Céspedes. Estadista y estratega - Roberto Hernández Suárez - E-Book

Céspedes. Estadista y estratega E-Book

Roberto Hernández Suárez

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Beschreibung

Los amantes de la historia encontrarán en esta obra: Céspedes. Estadista y estratega hechos, documentos, cartas, partes de guerra y tablas que ampliarán sus conocimientos y los ayudarán a valorar la actuación del Padre de la Patria en los aspectos civiles, militares y de las relaciones con el exterior, para así configurar su impresionante imagen, que las páginas de este libro confirman una vez más. Roberto Hernández Suárez, en esta profunda investigación, establece un diálogo permanente con el iniciador de las guerras por la independencia de Cuba, lo cual propiciará una mirada diferente del lector, quien logrará asumir criterios y juzgar momentos significativos de nuestro pasado de lucha, en ocasiones olvidados o tergiversados. Desde el 10 de octubre de 1868 y hasta el día de su caída en San Lorenzo, el 27 de febrero de 1874, Céspedes se enfrentó a innumerables obstáculos, y no solo los impuestos por el enemigo extranjero, pues se vio obligado a sacrificar la vida de su hijo Oscar antes de poner en peligro la independencia y la abolición de la esclavitud de su país y, sobre todo, la confianza de los cientos de integrantes del Ejército Libertador que alzaron, junto a él, el machete redentor contra el colonialismo español. Sean estas páginas un motivo más para preservar las tradiciones históricas del pueblo cubano y mantener vivo el legado de quienes regaron con su sangre la tierra de la patria.

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Seitenzahl: 464

Veröffentlichungsjahr: 2024

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Quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorización escrita de los titulares del Copyright, bajo la sanción establecida en las leyes, la reproducción parcial o total de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, y la distribución de ejemplares de ella mediante alquiler o préstamo público. Si precisa obtener licencia de reproducción para algún fragmento en formato digital diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) o entre la web www.conlicencia.com EDHASA C/ Diputació, 262, 2º 1ª, 08007 Barcelona. Tel. 93 494 97 20 España.

Edición:

Hildelisa Díaz Gil

Corrección:

Ana Teresa Molina Álvarez

Hildelisa Díaz Gil

Diseño y realización de cubierta e interior:

Francy Espinosa González

© Roberto Hernández Suárez

© Sobre la presente edición:

Editorial Capitán San Luis, 2024

ISBN: 9789592116696

Editorial Capitán San Luis.

Calle 38 no. 4717 entre 40 y 47, Kohly,

Playa, La Habana, Cuba.

Email: [email protected]

www.capitansanluis.cu

www.facebook.com/editorialcapitansanluis

Sin la autorización previa de esta Editorial queda terminantemente prohibida lareproducción parcial o total de esta obra, incluido el diseño de cubierta, o transmitirlade cualquier forma o por cualquier medio.

Índice de contenido
Página legal
Prólogo
Notas del autor
Patria y Libertad
Preámbulo
Capítulo I
PRIMERA FASE DE LA GUERRA
La guerra: causas y desafíos
Gobierno Provisional
Lersundi contrataca
Derrota de El Salado. Incendio y ocupación de Bayamo
Capítulo II
SEGUNDA FASE DE LA GUERRA
Constitución del Gobierno de la República. Organización del ejército y la guerra
Abolición de la esclavitud y colonización china
Las relaciones con Estados Unidos
Política de guerra de España frente a la respuesta de las fuerzas republicanas
Capítulo III
AÑO TERRIBLE DE LA REVOLUCIÓN. 1870
Operaciones españolas sobre el Camagüey. Necesidad de recursos de guerra. Problemas con el mando de las fuerzas camagüeyanas
Las convicciones políticas de Céspedes
Caballero de Rodas en el Camagüey
Oscar: la disyuntiva de Céspedes
Capítulo IV
LA CÁMARA ENTREGA EL MANDO POLÍTICO Y MILITAR DE LA REVOLUCIÓN A CARLOS MANUEL DE CÉSPEDES DEL CASTILLO. 1871
Céspedes retoma el Decreto del 6 de enero de 1870. Decisiones
Acuerdo de la Cámara. Enero de 1871
Informe del presidente de la Cámara de Representantes Salvador Cisneros Betancourt, marzo de 1872
Céspedes informa a la Cámara sobre su gestión en 1871
Sistema español de guerra, genocidios e incendios
Genocidios perpetrados
Sistema de incendios
Capítulo V
LA INVASIÓN A OCCIDENTE: PESADILLA PATRIÓTICA
Promoviendo expediciones
Importancia de invadir Occidente
Revivir la guerra en Las Villas y llevar la invasión a Occidente
Ideas para llevar a cabo la invasión a Las Villas
El retorno de la Cámara de Representantes: fantasma de la división
Capítulo VI
UN MES ANTES DE LA DEPOSICIÓN
El presidente Carlos Manuel de Céspedes informa de su gestión el 28 de septiembre de 1873
Transformaciones y acuerdos en la organización y estructura del Ejército Libertador
Relaciones con el exterior
Expediciones
Capítulo VII
GOLPE DE ESTADO: DESTITUCIÓN Y MUERTE EN COMBATE
Sobre el Quórum Cameral: documento de Céspedes
Destitución y muerte en combate
Consideraciones finales
Anexos
Anexo 1. Presa Carlos Manuel de Céspedes
Anexo 2. Himno de Bayamo
Anexo 3. Acciones combativas entre el Ejército español y el Ejército Libertador (1/10/1868-31/3/1869).244
Anexo 4. Reglamento para la ejecución en las islas de Cuba y Puerto Rico de la Ley del sobre la abolición de la esclavitud, 4 de julio de 1870.
Capítulo primero
Capítulo segundo
Capítulo tercero
Capítulo cuarto
Anexo 5. Supresión del Decreto del 12 de febrerode 1867
Anexo 6. Carta de Carlos Manuel de Céspedes a Salvador Cisneros Betancourt, 30 de octubre de 1871
Anexo 7. Carta de Ana de Quesada a Carlos Manuel de Céspedes del Castillo. Nueva York, abril de 1873
Anexo 8. Céspedes: gestión internacional de Gobierno
Somos un Ejército organizado
Papel del Diario de la Marina
Represión brutal contra los ciudadanos
¿Por qué los Estados Unidos deben reconocer la beligerancia?
Por qué tomar las armas y cuál es el proyecto
Anexo 9. Informe del mayor general Calixto García Íñiguez al secretario de la Guerra Félix Figueredo, sobre la muerte de Carlos Manuel de Céspedes del Castillo
Bibliografía

«¿Qué significa para nuestro pueblo el 10 de octubre de 1868? ¿Qué significa para los revolucionarios de nuestra patria esta gloriosa fecha? Significa sencillamente el comienzo de cien años de lucha, el comienzo de la Revolución en Cuba, porque en Cuba solo ha habido una Revolución: la que comenzó Carlos Manuel de Céspedes el 10 de octubre de 1868 y que nuestro pueblo

lleva adelante en estos instantes».

Fidel Castro Ruz

A mis padres y a los de mi esposa.

Agradecimientos a:

Rafael Acosta De Arriba, prologuista que prestigia este título con sus acertadas y estimulantes valoraciones.

Al Dr. Elbis Rodríguez Rodríguez, quien con su aval acerca de la investigación permitió que se enriqueciera el criterio sobre

la necesidad de esta obra.

Al general de brigada José Alberto Yanes Díaz (fallecido) y al coronel (r) Gustavo Milián Rivero, quienes aprobaron la divulgación de este título.

A Julio Antonio Cubría Vichot, director de la Editorial Capitán San Luis y su equipo de trabajo, que han hecho posible un sueño.

Especial agradecimiento a la compañera Hildelisa Díaz Gil, la que ha llevado a cabo, con una gran paciencia y exigencia, el trabajo editorial de la obra. Sus observaciones siempre fueron oportunas y enriquecedoras, y al equipo de realización por superar mis expectativas en la visualidad general del libro.

Mi total gratitud al artista de la plástica Amaury de Jesús Palacios Puebla, por entregar para la cubierta la imagen de Carlos Manuel de Céspedes.

Agradecimiento a mi hijo teniente coronel (r) Roberto Hernández Caballero, abogado, que hizo importantes observaciones a las páginas de este texto. Y especialmente, a mi esposa Digna Caridad Caballero Trujillo, mi hija Yamira Hernández Caballero y mi nieta Amalia Rodríguez Hernández, a mi lado durante todo el tiempo de la investigación y después, siempre con el aliento, la serenidad y el apoyo.

A todos, muchísimas gracias.

Prólogo

Una nueva mirada a Carlos Manuel de Céspedes

Este libro viene a sumarse a un grupo reducido de textos que en los últimos años se han publicado sobre la figura de Carlos Manuel de Céspedes y el examen de su actuación en la historia. Realmente son muy pocos y esto no deja de ser curioso. También preocupante. Se trata de una figura con una participación cardinal en los avatares del país, fundacional para ser más exactos, que no por gusto es reconocido unánimemente como Padre de la Patria y, sin embargo, no ha concitado una cantidad correspondiente de análisis por la historiografía nacional.

Para Roberto Hernández Suárez, es el segundo título que realiza sobre esta personalidad. En 2017, con el sello de la Casa Editorial Verde Olivo publicó: Céspedes: con fuerza como la luz, donde examinó, al igual que lo hace en este, la perspectiva militar de la actuación cespediana en la guerra iniciada en 1868. El autor, buscando unificar criterios, hace que la síntesis del primero ocupe la mayor parte del capítulo «Céspedes, estadista y estratega», con lo que, obviamente, se propuso dar continuidad a sus análisis en estas páginas, amplificando criterios sobre la base de sus juicios originarios. Pudiera decirse que es como una vuelta de tuerca acerca de concepciones ya meditadas y expuestas.

De tal forma, se despliega ante el lector el panorama general del lustro inicial de la contienda, evento al que todos los estudiosos coinciden en denominar el crisol en el que se forjó la nación cubana, combinado con argumentaciones más generales sobre la propia guerra. Así se precisan las fuerzas y medios de ambos bandos contendientes, la organización militar de cada uno, el curso bélico (batallas, repliegues, logística, victorias y derrotas), y la colocación del conflicto en la geopolítica trasatlántica y hemisférica, como los elementos que, a juicio de Hernández, constituyeron las fortalezas y debilidades tanto del ejército colonial como del ejército mambí o patriótico. Desglosa y explica datos relativos a los componentes militares de la guerra, lo que resulta bienvenido por ser el ángulo menos examinado hasta el presente, al menos en lo que a Céspedes concierne.

Los parlamentos y escritos del bayamés, sus cartas y alocuciones, son citados constantemente, como una táctica explícita para darle voz y que así pueda dialogar con la contemporaneidad. Estructuralmente, es la clave, su sentido espeso. Un grupo considerable de citas a pie de página y de anexos, complementan esa voluntad de aportar datos útiles al lector.

No quedan fuera del estudio las relaciones de los patriotas con Estados Unidos, pues se sabe que los tres grandes escenarios de la guerra fueron Cuba, España y Estados Unidos. De esta forma, el investigador nos muestra las tensiones y enconos que se produjeron dentro de la clase que promovió la batalla por la independencia. En todos estos aspectos sobresalió la actuación de Céspedes como figura protagónica, tanto en los aspectos civiles, como militares y de relaciones con el exterior. De esta manera se va configurando la impresionante imagen del estadista, que estas páginas vienen a confirmar, una vez más.

El autor detalla la tan debatida cuestión de la deposición de Céspedes de su cargo de presidente de la República en Armas, a la que la historiografía ha dedicado enjundiosos estudios, pero que Hernández Suárez sugiere, a partir de algunos hechos, que tiene a bien subrayar, la posible participación del general Máximo Gómez Báez en las intrigas y deliberaciones conspirativas que condujeron al pustch militar de Bijagual de Jiguaní en 1873. Con ello, hace una interesante aportación a ese debate. Un mapa recogido en los anexos marca dónde estuvo ese lugar de nuestra geografía, ahora cubierto por una represa.

Me recuerda una anécdota que me reveló hace ya un buen tiempo el desaparecido revolucionario Lester Rodríguez Pérez. Me dijo este protagonista de la gesta libertadora de 1959, que él se encontraba recorriendo con Fidel Castro Ruz en un yipi los lugares donde deberían situarse las represas, que darían forma al plan de la Revolución para el almacenaje de agua en la región oriental del país (conocido como Voluntad Hidráulica) y que, cuando le correspondió determinar la represa necesaria en la zona donde estaba enclavado Bijagual de Jiguaní en 1968, el jefe de la Revolución no dudó en tomar la decisión y le ordenó a los técnicos e ingenieros hidráulicos, que sí era adecuado ese sitio y sí reunía las condiciones requeridas, pues que se olvidaran de los otros lugares posibles: «Que el agua cubra el lugar de la ignominia», expresó el líder cubano y, de esa forma, se borró del mapa. Para mayor énfasis en su decisión, se le puso el nombre de Carlos Manuel de Céspedes.1

Vuelvo al presente texto donde se hace un interesante examen sobre las tendencias anexionistas predominantes en ciertos hombres de la dirección patriótica durante la guerra, en particular, en los del Camagüey, y la posición de Céspedes al respecto. He expuesto en algunas de mis obras mis opiniones sobre ese tema, coincidentes con las del autor. De igual forma, el desaparecido historiador Oscar Loyola, reflexionó sobre el asunto.2

Aquí se resalta la labor diplomática del Padre de la Patria, una diplomacia, vale decir, atinada, agresiva y vasta, pues le escribió o envió a embajadores o emisarios a casi todos los presidentes de las repúblicas suramericanas, emergidas del esfuerzo libertador, y también a los gobernantes norteamericanos y a personalidades políticas influyentes o notorias de la época como fue Giuseppe Garibaldi. Céspedes fue el propio canciller de la Revolución independentista, un estadista bien dotado y el único hombre de su generación con una visión de conjunto sobre las tramas y urdimbres internacionales que se tejieron sobre la guerra revolucionaria y abolicionista de 1868. Fue, además, el primer dirigente independentista cubano en advertir y desentrañar, al menos en sus líneas gruesas, los turbios y ambiciosos designios del Gobierno de Estados Unidos hacia Cuba. Después, José Martí ahondaría esas reflexiones y las convertiría en un sentido de su existencia. El texto se refiere a estos aspectos con precisión.

El abogado provinciano hasta 1868, terrateniente y hombre sobresaliente en su entorno social, bayamés y manzanillero, de litigar casos comunes de la jurisprudencia colonial, pasó a defender con ardor la causa independentista insular ante los ojos del mundo occidental y la acusación, cual fiscal entrenado de España como país colonial, la causante de graves crímenes de guerra y sustentador de una obsoleta esclavitud que solo podía engendrar, a esa altura de la época, la denigración del sentido pundonoroso de la humanidad. A los liberales españoles, Céspedes les arrojó en el rostro su apostasía y, a los gobernantes norteamericanos, el abandono de la más natural de sus obligaciones republicanas para con los independentistas y republicanos del país. Fue un formidable abogado, de causas mayores que la propia independencia de la Isla, el que se desplegó en un tenso lustro con el que finalizó su vida revolucionaria.

A contrapelo de lo expresado resulta curioso cómo la historia ha recogido la controversia entre Céspedes y la Cámara de Representantes, como si se tratara de una pugna entre un tirano o dictador y republicanos y demócratas «puros», desconociendo por completo, que fue la Cámara la que mostró cada día de la guerra su absoluta intolerancia ante el desempeño del poder ejecutivo. Podría avanzar algo más, no solo intolerante, sino prepotente, pues el enfrentamiento lo saldó con un golpe de Estado, de libro, para derrocar al «tirano».

Por poner un solo ejemplo, la oposición y virulencia con que los representantes reaccionaron a la designación de Manuel de Quesada3 como agente especial de la República en Armas en Estados Unidos, sustituyendo a Miguel Aldama Alfonso,4 es una prueba más del fehaciente encono y predisposición del órgano legislativo para con Céspedes. Un somero análisis entre las capacidades de Quesada y Aldama para organizar expediciones (unas de las atribuciones principales de dicha misión) de apoyo a la lucha libertadora, apoyaría resueltamente la candidatura del exjefe del ejército mambí. La explosividad de la decisión no estaba en su tino, sino en que el camagüeyano había sido marcado por el legislativo, mientras que Céspedes proponía seguir utilizando sus evidentes capacidades militares y de liderazgo. Pero, al ser marcado Quesada por la Cámara de Representantes, el presidente, según esta, no debió jamás haber hecho esa designación. Ante los apremios y urgencias de la guerra, ese era el tipo de acciones que Céspedes no estaba dispuesto a autocensurarse. Al final, la vida probó que ni Quesada ni Aldama ni José Manuel Mestre Domínguez,5 o más tarde Aguilera,6 pudieron cumplir la difícil tarea de apoyo a cumplimentar en una emigración atomizada y debilitada.

El encono contra Céspedes fue el cometido superior que aquellos hombres confundidos se plantearon como su tributo mayor, o su deber a la independencia, en vez de cerrar filas contra el enemigo español. Un exacerbado temor a una supuesta tiranía consumió demasiadas energías y provocó demasiadas ralentizaciones y dificultades a la causa patriótica. La crítica de ese nombramiento de Céspedes, así como toda la reacción turbulenta que generó, solo puede verse desde la óptica de un enfrentamiento en toda la línea de los camerales contra lo que Céspedes representaba ideológicamente para la independencia y abolición de la esclavitud.

Visto a la distancia del tiempo, todas las decisiones o medidas tomada por Céspedes le granjearon, de inmediato, la animadversión de los camerales. Era, por lo tanto, una guerra interna desatada contra el iniciador y sus ideas de dirigir la República en Armas, no era una evaluación genuina u objetiva de su conducción como gobernante. Podría también considerarse como una debilidad propia de una nación en eclosión. Hernández Suárez hurga en tales entresijos y aporta información útil para los estudios ulteriores.

Tanto en su primer libro como en este, se aprecia el apego del autor por dejar hablar por sí solo a los documentos históricos, es una decisión que agradece el lector quien, además, se ve compelido o estimulado a seguir hurgando en la añeja papelería si pretende continuar el impulso historiográfico sugerido. En tal sentido, es muy acertado el empleo que se hace del Diccionario Enciclopédico de Historia Militar de Cuba, pues este repertorio no ha sido muy aprovechado por los historiadores, a pesar de sus innegables valores como fuente de información para el estudio de la perspectiva militar del conflicto bélico.

En aras de buscar el núcleo duro del pensamiento de los bandos enfrentados, el escritor también examinó lo que se pensaba desde la jefatura española, lo cual ofrece un panorama balanceado de cuánto ambos planeaban y pensaban sobre la guerra y sus consecuencias. Es muy atinado el manejo de las fuentes.

Le escuché en una ocasión a una eminente historiadora un reproche a la incapacidad o indeterminación militar de Carlos Manuel de Céspedes, quien, aun pudiendo –según su juicio– comandar tropas en momentos en que la Cámara le otorgó todos los poderes de la República y recesó, no lo hizo, desaprovechando tal oportunidad. Me pareció –aún me parece– , que era un criterio desmedido y en esencia desconocedor de los celos de los miembros de la Cámara, que hubiesen reaccionado de inmediato ante una decisión así, como una manifestación más de sus obvias ambiciones de poder.

Creo que el escenario político dentro de la dirección patriótica, atomizado y debilitado por esas banderías, no hubiese permitido jamás que el presidente asumiera oficialmente el mando supremo de las tropas (aunque a ciencia cierta lo estuvo en la práctica por casi año y medio). Por demás, pesaba mucho el tema de la concepción en que se fundó la República en Armas, que consideraba, con mucho celo (había sido uno de los núcleos esenciales de su gestación en Guáimaro), la separación de poderes. En mi modesto criterio, esa es una cuestión que, por ser de índole especulativa, y por lo tanto ajena al cabal espíritu de las ciencias históricas, no merecería una discusión seria, a riesgo de caer en las arenas movedizas de las conjeturas. En última instancia, está el hecho incontrovertible de que Céspedes capitaneó la más importante acción militar, al menos por su efectividad real, de toda la guerra: el asalto y toma de Bayamo. Y como bien apunta Hernández Suárez, fue suya la idea de la invasión a Occidente, la que constituyó, sin duda alguna, la idea estratégica militar de más largo alcance que se propuso el mando cubano.

El presente texto refuerza la visión de conjunto de lo terrible que fue aquella guerra, de sus complejidades políticas y militares para los dos mandos, de la precariedad de la vida en la manigua que vivieron y sufrieron los patriotas, del desafío extraordinario de luchar contra un enemigo de fuerzas abrumadoramente superiores, mayor logística y equipamiento moderno en su armamento.

Leer este libro de Hernández Suárez confirma lo ya sabido por otros testimoniales de la llamada Guerra Grande: que fue un escenario que puso a prueba el patriotismo en miles de hombres que luchaban por alcanzar la independencia y crear su República. No hubo después en la historia cubana un evento de mayor trascendencia que este, ni comparable en duración, en dificultades, ni en propósitos históricos (en los restantes ya la abolición de la esclavitud, gracias a la Revolución de 1868, había sido resuelta), fue, sin dudas, el crisol de la nación.

Céspedes se muestra como el ojo visor de la Revolución, el estadista capaz de ver la guerra dentro de un escenario internacional más amplio, el hombre con mayores dotes como estadista, pero combatido sin descanso por españoles y cubanos (sus compañeros en la dirección de la guerra), el hombre honesto y frontal que no temió granjearse animadversiones si estas surgían como producto de decisiones que él consideraba inaplazables. Como lo señaló atinadamente José Martí, Céspedes se creía situado frente a la Historia (así, con mayúscula), no frente a la Cámara de Representantes. Su autopercepción fue correcta.

Para Céspedes, y estas páginas lo refuerzan como un hecho incontrovertible, los cinco años que permaneció al frente de la lucha, significaron un sacrifico y una entrega absolutos, pérdida de dos hijos, un hermano y otros familiares; graves agresiones a su carácter y dignidad; quebrantamiento de su salud; y una infinita carga de desesperación ante las decepciones y fracasos que supuso el enfrentamiento interno con los camerales y el distanciamiento del triunfo, que una vez creyó rápido. El símil de Martí sobre un Céspedes convertido en una roca, en la que se abatieron todas las fuerzas de un país en brotación, no pudo ser mejor ni más gráfico. El libro permite apreciar este cuadro personal con increíble nitidez.

El autor se hace a sí mismo legítimas preguntas de principio a fin, algunas intenta responderlas y otras quedan para la posterior investigación historiográfica, pero son interrogantes muy acertadas y claves dentro del marco histórico de la Revolución cespedista y sobre el hombre que lideró su primer tramo.

Disfrutemos esta investigación como se hace con los buenos libros de Historia: sumergiéndonos en aquellas terribles circunstancias y sopesando equilibradamente los hechos históricos y el papel de los hombres dentro de ellos.

Roberto Hernández Suárez nos ofrece su mirada personal, apoyada por la ciencia, y es legítimo seguirlo en sus elucubraciones.

De nuevo se nos aparece la tremenda figura de Carlos Manuel de Céspedes, el hombre que, según su relevo en el proceso revolucionario cubano, «nos echó a andar» como pueblo.

Rafael Acosta de Arriba

Notas del autor

La siguiente obra no tiene la pretensión de constituir una biografía de Carlos Manuel de Céspedes del Castillo, solo ofrecer una aproximación al papel desempeñado por él en los cinco años iniciales de la primera guerra por la independencia y la abolición de la esclavitud en Cuba: la Guerra de los Diez Años, y entregar una visión de su pensamiento, concepciones políticas y militares al asumir la jefatura de la Revolución el 10 de octubre de 1868.

Durante años he sostenido un intercambio contextualizado, un diálogo virtual con el protagonista en múltiples escenarios y momentos de trascendencia histórica, por tal motivo, con el siguiente contenido deseo que el lector se acerque a tal intención, con el objetivo de que enriquezca sus saberes y disfrute de la investigación, que tiene en cuenta lo ocurrido en La Demajagua, en Yara, Bayamo; en la organización del Gobierno Provisional; en Guáimaro, al asumir la presidencia de la República; en fin, en las vivencias de alegría, dolor, enfermedades, traiciones e incomprensiones del Padre de la Patria.

En cada documento, carta, reflexión, idea… él trasmite su profundo amor por Cuba, impregnando con su ejemplo la más íntima convicción de que era posible la independencia y justicia social, y de que los gobernantes norteamericanos, al no reconocer la beligerancia, tenían un plan secreto para apoderase de la Isla, lo que se demostró unas décadas más tarde.

Céspedes se consagró en cuerpo y alma a organizar la guerra, empeño al cual dedicó inteligencia, esfuerzos y hasta el sacrificio de la vida de su hijo Amado Oscar, antes de claudicar frente al enemigo y poner peligro la independencia. Asumió un desafío inédito, de proporciones titánicas, a las que todo el pueblo debía enfrentarse por primera vez, sin experiencia previa alguna, durante el cual sería preciso idear alternativas y soluciones creativas. Sin embargo, como veremos en estas páginas, en las cuestiones esenciales no improvisaba, tenía una clara y firme concepción de cómo debía funcionar el singular Gobierno de la República, así como de la compleja relación de las autoridades civiles con el mando del Ejército Libertador.

Puso sobre el tapete dos gigantescas tareas. Primero: lograr la independencia, y segundo: transformar el régimen social al proclamar la abolición de la esclavitud. Ambas eran para él inseparables y viables.

He intentado con este texto que emerja la voz de Céspedes, que sean sus testimonios los que conduzcan al despliegue de sus actitudes, a sus cualidades de estadista y estratega desde aquel octubre de 1868; en la Asamblea Constituyente de Guáimaro hasta su deposición y muerte. Es ese el objetivo principal. Compartir los resultados de la investigación, adentrarnos con él, tanto en la descripción de episodios estelares como en la crudeza y la lucidez de las reflexiones personales; ver a través de sus ojos la forma en que dirigió y apreció el desarrollo de la contienda desde el punto de vista militar y político, hasta su caída, para evidenciar su liderazgo patriótico y revolucionario.

Conocer y valorar a Céspedes ejerciendo el gobierno, prestando toda su atención a la guerra, a través de lo que él pensaba de sí mismo, calibrando sus juicios, actos, previsiones, los fundamentos de sus decisiones, los dilemas éticos, políticos y morales que afrontó, así como su visión republicana y democrática, supone contar con los más diversos escritos que integran su legado documental. A esa necesidad dieron respuesta cabal Fernando Portuondo y Hortensia Pichardo con su insoslayable compilación en tres tomos Carlos Manuel de Céspedes. Escritos, de la que forman parte cartas, circulares e informes desde el 10 de octubre, así como de la correspondencia personal con su esposa Ana de Quesada Loynaz, donde expresa sus pensamientos sobre los acontecimientos. Gracias a estos excelentes historiadores, pude seleccionar los textos del Padre Fundador de la Nación Cubana. Con la publicación de este libro les patentizo mi gratitud.

De igual forma, he procurado incluir todo lo referente a la posición ética, política y moral de Céspedes, su visión sobre los hombres, la independencia de la patria y la abolición de la esclavitud, criterios que se reiteran. Además, la lectura directa de los acontecimientos narrados y explicados de su puño y letra trasmite seguridad, se respira el aliento patriótico de Bayamo, así como su fe y confianza en el futuro de la patria. El lector oirá el estampido de los disparos, el golpe del machete cuando hiere o mata al soldado de ultramar o al isleño voluntario, y el trepidar de la caballería. Aunque parezca increíble he sentido resonar en mis oídos el estrepitoso grito de: ¡Viva Cuba Libre!

En la obra podrán apreciar, además, la posición asumida por Céspedes acerca del tema de las relaciones del Gobierno de Estados Unidos con la Revolución. Sobre el asunto no existe un escrito en ninguna de sus cartas o documentos revisados, en los cuales aborde con detalles esa escabrosa relación; lo que sí es claro que dominaba el contexto en que se desenvolvía la beligerancia. Conocía de la influencia política y económica de Estados Unidos de América en Cuba y de las simpatías que existían en algunos sectores por la organización de la democracia en ese país.

Atendiendo a la importancia que reviste el asunto, el texto cuenta con un epígrafe dedicado a su estudio, se mencionan las evidencias de su estrategia para lograr el reconocimiento de la guerra entre Cuba y la metrópoli, empeño constantemente rechazado por los gobiernos norteamericanos, escudándose en las relaciones diplomáticas que sostenían con España y una supuesta neutralidad.

No siempre se ha logrado destacar de manera sistémica cuál ha sido el papel y el lugar desempeñado por el Padre Fundador durante más de cinco años de lucha contra el imperio español, contando desde el 10 de octubre de 1868 hasta su destitución y caída en San Lorenzo, el 27 de febrero de 1874. No en pocas ocasiones el énfasis fundamental se expresa en las contradicciones con la Cámara de Representantes, con Ignacio Agramonte Loynaz o con Salvador Cisneros Betancourt, o la leyenda de que se quedó con doce hombres en Yara, sin entrar a considerar en cada caso, las causas que lo generaron o cuál fue la realidad de los hechos. Ejemplo de lo anterior se puede apreciar en la pobre valoración de la muerte de su hijo a manos de Antonio Fernández Caballero de Rodas y del por qué decidió entregarlo en holocausto.

Con solo veintitrés años de edad Céspedes recorrió varios países europeos en 1842 y quedó impresionado con el desarrollo del capitalismo, a lo que denominó «siglo positivo». Es probable que haya sido el primer cubano, en el período de la dominación colonial sustentada por el régimen esclavista, que proclamara francamente que: «[…] de mi noble ilusión allá en la cumbres soñé con reformas de hombres y costumbres […] quise ser el apóstol de la nueva religión del trabajo y el ruido».7

Es indudable que hablaba del capitalismo y la Revolución Industrial, lo que permite afirmar que en el escenario cubano apareció un hombre con un liderazgo sin ataduras al pasado de la producción, sino al futuro.

Dichas vivencias, le aportaron herramientas políticas, económicas y sociales permitiéndole penetrar en un análisis más profundo de la situación social y económica de su país y, particularmente, de la región oriental. Demuestra su dominio hasta del más mínimo detalle bajo el despotismo español, apreciándose en su valoración las causas que provocaron el levantamiento. El lector observará que nada escapó a su aguda mirada para lograr cambios verdaderamente a tono con el tiempo.

En los umbrales del siglo xxi, a más de ciento cincuenta años del inicio de las luchas por la libertad, y a más de doscientos de su natalicio, tienen mucho que hacer todavía en la formación cultural e ideológica de la nación su pensamiento y práctica revolucionaria, pues constituyen la obra libertaria y fundadora, fuente inspiradora de la estrategia unitaria y objetiva concebida por José Martí, y fundamento del protagonismo de Fidel Castro en la epopeya actual de la construcción socialista. El ímpetu que demanda nuestro compromiso histórico de preservar la independencia nacional y construir una sociedad justa y equitativa, es el de aquellas gloriosas jornadas que se iniciaron en La Demajagua.

Se integran temas puntuales que complementan el trabajo, lo que permitirá esclarecer con más solidez: ¿por qué lo destituyeron? ¿Qué significó su muerte en 1874 para el desarrollo ulterior de la guerra desde el punto de vista político? ¿Se había convertido en un obstáculo para futuras negociaciones de paz con la España republicana, por su tozudez de no aceptar propuestas de paz sin independencia y la abolición de la esclavitud?

La información que aparece en este volumen, para conocer y estudiar la labor del presidente en el período que la Cámara de Representantes recesó y asumió la dirección de la Revolución, fue la elaborada por él, tales como las cartas al ciudadano presidente de la Junta de La Habana, el 25 de agosto de 1871, y a Francisco Vicente Aguilera y Ramón de Céspedes, agentes en el exterior de la República de Cuba, el 10 de noviembre de 1871; el informe del balance de su gestión de 1.o de enero de 1872; el resumen presentado a la Cámara en marzo de 1872; y otras cartas remitidas a su esposa y destacados patriotas que ostentaban altas responsabilidades, que, en general, contribuyen a una valoración objetiva sobre su desempeño.

Además, se utilizó información militar y política publicada en LaGaceta de La Habana,8 órgano oficial de la Capitanía General de Cuba, la cual permite profundizar, favoreciendo el conocimiento de su estrategia y táctica durante las acciones, así como de la represión económica, política y jurídica que complementaban las operaciones militares, textos en preparación para una futura publicación.

Se decidió emplear en la presentación, por su valor testimonial, el artículo elaborado por José Martí, no solo por ser contemporáneo con los hombres y acontecimientos que le sucedieron en aquellos años, sino porque forma parte de esa generación, ya que siendo un adolescente sufrió prisión y destierro al tomar partido por Yara, desde 1869 hasta su muerte en combate el 19 de mayo de 1895. El artículo, elaborado en 1888, trata acerca de las dos figuras más destacadas de la lucha por la independencia iniciada el 10 de octubre de 1868: Céspedes y Agramonte; no obstante, atendiendo a los propósitos de este texto, se seleccionó lo referido al primero. Además, se agregaron párrafos de la crónica publicada en el periódico Patria, en 1892, con el título «10 de abril». Es una indiscutible pieza de veneración por los forjadores de la nación.

Martí muestra con cuanto detalle estudió y valoró a los hombres y acontecimientos de aquella gesta heroica, que duró diez años de combate y sacrificio para el pueblo cubano. Recogió del legado de Céspedes la lucha armada como método principal, y para la organización de la Guerra Necesaria a los mayores generales Máximo Gómez Báez y Antonio Maceo Grajales, veteranos del 68, e incorporó a nuevas generaciones en un ejército cuyos jefes, oficiales y soldados combatieron durante una década, recibió como herencia fundamental la abolición de la esclavitud, y aprendió de los éxitos y los errores, los que constituyeron su arma principal para dar continuidad diecisiete años después a la gigantesca obra iniciada por Céspedes y sus compañeros de armas.

Como se podrá constatar durante la lectura, no todas las páginas de este libro son de la autoría del que escribe y resultado de sus valoraciones e investigación, muchas pertenecen al pensamiento y acción del protagonista pero, todas cumplirán su cometido si el lector logra develar a Carlos Manuel de Céspedes como estadista y estratega.

«Es preciso haberse echado alguna vez un pueblo a los hombros, para saber cuál fue la fortaleza del que, sin más armas que un bastón de carey con puño de oro, decidió, cara a cara de una nación implacable, quitarle para la libertad su posesión más infeliz, como quien quita a un tigre su último cachorro».

José Martí

Patria y Libertad

El extraño puede escribir estos nombres sin temblar, o el pedante, o el ambicioso: el buen cubano, no. Céspedes el ímpetu, y de Agramonte la virtud. El uno es como un volcán, que viene tremendo e imperfecto de las entrañas de la tierra; y el otro es como el espacio azul que lo corona. De Céspedes el arrebato, y de Agramonte la purificación.

El uno desafía con autoridad como de rey; y con fuerza como la luz, el otro vence. Vendrá la historia con sus pasiones y justicias; y cuando los haya mordido y recortado a su sabor, aún quedará en el arranque del uno y en la dignidad del otro, asunto para la epopeya. Las palabras pomposas son innecesarias para hablar de los hombres sublimes. Otros hagan, y en otra ocasión, la cuenta de los yerros, que nunca será tanta como la grandeza. Hoy es fiesta, y lo que queremos es volverlos a ver al uno en pie, audaz y magnífico, dictando de un ademán, al disiparse la noche, la creación de un pueblo libre, y el otro tendido en sus últimas ropas, cruzado del látigo el rostro angélico, vencedor aún en la muerte. ¡Aún se puede vivir, puesto que vivieron nuestros ojos hombres tales!

¡Tal majestad debe inundar el alma entonces, que bien puede ser que el hombre ciegue con ella! ¿Quién no conoce nuestros días de cuna? Nuestra espalda era llagas, y nuestro rostro recreo favorito de la mano del tirano. Ya no había paciencia para más tributos, ni mejillas para más bofetones. Hervía la Isla. Vacilaba La Habana. Las Villas volvía los ojos a Occidente. Piafaba Santiago indeciso. «Lacayos. Lacayos», escribe al Camagüey Ignacio Agramonte Loynaz desconsolado. Pero en Bayamo rebosaba la ira. La logia bayamesa juntaba en su círculo secreto, reconocido como autoridad por Manzanillo y Holguín, y Jiguaní y Las Tunas, a los abogados y propietarios de la comarca, a Maceo y Figueredo a Milaneses y Céspedes, a Palmas y Estradas, a Aguilera, presidente por su caudal y su bondad, y a un moreno albañil, al noble García. En la piedra en bruto trabajan a la vez las dos manos, la blanca y la negra: ¡seque Dios la primera mano que se levante contra la otra!

No cabía duda, no; era preciso alzarse en guerra. Y no se sabía cómo, ni con qué ayuda, ni cuándo se decidiría La Habana, de donde volvió descorazonado Pedro Figueredo cuando por Manzanillo, en cuyos consejos dominaba Céspedes, lo buscan por guía los que le ven centellar los ojos. ¡La tierra se alza en las montañas y en estos hombres los pueblos! Tal vez Bayamo desea más tiempo; aún no se decide la junta de la logia; ¡acaso esperen a decidirse cuando tengan al cuello alenemigo vigilante! ¿Qué un alzamiento es como un encaje, que se borda a la luz hasta que no queda una hebra suelta? ¡Si no los arrastramos, jamás se determinarán! Y tras unos instantes de silencio, en las que los héroes bajaron la cabeza para ocultar sus lágrimas solemnes, aquel pleitista, aquel amo de hombres, aquel negociante revoltoso, se levantó como por increíble claridad transfigurada. Y no fue más grande cuando proclamó a su patria libre, sino cuando reunió a sus siervos, y los llamó a sus brazos como hermanos.

La voz cunde: acuden con sus siervos libres y con sus amigos los conspiradores, que, animados por su atrevimiento, aclaman jefe a Céspedes en el potrero de Mabay; caen bajo Mármol, Jiguaní y Holguín; con Céspedes a la cabeza adelanta Marcano sobre Bayamo; las armas son machetes de buen filo, rifles de cazoleta, y pistones comidos de herrumbre, atados al cabo por tiras de majagua. Ya ciñen a Bayamo, donde vacila el gobernador, que los cree levantados en apoyo de su amigo Prim. Y era diecinueve por la mañana, en todo el brillo del sol, cuando la cabalgata libertadora pasa en orden el río, que pareció más ancho. ¡No es batalla, sino fiesta! Los más pacíficos salen a unírseles, y sus esclavos con ellos; viene a su encuentro la caballería española, y de un machetazo desbarban al jefe; llevánselo en brazos al refugio del cuartel sus soldados despavoridos. Con piedras cubiertas de algodón encendido prenden los cubanos el techo del cuartel empapado en petróleo a falta de bombas. La guarnición se rinde y con la espada a la cintura pasa por las calles entre las filas del vencedor respetuoso. Céspedes ha organizado el Ayuntamiento, se ha titulado capitán general, ha decidido con su empeño que el préstamo inevitable sea voluntario y no forzoso, ha arreglado en cuatro negociados la administración, escribe a los pueblos que acaba de nacer la República de Cuba, escoge para miembros del municipio a varios españoles. Pone en paz a los celosos; con los indiferentes es magnánimo; conforma su mando por la serenidad con que lo ejerce. Es humano y conciliador. Es firme y suave.

Cree que su pueblo va con él, y como ha sido el primero en obrar, se ve como con derechos propios y personales, como con derechos de padre, sobre su obra. Asistió en lo interior de su mente al misterio divino del nacimiento de un pueblo en la voluntad de un hombre, y no se ve como mortal, capaz de yerros y obediencia, sino como monarca de la libertad, que ha entrado vivo al cielo de los redentores. No le parece que tengan derecho a aconsejarle los que no tuvieron decisión para precederle. Se mira como sagrado, y no duda de que debaimperar su juicio. Tal vez no atiende a que él es como el árbol más alto del monte, pero que sin el monte no puede erguirse el árbol. Jamás se le vuelve a ver como en aquellos días de autoridad plena; porque los hombres de fuerza original solo la enseñan íntegra cuando la pueden ejercer sin trabas. Cuando el monte se le echa encima; cuando comienza a ver que la Revolución es algo más que el alzamiento de las ideas patriarcales; cuando la juventud apostólica sale con las tablas de la ley al paso; cuando inclina la cabeza, con penas de martirio, ante los inesperados colaboradores, es acaso tan grande, dado el concepto que tenía de sí, como cuando decide, en la soledad épica, guiar a su pueblo informe a la libertad por métodos rudimentarios, como cuando en el júbilo del triunfo no venga la sangre cubana vertida por España en la cabeza de los españoles, sino que los sienta a su lado en el gobierno, con el genio del hombre de Estado.

¡Luego! se oscurece: se considera como desposeído de lo que parecía suyo por fuerza de conquista; se reserva arrogante la energía que no le dejan ejercer sin más ley que la de su fe ciega en la unión, impuesta por obra sobrenatural entre su persona y la República; pero jamás, en su choza de guano, deja de ser el hombre majestuoso que siente e impone la dignidad de la patria. Baja de la presidencia cuando se lo manda el país, y muere disparando sus últimas balas contra el enemigo, con la mano que acaba de escribir sobre una mesa rústica versos de temas sublimes.

Mañana, mañana sabremos si por sus vías bruscas y originales hubiéramos llegado a la libertad antes que las de sus émulos; si los medios que sugirió el patriotismo por el miedo de un César, no han sido los que pusieron a la patria, creada por el héroe, a la merced de los generales de Alejandro; sino fue Céspedes, de sueños heroicos y trágicas lecturas, el hombre a la vez refinado y primario, imitador y creador, personal y nacional, augusto por la benignidad y el acontecimiento, en [quienes] chocaron, como en una peña, desplazándola en su primer combate, las fuerzas rudas de un país nuevo, y las aspiraciones que encienden en la sagrada juventud el conocimiento del mundo libre y la pasión de la República. En tanto, ¡sea bendito, hombre de mármol!

[…] Iba de mano en mano la despedida del general en jefe del ejército de Cuba, y jefe de su gobierno provisional. El curso de los acontecimientos le conduce dócil de la mano ante la república local. La Cámara de Representantes es la única y suprema autoridad para los cubanos todos. El Destino le deparó ser el primero en levantar en Yara el estandarte de la independencia. Al Destino le place dejar terminada la misión del caudillo de Yara y de Bayamo. Vanguardia de los soldados de la libertad llama a los cubanos de Oriente: jura dar mil veces la vida en el sostenimiento de la República proclamada en Guáimaro.

[…] Ni Cuba ni la historia olvidarán jamás que él llegó a ser el primero en la guerra, comenzó siendo el primero en exigir el respeto de la ley.9

Preámbulo

Pasados treinta y ocho años de la culminación de las luchas en Hispanoamérica (1800-1830) encabezadas por el Libertador Simón Bolívar, comenzó en Cuba, conducida por Carlos Manuel de Céspedes y una nueva generación, la guerra por la independencia y la abolición de la esclavitud. Los vientos huracanados soplaron con más fuerza en el territorio oriental.

De gran importancia fue la posición adoptada desde la Capitanía General de la Isla, tanto por parte del Gobierno, como de los comerciantes y hacendados cubanos y españoles que apoyaron las operaciones del Ejército español en tierra firme, financiando y respaldando, con recursos y medios de aseguramiento logístico de todo tipo a estas fuerzas, convirtiendo al país en una base militar estratégica, desde la retaguardia.

El conocimiento de aquellos gloriosos días tuvo una gran repercusión, porque no solo fue el interés de Bolívar de ayudar a Cuba a liberarse de la dominación, sino de los cientos de jefes, oficiales y soldados españoles que, derrotados, fueron evacuados en territorio cubano, además del enterramiento de muchos en la región de Santiago de Cuba.

No es ocioso pensar que durante mucho tiempo, entre la población se comentaron anécdotas y leyendas de dichos acontecimientos, sobre todo, en la zona oriental. A manera de coincidencia histórica, es obligado decir que Céspedes nació en el año de la victoria de Bolívar en Boyacá y, los principales líderes que asumieron la lucha armada en los tres departamentos: Oriental, Central y Cinco Villas,10 donde se desarrolló la guerra, vieron la luz bajo esa influencia, la cual se aprecia en la proclama a los camagüeyanos en 1870, al señalar:

En el corazón de cada cubano deben estar escritas aquellas terribles palabras que en situación análoga pronunció el inmortal Simón Bolívar: «Mayor es el odio que nos ha inspirado la península que el mar que nos separa de ella, y menos difícil será unir los dos continentes, que conciliar el espíritu de ambos países».11

Es indiscutible que el levantamiento de 1868 se desarrolló bajo el influjo de aquella contienda bélica, pero en condiciones totalmente diferentes.

Cuba no tiene fronteras con ningún país. En aquel tiempo solo recibía alguna ayuda por mar y España poseía una apreciable Marina de Guerra, lo que le permitió contar con una permanente presencia de sus buques en el área.

No existen antecedentes de levantamientos armados proclamando la independencia y la abolición de la esclavitud por la vía de la lucha armada, pues entonces solo predominaban entre los hacendados, comerciantes, terratenientes e intelectuales, las corrientes: reformista, autonomista, abolicionista y anexionista. Ni cuando las guerras en Hispanoamérica, que marcaron un ejemplo a seguir, solo se organizaron algunas conspiraciones, liquidadas violentamente, que no lograron poner en crisis el sistema colonial, aunque jalonaron el camino.

Otros elementos confirman la ausencia de acciones concretas para el logro de los dos objetivos básicos en la estrategia de Céspedes.

En las primeras décadas del siglo xxi, la Isla contaba con 6,3 habitantes por km2. Los blancos representaban 3,55 personas por km2, y aunque componían la mayoría de la población, no estaban en capacidad de luchar. Al examinar el total de 336 839 esclavos que habían entrado al territorio cubano entre 1775 y 1820, existían 52 500 que llevaban en el país treinta y un años como promedio y el resto cincuenta y cinco, lo que aún no constituía tiempo suficiente para conformar un sentido pleno de pertenencia, el cual se encontraba todavía en África.12

Aunque resulte algo denso al lector, la información sobre las fuerzas y medios que poseía el Ejército español, constituye un elemento válido por ser un asunto poco divulgado. Los datos permiten valorar en toda su magnitud, lo que significó el desafío de Carlos Manuel de Céspedes y los patriotas de los departamentos: Oriental, Central y Cinco Villas, al levantarse a partir de octubre de 1868.

Un año antes España tenía una población de 15 millones y un ejército de 85 000 hombres, más 115 000 reservistas, organizados en Cuba según sus plantillas en tres armas: infantería, caballería y artillería y, además, cinco servicios para aseguramiento combativo: Administración, Cuerpo de Ingenieros; Cuerpo de Sanidad, Presidios, Clero Castrense y la Guardia Civil como cuerpo paramilitar. Se le subordinaban directamente al capitán general: el Cuerpo de Voluntarios, las Milicias, la Marina, el Cuerpo de Bomberos y el Tercio de la Guardia Civil. Con una nómina que justificaba la presencia de, más o menos, 20 800 individuos.

Las milicias estaban organizadas en tres cuerpos:

Milicias Blancas de Infantería, con un regimiento, jefatura y dos batallones de seis compañías, cada una con alrededor de mil cuatrocientos hombres.Milicias Disciplinadas de Color, poseía dos secciones: una en La Habana, con doce compañías y otra en el Departamento Oriental con diez compañías: unos dos mil doscientos hombres.Disciplinadas de Caballería, constituidas en cuatro regimientos de cuatro escuadrones cada uno, cuya composición dependía de la disponibilidad de jinetes voluntarios para ese servicio en cada localidad.

Independiente de toda la fuerza señalada, poseían el Cuerpo de Voluntarios, creado desde 1825, que ya en 1869 sumaba 29 batallones, 87 compañías y 88 secciones independientes de infantería; cuatro regimientos, 40 escuadrones y 74 secciones de caballería independiente; dos batallones y siete secciones de artillería; una compañía de ingenieros y otras fuerzas, hasta un total aproximado de cincuenta mil efectivos.

Este Cuerpo desde el comienzo de la insurrección cumplió misiones fundamentales: sustituyeron a las guarniciones enviadas a las operaciones en campaña; formaron batallones asignados a las tropas regulares para constituir el órgano armado de los más reaccionarios integristas peninsulares, integrantes del Casino Español de La Habana, con el objetivo de actuar contra la población, convirtiéndose en una importante fuerza represiva. Tensaban sus relaciones con los capitanes generales cuando consideraban que no actuaban con suficiente firmeza en el combate.

Lo integraban principalmente españoles, que costeaban su equipamiento, aunque durante el desarrollo de la guerra se generó un movimiento entre la población dirigido desde la Capitanía General a recabar recursos económicos y materiales, que nombraron «donativos patrióticos», con el propósito de financiar este Cuerpo. A través de este movimiento se recogieron generosas sumas de dinero y recursos materiales en ayuda a los voluntarios en operaciones.

No obstante, al comenzar las acciones combativas, se puso en evidencia que los datos brindados estaban en contradicción con las cifras de tropas regulares dadas a conocer por Francisco de Lersundi Hormaechea y Domingo Dulce Garay, capitanes generales en los primeros meses de la guerra en 1868, pues según sus informes era de nueve mil integrantes.

Acerca del tema, Leopoldo Barrios Carrión, jefe del Estado Mayor de la comandancia general de Puerto Príncipe y gobernador civil de esta provincia y de Santiago de Cuba, señaló:

Debían estar presentes en la Isla veinte mil hombres, pero la lentitud e insuficiencia con que se envían los reemplazos a la Isla, las muchas bajas que produce la enfermedad endémica, el crecido número de rebajas y destinos que tenían los cuerpos reduce el total de tal modo, que, al sonar el Grito de Yara, solo podían estimarse de ocho a diez mil los combatientes.13

En el apostadero de La Habana, la Armada contaba con treinta y ocho embarcaciones de diferente designación: fragatas de madera y blindadas; buques, goletas de vapor y mercantes artillados; cañoneras; barcos de transporte armados y un buque escuela. Esta fuerza cumplía misiones de patrullaje por las costas, transportaciones militares, desembarcos y el apoyo de fuego a las acciones terrestres próximas al litoral. Contaba con Cuerpo de Artillería e Infantería de Marina, integrado este último por un regimiento de dos batallones, uno dislocado en La Habana y otro en Santiago. En no pocas ocasiones actuaron en operaciones en tierra firme en cooperación con tropas terrestres.

Estas fuerzas estaban dotadas de diferentes armamentos:

Las unidades de infantería: fusiles Minié modelo 1859, de pistón y calibre 14,5 mm con 400 m/seg de velocidad inicial. Fusiles Berdan, modelo 1857-1867, calibre 10 mm, de características similares al Minié de diferentes modelos. Ambos disponían de una bayoneta de cubo con tres o cuatro filos y más de media de largo.

Las unidades de cazadores, artillería, caballería, infantería de marina e ingenieros: carabina Minié de varios modelos. Todas tenían una cadencia teórica de cinco disparos por minuto. Cada soldado español llevaba 120 cartuchos en sus cartucheras, y disponían de reservas adicionales.

El armamento de infantería de los voluntarios: fusiles y carabinas Remington, Peabody y Winchester, de su propiedad por lo general. La caballería poseía lanzas, tercerolas, pistolas y sables o el machete largo que se usaba en el país, también carabinas Gallagher.

Los oficiales: revólveres Lefaucheaux de calibre 9 mm, que cargaban a la cintura, un machete y, por lo general, otro revólver en la silla de montar, de la que pendía la espada o sable, fueran de infantería o de caballería. Los jefes y oficiales eran profesionales muy capaces, con experiencia combativa, valientes, aunque crueles y sumamente codiciosos, actitudes criticadas y denunciadas por los principales jefes del Ejército Libertador y, en particular, por Carlos Manuel de Céspedes.

En 1868 el territorio nacional estaba dividido desde el punto de vista político-administrativo en dos departamentos: Occidental, con veinticuatro jurisdicciones, de Pinar del Río a Puerto Príncipe; y el Oriental, con ocho jurisdicciones, desde Las Tunas hasta Baracoa. Cada una se dividía en partidos de primera, segunda y tercera clase, estos a su vez en cuartones.

Complementaba la división administrativa, la organización militar en tres departamentos militares: Occidental, que se extendía desde el cabo San Antonio hasta el río Sierra Morena por el norte y del río San Juan, al oeste de Trinidad por el sur. El Central de esa línea al embarcadero de Nuevas Grandes en la costa septentrional y la ensenada de Jobabo en la meridional, y el Oriental hasta la punta de Maisí.

La población de la Isla registrada, de acuerdo al censo de 1867, era de 1 426 475, de los cuales: 833 157 eran blancos, 246 703 negros y mulatos libres y 344 615 esclavos. En total: 591 318 personas entre esclavos, negros libres, y mulatos.

Al desglosar estos datos demográficos en los tres territorios económicos en que estaba organizado el Departamento Oriental, por ejemplo, el primero, el Valle del Cauto, incluía las jurisdicciones de Jiguaní, Manzanillo, Holguín y Tunas, con 134 347 pobladores; de ellos eran blancos 80 762 lo que representaba el 64,6 %; los esclavos sumaban 9 672, para el 7,2 %; 37 874 eran libres de color, o sea, el 28,2 %; y 39 ya estaban emancipados.

El mayor número de habitantes, tanto blancos como negros libres y esclavos radicaban en el occidente del país, donde tenía su sede el Gobierno colonial y el mayor potencial económico, principalmente, la industria azucarera que, contribuyó a financiar la guerra. Este departamento no se insurreccionó ni en los cinco años de gobierno de Céspedes, ni después.

Fue esta restringida y heterogénea población, con diferentes necesidades, la cantera de donde salieron jefes, oficiales y soldados en los tres departamentos, aunque no se insurreccionaron de manera simultánea. En Cuba no sucedió como en Hispanoamérica, donde tropas del Ejército español completas se pasaron a las bolivarianas. El levantamiento armado en la Isla se llevó a cabo sin la presencia de fuerzas militares extranjeras y sin un aseguramiento logístico estable, para el mantenimiento de las operaciones del Ejército Libertador.

«Céspedes ha organizado el Ayuntamiento, se ha titulado

capitán general […] escribe a los pueblos que acaba de nacer

la República de Cuba».

José Martí

Capítulo I

PRIMERA FASE DE LA GUERRA

(10 DE OCTUBRE DE 1868-12 DE ABRIL DE 1869)

La guerra: causas y desafíos

Las ideas reformistas fueron derrotadas en la Junta de Información y se cerró la polémica con el Gobierno español. Lograr la independencia y la abolición de la esclavitud fue la esencia de la lucha de aquellos hombres; es por ello lícito decir que el Manifiesto de la Junta Revolucionaria de la Isla de Cuba, del 10 de octubre de 1868, constituyó a su vez el Programa de la Revolución, al proclamar los ideales de todos los patriotas.

El debate entre los decididos a alzarse se centró en lograr acopiar los recursos necesarios para financiar la sublevación y alcanzar consenso, con el propósito de fijar el inicio de forma simultánea. Es necesario destacar que en ningún momento estuvo en el orden del día de las reuniones, suspender o posponer por mucho tiempo la insurrección, considerada por todos como la vía principal.

Por otra parte, las operaciones del Ejército español, dada la revuelta en su territorio por la asonada militar golpista, que destituyó a Isabel II el 29 de septiembre de 1868, y la valoración de Francisco Lersundi Hormaechea, capitán general, conocedor de los movimientos conspirativos en la región oriental, con cierta intranquilidad y nerviosismo por la posibilidad de que se le alterara el orden en el región bajo su mando, dirigiéndose al teniente gobernador Julián Udaeta le ordenó: «Cuba es de España y para España hay que conservarla gobierne quien gobierne. Reduzca a prisión a don Carlos Manuel de Céspedes, Francisco Vicente, Pedro Figueredo, Francisco Maceo Osorio, Francisco Javier de Céspedes […].14