Colección integral de Lope de Vega - Lope de Vega - E-Book

Colección integral de Lope de Vega E-Book

Лопе де Вега

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Beschreibung

La Colección integral de Lope de Vega es una recopilación exhaustiva de las obras del prolífico escritor del Siglo de Oro español, Lope de Vega. Este libro incluye una variedad de géneros literarios como comedias, dramas, poesía y novelas, que reflejan la vasta creatividad y versatilidad del autor. Su estilo literario se caracteriza por la fluidez, la vivacidad y la profundidad emocional de sus personajes. Lope de Vega es reconocido por su habilidad para capturar la esencia de la vida española del siglo XVI y XVII, a través de diálogos ingeniosos y tramas emocionantes. Lope de Vega, conocido como el Fénix de los Ingenios, fue uno de los dramaturgos más importantes de su época y un referente indiscutible en la literatura española. Su vida tumultuosa y su pasión por el teatro influyeron en su extensa producción literaria. La Colección integral de Lope de Vega proporciona una visión completa de la genialidad y la influencia duradera de este escritor en la cultura hispánica. Recomendamos esta obra a los amantes de la literatura clásica y a aquellos interesados en explorar la riqueza del teatro áureo español, a través de las obras imprescindibles de Lope de Vega.

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Lope de Vega

Colección integral de Lope de Vega

 
EAN 8596547726876
DigiCat, 2023 Contact: [email protected]

Índice

El caballero de Olmedo
El castigo sin venganza
El perro del hortelano
Fuenteovejuna
La dama boba
La Dorotea

El caballero de Olmedo

Índice

Contenido

Personas que hablan en ella:
ACTO PRIMERO
ACTO SEGUNDO
ACTO TERCERO

Personas que hablan en ella:

Índice

DON ALONSO, caballero

Don RODRIGO

Don FERNANDO

Don PEDRO

El REY don Juan, el II

El CONDESTABLE

TELLO, criado gracioso

Doña INÉS, dama

Doña LEONOR

ANA, criada

FABIA, vieja hechicera y alcahueta

MENDO

Un LABRADOR

Una SOMBRA

CRIADOS

ACOMPAÑAMIENTO

GENTE

ACTO PRIMERO

Índice

SALE don ALONSO

ALONSO: Amor, no te llame amor

el que no te corresponde,

pues que no hay materia adonde

no imprima forma el favor.

Naturaleza, en rigor,

conservó tantas edades

correspondiendo amistades;

que no hay animal perfeto

si no asiste a su conceto

la unión de dos voluntades.

De los espíritus vivos

de unos ojos procedió

este amor, que me encendió

con fuegos tan excesivos.

No me miraron altivos,

antes, con dulce mudanza,

me dieron tal confïanza,

que, con poca diferencia,

pensando correspondencia,

engendra amor esperanza.

Ojos, si ha quedado en vos

de la vista el mismo efeto,

amor vivirá perfeto,

pues fue engendrado de dos;

pero si tú, ciego dios,

diversas flechas tomaste,

no te alabes que alcanzaste

la victoria que perdiste

si de mí solo naciste,

pues imperfeto quedaste.

Salen TELLO, criado, y FABIA

FABIA: ¿A mí, forastero?

TELLO: A ti.

FABIA: Debe pensar que yo

soy perro de muestra.

TELLO: No.

FABIA: ¿Tiene alguna achaque?

TELLO: Sí.

FABIA: ¿Qué enfermedad tiene?

TELLO: Amor.

FABIA: Amor, ¿de quién?

TELLO: Allí está,

y él, Fabia, te informará

de lo que quiere mejor.

FABIA: Dios guarde tal gentileza.

ALONSO: Tello, ¿es la madre?

TELLO: La propia.

ALONSO: ¡Oh, Fabia! ¡Oh, retrato! ¡Oh, copia

de cuanto naturaleza

puso en ingenio mortal!

¡Oh, peregrino doctor,

y para enfermos de amor

Hipócrates celestial!

Dame a besar la mano,

honor de las tocas, gloria

del monjil.

FABIA: La nueva historia

de tu amor cubriera en vano

vergüenza o respeto mío;

que ya en tus caricias veo

tu enfermedad.

ALONSO: Un deseo

es dueño de mi albedrío.

FABIA: El pulso de los amantes

es el rostro. Aojado estás.

¿Qué has visto?

ALONSO: Un ángel.

FABIA: ¿Qué más?

ALONSO: Dos imposibles bastantes,

Fabia, a quitarme el sentido;

que es dejarla de querer

y que ella me quiera.

FABIA: Ayer

te vi en la feria perdido

tras una cierta doncella,

que en forma de labradora

encubría el ser señora,

no el ser tan hermosa y bella;

que pienso que doña Inés

es de Medina la flor.

ALONSO: Acertaste con mi amor;

esa labradora es

fuego que me abrasa y arde.

FABIA: Alto has picado.

ALONSO: Es deseo

de su honor.

FABIA: Así lo creo.

ALONSO: Escucha, así Dios te guarde.

Por la tarde salió Inés

a la feria de Medina,

tan hermosa que la gente

pensaba que amanecía;

rizado el cabello en lazos,

que quiso encubrir la liga,

porque mal caerán las almas

si ven las redes tendidas.

Los ojos, a lo valiente,

iban perdonando vidas,

aunque dicen los que deja

que es dichoso a quien la quita.

Las manos haciendo tretas,

que como juego de esgrima

tiene tanta gracia en ellas,

que señala las heridas.

Las valonas esquinadas

en manos de nieve viva;

que muñecas de papel

se han de poner en esquinas.

Con la caja de la boca

allegaba infantería,

porque sin ser capitán,

hizo gente por la villa.

Los corales y las perlas

dejó Inés, porque sabía

que las llevaban mejores

los dientes y las mejillas.

Sobre un manteo francés

una verdemar basquiña,

porque tenga en otra lengua

de su secreto la cifra.

No pensaron las chinelas

llevar de cuantos la miran

los ojos en los listones,

las almas en las virillas.

No se vio florido almendro

como toda parecía;

que del color natural

son las mejores pastillas.

Invisible fue con ella

el amor, muerto de risa

de ver, como pescador,

los simples peces que pican.

Unos le ofrecieron sartas,

y otros arracadas ricas;

pero en oídos de áspid

no hay arracadas que sirvan.

Cuál da a su garganta hermosa

el collar de perlas finas;

pero como toda es perla,

poco las perlas estima;

yo, haciendo lengua los ojos,

solamente le ofrecía

a cada cabello un alma,

a cada paso una vida.

Mirándome sin hablarme,

parece que me decía,

"No os vais, don Alonso, a Olmedo,

quedaos agora en Medina."

Creí me esperanza, Fabia;

salió esta mañana a misa,

ya con galas de señora,

no labradora fingida.

Si has oído que el marfil

del unicornio santigua

las aguas, así el cristal

de un dedo puso en la pila.

Llegó mi amor basilisco,

y salió del agua misma

templado el veneno ardiente

que procedió de su vista.

Miró a su hermana, y entrambas

se encontraron en la risa,

acompañando mi amor

su hermosura y mi porfía.

En una capilla entraron;

yo, que siguiéndolas iba,

entré imaginando bodas.

¡Tanto quien ama imagina!

Vime sentenciado a muerte,

porque el amor me decía,

"Mañana mueres, pues hoy

te meten en la capilla."

En ella estuve turbado;

ya el guante se me caía,

ya el rosario, que los ojos

a Inés iban y venías.

No me pagó mal. Sospecho

que bien conoció que había

amor y nobleza en mí;

que quien no piensa no mira,

y mirar sin pensar, Fabia,

es de ignorantes, y implica

contradicción que en un ángel

faltase ciencia divina.

Con este engaño, es efecto,

le dije a mi amor que escriba

este papel; que si quieres

ser dichosa y atrevida

hasta ponerle en sus manos,

para que mi fe consiga

esperanzas de casarme,

tan en esto amor me inclina,

el premio será un esclavo

con una cadena rica,

encomienda de esas tocas,

de mal casadas envidia.

FABIA: Yo te he escuchado.

ALONSO: ¿Y qué sientas?

FABIA: Que a gran peligro te pones.

TELLO: Excusa, Fabia, razones,

si no es que por dicha intentes

como diestro cirujano,

hacer la herida mortal.

FABIA: Tello, con industria igual

pondré el papel en su mano,

aunque me cueste la vida,

sin interés, porque entiendas

que, donde hay tan altas prendas,

sola yo fuera atrevida.

Muestra el papel. (Que primero Aparte

lo tengo de aderezar.)

ALONSO: ¿Con qué te podré pagar

la vida, el alma que espero,

Fabia, de esas santas manos?

TELLO: ¿Santas?

ALONSO: ¿Pues, no, si han de hacer

milagros?

TELLO: De Lucifer.

FABIA: Todos los medios humanos

tengo de intentar por ti,

porque el darme esa cadena

no es cosa que me da pena,

con confïada nací.

TELLO: ¿Qué te dice el memorial?

ALONSO: Ven, Fabia, ven, madre honrada,

porque sepas mi posada.

FABIA: Tello...

TELLO: Fabia...

FABIA: No hables mal;

que tengo cierta morena

de extremado talle y cara.

TELLO: Contigo me contentara

si me dieras la cadena.

Vanse. Salen doña INÉS y doña

LEONOR

INÉS: Y todos dicen, Leonor

que nace de las estrellas.

LEONOR: De manera que sin ellas

¿no hubiera en el mundo amor?

INÉS: Dime tú; si don Rodrigo

ha que me sirve dos años,

y su talle y sus engaños

son nieve helada conmigo,

y en el instante que vi

este galán forastero,

me dijo el alma, "Éste quiero."

Y yo lo dije, "Sea ansí."

¿Quién concierta y desconcierta

este amor y desamor?

LEONOR: Tira como ciego Amor,

yerra mucho, y poco acierta.

Demás, que negar no puedo,

aunque es de Fernando amigo

tu aborrecido Rodrigo,

por quien obligada quedo

a intercederte por él,

que el forastero es galán.

INÉS: Sus ojos causa me dan

para ponerlos en él,

pues pienso que en ellos vi

el cuidado que me dio,

para que mirase yo

con el que también le di.

Pero ya se habrá partido.

LEONOR: No le miro yo de suerte

que pueda vivir sin verte.

Sale ANA, criada

ANA: Aquí, señora, ha venido

la Fabia... o la Fabiana.

INÉS: ¿Pues quién es esa mujer?

ANA: Una que suele vender

para las mejillas grana,

y para la cara nieve.

INÉS: ¿Quieres tú que entre, Leonor?

LEONOR: En casas de tanto honor

no sé yo cómo se atreve;

que no tiene buena fama;

mas, ¿quién no desea ver?

IN&EacueS: Ana, llama esa mujer.

ANA: Fabia, mi señora os llama.

Vase. Sale FABIA, con una canastilla

FABIA: (¡Y cómo si yo sabía

Aparte

que me habías de llamar!)

¡Ay! Dios os deje gozar

tanta gracia y bizarría,

tanta hermosura y donaire;

que cada día que os veo

con tanta gala y aseo,

y pisar de tan buen aire,

os echo mil bendiciones;

y me acuerdo como agora

de aquella ilustre señora

que con tantas perfecciones

fue la fénix de Medina,

fue el ejemplo de lealtad.

¡Qué generosa piedad

de eterna memoria digna!

¡Qué de pobres la lloramos!

¿A quién no hizo mil bienes?

INÉS: Dinos, madre, a lo que vienes.

FABIA: ¡Qué de huérfanas quedamos

por su muerte malograda!

La flor de las Catalinas

hoy la lloran mis vecinas;

no la tienen olvidada.

Y a mí, ¿qué bien no me hacía?

¡Qué en agraz se la llevó

la muerte! No se logró.

Aun cincuenta no tenía.

INÉS: No llores, madre, no llores.

FABIA: No me puedo consolar

cuando le veo llevar

a la muerte las mejores,

y que yo me quedo acá.

Vuestro padre, Dios le guarde,

¿está en casa?

LEONOR: Fue esta tarde

al campo.

FABIA: Tarde vendrá.

Si va a deciros verdades,

mozas sois, vieja soy yo...

Más de una vez me fïó

don Pedro sus mocedades;

pero teniendo respeto

a la que pudre, yo hacía,

como quien se lo debía,

mi obligación. En efeto,

de diez mozas, no le daba

cinco.

INÉS: ¡Que virtud!

FABIA: No es poco,

que era vuestro padre un loco;

cuanto veía, tanto amaba.

Si sois de su condición,

no admiro de que no estéis

enamoradas. ¿No hacéis,

niñas, alguna oración

para casaros?

INÉS: No, Fabia.

Eso siempre será presto.

FABIA: Padre que se duerme en esto,

mucho a sí mismo se agravia.

La fruta fresca, hijas mías,

es gran cosa, y no aguardar

a que la venga a arrugar

la brevedad de los días.

Cuantas cosas imagino,

dos solas, en mi opinión,

son buenas, viejas.

LEONOR: ¿Y son?

FABIA: Hija, el amigo y el vino.

¿Veisme aquí? Pues yo os prometo

que fue tiempo en que tenía

mi hermosura y bizarría

más de algún galán sujeto.

¿Quién no alababa mi brío?

¡Dichoso a quien yo miraba!

Pues, ¿qué seda no arrastraba?

¡Qué gasto, qué plato el mío!

Andaba en palmas, en andas.

Pues, ¡ay Dios!, si yo quería,

¿qué regalos no tenía

de esta gente de hopalandas?

Pasó aquella primavera,

no entra un hombre por mi casa;

que como el tiempo se pasa,

pasa la hermosura.

INÉS: Espera.

¿Qué es lo que traes aquí?

FABIA: Niñerías que vender

para comer, por no hacer

cosas malas.

LEONOR: Hazlo ansí,

madre, y Dios te ayudará.

FABIA: Hija, mi rosario y misa:

esto cuando estoy de prisa,

que si no...

INÉS: Vuélvete acá.

¿Qué es esto?

FABIA: Papeles son

de alcanfor y solimán.

Aquí secretos están

de gran consideración

para nuestra enfermedad

ordinaria.

LEONOR: Y esto, ¿qué es?

FABIA: No lo mires, aunque estés

con tanta curiosidad.

LEONOR: ¿Qué es, por tu vida?

FABIA: Una moza,

se quiere, niñas, casar;

mas acertóla a engañar

un hombre de Zaragoza.

Hase encomendado a mí...

Soy piadosa... y en fin es

limosna, porque después

vivan en paz.

INÉS: ¿Qué hay aquí?

FABIA: Polvos de dientes, jabones

de manos, pastillas, cosas

curiosas y provechosas.

INÉS: ¿Y esto?

FABIA: Algunas oraciones.

¡Qué no me deben a mí

las ánimas!

INÉS: Un papel

hay aquí.

FABIA: Diste con él

cual si fuera para ti.

Suéltale. No le has de ver,

bellaquilla, curiosilla.

INÉS: Deja, madre...

FABIA: Hay en la villa

cierto galán bachiller

que quiere bien una dama;

prométeme una cadena

porque le dé yo, con pena

de su honor, recato y fama.

Aunque es para casamiento,

no me atrevo. Haz una cosa

por mí, doña Inés hermosa,

que es discreto pensamiento.

Respóndeme a este papel,

y diré que me la ha dado

su dama.

INÉS: Bien lo has pensado

si pescas, Fabia, con él

la cadena prometida.

Yo quiero hacerte este bien.

FABIA: Tantos los cielos te den,

que un siglo alarguen tu vida.

Lee el papel.

INÉS: Allá dentro,

y te traeré respuesta.

Vase

LEONOR: (¡Que buena invención!) Aparte

FABIA: (Apresta, Aparte

fiero habitador del centro,

fuego accidental que abrase

el pecho de esta doncella.)

Salen don RODRIGO y don FERNANDO

RODRIGO: Hasta casarme con ella,

será forzoso que pase

por estos inconvenientes.

FERNANDO: Mucho ha de sufrir quien ama.

RODRIGO: Aquí tenéis vuestra dama.

FABIA: (¡Oh necios impertinentes! Aparte

¿Quién os ha traído aquí?)

RODRIGO: Pero, ¡en lugar de la mía

aquella sombra!

FABIA: Sería

gran limosna para mí;

que tengo necesidad.

LEONOR: Yo haré que os pague mi hermana.

FERNANDO: Si habéis tomado, señora,

o por ventura os agrada

algo de lo que hay aquí,

si bien serán cosas bajas

la que aquí puede traer

esta venerable anciana,

pues no serán ricas joyas

para ofreceros la paga,

mandadme que os sirva yo.

LEONOR: No habemos comprado nada;

que es esta buena mujer

quien suele lavar en casa

la ropa.

RODRIGO: ¿Qué hace don Pedro?

LEONOR: Fue al campo; pero ya tarda.

RODRIGO: Mi señora, doña Inés...

LEONOR: Aquí estaba... Pienso que anda

despachando esta mujer.

RODRIGO: (Si me vio por la ventana Aparte

¿quién duda que huyó por mí?

¿Tanto de ver se recata

quien más servirla desea?)

FERNANDO: Ya sale.

Salga doña INÉS con un papel en la

mano. [LEONOR le habla a ella]

LEONOR: Mira que aguarda

por la cuenta de la ropa,

Fabia.

INÉS: Aquí la traigo, hermana.

Tomad, y haced que ese mozo

la lleve.

FABIA: ¡Dichosa el agua

que ha de lavar, doña Inés,

las reliquias de la holanda

que tales cristales cubre!

[Finja que lee]

Seis camisas, diez toalla,

cuatro tablas de manteles,

dos cosidos de almohadas,

seis camisas del señor,

ocho sábanas. Mas basta;

que todo vendrá más limpio

que los ojos de la cara.

RODRIGO: Amiga, ¿queréis feriarme

ese papel, y la paga

fïad de mí, por tener

de aquellas manos ingratas

letra siquiera en las mías?

FABIA: ¡En verdad que negociara

muy bien si os diera el papel!

Adiós hijas de mi alma.

Vase

RODRIGO: Esta memoria aquí había

de quedar, que no llevarla.

LEONOR: Llévala y vuélvela, a efeto

de saber si algo le falta.

INÉS: Mi padre ha venido ya.

Vuesas mercedes se vayan

o le visiten; que siente

que nos hablen, aunque calla.

RODRIGO: Para sufrir el desdén

que me trata de esta suerte,

pido al Amor y a la Muerte

que algún remedio me den.

Al Amor, porque tan bien

puede templar tu rigor

con hacerme algún favor;

a la Muerte, porque acabe

mi vida; pero no sabe

la Muerte, ni quiere Amor.

Entre la vida y la muerte

no sé qué medio tener,

pues Amor no ha de querer

que con tu favor acierte;

y siendo fuerza quererte,

quiere el Amor que te pida

que seas tú mi homicida.

Mata, ingrata, a quien te adora;

serás mi muerte, señora,

pues no quieres ser mi vida.

Cuanto vive de amor nace,

y se sustenta; de amor,

cuanto muere. Es un rigor

que nuestras vidas deshace.

Si al amor no satisface

mi pena, ni la hay tan fuerte

con que la muerte me acierte,

debo de ser inmortal,

pues no me hacen bien ni mal

ni la vida ni la muerte.

Vanse los dos

INÉS: ¡Qué de necedades juntas!

LEONOR: ¿No fue la tuya menor?

INÉS: ¿Cuándo fue discreto amor

si del papel me preguntas?

LEONOR: ¿Amor te obliga a escribir

sin saber a quién?

INÉS: Sospecho

que es invención que se ha hecho

para probarme a rendir

de parte del forastero.

LEONOR: Yo también lo imaginé.

INÉS: Si fue ansí, discreto fue.

Leerle unos versos quiero.

"Yo vi la más hermosa labradora,

en la famosa feria de Medina,

que ha visto el sol adonde más se inclina

desde la risa de la blanca aurora.

Una chinela de color, que dora

de una columna hermosa y cristalina

la breve basa, fue la ardiente mina

que vuela el alma a la región que adora.

Que una chinela fue victoriosa,

siendo los ojos del amor enojos,

confesé por hazaña milagrosa.

Pero díjele dando los despojos:

`Si matas con los pies, Inés hermosa,

¿qué dejas para el fuego de tus ojos?'"

LEONOR: Este galán, doña Inés,

te quiere para danzar.

INÉS: Quiere en los pies comenzar,

y pedir manos después.

LEONOR: ¿Que respondiste?

INÉS: Que fuese

esta noche por la reja

del huerto.

LEONOR: ¿Quién te aconseja,

o qué desatino es ése?

INÉS: No es para hablarle.

LEONOR: Pues, ¿qué?

INÉS: Ven conmigo y lo sabrás.

LEONOR: Necia y atrevida estás.

INÉS: ¿Cuándo el amor no lo fue?

LEONOR: Huír de amor cuando empieza.

INÉS: Nadie del primero huye,

porque dicen que le influye

la misma naturaleza.

Vanse. Salen don ALONSO, TELLO y FABIA

FABIA: Cuatro mil palos me han dado.

TELLO: ¡Lindamente negociaste!

FABIA: Si tú llevaras los medios...

ALONSO: Ello ha sido disparate

que yo me atreviese al cielo.

TELLO: Y que Fabia fuese el ángel

que al infierno de los palos

cayese por levantarte.

FABIA: ¡Ay, pobre Fabia!

TELLO: ¿Quién fueron

los crüeles sacristanes

del facistol de tu espalda?

FABIA: Dos lacayos y tres pajes.

Allá he dejado las tocas

y el monjil hecho seis partes.

ALONSO: Eso, madre, no importara,

si a tu rostro venerable

no se hubieran atrevido.

¡Oh, qué necio fui en fïarme

de aquellos ojos traidores,

de aquellos falsos diamantes,

niñas que me hicieron señas

para engañarme y matarme!

Yo tengo justo castigo.

Toma este bolsillo, madre...

y ensilla, Tello; que a Olmedo

nos hemos de ir esta tarde.

TELLO: ¿Cómo, si anochece ya?

ALONSO: Pues, ¿qué? ¿Quieres que me mate?

FABIA: No te aflijas, moscatel,

ten ánimo; que aquí trae

Fabia tu remedio. Toma.

ALONSO: ¿Papel?

FABIA: ¡Papel!

ALONSO: No me engañes.

FABIA: Digo que es suyo, en respuesta

de tu amoroso romance.

ALONSO: Hinca, Tello, la rodilla.

TELLO: Sin leer no me lo mandes;

que aun temo que hay palos dentro,

pues en mondadientes caben.

Lee

ALONSO: "Cuidados de saber si sois quien presumo,

y deseando que lo seáis, os suplico que

vais esta noche a la reja del jardín de esta

casa, donde hallaréis atado el listón verde

de las chinelas, y ponéoslo mañana en el

sombrero para que os conozca."

FABIA: ¿Qué te dice?

ALONSO: Que no puedo

pagarte ni encarecerte

tanto bien.

TELLO: De esta suerte

no hay que ensillar para Olmedo.

¿Oyen, señores rocines?

Sosiéguense, que en Medina

nos quedamos.

ALONSO: La vecina

noche, en los últimos fines

con que va expirando el día,

pone los helado pies.

Para la reja de Inés

aun importa bizarría;

que podrá ser que el amor

la llevase a ver tomar

la cinta. Voyme a mudar.

Vase

TELLO: Y yo a dar a mi señor,

Fabia, con licencia tuya,

aderezo de sereno.

FABIA: Detente.

TELLO: Eso fuera bueno

a ser la condición suya

para vestirse sin mí.

FABIA: Pues bien le puedes dejar,

porque me has de acompañar.

TELLO: ¿A ti, Fabia?

FABIA: A mí.

TELLO: ¿Yo?

FABIA: Sí;

que importa a la brevedad

de este amor.

TELLO: ¿Qué es lo que quieres?

FABIA: Con los hombres, las mujeres

llevamos seguridad.

Una muela he menester

del salteador que ahorcaron

ayer.

TELLO: Pues, ¿no le enterraron?

FABIA: No.

TELLO: Pues, ¿qué quieres hacer?

FABIA: Ir por ella, y que conmigo

vayas solo a acompañarme.

TELLO: Yo sabré muy bien guardarme

de ir a esos pasos contigo.

¿Tienes seso?

FABIA: Pues, gallina,

adonde voy yo, ¿no irás?

TELLO: Tú, Fabia, enseñada estás

a hablar al diablo.

FABIA: Camina.

TELLO: Mándame a diez hombres juntos

temerario acuchillar,

y no me mandes tratar

en materia de difuntos.

FABIA: Si no vas, tengo de hacer

que él propio venga a buscarte.

TELLO: ¿Que tengo de acompañarte?

¿Eres demonio o mujer?

FABIA: Ven, llevarás la escalera;

que no entiendes de estos casos.

TELLO: Quien sube por tales pasos,

Fabia, el mismo fin espera.

Vanse. Salen don RODRIGO y don FERNANDO, en hábito de noche

FERNANDO: ¿De qué sirve inútilmente

venir a ver esa casa?

RODRIGO: Consuélase entre estas rejas,

don Fernando, mi esperanza.

Tal vez sus hierros guarnece

cristal de sus manos blancas;

donde las pone de día,

pongo yo de noche el alma;

que cuanto más doña Inés

con sus desdenes me mata,

tanto más me enciende el pecho,

así su nieve me abrasa.

¡Oh rejas, enternecidas

de mi llanto, quién pensara

que un ángel endureciera

quien vuestros hierros ablanda!

¡Oíd! ¿Qué es lo que está

aquí?

FERNANDO: En ellos mismos atada

está una cinta o listón.

RODRIGO: Sin duda las almas atan

a estos hierros, por castigo

de los que su amor declaran.

FERNANDO: Favor fue de mi Leonor.

Tal vez por aquí me habla.

RODRIGO: Que no lo será de Inés

dice mi desconfïanza;

pero en duda de que es suyo,

porque sus manos ingratas

pudieron ponerle acaso,

basta que la fe me valga.

Dadme el listón.

FERNANDO: No es razón,

si acaso Leonor pensaba

saber mi cuidado ansí,

y no me le ve mañana.

RODRIGO: Un remedio se me ofrece.

FERNANDO: ¿Cómo?

RODRIGO: Partirle.

FERNANDO: ¿A qué causa?

RODRIGO: A que las dos le vean,

y sabrán con esta traza

que habemos venido juntos.

Dividen el listón. Salen don ALONSO y

TELLO, de noche

FERNANDO: Gente por la calle pasa.

TELLO: Llega de presto a la reja;

mira que Fabia me aguarda

para un negocio que tiene

de grandísima importancia.

ALONSO: ¿Negocio Fabia esta noche

contigo?

TELLO: Es cosa muy alta.

ALONSO: ¿Cómo?

TELLO: Yo llevo escalera,

y ella...

ALONSO: ¿Qué lleva?

TELLO: Tenazas.

ALONSO: Pues, ¿qué habéis de hacer?

TELLO: Sacar

una dama de su casa.

ALONSO: Mira lo que haces, Tello;

no entres adonde no salgas.

TELLO: No es nada, por vida tuya.

ALONSO: Una doncella, ¿no es nada?

TELLO: Es la muela del ladrón

que ahorcaron ayer.

ALONSO: Repara

en que acompañan la reja

dos hombre.

TELLO: ¿Si están de guarda?

ALONSO: ¡Qué buen listón!

TELLO: Ella quiso

castigarte.

ALONSO: ¿No buscara,

si fui atrevido, otro estilo?

Pues advierta que se engaña.

Mal conoce a don Alonso,

que por excelencia llaman

"el caballero de Olmedo."

¡Vive Dios, que he de mostrarla

a castigar de otra suerte

a quien la sirve!

TELLO: No hagas

algún disparate.

ALONSO: Hidalgos,

en las rejas de esa casa

nadie se arrima.

RODRIGO: ¿Qué es esto?

FERNANDO: Ni en el talle ni en el habla

conozco este hombre.

RODRIGO: ¿Quién es

el que con tanta arrogancia

se atreve a hablar?

ALONSO: El que tiene

por lengua, hidalgos, la espada.

RODRIGO: Pues hallará quien castigue

su locura temeraria.

TELLO: Cierra, señor; que no son

muelas que a difuntos sacan.

Retírenlos

ALONSO: No los sigas. Bueno está.

TELLO: Aquí se quedó una capa.

ALONSO: Cógela y ven por aquí;

que hay luces en las ventanas.

Vanse. Salen doña LEONOR, y doña

INÉS

INÉS: Apenas la blanca aurora,

Leonor, el pie de marfil

puso en las flores de abril,

que pinta, esmalta y colora,

cuando a mirar el listón

salí, de amor desvelada,

y con la mano turbada

di sosiego al corazón.

En fin, él no estaba allí.

LEONOR: Cuidado tuvo el galán.

INÉS: No tendrá los que me dan

sus pensamientos a mí.

LEONOR: Tú, que fuiste el mismo hielo,

¡en tan breve tiempo estás

de esa suerte!

INÉS: No sé más

de que me castiga el cielo.

O es venganza o es victoria

de amor en mi condición.

Parece que el corazón

se me abrasa en su memoria.

Un punto solo no puedo

apartarla dél. ¿Qué haré?

Sale don RODRIGO, con el listón verde en el

sombrero

RODRIGO: (Nunca, amor, imaginé Aparte

que te sujetara el miedo.

Animo para vivir;

que aquí está Inés.) Al señor

don Pedro busco.

INÉS: Es error

tan de mañana acudir;

que no estará levantado.

RODRIGO: Es un negocio importante.

[Doña INÉS y doña LEONOR

hablan aparte]

INÉS: (No he visto tan necio amante.

LEONOR: Siempre es discreto lo amado,

y necio lo aborrecido.)

RODRIGO: (¿Que de ninguna manera Aparte

puedo agradar una fiera

ni dar memoria a su olvido?)

INÉS: (¡Ay, Leonor! No sin razón

viene don Rodrigo aquí,

si yo misma le escribí

que fuese por el listón.

LEONOR: Fabia este engaño te ha hecho.

INÉS: Presto romperé el papel;

que quiero vengarme en él

de haber dormido en mi pecho.)

Salen don PEDRO, su padre, y don FERNANDO con el

listón verde en el sombrero

FERNANDO: Hame puesto por tercero

para tratarlo con vos.

PEDRO: Pues hablaremos los dos

en el concierto primero.

FERNANDO: Aquí está; que siempre amor

es reloj anticipado.

PEDRO: Habrále Inés concertado

con la llave del favor.

FERNANDO: De lo contrario, se agravia.

PEDRO: Señor, don Rodrigo...

RODRIGO: Aquí

vengo a que os sirváis de mí.

Hablan bajo don PEDRO y los dos galanes.

[Doña INÉS y doña LEONOR hablan

aparte]

INÉS: (Todo fue enredo de Fabia.

LEONOR: ¿Cómo?

INÉS: ¿No ves que también

trae el listón don Fernando?

LEONOR: Si en los dos le estoy mirando,

entrambos te quieren bien.

INÉS: Sólo falta que me pidas

celos, cuando estoy sin mí.

LEONOR: ¿Qué quieren tratar aquí?

INÉS: ¿Ya la palabras olvidas

que dijo mi padre ayer

en materia de casarme?

LEONOR: Luego bien puede olvidarme

Fernando, si él viene a ser.

INÉS: Antes presumo que son

entrambos los que han querido

casarse, pues han partido

entre los dos el listón.)

PEDRO: Ésta es materia que quiere

secreto y espacio. Entremos

donde mejor la tratemos.

RODRIGO: Como yo ser vuestro espere,

no tengo más que tratar.

PEDRO: Aunque os quiero enamorado

de Inés, para el nuevo estado,

quien soy os ha de obligar.

Vanse los tres [hombres]

INÉS: ¡Qué vana fue mi esperanza!

¡Qué loco mi pensamiento!

¡Yo papel a don Rodrigo!

¿Y tú de Fernando celos!

¡Oh forastero enemigo!

¡Oh Fabia embustera!

Sale FABIA

FABIA: Quedo;

que lo está escuchando Fabia.

INÉS: Pues, ¿cómo, enemiga, has hecho

un enredo semejante?

FABIA: Antes fue tuyo el enredo,

si en aquel papel escribes

que fuese aquel caballero

por un listón de esperanza

a las rejas de tu huerto,

y el ella pones dos hombres

que le maten, aunque pienso

que a no se haber retirado

pagaran su loco intento.

INÉS: ¡Ay, Fabia! Ya que contigo

llego a declarar mi pecho,

ya que a mi padre, a mi estado

y a mi honor pierdo el respeto,

dime, ¿es verdad lo que dices?

Que siendo ansí, los que fueron

a la reja le tomaron,

y por favor se le han puesto.

De suerte estoy, madre mía,

que no puedo hallar sosiego

si no es pensando en quien sabes.

FABIA: (¡Oh, qué bravo efecto hicieron Aparte

los hechizos y conjuros!

La victoria me prometo.)

No te desconsueles, hija;

vuelve en ti, que tendrás presto

estado con el mejor

y más noble caballero

que agora tiene Castilla;

porque será por lo menos

el que por único llaman

"el caballero de Olmedo."

Don Alonso en un feria

te vio, labradora Venus,

haciendo las cejas arco

y flechas los ojos bellos.

Disculpa tuvo en seguirte,

porque dicen los discretos

que consiste la hermosura

en ojos y entendimiento.

En fin, en las verdes cintas

de tus pies llevastes presos

los suyos; que ya el amor

no prende por los cabellos.

Él te sirve, tú le estimas;

él te adora, tú le has muerto;

él te escribe, tú respondes;

¿quién culpa amor tan honesto?

Para él tienen sus padres,

porque es único heredero,

diez mil ducados de renta;

y aunque es tan mozo, son viejos.

Déjate amar y servir

del más noble, del más cuerdo

caballero de Castilla,

lindo talle, lindo ingenio.

El rey en Valladolid

grandes mercedes le ha hecho,

porque él solo honró las fiestas

de su real casamiento,

Cuchilladas y lanzadas

dio en los toros como un Héctor;

treinta precios dio a las damas

en sortijas y torneos.

Armado parece Aquiles

mirando de Troya el cerco;

con galas parece Adonis...

¡Mejor fin le den los cielos!

Vivirás bien empleada

en un marido discreto.

¡Desdichada de la dama

que tiene marido necio!

INÉS: ¡Ay, madre! Vuélvesme loca.

Pero, ¡triste!, ¿cómo puedo

ser suya, si a don Rodrigo

me da mi padre don Pedro?

Él y don Fernando están

tratando mi casamiento.

FABIA: Los dos haréis nulidad

la sentencia de ese pleito.

INÉS: Está don Rodrigo allí.

FABIA: Esto no te cause miedo,

pues es parte y no jüez.

INÉS: Leonor, ¡no me das consejo?

LEONOR: ¿Y estás tú para tomarle?

INÉS: No sé; pero no tratemos

en público de estas cosas.

FABIA: Déjame a mí tu suceso.

Don Alonso ha de ser tuyo;

que serás dichosa espero

con hombre que es en Castilla

"la gala de Medina,

la flor de Olmedo."

FIN DEL PRIMER ACTO

ACTO SEGUNDO

Índice

SALEN TELLO y don ALONSO

ALONSO: Tengo el morir por mejor,

Tello, que vivir sin ver

TELLO: Temo que se ha de saber

este tu secreto amor;

que con tanto ir y venir

de Olmedo a Medina, creo

que a los dos da tu deseo

que sentir, y aun que decir.

ALONSO: ¿Cómo puedo yo dejar

de ver a Inés, si la adoro?

TELLO: Guardándole más decoro

en el venir y el hablar;

que en ser a tercero día,

pienso que te dan, señor,

tercianas de amor.

ALONSO: Mi amor

ni está ocioso, ni ese enfría.

Siempre abrasa, y no permite

que esfuerce naturaleza

un instante su flaqueza,

porque jamás se remite.

Mas bien se ve que es león

amor; su fuerza, tirana;

pues que con esta cuartana

se amansa mi corazón.

Es esta ausencia una calma

de amor, porque si estuviera

adonde siempre a Inés viera,

fuera salamandra el alma.

TELLO: ¿No te cansa y te amohina

tanto entrar, tanto partir?

ALONSO: Pues yo, ¿qué hago en venir,

Tello, de Olmedo a Medina?

Leandro pasaba un mar

todas las noches, por ver

si le podía beber

para poderse templar;

pues si entre Olmedo y Medina

no hay, Tello, un mar, ¿qué me debe

Inés?

TELLO: A otro mar se atreve

quien al peligro camina

en que Leandro se vio,

pues a don Rodrigo veo

tan cierto de tu deseo

como puedo estarlo yo;

que como yo no sabía

cuya aquella capa fue

un día que la saqué...

ALONSO: ¡Gran necedad!

TELLO: ...como mía,

me preguntó, "Diga, hidalgo,

¿quién esta capa le dio?.

porque la conozco yo."

Respondí, "Si os sirve en algo,

daréla a un crïado vuestro."

Con esto, descolorido,

dijo, "Habíale perdido

de noche un lacayo nuestro;

pero mejor empleada

está en vos. Guardadla bien."

Y fuése a medio desdén,

puesta la mano en la espada.

Sabe que te sirvo, y sabe

que la perdió con los dos.

Advierte, señor, por Dios,

que toda esta gente es grave,

y que están en su lugar,

donde todo gallo canta.

Sin esto, también me espanta

ver este amor comenzar

por tantas hechicerías,

y que cercos y conjuros

no son remedios seguros

si honestamente porfías.

Fui con ella, que no fuera,

a sacar de un ahorcado

una muela; puse a un lado,

como Arlequín, la escalera.

Subió Fabia, quedé al pie,

y díjome el salteador;

"Sube, Tello, sin temor,

o si no, yo bajaré."

¡San Pablo! Allí me caí.

Tan sin alma vine al suelo,

que fue milagro del cielo

el poder volver en mí.

Bajó, desperté turbado

y de mirarme afligido,

porque, sin haber llovido

estaba todo mojado.

ALONSO: Tello, un verdadero amor

en ningún peligro advierte.

Quiso mi contraria suerte

que hubiese competidor,

y que trate, enamorado,

casarse con doña Inés;

pues, ¿qué he de hacer, si me ves

celoso y desesperado?

No creo en hechicerías,

que todas son vanidades;

quien concierta voluntades

son méritos y porfías.

Inés me quiere, yo adoro

a Inés, yo vivo en Inés;

todo lo que Inés no es

desprecio, aborrezco, ignoro.

Inés es mi bien; yo soy

esclavo de Inés; no puedo

vivir sin Inés; de Olmedo

a Medina vengo y voy.

porque Inés mi dueña es

para vivir o morir.

TELLO: Sólo te falta decir,

"Un poco te quiero Inés."

¡Plega a Dios que por bien sea!

ALONSO: Llama, que es hora.

TELLO: Ya voy.

Llama en casa de don PEDRO. ANA y doña

INÉS, dentro de la casa

ALONSO: ¿Quién es?

TELLO: ¡Tan presto! Yo soy.

¿Está en casa Melibea?

Que viene Calisto aquí.

ANA: Aguarda un poco Sempronio.

TELLO: ¿Si haré falso testimonio?

INÉS: ¿Él mismo?

ANA: Señora, sí.

Abrase la puerta y entran don ALONSO y TELLO en

casa de don PEDRO

INÉS: ¡Señor mío!

ALONSO: Bella Inés,

esto es venir a vivir.

TELLO: Agora no hay que decir,

"Yo te lo diré después."

INÉS: ¡Tello, amigo!

TELLO: ¡Reina mía!

INÉS: Nunca, Alonso de mis ojos,

por haberme dado enojos

esta ignorante porfía

de don Rodrigo esta tarde

he estimado que me vieses.

[... ... ... ...

... ... ... .....]

ALONSO: Aunque fuerza de obediencia

te hiciese tomar estado

no he de estar desengañado

hasta escuchar la sentencia.

Bien el alma me decía,

y a Tello se lo contaba

cuando el caballo sacaba,

y el sol los que aguarda el día,

que de alguna novedad

procedía mi tristeza,

viniendo a ver tu belleza,

pues me dices que es verdad.

¡Ay de mí si ha sido ansí!

INÉS: No lo creas, porque yo

diré a todo el mundo no,

después que te dije sí.

Tú solo dueño has de ser

de mi libertad y vida;

no hay fuerza que el ser impida,

don Alonso, tu mujer.

Bajaba al jardín ayer,

y como por don Fernando

me voy de Leonor guardando,

a las fuentes, a las flores

estuve diciendo amores,

y estuve también llorando.

"Flores y aguas, les decía,

dichosa vida gozáis,

pues aunque noche pasáis,

veis vuestro sol cada día."

Pensé que me respondía

la lengua de una azucena

—¡qué engaños amor ordena!—

"Si el sol que adorando estás

viene de noche, que es más,

Inés, ¿de qué tienes pena?"

TELLO: Así dijo a un ciego un griego

que le contó mil disgustos,

"Pues tiene la noche gustos,

para qué te quejas, ciego?"

INÉS: Como mariposa llego

a estas horas, deseosa

de tu luz... no mariposa,

fénix ya, pues de una suerte

me da vida y me da muerte

llama tan dulce y hermosa.

ALONSO: ¡Bien haya el coral, amén,

de cuyas hojas de rosas,

palabras tan amorosas

salen a buscar mi bien!

Y advierte que yo también,

cuando con Tello no puedo,

mis celos, mi amor, mi miedo

digo en tu ausencia a la flores.

TELLO: Yo le vi decir amores

a los rábanos de Olmedo;

que un amante suele hablar

con las piedras, con el viento.

ALONSO: No puede mi pensamiento

ni estar solo ni callar;

contigo, Inés, ha de estar,

contigo hablar y sentir.

¡Oh, quién supiera decir

lo que te digo en ausencia!

Pero estando en tu presencia

aun se me olvida el vivir.

Por el camino le cuento

tus gracias a Tello, Inés,

y celebramos después

tu divino entendimiento.

Tal gloria en tu nombre siento,

que una mujer recibí

de tu nombre, porque ansí,

llamándola todo el día,

pienso, Inés, señora mía,

que te estoy llamando a ti.

TELLO: Pues advierte, Inés discreta,

de los dos tan nuevo efeto,

que a él le has hecho discreto,

y a mí me has hecho poeta.

Oye una glosa a un estribo

que compuso don Alonso

a manera de responso,

si los hay en muerto vivo.

"En el valle a Inés

le dejé riendo.

Si la ves, Andrés,

dile cuál me ves

por ella muriendo."

INÉS: ¿Don Alonso la compuso?

TELLO: Que es buena, jurarte puedo,

para poeta de Olmedo.

Escucha.

ALONSO: Amor lo dispuso.

TELLO: Andrés, después que las bellas

plantas de Inés goza el valle,

tanto florece con ellas

que quiso el cielo trocalle

por sus flores sus estrellas.

Ya el valle es cielo, después

que su primavera es,

pues verá el cielo en el suelo

quien vio, pues, Inés es cielo,

"en el valle a Inés."

Con miedo y respeto estampo

el pie donde el suyo huella.

Que ya Medina del Campo

no quiere aurora más bella

para florecer su campo.

Yo la vi de amor huyendo,

cuanto miraba matando,

su mismo desdén venciendo

y aunque me partí llorando,

"la dejé riendo."

Dile, Andrés, que ya me veo

muerto por volverla a ver,

aunque cuando llegues, creo

que no será menester;

que me habrá muerto el deseo.

No tendrás que hacer después

que a sus manos vengativas

llegues, si una vez la ves,

ni aun es posible que vivas

"si la ves, Andrés."

Pero si matarte olvida

por no hacer caso de ti,

dile a mi hermosa homicida

que por qué se mata en mí,

pues que sabe que es mi vida.

Dile, "Crüel, no le des

muerte si vengada estás,

y te ha de pesar después."

Y pues no me has de ver más,

"dile cuál me ves."

Verdad es que se dilata

el morir, pues con mirar

vuelve a dar vida la ingrata,

y así se cansa en matar,

pues da vida a cuantos mata;

pero muriendo o viviendo,

no me pienso arrepentir

de estarla amando y sirviendo;

que no hay bien como vivir

"por ella muriendo."

INÉS: Si es tuya, notablemente

te has alargado en mentir

por don Alonso.

ALONSO: Es decir,

que mi amor en versos miente.

Pues, señora, ¿qué poesía

llegará a significar

mi amor?

INÉS: ¡Mi padre!

ALONSO: ¿Ha de entrar?

INÉS: Escondéos.

ALONSO: ¿Dónde?

Ellos se entran, y sale don PEDRO

PEDRO: Inés mía,

¡agora por recoger!

¿Cómo no te has acostado?

INÉS: Rezando, señor, he estado,

por lo que dijiste ayer,

rogando a Dios que me incline

a lo que fuere mejor.

PEDRO: Cuando para ti mi amor

imposible imagine,

no pudiera hallar un hombre

como don Rodrigo, Inés.

INÉS: Ansí dicen todos que es

de su buena fama el nombre;

y habiéndome de casar,

ninguno en Medina hubiera,

ni en Castilla, que pudiera

sus méritos igualar.

PEDRO: ¿Cómo habiendo de casarte?

INÉS: Señor, hasta ser forzoso

decir que ya tengo esposo,

no he querido disgustarte.

PEDRO: ¡Esposo! ¿Qué novedad

es ésta, Inés?

INÉS: Para ti

será novedad; que en mí

siempre fue mi voluntad.

Y ya, que estoy declarada,

hazme mañana cortar

un hábito, para dar

fin a esta gala excusada;

que así quiero andar, señor,

mientras me enseñan latín.

Leonor te queda, que al fin

te dará nieto Leonor.

Y por mi madre te ruego

que en esto no me repliques,

sino que medios apliques

e mi elección y sosiego.

Haz buscar una mujer

de buena y santa opinión,

que me dé alguna lición

de lo que tengo de ser,

y un maestro de cantar,

que de latín sea también.

PEDRO: ¿Eres tú quien habla, o quién?

INÉS: Esto es hacer, no es hablar.

PEDRO: Por una parte, mi pecho

se enternece de escucharte,

Inés, y por otra parte,

de duro mármol le has hecho.

En tu verdad edad mi vida

esperaba sucesión;

pero si esto es vocación,

no quiera Dios que lo impida.

Haz tu gusto, aunque tu celo

en esto no intenta el mío;

que ya sé que el albedrío

no presta obediencia al cielo.

Pero porque suele ser

nuestro pensamiento humano

tan vez inconstante y vano,

y en condición de mujer,

que es fácil de persuadir,

tan poca firmeza alcanza,

que hay de mujer a mudanza

lo que de hacer a decir,

mudar las galas no es justo,

pues no pueden estorbar

a leer latín o cantar,

ni a cuanto fuere tu gusto.

Viste alegre y cortesana;

que no quiero que Medina,

si hoy te admirare divina,

mañana te burle humana.

Yo haré buscar la mujer

y quien te enseñe latín,

pues a mejor padre, en fin,

es más justo obedecer.

Y con esto, adiós te queda;

que para no darte enojos,

van a esconderse mis ojos

adonde llorarte pueda.

Vase, y salgan don ALONSO y TELLO

REY: No me traigáis al partir

negocios que despachar.

CONDESTABLE: Contienen sólo firmar;

no has de ocuparte en oír.

REY: Decid con mucha presteza.

CONDESTABLE: ¿Han de entrar?

REY: Agora no.

CONDESTABLE: Su santidad concedió

lo que pidió vuestra alteza

por Alcántara, señor.

REY: Que mudase le pedí

el hábito porque ansí

pienso que estará mejor.

CONDESTABLE: Era aquel traje muy feo.

REY: Cruz verde pueden traer.

Mucho debo agradecer

al pontífice el deseo

que de nuestro aumento muestra,

con que irán siempre adelante

estas cosas del infante

en cuanto es de parte nuestra.

CONDESTABLE: Éstas son dos provisiones,

y entrambas notables son.

REY: ¿Qué contienen?

CONDESTABLE: La razón

de diferencia que pones

entre los moros y hebreos

que en Castilla han de vivir.

REY: Quiero con esto cumplir,

Condestable, los deseos

de fray Vicente Ferrer,

que lo ha deseado tanto.

CONDESTABLE: Es un hombre docto y santo.

REY: Resolví con él ayer

que en cualquiera reino mío

donde mezclados están,

a manera de gabán

traiga un tabardo el judío

con una señal en él,

y un verde capuz el moro.

Tenga el cristiano el decoro

que es justo; apártese dél;

que con esto tendrán miedo

los que su nobleza infaman.

CONDESTABLE: A don Alonso, que llaman

"el caballero de Olmedo."

hace vuestra alteza aquí

merced de un hábito.

REY: Es hombre

de notable fama y nombre.

En esta villa le vi

cuando se casó mi hermana.

CONDESTABLE: Pues pienso que determina,

por servirte, ir a Medina

a las fiestas de mañana.

REY: Decidle que fama emprenda

en el arte militar,

porque yo le pienso honrar

con la primera encomienda.

Vanse. Sale don ALONSO

ALONSO: ¡Ay, riguroso estado,

ausencia mi enemiga,

que dividiendo el alma,

puedes dejar la vida!

¡Cuán bien por tus efetos

te llaman muerte viva,

pues das vida al deseo,

y matas a la vista!

¡Oh, cuán piadosa fueras,

si al partir de Medina

la vida me quitaras

como el alma me quitas!

En ti, Medina, vive

aquella Inés divina,

que es honra de la corte

y gloria de la villa.

Sus alabanzas cantan

las aguas fugitivas,

las aves que la escuchan,

las flores que la imitan.

Es tan bella, que tiene

envidia de sí misma,

pudiendo estar segura

que el mismo sol la envidia,

pues no la ve más vella

por su dorada cinta,

ni cuando viene a España,

ni cuando va a las Indias.

Yo merecí quererla.

¡Dichosa mi osadía!

Que es merecer sus penas

calificar mis dichas.

Cuando pudiera verla,

adorarla y servirla,

la fuerza del secreto

de tanto bien me priva.

Cuando mi amor no fuera

de fe tan pura y limpia,

las perlas de sus ojos

mi muerte solicitan.

Llorando por mi ausencia

Inés quedó aquel día,

que sus lágrimas fueron

de sus palabras firma.

Bien sabe aquella noche

que pudiera ser mía.

Cobarde amor, ¿qué aguardas,

cuando respetos miras?

¡Ay, Dios, qué gran desdicha,

partir el alma y dividir la vida!

Sale TELLO

TELLO: ¿Merezco ser bien llegado?

ALONSO: No sé si diga que sí;

que me has tenido sin mí

con lo mucho que has tardado.

TELLO: Si por tu remedio ha sido,

¿en qué me puedes culpar?

ALONSO: ¿Quién me puede remediar,

si no es a quien yo le pido?

¿No me escribe Inés?

TELLO: Aquí

te traigo cartas de Inés.

ALONSO: Pues hablarásme después

en lo que has hecho por mí.

Lea

"Señor mío, después que os partistes no

he vivido; que sois tan cruel, que aun

no me dejáis vida cuando os vais."

TELLO: ¿No lees más?

ALONSO: No.

TELLO: ¿Por qué?

ALONSO: Porque manjar tan süave

de una vez no se me acabe.

Hablemos de Inés.

TELLO: Llegué

con media sotana y guantes;

que parecía de aquellos

que hacen en solos los cuellos

ostentación de estudiantes.

Encajé salutación,

verbosa filatería,

dando a la bachillería

dos piensos de discreción;

y volviendo el rostro, vi

a Fabia...

ALONSO: Espera, que leo

otro poco; que el deseo

me tiene fuera de mí.

Lea

"Todo lo que dejastes ordenado se hizo;

sólo no se hizo que viviese yo sin vos,

porque no lo dejastes ordenado."

TELLO: ¿Es aquí contemplación?

ALONSO: Dime cómo hizo Fabia

lo que dice Inés.

TELLO: Tan sabia

y con tanta discreción,

melindre e hipocresía,

que me dieron que temer

algunos que suelo ver

cabizbajo todo el día.

De hoy más quedaré advertido

de lo que se ha de creer

de una hipócrita mujer

y un ermitaño fingido.

Pues si me vieras a mí

con el semblante mirlado,

dijeras que era traslado

de un reverendo alfaquí.

Creyóme el viejo, aunque en él

se ve de un Catón retrato.

ALONSO: Espera; que ha mucho rato

que no he mirado el papel.

Lea

"Daos prisa a venir, para que sepáis cómo

quedo cuando os partís, y cómo estoy

cuando volvéis."

TELLO: ¿Hay otra estación aquí?

ALONSO: En fin, ¡tú hallaste lugar

para entrar y para hablar?

TELLO: Estudiaba Inés en ti;

que eras el latín, señor,

y la lición que aprendía.

ALONSO: Leonor, ¿qué hacía?

TELLO: Tenía

envidia de tanto amor,

porque se daba a entender

que de ser amado eres

digno; que muchas mujeres

quieren porque ven querer.

Que en siendo un hombre querido

de alguna con grande afeto,

piensan que hay algún secreto

en aquel hombre escondido.

Y engáñanse, porque son

correspondencias de estrellas.

ALONSO: Perdonadme, manos bellas,

que leo el postrer renglón.

Lea

"Dicen que viene el rey a Medina, y dicen

verdad, pues habéis de venir vos, que

sois rey mío."

Acabóse el papel.

TELLO: Todo en el mundo se acaba.

ALONSO: Poco dura el bien.

TELLO: En fin,

le has leído por jornadas.

ALONSO: Espera, que aquí a la margen

vienen dos o tres palabras.

Lea

"Poneos esa banda al cuello,

¡Ay, si yo fuera la banda!"

TELLO: ¡Bien dicho, por Dios, y entrar

con doña Inés en la plaza!

ALONSO: ¿Dónde está la banda, Tello?

TELLO: A mí no me han dado nada.

ALONSO: ¿Cómo no?

TELLO: Pues, ¿qué me has dado?

ALONSO: Ya te entiendo; luego saca

a tu elección un vestido.

TELLO: Ésta es la banda.

ALONSO: Extremada.

TELLO: Tales manos la bordaron.

ALONSO: Demos orden que me parta.

Pero, ¿ay, Tello!

TELLO: ¿Qué tenemos?

ALONSO: De decirte me olvidaba

unos sueños que he tenido.

TELLO: ¿Agora en sueños reparas?

ALONSO: No los creo, claro está;

pero dan pena.

TELLO: Eso basta.

ALONSO: No falta quien llama a algunos

revelaciones del alma.

TELLO: ¿Qué te puede suceder

en una cosa tan llana

como quererte casar?

ALONSO: Hoy, tello, al salir el alba,

con la inquietud de la noche,

me levanté de la cama,

abrí la ventana aprisa,

y mirando flores y aguas

que adornan nuestro jardín,

sobre una verde retama

veo ponerse un jilguero,

cuyas esmaltadas alas

con lo amarillo añadían

flores a las verdes ramas.

Y estando al aire trinando

de la pequeña garganta

con naturales pasajes

las quejas enamoradas,

sale un azor de un almendro,

adonde escondido estaba,

y como eran en los dos

tan desiguales las armas,

tiñó de sangre las flores,

plumas al aire derrama.

Al triste chillido, Tello,

débiles ecos del aura

respondieron, y, no lejos,

lamentando su desgracia,

su esposa, que en un jazmín

la tragedia viendo estaba.

Yo, midiendo con los sueños

estos avisos del alma,

apenas puedo alentarme;

que con saber que son falsas

todas estas cosas, tengo

tan perdida la esperanza,

que no me aliento a vivir.

TELLO: Mal a doña Inés le pagas

aquella heroica firmeza

con que atrevida contrasta

los golpes de la fortuna.

Ven a Medina, y no hagas

caso de sueños ni agüeros,

cosas a la fe contrarias.

Lleva el ánimo que sueles,

caballos, lanzas y galas,

mata de envidia los hombres,

mata de amores las damas.

Doña Inés ha de ser tuya

a pesar de cuantos tratan

dividiros a los dos.

ALONSO: Bien dices. Inés me aguarda;

vamos a Medina alegres.

Las penas anticipadas

dicen que matan dos veces,

y a mí sola Inés me mata,

no como pena, que es gloria.

TELLO: Tú me verás en la plaza

hincar de rodillas toros

delante de sus ventanas.

REY: No me traigáis al partir

negocios que despachar.

CONDESTABLE: Contienen sólo firmar;

no has de ocuparte en oír.

REY: Decid con mucha presteza.

CONDESTABLE: ¿Han de entrar?

REY: Agora no.

CONDESTABLE: Su santidad concedió

lo que pidió vuestra alteza

por Alcántara, señor.

REY: Que mudase le pedí

el hábito porque ansí

pienso que estará mejor.

CONDESTABLE: Era aquel traje muy feo.

REY: Cruz verde pueden traer.

Mucho debo agradecer

al pontífice el deseo

que de nuestro aumento muestra,

con que irán siempre adelante

estas cosas del infante

en cuanto es de parte nuestra.

CONDESTABLE: Éstas son dos provisiones,

y entrambas notables son.

REY: ¿Qué contienen?

CONDESTABLE: La razón

de diferencia que pones

entre los moros y hebreos

que en Castilla han de vivir.

REY: Quiero con esto cumplir,

Condestable, los deseos

de fray Vicente Ferrer,

que lo ha deseado tanto.

CONDESTABLE: Es un hombre docto y santo.

REY: Resolví con él ayer

que en cualquiera reino mío

donde mezclados están,

a manera de gabán

traiga un tabardo el judío

con una señal en él,

y un verde capuz el moro.

Tenga el cristiano el decoro

que es justo; apártese dél;

que con esto tendrán miedo

los que su nobleza infaman.

CONDESTABLE: A don Alonso, que llaman

"el caballero de Olmedo."

hace vuestra alteza aquí

merced de un hábito.

REY: Es hombre

de notable fama y nombre.

En esta villa le vi

cuando se casó mi hermana.

CONDESTABLE: Pues pienso que determina,

por servirte, ir a Medina

a las fiestas de mañana.

REY: Decidle que fama emprenda

en el arte militar,

porque yo le pienso honrar

con la primera encomienda.

Vanse. Sale don ALONSO

ALONSO: ¡Ay, riguroso estado,

ausencia mi enemiga,

que dividiendo el alma,

puedes dejar la vida!

¡Cuán bien por tus efetos

te llaman muerte viva,

pues das vida al deseo,

y matas a la vista!

¡Oh, cuán piadosa fueras,

si al partir de Medina

la vida me quitaras

como el alma me quitas!

En ti, Medina, vive

aquella Inés divina,

que es honra de la corte

y gloria de la villa.

Sus alabanzas cantan

las aguas fugitivas,

las aves que la escuchan,

las flores que la imitan.

Es tan bella, que tiene

envidia de sí misma,

pudiendo estar segura

que el mismo sol la envidia,

pues no la ve más vella

por su dorada cinta,

ni cuando viene a España,

ni cuando va a las Indias.

Yo merecí quererla.

¡Dichosa mi osadía!

Que es merecer sus penas

calificar mis dichas.

Cuando pudiera verla,

adorarla y servirla,

la fuerza del secreto

de tanto bien me priva.

Cuando mi amor no fuera

de fe tan pura y limpia,

las perlas de sus ojos

mi muerte solicitan.

Llorando por mi ausencia

Inés quedó aquel día,

que sus lágrimas fueron

de sus palabras firma.

Bien sabe aquella noche

que pudiera ser mía.

Cobarde amor, ¿qué aguardas,

cuando respetos miras?

¡Ay, Dios, qué gran desdicha,

partir el alma y dividir la vida!

Sale TELLO

TELLO: ¿Merezco ser bien llegado?

ALONSO: No sé si diga que sí;

que me has tenido sin mí

con lo mucho que has tardado.

TELLO: Si por tu remedio ha sido,

¿en qué me puedes culpar?

ALONSO: ¿Quién me puede remediar,

si no es a quien yo le pido?

¿No me escribe Inés?

TELLO: Aquí

te traigo cartas de Inés.

ALONSO: Pues hablarásme después

en lo que has hecho por mí.

Lea

"Señor mío, después que os partistes no

he vivido; que sois tan cruel, que aun

no me dejáis vida cuando os vais."

TELLO: ¿No lees más?

ALONSO: No.

TELLO: ¿Por qué?

ALONSO: Porque manjar tan süave

de una vez no se me acabe.

Hablemos de Inés.

TELLO: Llegué

con media sotana y guantes;

que parecía de aquellos

que hacen en solos los cuellos

ostentación de estudiantes.

Encajé salutación,

verbosa filatería,

dando a la bachillería

dos piensos de discreción;

y volviendo el rostro, vi

a Fabia...

ALONSO: Espera, que leo

otro poco; que el deseo

me tiene fuera de mí.

Lea

"Todo lo que dejastes ordenado se hizo;

sólo no se hizo que viviese yo sin vos,

porque no lo dejastes ordenado."

TELLO: ¿Es aquí contemplación?

ALONSO: Dime cómo hizo Fabia

lo que dice Inés.

TELLO: Tan sabia

y con tanta discreción,

melindre e hipocresía,

que me dieron que temer

algunos que suelo ver

cabizbajo todo el día.

De hoy más quedaré advertido

de lo que se ha de creer

de una hipócrita mujer

y un ermitaño fingido.

Pues si me vieras a mí

con el semblante mirlado,

dijeras que era traslado

de un reverendo alfaquí.

Creyóme el viejo, aunque en él

se ve de un Catón retrato.

ALONSO: Espera; que ha mucho rato

que no he mirado el papel.

Lea

"Daos prisa a venir, para que sepáis cómo

quedo cuando os partís, y cómo estoy

cuando volvéis."

TELLO: ¿Hay otra estación aquí?

ALONSO: En fin, ¡tú hallaste lugar

para entrar y para hablar?

TELLO: Estudiaba Inés en ti;

que eras el latín, señor,

y la lición que aprendía.

ALONSO: Leonor, ¿qué hacía?

TELLO: Tenía

envidia de tanto amor,

porque se daba a entender

que de ser amado eres

digno; que muchas mujeres

quieren porque ven querer.

Que en siendo un hombre querido

de alguna con grande afeto,

piensan que hay algún secreto

en aquel hombre escondido.

Y engáñanse, porque son

correspondencias de estrellas.

ALONSO: Perdonadme, manos bellas,

que leo el postrer renglón.

Lea

"Dicen que viene el rey a Medina, y dicen

verdad, pues habéis de venir vos, que

sois rey mío."

Acabóse el papel.

TELLO: Todo en el mundo se acaba.

ALONSO: Poco dura el bien.

TELLO: En fin,

le has leído por jornadas.

ALONSO: Espera, que aquí a la margen

vienen dos o tres palabras.

Lea

"Poneos esa banda al cuello,

¡Ay, si yo fuera la banda!"

TELLO: ¡Bien dicho, por Dios, y entrar

con doña Inés en la plaza!

ALONSO: ¿Dónde está la banda, Tello?

TELLO: A mí no me han dado nada.

ALONSO: ¿Cómo no?

TELLO: Pues, ¿qué me has dado?

ALONSO: Ya te entiendo; luego saca

a tu elección un vestido.

TELLO: Ésta es la banda.

ALONSO: Extremada.

TELLO: Tales manos la bordaron.

ALONSO: Demos orden que me parta.

Pero, ¿ay, Tello!

TELLO: ¿Qué tenemos?

ALONSO: De decirte me olvidaba

unos sueños que he tenido.

TELLO: ¿Agora en sueños reparas?

ALONSO: No los creo, claro está;

pero dan pena.

TELLO: Eso basta.

ALONSO: No falta quien llama a algunos

revelaciones del alma.

TELLO: ¿Qué te puede suceder

en una cosa tan llana

como quererte casar?

ALONSO: Hoy, tello, al salir el alba,

con la inquietud de la noche,

me levanté de la cama,

abrí la ventana aprisa,

y mirando flores y aguas

que adornan nuestro jardín,

sobre una verde retama

veo ponerse un jilguero,

cuyas esmaltadas alas

con lo amarillo añadían

flores a las verdes ramas.

Y estando al aire trinando

de la pequeña garganta

con naturales pasajes

las quejas enamoradas,

sale un azor de un almendro,

adonde escondido estaba,

y como eran en los dos

tan desiguales las armas,

tiñó de sangre las flores,

plumas al aire derrama.

Al triste chillido, Tello,

débiles ecos del aura

respondieron, y, no lejos,

lamentando su desgracia,

su esposa, que en un jazmín

la tragedia viendo estaba.

Yo, midiendo con los sueños

estos avisos del alma,

apenas puedo alentarme;

que con saber que son falsas

todas estas cosas, tengo

tan perdida la esperanza,

que no me aliento a vivir.

TELLO: Mal a doña Inés le pagas

aquella heroica firmeza

con que atrevida contrasta

los golpes de la fortuna.

Ven a Medina, y no hagas

caso de sueños ni agüeros,

cosas a la fe contrarias.

Lleva el ánimo que sueles,

caballos, lanzas y galas,

mata de envidia los hombres,

mata de amores las damas.

Doña Inés ha de ser tuya

a pesar de cuantos tratan

dividiros a los dos.

ALONSO: Bien dices. Inés me aguarda;

vamos a Medina alegres.

Las penas anticipadas

dicen que matan dos veces,

y a mí sola Inés me mata,

no como pena, que es gloria.

TELLO: Tú me verás en la plaza

hincar de rodillas toros

delante de sus ventanas.

ACTO TERCERO

Índice

SUENAN atabales y entran con lacayos y rejones don RODRIGO y don FERNANDO

RODRIGO: Poca dicha.

FERNANDO: Malas suertes.

RODRIGO: ¡Qué pesar!

FERNANDO: ¿Qué se ha de hacer?

RODRIGO: Brazo, ya no puede ser

que en servir a Inés aciertes.

FERNANDO: Corrido estoy.

RODRIGO: Yo, turbado.

FERNANDO: Volvamos a porfïar.

RODRIGO: Es imposible acertar

un hombre tan desdichado.

Para él de Olmedo, en efeto,

guardó suertes la Fortuna.

FERNANDO: No ha errado el hombre ninguna.

RODRIGO: Que la ha de errar os prometo.

FERNANDO: Un hombre favorecido,

Rodrigo, todo lo acierta.

RODRIGO: Abrióle el amor la puerta,

y a mí, Fernando, el olvido.

Fuera de esto, un forastero

luego se lleva los ojos.

FERNANDO: Vos tenéis justos enojos.

Él es galán caballero,

mas no para escurecer

los hombres que hay en Medina.

RODRIGO: La patria me desatina;

mucho parece mujer

en que lo propio desprecia,

y de lo ajeno se agrada.

FERNANDO: De ser de ingrata culpada

son ejemplos Roma y Grecia.

Dentro ruido de pretales y voces

VOZ 1: ¡Brava suerte!

VOZ 2: ¡Con qué gala

quebró el rejón!

FERNANDO: ¿Qué aguardamos?

Tomemos caballos.

RODRIGO: Vamos.

VOZ 1: Nadie en el mundo le iguala.

FERNANDO: ¿Oyes esa voz?

RODRIGO: No puedo

sufrirlo.

FERNANDO: Aun no lo encareces.

VOZ 2: ¡Vítor setecientas veces

el caballero de Olmedo!

RODRIGO: ¿Qué suerte quieres que aguarde,

Fernando, con estas voces?

FERNANDO: Es vulgo, ¿no le conoces?

VOZ 1: Dios te guarde, Dios te guarde.

RODRIGO: ¿Qué más dijeran al rey?

Mas bien hacen; digan, rueguen

que hasta el fin sus dichas lleguen.

FERNANDO: Fue siempre bárbara ley

seguir aplauso vulgar

las novedades.

RODRIGO: Él viene

a mudar caballo.

FERNANDO: Hoy tiene

la Fortuna en su lugar.

Sale TELLO con rejón y librea, y don

ALONSO

TELLO: ¡Valientes suertes, por Dios!

ALONSO: Dame, Tello, el alazán.

TELLO: Todos el lauro nos dan.

ALONSO: ¿A los dos, Tello?

TELLO: A los dos;

que tú a caballo y yo a pie,

nos habemos igualado.

ALONSO: ¡Qué bravo, Tello, has andado!

TELLO: Seis todo desjarreté,

como si sus piernas fueran

rábanos de mi lugar.

FERNANDO: Volvamos, Rodrigo, a entrar,

que por dicha nos esperan,

aunque os parece que no.

RODRIGO: A vos, don Fernando, sí;

a mí no, si no es que a mí

me esperan para que yo

haga suertes que me afrenten,

o que algún toro me mate,

o me arrastre o me maltrate

donde con risa lo cuenten.

Vanse los dos

TELLO: Aquéllos te están mirando.

ALONSO: Ya los he visto envidiosos

de mis dichas y aun celosos

de mirarme a Inés mirando.

TELLO: ¡Bravos favores te ha hecho

con la risa! Que la risa

es lengua muda que avisa

de lo que pasa en el pecho.

No pasabas vez ninguna

que arrojar no se quería

del balcón.

ALONSO: ¡Ay, Inés mía!

¡Si quisiese la Fortuna

que a mis padres les llevase

tal prenda de sucesión!

TELLO: Sí harás, como la ocasión

de este don Rodrigo pase;

porque satisfecho estoy

de que Inés por ti se abrasa.

ALONSO: Fabia se ha quedado en casa;

mientras una vuelta doy

a la plaza, ve corriendo,

y di que esté prevenida

Inés, porque en mi partida

la pueda hablar; advirtiendo

que se esta noche no fuese

a Olmedo, me han de contar

mis padres por muerto, y dar

ocasión, si no los viese,

a esta pena, no es razón;

tengan buen sueño, que es justo.

TELLO: Bien dices; duerman con gusto,

pues es forzosa ocasión

de temer y de esperar.

ALONSO: Yo entro.

TELLO: Guárdete el cielo.

Vase don ALONSO

Pues puedo hablar sin recelo

a Fabia, quiero llegar.

Traigo cierto pensamiento

para coger la cadena

a esta vieja, aunque con pena

de su astuto entendimiento.