Matrimonio de papel - Kathryn Ross - E-Book

Matrimonio de papel E-Book

Kathryn Ross

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Beschreibung

Desde que empezó a trabajar en la empresa de Dex, los días de Alicia estaban repletos de actividad y sus noches llenas de pasión en los brazos de él. Poco tiempo después, descubrió que se había quedado embarazada. Ella quería el bebé, pero... ¿seguiría Dex queriéndola a ella? Hasta el momento, Dex no había dado muestras de querer casarse. A pesar de todo, el embarazo provocó una proposición de matrimonio, aunque sin declaración de amor. Sin embargo, según se aproximaba el día de la boda, Alicia empezó a tener motivos para albergar esperanzas... Hasta que, en la noche de bodas, de la maleta de Dex se cayó una nota…

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Seitenzahl: 183

Veröffentlichungsjahr: 2020

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 1999 Kathryn Ross

© 2020 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Matrimonio de papel, n.º 1084 - septiembre 2020

Título original: A Marriage on Paper

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-1348-689-5

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

CÓMO iba a decírselo? Alicia estaba dándole vueltas al asunto que la tenía tan obsesionada, que llevaba impidiéndole conciliar el sueño durante varias noches consecutivas cuando sonó el teléfono.

–Dexter Computer Software, buenos días –dijo Alicia automáticamente.

–Hola, Alicia, soy Maddie McDowell. ¿Podrías ponerme con Dex?

El tono de voz autoritario le hizo sonreír. Esa mujer se comportaba como si fuera la dueña de la empresa; no obstante, no pudo dejar de admirar la confianza que tenía en sí misma.

–Un momento, por favor –respondió Alicia en un tono igualmente frío y distante antes de comunicar con la extensión de Dex.

–Dex, Maddie al teléfono. ¿Te la paso?

–Por supuesto, pásamela –fue una respuesta inmediata.

La profunda y sensual voz de su jefe le produjo un estremecimiento de placer. ¡Incluso la voz de Dex Rowland la excitaba!

Miró furiosa al teléfono como si el aparato fuera el responsable de su excitación emocional.

Fue una conversación telefónica larga, la luz roja no se apagaba nunca. O quizá sólo se lo pareciera a ella.

Miró al reloj de pared que había colgado encima de la puerta de Dex. Era casi la hora del almuerzo. Esperaría a que colgara el teléfono y entonces entraría a hablar con él. No podía seguir posponiendo el asunto.

La luz del teléfono se apagó. Era el momento. Alicia no se movió, se lo impedía el temor. Quizá fuera algo demasiado importante para hablar de ello en la oficina. Mejor buscar un momento más oportuno.

–Alicia, ¿puedes venir un momento, por favor? –la voz de Dex por el intercomunicador la sobresaltó.

Alicia se puso en pie, se pasó la mano por el sencillo vestido azul y caminó hacia la puerta.

–¡Eh, estupendas noticias! –Dex le sonrió. Estaba recostado en el respaldo de su silla de cuero con las manos detrás de la cabeza y expresión de satisfacción.

Alicia, mirándolo, sólo podía pensar en lo atractivo que era. Cada vez que miraba esos ojos oscuros sentía como si le robara un poco más el corazón.

Dex tenía veintisiete años y tenía la clase de belleza propia de un actor de cine. Pelo oscuro bien cortado, rasgos pronunciados y un cuerpo que hacía que las mujeres volvieran la cabeza para mirarlo. No obstante, no parecía ser consciente del poder de su atractivo sobre el sexo opuesto, solía pensar en el trabajo.

¿Tenía idea de lo mucho que ella lo amaba?

–A Maddie le encantan mis diseños.

–Naturalmente –dijo Alicia con una sonrisa–. Eres un genio. Algún día vas a hacer un programa informático que te hará inmensamente rico.

Dex se la quedó mirando en silencio un momento.

–Sigue, Alicia Scott, me encanta cuando dices esas cosas.

–Bueno… –Alicia puso las manos en el escritorio y se inclinó hacia delante.

Dex se la quedó mirando. Llevaba el cabello rubio recogido en una cola de caballo. No llevaba nada de maquillaje, tenía una piel perfecta y unas pestañas oscuras que sobresaltaban.

No era hermosa en el sentido convencional de la palabra, más bien llamativa. En América, en su tierra natal, la habrían calificado de una mujer con clase. Había algo en ella que lo cautivaba. Quizá fueran sus enormes ojos azules o los marcados pómulos… o quizá el alto y fabuloso cuerpo.

–Henry Banks y George Mitton están ansiosos por contratarte, tienes sus cartas en la bandeja. Esta misma mañana han llamado dos veces y me han pedido por favor que los llames.

Dex sonrió.

–Cómo han cambiado los tiempos, ¿eh?

–Desde luego.

No hacía mucho tiempo que Mitton y Banks jamás habían oído el nombre de Dex. Ahora, sin embargo, casi lo pronunciaban con reverencia. Todo era muy prometedor.

–Bueno, ¿a cuál de los dos vas a elegir?

–A ninguno. Madeline McDowell me ha hecho una oferta muy interesante.

–¿Sí? –Alicia se enderezó.

La noticia le preocupó, aunque no sabía por qué. Se trataba de negocios, los negocios de Dex. Ella sólo era la secretaria.

–¿Quieres que redacte una carta para Mitton y otra para Banks rechazando sus ofertas? Por supuesto, con suma delicadeza.

–No –Dex clavó los ojos en los botones del vestido de ella. Luego, extendió la mano y le tomó la muñeca–. No es eso lo que quiero.

Alicia no pudo evitar ignorar la insinuación sensual en su tono de voz y en la forma en que le acarició la muñeca. De repente, se sintió como si el cuerpo le ardiese en llamas.

–Entonces, ¿qué es lo que quieres? –preguntó ella tímidamente y con voz temblorosa.

Dex tiró de ella haciéndola rodear el escritorio hasta ponerse a su lado.

–Creo que lo sabes –murmuró él.

–La oficina no es el lugar adecuado para estas cosas –a pesar de sus palabras, se dejó sentar encima de él.

–Lo sé –admitió Dex con voz ronca–. Pero ya te he advertido que no te pongas tan guapa para venir a trabajar, me distraes.

–No distraigo a nadie.

–¿No? –Dex le pasó un dedo por la mejilla y ella se estremeció de placer.

Dex deslizó el dedo por su garganta y luego le acarició el escote del vestido. A Alicia se le erizó la piel, era un delicioso tormento.

–En ese caso, puede que haya sido la mención de mi éxito lo que me ha excitado.

–Lo tendré en cuenta para evitarlo de ahora en adelante –susurró ella con voz ronca, y bajó la cabeza para besarlo.

Al principio, Alicia tanteó con los labios tímidamente; entonces, él se hizo con el control y profundizó el beso. Ella le pasó los dedos por los espesos cabellos mientras se apretaba contra él.

Le sintió desabrocharle el vestido, sintió el frescor de sus dedos sobre la acalorada piel. La mano de Dex se apoderó de la redondeada cresta de uno de sus pechos, acariciándolo eróticamente, produciéndole oleadas de pasión.

El estridente pitido del teléfono los interrumpió.

–¡Maldita sea! –Dex se apartó de ella.

Alicia quería pedirle que no atendiera la llamada. Quería que continuara besándola, acariciándola.

Sus miradas se encontraron.

–Yo… no puedo contestar al teléfono –se disculpó ella con voz quebrada y respiración entrecortada.

Él alargó una mano y descolgó el auricular.

–Dex al habla –su voz era nítida y profesional.

Alicia se maravilló de su compostura. Nadie habría podido imaginar que sólo unos segundos atrás había estado tan fuera de sí como ella misma. ¿O no había sido así? Frunció el ceño.

–¿Este mediodía? –preguntó él, alerta.

Dex apartó la otra mano del pecho de Alicia para agarrar su diario.

–Bueno, había quedado para almorzar, pero puedo cambiar la cita para más tarde –murmuró él–. Está bien, entonces comeremos juntos.

Alicia empezó a componerse. Se estaba abotonando el vestido cuando él colgó.

–Lo siento, Alli.

–No te preocupes.

–Era Maddie. Ha arreglado una cita con un banquero suyo para que almorcemos juntos.

Alicia enarcó una ceja.

–¡No pierde el tiempo!

–Sí, es una mujer impresionante.

La admiración y el respeto en el tono de voz de Dex le causaron celos. No le gusta sentir celos.

–Siempre y cuando no olvides que soy yo la mujer con la que estás teniendo relaciones… –le recordó ella en tono ligero y con una sonrisa.

–No te preocupes, imposible olvidarlo –murmuró él con cariño al tiempo que le ponía una mano en el pecho–. Te has vuelto a tapar.

Dex sonrió con satisfacción al ver que el cuerpo de ella endurecía al instante de sentir su caricia.

–¿Qué te parece si esta noche terminamos lo que habíamos empezado aquí? –sugirió él.

–Creo que es una idea estupenda –inmediatamente, se sintió mejor–. ¿Sabes que esta noche es nuestro aniversario?

Él la miró sin comprender.

–Hace doce meses que me sacaste de MacDales y empecé a trabajar aquí –sonrió–. ¿En serio se te ha olvidado?

Dex rió.

–Sí, lo siento. Pero de lo que sí me acuerdo es de que tuve que esperar seis meses enteros para apoderarme de tu cuerpo.

Dex sonrió maliciosamente al notar el sonrojo de ella. Lo que también le recordó lo joven que era, sólo veinte años.

Alicia le enderezó el nudo de la corbata con tierno gesto.

–Bueno, será mejor que nos pongamos a trabajar –y se levantó de encima de él.

–Terminaremos esta conversación más tarde –Dex volvió a sonreír–. Iré a tu casa a eso de las ocho, ¿te parece bien?

Alicia asintió.

–Alli, ¿podrías sacarme de los archivos las cuentas de clientes de este último año? –le preguntó cuando ella iba camino de la puerta–. Tengo la impresión de que voy a necesitarlas muy pronto.

–Sí.

Alicia cerró la puerta tras de sí y respiró profundamente. ¿Qué iba a hacer? ¿Qué demonios iba a hacer? Podía habérselo dicho cuando él la estaba besando. Estaban los dos solos, no había un momento mejor. Sin embargo, había conseguido retrasarlo una vez más.

Se acercó a los archivadores y sacó las cuentas que Dex le había pedido. Después, se sentó y trató de concentrarse en el trabajo.

Media hora más tarde Dex salió de su despacho. Alicia notó que se había puesto la chaqueta del traje y se había peinado.

–¿Estoy bien? –le preguntó él con una sonrisa al verla mirándolo fijamente.

–Impresionante –respondió ella con una carcajada–. Nadie diría que hace un rato te tenía todo alborotado.

–Estupendo –Dex se acercó a la ventana y miró a la calle–. Maddie está ahí. Será mejor que me vaya.

–Buena suerte.

Se lo quedó mirando mientras se acercaba a la puerta.

–¿Dex?

Él volvió la cabeza sin disimular una ligera impaciencia.

–Se te olvidan las cuentas –le tendió los papeles.

–Vaya, gracias, Alli. ¿Qué haría yo sin ti? –se los quitó de las manos con una muy atractiva sonrisa–. Lo más seguro es que no vuelva al despacho esta tarde. Si quieres, puedes marcharte temprano. Y no te olvides de dejar el contestador en marcha.

La puerta se cerró tras él. Algo obligó a Alicia a levantarse y acercarse a la ventana.

A pesar de que el día australiano era sumamente caluroso, Maddie tenía la capota de su Mercedes plateado bajada. Mirándola, Alicia pudo distinguir claramente su melena morena y la muy corta falda del vestido de verano rosa que enseñaba provocativamente sus muslos. Mientras observaba, Dex salió del edificio y se subió al coche.

Maddie se inclinó hacia él y le dio un beso en la mejilla. Conversaron durante un minuto; después, ella puso en marcha el coche y el, quitándose la chaqueta, la echó al asiento de atrás.

Alicia apoyó la frente en el cristal y fue entonces cuando vio el coche de Dex aparcado más abajo de la calle. Sonrió. No le extrañaba que Maddie hubiera ido a recogerlo, no le habría gustado subirse al utilitario de Dex. Por algún motivo desconocido, ese detalle la hizo sentirse mejor.

Dex se merecía el éxito. Era el hombre más ambicioso que había conocido nunca, y trabajaba mucho. Había invertido todas sus ganancias en sus diseños.

Aquella mañana, al llamarle genio, lo había dicho en serio. Dex tenía mucho talento y una aguda mente matemática. Alicia estaba segura de que su nuevo juego para ordenador le abriría muchas puertas. Y si Maddie tenía las llaves de algunas de esas puertas, estupendo. Alicia se alegraba de ello.

¿Pero se alegraría él de saber que iba a ser padre en poco menos de siete meses?

Capítulo 2

 

 

 

 

 

EL AIRE acondicionado del piso no funcionaba. Alicia había tratado de arreglarlo, pero sin conseguirlo. El calor la estaba poniendo mala.

–No importa –le dijo animada a su hermana–. Dex estará aquí pronto y él lo arreglará.

–Ojalá se dé prisa –protestó Victoria–. Tengo un montón de deberes, pero con este calor me duermo.

Alicia se miró el reloj. Las siete. Podía llamar a Dex para pedirle que fuera antes de la hora. Descolgó el teléfono y marcó su número.

No había nadie en su casa. ¿Dónde podía estar a esas horas? Desde luego, no podía estar hablando de negocios con Maddie, ¿o sí?

–Voy a traerte un vaso de agua con hielo –le dijo a su hermana mientras colgaba–. Puede que eso te ayude.

Victoria hizo una mueca.

–Me ayudaría más que supieras hacer estas fórmulas.

–Echaré un vistazo, pero las matemáticas no son mi fuerte.

Alicia se acercó al frigorífico y deseó poderse meter en él al sentir el frescor nada más abrir la puerta.

El piso era demasiado pequeño para las dos. Dos dormitorios diminutos, un cuarto de baño entre ambos, y cuarto de estar con cocina americana. Eso era todo, pero Alicia no podía permitirse nada mejor. Pagaba los estudios de Victoria y eso la dejaba sin dinero extra.

Volvió la cabeza y vio a su hermana tirar el lapicero en el tablero de la mesa.

–Esto es imposible –Victoria gruñó, pasándose una frustrada mano por el cabello rubio.

–No puede ser tan difícil.

Alicia sirvió dos vasos de agua con hielo y luego fue a sentarse al lado de su hermana. Aunque sólo había tres años de diferencia de edad entre ambas, la actitud de Alicia hacia Vicky era más de madre que de hermana. Era así desde que sus padres murieron en un accidente automovilístico cuando Alicia tenía sólo nueve años.

Desde esa primera noche, cuando las dos se encontraron en el orfelinato Albany House, se sintió responsable de su hermana. Preocuparse por otra persona le distrajo de encerrarse en su propio dolor, en sus propios miedos. En cierta forma, eso le había ayudado a superar la pérdida. Y, desde luego, la había hecho madurar a temprana edad.

Cuando Alicia fue suficiente mayor para abandonar Albany House, se llevó a Vicky consigo. Ahora, las dos vivían en ese piso felices… bueno, cuando el aire acondicionado funcionaba y Alicia no tenía tantas náuseas.

Las dos se pusieron a solucionar los problemas de matemáticas. Eran difíciles, y Alicia, absorta, no se dio cuenta de lo tarde que se estaba haciendo. Eran casi las nueve cuando Dex llegó.

–Hola, perdona el retraso –besó a Alicia en la mejilla.

–¿Llegas tarde? –Alicia se miró el reloj y arqueó las cejas, pero no dijo nada.

–¡Dios mío, qué calor hace aquí! ¿Qué le has hecho al aire acondicionado? –Dex se acercó a la caja de control de la pared.

–Yo no he hecho nada, ha dejado de funcionar él solo.

Alicia se lo quedó mirando mientras Dex abría la caja del aparato; después, lo vio girando unos botones antes de cerrar la caja.

Un aire frío empezó a circular por la habitación al momento.

–Tu hermana es una inútil con todo lo que tenga que ver con la mecánica –le dijo Dex a Vicky con sonrisa de conspiración.

Vicky le devolvió la sonrisa.

–Gracias, Dex. A propósito, tú no sabes de fórmulas matemáticas, ¿verdad?

–Déjame ver –Dex se sentó a su lado y se acercó los libros.

–Este sistema de aire acondicionado es muy temperamental –se defendió Alicia.

De repente, se sintió indefensa. ¿Por qué Dex la hacía sentirse así, como si su vida no pudiera ir bien sin él? No le gustaba esa sensación, siempre había sido independiente… hasta conocerlo.

–Esto que has puesto aquí está mal –Dex subrayó unas líneas–. Verás, es muy sencillo.

E hizo en cinco minutos lo que ellas no habían podido hacer en media hora.

Alicia arrugó la nariz.

–¿Te apetece un café, Dex?

–Sí, gracias –murmuró él sin levantar la vista.

–A mí no, Alli –dijo Vicky–. Me voy a dar una ducha y me voy a ir a la cama pronto, estoy agotada.

Alicia preparó café mientras oía a Dex explicarle las matemáticas a Vicky pacientemente. Esa noche tenía que contarle lo del niño. Tan pronto como Vicky se marchara a darse una ducha, lo haría.

Le dio a Dex una taza de café, se sentó al lado de su hermana y esperó a que terminaran los problemas de matemáticas.

Dex la miró desde el otro extremo de la mesa. La vio cansada. Tendría que darle menos trabajo. A veces, se apoyaba en ella en exceso con el trabajo de la oficina. Alicia era muy eficiente, la mejor secretaria que había tenido nunca. En lo sucesivo, tendría más cuidado, no quería perderla.

Miró a Victoria y luego a Alicia. En algunos aspectos, eran muy parecidas. Los mismos rasgos delicados, el mismo cabello liso y rubio. Las dos llevaban pantalones cortos y camisetas. Alicia no parecía mucho mayor que Vicky, y Vicky era… en realidad, era una niña.

–¿Está bien así? –Vicky le pasó el cuaderno a Dex y éste le echó un vistazo.

–Perfecto. Eres un genio –le animó Dex.

–No, el genio eres tú –respondió Vicky con entusiasmo–. No sé cómo nos las arreglaríamos Alli y yo sin ti.

Dex sacudió la cabeza.

–Os las arreglaríais perfectamente.

 

 

Algo en la forma de decir aquellas palabras le encogió a Alicia el corazón. Quizá tuvieran que arreglárselas solas después de que le diera la noticia. La cuestión era que Dex no estaba enamorado de ella, su relación era una aventura pasajera para él. Una aventura apasionada, excitante… pero nada serio. En varias ocasiones le había dicho que no tenía intención de casarse y formar un hogar. En una ocasión, le dijo que, si alguna vez lo hacía, sería cuando fuera mucho mayor, cuando tuviera la vida resuelta.

–¿Has salido en serio con alguna de tus novias, Dex? –le había preguntado ella.

La expresión de Dex cambió.

–Hace unos años… estuve prometido.

–Debía ser una mujer muy especial.

–Lo era –durante un momento, Dex pareció ausente–. Clare y yo éramos novios desde el colegio. Teníamos la misma edad, crecimos juntos y nos licenciamos juntos en la universidad. Desde muy joven, supe que algún día le pediría que se casara conmigo.

–¿Y qué pasó? ¿Por qué no te casaste con ella? –preguntó Alicia sin poder evitar sentirse dolida.

–Murió en un accidente de automóvil el día que cumplió veintitrés años, la mañana del día que íbamos a casarnos.

Las palabras fueron pronunciadas fríamente, sin carga emocional; no obstante, la oscuridad de la expresión en los ojos de Dex le dijo a Alicia que él jamás olvidaría aquello. Su momentáneo ataque de celos dio paso a la compasión. Sabía lo que era perder a un ser querido.

–Ahora, de momento, sólo quiero concentrarme en mi trabajo –continuó Dex rápidamente, como si con ello quisiera expulsar la sombra del recuerdo–. Esforzarme hasta el límite profesionalmente. Si tuviera una esposa y responsabilidades, no podría correr los riesgos que estoy dispuesto a correr en mi situación.

Ella le siguió el juego.

–Te comprendo. Yo tampoco quiero casarme. Sólo tengo veinte años, y quiero afianzarme en mi profesión, viajar, divertirme…

El eco de aquellas palabras se burló de ella.

 

 

Vicky retiró los libros de la mesa, los metió en la cartera y se encaminó hacia su habitación.

–Alli, voy a llamar por teléfono –dijo volviendo la cabeza.

Alicia miró a Dex. El aún vestía el traje que llevaba en la oficina aquella mañana. ¿Había estado hasta hacía poco con Maddie? ¿Una reunión tan larga?

El la miró a los ojos.

–Eres un listo –le dijo ella en tono ligero.

–Me gusta más que me llames genio –dijo él con una sonrisa maliciosa.

Ella le devolvió la sonrisa.

–¿Cómo te ha ido la reunión, genio?

–Mejor imposible.

–¿Prefieres un poco de vino para celebrarlo en vez de tomarte el café?

–No, gracias. Ya me he tomado una copa de champán y tengo que conducir para volver a casa.

Alicia estuvo a punto de decirle que no tenía que hacerlo, que podía dormir allí, pero no lo hizo. Le dio la impresión de que a Dex no le apetecía pasar allí la noche.

–Aún no se ha firmado nada –continuó él en tono cauteloso–, pero estoy casi seguro de que se firmará. Tengo que ir a Perth no la semana que viene, sino la otra, para entrevistarme con unos socios de Maddie. Espero que el trato se firme allí.

–¿En serio? –Alicia trató de parecer alegrarse por él.

Dex asintió.

–Confío en ti para que defiendas aquí el castillo.

Ella no dijo nada.

De repente, Dex frunció el ceño.

–¿Te pasa algo, Alicia? Estás muy pálida.

–Estoy bien, sólo un poco cansada.

Alicia se puso en pie y fue a servirse un café en la zona de cocina. Allí, se detuvo. No, no estaba bien. Tenía que hablar con él, tenía que decírselo antes de venirse abajo.

Se volvió y lo miró.

–Dex, tengo que decirte una cosa.

–No se trata de lo de modelar, ¿verdad? –dijo él con voz débil de repente.

–¿Modelar?

–Peter ha venido a la oficina esta mañana, antes de que tú llegaras.