaboración de tantos compañeros y feliz por haberle dado forma a mi intención de presentarles a la heroína como una mujer de carne y hueso, humana como todos nosotros, espero que los lectores puedan sentirla igual: madre, tutora, conductora de muchas vidas que, al decir del investigador Ernesto Álvarez Blanco, puede sembrar en nuestro pueblo fidelidad, fortaleza y espíritu de servicio.

También el Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz contribuyó a realzar estas ideas, cuando, en conversación con los trabajadores de Palacio, expresó: “Era una mujer muy independiente, humanitaria, afectuosa, excelente. Yo creo que la mencionarán siempre y la recordarán siempre”.

Una vida tan rica como hermosa y llena de matices rompe la cronología que intente respetar quien escriba sobre ella —me siento incluida—; de igual manera, desborda las páginas de cualquier libro. Por eso soy del criterio de que este trabajo no está concluido. Otras personas podrán presentar investigaciones, que arrojen nuevos relatos y reflexiones sobre la historia de nuestra heroína Celia Sánchez Manduley.

 

La autora

 

1Ver nota de Nidia Sarabia en el anexo no. 1.

En Media Luna nació una flor

Son las familias como las raíces de los pueblos;

y quien funda una, y da a la patria hijos útiles,

tiene, al caer en el último sueño de la tierra,

derecho a que se recuerde su nombre

con respeto y cariño.[28:317]

 

Era la una de la tarde de aquel 9 de mayo. Los rayos del sol no podían irradiar más luz en la región suroriental de la Isla. Corría 1920 y su primavera se encargaba de poner en brazos de Acacia Manduley Alsina y el doctor Manuel Sánchez Silveira a una preciosa niña de tez blanca, rostro más bien redondeado y pelo negro como sus ojos, que muy pronto fueron vivaces. Había nacido la tercerahembra del matrimonio que, además, ya tenía a un hijo varón, por este orden le antecedían: Silvia, Graciela y Manuel Enrique.

La casa No. 33 de la calle Villuendas fue su primera morada, en un poblado que el río Vicana dividía en dos partes. A esta forma en que se produjo el asentamiento de sus pobladores, debe su nombre: Media Luna. Se localiza en la llanura costera del golfo de Guacanayabo, en Manzanillo, entonces pertenecía a la provincia de Oriente, actualmente los granmenses disfrutan el sano orgullo de pertenecerles. Algo más de cuatro mil habitantes formaban la población del territorio en el que predominaban humildes caseríos y calles de tierra intransitables cuando el tiempo hacía de las suyas, y donde la inmensa mayoría de las familias dependía del mísero salario que le pagaba el dueño del central azucarero denominado Isabel.

El 16 de octubre 1920 fue inscrita en el Registro Civil del Juzgado de esa municipalidad como Celia Esther de los Desamparados Sánchez Manduley, los mismos nombres con los que sería bautizada dos años después, el 22 de julio, en la Parroquia de la Purísima Concepción de Manzanillo. Su tercera nominación responde al hecho de haber nacido el día que sigue a la fiesta religiosa de Nuestra Señora de los Desamparados.

De temperamento inquieto, dotada de gracia, simpatía y sentido del humor, creció entre un espíritu de total curiosidad; la historia, geografía, arqueología y espeleología fueron campos en los que, guiada por su progenitor, incursionó. De él también aprendió a amar la patria y la naturaleza en todas sus expresiones; otros rasgos suyos pronto se incorporaron a la personalidad de la pequeña: tenacidad, pureza de intenciones, sensibilidad humana.

Los Sánchez Manduley, cuyo padre era dentista desde 1909 y médico dos años después, vivieron con ciertas comodidades: un radio de los primeros que entraron al país, un piano, una ortofónica RCA Víctor con sus puertas a los lados para guardar discos, y una colección de bastones de maderas preciosas daban cuenta de ello en una casa de cinco habitaciones, que había sido ampliada para darle espacio a la numerosa familia: los padres, Acacia y Manuel; los niños, Silvia, Graciela, Manuel Enrique, Celia, Flabia, Griselda, Orlando y la pequeña Acacia; Gloria Manduley e Irene Alsina, tía y abuela materna, respectivamente. Los muebles eran los necesarios: camas, escaparates, cómodas y butacas.

Para las muchachas que atendían los quehaceres domésticos había otro cuarto con baño, y habilitado estaba también el consultorio, gabinete dental y laboratorio del Dr. Manuel que, al mismo tiempo, servía de biblioteca. Allí había libros filosóficos, religiosos, sociales, sobre todo históricos; era fácil encontrar biografías de personalidades destacadas en las luchas de Cuba y de otras naciones, lo difícil era devolverlos a su lugar.

Detrás de un garaje y la caballeriza, se extendían el patio y traspatio, donde se construyeron los cuartos de Ignacio Brooks, el jamaicano, y Dionisio Iglesias, los dos prestaban su servicio a la familia.

Griselda

Sobre Brooks ya pesaban algunos años. Papá lo trajo para que cuidara a la familia y la casa cuando él tenía que salir de noche a visitar a los enfermos. Se le pagaba un sueldo. Aunque era trinitario, hablaba bien el español, había venido como polizonte en un barco.

Era jaba’o, con visibles marcas de grillete en los tobillos. Recuerdo a papá curándolo, tenía tatuajes por todo el cuerpo. Terminó siendo su hombre de confianza.

Bebía mucho y los fines de semana se le iba la mano con el ron; pero toda la familia lo adoraba. Le decíamos Fofuta y a su caballo, Candela. Murió cuando éramos jovencitas. Fue la primera muerte que nos dolió de verdad. Celia lo quiso mucho.

Si el portal de la casa inspiraba a tomar el fresco marino, que con solo dos kilómetros de recorrido era suficiente para embriagarnos, y el del campo, abierto en todo su esplendor, el patio no se quedaba detrás: un árbol grande de mango macho, plantas de acacia, granada, júpiter con sus flores rojas, y un ilang-ilang con la panícula de flores amarillentas dispuestas a perfumar las noches, invitaban a permanecer en él; además de las plantaciones de crotos, rosas, tilo, romerillos y enredaderas de cundiamor que bordeaban las cercas del patio y traspatio.

 

 

 

De esa belleza casi natural y de sus primeros años de vida, Flabia, la hermana de mucho apego a Celia, recuerda:

Tuvimos una infancia feliz. Jugábamos mucho a los yaqui y al pon. ¡Ah, también a la suiza! Pero nuestro gran entretenimiento era jugar en una casita de guano que papá había mandado a levantar en el patio de la casa. Era un bohío. Tenía yaguas alrededor y un techo de guano con una cobija muy bien hecha.

Cuando jugábamos a la cocinita mi hermana hacía mucho arroz blanco y asábamos boniatos. Con tablas inventábamos la cama y la niñita de enfrente, que la traíamos, la acostábamos para que durmiera la siesta.

Esto era al mediodía, porque en las tardes íbamos al río a bañarnos o montábamos bicicletas, nos alejábamos hasta dos kilómetros de la casa, éramos unos cuantos muchachos.

A pesar de la satisfacción familiar, a Celia no le resultó ajena ni distante la vida difícil del campesinado a su alrededor. Creció muy cerca del central Isabel, fundado en 1886 por Tomás, Ricardo, Arturo y Alfredo Beattie Brooks (ingleses), donde el cultivo, cosecha y molienda de cañas eran las únicas labores para una mayoría sometida al régimen de explotación. Si la familia Sánchez-Manduley fue determinante en su formación, no fueron menos las condiciones socioeconómicas e históricas en que creció la pequeña: una y otras pronto se encargarían de dirigir su pensamiento y acción al alivio de muchas desdichas.

Con apenas seis años, sin edad para explicarse la muerte, enfrentó la de su mamá. Acacia Manduley falleció el 19 de diciembre de 1926, un paludismo pernicioso se encaprichó en que su vida no rebasara los treintaiocho años. Celia fue sacudida por una inmensa tristeza. Tal vez, atrapada en sus dibujos infantiles, encontró consuelo a su dolor.

Silvia

A los tres días de dar a la luz a nuestra hermana más pequeña, a la que se le puso su nombre —Acacia—, le comenzaron las fiebres.

Griselda

En esa época solo se combatía el paludismo con quinina; pero el medicamento no se le podía administrar, porque podía provocarle hemorragia y mamá recién había dado a luz. Cuando se le pudo suministrar la quinina era tarde. Durante dos semanas se prolongó aquella lucha contra la muerte... Se necesitó una transfusión de sangre de cuerpo a cuerpo, de un tipo específico y el pueblo de Manzanillo respondió.

Silvia

Se presentaron muchos voluntarios para donar su sangre. A la casa acudían decenas de personas a indagar constantemente por la salud de mi madre.

Griselda

Al final, la sangre de mi tía Gloria —fallecida en 1990 con noventainueve años— fue la que se le transfundió, pero en vano. Mamá murió con pleno conocimiento y encargándole a papá que no nos separara nunca. Hay que imaginarse lo duro que fue para nosotros que mi madre se nos muriera tan joven.

Manuel Enrique

En los momentos finales, papá nos mandó a buscar para que la viéramos. Cuando falleció pasamos a la habitación donde estaba ella. Yo veía a papá desesperado. Recuerdo que fui a darle un beso a mamá y en ese momento me gritó: “¡Manuel Enrique!” Yo nunca lo había oído gritar y menos en ese tono, me asusté; pero después me dijo: “¡Bésala, hijo mío!” Aquello fue muy duro.

Griselda

Mamá era extraordinariamente querida en toda Media Luna. Se distinguía por su simpatía, una alegría permanente y cómo le gustaban las bromas…

Quizás por eso o porque mi padre era un hombre moderno ―yo diría que más de estos tiempos―, no aceptó el luto dentro de la casa, como era costumbre de la época: abrimos ventanas y puertas y nos dijo que no dejáramos de oír música. No quería que nos traumatizáramos. Tomar esa decisión no era fácil, iba contra lo establecido, pero él la tomó y creo que fue un acierto.

Silvia

Él tenía treintainueve años, se mantuvo viudo y nunca más se casó. Al cuidado nuestro, éramos ocho hermanos, se mantuvieron junto a papá, la tía Gloria y la abuela Irene.

Manuel Enrique

A mí me parece que la muerte de mi madre afectó a Celia, más que a ninguno de nosotros. No corría, no brincaba, ni hacía lo que nosotros. Fue una etapa mala para ella.

Griselda

Estuvo muy apartada, pensativa, ella no sabía bien lo que era la muerte y papá tuvo que explicarle.

 

Pasado un tiempo, empezó a experimentar sucesivos cambios: inició la escuela, asumió la responsabilidad de hermana mayor de cuatro hermanos —Flabia, Griselda, Orlando y Acacia—, transformó sus juegos personales en colectivos, sintió la lejanía de algunos de sus hermanos que fueron a vivir a otros lugares de la provincia y, detrás asomaron las primeras señales de la inminente adolescencia. Tales circunstancias se fueron conjugando para que despuntaran sus virtudes y defectos.

Griselda

Celia, Flabia, Acacia, Orlando y yo nos quedamos en Media Luna, tras la muerte de mamá. Silvia y Chela fueron para Santiago de Cuba y Quique para El Cristo. Celia era la mayor de los que permanecimos en casa, quien nos cuidaba: tomados de la mano nos llevaba al parque o a la playa. A su voz, debíamos regresar a casa o hacer su voluntad. Ella fue la hermana mayor que había que obedecer.

Flabia

Cuando empezamos la escuela nos mantuvimos juntas en el colegio de Beatriz Pernía; allí recibíamos, sobre todo, clases de Matemática y Gramática. En esta escuela privada aprendimos a leer, escribir y a tener buena ortografía, alternábamos estas enseñanzas con el piano, que lo estudiábamos en la casa de la profesora Nena Rodet.

Atravesábamos el pueblo, porque la casa estaba en el barrio de El Carmen, frente al parque de Media Luna. ¡Cómo nos divertíamos en el trayecto! Las clases eran al mediodía. Íbamos a pie y deseando siempre que lloviera. Nos encantaba meternos por el fango e ir al parque con la sombrilla para usarla como anzuelo en la fuente llena de peces y sacarlos. Enseguida los devolvíamos a su lugar; pero el guardaparque nos corría detrás y nosotras disfrutábamos todo aquello.

Para los exámenes de piano teníamos que viajar a Manzanillo los sábados por la mañana. Papá nos llevaba al muelle y nos encargaba a Pepe Rosabal, el sobrecargo de un barco que viajaba de Niquero a Manzanillo y regresaba por la tarde. Había otro que hacía la travesía contraria, en total eran cuatro viajes al día. Esas embarcaciones atracaban en Media Luna, Ceiba Hueca, San Román y Campechuela.

De vuelta, algunas veces nos sorprendió una tormenta. Yo me asustaba, lloraba; pero Celia no tenía miedo, era quien me daba valor.

Un día, enterados de que la maestra Beatriz Pernía cerraba el colegio porque se mudaba para Manzanillo, empezamos a asistir a la escuela pública de Pueblo Nuevo, cerca de la casa. Un pensamiento triste de entonces es recordar la entrada de los niños con sus asienticos en la mano y sin uniformes. Se suponía que en la pública se usara saya azul y blusa blanca; pero no las vendían en ninguna parte; los niños vestían como podían.

En cuarto grado fuimos para la escuela de Adolfina Cossío, Cucha, y comenzamos a estudiar Historia de Cuba. Nos volvimos a reunir casi todos los que estábamos en la escuela de Beatriz, es decir, los hijos de trabajadores del central y un niño japonés. Con Cucha hicimos hasta el sexto grado, y también dábamos clases de economía doméstica, aprendimos a tejer con yarey, cocinar... dividía la sesión de la mañana: primero impartía los grados cuarto y quinto, y después, sexto.

Olga Castellanos Sánchez es prima hermana de Celia. Las unía una amistad indestructible, vivían cerca, en un pueblo pequeño. De aquellos tiempos, recuerda:

Estudiábamos juntas, primero con la maestra Beatriz Pernía y después con la profesora Cucha Cossío.

Celia era un poco revoltosa. Le gustaba hacer maldades. En la escuela de Beatriz las patas de los pupitres no estaban parejas y la maestra mandaba a ponerles unos tacos. Celia tenía la costumbre de decirnos: “Aguanten los tinteros” y con la misma contaba: “A la una, a las dos…”; cuando decía “a las tres”, ya el taco había salido de un puntapiés, caído la mesa, derramado los tinteros y tremendo alboroto. Ella era la organizadora de las maldades que se hacían en la escuela. Siempre fue así. No le gustaba estudiar mucho.

Muchas veces, casi siempre a la hora del recreo, nos fugábamos de la escuela para ir al río y la pasábamos de lo mejor. Este río es el Vicana. Íbamos a la orilla y nos pasábamos el tiempo recogiendo como unos cáñamos a los que les sacábamos un elástico para hacer florecitas. De vuelta a la escuela nos regañaban por llegar tarde.

Todas nadábamos bien, porque Media Luna también es un puerto de mar. Manuel nos llevaba por la mañana y nos dejaba en la playa hasta la hora del almuerzo. Cuando era posible nos quedábamos todo el día.

Flabia

Una vez, cuando tenía alrededor de diez años, ganó un premio de dibujo en un programa de radio (CMQ), que se llamaba “Abuelita Zapatona”. Le enviaron una caja de lápices de colores y un libro para colorear. Desde niña le gustaba dibujar, se pasaba mucho tiempo haciendo siluetas, que luego recortaba en papel negro.

Manuel Enrique

Sobre los doce o trece años, Celia comenzó a destacarse en la organización de bailes infantiles con los amiguitos. Esos bailes se daban en casa, en el club de Media Luna o en la Colonia Española. Y Celia bailaba con ellos.

Ya por los años treinta y pico en nuestra familia se consolidaron las preocupaciones políticas. En mi casa se conspiró contra Machado e, incluso, se realizó un alzamiento que organizaron papá y tío Juan, en Manzanillo, junto con otros compañeros; la preparación de ese alzamiento fue en mi casa. Los muchachos nos poníamos a cargar los cartuchos de escopeta con pedazos de hierro. Y Celia ya estaba en eso con doce o trece años, es decir, empezaba a realizar actividades de este tipo dentro de la propia casa, con todos nosotros.

Flabia

Los domingos montábamos a caballo. Era una forma sana de divertirnos. Teníamos a Candela, pero llamábamos por teléfono al central y hablábamos con Castro Peña, el administrador de la caballeriza, y nos mandaba dos caballos con montura y todo. Otros amigos traían el suyo. Griselda montaba a Candela y Celia y yo, los que venían del establo.

Salíamos a pasear por el pueblo y también a Vicana, a una legua de Media Luna. Íbamos por el monte y muchas veces nos encontrábamos con cabalgadores que venían de centros espiritistas e iban de visita a otros. En una ocasión, retamos a Orlando:

—¿A que no te atreves a entrar en el círculo donde están ellos?

—Pero eso no es así como así.

—Si no es así, ¿cómo es?

—Está bien —aprobó sonriente—, si hay que hacerlo, yo lo hago.

Nosotros no nos uníamos a los que iban al centro de Monte Oscuro. Yo no sabía dónde estaba, sí sabía que era lejos de Media Luna, pero ese día llegamos hasta el mismo centro. Bajamos de las bestias como los demás, y a todos nos sacudieron con unas hojas o hierba y nos introdujeron en la balsa, así llamaban a la gente que quedaba en el medio cuando se iba a santiguar y esas cosas…

También había un cordón, con los médium, quienes cantaban y “cogían los muertos”. Una vez incitamos a Orlando para que se metiera en el cordón. Con mucha disposición dijo:

—Es facilito, pero… ¿qué tengo que hacer?

—Tú haces lo mismo que el que tengas delante.

—¿Eso nada más? y ¿si baila?

—¡Bailas tú también!

Orlando hizo lo acordado, pero dio la casualidad de que la persona que le quedaba delante cojeaba, él no lo sabía, sencillamente lo imitaba. No pudimos evitar la risa. Nos dijeron que estábamos burlándonos del hombre, nos botaron de allí. El dueño le dio las quejas a papá y, por supuesto, nos regañó. Después nos estuvo explicando lo peligroso que era andar por esos sitios. Intentó asustarnos y que no nos metiéramos en eso.

De todas formas seguimos paseando a caballo los domingos por la mañana, aunque muchas veces almorzábamos, descansaban los animales y por la tarde volvíamos a montarlos. El paseo no era ir a casa de nadie en particular, ni a una finca determinada, sino cabalgar por el monte; correr los caballos. Sabíamos ponerles el paso que queríamos: de marcha, al trote o al galope.

Olga Sánchez Castellanos

Y cómo nos divertíamos en la finca de San Miguel del Chino. Estaba de Campechuela hacia dentro, al pie de la Sierra Maestra. Allí Celia vivió momentos de intensa felicidad junto a nosotros.

Los dueños de la finca eran mi padre, Miguel, y sus hermanos, mis tíos Juan, Manuel, Modesta, María y Manuela. Las tías tenían casa en Manzanillo, pero les gustaba quedarse en la finca. A escondidas de ellas, aprendimos a fumar.

Había un loro que en cuanto veía llegar a Orlando empezaba a decir: “Orlando fue, Orlando fue”.

Orlando

Quique y yo pasábamos mucho tiempo en la finca, quedaba por Cienaguilla. Allá estaban mis tías, hermanas de papá; éramos dieciocho de familia y todos muy unidos, se reunía un bando de gente. Había una casa, heredada del capital de mi abuelo, que tenía plata… y luego se hizo un chalé enfrente.

En realidad íbamos en las vacaciones, aunque yo con ocho años, agarraba un caballo y me aparecía solo en San Miguel del Chino, en cualquier momento.

Recuerdo a Media Luna como un pueblo de economía muy difícil… la miseria era horrible. Tuve amiguitos que no los llamaban a almorzar ni a comer, y eso me estremecía. Yo no como dulces después de almuerzo, porque desde aquella época se los llevaba a mis amigos, y se me quedó esa costumbre.

El pueblo era un sitio cercado por el hambre y enfermedades infectocontagiosas que diezmaban, junto al parasitismo y la malaria, la población. La casa donde nació Celia fue destinada a perdurar en la memoria: resultó paliativo para muchos pobres, y el doctor Manuel Sánchez Silveira, la figura descollante para hombres, mujeres y niños de la región.

Fue conocido como defensor de los derechos de los campesinos de Media Luna y posteriormente de Pilón. Esta posición política la demostró a lo largo de muchísimos años que lo vieron enfrentarse a gobiernos y politiqueros corruptos. En varias oportunidades guardó prisión sin que pudieran silenciar nunca su rebeldía social, sus ideas progresistas arraigadas en lo mejor y más revolucionario del sigloxixcubano.

Este médico, sin horario ni exigencias económicas para atender a los desposeídos, tuvo roces y desacuerdos con los dueños del central Isabel. Supo enfrentarse a los explotadores, en lucha abierta, tratando deaplacar la miseria que aplastaba a los pobres. De primera manosupo que estos trabajadores nucleados en la zafra azucarera constituían la imagen que se multiplicaba a lo largo y ancho de todo el país: analfabetismo, desnutrición, precarias condiciones higiénico-sanitarias en sus tristísimas viviendas, epidemias, ínfimos salarios, desempleo, falta de escuela para sus hijos, seres sumidos en el más terrible abandono social por cada uno de los gobiernos de turno.

Conocido como dentista cirujano, Silveira fue, además, arqueólogo, espeleólogo e historiador. Justamente la pasión por la historia de su país lo condujo en 1927, acompañado de Jesús Pérez, lugarteniente general de Carlos Manuel de Céspedes, a visitar el sitio donde cayera el Padre de la Patria. En San Lorenzo vio los horcones que tiempos atrás dieron firmeza a la casa donde vivió el patriota. El doctor Sánchez se preocupó porque el Museo Bacardí, de Santiago de Cuba, legara uno de aquellos horcones, junto a un croquis del lugar y la ruta de la invasión. Se sabe, además, que estuvo en el sitio donde nace el río Contramaestre, y que allí colocó una tarja: “Aquí cayó el Padre de la Patria”. Estos afanes de investigación alentaron al historiador Gerardo Castellanos García, a escribir su libroEn busca de San Lorenzo. Muerte de Carlos Manuel de Céspedes.

Sánchez Silveira es catalogado como el Quijote caribeño, dejó huellas profundas e imborrables en cada uno de sus hijos, amigos y en los que a cualquier hora del día y de la noche tocaron a su puerta en busca de un remedio.

Flabia

Papá daba la consulta por las mañanas, y aquello se llenaba. Cuando terminaba el horario, si le quedaban casos, les decía: “Vengan conmigo al hospital del central”. Allí estaba hasta la una de la tarde, hacía curaciones y si había accidentes, atendía a esos pacientes; incluso hubo casos a los que tuvo que realizarles amputaciones. Después regresaba a la casa, almorzaba y se acostaba un rato antes de volver a ofrecer sus consultas. Como a las cuatro de la tarde salía a visitar a los enfermos y nos llevaba en su automóvil. Papá fue dentista y médico. De lo primero se graduó en 1909; de lo segundo, en 1911.

Orlando

Mi padre fue un hombre criollo, un verdadero criollo, muy cubano, un tipo del caray...

Griselda

Nosotros tenemos que acordarnos de nuestro papá cons-tantemente, porque todos los pasos que fue dando la Revolución, él los había soñado. Apoyó al grupo dejóvenes que crearon un club en Media Luna; el díade su inauguración, pronunció un discurso en el que les aconsejaba, entre otras cuestiones, que se volcaran a la agricultura para ayudar a resolver el hambre terrible que había entonces. También los exhortó a estudiar, hasta los invitó a que fueran a leer los libros de su biblioteca. Unos cuantos pasaron por mi casa. A papá lo llamaban para todo… hasta para pronunciar el panegírico que se acostumbra ante la muerte de alguien.

Manuel Enrique

Mi padre era un martiano apasionado, siempre dijo que Martí debía estar en la cima más alta de Cuba para que desde de allí presenciara el desarrollo de nuestras vidas, y al mismo tiempo animara a acabar con la desvergüenza de los gobiernos de turno. No dudaba de que ese era el lugar que le correspondía.

En mi infancia, las veladas nocturnas se hacían dentro de la casa. No teníamos ningún lugar donde charlar o divertirnos. Después de comer, nos reuníamos en la sala, que era amplia. Echábamos a andar la vitrola que papá había traído, de esas de consola, y pasábamos la noche oyendo música. Él consiguió unos disquitos que se imprimían en la propia ortofónica: uno gritaba por la bocina y quedaba impresa la voz. Así imprimió supuestos regaños por comportarnos mal.

También nos entreteníamos haciendo cosas que habíamos visto en el circo. Flabia, Griselda y yo éramos los que hacíamos piruetas, a Celia no le gustaba repetirlas, solo las celebraba. Era tímida en ese tiempo, no se le oía hablar mucho.

Las tertulias se acababan sobre las nueve de la noche o antes. Todos nos íbamos durmiendo en los sillones, y la abuela era quien nos llevaba para las habitaciones. En reuniones de este tipo papá nos leía anécdotas, era de los que se pasaba noches enteras leyendo. En su biblioteca había de todo.

Le gustaba investigar sobre historia de Cuba. Y se podía apreciar en las reuniones de la familia. Papá quería escribir un libro y titularlo “Jalones de la historia”. Pensaba que con ese libro de anécdotas inéditas de Oriente podría recaudar dinero para erigirle un monumento a Antonio Maceo.

Él esculpió dos medallones, uno con la efigie de Maceo y otro con la ruta de la invasión. Soñaba con que algún día se hiciera un obelisco donde convergieran dos calles principales del barrio de El Carmen, en Media Luna, entonces nominar a una General Antonio Maceo y a la otra Avenida de la Invasión y, por supuesto, colocar en cada calle su medallón.

Era aficionado a miles de cosas. No perdía el tiempo real ni el de sus sueños.

Ya me sentía familiarizado con los libros, cuando un buen día empezó a enseñarme las letras y los sonidos con uno que se llamaba Nuestra patria, era un libro muy didáctico, propio de la época, creo que su autor era un pedagogo cubano. Tenía muchas fotografías de patriotas y contaba anécdotas de la guerra, y yo aprendí a leer de una manera muy singular: mirando las imágenes que tenían al pie el nombre del patriota. Allí estaban Martí, Maceo, Máximo Gómez, Mariana Grajales. Yo me iba fijando en los nombres, y papá me iba diciendo: “Mira cómo en Mariana, Maceo, Martí y Máximo suenan igual las dos primeras letras”.

Así fui asociando letras y sonidos. Cuando vine a darme cuenta, sabía leer de corrido.

Siempre fue de la opinión de que nosotros supiéramos lo que debíamos y lo que debíamos hacer… con una libertad absoluta de acción y respetaba nuestras decisiones, aunque nos aconsejaba; pero siempre tuvimos decisión propia.

Mi padre le había pasado una cuenta a la compañía de seguro obrero del central, porque no le pagaban, le querían pagar con una “iguala” mensual y no por unidad de trabajo; no lo aceptó, ya que no estaba dentro de la ética del Colegio Médico Nacional, y entabló pleito. No se negó a seguir atendiendo a los enfermos, pero se negó a cobrar con iguala; le pasaba la cuenta a la compañía, y como esta no le pagaba, se le acumuló dinero de dos o tres años. Entonces la demandó judicialmente.

Vino a verlo el abogado de la compañía, y le propuso ofrecerle cuatro mil pesos para que tranzara —la deuda ascendía a ocho mil o nueve mil pesos—. “Ellos me han precisado cuánto puedo gastar para ganar el pleito y por eso vengo a plantearte que aceptes, de lo contrario, ese dinero lo voy a gastar entre juez, secretario y esas cosas, y tal vez quede algo para mí”. Papá le exigió el pago de lo que le debían. El tribunal no falló a su favor.

 

 

Después del triunfo de la Revolución, estuvimos tratando de encontrar la causa radicada en Media Luna y en el juzgado de Primera Instancia de Manzanillo, y no se encontró, es decir, la desaparecieron.

Media Luna también lo recuerda como padrino de bodas, bautizos, organizador de círculos de lectura y una que otra vez, como el orador idóneo para despedir duelos. Tan amplio despliegue de actividades sociales lo convirtieron en una persona admirada. Esta acogida popular frenó, en alguna medida, los ataques de sus enemigos políticos que aspiraban, en secreto, expulsarlo del pueblo. Tuvo roces, fundamentalmente con los dueños del central.

Olga Sánchez Castellanos

Después de que concluí la primaria, mi familia se mudó para Manzanillo, porque en Media Luna solo se podía estudiar hasta sexto grado. Entonces Celia fue a vivir a mi casa, nos matriculamos en una escuela privada, pero incorporada al Instituto de Santiago de Cuba. Se llamaba José María Heredia. Ahí estudiamos la Preparatoria e íbamos a Santiago a realizar los exámenes.

No pudimos continuar los estudios hasta 1937, cuando inauguraron el instituto en Manzanillo. La familia Sánchez-Manduley también vino a vivir acá.

Ana Alicia Sánchez Castellanos

Durante aquellos años cómo disfrutamos nuestra juventud.

Formamos un grupo como de trece jovencitas, al cual nombramos Los Pavitos: Purita Robledo, María Lola Codina, Pucha, Celia Codínez, Celia, Flabia, Olga y yo, entre otras… Nos reuníamos y dábamos fiestas, algunas en la casa del doctor René Vallejo Ortiz, quien fuera después comandante del Ejército Rebelde. Él no bailaba, pero como vivíamos cerca nos prestaba la casa.

En esa época fuimos muy felices: playa, fiestas en el Club 10. También se incorporaron algunos amigos. No se me olvida Salvador Sadurní, le gustaba escribir canciones y le hizo una al grupo:

Los Pavos del treinta y cinco son/Las reinas de la ilusión./Hoy van a bailar/Mañana a nadar/Y así de la vida suelen disfrutar.

Silvia

Nosotros habíamos ido a vivir un tiempo a Manzanillo —abuela, tía, Chela, Celia, Flabia y yo—. Papá continuó trabajando en Media Luna; pero trató de reunificar a la familia dispersa. Chela y yo estábamos en Santiago de Cuba.

Por ese tiempo Celia intimó con un grupo de muchachitas del instituto, y comenzaron a salir juntas. En el parque se reunían los domingos por la mañana e iban para el Club 10, al parque Masó. Ella era el centro del grupo, organizaba los paseos donde, algunas empezaban a relacionarse con muchachitos.

Griselda

Allá por 1938 o 1939 se celebró un concurso de belleza por el 17 de agosto, día de San Joaquín, patrono de Manzanillo, y con motivo de los carnavales. Las candidatas las promovían distintas instituciones —los clubes Yate, Pesca y Guacanayabo, la Colonia Española, el círculo de Manzanillo—, ellas hacían propaganda en torno a su elegida y la gente compraba los votos.

Hablaron con Celia para proponerla, pero estaba renuente, no soportaba la publicidad. Sin embargo, a tanta insistencia del Club Guacanayabo y los de la Alianza Feminista, más la presión que ejercían Los Pavitos, se postuló como candidata. Para que se retratara fue tremendo.

Al final salió electa con una cantidad de votos asombrosa. A ella se le hizo mucha propaganda en vidrieras, carteles, en los que aparecía su nombre como candidata, propuesta por varias instituciones. Las tiendas promocionaban el concurso: según los clientes compraban productos, les entregaban determinado número de votos que después asignaban a su preferida. Por la cantidad que recibió, las otras dos muchachas renunciaron. Ahí mismo se acabó el certamen.

Silvia

Mi hermana tuvo muchos enamorados, le encantaba sacarles fiesta; pero a veces no les hacía caso para mortificarlos. Casi siempre tenía dos o tres pretendientes al mismo tiempo. Pero realmente le gustaba Sadurní, un joven rubio muy gracioso, que “se puso de moda” en Manzanillo. Este muchacho componía canciones, cantaba, tenía admiradoras por todo el pueblo. Había estudiado en Estados Unidos y era deportista.

A Sadurní, luego de un golpe en una pierna, se le presentó una tumoración, al parecer desde un principio, maligna. Fue operado. El médico no era muy bueno, y aquel muchacho se desangró. Cuentan que de manera insistente clamaba por ella. A las dos de la madrugada vinieron a buscarla. No llegó a tiempo para verlo con vida. Se impresionó muchísimo y estuvo un tiempo muy triste.

¡Cosas de la vida! Él estaba locamente enamorado de Celia, al tiempo que casi todas las muchachas de Manzanillo lo estaban de él. Hasta le compuso un tango, una tonada famosa en la década del treinta; le dio por título su propio nombre: “Celia”. Un fragmento decía así:

Celia, trigueñita encantadora/Con tu mirar que me emociona/Me hiciste estremecer./Celia, portadora de belleza /De esta tierra de grandeza/Flor amada por doquier.

En la actualidad está presente la huella de la tonada y tango que Sadurní dedicó a Celia, un ejemplo lo reflejó el director de Mundo Latino Ariel Prieto-Solis Cubas, quien realizó un video clic y expresó: Celia era una hermosa flor.

“Con su noble corazón ayudó a los infelices, llevando en sus cicatrices marca de la tiranía, pero el pueblo todavía la recuerda con amor. Celia, convertida en flor, es más bella cada día”.

Ana Alicia Sánchez Castellanos

Siempre pensé que después de su muerte, fue cuando sintió de verdad que estaba enamorada de él, porque no llegaron a ser novios. Celia era linda y de ella se enamoraban también.

Nos mantuvimos en el instituto, todo lo conjugábamos de lo más bien; pero mi prima no concluyó esta enseñanza por no acudir a la cita del profesor de Psicología Rodríguez Mojena. Resulta que las dos teníamos la letra muy parecida. Yo, particularmente, muchas veces ni entiendo lo que escribo. Y el día que el profesor dio a conocer las notas de su examen, no dijo las nuestras, nos pidió que pasáramos por la dirección para que leyéramos lo escrito, porque él apenas entendía la letra. Yo fui pero ella dijo que no iría, y a partir de ese momento, dejó de asistir a clases.

El propio Rodríguez Mojena me pedía que la aconsejara. Como nos conocían, él aceptaba que le leyéramos el trabajo. “Cuando estén en la universidad será otra cosa…”, me decía. Pero Celia no volvió. Por eso, después del triunfo de la Revolución le molestaba tanto que apareciera en el periódico la “doctora Celia Sánchez”. Incluso me decía: “Ya les he dicho que yo no tengo ningún título”.

Silvia

Acacia y yo entendíamos bien su letra, pero el problema era que los rasgos iban hacia atrás, resultaban poco legibles. Refiriéndose al profesor, le oímos decir muchas veces: “O él no puede ser profesor porque no sabe leer o yo no puedo graduarme porque no sé escribir”.

Flabia

Lo cierto es que yo terminé el instituto, pero ella no. No se presentó a aclarar el último examen, y quien había citado tenía la dualidad de ser profesor de Psicología y director del centro.

Es verdad que su letra era garabateada, inclinada hacia atrás. Yo la entendía, Acacia también, igual que Silvia; pero era poco legible para un profesor que califica tantísimos trabajos. Eso ocurrió por 1940, coincidió con el momento en que papá pasó a trabajar a Pilón. Ladecisión fue irnos de la casa de Manzanillo —León No. 15—,que era de ocho cuartos, adonde habíamos ido a vivir desde 1937, cuando la inauguración del instituto.

Orlando

Mi hermana en esa etapa actuaba como jefa de grupo, pero no por liderar acciones, sino porque le gustaba proteger a la gente. Por frente a la casa pasaban las aplanadoras con un ruido del diablo. Nosotros salíamos, les corríamos detrás, y allá iba a cuidarnos. Igual sucedía cuando comenzaba la zafra. Era un alborozo enorme, todos íbamos al central; Celia con sus amigas, pero pendiente de sus hermanos.

Particularmente yo era muy maldito, no me gustaba la escuela, me escapaba, cogía un gallo y lo escondía dentro de la camisa. “Mételo ahí para que no te lo vean”, me decía y, además, criado por mi abuela… siempre hacía de las mías.

Pilón donde creció una mujer virtuosa

Ana Alicia Sánchez Castellanos

Tenía un gusto especial. Tejía, arreglaba la casa, diseñaba su ropa desde jovencita. Del grupo era la que mejor vestía.

Cocinaba muy bien y de igual forma sabía presentar la mesa. Lo hacía con deseo y alegría, era optimista. Frecuentemente la recuerdo riéndose, con una mirada lozana.

Pilón fue el pueblo que acogió al doctor Sánchez a partir de 1940. Allí estableció su nuevo hogar y nuevas relaciones de trabajo como médico. Celia tenía veinte años, y qué hablar de su condición de hija. Se entregó por completo a la atención del padre. Lo ayudaba en su actividad profesional, se ocupaba de su alimentación, de sus ropas y hasta de sus vacaciones. Se esmeraba en hacerle agradable la vida.

Manuel Enrique

Montada sobre pilotes estaba la casa. Tenía un portal grande, la sala al centro y a cada lado, las habitaciones; además del pantry y la cocina. En el patio estaba la casita de la mona, pequeña construcción encima de un algarrobo.

Griselda

La casa era un chalé americano de seis habitaciones. Papá utilizó las tres de la izquierda como consulta, cirugía dental y laboratorio, y las de la derecha: una grande con tres camas para la familia cuando nos visitaba o para gente de paso que albergábamos, porque mi casa era como un hotel, precisamente el que no tenía el pueblo; y las otras dos, uno para papá y otra para Celia y Acacia.

A partir de la llegada a Pilón, comenzó un período fascinante, que la proyectaría con rasgos políticos y humanitarios muy definidos.

Flabia

Cuando fueron a vivir para allá, yo había terminadoel bachillerato y ya estudiaba en La Habana la carrera de Estomatología. En Pilón vivían papá, Celia, Acacia y Silvia, que todavía estaba soltera. Yo iba en las vacaciones. En cuanto llegué la primera vez, me di cuenta de que Celia era quien disponía en la casa, es decir, llegar a Pilón y ver a otra persona fue lo mismo, estaba como liberada. Había dejado la adolescencia, ya se sentía toda una mujer.

Olga Sánchez Castellanos

Sus reacciones eran increíbles. Una vez Amanda Manduley, una tía viuda que ella quería mucho, le dio un reloj que había sido de su esposo para que en un viaje que la sobrina haría a La Habana se lo llevara a reparar; ya en Manzanillo le habían dicho que no tenía arreglo.

Lo trajo. Subió al ómnibus que la dejaría en la calle Galiano y, al bajarse frente a la relojería Riviera, se le cayó; sin tiempo para recogerlo, vio cómo otro ómnibus que venía detrás, lo hizo una galleta. De todas maneras lo recogió y se lo mostró al mecánico. Por supuesto, no tenía arreglo.

El incidente provocó que estuviera un año sin visitar la casa de la tía. Pasado mucho tiempo, se reía siempre que recordaba lo ocurrido, pero aquellos primeros momentos los pasó mal. Y es que Celia era así. Y también de esta forma que les voy a contar: poseía el don de la organización, lo pude comprobar cuando la gravedad de mi padre. Muchos días antes de que él muriera empezó a ayudarnos, estaba al tanto de cada detalle. Si se necesitaba una medicina, iba rápido en el auto a buscarla —por cierto, a mí me comentó un taxista de Manzanillo que era la mujer que mejor manejaba en el pueblo—. Volviendo a lo de papá, el día que murió, ella se ocupó de todo.

Manuel Enrique

Su cambio fue total; cualquier vestigio de timidez había desaparecido. Lo que se conoció como Pro-Pilón así lo indica.

Griselda

Pro-Pilón surgió por las duras realidades que el pueblo tenía que enfrentar cada día: los niños morían por la falta de asistencia médica y, cómo mi padre sufría cuando había que realizar operaciones en el hospital, donde no existían ni las condiciones elementales.

Poco tiempo después de nuestra llegada al pueblo, una locomotora le desbarató la pierna a un muchacho, había que hacerle una amputación y sacarlo urgente. Mi padre habló con los que atendían el sindicato para que se hiciera algo, porque se estaba muriendo, y no había forma de trasladarlo; el barco daba un viaje semanal y, por tierra, con las lluvias, los caminos estaban imposibles de transitar.

Finalmente, entre el sindicato y mi papá, se acordó hacer una pista de aviación en un potrero al fondo de nuestra casa. Esa misma noche que se hizo la pista, una avioneta trasladó al herido.

Comenzaron sus razonamientos. Celia no entendía que situaciones como estas pudieran suceder. Su pensamiento giró en torno de soluciones; se le ocurrió crear un fondo para ayudar en momentos como este. Recuerdo que de pronto dijo: “Haremos un Pro-Pilón” y rauda empezó a organizar su idea.

Por aquellos tiempos dos o tres hombres hacían fiestas al principio y final de la zafra, en año nuevo y el día del patrono del pueblo para obtener ganancias personales. Un buen día dijo que se acababan las festividades que no le reportaban nada al pueblo y que en adelante nosotras seríamos las organizadoras. Para este empeño buscó a un grupo de mujeres.

Empezamos con una verbena para esperar el nuevo año, 1942. Fuimos a Manzanillo a pedir en los establecimientos mercancías que se les hubieran quedado ociosas. Recogimos tazas, platos, copas… En los establecimientos de Pilón hicimos lo mismo; a los dueños de fincas les pedimos chivos, puercos, guanajos, gallinas… no faltó el aporte de ron y cerveza. Disposición siempre existió sin necesidad de muchas explicaciones.

Cocinábamos en las casas y luego todo se reunía en la iglesia, el local más amplio y adecuado. Cuando ya teníamos lo previsto, colocábamos quioscos y nosotras, las integrantes de Pro-Pilón, atendíamos al pueblo. Se ponían pozos mágicos y otros entretenimientos. El baile se cobraba.

Aquella verbena del 31 de diciembre fue un éxito. Llegamos a tener ganancias superiores a dos mil pesos; en otras, tres mil y más. Ese dinero lo controlaba la tesorera. En definitiva, el Pro-Pilón se había creado para ayudar al paciente que necesitara trasladarse con un acompañante a Santiago de Cuba o Manzanillo, de manera que se le pudieran costear esos gastos, aparte de pagarle, además, el tratamiento. Así sucedió durante mucho tiempo.

Para entender mejor lo que hacíamos, habría que recordar que el pueblo pasaba hambre y la gente nada más veía centavos durante los tres meses de zafra, por lo tanto no había dinero ni para medicina. De ahí la tremenda importancia que tenía la ayuda económica que brindábamos.

Cubríamos económicamente las necesidades extremas que se presentaban en nuestro pueblo y nos sobraba dinero.

A final de año, con ese sobrante, iba a los almacenes de Santiago de Cuba a comprar juguetes para repartirlos a los niños de Pilón.