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¿Cómo se formó la personalidad de este niño de campo, hijo de una familia sin tierra que cultivar en época de neocolonia? Pese a su inteligencia natural y sus ansias de saber, cuál era su destino. ¿De qué logró lo que parecía inalcanzable, una vez iluminado su pueblo? ¿Con qué afán se entregó a la defensa de las conquistas de su patria? ¿Cómo la muerte cegó su vida con solo treinta años? Diseminado por estas páginas, está todo cuánto el lector necesite para satisfacer cada una de las interrogantes. Solo después de su lectura sabrá por qué tan joven comandante.
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Seitenzahl: 317
Veröffentlichungsjahr: 2025
Quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorización escrita de los titulares del Copyright, bajo la sanción establecida en las leyes, la reproducción parcial o total de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, y la distribución de ejemplares de ella mediante alquiler o préstamo público. Si precisa obtener licencia de reproducción para algún fragmento en formato digital diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos,www.cedro.org) o entre la webwww.conlicencia.comEDHASA C/ Diputació, 262, 2º 1ª, 08007 Barcelona. Tel. 93 494 97 20 España. Este y otros ebook los puede adquirir enhttp://ruthtienda.com
Edición:Olivia Diago Izquierdo
Corrección:Vilma Munder Calderón
Diseño de cubierta y realización:Guillermo Estévez Gutiérrez
Diseño interior:Francy Espinosa Martín
Realización Computarizada:Yudelquis Acosta Temirao
Fotos:Archivo Verde Olivo, familia y autoras
Conversión a ebook:Grupo Creativo RUTH Casa Editorial
© Eulalia H. Turiño Méndez, Marisol Bonome Borges, 2012
© Sobre la presente edición: Casa Editorial Verde Olivo, 2025
ISBN: 9789592248205
Todos los derechos reservados. Esta publicación
no puede ser reproducida, ni en todo ni en parte,
en ningún soporte sin la autorización por escrito
de la editorial.
Casa Editorial Ediciones Verde Olivo
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A la familia de Arides.
Nuestro sincero agradecimiento a los jefes y especialitas
en activo y jubilados del Ministerio
de las Fuerzas Armadas Revolucionarias,
del Ministerio del Interior y de la dirección
de la Contrainteligencia Militar que nos brindaron su ayuda.
De Holguín: al comité provincial del Partido, Región Militar, biblioteca y archivo provinciales y al museo municipal de Cueto.
De La Habana: a la Biblioteca Nacional José Martí,
hospital militar Carlos Juan Finlay, asamblea municipal
del Poder Popular de Regla y a la Empresa ARGUS.
En general, a todos los que generosamente nos han ofrecido su colaboración, personal o documental,
para que fuera posible la creación de esta obra.
Arides Estévez Sánchez fue uno de esos seres excepcionales aquienes muchas veces aplastan la explotación y las desigualdades de un medio hostil; pero alcanzan toda su talla en medio de las circunstancias de una revolución; esos que a fuerza de tesón y sacrificio vencen cada obstáculo, incluido el que representan el escaso nivel cultural y la total inexperiencia.
Tuve el privilegio de compartir con él gran parte de la etapa que, quizás, fue la más fructífera de su vida; ese momento preciso en que el hombre acumula suficientes conocimientos y experiencia sin haber perdido aún el ímpetu, la creatividad y el optimismo de la juventud.
Arides afirmó en una ocasión que la vida es más bella cuando se vive intensamente. Y así fue su existencia: un batallar constante que comenzó desde niño ante una cruel pobreza; continúo, siendo apenas un adolescente, frente al sistema opresivo que la generaba; en sus años juveniles luchó por mejorar la vida de los humildes; tras una etapa de victorias, defendió sus conquistas; y culminó solo con la muerte cuando cumplía, en tierras lejanas, la más hermosa tarea de defender la justicia que necesita el hombre para vivir.
Para el combatiente revolucionario la muerte no fue sorpresa ni obsesión, sino riesgo conscientemente asumido. No fue un temerario que vio en el peligro una fuente de placer; fue un valiente que con la misma intensidad que amó la vida, enfrentó la posibilidad de perderla. Nos lo enseñó Antonio Maceo desde hace más de un siglo,cuando dijo que al emprender este difícil camino hay que empezar por descontarse uno mismo. Esa convicción presidió siempre laactuación delcomandante Arides, para quien “la audacia sin la inteligencia no va a ningún lado, como también es cierto que la inteligencia sin audacia no camina”.
Por una paradoja de la vida, murió combatiendo entierra angolana cuando al fin se había hecho realidad su anhelo de cumplir una misión internacionalista. Pero pudo haber caído mucho antes; en aquel cerco tendido por los sicarios de la tiranía en 1958, del que logró, por apenas unos minutos, escapar; o como consecuencia de las graves heridas sufridas tres años después,mientras impedía un desastre peor que el provocado por el ataque aéreo, que precedió la invasión por Playa Girón.
Esta obra tiene, entre otros, el valor de poder contar con testimoniantes —familiares, amigos, compañeros del campo de batalla militar, profesores y subordinados de Arides— que avalan mediante sus revelaciones la profesionalidad con que afrontó cada una de las misiones que le fueron asignadas. Asimismo da fe de cómo pudo trasladar en cada momento a quienes lo acompañaron en estas, cualidades intrínsecas de su personalidad como el optimismo, la discreción, la valentía y la autenticidad de sus convicciones revolucionarias. La integridad de todos estos positivos valores humanos, le hicieron gozar de un reconocido prestigio que, demanera bien lograda, exponen sus autoras a través de más de cincuenta entrevistas realizadas.
Otro mérito importante, es que muestra al lector cómo realmente fue: un revolucionario cabal y hombre de muchas cualidades virtuosas, pero no un ser infalible, ni carente de defectos.
En estas páginas vibra el cubano por los cuatro costados que conocimos hace casi cuatro décadas, el soldado incondicional a la patria y fiel, hasta las últimas consecuencias, a la Revolución y a nuestro Comandante en Jefe.
Constituye además un justo homenaje a los miles de combatientes anónimos de la Contrainteligencia Militar ensu aniversario cincuenta, y a la Escuela Militar Superior Arides Estévez Sánchez, formadora de una fértil cantera de hombres y mujeres igualmente compromeidos con la lealtad, la justicia y la dignidad humanas.
Las autoras hoy presentan el resultado de unaseria investigación, en la que combinaron numerosos testimonios y un profundo trabajo documental, con la palpitante naturaleza de Barajagua, el pueblo natal de Arides.Eulalia y Marisol no son escritoras de profesión, pero logran trasmitir el amor que derrocharon en este empeño para brindarnos una imagen auténtica de un combatiente y su pueblo, en medio de circunstancias irrepetibles de una etapa especialmente hermosa y difícil de nuestra historia.
Comandante Arides pone en las manos de las nuevas generaciones el rico caudal de valores patrióticos y humanos que encierra la vida de este humilde joven campesino, convertido por afán de justicia en oficial de las Fuerzas Armadas Revolucionarias, integrante de los Órganos de la ContrainteligenciaMilitar y ejemplo de combatiente internacionalista. Su lectura permite acercarnos a esa singular suma de convicciones políticas, principios morales y amor por la humanidad que ha permitido a nuestro pueblo vencer los mayores obstáculos y peligros, en combate abierto frente a su poderoso y arrogante enemigo.
Carlos Fernández Gondín
Este libro nació, como todo lo auténtico, de una necesidad: sentida primero, pensada después. Constituye un modesto homenaje al comandante Arides Estévez Sánchez en el aniversario 19 de la creación de la Escuela Militar Superior de la Contrainteligencia Militar, la cual lleva su nombre.
El lector no hallará en él un relato pormenorizado de la actividad operativa realizada por Arides; encontrará cómo se formó la personalidad de un niño nacido en el campo, hijo de una familia sin tierra que cultivar, en una república neocolonial que, a pesar de su natural inteligencia y deseos de superación, no podía aspirar siquiera a mejorar la vida que había llevado su padre; sin embargo, a partir de aquel enero de luz sus anhelos fueron limitando las distancias; y el niño, en un devenir creciente, llegó a ocupar cargos en órganos de primer nivel en la Contrainteligencia Militar, obtener el grado de comandante a los treinta y siete años y adquirir la militancia del Partido Comunista de Cuba en la etapa de su creación en las Fuerzas Armadas Revolucionarias. Características de la época que vivió Arides antes de 1959, aspectos de la lucha insurreccional, de las etapas democrática, popular, agraria, antimperialista y socialista de la Revolución Cubana y de la lucha por la liberación de Angola, están reveladas en estas páginas.
Nuestro biografiado comprendió muy pronto la necesidad de los cambios y transformaciones que exigía la sociedad cubana en la década del cincuenta, porque vivió en carne propia sus males, aun cuando él planteara no tener ideas políticas bien definidas todavía. Despuésasimiló con celeridad la orientación socialista de la Revolución, interpretó las ideas y principios martianos y marxista leninistas y profundamente convencido, los defendió hasta su muerte.
Los testimonios que permitieron recorrer la trayectoria social, política y militar, tras las huellas de la personalidad de Arides, fueron expuestos por sus seres queridos, vecinos y compañeros de la lucha clandestina, de las Fuerzas Armadas Revolucionarias, y de la Contrainteligencia Militar en particular.
Han sido de extraordinario valor testimonial las autobiografías, conservadas en su expediente militar que, de un modo poco común, recogen detalles de los aspectos más significativos de su vida. De estos y otros documentos aparecen con frecuencia vivencias y pensamientos de Arides, así como expresiones que dan nombre a los capítulos y a la mayoría de subtítulos. La lectura consciente de quienes recorran estas páginas permitirá tal apreciación.
Si el lector encuentra en lo leído una fuente de inspiración para seguir el ejemplo de Arides, y aprecia una fidelidad sin límites a nuestro pueblo, al Partido Comunista de Cuba, al general de ejército Raúl Castro Ruz y al Comandante en Jefe, entonces nuestro libro habrá cumplido el homenaje que, en ocasión del cuarenta aniversario de la Contrainteligencia Militar, hemos querido rendirle alcomandante héroe.
Las autoras
Luego de transcurridos diez años, el libroComandante Arides continuará llegando a las manos de los lectores con la posibilidad que para ello brinda su segunda edición.
Constituyen motivos para esta nueva publicación el ejemplo imperecedero delcomandante héroe; el hecho de que en el año 2012, las Fuerzas Armadas Revolucionarias conmemoren los aniversarios 50 de la creación de la Contrainteligencia Militar, a quien Arides honró dignamente; el 36 de su caída en combate en Cácata, Cabinda, Angola; y el 29 de inaugurada la Escuela Militar Superior que lleva su nombre.
De igual manera, estructuras nuevas del organismo, establecidas producto de los cambios y el desarrollo lógico que impone el paso de los años, reclaman la presencia de esta obra, cuyas páginas pueden ser un material de consulta y una fuente de inspiración permanente para sus combatientes; la reclaman también los cadetes más jóvenes que ingresan en los institutos militares; y son propicias las condiciones para que su pueblo, con un libro como este a su alcance, amplíe los conocimientos sobre la historia más reciente de Cuba y los dignos hijos de nuestra patria.
Las autoras
Estos diecinueve años de lucha no han pasado
por mí en vano, y soy de los que considera que la audacia sin la inteligencia no va a ningún lado, como también es cierto que la inteligencia sin audacia, no camina.
Lino apreciaba la belleza natural más que la belleza delvestido, y admiraba las cualidades esencialmente humanas; por eso no reparó en que fuera mucho más pobre que él, aquella muchachita que conociera muy bien, pues ambos habían crecido juntos en el poblado de Barajagua, en la antigua provincia de Oriente.
La aspiración de la familia de que encontrara otra joven de mejores condiciones económicas no tuvo mayor fuerza que el amor de Lino y Aurora.
No hubo compromisos ante un notario. Él le expresó sus buenas intenciones al padre de la muchacha y, conforme con ello, decidieron unirse para vivir en un humilde bohío que el padre de Aurora les regaló, hasta que pudieran mejorarlo.
Muchos sueños alimentó Lino mientras desmontaba árboles, subiendo y bajando pendientes, empapado de sudor, para construir con sus propias fuerzas, en ese mismo sitio, una casita más confortable.
Del empeño en esta enamorada tarea hablan, por sí solos, los horcones de jiquí y caguairán, las paredes de palma, las divisiones de jagüey y el techo de guano de la casa ubicada en la placita de Barajagua, en las márgenes del río del mismo nombre donde, a los setenta años parecía dispuesta a desafiar el tiempo.
La nueva casa hizo más feliz al matrimonio campesino. En ella nacieron los hijos soñados. Aurora se ocupaba de los quehaceres del hogar y Lino, desposeído de tierras para cultivar, pero no de inteligencia, voluntad y vergüenza, se encargaba del sostén económico, pensando siempre en tener algún día un hijo varón que lo ayudara, sin perder la confianza en que, mientras tuviera fuerzas, él sabría cómo retar al hambre y burlar al desempleo por el bien de su familia.
Lino desarrolló por sí solo habilidades para trabajar la carpintería, albañilería y mecánica. Lo mismo hacía tanques de agua, muebles de madera, que bóvedas para el cementerio; arreglaba una máquina de coser o una sumadora mecánica; también fabricaba, artesanalmente, piezas de metal para diferentes equipos y armas de fuego. Durante los períodos de zafra lo empleaban en el basculador del central Marcané, hoy Loynaz Hechavarría; pero cuando llegaba el “tiempo muerto” tenía que volver a arreglárselas como pudiera. Muchas veces emigró a otras regiones en busca de mejoras económicas, para regresar después a su pequeño pueblo.
Del matrimonio de Lino Antonio Estévez Bou y Aurora Sánchez Almaguer nació una prolífera familia de siete hijos: Denia; Arides; Adilme; Virilo, al que le decían indistintamente, Alexis o Baby; Adilio, llamado por todos Llillo; Elides que era Mimita; y Antonio, Pipo.
Un día, desesperado por la difícil situación económica que atravesaba la familia, el padre decidió irse con Aurora y los niños para Pinar Redondo donde, a pesar de ser un lugar más intrincado, había mejores condiciones para alimentar a sus críos.
Entonces Adilme tenía solo tres añitos, allí sufrió una caída. No le había sucedido más que algún rasguño según la apreciación de los padres; pero a los tres meses del accidente, el niño empezó a sentirse mal. Manifestaba falta de ánimo, algo poco común para una edad tan inquieta; no apetecía alimento alguno; se aquejaba de un constante dolor abdominal, y altas temperaturas comenzaron a abrasar su menudo cuerpo.
Lino y Aurora ante esta situación, decidieron mudarse nuevamente para Barajagua. Ahora lo importante era atender al niño con un médico. ¡Triste diagnóstico para tan tierna vida! Adilme tenía una tumoración en el abdomen, producida por aquella caída de meses antes. Para el pequeño no había salvación.
Si es ahora —asegura Aurora— él se salva, porque desde el primer instante hubiera contado con un médico, con todos los recursos y sin costarnos un centavo. Pero cuando aquello había que tener dinero y contar, además, con influencia política, de lo contrario no te ingresaban aunque estuvieras muriéndote. Nosotros a ciencia cierta no supimos nunca de qué murió, porque no le hicieron análisis ni nada. Dolorosamente tuvimos que esperar en la casa el momento de la muerte.1
Por un capricho hermoso de la naturaleza, Arides nació al amanecer, alumbrado por dos Auroras, a quienes regaló su primer llanto bajo la luz que precedía a la salida del sol de aquel 26 de diciembre de 1938, justo a tiempo para proporcionar la necesaria claridad que una modesta lámpara de kerosén no alcanzaba a ofrecer.
Hasta el año 1963, la familia vivió en su casa natal pero cuando se penetra en ella es inevitable respirar un profundo aire de recuerdos. En el rostro de Aurora pronto asomó la satisfacción que le produce rememorar aquel día que naciera su primer hijo varón, de nueve libras, sano y hermoso.
Rápido vino a su mente la canastilla humilde y la modesta cunita de su segundo hijo, fabricada por el esmero y las manos amorosas de Lino; la doble alegría que este sintió el día del alumbramiento del niño, era el varón con quien había soñado y, al fin, cumpliría su anhelo de ponerle un nombre que tanto le había gustado desde que, en Pinar Redondo, conoció a un amigo suyo cuyo hijo se llamaba Arides.
El pequeño había llegado a un mundo convulso, abocado a una Segunda Guerra Mundial. El fascismo se había instaurado en distintos países europeos y desde mediados de la década del treinta había comenzado sus agresiones con marcado interés expansionista y colonial, principalmente en Alemania e Italia.
En contraposición, se desarrollaba por los partidos comunistas un movimiento popular antifascista a escala internacional. Muchos revolucionarios y demócratas cubanos se habían integrado a las brigadas internacionales y marchado a España a pelear junto a su pueblo contra el fascismo y conservar la república independiente.
Cuba, no ajena al mundo exterior, vivía una difícil situación económica. La crisis se acentuaba y aumentaba el control de los monopolios yanquis sobre los principales recursos del país y su comercio; expulsaron del mercado cubano gran cantidad de productos europeos, en virtud de una política amparada en el Tratado de Reciprocidad Comercial, firmado en 1934 y agravada por la ley de cuotas azucareras que redujo la participación de la isla, en el consumo norteamericano, de un 50% a un 28,60%. El mercado norteamericano avanzaba hacia la consolidación de los latifundios que, en 1938 explotaban ya el 83% de las tierras cultivables.
Precisamente Mayarí, municipio al que pertenecía Barajagua, constituía una de las regiones más penetradas por el capital norteamericano. Esta situación empeoró en el decurso de los años al añadir, a la explotación cañera y maderera del territorio, la extracción y elaboración del níquel. Solamente la United Fruit Co. llegó a poseer en su ininterrumpida apropiación de tierras, entre los años 1901-1958, más de ocho mil caballerías en las zonas de Mayarí, Banes y Antilla, mientras este poblado presentaba un mosaico social de campesinos sin tierra y otros que la trabajaban en calidad de aparceros, arrendatarios o precaristas, de trabajadores independientes y de medianos y grandes colonos, todos perjudicados fuertemente por la competencia monopolista.
Cuando nació Arides, Fulgencio Batista Zaldívar era el jefe del ejército y quien dirigía los destinos del país desde su campamento militar en Columbia, apoyado por el imperialismo yanqui. El tesoro público estaba en las manos de la camarilla militar; pero en ese año, 1938,a la reacción ya se le hacía imposible sostener por largo tiempo el estado de alarma y las violaciones de los derechos humanos que reinaban en Cuba. En el ámbito internacional también se había desatado una ola de tendencias reaccionarias.
Arides, como él mismo afirmara, tuvo una infancia similar a la de cualquier niño pobre de su época. El día de los Reyes Magos, ese bonito mundo de fantasías que recreaba los sueños infantiles, pero que solo complacía a los niños ricos, lo marcó para toda la vida, porque a él nunca le dejaron juguetes.
Sobre este característico suceso que ocurría años tras años, para afectar de manera exclusiva a la infancia más humilde de nuestro pueblo, escribió Arides: “Nunca tuve Reyes Magos, por lo que ese día en vez de representar alegría era un día triste”.
El régimen pudo privarlo de juguetes, hacerlo carecer de ropas y zapatos; pero no pudo arrebatarle el contacto directo con la naturaleza ni la influencia que ese medio natural ejerció en la fortaleza de su cuerpo y en la riqueza de su espíritu. La belleza del paisaje donde nació y creció contribuía a mitigar cualquier infelicidad.
Aproximadamente a ocho kilómetros antes de llegar a Cueto, a orillas de la carretera que comunica la ciudad de Holguín con el pueblo de Mayarí, está ubicado el poblado de Barajagua. Su relieve es semiondulado, pero si se observa desde la altura de las escasas elevaciones queexisten en la localidad, da la impresión de ser un valle, bañado por el río Barajagua, hoy disminuido y apacible; en otros tiempos, caudaloso y estrepitoso mientras corría entre piedras finas y helechos, su fresca agua cristalina. En sus márgenes aún se disfruta la grata sombra del ligero bosque de pomarrosas. Se observan campos de caña; numerosas estancias de maíz, plátano, yuca y tabaco; extendidos potreros donde pastan caballos y reses, delimitado por curiosos cercados de malla, nombre que le dan a la piña de ratón por esos sitios.
Por doquier, solas o agrupadas, se exhiben las palmas reales, el almácigo de piel de seda, la caoba de corteza áspera, el grueso júcaro, el jiquí de corazón duro, la guásima que cobija en su lecho la jutía, el cedro envejecido, el ateje de copa alta, menuda, que muestra sus diminutas frutas rojas arracimadas y, solitaria, descuella la ceiba de fronda espesa, tejida de mitos y creencias populares.
En las piernas de su mamá; de pie, la hermanita Denia.
Arides a los siete años junto a Denia y Baby.
Y en la loma clara, en la que de los arbustos ligeros cuelgan las guayabas y los caimitillos, resaltan amables las hojas de la yagruma y la roja flor de la yamagua, y no dejan de aparecer a la vista del que se recrea los frondosos árboles de mango, anón, guanábana y chirimoya, donde se arrullan y posan los bandos de palomas, silba el grillo y el lagartijo se desliza.
Aquí Arides comenzó a desarrollar su imaginación: corría montado en su improvisado caballito de palo al que hacía relinchar y corcovear entre sus piernas; las botellas las enyugaba como bueyes; jugaba a las bolas y a la pelota, que hacía de trapos; lanzaba piedras y con inigualable destreza ascendía por los árboles.
Pudo andar y disfrutar del río y los mismos parajes que otrora anduvieron y disfrutaron los aborígenes, pues según investigaciones realizadas en la zona, entre otros, por Antonio Núñez Jiménez y arqueólogos de la Academia de Ciencias de Cuba, en Barajagua existió un cacicazgo indio de la cultura agroalfarera, dirigido por el cacique Baraxagua, de quien se deduce que haya tomado el nombre esta región.
Prácticamente desde la cocina de la casa, situada en declive hacia el río, Arides podía saltar y penetrar en sus claras aguas; bañado por ellas pasaba horas de disfrute, nadando, chapoteando, y tal vez restregando su cuerpo con una pequeña piedra de color amarillo y superficie pastosa, que aún se les escucha decir a los habitantes del lugar que era el jabón de los indios.
Casi a diario y en compañía de sus amigos, escalaba la loma de Maximiliano o loma del Cementerio, sitio de probado asentamiento aborigen. Allí encontraban objetos que, para los chicos, casi siempre encerraban algún misterio; en ocasiones resultaban ser, efectivamente, restos arqueológicos.
Los padres de Arides se ocuparon de que aprendiera a leer y a escribir desde temprana edad. En aquella época no existía la enseñanza preescolar en los campos, pero Lino y Aurora le pagaban a una vecina para que lo enseñara.
Contaba la madre que un día el niño jugaba en el jardín y, desde la distancia en la que se encontraba de ella, le dijo:
—Yo sé leer.
—¡Mira, muchacho! —expresó incrédula, su mamá.
Él corrió y cogió un pedacito de periódico que estaba en el suelo para hacerle una demostración.
—Fíjate, aquí dice Diario de Cuba.
—Sí, eso es porque tú sabes que el diario se llama así.
—¡No! ¡Búscame un libro! —insistió el pequeño.
Entre la sorpresa y la incertidumbre, salió Aurora en busca de un libro y, efectivamente, fue deletreando; pero leyó.
A los cuatro años ya era manifiesta una de sus cualidades más sobresalientes: su despierta inteligencia.
La edad escolar del pequeño coincidió con la llegada al poder de los denominados gobiernos auténticos: Ramón Grau San Martín, (1944-1948) y Carlos Prío Socarrás (1948-1952), caracterizados por el sometimiento al imperialismo, la corrupción administrativa y la represión violenta contra el movimiento revolucionario en el país, fueron sus presidentes.
El clima de relativa democracia que había logrado el movimiento obrero al finalizar la década del treinta, ahora llegaba a su fin, pues con la toma del poder de Ramón Grau, el gansterismo logró convertirse en toda una institución al servicio de su gobierno. Desde entonces se generalizó la utilización de pandillas armadas para reprimir a la clase obrera, asesinar a dirigentes revolucionarios, asaltar locales de los sindicatos y atacar a cuanto opositor honesto surgiera.
Entre los grandes escándalos de la corrupción administrativa que practicaron los gobiernos auténticos, figuró el robo de los fondos del presupuesto estatal destinados a la educación, con ellos se debían crear cientos de plazas para maestros y profesores, además de construirse escuelas, con su correspondiente dotación de materiales básicos.
Tal insulto sucedía en un país donde el 50% de la población escolar no asistía a clases, donde eran necesarios miles de profesores y escuelas para instruir en centros educacionales. Si un maestro no pagaba para ocupar un aula, era muy difícil que pudiera encontrar trabajo fijo; otras personas sin título de pedagogo, pero que sí pagaban las plazas, por compromisos electorales o amiguismo, resultaban fácilmente nombradas.
Tan grande era el mal que, en 1953, cuando se produjeron los sucesos del Moncada, el porcentaje de niños no matriculados en las edades de siete, ocho y nueve años ascendía al 53, 43,7 y 37,9%, respectivamente, en el país.
Barajagua no era una excepción de esta realidad nacional. Allí existía una escuela improvisada que funcionaba en diferentes sitios de la localidad, por supuesto, sin el material necesario. Los maestros vivían extremadamente lejos y con frecuencia no llegaban, dadas las dificultades para su traslado; no recibían ayuda técnica ni metodológica y hacían lo que podían; tampoco había exigencia con la asistencia, la promoción o la calidad de la enseñanza; todo estaba en dependencia de las posibilidades y el interés del educador.
Arides y su generación contemporánea alcanzaron el sexto grado a los catorce, quince o dieciséis años, y lo lograron gracias a que los obreros azucareros, encabezados por Jesús Menéndez, ganaron la batalla por el diferencial2 en ese sector. Por esta razón, le correspondía al municipio Mayarí abrir treinta y dos escuelas montunas; y aunque el gobierno de Grau solo creó tres, una fue en Mejías de Barajagua, otra en Barajagua, y la tercera a medio construir en Cordobán, otro lugar de esta localidad.
Así fue como el niño pudo contar a partir de 1947 con una escuela estable en su pueblo y, sobre todo, con un gran maestro, Eduardo Suárez Díaz, amante apasionado de su profesión, a quien sus octogenarias pupilas le relampagueaban cuando, al conversar para la creación de este libro, se le promovía el tema de la educación.
No hay dudas de que la vida escolar influyó mucho en el desarrollo de las capacidades y la educación de Arides, mediante la combinación del estudio con otras actividades laborales, culturales, patrióticas y de educación formal, muchas de las cuales surgieron de la iniciativa y la creatividad de su maestro, pues esta educación concebida así, integralmente, no estaba contemplada en los planes de estudio de entonces.
Eduardo formó una banda rítmica que ganó premios, posiblemente la única de su tipo en escuelas rurales. Para su creación, los alumnos confeccionaron artesanalmente unas estrellitas de yeso con la efigie de José Martí.En esta tarea Arides ayudó mucho a su compañero de estudio Modesto Concepción Pupo, el fabricante principal. Estas estrellitas se entregaban gratuitamente y los padres aportaban donaciones que iban desde cincuenta centavos hasta cinco pesos; con ese dinero compraron instrumentos, trajes y botas para los integrantes de la banda.
El maestro organizó también un club escolar, y entre muchas actividades, estableció la confección de un periódico semanal que se hacía manuscrito, y contaba con un cuerpo de alumnos redactores que escribían artículos, noticias y anuncios. Arides se incorporó a esta incipiente labor periodística. Los trabajos de la semana se leían cada viernes en la tribuna martiana que, respaldaba por la bandera cubana bien desplegada detrás, esperaba el saludo de los estudiantes y percibía orgullosa el respeto que se le manifestaba.
Influenciado también por los oficios y el espíritu de trabajo de su padre, se destacaba en la atención diaria al huerto escolar y al jardín que habían cultivado en el patio de la escuela. En los trabajos de construcción y reparación de caminos aledaños, también estuvieron sus manos.
Presto para cualquier tarea, se incorporaba semanalmente a sus deberes como dependiente en la cantina de los alumnos; se podía encontrar en el taller de carpintería de la escuela o en el de su casa. Serruchaba la madera y hacía con ella tractores, camiones o ruedas, con facilidad extraordinaria, y ayudaba a Modesto en la fabricación de sus aviones. Por la belleza y perfección de estos juguetes, el maestro los exhibía en el aula y muchas veces Arides se los obsequiaba a sus compañeritos quienes, con singular ingenuidad, no perdían la ocasión para admirar el trabajo y reconocer el noble sentimiento de su condiscípulo.
Era muy activo en las exploraciones del asentamiento aborigen de la zona: solía buscar piedras, restos de vasijas, collares, entre otros objetos, y se los entregaba al maestro para el museo de la escuela; algunos fueron utilizados con posterioridad, en las investigaciones científicas que se realizaron. Con igual entusiasmo colaboraban los demás alumnos.
Escuela Rural No. 36 de Barajagua.
En este andar, exploró cuevas y cavernas, como la de Bitirí, en ellas, no solo apreció su belleza, sino comprendió por qué sirvieron de refugio al indio pacífico y al rebelde; de asilo al negro esclavo en su fuga desesperada, y de protección y campamento, al criollo insurrecto en la inmortal contienda del siglo xix.
Visitó varias veces, con sus amigos y compañeros de la escuela, el puente natural de Bitirí, formado por blancas calizas, el más interesante de todos los rincones de su maravilloso Holguín que, por su perfección, parece haber sido el proyecto de un arquitecto; y en más de una ocasión contempló desde allí, el movimiento ininterrumpido del río que lleva igual nombre.
La escuela le permitió desarrollar habilidades artísticas al declamar y en el teatro, recitaba poesías como esta:
En su jaula el pajarito,/como no siente alborozo,
me parece un huerfanito/metido en su calabozo.
Ahora le abriré la puerta,/pues nunca el bien es tardío.
¡Ya tienes la puerta abierta!/¡pobre pajarito mío!
En una ocasión actuó representando al negrito, lo acompañó su hermana Denia como rumbera. Fueron premiados con el primer lugar. Para este personaje vistieron a Arides con ropa de hombre, le pusieron una gorra y le tiznaron el rostro y las manos.
Negrito: ¡Buena’ noche’ , mujetica!
Rumbera: ¡Buena’ noche’, corazón!
Negrito: ¡Aquí e’tá tu sabrosón de boina, chaqué y levita.
Rumbera: Neglo, e’ta noche sí é veldá que tú a mí no me cuela.
Negrito: ¡Candela! y si tú sigue la relambimienta, tú y yo tenemo’ la rompimienta.
Rumbera: Y yo me juyo con otlo neglo.
Negrito: Yo te mato po’ relambía.
Rumbera: Déjate de cuento, neglo, y vamos a echá’ una rumbita.
Toda aquella demostración andando, mientras animadamente un conjunto tocaba y cantaba: “A ti na’má, te quiero, a ti na’má’. /A ti na’má, te quiero pa’ bailá”, y los hermanos actores expresaban con sus cuerpos el ritmo de la música.
Esta actividad extraescolar qué bien la conjugaba con su afán de saber. Era muy activo en el aula, siempre estaba indagando, curioseando, inventando algo, y a veces se esforzaba y resolvía problemas de grados superiores.
De aquellos primeros años de aprendizaje escolar, Arides escribió:
El maestro reconocía que yo era un alumno inteligente.
[...] En el colegio siempre me destaqué en las matemáticas y las aprendía con facilidad. Los maestros trataron de quitarme la maña de escribir con la zurda, pero no pudieron, pues soy zurdo de nacimiento [...]
Y el maestro Eduardo Suárez ofreció a manera de síntesis su valoración.
Arides fue un alumno modelo. Se distinguía de los demás por un interés especial que le imprimía al conocimiento. Le prestaba mucha atención a las clases. A él le gustaba participar en todas las actividades: patrióticas, políticas, sociales, artesanales… Tenía un carácter noble. Yo nunca tuve noticias de que él riñera con sus amigos o compañeros, tampoco con los vecinos porque, además, era muy respetuoso. Tenía muchos amigos, por lo regular los prefería entre los que eran un poquito mayores que él. En su tiempo libre pasaba horas y horas recorriendo el río Barajagua, que pasaba por el patio de su casa, allí se podía ver pescando y cazando. Como cazador tenía muy buena puntería.
El color de rosas no siempre animó la vida escolar de Arides. A veces no podía asistir a las excursiones, si tenía uniforme, le faltaban los zapatos, y cuando no, los dos pesos para los gastos necesarios. Estas carencias económicas le permitieron percibir, a pesar de su escasa edad, ciertas desigualdades en el trato de algunas personas, solo por ser hijo de campesinos pobres. ¡Cuán diferente el que le ofrecían a hijos de familias de mejor estatus social!
Y reflexionando sobre esta situación, él mismo llegó a expresar:
Todas estas cosas tuvieron importancia en mi formación en la medida que fui creciendo y me convertí en el individuo raro que, tal vez con algo de orgullo, me hice la idea de que todos aquellos que no me trataban tenían menos condiciones como hombre que yo, aunque su posición económica en aquel régimen era mejor, y se pudiera pensar que viví con un complejo de inferioridad, pero no; era como un estado de rebeldía.
Actividades extraescolares organizadas por el maestro de Arides…
Huerto escolar.
En trabajos de mejoramiento del camino de la escuela.
Señalado con una cruz, Arides.
Exposición de juguetes hechos por los estudiantes.
Acto patriótico en la escuela de Barajagua.
Cuando Arides arribó a la adolescencia, uno de sus tíos le prestaba el fusil de caza; con él se entrenó y llegó a adquirir una magnífica puntería. Cuentan sus compañeros que apuntaba a los tallitos de los cocos y los derribaba de un solo disparo, y que, “paloma a la que apuntaba, paloma que no se le escapaba”.
Aunque es común que los niños del campo cuando cazan un pajarito se lo lleven a la mamá para que se los cocine, tanto los amigos como los familiares de Arides resaltan que, desde muy pequeño, quizás siete u ocho años, ya se observaba que él le imprimía a sus cacerías y pesquerías un sentido diferente al de la distracción, era algo de más responsabilidad, era preocupación por el sostén de la familia. Él salía a estas actividades casi siempre con la intención de llevar a su casa algo para servir a la mesa.
Algunas reflexiones hechas por Arides, así como anécdotas contadas por él o por sus familiares y amigos, revelan que los principales rasgos de su temperamento y su carácter empezaron a formarse y manifestarse en su más temprana niñez.
[...] El hecho de que a veces me peleara con cualquier compañero, no impedía que mis relaciones fueran buenas con ellos; siempre fui de carácter afable y observador, y digo observador porque a veces recuerdo cosas insignificantes, como por ejemplo: después de que crecí he tratado con personas a las que he recordado, como que no me trataban cuando yo iba al colegio o me trataban como a un insignificante [...]
Cuando tenía doce o catorce años, un joven de veinticuatro me dio un puñetazo en la cabeza y le tiré una pedrada, también por la cabeza, le tuvieron que dar cuatro puntos. Nunca permití que alguien más grande me pegara y quedara sin castigo, y en algunos casos tuve que esperar hasta quince días para desquitarme, con una piedra, de alguno más grande que había abusado de mí. Cuando iba al colegio y alguno más grande se metía con mi hermana, yo encontraba en la piedra o en el palo, el medio para defenderla.
Un domingo salí de cacería con un rifle 22 y cuando un señor me vio me dijo que tenía que entregárselo, me eché a correr; pero el hombre me cayó atrás, me viré y entonces el que tuvo que correr fue él, pues le disparé varios tiros. Me acusó y los guardias registraron mi casa, pero no encontraron el fusil. Ese día mi viejo me dio tremenda pela. En el juicio me absolvieron, porque no me probaron nada.
Su hermano Baby revela otra anécdota:
Independientemente de su carácter jovial y de la risa a flor de labios, Arides era una gente que se exaltaba y entonces no creía ni en él.