Novia de conveniencia - Kathryn Ross - E-Book
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Novia de conveniencia E-Book

Kathryn Ross

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Beschreibung

Mac Schofield no necesitaba a nadie para cuidar de su hija Lucy, él solo se las arreglaba perfectamente. Pero cuando sus circunstancias familiares amenazaron con interponerse en un lucrativo contrato, decidió encontrar a una mujer que interpretara el papel de su pareja… Por una cuestión de negocios, Melissa Barnes se vio desempeñando el papel de prometida. Tuvo éxito en engañar a todos, incluida ella misma. ¡Después de pasar varios días con la pequeña Lucy y varias noches con Mac, deseó que su engaño se convirtiera en realidad y que Mac Schofield no siguiera enamorado de su ex- mujer!

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Seitenzahl: 192

Veröffentlichungsjahr: 2021

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2000 Kathryn Ross

© 2021 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Novia de conveniencia, n.º 1163- mayo 2021

Título original: The Unmarried Father

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.:978-84-1375-573-1

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

MAC Schofield reflexionaba, sentado a la mesa de la cocina, sobre el hecho de que no necesitaba a una mujer en su vida. Era padre soltero y le iba a la perfección. Tan bien, que en la empresa para la que trabajaba no se habían dado cuenta de que no había una señora Schofield.

Había sido ajeno al desconocimiento que tenían en su trabajo sobre sus circunstancias personales hasta que salió el tema de la renovación de su contrato. Entonces los recelos al respecto se tornaron claramente obvios.

Mac había sido llamado al despacho del director de J.B. Designs, algo muy fuera de lo corriente. Y algo aún más inusual, se había sentado en el despacho del jefazo y el viejo J.B. en persona le había ofrecido un cigarro, para observarlo con su mirada atenta.

—¿Cómo está la familia? —le había preguntado J.B. con cortesía.

—Bien, gracias —respondió, desconcertado. En los doce meses que llevaba en la empresa, J.B. jamás había mantenido una conversación personal con él… solo habían hablado de trabajo.

Supuso que el otro había estado repasando su historial, aunque lo que no se le había ocurrido en ese momento es que sus datos personales habían cambiado.

—Eres un arquitecto con talento, Mac. Nos ha complacido mucho tu trabajo.

No supo si sentirse halagado por el cumplido, algo que no salía con facilidad de labios de aquel gran arquitecto, o mostrarse cauto. «Nos ha complacido…» sonaba a que podían prescindir de él.

—Como sabes, te habíamos contratado de manera temporal. La cuota de casas que se te había asignado ya se ha completado.

¡Diablos! Iba a perder su puesto. Su mente había saltado a sus compromisos financieros. Entonces, todo su optimismo se desvaneció.

—El siguiente proyecto importante que la empresa va a llevar es el diseño de un casino nuevo en Nevada. Busco a alguien que dirija ese equipo. No hará falta un traslado allí; el avión de la compañía llevará y traerá a la gente según sea necesario. Es evidente que la persona que elija ha de ser fiable, con un talento excepcional, creativa, y capaz de establecer un compromiso de un cien por cien —J.B. se había adelantado con las tupidas cejas fruncidas—. Aún no he decidido quién va a estar al mando, pero le he echado un vistazo a tu currículum, Schofield, y debo decir que estoy impresionado. ¿Te interesaría el desafío?

—Desde luego —había respondido sin vacilación.

J.B. había asentido satisfecho.

—Es obvio que tu currículum habla por sí solo, pero quiero cerciorarme de que tanto profesional como personalmente escojo al hombre adecuado para el trabajo. Con ese fin, la próxima semana daré un cóctel para los candidatos que he seleccionado y me gustaría que tu mujer y tú vinierais.

J.B. pensaba que aún estaba casado. El pensamiento lo había dejado aturdido unos momentos.

Fue en ese instante cuando comenzó a tener claridad sobre la verdad de algunas cosas.

La referencia de J.B. de disponer de alguien al timón que no temiera el compromiso adquirió una nueva claridad. La política a favor de la familia que llevaba la empresa también había adoptado una definición más nítida.

Desde luego, tendría que haber planteado la verdad en ese momento y haberle comentado a John Bradford que desde que solicitó el trabajo y rellenó los impresos su esposa lo había abandonado. «Soy un padre soltero». De cualquier modo, su estado civil no tenía nada que ver con ellos ni afectaba su manera de trabajar. Su vida estaba bien ordenada y relativamente libre de estrés.

—Diablos, tener a una mujer a todas horas lo más probable es que complicara las cosas —musitó en voz alta—. Deberían sentirse aliviados de que esté solo.

Un sonido de impaciencia hizo que centrara su atención en el presente y en la niña que estaba sentada a su lado en la sillita.

—Lo siento, tesoro, me encontraba a kilómetros de distancia —explicó con suavidad y una sonrisa, recogiendo la cuchara para seguir alimentándola—. Nos va muy bien juntos, ¿verdad? —preguntó mientras le introducía el cremoso postre de fresas en la boquita.

Lucy gorgoteó con la boca llena.

«Entonces, ¿por qué no comenté la verdad?», reflexionó. «Tendría que haber expuesto algo parecido a que no me falta compromiso. Era mi ex esposa quien fallaba al respecto». Pero había guardado silencio. Solo había pensado en lo que le gustaba trabajar en J.B. Designs y en que en apenas un año había ascendido mucho en la empresa.

Meditó en el nivel de vida del que disfrutaba desde que entró a formar parte de la compañía. Acababa de trasladarse a una casa lujosa en una de las zonas más exclusivas de Los Ángeles. Tenía un reluciente Mercedes rojo y, lo más importante de todo, un excelente seguro médico para él y su hija.

Había analizado todas esas cosas cuando recibió la invitación para él y su «esposa».

—Sería muy agradable, gracias —se encontró respondiendo.

Por supuesto, no podían negarle un ascenso solo por no estar casado. Se hallaban en California, sede de la corrección política. Podía demandarlos, aunque era una perspectiva desoladora comparada con las recompensas que tendría si mantenía la cabeza gacha y no decía nada.

—En este momento haces mucho trabajo desde casa —había comentado J.B.—. Comprenderás que si consigues este proyecto tendrás que venir casi todas las mañanas al despacho, aquí en Los Ángeles. ¿Representaría eso algún problema?

—No, claro que no —había contestado Mac. Y era verdad. Disponía de una niñera excelente y de confianza para Lucy. Pero, de algún modo, mencionar ese hecho de pronto le había parecido un riesgo enorme.

—Y, como he dicho antes, habrá que viajar bastante entre Las Vegas y Los Ángeles. ¿Planteará un problema con tus compromisos familiares?

—No me lo parece. Solo es una hora de vuelo… Diablos, a veces tardo eso en atravesar la ciudad.

Fue un momento en el que Mac comprendió lo mucho que quería esa oportunidad. No tanto por el dinero adicional, que le vendría bien, sino por el hecho de que le daría rienda suelta a su talento creativo como arquitecto. Empezaba a aburrirse de diseñar bloques de oficinas y casas de lujo. Un casino con un presupuesto casi ilimitado era una oportunidad de ser extravagante, de demostrar lo que realmente podía hacer.

—Puedo entregar un cien por cien —afirmó Mac confiado—. ¿Verdad, cariño?

Lucy lo miró fascinada, sus grandes ojos azules llenos de asombro en la carita enmarcada por rizos dorados. El corazón de Mac rebosó amor por la pequeña. Su hija, su posesión más preciada.

—Y cuanto más éxito tenga, más podré darte —se inclinó para besar el hoyuelo de la mejilla—. Solos tú y yo contra el mundo, pequeña —murmuró—. ¿Qué voy a hacer con esa invitación?

Terminó de darle la crema de fresas y llevó los platos vacíos al fregadero. Al abrir el grifo, miró por la ventana de la cocina, sumido en meditación. Contempló el jardín amplio que le estaban decorando profesionalmente. Ese día una persona trabajaba en el extremo opuesto del patio nuevo. Daba la impresión de que mezclaba cemento, aunque no lo veía bien debido al sol abrasador. Observó que se detenía y se pasaba el dorso de la mano por la frente. Debería ofrecerle un refresco. No era un día para trabajos manuales.

Recogió a Lucy, le puso el gorrito y salió.

La casa estaba construida en la ladera de la montaña y tenía tres niveles diferentes. Desde todas las habitaciones disfrutaba de unas vistas asombrosas del Océano Pacífico. Sin embargo, en ese momento la vista tenía una cicatriz debido al gigantesco cráter que había sido su jardín. La única zona por la que se podía caminar era el bordillo con baldosas que rodeaba la piscina vacía y la terraza de madera que salía desde el salón. Esperaba no tener que soportar durante mucho tiempo ese desorden.

Se plantó en el borde de la piscina y le gritó al obrero que estaba más abajo. El otro no se volvió, era evidente que no podía oír por encima del ruido de la mezcladora de cemento.

—Perdona, ¿quieres un refresco? —gritó otra vez. El hombre le daba la espalda. Llevaba una gorra del revés para protegerse el cuello del intenso sol del mediodía, una camiseta blanca, unos pantalones caqui y botas pesadas—. Perdona… —comenzó a gritar de nuevo, pero cuando la maquinaria se apagó de repente, su voz sonó innecesariamente alta en la súbita quietud.

—¿Sí? —la persona se volvió y Mac quedó sorprendido al ver que la camiseta se pegaba a una figura muy bonita.

Alzó la vista y se encontró con unos arrebatadores ojos de una profunda tonalidad violeta. Eran grandes y almendrados, con unas cejas oscuras bien definidas. Su piel se veía blanca y fresca. Lo más probable es que tuviera veintidós o veintitrés años. No le podía distinguir el pelo, recogido bajo la gorra.

—¿Sí? —repitió ella, y se llevó una mano a la cintura estrecha.

—¿Quieres un refresco? —logró preguntar.

—Gracias, me vendría bien —sonrió y mostró una hilera de dientes asombrosamente blancos.

—¿Té frío? ¿Limonada?

—Té frío.

—En seguida te lo traigo —titubeó—. ¿O prefieres pasar dentro y abandonar un rato este calor?

—No. Estoy bien aquí —le sonrió a Lucy, quien la contemplaba con interés—. Hola —la saludó. La pequeña agitó la mano en su dirección—. Eres una niña muy hermosa —comentó la mujer y Lucy, de repente, decidió hacerse la tímida y escondió la cara en el pecho de Mac.

—Hermosa pero vergonzosa —comentó él—. Te traeré el té.

La mujer sonrió y se dedicó a extender el cemento sobre la zona marcada.

Mac entró en la casa. Se sintió incómodamente consciente de que quería ofrecerse a echarle una mano. El trabajo que realizaba era demasiado agotador para una persona, en particular en un día como ese.

Acomodó a Lucy en la cadera, abrió la nevera y sacó la jarra con té frío. En un impulso, colocó dos vasos en una bandeja y salió para depositarla en la mesa que había en la terraza de madera. Abrió la sombrilla y dejó a Lucy en la sillita que mantenía en el exterior antes de llamar a la mujer.

—Deberías descansar un rato de este sol —indicó mientras ella caminaba hacia él.

—Pensé que tenía prisa por acabar el jardín —sonrió.

—Y la tengo.

Al apartar la silla para sentarse, Lucy extendió una mano y se apoderó de su gorra. Un pelo castaño y largo cayó en una cascada sedosa alrededor de su rostro.

«Tiene un atractivo deslumbrante», pensó Mac mientras la observaba reír en dirección a su hija.

—No es tan vergonzosa como intentaba demostrar —comentó cuando Lucy se puso la gorra sobre su gorrito para el sol.

—Es verdad —convino él. Sirvió dos vasos con té y le pasó uno.

—Gracias.

—A propósito, me llamo Mac Schofield, y esta es mi hija Lucy.

—Melissa Barnes —se presentó tras beber un sorbo.

Mac se sintió desconcertado unos momentos. Era un hombre cosmopolita de treinta y dos años, seguro y atractivo para el sexo opuesto; sin embargo, ella lo hizo sentir perdido un segundo.

—¿Qué edad tiene Lucy? —preguntó, centrando otra vez la atención en la pequeña.

—Catorce meses.

Le sonrió a la niña y se terminó el refresco.

—Bueno, será mejor que vuelva al trabajo.

—No te iría mal un poco de ayuda —indicó él—. ¿Andan escasos de personal en el Centro de Jardinería?

—Sí —encogió sus esbeltos hombros—. Pero puedo arreglarme. El sendero quedará acabado hoy, y luego colocaré los enrejados y los obeliscos, listos para pintar. Podré empezar a plantar pasado mañana —volvió a mirarlo con esa expresión directa—. He repasado los planos que trazó con mi jefe, Kurt. Tengo unas preguntas. Por ejemplo, creo que su idea de plantar clemátides junto a las paredes lejanas es un error; tampoco debería situar las loníceras nítidas cerca de las plantas delicadas en el borde del patio. Crecen muy deprisa y a menos que esté preparado para podarlas constantemente, ofrecerán un aspecto caótico.

Mac frunció el ceño. No tenía ni idea de qué era una lonícera nítida, y menos dónde debían ir.

—Solo acepté las sugerencias de Kurt con casi todas las plantas, ya que él es el experto…

—Bueno, creo que tendríamos que repasar otra vez algunas de las ideas —afirmó Melissa—. Quizá cuando vuelva su mujer podríamos mirar los planos y discutirlos. Es importante acertar con la estructura del jardín. Las plantas son como las personas, quisquillosas acerca de dónde les gustaría vivir y quiénes serán sus vecinos.

—De acuerdo —sonrió—. Pero tendrás que conformarte con discutirlo conmigo. La única mujer de la casa es Lucy. Mi esposa ya no está con nosotros.

—¡Oh, lo siento! —su voz suave al instante irradió una simpatía sincera.

—No lo sientas mucho —informó Mac—. Me dejó. Pero no está muerta, nos divorciamos.

—Comprendo —lo miró un momento. Sus ojos eran de un increíble azul violeta, como los pétalos delicados de una flor.

Mac quedó hipnotizado por ellos. Se preguntó si llevaría lentillas de color. Nadie podía tener un color natural de ojos así.

—Bueno, hablaremos de plantar en cuanto tenga lista la estructura básica del jardín. Volveré al trabajo. Gracias por el refresco, señor Schofield.

—De nada —observó mientras le quitaba la gorra a Lucy y se la ponía—. Y, por favor, llámame Mac.

—Mejor que no —sonrió con cortesía—. A Kurt le gusta que mantenga una distancia respetuosa con nuestros clientes.

Mac enarcó un poco las cejas. No estaba acostumbrado a que una mujer fuera distante con él. La siguió con la vista al alejarse.

—Una mujer fascinante, ¿no te parece, Lucy? —musitó.

Se preguntó si Kurt Paterson sería su novio. Luego quiso saber por qué estaba tan interesado.

Por la tarde, mientras la pequeña dormía y Mac se ponía al día con unos papeles en la mesa de la cocina, sonó el teléfono. Era su madre. Suspiró para sus adentros cuando ella fue directa al grano.

—Quería saber si ya habías pensado lo que vas a hacer con la invitación de tu jefe.

—Todavía no.

—Es tan típico de ti, Mac —comentó su madre con cierta exasperación—. Apenas quedan unos días y tu trabajo depende de ello.

¡Cómo si no lo supiera! En cuanto le confió la situación, lo lamentó. El problema radicaba en que Eleanor era demasiado aficionada a tratar de interferir en su vida. Sus intenciones eran buenas, pero a veces tenía unas ideas extrañas.

—Creo que he encontrado la respuesta a tu problema —continuó ella.

Mac gimió.

Llamaron a la puerta de atrás.

—Aguarda un momento, mamá —pidió, agradecido por la interrupción—. Adelante —dijo.

—Lamento interrumpir —Melissa permaneció en el umbral—. Acabo de terminar por hoy. ¿Podría lavarme las manos antes de irme?

—Desde luego —le señaló el fregadero y luego intentó devolver su atención a su madre.

—Hoy he ido de compras —decía.

—Hmm —Mac observó mientras Melissa se quitaba las botas embarradas antes de entrar. Llevaba unos calcetines de un rosa pálido con margaritas bordadas. Por algún motivo, esos calcetines lo fascinaron.

—Fui a aquella galería… ya sabes, Jemenio, en Rodeo Drive —continuó Eleanor—. ¿Adivina a quién vi?

—Madre, sé a quién viste. No hace falta que sea adivino. Tara Fitzhughes trabaja en esa galería de arte.

—Es una chica encantadora —soltó Eleanor—. Me pidió que te diera recuerdos. ¿Sabes?, en este momento no sale con nadie.

—No me interesa.

—No seas así —Eleanor se mostró impaciente—. Deberías interesarte. Está libre. Eso significa que podría acompañarte al cóctel.

—¿En calidad de qué?

—Como tu pareja. No seas problemático, Mac. Tara es perfecta; tiene belleza igual que cerebro. Además, es de una muy buena familia. Y sé que si le explicaras tus circunstancias estaría dispuesta a hacerse pasar por tu esposa. Le gustaría a su sentido del humor.

—No le has dicho nada, ¿verdad? —inquirió, irritado.

—No… pero…

—Bien. No lo hagas. La idea es ridícula y sería jugar con fuego. Tara Fitzhughes busca un compromiso. Y, lejos de sentirse divertida al respecto, se lo tomaría muy en serio.

—¿Y qué hay de malo en ello?

—Todo. Para empezar, no es justo para ella. Preferiría pagarle a una escolta profesional que volver a involucrarme emocionalmente con Tara.

—¡Mac! —su madre sonó escandalizada.

De pronto fue consciente de que Melissa había terminado y lo miraba.

—Escucha, he de colgar, mamá. Hablaremos luego —cortó—. Era mi madre —le explicó a Melissa con voz seca—. Tiene la obsesión de organizarme la vida.

Ella guardó silencio y alzó las manos. Estaban mojadas y Mac se dio cuenta de que había estado buscando una toalla, no escuchando de forma descarada.

Se levantó y le pasó una oculta en el interior de los armarios verdes de la cocina.

—Intenta que vuelva con mi ex novia, lo último que me gustaría hacer. Nos separamos hace unas semanas —sintió como si necesitara aclarar las cosas.

—No escuchaba —indicó ella, luego sonrió—. Bueno, intentaba no escuchar.

Mac se volvió para enchufar la cafetera.

—El problema es que mi jefe me ha invitado a una fiesta en su casa el sábado y necesito quien me acompañe. Mi madre la consideró una excusa ideal para emparejarme.

—Me cuesta creer que una persona como usted no disponga de alguien con quien ir —atravesó la cocina para ponerse las botas.

—No es exactamente una cita lo que me falta, sino una pareja —ella alzó la cabeza—. Es complicado —se encogió de hombros—. Baste decir que mi contrato debe renovarse dentro de unas semanas. Además, en juego hay un ascenso. Me pregunto si conseguiré ambas cosas si la compañía se entera de que soy un padre separado.

—Eso es discriminación —afirmó ella con celeridad.

—Lo sé. Pero soy reacio a mover el bote en cualquier dirección. Creen que estoy casado y yo les he seguido la corriente.

—¿Y necesita a alguien que finja ser su mujer durante una noche?

—Mujer o pareja. Mi madre me sugería que se lo pidiera a mi ex novia.

—¿Y por qué no se lo pide a su ex esposa?

—Lo medité, pero creo que sería ir por terreno peligroso.

—Oh —Melissa se puso la segunda bota y se preguntó qué emoción había detrás de esas palabras. Se irguió para mirarlo—. Si quiere, yo lo haría.

—¿Tú? —estaba totalmente desconcertado.

—Sí —se encogió de hombros—. ¿Cuánto me pagaría? —la miró fijamente—. Necesita una pareja. Y a mí me vendría bien el dinero extra —explicó con pragmatismo.

Mac se recuperó y sonrió.

—Esta tarde no aceptaste llamarme por mi nombre de pila. Dijiste que tu jefe se opondría. Y ahora te ofreces a hacerte pasar por mi mujer. ¿Qué diría Kurt sobre ello?

—Son las cinco de la tarde —miró el reloj de la cocina—. Yo diría que no tiene nada que ver con Kurt.

—¿Cuánto quieres que te pague? —preguntó después de contemplarla unos momentos.

—¿Cuántas horas durará la fiesta?

—No tengo ni idea. Pero no pienso quedarme hasta tarde.

—De acuerdo, lo haré por el doble de mi salario diario.

—¿Y cuánto es? —ella se lo reveló—. Trato hecho —aceptó Mac y al mismo tiempo se preguntó si había perdido la cabeza. Era la transacción más extraña en la que jamás había participado.

—Siempre y cuando quede claro que paga por mi compañía… nada más.

—En ningún momento imaginé otra cosa —enarcó las cejas con frialdad.

—Bien —ella sonrió—. Nos veremos por la mañana, entonces, señor Schofield.

La puerta de atrás se cerró a su espalda antes de que él pudiera decir otra cosa.

Capítulo 2

 

 

 

 

 

MELISSA pintaba los enrejados de un azul brillante. Había algo que la relajaba en ello. O quizá fuera porque el señor Schofield no estaba en casa. Casi no había dormido al pensar en que ese día tendría que verlo. Había sentido alivio al llegar esa mañana y no ver su coche.

Una mujer había salido al jardín y se había presentado como Patricia, la niñera de Lucy. Le informó de que el señor Schofield se encontraba en el despacho, pero que si quería cualquier cosa se dirigiera a la cocina.

Cuando lo volviera a ver, le diría que había cambiado de parecer acerca de acompañarlo a la fiesta. No podía hacer algo así. ¿Qué clase de locura se había apoderado de ella el día anterior?

Luego, cuando razonaba en los motivos para no ir a ese maldito cóctel, de pronto en su mente apareció una imagen de su madre.

—Estoy bien —le había asegurado a Melissa cuando hablaron por teléfono. Pero supo que no era sincera.

La verdad es que necesitaba una operación para un implante de cadera. Y, según su tía, que compartía la casa con ella en Florida, cada vez caminaba peor y era evidente que sufría mucho. Mas carecía de seguro médico y no tenía suficientes ahorros para pagar un hospital privado. De modo que intentaba negar que era una mujer muy asustada.