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Penny Kennedy estaba dispuesta a hacer lo que fuera para salvar el hogar de su familia de las garras de Lucas Darien, incluso si para ello tenía que hacerse pasar por su ayudante personal. Sin embargo, Penny no contaba con el deseo que iba a sentir por Lucas… ni con que ambos acabarían bajo las sábanas. Pero ¿qué pasaría cuando Lucas descubriera la verdadera identidad de Penny? ¿Se vengaría de ella… o le pediría que fuera su esposa?
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Seitenzahl: 182
Veröffentlichungsjahr: 2018
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Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2004 Kathryn Ross
© 2019 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Pasión latina, n.º 1523 - enero 2019
Título original: A Latin Passion
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.
Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.
Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-1307-458-0
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Créditos
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Si te ha gustado este libro…
Cómo era aquel antiguo proverbio? Algo sobre mantener cerca a los amigos, pero a los enemigos aún más cerca», trataba de recordar Penny mientras entraba en las oficinas de Lucas Shipping. Era su primer paso dentro del campo de sus rivales y se sentía extrañamente liberada. Estaba haciendo algo positivo, y no se había quedado sentada esperando a que cayera el hacha sobre ella, como su padre se empeñaba en hacer.
Al pasar del calor tropical caribeño al frescor del aire acondicionado del vestíbulo sintió un escalofrío. No sabía si por el frío o por pensar en lo que diría su padre si supiera que estaba allí. Una semana antes, había hablado por teléfono con él y había sugerido la posibilidad de acercarse a Lucas en persona para pedirle una prórroga para el pago de la deuda. Su padre se había puesto furioso.
–Lucas es el diablo en persona –había rugido.
–Pero, papá… en realidad no lo sabes –había insistido Penny con dulzura–. Los problemas los tuviste con el padre de Lucas, y ahora está muerto. Tal vez su hijo sea mejor persona.
–A veces eres muy ingenua, Penny. Lucas Darien es igual que su padre. Y voy a decirte una cosa: prefiero hundirme que pedirle un favor a alguno de su familia.
Penny podía haber dejado las cosas como estaban. Después de todo, era un asunto de su padre y a ella no la afectaba. Ella tenía su propia carrera en que pensar, y como directora de un centro de belleza a bordo de uno de los buques de crucero de lujo más grandes del mundo, estaba demasiado lejos para hacer nada. Sin embargo, unos días después, el enojo de su padre se había convertido en depresión y ella se había dado cuenta de que su padre le importaba demasiado como para no hacer algo para ayudarlo. Si hubiera tenido suficiente dinero, habría intentado avalarlo, pero como no lo tenía, había pedido permiso en su trabajo y había tomado un vuelo a Puerto Rico para visitar la oficina principal de Lucas Darien. Si su padre era demasiado orgulloso para pedir ayuda, ella no lo era.
Tal vez ya era hora de que su padre se retirara. La industria azucarera estaba atravesando malos momentos y él llevaba mucho tiempo luchando para que sus tierras rindieran. Quizás, tendría que renunciar a las tierras, pero no tenía por qué perder la casa de la familia. Era demasiado valiosa como para no luchar por ella. Aunque eso significara humillarse ante el enemigo.
–¿Puedo ayudarla en algo? –preguntó la recepcionista al verla. Era una joven de unos veinte años, pelo rubio ceniza y ojos azules con expresión cansada.
–He venido a ver a Lucas Darien –dijo Penny con seguridad como si tuviera derecho a verlo de inmediato, aunque no hubiera concertado una cita.
–Ah, usted debe ser Mildred Bancroft, la nueva asistente personal del señor Darien –dijo la recepcionista con una cálida sonrisa–. Estoy encantada de verla –antes de que Penny consiguiera decir nada, sonó el teléfono–. Discúlpeme un momento…
Penny no sabía qué hacer. Si reconocía que no era Mildred, era muy probable que no pasara de la recepción y no lograra ver a Lucas Darien ese día. Ya había telefoneado dos veces para pedir cita y le habían dicho que debería esperar hasta fin de mes. Pero su padre no podía esperar. Ya le habían advertido que posiblemente recibiría una orden de desalojo el día veinticinco de ese mes.
–¡Ah, hola! –contestó la recepcionista a quien llamaba por teléfono–. No. Las cosas van mejor por aquí. La caballería ha llegado, por fin, en forma de la nueva asistente personal, lo que me quitará algo de trabajo. Sí, yo puedo hacer la cena esta noche.
–¡Shauna! –atronó una voz profunda desde el interior del despacho–. ¿Podrías traerme de una vez los informes que te pedí hace media hora?
–Tengo que dejarte, Paul –Shauna colgó apresuradamente e hizo una mueca a Penny–. Es el jefe. Pero no te preocupes, sus ladridos son peores que sus mordeduras… En realidad es bastante agradable.
–Shauna, quisiera los informes hoy, si no es demasiada molestia –su tono era cada vez más fiero.
–Ya voy, señor Darien –contestó Shauna sonrojándose–. Últimamente no está de muy buen humor –susurró a Penny mientras buscaba entre una pila de papeles–. Su novia lo dejó hace unas semanas y su asistente personal se marchó para casarse. Además, tiene toneladas de trabajo, entre las cosas de aquí y los asuntos de su difunto padre. Cada día me da más y más trabajo.
–¿De veras? –murmuró Penny. Le gustaba saber que el enemigo también tenía su ración de problemas y no podía dejar de desear que lo estuviera pasando verdaderamente mal.
–¿Dónde demonios habré metido esos malditos informes? –exclamó Shauna mientras revolvía los papeles–. Los tenía hace un momento. ¿Los ves por alguna parte? Están en una carpeta verde.
A Penny la chica le caía bien, con sus maneras atolondradas y su parloteo.
–¿No es ésa de ahí? –preguntó señalando una carpeta que estaba junto a una taza sobre un estante.
–¡Menos mal! –exclamó Shauna–. ¡Vaya! Me olvidé de su café y ya está frío. Otro punto a mi favor…
–Bueno… No puedes hacerlo todo.
–No –dijo la recepcionista sonriendo–. Me alegro tanto de que estés aquí –lo había dicho con tanta sinceridad que Penny se sintió culpable de no ser Mildred.
–Shauna, ¿por qué tardas tanto? –Lucas Darien estaba en la puerta y golpeteaba el suelo con un pie con impaciencia.
Penny lo miró. Era un hombre alto y delgado, pero con hombros anchos y poderosos. Su mirada se cruzó con la de él y la oscura intensidad de sus ojos la hizo estremecer. Era un hombre fantástico. Debía de tener unos treinta y seis años, tenía los ojos oscuros y un rostro rudo muy atractivo. La barbilla firme y cuadrada le daba un aire de fuerza y decisión. Pero sus labios eran sensuales. Penny se preguntó cómo serían sus besos.
Sólo de pensarlo, se volvió a estremecer. Cierto. Él era muy atractivo, pero ella no debía olvidar por qué había ido allí. Ése era Lucas Darien, el enemigo de su padre.
–Señor Darien, ésta es Mildred Bancroft, su nueva asistente personal.
–¿De veras? –Lucas arqueó las cejas sorprendido–. Usted no es como yo me la esperaba –la miró con desparpajo y ella sintió que el corazón le daba un vuelco.
«¿Cómo se atreve a mirarme así?», pensó Penny. ¿Y qué había querido decir?
–Tampoco usted es como yo lo esperaba –murmuró ella en tono algo desafiante.
–¿Qué es lo que se esperaba?
La pregunta la sorprendió, así como el tono suave de su voz y su sonrisa.
–Pues… –se encogió de hombros. En realidad esperaba que se pareciera al padre, a quien ella había visto dos veces. Lawrence Darien era también alto y atractivo, pero ahí terminaba el parecido. Tenía el pelo rubio claro, los ojos azules y una nariz aristocrática. Lucas, en cambio, seguramente había salido a su madre española. Tal vez cabía esperar que fuera más compasivo que su padre.
–¿Y bien? –apremió Lucas.
–Usted es más joven de lo que esperaba –improvisó Penny.
–Qué extraño. Yo iba a decir exactamente lo mismo –dijo Lucas sonriendo–. Por el informe que me envió la agencia, esperaba que tuviera alrededor de cincuenta años.
Penny se sonrojó. Era obvio que él se daba cuenta de que no era Mildred Bancroft.
–Bueno… puedo explicarlo…
–Shauna, cuando tengas un momento tráenos café –dijo a la recepcionista–. Entre a mi despacho –Penny pensó que la cosa prometía. Él sabía que ella no era su nueva asistente, pero aun así iba a dedicarle algo de su tiempo.
–Gracias –respondió Penny con su sonrisa más dulce, pero él no correspondió.
Penny era una mujer atractiva, de veintiocho años, cabellera larga y rubia, y grandes ojos verdes. Su figura era pequeña, pero con las correspondientes curvas. Estaba acostumbrada a que los hombres le sonrieran y consideró que iba a ser difícil conseguir que ese hombre, que no sonreía, tratara a su padre con benevolencia.
Penny tardó un poco en acostumbrarse a la oscuridad del despacho. Las paredes de la oficina estaban llenas de estanterías. La mesa, cubierta de carpetas, y los archivadores abiertos. En el rincón, había otra mesa llena de libros y papeles.
Él le hizo un gesto para que se sentara en el sillón que había frente a él y la observó mientras se sentaba. Penny se percató de que él había sentido cierto interés al verla cruzar las piernas. Al menos no era completamente inmune a ella. El vestido verde claro que ella llevaba resaltaba su figura y tenía un pequeño corte delante, muy provocativo. Penny se lo había puesto pensando que iba a necesitar toda la ayuda posible.
–Es obvio que su currículo no es totalmente correcto, señorita Bancroft –dijo él–. Vamos a ver… Diez años en Danovate, cinco años como asistente personal de Sir Gordon Marsden, y su último trabajo, tres años como asistente del Lieutenant Colonel Montgomery Cliff en Barbados… –arqueó una ceja–. A menos que empezara a trabajar a la edad de diez años, creo que no salen las cuentas, señorita Bancroft –dijo con sarcasmo–. O ¿puedo llamarla Mildred?
Algo en su ademán, o quizás la forma de fijarse en sus labios, hizo que Penny se pusiera muy nerviosa.
–Bueno… la cosa es que… Puede llamarme Mildred, si quiere, pero, de verdad, mi nombre es… –Penny no acertaba a hablar con claridad. «Concéntrate, Penny y dile de una vez lo preocupada que estás por tu padre», pensó.
–Bien… –interrumpió él sin darle ocasión a terminar la frase–. Verás, Mildred. Si sirves para este trabajo, estoy dispuesto a olvidar que has exagerado tu experiencia. Como podrás ver, necesito desesperadamente más personal. Así que pondremos dos semanas de prueba. ¿Te parece?
–En realidad, Lucas –se lanzó Penny–, creo que debo decirte…
–De verdad, Mildred, ni quiero ni necesito que me expliques nada. Es evidente que le causaste muy buena impresión a la agencia pues me dijeron que valía la pena esperarte. Y como tienen muy buena fama, a mí me basta. Sería estupendo que empezaras cuanto antes –Shauna entró con el café–. Necesitamos un par de manos más por aquí, ¿verdad, Shauna?
–Oh, sí –asintió ella sonriéndole a Penny–. Helen, la última asistente del señor Darien, se marchó sin avisar de un día para otro. Y aquí nos hemos vuelto locos. Hay que clasificar todas esas cajas y yo no puedo hacerlo todo.
–Sí, Shauna. Está bien. Será mejor que vuelvas a tu mesa y atiendas mis llamadas hasta que termine de hablar con Mildred –la puerta se cerró–. La pobre Shauna ha estado intentando abarcarlo todo.
–Sí, ya lo he notado.
–Esta oficina siempre tiene trabajo. Tenemos negocios importantes en las Indias Occidentales e importamos y exportamos de varias islas. Además, ahora tenemos que aclarar los negocios de mi padre, que murió hace seis meses y dejó las cosas un poco liadas.
–Lo siento –murmuró Penny.
–Mi padre era promotor de propiedades y tenía muchas inversiones que ahora están bajo mi responsabilidad.
–Qué suerte –Penny intentó decirlo sin ironía pensando que el padre de Lucas había sido un charlatán.
–Mmm… pero no es tan fácil como parece. He tenido que prescindir de los servicios del abogado de mi difunto padre, porque estaba actuando como un vendedor de coches cruzado con un perro Rottweiler. Así que hemos trasladado de su despacho todas esas cajas sobre la mesa y los archivadores detrás de mí y estoy intentando aclarar el caos yo solo. Ahí es donde tú entras. Me gustaría que revisaras todo, lo organizaras y lo archivaras.
–Lucas, tengo la impresión de que empezamos con mal pie –interrumpió Penny con impaciencia–. Verás… Cuando entré en esta oficina Shauna no me interpretó bien. En realidad yo he venido…
–¿Te pongo leche y azúcar? –preguntó Lucas.
–Sólo leche.
¿Por qué no la escuchaba?
–La cosa es que varios de los documentos de mi padre se han extraviado, y algunos son muy importantes. Las escrituras y otros documentos de la casa de nuestra plantación de Arbuda. Probablemente no has oído hablar de esa isla. Es muy pequeña. Está al sur de las Islas Vírgenes.
–Sí, he oído hablar de ella –Penny se sintió incómoda. Era la isla en la que ella había crecido, y parecía que Lucas se refería a las propiedades del padre de ella–. ¿Has perdido las escrituras de la casa de una plantación? –preguntó con tiento.
–Bueno, no exactamente. No se han perdido pero están en algún lugar de todo este caos. Necesito encontrarlas pronto. Mi padre estaba a punto de recuperar la propiedad cuando murió. Estaba guardando las escrituras como garantía porque William Kennedy, el anciano que vive allí, le debía dinero desde hace años. Habían sido socios, pero tuvieron problemas entre ellos y mi padre deshizo la sociedad. Me dijo que había dejado que la deuda se prolongara más de lo debido por razones sentimentales. Kennedy es un caso perdido y será mejor que deje la propiedad antes de que se meta en más deudas.
–¿De veras? –el tono de Penny se endurecía. ¿Cómo se atrevía a hablar así de su padre? Un caso perdido… ¿Quién se creía Lucas Darien que era él? El padre de Penny había trabajado toda su vida. Era un hombre decente y honrado. Por el contrario, Lawrence Darien no había sido más que un pirata que había llevado al padre de Penny a la bancarrota y luego había intentado robarle sus tierras.
–Por desgracia, no podré proceder a la orden de desalojo hasta que encuentre los documentos relevantes –continuó Lucas que no percibía lo furiosa que estaba Penny–. Y si no los encuentro en un plazo de dos o tres semanas, los planes que mi padre tenía para ese lugar, se irán al garete.
–¿Cuáles eran los planes de tu padre? –Penny intentaba no parecer demasiado interesada.
–Era dueño de las tierras en primera línea de playa e hizo un proyecto para construir cien casas. La propiedad de William Kennedy serviría para darles acceso desde la carretera principal –¡pensaban construir cien casas a lo largo de esa preciosa costa virgen! Penny estaba indignada. Se sentía enferma. De acuerdo, ya no vivía en Arbuda. Pasaba la mayor parte del tiempo en el mar, pero cuando tenía vacaciones, volvía a casa. Le encantaba pasear por los bellos parajes solitarios. El paisaje alrededor de la casa familiar era de los más hermosos del Caribe y conservaba su belleza natural. Además, era el habitat de varias especies raras de flora y fauna. ¿Cómo demonios habría conseguido Lawrence Darien los permisos para construir cien casas allí?–. Desgraciadamente el permiso para construir en esas tierras expira dentro de un mes, así que si no empezamos antes, el permiso será revocado debido a un cambio en la administración del departamento de planificación de Arbuda.
–¿Quieres decir que tu padre untó a alguien en el departamento de planificación, pero que esa persona ya no está trabajando allí? –preguntó Penny.
–Probablemente –Lucas se encogió de hombros–. De todos modos no podemos empezar a construir si no tenemos acceso a través de las tierras de Kennedy, y si no lo logramos en las próximas semanas, todo el proyecto se viene abajo.
–Qué lástima –el tono de Penny era seco.
–Sí, ¿verdad? –Lucas dio un sorbo de café y se quedó mirándola–. Así que cuanto antes empieces a desbrozar los archivos, más posibilidades habrá de llevar a cabo el último proyecto de mi padre.
Penny pensó que si no se lograba encontrar esos documentos antes del final del mes, la construcción no se llevaría a cabo, y el desalojo de su padre se demoraría. Podría seguir fingiendo que era Mildred Bancroft, encontrar las escrituras y extraviarlas… Todo lo que tendría que hacer era esconderlas hasta que hubiera pasado el peligro.
Pero eso sería desleal, y ella era una persona honrada. Además, la verdadera Mildred podía aparecer en cualquier momento y se descubriría el fraude.
Pero el padre de Lucas había sido desleal en sus tratos con el padre de Penny y, además, había obtenido los permisos fraudulentamente. Ella sólo estaría ayudando a la verdad. Y a su padre. En pocas semanas sería la cosecha de la caña de azúcar y podría obtener suficiente dinero para hacer un pago parcial de su deuda.
–Entonces, ¿cuándo crees que podrías empezar? –preguntó Lucas de repente.
Penny respiró hondo. Posiblemente podría arreglárselas durante algunos días puesto que tenía preparación suficiente como secretaria.
–¿Qué te parece que empiece ya? –contestó rápida, antes de que pudiera cambiar de opinión.
Se decía que la noche era buena consejera, y Penny pasó toda la noche dando vueltas y arrepintiéndose del impulso que la había hecho fingir ser la asistente personal de Lucas Darien.
Era una locura. Mildred Bancroft podía aparecer al día siguiente y ella se vería metida en un buen lío. Lucas llamaría a la policía y a ella la procesarían por fraude.
Toda la vida había seguido las reglas… y por un momento de locura, podía estropearlo. Pero se había indignado tanto por los comentarios de Lucas sobre su padre… ¡un caso perdido! Su padre había tenido éxito en los negocios hasta que se asoció con Lawrence Darien.
Lawrence había intentado arruinar a su padre. La disputa entre ellos databa de muchos años, y no había sido por dinero, sino por el amor de una mujer. Y esa mujer era Clara, la madre de Penny.
Clara había sido novia de Lawrence Darien y había estado muy enamorada. Pero había descubierto que tenía una esposa y un hijo en Puerto Rico. Desesperada, se había refugiado en brazos de William Kennedy, y dos meses después se casaron.
Lawrence se había puesto furioso, había vuelto a Puerto Rico y había jurado vengarse, dejando sus negocios con William sin cerrar.
El padre de Penny volvió a sus tierras e intentó olvidarse de Lawrence Darien. Doce meses más tarde, nació Penny. La pareja vivió muy feliz y la niñez de Penny fue estupenda. Pero todo cambió al morir su madre.
Lawrence Darien había asistido al funeral y había prodigado sus condolencias. Los dos hombres reanudaron su amistad y su relación de negocios. La sociedad no se había cerrado legalmente, así que fue fácil reanudarla. Y su padre se encontró invirtiendo en tierras que, a veces, ni siquiera había visto.
A Penny no le había agradado su reconciliación. Recordaba que se sentaban hasta tarde a beber en el porche, y le inquietaba el brillo acerado de la mirada de Lawrence cuando se mencionaba a Clara. William decía que eran imaginaciones de Penny, pero lo cierto era que Lawrence se había propuesto arruinar a William. Y cuando éste, finalmente, se dio cuenta, ya era demasiado tarde. No es que fuera estúpido, ni un caso perdido, era que Lawrence se había aprovechado de su estado de ánimo por el dolor de la pérdida de Clara y había conseguido hacerse con las escrituras de sus tierras. Trece años después, iba a culminar su venganza. Penny estaba segura de que la pérdida de la casa sería un duro golpe que le quitaría la vida.
Penny daba vueltas en la cama. ¿Acaso no tenía derecho a aprovechar la oportunidad de enderezar las cosas?
Recordaba que la última vez que había visto a Lawrence Darien le había preguntado por qué era tan despiadado con su padre. Lawrence había sonreído con desdén y había murmurado antes de darle la espalda:
–Yo siempre zanjo mis cuentas pendientes.
¿Había llegado el momento de que ella también zanjara sus cuentas de una vez por todas? En nombre de su madre que había sufrido tanto por ese hombre, como en nombre de su padre.
Amanecía cuando por fin se durmió. Pero su sueño estuvo turbado por una pesadilla en la que Lawrence Darien la perseguía furioso por un pasillo, diciéndole:
–Si crees que puedes burlarte de un miembro de mi familia, te equivocas –la había agarrado por el hombro y Penny sintió que se le helaba la sangre. Se volvió para mirarlo y ya no era Lawrence quien la sujetaba, sino Lucas–. Los engaños tienen su precio –le dijo y la expresión furiosa de su cara se volvió intensamente sensual–. Espero que puedas permitirte pagarlo…
–¿Cuál es tu precio? –preguntó Penny.