Colate por Nicolás - Nicolás Vallejo-Nágera - E-Book
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Colate por Nicolás E-Book

Nicolás Vallejo-Nágera

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Beschreibung

Nicolás Vallejo-Nágera, miembro de una de las sagas familiares más respetadas y uno de los personajes más queridos del país, reflexiona en estas apasionantes páginas sobre los detalles más desconocidos de su vida, mostrándonos su gran capacidad para reinventarse y resurgir de sus propias cenizas. Una existencia plagada de aventuras y hechos impactantes. Narrada con todo lujo de detalles, en ella aparecen conocidísimos miembros de la sociedad y la cultura que dejan constancia del glamour de una época dorada. Además, el autor nos enseña sin filtros aspectos de su trayectoria vital jamás contados. Su etapa más destroyer, su faceta como amante y enamorado, sus fracasos y sus éxitos junto con pasajes nunca revelados que forman parte de oscuros episodios de sus vivencias. Pero por encima de todo es un relato lleno de pequeños instantes donde descubrimos también al Colate más entrañable y al padre que encuentra en los momentos que comparte con su hijo y en las cosas más sencillas el verdadero sentido de la vida. Un libro motivador que enganchará al lector desde sus primeras líneas y un documento sincero, cautivador e inédito.

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Seitenzahl: 251

Veröffentlichungsjahr: 2022

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www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por HarperCollins Ibérica, S. A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

 

Colate por Nicolás. La historia que nunca creí que contaría

© 2022, Nicolás Vallejo-Nágera

© 2022, para esta edición HarperCollins Ibérica, S. A.

Todos los derechos están reservados, incluidos los de reproducción total o parcial en cualquier formato o soporte.

Redacción: Patricia Navarro

 

Diseño de cubierta: Rudesindo de la Fuente – DiseñoGráfico

Imagen de cubierta: Kike San Martín Photography Inc.

 

ISBN: 978-84-9139-767-0

 

Conversión a ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Prólogo

INTRODUCCIÓN

1LOS AÑOS DORADOS: EL NIÑO PIJO QUE SE CRIO EN LOS PUEBLOS

2UNA FAMILIA DE LOCOS Y LOQUEROS

3 LA EDUCACIÓN, EL VERDADERO LEGADO DE MI MADRE

4 EL PRÍNCIPE DE LA NOCHE

5 PRIMER AMOR, Y JURO QUE NO SE OLVIDA

6 LA AVENTURA LABORAL

7 OPERACIÓN TRIUNFO

8 INTENTO FALLIDO DEL AMOR

9 PAULINA, UN FLECHAZO DE MADRID A MÓNACO

10 EL PROYECTO DE MI VIDA.Y MI RUINA

11 EL GRAN EVENTO, LA BODA

12 TRABAJO O AMOR.¿ELEGIMOS?

13 NICOLÁS, EL INESPERADO CAMBIO DE VIDA

14 EL DIVORCIO INTERMINABLE

15 EL REGRESO TELEVISIVO

16 A LA DESESPERADA: AYAHUASCA

17 DE SUPERVIVIENTE DE LA VIDA, A SUPERVIVIENTE EN UNA ISLA

18 PANDEMIA:¿EN ESPAÑA O EN MIAMI?

19 ¿QUIÉN ESTÁ CUANDO NO HAY NADA?

20 LOS CINCUENTA

 

 

 

 

 

Para Nico, por ti y para ti.

 

Gracias a mi particular familia, y a Paco y Peru por mejorarla.

 

Gracias a todos los que me acompañáis en el camino, estéis o no en estas letras.

Prólogo

 

 

 

 

 

Mujeriego, informal, truhan, vividor, señorito, serio, inteligente, encantador… Infinidad pueden ser las acepciones que a la mayoría le vienen a la mente cuando escuchan el nombre de Colate, pero lo que muchos no sabéis es quién es ni cómo es realmente Nicolás Vallejo-Nágera.

Decía mi madre que de los míos hablaré, pero nunca oiré. Esto lo digo porque Nicolás es una de esas personas que al nacer en una cuna de oro y tener una educación privilegiada ha tenido la oportunidad de moverse en los círculos de la denominada jet set.

Pronto comenzó a ser un habitual de la prensa rosa y antes de casarse compartió su vida con mujeres de una altísima talla y valía en todos los sentidos. Si preguntas a cualquiera de ellas, te van a decir que, ante todo y sobre todo, es un caballero.

Esta exposición a los medios del corazón de muchos países del mundo, que ha sido constante a raíz de la boda y sobre todo tras su divorcio y juicio, ha dado lugar a que cualquiera, aun sin conocerlo, pueda hacer un juicio de valor sobre lo que es su vida, su trabajo o sus relaciones, y tener una idea preconcebida nada cercana a la realidad.

Yo, que tengo una buena relación de amistad con él, puedo deciros que es un tipo excelente, además de un padre ejemplar entregado en cuerpo y alma al bienestar de su hijo, nuestro un poco también y querido Nico, por el que siente auténtica devoción.

Solo tienes que llamarle para que antes de colgar el teléfono esté contigo, ayudándote en lo que sea necesario. Si preguntas a cualquiera de las personas cercanas a Colate, te dirá que es muy buena gente, y no solamente ellas, todos quienes lo han conocido al cabo del tiempo me han terminado diciendo que no entienden por qué tiene esa mala imagen con lo majo que es.

Cuando me pidió que le hiciera el prólogo para este libro, me quedé bloqueado, pues no sabía bien qué exponer de una persona como él, pero la verdad es que nada más sentarme frente al ordenador se me aclaró todo. Podría contar mil anécdotas vividas junto a él, pero es su libro y no soy quién para exponerlas aquí.

Sin conocerle, le podrás odiar o querer con la misma intensidad, pero una vez que disfrutas de su magia y de su grandeza como ser humano le querrás siempre. Sentaos, relajaos y disfrutad con las aventuras de mi amigo Nicolás Vallejo-Nágera, Colate. ¡Os apasionarán!

Si queréis un amigo bueno, a Nicolás os recomiendo.

¡Un abrazo muy fuerte, compañero!

 

ANTONIO RODRÍGUEZ TOÑEJO,

amigo personal de Colate.

Piloto, periodista y conferenciante.

INTRODUCCIÓN

 

 

 

 

 

La última vez que vi cara a cara a mi padre fue para decirle que no lo invitaba a mi boda. No estábamos en nuestro mejor momento. De hecho, hacía veinte años que no lo estábamos. Pero también creía que nos quedaba tiempo. Uno tiende a pensar que siempre lo hay. Metido en rutina y con el privilegio de que las cosas van bien, mañana siempre amanece. Hasta que un día, de pronto, todo cambia. Mi último correo fue de aliento. Se lo escribí mientras volaba de un país a otro poco después de la boda con Paulina. Necesitaba decirle que quería que las cosas se arreglaran, que estaba ilusionado por formar una familia con mi mujer y que deseaba que fuera un abuelo presente. Lo había visto tan bien el último día, con tan buen aspecto… No sé… Tenía mucha ilusión porque cambiara nuestra relación, que se había enquistado hacía mucho.

No pudo ser. Mi padre murió el 31 de diciembre de ese mismo año. Me enteré por un mensaje. Un maldito SMS de los de antes que me mandó mi hermano, de los que ya también están caducos. A veces las cosas son incomprensibles, pero son así.

No tengo muchos recuerdos de mi padre en los últimos años. Una mujer nos separó. La suya, para ser exactos. Pero cuando me miro, veo cosas de él. Son los caprichos de la genética que viajan con uno y antes o después la vida te hace caer en ello. Con el paso del tiempo y cuando el destino te pone contra las cuerdas te das cuenta de golpe.

Para ser sinceros, tengo escasos recuerdos de la familia junta. Lo que viene siendo padre y madre en convivencia. Ocurrió que al poco de yo nacer se separaron. Creo, aunque nunca se ha hablado abiertamente en casa, que fui uno de esos muchísimos intentos de arreglar una relación de pareja que salió mal. A pesar de ello, sé que no vivíamos juntos, pero también que mi padre venía a casa con normalidad. Se vivían las cosas con libertad. Desde la paz, que ya es mucho. Los años se han encargado de demostrarme que es casi un milagro.

Nací en la calle Fuentemilanos, en Madrid, y nos mudamos pronto al barrio de Chamberí. Estoy orgulloso de ser chamberilero, como nos pasa a muchos, y guardo un buen recuerdo de ese primer hogar. Cuando voy a visitar a un amigo que todavía vive allí me vuelve a la memoria.

1LOS AÑOS DORADOS: EL NIÑO PIJO QUE SE CRIO EN LOS PUEBLOS

 

 

 

 

 

Pensar en mi infancia es, sin duda, viajar a dos pueblos que me marcaron. Pedraza y La Granja, por parte de madre y de padre. Si lo pienso, de niño me dejó más huella La Granja por lo mucho que me divertí allí. Fue como si todo ocurriera de manera prematura, pero también espontánea. De esa época sigo manteniendo a alguno de mis amigos, y cuando voy a España quedo con ellos, como es el caso de Íñigo Colmenares. Todavía nos vemos y lo disfruto. Me gusta seguir teniendo ese contacto con la infancia, con todo aquello que fuimos, aunque las vidas nos hayan llevado por caminos distintos.

Allí, en La Granja, de hecho, y como no podía ser de otra manera, tuve mi primer amor, E. H. Todavía cuando la veo, cuarenta años después, le sigo tirando los trastos, es casi como una tradición con tintes de broma. O no. Quién sabe. Así es la vida. Una vida indudablemente dedicada al amor. Al amor romántico.

Siempre me viene a la cabeza esa visión de estar en la playa con una mujer, de quererse, desearse… He buscado el amor y de tanto anhelarlo se ha convertido en una obsesión enfermiza. Desde pequeño he tenido mucha relación con las mujeres, ha sido un verdadero imán y, bastante pronto para la España de la época, se convirtieron en relaciones personales.

A La Granja o a Pedraza era donde íbamos los fines de semana. Allí sucedieron cosas maravillosas, ocurría la vida por anticipado. Tuve moto superpronto, por ejemplo, pero para los que tuvimos la suerte de vivir el ambiente de un pueblo, no tengo duda de que esa etapa fue un privilegio, hasta tal punto que pongo especial empeño en que mi hijo también sepa cómo es esa vida. En Madrid era todo distinto. Otros tiempos, que luego también exprimí como si no hubiera un mañana.

A La Granja solía ir con mi padre, pero tengo algún recuerdo allí de mi madre. Es curioso con lo que se queda la mente. Sé que una vez se estropeó la cadena del baño, y como mi madre es tan creativa e imaginativa, y se le da tan bien trabajar con las cosas naturales, hizo un invento con un palo e infinitos años después todavía sigue aquello en mi memoria.

Eran esos fines de semana en los que el tiempo pasa despacio y a la vez, vuela. En los que puedes descubrir miles de cosas y hacer una vida que en Madrid estaba más encorsetada. Era sentir la libertad casi absoluta cuando estaba comenzando. La diversión por la diversión. Qué placer solo recordar.

 

 

Una familia… ¿Desestructurada?

 

Mi familia, como muchas de las que se separan pronto y continúan sus vidas, es un poco liosa. Centremos: hermanos de padre y madre somos tres. Antonio es el mayor. Le llamamos el desconocido. Es antropólogo, el intelectual de la familia sin duda. Ha leído millones de libros, es el más inteligente. Era guapísimo de chaval y hacía cosas muy curiosas, como irse a vivir a África con una tribu. Tuvo hijos con una amiga de la familia que se encontró en Nueva York y ahora vive con mi madre.

Un año después nació Samantha, con la que yo me llevo tres. Siempre he tenido una relación con ella megacercana. En los últimos tiempos, cuando se me ha complicado mucho la vida, he probado todo tipo de terapias para sobrevivir y en una de ellas, en la que me hicieron un estudio a través de los chacras, me dijeron que ella era mi media naranja. Aluciné con el resultado. Y me cuadra. Es la persona con la que mejor me he llevado y tenemos una relación muy especial, aunque nos veamos menos de lo que me gustaría.

Hemos compartido etapas diferentes de nuestras vidas. Estuvimos juntos en Londres, en una de esas épocas locas, y después he ido a verla donde haya estado, como cuando vivió en Nueva York. Los tres hermanos hemos vivido bastante tiempo fuera de España con la idea de tener una educación un poco diferente, pero quizá Samantha y yo después viajamos más. Siempre he creído que le iría muy bien.

Hace veinticinco años le hice su primer piloto de televisión de cocina. Es curioso, porque ella, en realidad, estudió paisajismo, y hubo una etapa en la que trabajaba con el mejor paisajista. Estaba guapa, tenía un novio guapo que preparaba las oposiciones para juez… La vida perfecta. Todo era maravilloso, pero algo no iba tan bien y acabó por contar que en verdad lo que quería era cocinar. Pegó un cambio radical. Ahora lo que tiene es poco tiempo: con cuatro hijos, un negocio con mucha gente trabajando, el programa de televisión o la publicidad que hace. Desde hace años se ha hecho muy popular en España al ser jurado del programa de Televisión Española MasterChef, que, además, tiene un montón de ediciones entre infantil, celebrity, abuelos… Es una máquina de trabajar, pero cuando puede, me cuida mucho. Tiene una manera curiosa de estar en todo.

Con ella he generado una relación especial. Podría decir que en mi centro familiar está mi madre, que es lo que más respeto, por supuesto, pero mi hermana me tira mucho, ella demuestra el cariño y, aunque no nos veamos, estamos muy presentes.

Mi madre tuvo otra hija después de separarse, ya con su segundo marido, que se llama Mafalda. He vivido mucho tiempo con ella, creo que el que más de los hermanos. Lo curioso es que fui el primero en irme de casa porque las cosas comenzaron a rodarme bastante bien. Al poco Samantha y Antonio también lo hicieron, fue entonces cuando, con el nido casi vacío, tuve una conversación con mi madre y regresé a casa con mis padres. Y les llamo mis padres aunque eran mi madre y su marido, porque de alguna manera así lo consideraba y porque ese alejamiento con mi padre de verdad me marcó mucho.

En esa época conviví mucho con Mafalda. Creo que se crio en un verdadero cuento de hadas, todavía me acuerdo de cómo eran sus habitaciones. Una princesa. Pero también le dieron valores y una buena educación. Lo peor es que perdió a su padre cuando aún era joven, y los últimos años fueron difíciles por la enfermedad. La conclusión de esto es que somos cuatro hermanos.

A mi madre siempre la he visto como una mujer admirable por su capacidad de trabajo, por cómo hace las cosas y ese ánimo para compaginar trabajo y familia. Hoy en día mi admiración hacia ella es brutal, es la mejor en lo suyo y nos ha dado una educación estupenda. Si tengo que ponerle un pero, es que es poco cariñosa, va en su manera de ser. No por otra cosa.

Eligió a un hombre maravilloso y al que adoraba. He vivido con Paco Muñoz desde los ocho años más o menos, o quizá antes, en Pedraza. Nosotros teníamos casa allí, pero después de casarse íbamos a una suya. Para mí ha sido un padre, a pesar de que nunca quiso ocupar un puesto que no le correspondía, pero sí hubo gran afectividad y cariño. Era un tipo al que admiraba y quería muchísimo. Sin duda, una de las mejores cosas que me han pasado en la vida. Era uno de los mejores decoradores y eso me permitió vivir en verdaderos palacios a los que, además, cada dos años les cambiaba la decoración. Esas casas eran como de película. Él decía que mi madre le daba color a su vida.

Ella empezó a dedicarse también a la decoración. Mira que voy a sitios y he estado en lugares diferentes, pero puedo asegurar que no hay una casa en el mundo donde se pongan las mesas más bonitas para comer que en la de mi madre. Es tremenda. Es todo, la puesta en escena y lo que se come por su capacidad para diseñar. No dejan de sorprenderme sus ansias de seguir reinventándose, de encontrar unas nuevas flores o unos detalles distintos. Mi madre es la que mejor cocina, no tengo dudas. Tiene una persona con ella en casa y le ha trasladado la manera de hacer las cosas. Cada vez que vuelvo, lo compruebo.

 

 

De Nicolás a Colate

 

De siempre he creído que fui ese intento fallido de arreglar un matrimonio, me he sentido querido, pero igual hubiera necesitado más un abrazo que otra cosa de pequeño. Era como si fuera un satélite en la familia y esa distancia me dejó carencias. Mis hermanos y mi madre estaban más unidos y yo iba por libre. Quizá por eso tuve la necesidad de reivindicar mi propia personalidad desde muy niño y surgió lo de Colate. Como muchos sabéis, mi nombre real es Nicolás Vallejo-Nágera.

El apodo de Colate no llegó al hacerme mayor, ni tan siquiera en plena adolescencia o en la etapa infantil del colegio. La leyenda cuenta, es decir, lo que mis propios padres me dijeron, es que cuando tenía apenas dos años fui yo quien decidió que no quería llamarme Nicolás, porque ahora es un nombre muy común, pero en esa época no lo era. Contaban que me quería llamar Pepe y a falta de cambiarme el nombre pedí que me llamaran Colate y así, año a año, hasta hoy. Ya apuntaba maneras de lo que vendría después.

Quizá por sentirme más alejado de ese núcleo familiar fui más abierto o me busqué las habichuelas fuera de casa. En la vida callejera que llevaba en los pueblos encontraba la libertad y el calor que en la mía no tenía. Esto no quiere decir que la relación con mi madre no haya sido buena. Lo ha sido y lo es. Solo que resultaba un poco distante. Eso sí, nunca podré agradecerle lo suficiente la excelente formación académica que me dio. Estudié en un colegio francés, en otro español y americano y pude hacerlo también fuera. Esa formación internacional es uno de mis grandes valores.

En casa, por cuestiones de educación, no se hablaba de ciertas cosas, como del dinero o las enfermedades. Y cuando la vida me dio a mis cuarenta esa bofetada de realidad, caí en lo fácil que había sido todo hasta ese momento. No hubiera sobrado tener bien claro lo importante que era ganar dinero.

No fue mi casa una de esas rancias como otras que veía cerca. Todo lo contrario, era moderna, preciosa como he contado, en la que siempre se respiraba buen rollo y a la que venía gente muy guay. Desde el presidente del Gobierno o el rey hasta escritores como Torcuato Luca de Tena o Calvo Sotelo. Así viví mi infancia.

Guardo muchos recuerdos de aquellos tiempos. A Leopoldo Calvo-Sotelo, que era el presidente del Gobierno, le iba a comprar una hogaza de pan cuando estábamos en la casa de Pedraza. No lo compraba en una panadería, sino que era Pepe, con su coche, quien pasaba vendiendo el pan. Aquello era una delicia y me encanta recordar esa época. En mi casa he visto fotos de Rainiero y Grace Kelly. Yo no había nacido, pero son imágenes que me devuelven a mi infancia, a aquellas cosas que ocurrían donde vivía o alrededor.

Solía venir mucha gente y había amigos íntimos que eran habituales los fines de semana. Como los Fernández Tapias o los Horcher, en este caso, Otto es la única figura paterna que me queda. Venía todos los fines de semana a Pedraza con su familia y después acabó comprándose una casa. Lo quiero mucho. Ninguno de ellos forma parte de la familia de manera directa, pero sí los siento como tales por todo lo que hemos vivido.

Me ocurrió también con Alfonso Cortina, que tenía casa en Pedraza e iba mucho. Es de ahí de donde viene la relación con los Goyanes. Con el tiempo se han convertido en importantes personajes de la jet set española. Pero para mí han formado parte de mi entorno de toda la vida.

 

 

Mi padre, de todo a nada. O casi

 

Con mi padre disfruté mucho durante una época. Lo pasábamos muy bien en La Granja, compartíamos aficiones, como fue la pasión por las motos o esquiar, que es mi deporte favorito. Me acuerdo de estos tiempos con cariño, su etapa de soltero con nosotros, cuando íbamos a hacer la compra o nos cocinaba. Casi todos los recuerdos que tengo son de la casa de La Granja, a pesar de que en Madrid entraba y salía cuando quería y, además, vivía cerca.

Su casa de Madrid me daba miedo. Era gigante. Estaba en Alcalá Galiano, número 8. Había sido la de mis abuelos, y aquello tenía setecientos metros cuadrados, te podías perder. Había algo raro que me asustaba, no lo sé ni explicar, pero así era, y cuando me tocaba quedarme solo, me moría.

Los Vallejo-Nágera venían marcados por la psiquiatría. A ella se dedicó mi abuelo y también mi tío Juan Antonio, que era un genio. Fue escritor —Premio Planeta— y musicólogo, y se casó con una Zóbel, una de las familias más ricas de Filipinas. Eso hizo que cuando la vida me llevó hasta allí, tuviera parientes cerca. Era una de esas personas que te encuentras de vez en cuando que todo lo hace bien.

A mis abuelos no los llegué a conocer, aunque me han hablado de ellos y siempre han venido envueltos en la polémica por la relación que mi abuela tenía con la mujer de Franco. Mi abuelo era un psiquiatra muy conocido en la época y también un personaje que ha generado gran controversia con el tiempo. Soy consciente de ello y de las oscuridades que han perseguido a este asunto por las cuestiones políticas. Sé que algunas cosas que hizo despertaron odio.

Su competencia directa eran los López Ibor. Había mucho enfrentamiento, pero por lo que me cuentan más de cara al exterior, porque luego se llevaban bien.

De una manera u otra, lo que no olvido es el temor que me infundían los pasillos interminables de aquella casa. Por más que pasen los años, las sensaciones perduran.

Recuerdo una anécdota con Joaquín Garrigues Walker —la casa y el despacho de mi abuelo estaba enfrente de la suya—, que un día nos dijo:

—Voy a contar hasta diez y os regalo todo lo que queráis.

Nos quedamos tan petrificados con la ocurrencia que no fuimos capaces de pedir nada. En navidades estuvimos recordando en familia justo esto.

Mi padre no siguió con la psiquiatría y fue ingeniero. Trabajó en distintas empresas y en distintos lugares, entre ellos Estados Unidos. Sé que montó una compañía de cemento con el primer boom de la construcción y después la vendió bien. Era emprendedor y tuvo su momento de éxito, a pesar de que destacó más por sus cualidades personales. Hace poco me encontré con una persona que había tenido relación con él y me lo decía. Sé que no era mala persona, pero no fue un buen padre, era algo patoso.

Tenía trece o catorce años cuando tomó la fatídica decisión de casarse con una persona que cambió mi vida para siempre. Ella, a su vez, tenía un hijo tres meses mayor que yo, con el que me llevaba bien. Era esa época en la que te gusta el fútbol, el baloncesto… Dejamos de ir a La Granja y comenzamos a acudir a una finca que ella tenía en Navalcarnero. Este cambio no me hizo tanta gracia, pero como la moto estaba allí, me apañaba para pasármelo bien.

Fui a su boda vestido de austriaco, con una chaqueta que llevaba un lazo. Vamos, iba de lo más elegante. No sé si la idea fue mía o en parte de mi madre, que siempre ha sido muy refinada para vestir. Aunque cosas de este estilo ya había hecho, como cuando hice la primera comunión con pajarita y tuve el capricho de que lo celebráramos en el hotel Ritz. Eso sí, lo hicimos con poca gente, pero como a mí me gustaba. Por todo lo alto.

 

 

La primera mujer que se cruzó en mi destino

 

Volviendo a la boda de mi padre. El gran día se celebró con normalidad. Hubo un antes y un después y, aunque en ese momento no lo sabía, tardó poco en ocurrir. Puede que fuera el siguiente fin de semana, después de contraer matrimonio, cuando fui a casa de mi padre.

Su ya mujer, sin saber por qué, sin motivo aparente ni una discusión que avalara el gesto, me echó de casa. Su casa. La de mi padre. Y pensaba que también la mía. O así había sido siempre. Así había sido hasta ese mismo instante en el que todo se rompió para no arreglarse jamás.

Cuando me vi tirado en la calle, llamé a mi madre para contarle cuál era la situación. Siento más pena ahora que cuando lo viví. Ella estaba fuera, pero organizó todo para que me quedara en su casa y viniera la persona que tantas veces nos ha cuidado y que tanto quiero, Amelia. Aquella noche me fui con un amigo a la discoteca Four Roses y ahora reconozco que fue la primera vez que fumé porros. Estaba liberado porque sabía que la única persona que me esperaba era la cuidadora. Pero me equivoqué porque mi padre me estaba esperando. Parece ser que después de que su mujer me echara, ellos discutieron también y se marchó. Vino a buscarme y nos fuimos a cenar a un Vips que había cerca de casa. Le dije que le agradecía que hubiera dado la cara por mí y que me hubiera venido a buscar, pero que de alguna manera también era un poco tarde, que regresara, y que ya veríamos cómo lo arreglábamos. Nunca lo conseguimos. Aquella noche emprendimos un camino sin vuelta.

Durante muchos años he odiado con toda mi alma a esta mujer por haberme robado a mi padre. Es más, tenía sed de venganza por aquello que había sufrido de manera innecesaria. Con el tiempo las cosas se pusieron peor. Mi padre se distanció mucho y, a pesar de que los dos vivíamos en Madrid, muy cerca, y teníamos un entorno común, había un océano entre ambos.

Fue muy duro. Era mi padre, con el que tuve una infancia feliz, y se apartó en un momento muy complicado: en plena adolescencia y cuando más lo necesitaba. Mis hermanos y yo hemos tenido épocas difíciles con él y su mujer, pero acabé por ser el más afectado. Pasé de tener la mejor relación a la peor y a ser el que más tiempo estuvo sin hablarle.

Mi padre tuvo un hijo con ella, mi hermano Ignacio. Ahora tenemos una relación más cercana. De hecho, tanto Ignacio como Mafalda son los padrinos de mi hijo, al que he bautizado hace poco. Ha sido una manera de acercamiento después de que mi padre ya no esté.

Una familia peculiar. Siempre lo hemos sido. Mi padre decidió adoptar a los hijos de su mujer. De esto me enteré por otro lado, no por él, claro, y cada vez me sentía más lejos. ¿Adoptaba a esos chicos y no era capaz de hacerse cargo de mí? La distancia acabó por ser insalvable.

Hubo intentos de arreglar las cosas durante este tiempo, pero me costaba mucho verla a ella, porque había sido un golpe quizá irreparable, porque lo perdí. Lo perdí en vida. Estuve casi veinte años sin hablar con él viviendo a cinco minutos andando de su casa. No tengo ningún recuerdo de encuentros desagradables, pero sí los evitaba. Reconozco que es una parte que tengo casi borrada para no sufrir. La he tenido que trabajar, digerir y esforzarme para que no me hiciera daño. Son de esas cosas que requieren mucho trabajo porque, si no, te persiguen el resto de la vida.

A pesar de que estuvimos años sin hablarnos, me acuerdo de alguna comida, de algún encuentro, pero de una manera u otra aparecían rencillas. En uno de sus cumpleaños fui a comer con su familia y me sentí muy incómodo. Siempre había algo que lo estropeaba. Se notaba que había un amor enorme entre nosotros, pero era fácil que acabáramos enfadados.

En los últimos años de su vida estuvo en crisis con su mujer y fue cuando más cerca estuvimos. A ella nunca la volví a ver hasta hace poco. En Miami. Fue de lo más rocambolesco. De película me atrevo a decir. Nunca he ocultado las ganas que me han acompañado de vengarme, a pesar de ello me llamó y fui a verla. Cuando crees que lo sabes todo, la vida es capaz de sorprenderte. En aquella ocasión no estaba sola, estaba con unas amigas, y lo más alucinante fue tener que escuchar en ese encuentro que me trataba como si fuera una segunda madre. Y oírla decir que me quería como a su hijo. No sabes bien cómo vas a reaccionar hasta que te ves ahí. Que quede claro, porque en ese momento solo pensaba que pasaba por alto una situación que me parecía de locos por la memoria de padre. Me ahorré montar el número de decirle que me había hecho un daño tan grande que me había marcado para siempre. Pareció incluso que íbamos a empezar a tener una relación… Nunca más he sabido de ella.

Esto coincidió con la época en la que nombré a su hijo padrino del mío y quiso corresponder haciéndonos un regalo. Ignacio es el que más se parece físicamente a mi padre y es una mezcla de sensación entre grima e ilusión cuando le veo. Le tengo cariño.

Tomé la decisión de decirle a mi padre que no viniera a mi boda con Paulina Rubio, porque lo que tenía claro es que no quería que ella estuviera, no quería compartir ese día con una persona que me había hecho daño cuando comencé a ponerme rebelde con el mundo. Mi padre no había estado presente en gran parte de mi vida y para evitar problemas no lo invité.

Nos reunimos en casa de mi hermana, donde también estaba mi hermano, y me resultó duro decírselo, a pesar de que no era tan extraño dada la relación que teníamos. Le molestó un poco, pero lo sorprendente fue su respuesta: «Esta chica te va a arruinar la vida».

Llevaba razón, pero no tenía la menor idea de dónde me estaba metiendo por aquel entonces.

 

 

Muerte inesperada

 

Dejé pasar un tiempo y le escribí un correo para contarle que sentía lo que había pasado, pero que era una consecuencia de lo ocurrido entre nosotros. Quería poner todo de mi parte para recuperar nuestra relación. Estaba ilusionado con tener hijos y quería que fuera un abuelo presente. Pero un día se murió y no me dio tiempo ni a verle de nuevo. Nunca más le volví a escribir.

La última vez que estuvimos juntos me llamó la atención lo guapo que estaba, le vi en plenitud; de hecho, pensé que tenía padre para rato. Tenía setenta y dos años. Su adiós fue una lección de vida. El 31 de diciembre de ese mismo año falleció. A él le asustaba cómo iba a ocurrir. Le preocupaba tener una muerte lenta o sufrida. Hay gente que no se detiene en estas cosas, mi padre sí. Vivió la de su hermano mayor, la de Juan Antonio. Tuvo un cáncer de páncreas muy duro. Mi padre se murió subiendo a esquiar, que era lo que más le gustaba en el mundo. Le dio un infarto fulminante y se acabó.

Me desperté en Miami aquel 31 de diciembre y un mensaje de texto de mi hermano en el móvil me dio la noticia. «Colate: se ha muerto nuestro padre». Sabes que estas cosas pasan, pero cuando ocurren, el