Cuando éramos otros - Jorge Pavez Urrutia - E-Book

Cuando éramos otros E-Book

Jorge Pavez Urrutia

0,0

Beschreibung

Una de las figuras centrales del sindicalismo chileno tras el fin de la dictadura civil-militar, al tiempo que uno de los grandes articuladores del profesorado entre 1978 y 1981, rememora los últimos 50 años de la vida de nuestro país.

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern
Kindle™-E-Readern
(für ausgewählte Pakete)

Seitenzahl: 289

Das E-Book (TTS) können Sie hören im Abo „Legimi Premium” in Legimi-Apps auf:

Android
iOS
Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



© LOM ediciones Primera edición, abril 2023 Impreso en 1000 ejemplares ISBN Impreso: 9789560016850 ISBN Digital: 9789560017079 RPI: 2023-a-3338 Edición literaria: Iván Quezada Fotografía de la portada: José «Pepe» Durán Muñoz. Diseño, Edición y Composición LOM ediciones. Concha y Toro 23, Santiago. Teléfono: (56-2) 2860 68 00 [email protected] | www.lom.cl Tipografía: Karmina Impreso en los talleres de Gráfica LOM Miguel de Atero 2888, Quinta Normal Santiago de Chile

Hay en mis venas gotas de sangre jacobina.

Antonio Machado

Prólogo Diez años después

Hoy es 26 de octubre de este extraño 2020, año en que la vida en todo el mundo pareció detenerse. Un virus surgido en China, como escapado de la Caja de Pandora, obligó a cuarentenas, confinamientos y a cubrir nariz y boca, embozándonos tras mascarillas. Por ello un plebiscito que debía realizarse en abril, recién se pudo efectuar ayer, 25 de octubre. Estaba en juego cambiar la Constitución de Pinochet o mantenerla. Conocidos los resultados, hubo fuegos de artificio, banderas y alegría desbordante en las calles. Pero a pesar de que una gran mayoría aprobó no seguir con la norma de 1980, el camino diseñado está lleno de trampas. Nada asegura que el resultado final no se convierta en un nuevo blanqueo de la clase política y que, como otras veces, la alegría y esperanza se transforme en aire y polvo para el pueblo. Nuestra historia está plagada de encerronas y embustes, cuando no de traiciones. Resulta útil entonces recordar luchas pasadas, sistemáticamente silenciadas, aunque significaron vida, muerte y sacrificio.

Quizás algunos recuerden mi libro Un hombre en la multitud. Recuerdos de un luchador social, en que di cuenta de mis experiencias como dirigente social y político. Concluía con una mirada amarga de Chile, del Partido Comunista en que milité y con la duda de si mi esfuerzo de décadas sirvió de algo. Ahora resolví continuar desde el punto en que lo dejé una década atrás.

En aquel libro abarqué mi infancia, adolescencia y juventud, y cómo con mis debilidades y absoluta inexperiencia enfrenté la dictadura, formándome prácticamente solo como dirigente social en la Asociación Gremial de Educadores de Chile (AGECH). Durante la dictadura y luego de la salida pactada actué como dirigente, militando en el Partido Comunista. En el libro señalé mis contradicciones y mi compleja relación con la dirección del Partido, a pesar de integrar su Comité Central y en algún instante también su Comisión Política. Asimismo, revelé mi experiencia en la Coordinadora Nacional Sindical, el Comando Nacional de Trabajadores y luego en la Central Unitaria de Trabajadores, amén de mis responsabilidades en la Asamblea de la Civilidad.

Cuando salí de la órbita pública, por alguna extraña conjunción de los astros asumí la dirección de un establecimiento educacional, arquetipo perfecto del actual liceo público: atendía a la población escolar más pobre de nuestro país. En Chile los pobres estudian con los pobres, debido a la odiosa segregación social del sistema educativo.

Entre las paredes y patios de aquel liceo, la serpiente del modelo –con su fea cara de injusticia e inequidad– les daba batalla a estudiantes y profesores, maestros que a diario intentaban enseñar y formar a cientos de niños y jóvenes dañados por una sociedad enferma.

Esa experiencia me significó, aparte de ser testigo de la dura tarea en las aulas, sufrir las políticas en Educación, no sólo las originadas en el régimen de Pinochet, sino también las dispuestas por los gobiernos de la Concertación, la Nueva Mayoría y la Alianza por Chile. Ninguna de ellas apoya ni ayuda a estudiantes y profesores, sino que sólo controlan el cumplimiento de estándares y nos hacen ver como insectos que realizamos casi todo mal.

La Superintendencia de Educación y la Agencia de Calidad de la Educación –surgidas al cambiarse la LOCE de Pinochet por la LGE luego del vergonzoso acto en que los partidos de la Concertación y de la derecha celebraron con las manos entrelazadas el engendro que habían parido– imponen sus pautas, evalúan y cortan como guadañas todo lo que se hace y no se hace en los microcosmos que son los liceos.

Durante casi seis años fui director del Liceo Mercedes Marín del Solar, entregándome a tiempo completo a esa labor. Observé la realidad educacional y la situación del país desde la Población Jaime Eyzaguirre, un barrio popular del sur de Santiago. En ese establecimiento, dependiente de la Universidad Metropolitana de Ciencias de la Educación (el ex- Pedagógico de la Universidad de Chile), acompañé el esfuerzo rutinario y desgastante, y sobre todo conocí la pobreza que se colaba por las rejas, paseándose por los patios y salas, sin otra escapatoria que no fuera la droga o la delincuencia.

Este nuevo libro intentará recuperar sueños, escarbar en los recuerdos, rescatar el sentido y la esencia por los que luchamos en esos años en que nos jugamos por torcerle el cuello al cisne, sin percatarnos de ciertos intereses que finalmente nos hicieron a un lado y se apoderaron del país. Al fin y al cabo, pertenezco a la vasta y diezmada legión de veteranos del setenta. Aún por mis venas circula sangre que ha vivido intensamente la historia del país, generación a la que, como maldición enviada por los dioses, el infortunio hizo girar en banda su brújula, sin mostrarle ningún norte. Pero «no hay mal que dure cien años ni tonto que los resista», dice el dicho popular, y pareciera que, como otras veces, nuevos aires recorren el país. Tengo aún esperanza de que recogeremos experiencias pasadas, no repetiremos errores y construiremos un Chile en que valga la pena nacer, sea bueno vivir y morir, si fuera necesario.

J.P.U.

Primera Parte La vida en cámara rápida

I Época fugaz

Nada impedirá que viva lo vivido y sobre todo ame lo que he amado. Y hasta el momento nada evita que respire. Me veo nuevamente en el viejo local del Instituto de Humanidades Luis Campino en la Alameda, haciendo clases a un curso de jóvenes que parecen escuchar interesados cuando les hablo de Unamuno, aunque sé que algunos de ellos sólo sueñan con la playa y el mar. De pronto, vuelvo a entrar en la Sala de Profesores del Liceo 27 o abro la añosa puerta de la AGECH en calle Lord Cochrane. Entre la niebla del pasado me veo instalado en la sala de Consejo del Colegio de Profesores en la antigua sede de calle Dieciocho, o hablando ante miles de profesores en un acto en el Parque O’Higgins. Regreso a la Penitenciaría, a Capuchinos, al antiguo local del Partido Comunista en calle San Pablo. Ocupo mis cinco minutos en un pleno del Comité Central. Sonrío mientras converso con Manuel Guerrero o camino por los cerros de Valparaíso. Todo se funde, aparece y desaparece, como las luces de un aeropuerto que apenas recuerdo, mientras cae la nieve sobre mi cabeza.

El pasado, día a día, minuto tras minuto, tejiendo un horizonte interminable, murió, lo detuvieron o lo hicieron desaparecer. Es un Chile que se esfumó; ya no existe. Pero no fue un espejismo ni un sueño, porque seguimos recorriendo las mismas calles, hablando con los fantasmas de entonces.

Por necesidad tenemos que abrir la boca, decir lo que pensamos del Chile con mil caras del presente, el que se pasea por los malls, que corre desesperado tras algo que se enciende y apaga. No sabe bien qué es, tambaleante como un borracho. Es el país que se nos fue de las manos y definitivamente es otro.

Es necesario que las nuevas generaciones de profesores sepan de la AGECH, ese gigantesco esfuerzo tan injustamente olvidado. También es importante rescatar del olvido a la Asamblea de la Civilidad, traicionada por quienes después se apoderaron de todo.

Tuve un amargor de boca al asumir que mi ser público, abierto al escrutinio, se fue recogiendo en el anonimato de un monje. Pero también sentí agrado. Era la tranquilidad que busqué siempre, en ocasiones desesperadamente, cuando con tanta frecuencia aparecía mi rostro en los medios de comunicación. Ya no me reconocía en ese tipo que hablaba en la TV, la radio o daba declaraciones por los periódicos.

Comenzó un silencio en que mi personalidad fue más real. A fin de cuentas, la esfera privada en la que amas, sufres, ríes o sueñas es el único piso en que uno se afirma. Hace rato que mi vida no gira en torno al partido, que antes me decía lo correcto e incorrecto. Ahora sólo recibo las señales confusas de los días, aunque tengo la certeza de que en nuestro país la traición siempre acecha a quienes han luchado por una mejor vida para todos.

Tantos años, tanta vida, tantos días, tantas noches en reuniones clandestinas, en asambleas, encabezando marchas, romerías, redactando declaraciones y discursos, corriendo como enajenado para entregar un informe que tanta gente esperaba como si fuese la verdad absoluta. Sábados y domingos incluidos. Restando tiempo a mis hijos y a mi esposa, quien sostenía la casa mientras yo luchaba por una causa que, de repente, tenía la impresión nadie valoraba.

Retomé mis clases y mis alumnos. Nunca cejé en mi vocación, aunque la muerte estuviese cerca, batiendo sus oscuras alas. Ahora el anonimato se triza sólo cuando alguien me reconoce en la calle. En todo caso, el amargor de boca no significa que me arrepintiese de esos días. Al abrir cada mañana las ventanas de mi casa o ingresar a una sala de clases, siempre supe que valía la pena luchar por lo que se cree. Ahora mismo la porfía y terquedad de antaño me hacen latir el corazón igual que antes.

Nunca me moví de Santiago, acostumbrándome a su rostro sombrío y húmedo. Durante la dictadura fui capaz de salir a sus calles y saludar (aunque con la mirada ausente y el oído atento). En la época actual, en cambio, pienso que es mejor caminar con un pequeño mapa en la mano y dar vueltas por alguna plaza o algún parque antes de verlos convertidos en autopistas o carreteras. Por todos lados se levantan colmenas de departamentitos. En el imperturbable imperio del presente, nada garantiza que esto o aquello no sea mañana un recuerdo borroso. Lo observo todo mientras avanzo, hilando tercas esperanzas para nuevos y mejores días.

No he perdido mi asombro con la selva santiaguina cuando deambulo por el centro, por Moneda, Huérfanos y el Paseo Ahumada; o cuando recorro las calles de Macul, Ñuñoa o Providencia. A menudo, al desplazarme desde Plaza de Armas hacia los extramuros, tengo la impresión de encontrarme con gente que aguarda una voz esperanzada de llegar a alguna parte.

En medio de la multitud, todo aparece y se desvanece, aunque consciente de que esta película rápida es Chile y los que viven aquí. Entre estos cascotes de tierra vivieron mis antepasados, confundidos en historias que no registró ninguna crónica, aventadas sus vidas por el viento.

Miro y miro intentando la síntesis, la epifanía que explique este tiempo y así entenderme a mí mismo y a los demás, aunque todo parece una gran estafa, una escenografía de cartón piedra, melancolía apocada de pastizales, de ciertos pasajes bordeados de zarzamoras, del polvo de tierra suelta y roja del camino al Renegado en Chillán.

Pero si pretendo encontrar la hebra de lo que somos, también tengo que escuchar las risas apagadas surgiendo de habitaciones lujosas. Son los privilegiados del pasado y del presente, los que estudian en los mejores colegios y viven en barrios distinguidos. Allí todo está limpio, hermoso. Ninguna ceremonia fúnebre los inquieta, aunque temen los robos y asaltos.

Cientos de cámaras cuelan hasta el aire y un dron vigila y asegura desde el cielo. Todos los días se sonríe al descorrer las cortinas del salón y permitir que las plantas, árboles y flores del jardín (en realidad, casi un parque) ingresen al hogar con su belleza susurrante. En la misma ciudad, pero en otros barrios, en cambio, se ven extrañas procesiones, compatriotas con sensación de muerte. Caminan con la vista baja, presurosos desde sus casas al trabajo, empujando o conteniendo sus temores, subiendo por unos peldaños rotos hasta desaparecer de los registros del Estado. Es una olla a presión que no deja de silbar, anunciando su estallido.

No obstante, los dueños del país ofrecen la solución para superar la pobreza: bastaría con emprender. El mensaje, repetido millones de veces, es recogido al vuelo por los grandes y los pequeños estafadores, los ladrones de cajeros automáticos o de autos.

Todo vale en los gélidos pasillos del comercio y las finanzas. Aunque si no das la respuesta correcta, te arrojan al costado del camino, donde caen quienes no fueron capaces de interpretar los signos de esta época y respiran el viento polar que corta manos y cabezas.

II Un salto al vacío

En Santiago cada día se levantan nuevos edificios. Algunos oscilan en los terremotos y otros se derrumban envueltos en polvo y sangre, dejando a la vista las trapacerías de las inmobiliarias o constructoras, que mezquinan el fierro, el acero, el cemento. Son los mismos que concesionan carreteras con salidas que no conducen a ninguna parte, o inauguran hospitales sin camas o con camillas ocupadas por enfermos falsos. Encorbatados rateros, robando descaradamente en los servicios públicos, abultando cien veces la licitación que se adjudicó el pariente, el amigo o el recomendado.

En el pasado, siempre hubo algo que deshizo las ilusiones y no fuimos capaces de concluir nada. Nuestros sueños duraron un disparo, aunque igual sorpresivo. Hizo sangrar un hilo, que después alguien cortó con los dientes.

Es un tiempo largo y con muchos corcoveos, desde el Santiago de los sesenta y setenta, de la Unidad Popular, hasta el del presente, en que camino esquivando farmacias, con cajeros automáticos cada tres pasos, vomitando dinero para que siga el espejismo de la felicidad y la riqueza.

En cada esquina me cruzo con equilibristas, muchachas lanzando fuego por la boca u ofreciendo bolsas con frutas, tunas, higos, naranjas, alcachofas, ramos de flores… Cuando cae la noche la ciudad toma un bello color lila; en los faldeos cordilleranos se divisan luces parpadeantes, sombras de grandes árboles y de sinuosas calles, la nostalgia de lo que tuve y perdí. Muchas derrotas y fracasos, más que triunfos o victorias, siempre pasajeros. Pero, aparte de la melancolía pegada a la piel, sigue latiendo el mismo corazón porfiado y la terquedad de huesos. Ese rescoldo de energía me permite ver amaneceres donde otros sólo ven oscuridad.

Después del 2007, en que no fui reelecto presidente del Colegio de Profesores, me mantuve varios años en el Directorio Nacional, lo que me permitió retornar a la docencia, aunque sólo a nivel universitario. Fui tutor de tesis un largo tiempo en la Universidad Central, mientras paralelamente hacía clases de Políticas Educativas en la Academia de Humanismo Cristiano. Guardé un riguroso silencio mediático respecto de la pésima gestión de Jaime Gajardo. Como presidente de los profesores, hizo lo que seguramente el Partido Comunista esperaba de mí cuando ocupé el cargo: convirtió el Colegio en una agencia de empleos para sus militantes, un organismo en que la voz del PC se ejercía como único sonsonete. El autoritarismo, la prepotencia de barra brava y la arrogancia, paulatinamente, fueron ganando espacio con un estilo vulgar y tosco que parecían su sello. Uno tras otro, Gajardo terminó con nuestros esfuerzos en el plano educativo por levantar y sostener un movimiento pedagógico. Le echó tierra sin mediar explicación, salvo decir en reuniones de Directorio que era «cagón» e inútil para la «movilización». Después, del mismo modo cerró el Centro de Documentación Olga Poblete.

Despidió a los profesionales que apoyaron mi gestión, desmantelando el Departamento de Educación y al Equipo Jurídico. Convirtió a la revista Docencia en un espacio para satisfacer su ego. De hecho, firmó las editoriales como si fueran de su autoría, terminando con la tradición del trabajo colectivo.

Se opuso a que siguiera siendo representante de Latinoamérica en la mesa ejecutiva mundial de la Internacional de la Educación, a pesar del consenso de los países hermanos para que continuase.

Pero quien se mostró como un osado agitador, acusándome de «amarillo» cuando fui presidente, fue incapaz de cumplir sus promesas de campaña, en especial su caballito de batalla: acabar con la evaluación docente. Tampoco logró mejorar las condiciones laborales de los maestros. Mucho menos enfrentar las leyes que prácticamente acabaron con el Estatuto Docente, reforzando un sistema educativo segregado.

Sus movilizaciones fueron sin norte ni sustancia. Las políticas, que impulsara primero la Concertación, luego la Derecha y finalmente la Nueva Mayoría, acabaron de consolidar el control neoliberal y la profesión fue perdiendo su esencia. Cada vez más se aleja la pedagogía del hacer docente: se trata de obtener productos y resultados al menor costo, aumentar las ganancias y profundizar la explotación.

Gajardo no fue capaz de generar respeto en la opinión pública, no digamos de los profesores de base (muchos de ellos comentaron con pesar el lenguaje vulgar y las intervenciones desafortunadas del presidente del gremio).

Quizás debí dejar el Colegio de Profesores cuando no gané la presidencia. Sin embargo, me mantuve por dos períodos en el Directorio Nacional, entregando mis ideas en el Comité Ejecutivo, el Directorio y las Asambleas Nacionales.

Darío Vásquez fue mi sucesor en las siguientes elecciones, encabezando la lista con nuestras propuestas. Infortunadamente, jamás consiguió el liderazgo para realizar una conducción distinta.

Como dice el dicho, la culpa no es del chancho, sino del que le da afrecho. En este caso, no le dimos afrecho, pero permitimos que el susodicho se moviera con total libertad como chanchito en el barro.

La decepción generalizada en la primera presidencia de Michelle Bachelet terminó con el traspaso del mando a un político derechista como Sebastián Piñera. El país pareció entrar en una fase de progreso. Ingresamos a la OCDE, pero sin atacar la herencia de Pinochet. Todo era aparente. La misma presidenta Bachelet, en vez de cambiar el modelo, impulsó bonos y subsidios focalizados que sólo maquillaron la fealdad.

Desde el primer día, Gajardo se centró en lo mediático, no reparando en gastos en el Departamento de Comunicaciones. Debe decirse que con su llegada se entró a saco en las arcas del Colegio, con la anuencia del tesorero de su confianza, un socialista chilote de largos bigotes. Hicieron y deshicieron a sus anchas.

Si no tenía los votos en el Comité Ejecutivo, acudía descaradamente a las prebendas. No vaciló en ganarse el respaldo de la derechista Verónica Monsalve, entregándole un cargo en el Hospital del Profesor. Además, la premió con viajes al exterior como representante del Departamento de la Mujer y siempre aprobó sus peticiones para desplazarse por el país.

Sólo rompí mi silencio en agosto del 2011, durante el Movimiento Estudiantil Universitario. Me hicieron una larga entrevista en el diario La Hora y mis respuestas provocaron la ira de los incondicionales de Gajardo.

Mis declaraciones se publicaron el mismo día de una Asamblea Nacional con dirigentes de todo el país. Fueron criticadas en sordina por los adeptos de Gajardo. Como respuesta organizaron la visita de Camila Vallejos y Karol Cariola, más la presidenta comunista de una organización de apoderados. Irrumpieron en la reunión supuestamente para saludarnos, reiterando la necesidad de la unidad, pero en el fondo quedó demasiado claro que solo querían limpiar la imagen de Gajardo.

III Concertación y derecha: el mismo baile, similar orquesta

El primer gobierno de Piñera fue de continuidad, no muy diferente a cualquiera de la Concertación. El país lo eligió a pesar de los años de dictadura militar, en que los grupos económicos y los profesionales de derecha actuaron siempre en las sombras, mientras otra gente hacía el trabajo sucio: perseguir las ideas de izquierda, golpear a los trabajadores e imponer un nuevo orden económico institucional. Este plan cambió el sentido común de la mayoría. La promesa de Pinochet del auto propio, los televisores, los teléfonos y todos los bienes de consumo imaginables, la hicieron realidad los gobiernos de la Concertación.

En una «artesa gigante nos lavaron el mate», como decía mi abuela. No deja de ser paradójico que la mayoría de los chilenos votase por un multimillonario, pero era muy grande la frustración, la rabia acumulada y el negro desencanto por «la alegría que nunca llegó», todo lo cual se expresó en altísimos niveles de abstención electoral. Enormes sectores de la población, en especial los jóvenes, sencillamente se restaban de votar y continuaban con su vida sin horizontes, «pateando piedras», como decía la canción de Los Prisioneros.

En materia educacional, Pinochet fue claro en su Directiva Presidencial de 1979: «Si no existe una Educación congruente con el rumbo impuesto a Chile, nos exponemos a fracasar». Y el rumbo no cambió. Fue el mismo baile y similar orquesta dispuesta en dictadura; la Concertación lo mantuvo en su esencia. Terminada la LOCE, la nueva LGE le restó atribuciones al Ministerio de Educación al entrar en operaciones la Superintendencia de Educación y la Agencia de Calidad de la Educación, todo ello herencia de Bachelet. El siguiente gobierno de derecha dictó los reglamentos y echó a andar los nuevos organismos, pero también promulgó, en nombre de la «calidad de la Educación», una nueva ley que prácticamente terminó con el Estatuto Docente.

Creó asimismo un Comité de Expertos, integrado por «conspicuos» concertacionistas y derechistas, para sentar las bases de la carrera profesional de los profesores, proyecto que cursó todos los trámites en la Cámara y el Senado y estuvo a punto de promulgarse… Pero entonces reapareció Bachelet como gran madre salvadora de los chilenos, apoyada por una inédita alianza política, la Nueva Mayoría, que incorporaba al Partido Comunista.

La CUT estaba en manos de una profesora comunista y el Colegio de Profesores lo presidía otro militante del mismo partido. Así, la posibilidad de actuar con autonomía ante el gobierno se vio seriamente limitada.

Con esto se aceleró el debilitamiento de las organizaciones sociales, lo cual fue particularmente lamentable con la CUT, cuya representatividad se hundió en picada. La desconfianza se multiplicó. Los partidos políticos y los parlamentarios cayeron en el descrédito. La corrupción y el tráfico de influencias se convirtieron en prácticas generalizadas, afectando por igual a la derecha y a la Concertación (entonces Nueva Mayoría).

El escándalo de los sobresueldos en el gobierno de Lagos se repitió con otros de diverso calado. Se hizo evidente que el empresariado utilizaba descaradamente el poder político para su beneficio. Los grupos empresariales financiaban campañas políticas o pagaban coimas para lograr leyes favorables, como ocurrió con Soquimich o Corpesca. La frustración ciudadana aumentó con las sanciones aplicadas por la justicia: los infractores siempre se salvaban de la responsabilidad penal con una vara parecida a una total impunidad. Pero eran todos los círculos de poder los que incurrían en el abuso. Los miles de millones de pesos defraudados por Carabineros y el Ejército pusieron aún más en evidencia al sistema.

La izquierda y en particular el PC no aparecieron involucrados en ningún escándalo y podrían haber capitalizado el descontento de los chilenos, propiciando un sólido bloque en contra del modelo. Pero, en cambio, con la Nueva Mayoría llevaron otra vez a Bachelet a La Moneda. El PC logró algunos ministros, obtuvo diputados y ostentó otros cargos en el aparato público, sin considerar las asesorías que florecieron por entonces. Asimismo, participó en el Ministerio de Educación. Aparentemente se respondió en lo formal a las demandas estudiantiles y del magisterio, como la gratuidad, la carrera profesional y el fin del financiamiento compartido y la municipalización.

Sin embargo, nada de eso afectó el diseño de Pinochet, consolidándose el mercado competitivo en la educación. Demandas históricas, como las de verdad, justicia y reparación en los casos de derechos humanos, Bachelet tampoco las cumplió. No cerró el penal de Punta Peuco, a pesar de su promesa. Sólo semanas antes de finalizar su mandato, después de años en que las organizaciones de presos políticos y ejecutados exigieron una justa reparación del Estado, envió al Parlamento un mezquino proyecto de ley, que más tarde fue rechazado por los legisladores y el gobierno de Piñera.

IV Una golondrina no hace verano

Aún permanecía en la presidencia del Colegio cuando en el 2001 se desató en mi contra el fuego cruzado del PC. Las críticas se agudizaron por levantar el movimiento Fuerza Social y Democrática. El PC, del que aún era militante, realizó una campaña sistemática con el argumento de que pretendía destruirlo. FSD se estrenó en abril de aquel año. Expresamos nuestra visión del país en el documento El Chile que queremos, donde, luego de una breve introducción, señalábamos: «el país continúa prisionero de un sistema que no permite avanzar en las transformaciones políticas, económicas, sociales y culturales que posibiliten una sociedad justa y solidaria».

Luego se decía que era urgente construir una fuerza político-social de carácter nacional, democrática y solidaria, que definiese cuál era el Chile que queríamos y convirtiera sus conceptos en un programa capaz de presentar una alternativa al bipolarismo. La idea era romper el dogma en la conciencia de los chilenos de que no existía otra posibilidad, que ya no era posible soñar ni tenía sentido luchar.

El manifiesto finalizaba con una invitación a hacer política desde lo social, indicando que «para muchos, la sola militancia partidaria no da el ancho ni el espacio para la construcción de una sociedad mejor. (…) Una gran tarea será reconstruir el movimiento sindical desde una visión autónoma y democrática».

Con bastante rapidez, Fuerza Social se ganó un espacio, desarrollándose en distintos gremios de trabajadores y organizaciones sociales. En el profesorado se creó la Fuerza Social del Magisterio, integrado por militantes de diversos partidos, aunque en un número importante del PC, quienes no veían en el movimiento un daño a su colectividad.

Pero la Dirección del PC no lo consideró así y pronto nos calificó de enemigos número uno, declarando que sus militantes no podían pertenecer también a Fuerza Social.

No dejó de ser emocionante que, a pesar de las amenazas, las llamadas de atención y las conversaciones «amistosas», la mayoría de los profesores comunistas se mantuvo en Fuerza Social.

Aún valorando el enorme esfuerzo de claridad y organización que significó Fuerza Social, no cabe duda de que cometimos errores. Algunos por exceso de cautela y falta de audacia, otros por tomar decisiones apresuradas y no suficientemente consensuadas.

Cuando Fuerza Social llevaba algunos meses en rodaje, las contradicciones en el magisterio comunista fueron cada vez más notorias y públicas. Gajardo se volvió muy agresivo desde la Presidencia del Regional Metropolitano del Colegio de Profesores, rechazando nuestros esfuerzos por conducir al profesorado de todo el país.

Inútilmente intentamos que la dirección del PC exigiese una posición común a partir de lo resuelto como Equipo Comunista, colectivo integrado también por Gajardo y su mujer Nadia Ávalos. La famosa «unidad de acción comunista» era despreciada por los militantes del nivel Metropolitano, quienes desconocían los acuerdos que ellos mismos habían suscrito. El PC nunca se pronunció, avalando con su silencio los dislates de Gajardo y compañía.

Con estas diferencias enfrentamos las elecciones de noviembre de 2001. El equipo político del Magisterio propuso una lista de candidatos, que estábamos seguros el PC apoyaría, como era habitual. Pero no fue así. El siempre sonriente Jorge Insunza, miembro de la Comisión Política del PC, objetó, esta vez, a los compañeros Guillermo Gac, de Valparaíso, y Hugo Bolívar, de Iquique, al igual que a Roberto Villagra, de Rancagua. Traté infructuosamente de comunicarme con Gladys Marín, ya que estábamos a punto de enfrentar la elección del Colegio con dos listas de profesores comunistas. Realizamos extensas reuniones con distintos compañeros para decidir la mejor salida al problema. Algunos de ellos me insistieron en que era el momento de enfrentar la «dictadura de la dirección», que con su actitud echaba por tierra la autonomía de nuestro colectivo político y social, como era el equipo comunista del Magisterio. Me señalaron que había profesores en todo el país dispuestos a acatar lo que resolviéramos. Pero faltando minutos para el cierre de las listas decidimos asumir la arbitraria orden, a pesar de que anticipábamos que nadie en la Dirección valoraría nuestro gesto. Así ocurrió.

Nunca sabremos si hicimos lo correcto. Tal vez nos faltó audacia y temimos actuar con autonomía. Fue la última vez que enfrentamos unidos un proceso electoral. En la siguiente elección enfrentamos la lista del PC como Fuerza Social, y a pesar de recibir fuego cruzado también de la Concertación y de la derecha, igual ganamos y volví a ser presidente del magisterio.

Volvió a faltarnos audacia cuando vacilamos en constituirnos como partido político. Teníamos la confianza e ideas en común con los compañeros de la Surda y la Nueva Izquierda. La Surda contaba con los hermanos Carlos y Rodrigo Ruiz, y varios otros dirigentes que presidían los centros de alumnos de varias universidades a lo largo del país. También tenían presencia entre los pobladores, particularmente en la Toma de Peñalolén.

La Nueva Izquierda, en tanto, había surgido a partir de una mirada crítica, o por lo menos de un actuar más autónomo, de las Juventudes Comunistas, levantando asambleas de izquierda en algunas universidades, donde dieron cabida no sólo a militantes de la Jota. Después de mucho tiempo ganaron la presidencia de la FECH con Rodrigo Rocco. Como Nueva Izquierda triunfaron en las elecciones posteriores en la misma FECH y disputaron los centros de alumnos en muchos otros planteles superiores.

Con la Surda y la Nueva Izquierda iniciamos conversaciones para crear un partido político. El proceso se prolongó por años, pero no llegamos a puerto. Al comienzo, los compañeros de la Surda nos pidieron más tiempo, porque estaban en su congreso. Por su parte, la Nueva Izquierda insistió en que no aguardásemos la decisión de la Surda. Cuando estos últimos resolvieron dar el paso, la Nueva Izquierda ya había reculado. Sobrevinieron tensiones y problemas propios de cada sector.

No me cabe duda de que si Fuerza Social hubiera actuado con decisión y audacia, otra habría sido la realidad. A Fuerza Social se habían integrado valiosos compañeros del magisterio y del sindicalismo. Particularmente importantes eran los trabajadores bancarios, empleados públicos, metalúrgicos, dirigentes poblacionales, del Colegio de Enfermeras, de ONGs, ambientalistas, colectivos de profesionales y mucha gente independiente.

Su comité ejecutivo se reunía semanalmente en la sede del Colegio. Hasta allí llegaban Luis Mesina, Raúl de la Puente, Gladys Corral, Manuel Cabieses, Miguel Soto, Berna Castro, Eugenio Durán, Patricio Munita; y por el gremio: Loreto Muñoz, Darío Vásquez, Jenny Assáel, Ricardo Candia y Roberto Villagra. Participaban también, de vez en cuando, compañeros de la Nueva Izquierda, como Iván Mlynarz o Julio Lira.

Nuestras ideas empezaron a influir en la vida nacional, pero en el magisterio, luego de que muchos profesores comunistas se integraran al nuevo referente, la campaña comunista en nuestra contra comenzó a mellar la confianza y a lograr sus propósitos. La crítica se volvió implacable, y en particular en contra mía, por presidir el Colegio de Profesores, cuya sede nacional era el lugar de reunión y encuentro de los dirigentes de Fuerza Social.

A pesar de todo ganamos la siguiente elección, superando a la lista del PC y la Concertación, que se presentaron unidos con la esperanza de recuperar el Colegio. Pero la situación era difícil. La canallesca campaña afectó cada vez más el ánimo de los compañeros y así numerosos dirigentes electos en la lista de Fuerza Social jamás se incorporaron al trabajo político.

Para ellos, el gremio era la única tarea. Seguían traumados por separarse del Partido Comunista. A menudo nuestras reuniones se convertían en un permanente lamento por lo que decía o hacía el Partido, más que centrarse en resolver nuestros problemas y proyectar nuestro trabajo.

En el 2005 logramos, sin embargo, sacar adelante el Congreso Nacional Pedagógico Curricular, con un desarrollo similar al Congreso Nacional de Educación de ocho años antes. Impulsamos una amplia discusión desde los establecimientos educacionales. El valor de la instancia radicó en desnudar las intenciones ocultas del marco curricular de continuar por las aguas de las transformaciones impuestas por Pinochet. Nuestro propósito era levantar una propuesta desde el mundo social que, a partir de la escuela, impulsase un Chile distinto, justo y democrático. La importancia de este Congreso no fue menor y sus resoluciones aún tienen validez.

V Baile de disfraces

En marzo de aquel año, el 2005, murió Gladys Marín. Nada hacía presagiar que la fatalidad pudiera vencer su espíritu de lucha. De un día para otro, desarrolló un tumor cerebral que fue operado en Suecia y luego tratado en Cuba. Aunque su fortaleza, ganas de vivir y los esfuerzos médicos fueron exhaustivos, finalmente el cáncer ganó la batalla y falleció en Santiago. Su funeral fue multitudinario. Me sorprendió que, a pesar de mis problemas con el Partido, me solicitaran intervenir en la despedida a un costado del ex Congreso Nacional. Estaba convencido de que el PC no sería el mismo sin ella, aunque no imaginaba un cambio demasiado drástico. Gladys mantuvo la conducción con un timón firme, sin salirse un ápice de su posición en contra del modelo y lejos de la Concertación. Supuse que sus delfines, Lautaro Carmona y Guillermo Teillier, seguirían el mismo camino y que un eventual giro se demoraría en suceder. Pronto me di cuenta de mi error. Ambos dirigieron al Partido hacia una Concertación moribunda y desprestigiada, para formar la alianza política de la Nueva Mayoría.

Nuestra lista fue derrotada en las elecciones del Colegio de Profesores de 2007 y perdí la presidencia. Llevaba demasiado tiempo como presidente, y si bien contábamos con un aceptable número de votos, una parte del profesorado acusó el ataque del PC y no nos respaldó.

Por otra parte, estaba convencido de que se requería un aire nuevo, no sólo entre los dirigentes, sino también en la administración. La mística de cuando ganamos en 1995 se había diluido. Mi impresión era que nos «achanchamos», como dicen en el campo.

Ya sin la presidencia del Colegio, sufrimos una estampida, que aumentó cuando el equipo político de Fuerza Social del Magisterio decidió que el referente estaba muerto.

Perdida la conducción del Colegio, pero aún con la expectativa de recuperarla, el equipo levantó, sólo con fines electorales, el Movimiento Amplio por un Nuevo Colegio. Me pareció un error político. Estaba persuadidos de que Fuerza Social seguía vigente, pero primó la intención de generar una alianza que sumara votos, arrastrando a los disconformes de la Concertación. Guardé silencio y en los hechos asumí la muerte de Fuerza Social como cosa juzgada.

El funeral de Fuerza Social del Magisterio no ocurrió inmediatamente tras perder la presidencia el 2007. Lo demuestra una declaración pública que redacté, en nombre del referente, el 18 de noviembre del 2010.