La Puta Ama - Lena Valenti - E-Book

La Puta Ama E-Book

Lena Valenti

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Beschreibung

Lebrón lo tenía todo controlado. Era un hombre de éxito empresarial, venía de una familia noble y poderosa de Barcelona, y tenía una prometida que todos admiraban. Hasta que una noche, tras la de despedida de soltero de su mejor amigo, conoce a una mujer que despierta algo en él que no sabía que tenía. Para colmo, al llegar a su casa, descubre a su prometida acostándose con otro, un hombre que era competencia directa de su sector. Lebron sufre un revés importante que le hará replantearse su vida y, sobre todo, descubrirse a sí mismo, para entender que, puede que su vida perfecta no era lo que él quería y que, lo que él quería, vendría en la forma menos esperada. Diana siempre ha tenido las cosas muy claras. Sabía que quería ser emprendedora y ganarse la vida desde joven, que no quería relaciones porque pocos podrían satisfacerla en los ámbitos que ella pedía y que el sexo debía ser todo lo salvaje y osado que cada uno estuviera dispuesto a experimentar. No quería ataduras excepto las que ella realizaba. Pero, conoció a Lebrón. Y Lebrón le propuso algo que juró que no volvería a hacer. Con su sentido del humor aplastante, y su capacidad para crear historias de amor con tramas muy originales donde la sensualidad y el erotismo van de la mano de la emocionalidad y la sensibilidad, Lena Valenti nos regala esta historia sobre nuestros deseos y nuestra naturaleza, y sobre la necesidad de deconstruirnos sin miedos para aceptar que, antes de amar a otros, tenemos que aprender a amarnos a nosotros mismos tal y como somos y atrevernos a expresar lo que deseamos.

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Contenido

¡UNO!

¡DOS!

¡TRES!

¡SEIS!

¡SIETE!

¡OCHO!

¡NUEVE!

¡DIEZ!

¡ONCE!

¡DOCE!

¡TRECE!

¡CATORCE!

¡QUINCE!

¡DIECISÉIS!

¡DIECISIETE!

¡DIECIOCHO!

¡DIECINUEVE!

Primera edición: diciembre 2022

Título: La Puta Ama

Diseño de la colección: Editorial Vanir

Corrección morfosintáctica y estilística: Editorial Vanir

De la imagen de la cubierta y la contracubierta:

Shutterstock

Del diseño de la cubierta: ©Lena Valenti, 2022

Del texto: ©Lena Valenti, 2022

De esta edición: © Editorial Vanir, 2022

ISBN: 978-84-17932-59-6

Depósito legal: DL B 23422-2022

Bajo las sanciones establecidas por las leyes quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorización por escrito de los titulares del copyright, la reproducción total o parcial de esta obra por medio o procedimiento mecánico o electrónico, actual o futuro —incluyendo las fotocopias y la difusión a través de internet— y la distribución de ejemplares de esta edición y futuras mediante alquiler o préstamo público.

Sé Ama de ti misma y dominarás tu mundo.

Lena Valenti

¡UNO!

No se podía sacar la imagen de la cabeza. Por muy humillante y emocionalmente lesiva que fuera, no podía eliminarla y tirarla a la basura. Ojalá fuera tan fácil, pero si las cosas pudieran borrarse de un modo tan sencillo, no habría dolor, superación ni conflictos.

Lo recordaba todo; cada detalle, cada sonido, cada gemido, incluso el olor… Ese olor a no ventilación, a ventanas empañadas, a aire pesado y sudoroso mezclado con perfumes y fluidos… ¿había olido así alguna vez su habitación cuando tenían sexo o después de haberlo tenido?

Siempre quiso a Anna, siempre la respetó. Pensó que era la pareja ideal para él: la nuera perfecta y deseada, la futura esposa y madre de sus hijos, si los tenía algún día.

Anna era bonita, elegante, buena chica, tenía estudios y estaba dedicada a la vida social y altruista que le garantizaba su estatus y su rica familia. Era un ejemplo a seguir dentro de la sociedad y de…

—Y de Instagram y Tik Tok… —murmuró Lebrón, con ironía, en voz alta, con sus ojos grises entornados y mirando desafiantemente el semáforo que aún no se ponía en verde para su Uber.

Seguía enfadado y disgustado por lo sucedido. Cazar a una persona en la que confías follando salvajemente con otro, en la cama de la habitación donde solías dormir y abrazarte a ella, no era plato de buen gusto. Anna se había acostado nada más y nada menos que con Milo, otro hijo de rico, amigo de negocios de su padre. Milo se dedicaba a fingir que trabajaba mucho por Redes Sociales, cuando ambos sabían que el concepto de trabajar era muy diferente en el uno y en el otro.

Lo sucedido era un escándalo entre sus familias. Una deslealtad, una infidelidad que, para colmo, debía llevarse con máxima discreción. Sobre todo, porque, increíblemente, el señalado y sobre quien había caído la vergüenza había sido él. Para variar.

Él era quien debía sentirse avergonzado porque, ¿cómo era posible que, a él, que tenía a tantas mujeres detrás, que despertaba tanta admiración y envidia en los de su mismo género, que además de ser hijo de quien era y un próspero empresario, era también un excelente luchador de AMM, que se jactaba de tener tanta seguridad en sí mismo y que tenía un aspecto tan fuerte y tan poderoso, le hubiera engañado su pareja con otro? ¿En su propia casa? ¿En su cama?

¿Qué fallaba en él? ¿Cómo había pasado eso? Esas eran todas las preguntas que se formulaban. Nadie se preguntaba por qué ella había hecho eso.

La culpa recaía en él.

No sabía por qué pensaba en Anna en ese momento. Tal vez porque era el cumpleaños de uno de sus mejores amigos, tal vez porque todos con los que salía tenían pareja… No lo sabía. Si todo hubiese ido con Anna como debería haber ido, él habría tenido una despedida de soltero en el futuro. Pero había tenido todo lo contrario.

Lo de Anna ya estaba roto. Para siempre. Porque él no perdonaba unos cuernos.

Hacía tres meses de eso y de la charla que tuvieron el día después de haberla descubierto con las manos en la masa.

A Lebrón pocas cosas le molestaban más que la mentira y la deslealtad. Y en un momento, Anna había encarnado esos rasgos de la personalidad que él detestaba, a la perfección.

—Eres un hombre increíble, Lebrón. Eres bueno y considerado a pesar de ese aspecto tan duro que tienes y de tu halo de éxito y de masculinidad —Así empezó a justificarse ella—. El problema que tengo contigo es que estoy en un momento en el que no me das lo que necesito.

—¿Y qué necesitas, Ana? ¿Follarte a Milo? —le había dicho fríamente mientras tomaban un café en el Zürich de la Plaza Cataluña.

—No me hables así —había reprochado ella, con aspecto de niña buena y arrepentida—. Sé que me lo merezco, pero, haces que me sienta muy mal.

—Claro, porque yo estoy de puta madre —espetó irónicamente dando un sorbo a su cerveza negra.

—No. Ya sé que no. —Miró alrededor con sus ojos culpables y avergonzados.

—Contéstame, al menos. ¿Qué necesitas que yo no te he dado?

—Necesito… necesito más. —La cara de Lebrón era un poema.

—¿Más? ¿A qué te refieres? Te lo he dado todo. ¿Dónde necesitas más? ¿En la cama? ¿Es que no follamos bien, Anna? —le preguntó muy incrédulo.

—Lebrón, no seas grosero. No adoptes conmigo esa actitud de arrogante canalla que adoptas en tus combates marrulleros.

Ahí estaba el tonito despectivo. Anna era una princesita, una chica de bien… Que él se dedicase en su tiempo libre a competir profesionalmente, a ella le daba vergüenza. Porque los chicos ricos no daban hostias como panes como él daba, aquello era bárbaro, incivilizado. Pero para él solo era deporte y competición. Y le encantaba competir.

—Mira —ella suspiró con incomodidad—. Eres un hombre muy atractivo y me vas a atraer siempre, siempre me gustarás. Sé que nos llevamos bien y que nos entendemos, pero estoy en una fase en la que el problema soy yo, no tú…

—¿En serio vas a usar ese argumento? ¿Tengo cara de gilipollas?

—No. Tengo que experimentar por mí misma y saber por qué he llegado a este punto y he hecho algo que pensé que jamás haría.

—¿Que por qué has llegado a este punto? —Se había levantado de la mesa y había dejado un billete de diez euros para que le cobrasen el café y la cerveza—. Te diré el porqué: porque la empresa del padre de Milo ha entrado a formar parte del Big Three, que lidera mi padre y cuya mano derecha es el tuyo, y Milicito, con su formación en la Universidad de Cambridge —lo pronunció como un pijo a propósito— es el nuevo CEO de la B3, porque su padre lo ha propuesto. Ha ascendido de repente, va a ganar muchísimo dinero, saldrá en revistas y, tal vez, en Forbes como uno de los más emprendedores solo por pertenecer al equipo de la fusión de la constructora internacional más grande del país.

—En realidad, no ha sido una fusión. Digamos que tu padre, mayormente, ha absorbido la empresa del mío y del de Milo. Las cosas como son.

—Me dan igual los términos.

—Ese podrías haber sido tú —le reprochó—. Milo podrías haber sido tú.

Lebrón sonrió sin ganas.

—No, Anna. He decidido romper con todo lo que tenga que ver con el mundo en el que tus padres y los míos se mueven. Nunca quise sus facilidades por ser hijo de él. Y aunque me ha costado estar donde estoy ahora y lo he hecho por méritos propios, no tengo la visibilidad ni la influencia que seguir con ellos te va a dar, y ese es el problema contigo.

Anna tuvo la decencia de parecer ofendida.

—¿De qué estás hablando, Lebrón? Yo no me fijo en esas cosas y, que yo sepa, tu empresa funciona muy bien. A ti te va muy bien solo.

—Solo, tú lo has dicho, pero al margen del poder social de B3 Asociados. Y eso no te interesa. Supongo que una influencer como tú necesita estar siempre en el candelero y rodearse de los más poderosos en todos los ámbitos, porque el B3 está en todas partes.

—Si siempre has pensado así, que solo estaba detrás de lo que tu familia movía, no entiendo cómo has podido estar conmigo estos dos años. —Levantó la barbilla aristócrata con el orgullo herido.

Él buscó al camarero y le hizo una seña con la mano para que supiera que tenía el dinero en efectivo y que pasara a cobrarlo.

—Ni yo tampoco lo sé —respondió malhumorado—. Que te vaya muy bien con Milo.

Esas fueron las últimas palabras que se habían cruzado. Tres meses después, Anna y él habían intercambiado miradas en algún garito nocturno que solían frecuentar, y se habían saludado por educación, pero no mucho más.

Sí, había sido una marranada lo que ella le había hecho.

Ya lo había superado, pero a costa de perder la confianza en las mujeres y de no creer en las relaciones. Algo en él se había agriado después de una traición así.

No obstante, no quería aguarle la fiesta a Pol. Así que, cuando el Uber lo dejó en la puerta y bajó, cambió inmediatamente su estado de ánimo.

Los demás no tenían culpa de su mala suerte en el amor.

«Femistocrazy».

Así se llamaba el lugar al que habían decidido ir los primos y amigos de Pol.

Pol estaba en la entrada del local, cuya fachada de grandes cerámicas negras y enormes ventanales panorámicos, aunque eran opacos por fuera, transmitían un aire privado, elitista y también pecaminoso, porque todo lo que tuviera connotaciones rojas, como su puerta principal, siempre sugería deseo y prohibición.

Era un buen edificio. Solo había una corona dorada sobre el marco del señorial portal, anclada en la pared. En la puerta roja, un pomo dorado en forma de mano de señorita que debía ser besada, como picaporte, ya te daba a entender que ese era un lugar especial.

Su mejor amigo se encontraba allí, con las manos en los bolsillos, sonriente, con sus mejillas rojizas y su nariz rosada por culpa del alcohol.

Estaba apoyado en la fachada de ese edificio de tres plantas en plena Diagonal, con su porte desgarbado, su camiseta de ACDC y su pelo largo de rockero y una diadema de unicornio que le habían regalado en plan coña, pero como iba muy borracho ya la llevaba puesta. Tenía una pierna cruzada sobre la otra, mientras el resto del grupo, hacía chascarrillos sobre lo bien que Pol se lo iba a pasar y cuánto iba a disfrutar.

Lebrón se reía con el primo de Pol, que le recordaba a Gabino Diego, pero, en el fondo, pensaba que era un maleducado y un cavernícola. Y eso sin hablar de los otros dos, familiares de Pol y que esos sí eran, directamente, unos gilipollas.

Ahí estaban todos, con ganas de guasa y cachondos por poder entrar a un lugar así. También iban borrachos, como Pol. Del grupo, el único que no había bebido era él, porque Lebrón se cuidaba bastante, no solo por ser deportista y luchador en su tiempo libre, sino como ley de vida. Claro que se había emborrachado en algún momento, como todos, pero en una noche así, y sabiendo con quiénes iba, entendía que él debía ser el único responsable. Alguien debía serlo.

No había querido compartir el coche con ellos porque ellos ya eran cuatro, y porque no se iba a arriesgar a que ninguno le vomitase encima.

—Pues ya estaríamos todos —exclamó Juan, el primo de Pol—. Bueno, vamos a entrar y a disfrutar de esto… Pacto de Caballeros —pasó el brazo por los hombros de Pol—. De esta noche no se cuenta nada a nadie, ¿entendido?

—Sí, que te crees que voy a decirle a mi mujer que me he ido de putas —murmuró Casimiro, riéndose de su propia gracia—. Nadie va a decir nada.

—Yo no sé si quiero entrar… —dijo Pol.

—Pol, tío… que esto lo hemos hecho para ti. Un polvo en tu cumpleaños no le hace mal a nadie. Que en unos meses te casas y vas a estar cogido por los huevos para siempre y solo vas a catar un coñito —continuó Juan, que arrancó tres carcajadas al resto.

Pero a Lebrón esos comentarios nunca le habían hecho gracia. Así que continuó serio, y, aunque no quiso joderles la fiesta con sus comentarios, pensó en que Pol quería mucho a Sandra, su novia, y que a la mañana siguiente se arrepentiría.

—Yo no veo a Sandra follando con otro esta noche, Pol —sugirió Lebrón metiéndose las manos en los bolsillos.

—Oye, guaperas, no jodas la marrana… —dijo Casi, nervioso. La verdad era que Pol no estaba mal, solo le faltaba muscularse porque era muy delgado, pero los otros tres no estaban envejeciendo bien a sus cuarenta años. No. Nada bien—. Tío, míranos. Vosotros estáis en vuestros treinta. Desde hace unos años, mi cuerpo parece que esté haciendo una carrera para ver cuándo acabo siendo un clon de Hommer Simpson. Tienes a Juan, que no es muy agraciado, a Pol que quiere parecerse a Marilyn Manson y se parece al puto muñeco de Saw. ¿Y el otro compañero? Mírale la cara, joder. Es Mr. Bean, tan feo que cuando pica cebolla es ella la que llora. Déjanos mojar el churrito, que salidas así hacemos pocas. No necesitamos conciencia, solo un poquito de hermandad y compasión esta noche. Solo eso. —Se encogió de hombros—. Venga, vamos. Y anímate —le dio una palmada en el pecho—, que me han dicho que vuelves a estar soltero, tío. Disfruta y fóllate a alguna también. Venga, va… —le dio una colleja cariñosa y lo animó a que entrasen los cinco al local.

Al entrar, el local era como un pub muy elegante de leds blancas y lilas estudiadas minuciosamente. Tenía una entrada muy grande, y varias mesas altas con taburetes en las que tomarse algo distendidamente mientras esperaban a ser atendidos.

Pero antes, debían pasar por recepción para llegar hasta el interior y poder tomarse una copa.

Allí, tras la mesa blanca y curva donde había en letras metálicas el nombre de Femistocrazy, había una chica de pelo largo negro y liso, con ojos rasgados y ascendencia oriental, que les sonrió amablemente.

—Hostia, Juan, nos has traído a un puticlub de chinas —le echó en cara Casi.

—Es nuevo —contestó Juan—. Las vamos a estrenar nosotros.

—Buenas noches, señores. Mi nombre es Ángela. ¿En qué les puedo ayudar?

Rasgos orientales los que quieras. Pero con un español del barrio de Salamanca.

—Yo no quiero masaje, quiero el final feliz, directamente —Juan quería ir directo al grano.

El otro, el que se parecía a Mr.Bean, estaba demasiado borracho como para hablar, y ponía caras raras.

Lebrón quería meterse en un agujero y no salir de ahí hasta que ese grupo de frikis se fueran a dormir la mona.

—¿Un final feliz? —repitió Ángela sin perder la sonrisa del rostro—. Le recomiendo Pretty Woman.

Lebrón sabía que sonreía por no reventarle la cabeza al calvo.

—Mira, una peli de putas… —adujo Casi, siendo muy desagradable, aunque él creía que estaba siendo divertido.

—¿Qué considera usted un final feliz, señor? —insistió Ángela—. ¿Llorar de la risa o llorar del gusto?

—¿Qué ha dicho la china? —Juan es que era muy irrespetuoso.

—Ángela —le corrigió Lebrón a Juan—. Se llama Ángela.

—E apa e… —murmujeó Mr.Bean, medio babeando.

—¿Qué idioma habla él? —Ángela arqueó una ceja negra.

—El alcohólico —contestó Lebrón.

—Yo me quiero ir… —lloriqueó Pol—. No quiero acostarme con estas chicas. Es muy guapa —aseguró a Ángela—. Pero yo quiero a Sandra.

—Tú de aquí no te vas. —Lo agarró Casi de la camiseta—. Que llevo dos meses sin echar un polvo con mi mujer y tengo los huevos como la nariz de Calamardo.

«Por algo será», pensó Lebrón mirando al techo.

—Oye, Ángela, ¿tú estás de servicio o solo atiendes? ¿Cuánto cobras? —preguntó Juan.

—Por favor, Juan —Lebrón le llamó la atención—. ¿Puedes no perder el respeto a la señorita?

—Pero si no le perdemos el respeto. Hace eso. Trabaja aquí haciendo eso… ¿no? —Juan miró el inmenso cartel luminoso con el nombre del local que había tras ella, en el muro que delimitaba el hall del pub y de todo lo que hubiera en el interior—. Seguro que hay señores dentro también… —observó despectivamente—. Ellos han podido entrar. Y también han venido a follar, no a jugar al bingo. Esto no es un Casino ni un supermercado…

Entonces, en medio de todo aquel despropósito de masculinidad ebria y vergonzosa, se oyeron unos poderosos pasos taconeando y acercándose a la recepción, y una voz suave los interrumpió haciendo callar a los bocazas.

—No es un supermercado, señores. Pero tampoco es un puticlub. Y tenemos el derecho de admisión reservado. Así que, les voy a pedir que se vayan.

A Lebrón se le puso la piel de gallina al oír aquella voz tan autoritaria y dulce al mismo tiempo. Y cuando la miró por encima del hombro, sus ojos del color de la plata no parpadearon, porque no querían perderse esa visión.

Aquella chica era intimidantemente hermosa. Muy bella. Vestía de negro, con unos pantalones estrechos oscuros, una camiseta de tirantes de seda de color rojo, y una americana larga de color negro. Llevaba unos tacones muy caros que la hacían parecer medianamente alta, pero no lo era.

Joder, tenía un cuerpo espectacular, torneado y tonificado, pero sin estar marcada. Sabía que los zapatos eran caros porque con Anna, que de eso sabía mucho, había aprendido mucho sobre marcas.

Los otros cuatro se dieron la vuelta, y muy pocos podían mantener la vista al frente, pero fue Juan quien dijo:

—Joder qué buena que está… ¿Esta es puta? Pues a esta me la pido yo.

—Oye, Juan —volvió a recriminarle Lebrón—. Deja de hablar así y de parecer un capullo salido. Lo siento, señorita —Lebrón la miró fijamente—. Es un comportamiento vergonzoso.

—¿Por qué te disculpas tú? —La joven de largo pelo castaño casi rojizo, seguía seria mirándolo fijamente. Tenía unos ojos grandes, de color verdoso, y con una forma de lágrima rasgada hacia arriba. Era toda beldad, de labios en forma de beso y muy rojos—. No tienes que disculparte por los comentarios misóginos y asquerosos de tus amigos. Pero os repito que esto no es un puticlub. Os pido que os vayáis y dejéis de molestar a Ángela. —Se cruzó de brazos, con una seguridad en sí misma aplastante—. No toleramos estas faltas de respeto.

—¿Por qué nos íbamos a ir, monada? Yo he venido aquí a follar, no a que una prostituta me diga que me vaya. Se os paga para eso. Cincuenta pavos —Juan se sacó un billete de cincuenta del bolsillo de pantalón de pinzas y se lo mostró a la joven en su cara—. Cincuenta si me la chupas.

Lebrón no conocía a esa chica, pero intuyó que no le costaría nada girarle la cara a Juan, y muy merecido que lo tendría. Sin embargo, para no tener más problemas, él mismo solucionaría aquel incómodo momento.

Lebrón agarró a Juan por la parte de atrás del cuello de la chaqueta, casi lo levantó del suelo y con gesto muy malhumorado lo sacó de ahí adentro, al tiempo que apretaba los dientes y le decía a la chica:

—Perdón. Ya saco yo la basura.

Y no solo sacó al maleducado de Juan, con solo una mirada de sus ojos de color bruma obligó a los demás a salir de allí.

—Venga, fuera de aquí todos.

Al que no le costó nada abandonar el club fue a Pol. Una vez fuera, Pol, aún estando borracho, parecía avergonzado por el comportamiento de Juan y Casi. Mr.Bean estaba vomitando detrás de un coche, no muy consciente de lo que había pasado.

—¿Por qué estamos aquí afuera? —preguntó Casi—. Tío, qué guapas eran… ¿cómo pueden ser tan guapas y ser putas? ¿Tú has visto a la de pelo castaño? ¿No han encontrado algo mejor a lo que dedicarse?

Lebrón soltó a Juan y desaprobó a todos su actitud.

—Me da igual que estéis borrachos, no os quiero oír ni una puta palabra más. Me preocupa que cuando bebáis salga este lado de mierda vuestro. Es pasarse de la raya, ¿me habéis oído? Estas chicas están aquí trabajando, y no creo que necesiten que se les recuerde lo que hacen, cuánto cobran y lo que son o dejen de ser.

—Lebrón, tío, eres un puto aguafiestas —suspiró Casi—. ¿A ti qué te importa lo que hagamos? Habíamos dicho que era un pacto de caball…

—No se puede hacer un pacto de caballeros cuando no hay caballeros involucrados. Así que, coged un taxi e iros para casa. Y no se os ocurra entrar ahí otra vez, porque si seguís así, llamarán a la Policía. Pol, tú también vete. Ve con Sandra, que la quieres y te vas a casar con ella pronto —le acarició la cabeza—. No cometas esta cagada. No hace falta que te acuestes con nadie en tu cumpleaños. Hay hombres que no necesitan hacer eso para hacerse los machotes delante de otros.

—Menos mal —sonrió Pol agradecido.

—Tío, y ten más carácter. Si no quieres hacer algo, dilo.

—Sí.

—Y vosotros tres —Les echó un último vistazo despectivo, como si fueran tres esperpentos—… En fin, haced lo que os dé la gana, pero dejad a Pol tranquilo. Sea lo que sea lo que hagáis, hacedlo en otro lugar. Yo voy adentro a disculparme con esas chicas, que demasiado han hecho con no llamar a la comisaría más cercana. Eso no se hace.

Dicho eso, Lebrón se dio la vuelta y se dirigió a la entrada del local.

Pero cuando se giró, se encontró a la de ojos de color verde, apoyada en el marco de la puerta, observándolo atentamente con la misma pose de brazos cruzados.

Diana sabía reconocer un hombre guapo a leguas. Y aquel lo era, había que estar ciega para no admirarlo.

Moreno, muy alto y de espaldas muy anchas, musculoso sin ser hormonado, el pelo al uno muy negro y los ojos de color gris… Tenía unos rasgos muy felinos y muy atractivos. E irradiaba una energía un tanto contradictoria, masculina, tipo militar, pero al mismo tiempo era considerado, respetuoso y amable. Vestía con un pantalón negro y una camiseta de color gris oscuro de manga corta. Además, llevaba botas militares desabrochadas. Tenía un buen look. El que a ella le gustaba. Le gustó nada más verlo en la entrada de su Club.

Había salido a buscar la llave del cajón de su oficina, que se la había dejado en la guantera de su escarabajo descapotable negro, y dado que estaba aparcado en frente, había visto llegar a ese hombre en un Uber y reunirse con los otros cuatro hechos polvo que estaban en el exterior. No pegaba ni con cola con ellos, así que supuso que era un grupo extraño y heterogéneo de los que se suelen crear en noches accidentadas. Y no iba nada mal encaminada. Había escuchado la conversación, con ganas de arrollarlos con el escarabajo, y los había seguido hasta el interior, para ver cómo se comportaban dentro de su local.

No le sorprendió que actuasen así. Ya sabía que eran machotes ibéricos desagradables. Al menos, más de la mitad de ese grupo lo eran. Pero, le agradó verle a él, respondiendo de ese modo a una actuación tan machista y de mal gusto como la que había originado el calvo con barriga cervecera y el otro alto de pelo rubio rizado con mucho volumen.

Lebrón se la quedó mirando, pero antes de decirle nada, esperó a que los cuatro desaparecieran de allí. Y no tardaron nada, dado que los taxis pasaban cerca de esa acera.

Ella lo estudió de arriba abajo, descaradamente.

Y él frunció el ceño y sintió que se ponía nervioso por aquel escrutinio.

—Iba a entrar a disculparme por la actitud de mis amigos, de nuevo. He sentido mucha vergüenza. Lo siento —Ella lo dejó hablar y no se descruzó de brazos—. Por favor, ¿puede decirle a Ángela que lo lamento mucho…? Estaban borrachos.

—No han dicho esas cosas por estar borrachos —contestó repiqueteando con sus uñas rojas sobre sus propios antebrazos—. Las dicen porque el alcohol les ayuda a decir lo que realmente piensan. Son así. —Se encogió de hombros.

—Sí, son así —admitió. ¿Para qué iba a negar una realidad tan evidente?

—Gracias por sacar a tus amigos de mi Club. Me alegra ver que, al menos, de cinco, uno es bueno y tiene educación y sentido común.

—Eso no habla de un buen porcentaje.

—No lo es. Pero muchas gracias, igualmente. Me ha gustado ver que no tratas a las mujeres así, como si por pagar un servicio pudieras decirles cualquier cosa.

—Jamás haría eso. Y no hay de qué.

Él alzó sus ojos de nuevo, y centró su atención en su mirada. No la esquivó en ningún momento. ¿Su club? ¿Era de ella? Entornó los ojos.

—El calvo misógino ha dicho que es un club nuevo, tengo entendido.

—Sí.

—¿Por qué, siendo el tipo de club que es, no tenéis seguridad en la entrada para que echen a tipos como mis noamigosexceptouno? Estáis un poco expuestas y desprotegidas.

Ella dibujó una media sonrisa evidente en sus labios.

—Hoy es el primer día abierto. La inauguración oficial es dentro de una semana. Y te aseguro que no será un denominador común recibir visitas a estas horas con este perfil de hombres. Aquí hay unos horarios… pero aún estamos preparando todo sobre la marcha.

—¿Y crees que mantendréis a este perfil, lejos de un lugar tan atractivo y misterioso como este? Creo que necesitáis seguridad.

—Como te he dicho, estamos ultimando cosas.

Lebrón se metió las manos en los bolsillos traseros del pantalón oscuro que llevaba.

—Ya… ¿Así que eres la dueña de este club?

—Sí. Y no es un puticlub —volvió a aclarar—. No me ha quedado claro que tú sepas que no lo es.

—Pero es un local de chicas…

—Sí. Trabajamos solo mujeres. Yo soy Diana —ella le ofreció la mano.

—Lebrón —la aceptó con firmeza y a Diana le gustó el modo en que apretaba la suya—. Encantado.

—El placer es mío. —No se iba a cortar. Era atrevida y descarada, dado que en su forma de mirar mostraba su forma de ser.

—¿Y qué hacéis aquí, si no es muy indiscreto preguntarlo?

—Masajes con finales felices, no —se rio.

—Entiendo —Lebrón sonrió.

Ella acuerpó la cadera izquierda de nuevo en el saliente de la puerta de la entrada y apoyó una mano en su cadera derecha. Lebrón no pudo evitar echar un vistazo a su figura. Podía ser educado, pero no ciego ni tímido. Era inevitable mirarla.

—Ayudamos a los hombres a copar sus necesidades. Mi plantilla está conformada por un gran abanico de Amas y Dóminas que harán las delicias de los que tienen en su naturaleza a un esclavo, un sumi o a alguien que tenga la necesidad de ser dominado sexualmente —dijo a bocajarro—. Es un aspecto de la personalidad que merece aceptarse y ser satisfecha.

Lebrón alzó los ojos hacia la fachada, hacia la puerta y después hacia Diana, y repitió el trayecto varias veces.

—¿Amas y Dominantas?

—Amas y Dóminas.

—¿BDsM?

—Menos el sado. Lo respetamos, pero no queremos tener nada que ver con heridas físicas, cortes y violencia, aunque muchos sientan que lo necesiten. Pero, por el resto de siglas sí: Bondage, Dominación y sumisión. ¿Lo conoces?

Sí lo conocía. Había visto vídeos porno donde se mostraba algo de BDsM, y la verdad era que le habían excitado algunos y otros le habían parecido deplorables.

—Conozco a Christian Grey, ¿sirve?

Eso hizo reír a Diana, y a Lebrón le pareció magnética.

—Bueno… no es una referencia a tener en cuenta en la realidad. Esto es distinto. —Se encogió de hombros.

—¿En qué?

Los ojos de ese color verdoso oscuro de Diana chispearon con inteligencia y orgullo y contestó:

—En que aquí, las que mandamos, ordenamos y sometemos, somos nosotras.

A él se le secó la garganta al oír el tono de su voz.

—¿Y tenéis… tenéis muchos clientes?

—Te sorprendería cuántos.

—Ah… Pues me alegro.

—¿Quieres entrar y curiosear, Lebrón? —Se descruzó de brazos y adoptó una pose más accesible.

—Puede. Nunca he visto nada parecido.

Diana se pasó la mano por la larga melena y después arqueó una ceja. Era honesto. Sin duda.

—Pero creo que hoy no —añadió él.

—¿Hoy no?

Lebrón se mordió la punta de la lengua y sonrió picaronamente.

—Tal vez otro día, Señorita Diana.

Ella sonrió muy suavemente y el gesto iluminó sus ojos.

Hizo un gesto de asentimiento y, sin darle oportunidad a conversar más con ella o a decirle nada más, Diana se dio la vuelta, abrió la puerta y dijo al cerrarla:

—Muy bien. Cuando creas que quieras entrar y curiosear, ya sabes dónde estoy.

Cerró la puerta, y Lebrón se quedó ahí, parapetado, en silencio, un buen rato.

Sorprendido porque ella, muy discretamente, le había dejado claro que, al menos, por esa noche, él había perdido una oportunidad de conocerla y de ver un mundo en el que nunca había estado.

Enfadado consigo mismo, sin saber muy bien por qué, llamó a un Uber para que lo pasaran a recoger y lo llevasen a casa.

¡DOS!

Diana estaba revisando los nombres de los clientes de su club y el tipo de pago que tenían que hacer por los servicios: si era por un servicio particular, si era mensual o el premium, anual.

Realmente, no le iba a ir nada mal. Como no le iba nada mal el Femistocrazy de Madrid. Solo que ella ya no lo frecuentaba mucho, aunque seguía siendo la creadora y propietaria. Porque era la jefa.

Aquella nueva apertura en Barcelona era un nuevo desafío, una nueva aventura. Y se sentía muy orgullosa y muy satisfecha con lo que ella sola estaba logrando como empresaria y emprendedora. Pero, sobre todo, por haber creado algo de confianza y profesionalidad en el mundo que ella sentía y adoraba, de la realidad que ella, en muchos ámbitos personales, vivía.

Se quedó mirando la pantalla del iMac rojo, sentada tras el escritorio blanco de su diáfana oficina del Femistocrazy, ubicada en la última planta del edificio.

Y empezó a buscar empresas que la pudiesen ayudar con su nuevo proyecto.

Quería implantarlo para que sus locales de Madrid y Barcelona funcionasen solos.

Se había recogido el pelo atezado en un moño mal hecho en lo alto de la cabeza, y llevaba gafas para protegerse de la luz azul de las pantallas, unas Ray Ban aviador metálicas doradas sin graduar. Estaba en modo búsqueda, concentrada en lo que ofertaban las empresas en sus páginas principales.

Y de nuevo, volvió a pasarle por la cabeza la imagen de Lebrón, diciéndole que debía contratar seguridad para un local como el suyo.

Sin embargo, antes de eso, también debía agilizar su proyecto, una aplicación que mantuviese la seguridad de sus clientes y de sus dóminas, a salvo, y que les facilitase el contacto entre ellos y una comunicación peer to peer, más personalizada e instantánea.

Diana se había sorprendido mucho pensando en él. No era, para nada, algo que le soliese suceder, que se quedase pensando en nadie, pero mentiría si dijera que no esperaba volver a verle. Ella quería volver a verlo, y tenía la esperanza de que Lebrón, algún día, cruzase la puerta del Femistocrazy y se atreviese a visitarla. Porque no había muchos hombres como él.

Era un hombre muy atractivo. Muy masculino y serio. Nada que ver con los despropósitos que le acompañaban. Él inspiraba respeto y eso era algo que a Diana le encantaba. Le encantaban los hombres fuertes, que solo con su presencia transmitieran poder y confianza, y que tuvieran personalidad. No olvidaba sus ojos grandes, de ese color de nubes encapotadas y con esas pestañas tan largas, espesas y marcadas que las convertían en una línea negra bajo sus ojos. Ni tampoco olvidaba su boca. Tenía unos labios preciosos, un buen surco en la barbilla cuadrada y unos dientes perfectos.

Y le había encantado cómo la había mirado y cómo la había hablado.

Sabía que ella le había gustado, y que no era vergonzoso, dado que era un hombre acostumbrado a gustar.

Pero… Lebrón se había echado atrás. En vez de entrar en el local con ella, se lo pensó mejor y se fue.

Diana no se lo iba a tomar como un desplante, porque Lebrón no era nada suyo y porque no conocía su naturaleza. Pero mentiría si dijese que no le había picado el orgullo.

Él le había despertado la curiosidad y se lo había imaginado dominándolo y dándole todo el placer que sabía que le podía dar y que no dudaba que Lebrón jamás había experimentado. No como ella podía ofrecérselo.

Pero ese hombre sabría las mismas tonterías y falacias que todo el mundo sabía sobre dominación y, seguramente, nunca había tenido una experiencia con una Alfa como ella. De eso estaba convencida. Por eso debía ir con pies de plomo, para no ahuyentarle.

Hacía mucho que no sentía ese tipo de interés por nadie, y era inquietante volver a experimentarlo. Pero no estaba acostumbrada a esperar por lo que realmente deseaba ni por aquello en lo que se había fijado, dado que conseguía todo lo que quería.

Menos en ese momento, que no le quedaba más remedio que aguardar y ver si él cumplía lo que había dicho.

«Otro día». ¿Qué día? Ni idea.

—Diana —Angélica golpeó a la puerta antes de entrar.

—Pasa.

Angélica entró con la seguridad de las buenas amigas al despacho de Diana. Se conocían desde la universidad, de cuando cursaron la carrera de Psicología juntas.

—¿Qué haces, guapa?

—Buscando empresas con las que reunirme para el proyecto.

Ángela tomó su barbilla, la miró, y sonrió haciendo noes con la cabeza.

—Ya… y con esos ojos haciendo chiribitas, también has pensado en ese pedazo de hombre moreno que sacó a los cerdos de sus amigos de aquí. A mí no me engañas.

—¿Qué? Eso no es verdad.

—Ay, amiga… —Dejó ir una risita—. Que nos conocemos demasiado, Diana. Esa carita… —la señaló con el dedo—, es de lobita hambrienta. Eh, que no te culpo. Es normal, era muy atractivo y muy… joder, era muy alto.

Diana dejó ir el aire por los labios con fuerza y después estiró el cuello a un lado y al otro. Por preferir, Ángela se decantaba por hombres menos intimidantes, y más bajitos. Por eso había mencionado lo de muy alto.

—¿No ha llamado nadie nuevo para agendar una visita?

—¿Nadie que se llame Lebrón? —preguntó arqueando sus cejas negras—. No. Hombres nuevos, sí.

—Para ya…

—Piri yi… —la imitó—. Toma. —Le puso unos papeles sobre la mesa—. Tienes que firmar la recepción de los potros que pediste.

Por fin. Diana revisó que todo estuviera bien, y firmó el albarán.

—Los tienen que bajar y colocar. ¿Te encargas de eso, por favor? —recordó Diana.

—Sí. Ya están en ello.

—Bien.

Ángela recogió las hojas, las cuadró y las alineó contra la mesa y después, se sentó en la esquina del escritorio.

—Y ahora a lo importante: ¿cómo estás?

Diana se encogió de hombros y miró al techo. No había despertado de buen humor. Aquel era un mal día para ella.

—Mmm… regular. —Se encogió de hombros.

—Va a estar todo bien. Hay una orden de alejamiento vigente que va a tener que cumplir. Ya lo sabes.

—Lo sé. Pero no me gusta que ese tipo ande suelto, porque puede hacérselo a otra.

—Joder, esperemos que no.

—Por eso necesito esta aplicación. Para poner en sobre aviso a mis Femistocrazy y que haya un detector de personas non gratas. Al final, la seguridad debe ser para todas, incluso para los que no trabajen en nuestros locales.

Ángela asintió, porque ella también quería esa aplicación lo antes posible. Facilitaría mucho la recopilación de datos para su trabajo.

—¿Por qué no salimos de aquí? ¿Te invito a comer? Venga, hoy eliges tú.

—Pues sí, me irá bien. —Salir a comer siempre le alegraba el día—. Déjame que envíe este email acordando una cita con esta empresa…

Ángela se acercó a la pantalla y leyó el nombre en voz alta.

—LSistemas. —No lo conocía.

—Creo que es la que más me cuadra. Y dice que puede agendar cita para que un comercial se acerque esta misma tarde. Lo envío, y cuando me den hora, nos vamos.

—Perfecto, mientras te espero, controlo que pongan bien los potros. —Ángela se acercó a ella, la besó en la frente y le susurró—. Tranquila, jefa. Todo va a ir bien. Disfruta de tu éxito ahora, y no temas. Nadie te va a tocar un pelo castaño.

Cuando Diana se quedó a solas en la oficina, envió el email a LSistemas diciéndole las horas que tenía disponibles por la tarde.

Sonrió porque Ángela siempre le transmitía seguridad. Y porque con ella no hacía falta hablar de más. Se conocían tanto que sabían cómo estaban con solo un cruce de miradas.

Años atrás, tuvo un problema con un sumiso, cuando ella aún hacía domas. Al final, él fue a la cárcel durante seis meses, pero ese mismo día, salía en libertad. Diana aún necesitaba procesar la noticia, pero, por suerte, no había pensado demasiado en ello, ya que su nuevo local la tenía muy concentrada y con el tiempo muy ocupado.

Aun así, en un día como ese, era inevitable evocar el recuerdo tóxico de ese individuo.

Pensaba en ello cuando recibió la rápida respuesta de LSistemas.

Un comercial vendría a las siete, ese mismo día, para tener una reunión con ella.

—Pues perfecto —se dijo Diana.

Se levantó de la silla, se puso su blazer de color negro y dejó en reposo el ordenador. Al menos, estaba satisfecha por tener una reunión sobre su proyecto más ansiado y necesario.

Una idea que, aunque lo quisiera negar, nació debido a su problema con ese individuo.

Aunque nunca le daría las gracias por eso.

Lebrón aparcó su Porsche Cayenne Turbo en el parquin exterior que tenía el propio Femistocrazy.

Cuando recibió el email de Diana, Lebrón no se lo podía creer.

Llevaba dos días pensando en esa mujer, con una obsesión fuera de lo común en él. Nunca había sentido un interés así hacia nadie. No de ese tipo, más allá de lo físico y puramente sexual. Se debía ser de piedra para no verse afectado por ella, porque Diana era una mujer guapísima, y tenía un aura difícil de ignorar.

Sin embargo, no obviaba el hecho de que regentaba un local donde las mujeres dominaban a los hombres. Un lugar donde harían las delicias de los sumisos, y donde ellas, las Amas, podrían dar rienda suelta a su imaginación.

Lebrón nunca había sentido una abierta curiosidad hacia ese mundo, ni siquiera se había planteado la posibilidad de conocerlo. Pero, desde hacía dos días, se sorprendía él mismo viendo vídeos de dominación femenina. Aunque claro, todo lo que veía y que estaba colgado en el Pornhub, se basaba en la interpretación y el juego de un producto comercial creado solo para el consumo de sexo. Y todos sabían que el porno era un despropósito y que, en muchos casos, no era la realidad.

A él, eso de que le hicieran nudos en los huevos y le constriñeran el pene, no era algo que creyera que pudiese desear. Las humillaciones, las sujeciones, los spankings… no se sentía identificado con eso. ¿Quién en su sano juicio iba a querer que en sus partes más íntimas y sensibles lo torturasen así? ¿Cómo podía haber placer en eso? Lo increíble era que, después de eso, ellos se corrían como locos. Y eso era lo que más atraía a Lebrón. Que después de entregarse así y de dejarse hacer mil cosas por ellas, tenían unos orgasmos descomunales. Muchos sumisos eran penetrados como si las Amas fueran hombres… Y parecía que lo disfrutaban mucho.

No, joder. Su culo era virgen. Por ahí no entraba ni Dios.

Pero. Por otra parte, se imaginaba a Diana como una Dominatrix y se endurecía. Y no solo eso, también lo estimulaba y hacía que el estómago se le encogiera.

Había hablado con Pol después de recibir el email de Femistocrazy.

Y él le había dicho que sí veía vídeos porno de dominación de vez en cuando, pero porque las actrices porno estaban buenísimas y porque se mataba a pajas viendo lo que hacían y lo dominantes que eran. Pero él reconocía que se cagaría de miedo estando con una de ellas a solas.

—Yo no sabía que Juan me iba a llevar a un puticlub, pero menos me imaginé que era un local de dominación. Y agradezco que me sacaras de allí, Lebrón —le había dicho tomando una cerveza mientras comían en el Mirablau del Tibidabo—. Lo agradezco porque no quería estar allí ni hacer nada con ninguna otra mujer. Además, a mí todo el tema del BDsM, me intimida mucho. Tengo el culo y los huevos como los de un bebé. Seguro que hubiera salido de allí llorando. No me apetece que me pellizquen los testículos o que me los pisen.

A Lebrón imaginárselo le dio risa. Siempre se había burlado un poco de lo flojo que era Pol para algunas cosas y de lo rápido que le salía la lagrimita.

—Lo que no puedes hacer es beber tanto, por mucho que fuera tu cumpleaños y estuvieras de fiesta —le señalo él—. Y menos, si sales con puteros como tus primos o tus compañeros de trabajo, que lo único que están deseando es follar con otras, aunque sea pagando.

Pol agachó la cabeza y se sonrojó.

—Ah, tío… qué puta vergüenza. Espero que no se sintiesen demasiado mal esas chicas por lo que dijeron…

—Dijeron sandeces y fue una vergüenza. Porque luego, por culpa de tíos así, nos ponen a todos en el mismo saco.

—Ya… —dijo apesadumbrado. Pol era un buen tío, pero también era un flojo influenciable—. Bueno, si obviamos el hecho de que hicimos el ridículo… ¿podemos hablar de lo guapas que eran esas dos chicas del club? —Abrió sus ojos, ocultos por sus cristales opacos y silbó—. Eso era otra liga, eh. No me imaginaba que las bedesemeras eran así…

—Bueno, ni yo. Supongo que debe haber de todo.

—Joder, claro que lo hay. Tío, ¿has consumido bedeseme casero en el porno? No son precisamente modelos. Y menos mal. Quiero decir, sería muy injusto. En la vida hay tíos como yo, tíos como Juan y Casi, y después… hay tíos como tú —caviló hundiendo una de las patatas fritas que se habían pedido para tapear en su salsa de mayonesa y admiró el increíble skyline de Barcelona desde ese lugar—. Sería increíble que todas las del Femistocrazy fueran así. También debe haber mujeres que se salgan de esos arquetipos. O estaría todo el pescado vendido.

—Joder, Pol… —Lebrón se echó a reír—. No a todos nos gusta lo mismo. Lo que a ti te parece feo a otros les puede gustar y, al revés. Hay cartel para todos y todas.

—Sí sí, lo que tú digas y la belleza está en el interior y blablá blablá…pero el estandarte de belleza está muy definido. Si vamos por la calle o salimos del gimnasio, las chicas hablan de ti por lo bajito. No de tu amigo —Se señala—, el bicho palo. Y a todos nos gusta lo sexi y lo guapo. No somos gilipollas. Esas mujeres del Femistocrazy no son normales. Te lo digo yo. Es brujería, tío. La cuestión es que tú vas a ir, porque los dioses han querido que esa mujer necesite tus servicios. Y eso es lo importante. Los astros se han alineado para ti. ¿Y qué vas a hacer?

—Ir. Por supuesto. No iba a mandarte a ti sabiendo cómo te comportas. —Lo miró de reojo.

—No, claro que no. ¿No me digas que no te pone verte con ella? A mí me pondría nervioso. Como cuando vas a hacer caca en un baño sin pestillo y tienes miedo de que te cacen —sonrió disimuladamente—. Y que conste, que sabes que quiero a mi futura mujer, no la cambiaría por nada del mundo. Pero lo de esa chica…

—¿Le dices lo mismo a Sandra cuando ves a una mujer guapa por la calle?

—¿Yo? —dijo sin comprender—. Sí, claro. Incluso ella me lo dice, a veces. No es de esas que marcan en plan «solo mírame a mí» o que pretenden tener a un hombre a un lado que vaya mirando al frente como un caballo con anteojeras… Nah, yo no creo en eso. Ella tampoco. El otro día me dijo que me sería infiel con Zac Efron. ¿Y qué hago? Pues nada. Porque el tío es un guaperas. Además, los hombres no podemos ser tan hipócritas como para decir que no nos fijamos en una mujer hermosa y que no sabemos apreciar su belleza. Las mujeres también lo hacen.

Lebrón sabía que Sandra y él tenían una buena relación, basada en la confianza. Y que la belleza de otros no era un tema a tener en cuenta ni que supusiera un problema para ellos. Sandra no era nada celosa. Quería a Pol por muchas razones, y el físico no era una de ellas.

—Para ser sincero, Diana me intriga mucho.

Pol puso cara de sorpresa y se echó a reír.

—Es que lo sabía… —Dio un golpe con la mano abierta sobre la mesa—. ¡Te pillé! Estás raro desde entonces…

—¿Raro?

—Sí. Como más pensativo e introspectivo. Yo estaba así cuando conocí a Sandra. Es la intuición del mejor amigo y nunca me falla. Entonces —Se inclinó hacia adelante mostrando interés de alcahueta—, ¿es una reunión de negocios o es algo más?

—Para empezar, es solo de negocios. Además, estás dando por hecho que tengo alguna posibilidad. Y tal vez no la tenga. A lo mejor a ella le gustan más como tú. —Lo miró de soslayo tomándole el pelo.

—¿Como yo? ¿A esa? —dejó ir una risotada—. Tú flipas. Es una Bengala.

—¿Y eso qué quiere decir?

Para Pol era muy evidente la respuesta. Apoyó la espalda en el respaldo de la silla y dijo:

—Que es la especie con colmillos más grande. Y con alguien como yo, no tendría ni para empezar. Tú tienes el triple de masa muscular, Lebrón. Y creo que se lo pasaría mucho mejor con alguien a quien le guste competir cuerpo a cuerpo, que conmigo, que soy de los que necesita que me ingresen por un orzuelo.